Estudio bíblico de 2 Reyes 5:8-6:1

2 Reyes 5:8-6:1

Continuamos hoy estudiando el capítulo 5 del Segundo Libro de los Reyes. Y en nuestro programa anterior, estuvimos hablando de la joven sierva de la esposa de Naamán, general del ejército del rey de Siria. Y decíamos que ella era uno de esos personajes desconocidos y sin nombre en la Biblia. Era sierva, una hebrea, aún joven, pero una gran persona. Y dijimos que la considerábamos tan grande, quizás como la reina Ester, o Rut la moabita, o Betsabé, Sara, Rebeca o Raquel. Como sierva no estaba en ninguna posición para dar órdenes. Pero un buen día en una forma sutil esta muchacha le dijo a la esposa de Naamán: "¡Ojalá, mi señor fuera a ver al profeta en Samaria! Él sí lo sanaría de su lepra". Ahora, esto demuestra también que Eliseo gozaba de gran fama. Pues bien, la esposa de Naamán se lo contó a Naamán, y Naamán fue entonces y se lo dijo al rey. Y el rey acordó enviar a Naamán a la tierra de Israel, dándole algunas cartas para el rey de Israel y diciéndole que le enviaba a su siervo Naamán para que le sanara.

Ahora, cuando el rey de Israel leyó estas cartas, dijo que él no era Dios. Y que no podía sanar a ese hombre de su lepra O sea, que el mensaje había sido enviado al destinatario equivocado. El rey de Israel creyó ver en esa carta que el rey de Siria estaba buscando un pretexto para pelear contra él. ¿Cuál otra razón tendría para enviar al general de su ejército con este pedido imposible? Continuemos hoy, leyendo los versículos 8 hasta el 10 de este capítulo 5 del Segundo Libro de los Reyes:

"Cuando Eliseo, el varón de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel. Llegó Naamán con sus caballos y su carro y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. Entonces Eliseo le envió un mensajero a decirle: Ve y lávate siete veces en el Jordán; tu carne se restaurará y serás limpio."

Naamán era de un gran reino en el norte. El hecho es que en aquel entonces su nación estaba venciendo en las guerras, a la nación de Israel. Siria ya había ganado algunas victorias sobre Israel, y Naamán esperaba que le recibieran con grandes ceremonias. Pero, ¿qué ocurrió?

Eliseo le envió un mensaje diciéndole que fuera y se lavara siete veces en el río Jordán. Ahora, esto hirió el orgullo de Naamán. Eliseo en realidad recibió a este gran hombre de manera descortés. El hecho es que Eliseo ni le recibió. Ni siquiera salió a la puerta para recibirlo. Uno habría esperado que el profeta saludara con una reverencia a este gran general del ejército de Siria. Pero, en lugar de eso, Eliseo envió a su siervo para que hablara con Naamán y le dijera lo que le recomendaba hacer. Ahora, ¿Aceptaría Naamán este consejo? Bueno, continuemos leyendo aquí el versículo 11 de este capítulo 5:

"Naamán se fue enojado diciendo: Yo que pensaba:"De seguro saldrá enseguida, y puesto en pie invocará el nombre del Señor, su Dios, alzará su mano, tocará la parte enferma y sanará la lepra."

Naamán se sintió molesto porque era un hombre muy orgulloso. Nunca antes había recibido esa clase de trato. Ahora, el Señor no solamente le iba a sanar de su lepra, sino que también le curaría de su orgullo. Cuando Dios salva a alguien, estimado oyente, generalmente quita de su vida lo que ofende. Y sucede que el orgullo es una de las cosas que Dios aborrece. Oímos mucho hoy en cuanto al hecho de que Dios es amor, pero Dios también detesta algunas cosas. No se puede amar de verdad sin aborrecer. No se puede amar lo bueno sin aborrecer lo malo. Si usted ama de veras a sus hijos, aborrecerá cualquiera que le cause algún daño a sus hijos.

