Estudio bíblico de Hechos 25:12-26:3

Hechos 25:12-26:3

Continuamos hoy nuestro recorrido por el capítulo 25 de los Hechos. Y en nuestro programa anterior, dijimos que había quienes creían que cuando Pablo había apelado a César, aquí en la última parte del versículo 11, se había equivocado, había cometido un error. Pero dijimos que nosotros no compartíamos esa opinión. Por el contrario, creemos que Pablo obró correctamente al apelar a César. Pablo era un ciudadano romano y lo que hizo fue simplemente ejercer sus derechos de ciudadano, un procedimiento completamente normal y correcto. Él sabía con toda seguridad que su regreso a Jerusalén solo significaría su muerte. Ahora, Pablo no tenía complejos de mártir ni era su deseo ofrecerse deliberadamente como mártir. De modo que lo que hizo aquí fue evitar un martirio seguro. También dijimos que había otro asunto que debíamos considerar en cuanto a esta decisión de Pablo, de apelar a César. En el capítulo 23, vimos que dos años antes, el Señor había aparecido ante Pablo y le había prometido que iría hasta la ciudad de Roma. Ahora, no le había dicho cómo iría a Roma. Le tocó ir encadenado y éste fue el método que Dios había escogido para él. Cuando Pablo escribió su epístola a los Romanos, él dijo que estaba orando para que Dios le permitiera visitar Roma y les pidió que oraran por para que ese viaje se convirtiera en realidad. Dijimos también que no hay duda alguna que Pablo era un hombre que respetaba la autoridad del gobierno. Pero que reconoció a la vez, que no estaba recibiendo un trato justo. Y por lo tanto, presentó una apelación legal. Pablo tenía su ciudadanía romana y la voluntad de Dios era que él usara sus derechos como ciudadano. Es muy interesante observar cómo Dios guía a algunos de una manera, y a otros, de otra manera. Otras personas quizá no hubieran podido haber demandado la protección de la ciudadanía romana, como lo hizo Pablo. En aquellos tiempos esa ciudadanía era un privilegio, a la vez que una garantía de protección legal y física, por medio de la cual el apóstol recibió protección en momentos claves de su vida, Recordamos además que Moisés por ejemplo, solo tenía una vara en su mano, simplemente una vara, cuando Dios le llamó para liberar a un pueblo. Pero la había usado para Dios, poniéndola a su disposición. Pablo tenía su ciudadanía romana, era como si tuviera una vara en su mano, un recurso provisto por Dios para servirle y honrarle y ciertamente la usó para glorificar a Dios. Continuaremos hoy considerando la comparecencia de Pablo ante Festo, leyendo el versículo 12 de este capítulo 25 de los Hechos:

"Entonces Festo, habiendo hablado con el consejo, respondió: A César has apelado; a César irás."

Festo se vio obligado a acceder a esta demanda de Pablo. No podía impedir que Pablo fuera a Roma al tribunal del César. Continuemos con el versículo 13, para ver como

El rey Agripa y Berenice vinieron a visitar a Festo

"Pasados algunos días, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesarea para saludar a Festo."

Ahora, Festo acababa de asumir su cargo como gobernador, y por lo tanto el rey vino a visitarlo. Creemos que todos estos políticos trabajaban juntos. En cierto sentido, todos pertenecían al mismo bando. Prosigamos con los versículos 14 y 15 de este capítulo 25 de los Hechos:

"Como se quedaron allí muchos días, Festo expuso al rey la causa de Pablo, diciendo: Un hombre ha sido dejado preso por Félix, respecto al cual, cuando fui a Jerusalén, se me presentaron los principales sacerdotes y los ancianos de los judíos, pidiendo condenación contra él."

Agripa y Berenice se quedaron allí por mucho tiempo. Pero, parece que por fin no hubo más de qué hablar. Aun a un rey y a un gobernador, por fin se les puede terminar el tema de conversación. De modo que cuando se produjo una pausa, creemos que Festo comenzó a exponerle a Agripa el caso de Pablo: Y continuó Festo hablando aquí en el versículo 16 de este capítulo 25 de los Hechos, y le dijo a Agripa:

"A éstos respondí que no es costumbre de los romanos entregar a alguien a la muerte antes que el acusado tenga delante a sus acusadores y pueda defenderse de la acusación."