En un lenguaje inequívoco, Dios declaró que aborrece el orgullo en el corazón del hombre. En el capítulo 6 del libro de los Proverbios, versículos 16 y 17, dice: "Seis cosas aborrece el Señor, y aun siete le son abominables: los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos que derraman sangre inocente. . .etc." Y continúa en los versículos siguientes, mencionando las otras cosas que Dios aborrece. Pero, ¿ha visto usted qué figura en primer lugar en la lista de Dios? La mirada altiva. Dios dijo que la aborrecía. Aborrece los ojos altivos, tanto como aborrece el homicidio. Ahora, el apóstol Santiago, en el Nuevo Testamento, en el capítulo 4 de su carta, versículo 6, dice: "Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes". La soberbia, estimado oyente, es la ruina de los seres humanos, es un gran pecado. Una vez más, en el libro de Proverbios, capítulo 16, versículo 18, leemos: "Antes del quebranto está la soberbia, y antes de la caída, la altivez de espíritu". Y en el capítulo 11 del mismo libro de Proverbios, versículo 2, dice: "Cuando llega la soberbia, viene también la deshonra; pero con los humildes está la sabiduría". Y por último, en el capítulo 29 del mismo libro de Proverbios, versículo 23, dice: "La soberbia del hombre le acarrea humillación; pero al humilde de espíritu lo sustenta la honra". Ahora, ¿Por qué aborrece Dios la soberbia, el orgullo? Una definición de la soberbia dice que es un "excesivo amor propio". Es un amor propio desmesurado. Es más que un deleite razonable por la posición y logros personales. Pablo lo expresó de esta manera, en su carta a los Romanos, capítulo 12, versículo 3, diciendo: "Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno". La soberbia, pues, es ponerse uno mismo un precio excesivo. Es pedir más de lo que uno en verdad vale.

¿Ha escuchado usted alguna vez la frase: "Ojalá pudiera yo comprar a ese hombre por lo que vale, y venderlo por lo que él cree que vale?" Pues, bien, ese es el orgullo. Es la diferencia entre lo que usted es y lo que usted cree que es. Fue la soberbia de Satanás la que lo humilló. Ése fue su pecado. La soberbia fue también el pecado de Edom. En cuanto a Edom, Dios dijo en Abdías, versículo 4: "Aunque te remontaras como águila, y entre las estrellas pusieres tu nido, de ahí te derribaré, dice el Señor."

La soberbia del ser humano se opone al plan de Dios, y en cualquier lugar en que ambos se encuentren, siempre habrá fricción. No hay compromiso posible. En realidad, lo que ocurre es una colisión, un choque frontal. Porque el plan de Dios para la salvación es la respuesta suprema a la soberbia del hombre. Dios derriba al hombre. Dios no necesita ni recibe nada del hombre. Cuando el apóstol Pablo se encontró con el Señor Jesucristo, pudo decir en cuanto a sí mismo, en su carta a los Filipenses, capítulo 3, versículo 7: "Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo". O sea que, Pablo abandonó la religión tal como él la entendía, Pablo dejó atrás todo, considerándolo como basura, renunciando a ello. Cristo y el orgullo, estimado oyente, no pueden estar juntos. No se puede ser altivo, orgulloso y al mismo tiempo confiar en el Señor como nuestro Salvador. Si usted confía en Él, estimado oyente, usted tendrá que abandonar toda su soberbia.

Esta historia de Naamán es el mejor ejemplo que tenemos, de un hombre que fue despojado de su soberbia. Era un gran hombre, de eso no hay duda. Dios enumeró todas las cualidades que le destacaban como un hombre de carácter y de capacidad. Pero la realidad fue que era leproso. Era un pecador. Y Dios no solamente le sanó de su lepra, sino también de su soberbia. Podríamos llegar a decir que Eliseo, con su actitud desdeñosa, le insultó. Como ya hemos señalado, Naamán esperaba otro recibimiento por parte de Eliseo, que éste iba a salir a recibirlo, y que se pondría delante de él invocando el nombre del Señor su Dios, le tocaría en el lugar de su lepra, y él quedaría sanado. Y en eso consiste la religiosidad externa, estimado oyente. Pero cuando Dios sana a una persona, lo hace mediante la fe. Dios, en cierto modo, deja el orgullo del hombre abatido en tierra. Nuestra sanidad no depende de un ser humano. Debemos acudir a Dios, el Gran Médico divino para ser sanados. Continuemos, ahora, leyendo el versículo 12 de este capítulo 5 del Segundo Libro de Reyes. Naamán continuó enfadado y dijo, como vemos aquí en el versículo 12:

"Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavo en ellos, ¿no quedaré limpio también? Y muy enojado se fue de allí."

En esto estamos de acuerdo con Naamán. Esos ríos allí en el Líbano, son hermosos, sus aguas son limpias y emiten un suave murmullo al encontrarse con las rocas. El Jordán, en cambio, es un río embarrado. Sus aguas ni siquiera pueden ser comparadas con la hermosura de las aguas de los ríos del Líbano. Y Naamán dijo: "Bueno, ¿por qué voy a lavarme en el río Jordán, cuando hay aquellos ríos que tan bien conozco, de aguas tan limpias?"