Quisiéramos hacer aquí una observación. A veces hemos creído que la ley romana no era justa porque hemos visto cómo falló su aplicación en el caso del Señor Jesucristo, y también en el caso del apóstol Pablo. Pero, estos errores no se debieron a la ley misma sino a los políticos corruptos. En la actualidad aún operamos bajo muchos de los principios de la ley romana, según la cual no se podía sentenciar a muerte a ninguna persona, hasta que haya sido traída ante sus acusadores, y hasta que la acusación en su contra haya sido probada. Aquí vemos, pues, que esta ley no había sido aplicada en el caso del apóstol Pablo porque Félix y Festo estaban valiéndose de la política para lograr sus propios designios y ambiciones personales. Y continuó Festo hablando al rey Agripa y le dijo aquí en los versículos 17 al 19 de este capítulo 25 de los Hechos:

"Así que, habiendo venido ellos juntos acá, sin ninguna dilación, al día siguiente, sentado en el tribunal, mandé traer al hombre. Y estando presentes los acusadores, ningún cargo presentaron de los que yo sospechaba, sino que tenían contra él ciertas cuestiones acerca de su religión y de un cierto Jesús, ya muerto, que Pablo afirma que está vivo."

Ahora, observemos que el punto en cuestión era siempre el mismo. Era la resurrección. Y aquí vemos una vez más que Pablo había testificado en cuanto a la resurrección de Jesucristo, a fin de que Festo estuviera enterado de ella. Y continuó Festo hablando y dijo en los versículos 20 al 22:

"Yo, dudando en cuestión semejante, le pregunté si quería ir a Jerusalén y allá ser juzgado de estas cosas. Pero como Pablo apeló para que se le reservara para el conocimiento de Augusto, mandé que lo custodiaran hasta que lo enviara yo a César. Entonces Agripa dijo a Festo: Yo también quisiera oír a ese hombre. Y él le dijo: Mañana lo oirás."

En realidad Festo aquí estaba en una situación difícil. La acusación presentada contra Pablo era la de sedición, y si era culpable debía morir; pero no había pruebas de que hubiera cometido crimen alguno. Ahora, Pablo había apelado a César. ¿Qué iba a hacer uno con un preso como éste? Por lo tanto, Festo le pidió ayuda al rey Agripa. Creemos que Agripa ya había oído hablar acerca de Pablo y que en verdad estaba ansioso por escucharle. Quería saber más en cuanto a las acusaciones, y quería oír lo que Pablo tenía que decir. De modo que, fijaron una audiencia.

Es interesante ver cómo esta audiencia fue arreglada para Pablo, ante un rey y un gobernador. Y al concordar en esto, en todo momento estaban cumpliendo la profecía del Señor, aunque no eran conscientes de ello. Pablo tenía que comparecer ante reyes, tal como el Señor se lo había anunciado. Continuemos ahora leyendo el versículo 23 de este capítulo 25 de los Hechos, que comienza a describirnos

La audiencia ante Festo y Agripa

"Al otro día, viniendo Agripa y Berenice con mucha pompa, y entrando en la audiencia con los comandantes y principales hombres de la ciudad, por mandato de Festo fue traído Pablo."

¡Qué escena! ¿Cuándo tuvo un predicador un público tan destacado y representativo? La escena estaba cargada de dramatismo, con un despliegue espectacular y un ambiente solemne. Pablo apareció encadenado ante este grupo majestuoso de soberanos y reyes. Festo le pidió a Agripa que le ayudara a elaborar un cargo contra Pablo para poder enviarlo al César. Pero, leamos los últimos versículos de este capítulo 25 de los Hechos, los versículos 24 al 27:

"Entonces Festo dijo: Rey Agripa y todos los varones que estáis aquí juntos con nosotros, aquí tenéis a este hombre, respecto del cual toda la multitud de los judíos me ha demandado en Jerusalén y aquí, gritando que no debe vivir más. Pero yo he hallado que ninguna cosa digna de muerte ha hecho, y como él mismo apeló a Augusto, he determinado enviarlo a él. Como no tengo cosa cierta que escribir a mi señor, lo he traído ante vosotros, y mayormente ante ti, rey Agripa, para que después de examinarlo tenga yo qué escribir, pues me parece fuera de razón enviar un preso sin informar de los cargos que haya en su contra."

Pablo se sirvió de esta oportunidad para predicar uno de los más grandes sermones jamás registrados, sermón que estudiaremos ahora al comenzar el capítulo 26. Y así concluimos el capítulo 25 de los Hechos. Llegamos ahora, a

Hechos 26:1-3

En este capítulo 26 tenemos el testimonio de Pablo ante el rey Agripa. Este testimonio de Pablo no constituyó una defensa de sí mismo. Fue una declaración del evangelio con el fin evidente de ganar para Cristo al rey Agripa y a los otros que estaban presentes. Ésta fue realmente una escena dramática y este capítulo es una de las más grandes obras literarias, ya sea en el campo secular o en el religioso. Comencemos, pues, leyendo el primer versículo, que inicia

El testimonio de Pablo ante el rey Agripa

"Entonces Agripa dijo a Pablo: Se te permite hablar por ti mismo. Pablo entonces, extendiendo la mano, comenzó así su defensa"

Ahora, creemos que el hecho de que Pablo compareciera ante Agripa, fue el acontecimiento culminante en todo el ministerio de este apóstol. Fue el cumplimiento de la profecía que el Señor le había dado, de que él comparecería ante reyes y soberanos. Indudablemente fue la voluntad de Dios que él pudiera presentarse ante el rey Agripa.

Ahora, hay algunas características acerca de este capítulo que debemos considerar antes de entrar de lleno en nuestro estudio de este mensaje de Pablo ante el rey Agripa. En primer lugar, deseamos dejar en claro el hecho de que en éste Pablo no estaba siendo procesado. Este no era el juicio de un tribunal. Pablo no estaba presentando ninguna defensa ante Agripa. Estaba predicando el evangelio. En vista del hecho que éste gran apóstol había apelado al César, ni siquiera el rey Agripa tenía la autoridad para condenarle y tampoco estaba en manos del gobernador Festo, como el versículo final de este capítulo, el versículo 32, confirmará diciendo: y Agripa dijo a Festo: Este hombre podría ser puesto en libertad, si no hubiera apelado al Cesar. Ya no tenían autoridad para condenarlo. Pero, por otra parte, tampoco podían ponerle en libertad. Estaban prácticamente impotentes para actuar. De modo que, Pablo no trató de hacer ninguna defensa, sino más bien, trató de ganar a estos hombres para Cristo.

Entonces no fue un juicio sino una presentación pública de Pablo ante el rey Agripa y el tribunal, a fin de que ellos pudieran conocer directamente del apóstol en qué consistía realmente aquel Camino. El caso es que ya para ese entonces, había sido presentado con tanto fervor, que todo el mundo hablaba acerca del Camino. Nos imaginamos que aun Festo y Agripa habrían tenido un intercambio de impresiones, o más bien de dudas, sobre el tema del nuevo Camino.

Aquí Pablo tenía pues, una audiencia pública para explicar ese Camino. Y creemos que ésta fue una de las mejores oportunidades que cualquier predicador jamás haya tenido para predicar a Cristo. Nunca antes o después, ha habido una oportunidad como ésta. Ésta fue una ocasión llena de pompa y fausto pagano, reflejado en la solemnidad de la música y la decoración de la sala con sus tapices. Es decir, que todos los personajes prominentes, y el prestigio de Roma de aquella región, estaban presentes en la función. Imaginemos la demanda de espacio y las aglomeraciones de gente para asistir a este evento. La púrpura de Agripa y las perlas de Berenice podían ser admiradas por todos. También podía admirarse el brillo de los cascos dorados y en bronce del Imperio Romano. Los privilegiados, la élite, los intelectuales y los sofisticados aristócratas se reunieron en un despliegue de elegancia, luciendo sus mejores galas, sus insignias y condecoraciones. Estamos seguros que allí podría contemplarse todo el orgullo, la ostentación, dignidad y la pompa que sólo Roma podía exponer en aquel entonces.