Aquí hay alguna aplicación espiritual para nosotros. Hay muchos a quienes no les agrada acudir a la cruz de Cristo. Es un lugar de ignominia, de afrenta pública. Es un lugar de vergüenza. Hay muchos que no quieren ir a la cruz. En cambio, prefieren hacer algo importante con sus propias fuerzas. Y eso es lo que Naamán quería hacer. ¡Ah, la soberbia de Naamán! Dijo que los ríos de Damasco eran mejores, y verdaderamente lo eran. Por otra parte, estaba muy disgustado por la insolencia e impertinencia del profeta, que le mandó que se lavara en el Jordán. Volviendo a nuestra situación, estimado oyente, usted tendrá que acudir a la cruz de Cristo. Nadie puede acudir a Cristo para presentarse ante Él como una persona orgullosa. Cuando usted va a Él, no puede decir que tiene algo en lo cual se está apoyando. Usted viene a Él tal como es, en la condición en que se encuentra, sin otra confianza que la de ser recibido por Su amor y Su gracia. Todo lo que necesita hacer es aceptar la obra del Señor Jesucristo en la cruz.

Volvamos ahora al capítulo 5 de este Segundo Libro de Reyes y leamos el versículo 13:

"Pero sus criados se le acercaron y le dijeron: Padre mío, si el profeta te mandara hacer algo difícil, ¿no lo harías? ¿Cuánto más si sólo te ha dicho: Lávate y serás limpio?"

Observemos lo que los siervos de Naamán le dijeron. Cuántas personas hay en este mundo hoy a las que les gustaría hacer alguna gran obra o un gran sacrificio para obtener la salvación. Pero usted no tiene que hacer nada, estimado oyente. Él ya lo ha hecho todo por nosotros. Todo lo que necesitamos hacer, es recibirlo. Acudimos a Él como mendigos. Y veamos, entonces lo que Naamán hizo, aquí en el versículo 14:

"Descendió entonces Naamán y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios, y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio."

Naamán descendió al Jordán y se zambulló en él siete veces de acuerdo con las instrucciones de Eliseo. ¡Cuánto nos hubiera gustado estar allí para poder verle! Creemos que después de cada vez que se zambulló se miraba y hasta quizás habrá dicho: "Esto es absurdo. No me estoy limpiando nada. No me estoy librando de la lepra". Y así una y otra vez que salía del agua. Hasta que hubo salido siete veces y comprobó que había sido sanado. Y continuamos leyendo en los versículos 15 hasta el 19, para leer algo sobre el criado de Eliseo, concretamente

El pecado de Giezi y su castigo

"Luego volvió con todos sus acompañantes adonde estaba el hombre de Dios, se presentó delante de él y le dijo: Ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas un presente de tu siervo. Pero él dijo: ¡Vive el Señor, en cuya presencia estoy!, que no lo aceptaré. Y aunque le instaba a que aceptara alguna cosa, Eliseo no quiso. Entonces Naamán dijo: Te ruego, pues, ¿no se dará a tu siervo de esta tierra la carga de un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino al Señor. En esto perdone el Señor a tu siervo: cuando mi señor, el rey, entre en el templo de Rimón para adorar allí, y se apoye sobre mi brazo, si yo también me inclino en el templo de Rimón, si hago tal cosa, que el Señor perdone en esto a tu siervo. Eliseo le respondió: Ve en paz. Se fue, pues, y caminó como media legua de tierra."

Ahora, profundamente agradecido por su curación, y después de reconocer la realidad de Dios, Naamán presionó a Eliseo para que aceptase los valiosos regalos que le había traído, como muestra de su aprecio y gratitud. Pero Eliseo no aceptaría ningún pago por lo que Dios había hecho. Por otra parte, pidió un permiso especial, de parte de Eliseo, para acompañar al rey de Siria en su adoración al ídolo Rimón y aun de inclinarse ante el ídolo, cuando su rey así lo hiciera, aunque le prometió no ofrecer más sacrificios a otros dioses, porque sólo adoraría al Señor.