Esperamos que de alguna manera podamos imaginarnos esta escena que tenemos delante de nosotros al escuchar el mensaje de Pablo. Tenemos esta reunión tan elaborada se había convocado con un solo propósito, y fue el de oír lo que tenía que decir aquel preso notable llamado Pablo. Él era el que había viajado ya por la mayor parte del Imperio Romano, especialmente por toda su región oriental, predicando acerca del Camino. Y ¿qué era el Camino? Bueno, el Camino era una persona. Leemos en el evangelio según San Juan, capítulo 14, versículo 6, las Palabras del Señor Jesús, cuando dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida."

Entonces, cuando se abrió la puerta de aquella gran sala del trono, un preso fue introducido a esta escena llena de colorido. Estaba vestido con ropa de presidiario y permanecía encadenado entre dos guardias. Su apariencia personal era poco llamativa, más bien insignificante. Éste era el hombre que enseñaba y predicaba sobre la muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo a favor de los seres humanos, porque eran pecadores y necesitaban un Salvador. Éste era el que verdaderamente podía hablar con autoridad acerca de aquel nuevo Camino. Y sin duda, todos estaban dispuestos a escuchar a este hombre porque sabía cómo expresarse y porque era un orador inteligente. La luz del cielo brillaba en su rostro. Ya no era Saulo de Tarso, sino Pablo el apóstol. ¡Qué contraste debe haber habido entre Pablo y esa multitud ebria de nobleza y frivolidad que se congregaba allí!

Festo contó cómo los judíos habían tratado de matar a Pablo. Cómo le aborrecían, y que sin embargo, no presentaban ninguna acusación fiable contra él. Toda esa multitud miró a Pablo con curiosidad, y creemos que él debió recorrer con su vista a la multitud con una expresión de dignidad. Ahora, Pablo no era una personalidad deslumbrante. Algún crítico incluso se ha expresado con desprecio sobre su carácter. Bueno, es posible que en el Imperio Romano eso también fuera lo que pensaran de él. Recordemos que el Señor Jesús había dicho en el capítulo 15 del evangelio según San Juan, versículo 18: "Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros". Éste hombre fue pues fiel al Señor Jesús y por tanto el mundo le despreciaría. Realmente, estas palabras no parecían presagiar la popularidad futura de los propagadores del Evangelio.

Francamente no creemos que Pablo fuera atractivo físicamente. Sin embargo, tenía la clase de carisma y atracción dinámica que solo la gracia de Dios puede da a una persona. El Espíritu Santo le dio las energías que necesitaba. Estimado oyente, esto es lo que quiso decir Pablo en su carta a los Gálatas, cuando en el capítulo 2, versículo 20 dijo: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí."

Ahora, ya hemos notado el gran contraste entre Agripa y Pablo, los dos hombres que sobresalían en medio del atractivo y el resplandor de la ocasión. ¡Qué contraste! Mientras uno de ellos se vestía de púrpura, el otro lucía la ropa de un preso. Uno se sentaba en el trono, y el otro estaba encadenado. Uno llevaba una corona y el otro solo cadenas. Agripa era un rey, pero viviendo en la esclavitud del pecado. Pablo, en cambio, era un preso encadenado, pero disfrutando de la libertad de tener los pecados perdonados, es decir, de la libertad que hay en Cristo Jesús. Agripa era un rey terrenal que no podía liberar a Pablo, ni a sí mismo. Pablo, por su parte, era embajador de un Rey que le había liberado a él y que podía liberar a Agripa también de la condena y poder esclavizador del pecado.

Ahora, recordemos que el rey Agripa era miembro de la familia de Herodes. Pertenecía a la familia más perversa y corrupta que se conozca. Fue la familia más perversa que se mencionó en la Biblia. Agripa era un hombre inteligente y un gran personaje, a pesar de sus antecedentes. Conocía la ley mosaica. Por lo menos la conocía en un sentido literal. Y Pablo se alegraba de este acontecimiento porque le dio la oportunidad de hablar a un hombre educado, que comprendería la naturaleza de las acusaciones.

Ahora, dijimos antes que no pudimos menos que deducir que Pablo se puso algo impaciente durante estos dos de encarcelamiento en Cesarea. Había comparecido ante la multitud enfurecida en Jerusalén, ante el comandante, y luego ante Félix; con Félix en público y varias veces en privado. Y luego compareció ante Festo. Ahora, lo vemos ante Agripa. Ninguno de esos hombres había comprendido plenamente los antecedentes de las acusaciones contra Pablo. Tampoco entendieron el evangelio. Esto fue cierto incluso del comandante romano en Jerusalén. Resulta sorprendente que estos personajes pudieran haber vivido en esa región, expuestos a los cristianos, habiendo escuchado al apóstol Pablo, y todavía no entendieran el evangelio, o si lo entendieron, no estuviesen dispuestos a aceptarlo Sin embargo, ésa era su situación.

La súplica de Pablo al rey Agripa para que se convirtiese a Cristo fue magnífica. Fue lógica, inteligente y apasionada. Más que una defensa, fue una declaración del evangelio. Y leemos aquí los versículos 2 y 3 de este capítulo 26 de los Hechos, en los cuales Pablo, en medio del silencio y la expectativa de todos comenzó a hablar, diciendo:

"Me tengo por dichoso, rey Agripa, de que pueda defenderme hoy delante de ti de todas las cosas de que soy acusado por los judíos. Mayormente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones que hay entre los judíos; por lo cual te ruego que me oigas con paciencia."

Ahora Pablo por fin le hablaba a un hombre que entendía lo que él estaba diciendo. Como ya hemos dicho, Agripa era un hombre inteligente, que conocía la ley mosaica y las costumbres judías. Pablo en verdad estaba satisfecho de tener esta oportunidad de hablar a un hombre tan capacitado para comprender la verdadera naturaleza de este asunto. Es que Pablo también era un judío que había sido bien instruido en la ley mosaica, pero Pablo, además, se había encontrado con Cristo. Ahora la ley tenía un nuevo significado y sentido para él. Su alma había sido inundada por una nueva luz. Ahora veía que la ley se cumplía en Cristo para que fuesen declarados justos todos los que tuviesen fe. Ahora sabía que Dios había suplido lo que él mismo había exigido. Pablo sabía que Dios es bueno y que por medio de Cristo, Dios muestra Su bondad y su misericordia. Y Pablo quiso que el rey Agripa también conociese todo esta verdad. Una pasión consumada llenaba el alma del apóstol Pablo mientras hablaba. Y aquí, una vez más, creemos que este discurso fue su obra maestra. Su discurso en el Areópago en Atenas había sido sobresaliente, pero, no creemos que pueda compararse con este discurso.

Aunque posiblemente había centenares reunidos en aquella corte para escuchar este mensaje, creemos que Pablo se dirigió hacia un solo hombre, y ese hombre era el rey Agripa. Pablo trató de ganar a este hombre para Cristo. Ahora, Pablo comenzó con una introducción muy cortés, diciéndole a Agripa cuánto se alegraba de tener esta oportunidad. Luego, continuaría dando al rey Agripa una breve reseña de su juventud y de sus antecedentes. Y después le contaría acerca de su conversión. Finalmente, realizó su intento final para alcanzar a este hombre para el Señor Jesucristo.

Estimado oyente, al despedirnos le rogamos que lea sin interrupción todo este discurso. Pasando por alto las peculiaridades de aquella situación, este mensaje, que es universal, se personaliza ante cada ser humano. Porque Dios le habla a cada uno de acuerdo con su necesidad. Le habló de una manera a Pablo, y de otra muy diferente a este rey. Le invitamos pues a abrirle al Señor, al Salvador, las puertas de su vida, para que Él pueda asumir el control, para transformarle y convertirle en una nueva persona.

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