Ahora, Eliseo tenía un siervo llamado Giezi. Y a Giezi no le gustó perder esa recompensa generosa. De modo que, decidió seguir a Naamán y decirle algo para lograr su propósito.) Veamos su actitud en los versículos 21 al 23:

"Siguió Giezi a Naamán, y cuando Naamán vio que venía corriendo detrás de él, se bajó del carro para recibirlo, y le preguntó: ¿Va todo bien? Todo bien?respondió él. Pero mi señor me envía a decirte: Acaban de venir a verme de los montes de Efraín dos jóvenes de los hijos de los profetas; te ruego que les des tres mil monedas de plata y dos vestidos nuevos. Naamán dijo: Toma, por favor, los dos talentos. Le insistió y ató los dos talentos de plata en dos bolsas, junto con dos vestidos nuevos, y lo dio todo a dos de sus criados para que lo llevaran a cuestas delante de Giezi."

Observemos la codicia de Giezi y el engaño para obtener lo que quería. Continuemos con los versículos 24 y 25:

"Cuando llegó a un lugar secreto, lo tomó de manos de ellos y lo guardó en la casa. Luego mandó a los hombres que se fueran. Entonces entró y se presentó ante su señor. Eliseo le dijo: ¿De dónde vienes, Giezi? Tu siervo no ha ido a ninguna parte?respondió él."

El criado Giezi permitió a los siervos llevar los regalos hasta cierto lugar y luego los guardó el mismo. Después regresó a su trabajo actuando como si nada hubiera ocurrido. Pero veamos que sucedió leyendo los versículos 26 y 27:

"Pero Eliseo insistió: Cuando aquel hombre descendió de su carro para recibirte, ¿no estaba también allí mi corazón? ¿Acaso es tiempo de tomar plata y tomar vestidos, olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas? Por tanto, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre. Y salió de su presencia leproso, blanco como la nieve."

El gran pecado de Naamán había sido la soberbia. Y el gran pecado de Giezi fue la codicia. Es que la codicia es la lepra del alma. Y así concluye nuestro estudio de este capítulo 5 del Segundo Libro de Reyes. Pasamos ahora a

2 Reyes 6:1

El tema aquí es el milagro del hacha flotando y el peligro en Dotan. En este capítulo veremos otras experiencias emocionantes vividas por Eliseo. Él fue un profeta extraordinario, aunque diferente a Elías. El ministerio de Elías había sido público; pero el de Eliseo fue más privado. Por ejemplo, hemos visto como trató el problema de Naamán. Elías había sido espectacular; recordemos cómo hizo descender fuego del cielo. En cambio Eliseo era una persona tranquila, que rechazaba las actuaciones públicas. Pero ambos fueron hombres de Dios que actuaron en el tiempo fijado por Él. El primer párrafo de este capítulo tiene que ver con el milagro de

El hacha

que desarrollaremos en nuestro próximo programa. Nuestra atención se centra nuevamente en Eliseo. No hay otro milagro que revele tan bien el carácter de una persona y de un profeta como el milagro en que Eliseo hizo flotar un hacha. Leamos el versículo 1 de este capítulo 6 de 2 Reyes:

"Los hijos de los profetas dijeron a Eliseo: Mira, el lugar en que vivimos contigo es estrecho para nosotros."

Este episodio revela algo de la popularidad de Eliseo. Él era un profesor en la escuela de los profetas, que era como un seminario teológico. La escuela creció y necesitaban instalaciones más amplias. Esto se había debido a lo muy conocido que era Eliseo. Su testimonio como profeta había hecho evidente el poder de Dios para sanar a las personas, para proveer alimentos a los necesitados, agua para los sedientos, y para alterar el curso de los acontecimientos. Su fe y dependencia de Dios fueron un ejemplo para estos jóvenes que dedicaban su vida a desarrollar un testimonio efectivo en medio de su pueblo. En este programa nos hemos centrado mayormente en la curación de la lepra de Naamán. Destacamos el hecho de que Naamán trató de recompensar a Eliseo por haber sido sanado. Estimado oyente, parece que el ser humano no acaba de hacerse a la idea de que para lograr la salvación no hay que recompensar a Dios ni es necesario intentar ganar su favor mediante donativos, ofrendas, obras meritorias o sacrificios personales. En cuanto a los bienes materiales, San Pedro dijo claramente en su primera carta 1:18; "Pues ya sabéis que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir que heredasteis de vuestros antepasados no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo". Y con respecto al valor de los esfuerzos personales frente a Dios, San Pablo fue muy claro al declarar en su carta a los Efesios 2:8, "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es algo que vosotros mismos hayáis conseguido, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie pueda jactarse de nada."

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