Estudio bíblico de 2 Reyes 18:17-19:32

2 Reyes 18:17-19:32

Continuamos hoy nuestro estudio del capítulo 18 del Segundo Libro de Reyes. Y en nuestro programa anterior, hablamos del rey Ezequías. Y dijimos que fue un rey extraordinario, porque ni antes ni después de él, hubo otro como él entre todos los reyes de Judá. Fue un gran rey al cual Dios usó poderosamente. Y dijimos que por esa razón, encontramos el relato de su vida, en tres libros del Antiguo Testamento: en el Segundo Libro de Reyes, en el Segundo Libro de Crónicas y en la profecía de Isaías. Vimos también que Ezequías trató, sin éxito, de rebelarse contra Asiria. Y por esa razón, tendría que pagar un tributo. Ahora, Senaquerib, trató de aterrorizar al reino del sur, o de Judá y amenazó la ciudad de Jerusalén. Y vimos cómo Ezequías entregó toda la plata que fue hallada en la casa del Señor y en los tesoros de la casa real. También quitó el oro de las puertas del templo y de sus marcos, que él mismo había cubierto con oro y lo entregó todo al rey de Asiria. Leamos los versículos 17 al 21 de este capítulo 18 del Segundo Libro de Reyes, para considerar

La segunda invasión de Judá por Senaquerib

"Después el rey de Asiria envió contra el rey Ezequías al jefe de los ejércitos, al jefe de los eunucos y al copero mayor, al frente de un gran ejército, y estos subieron de Laquis a Jerusalén para atacarla. Al llegar acamparon junto al acueducto del estanque de arriba, en el camino de la heredad del Lavador. Llamaron luego al rey, y salió a encontrarse con ellos Eliaquim hijo de Hilcías, el mayordomo, Sebna, el escriba, y Joa hijo de Asaf, el canciller. Y el copero mayor les dijo: Decid ahora a Ezequías: Así dice el gran rey de Asiria: ¿Qué confianza es esta en que te apoyas? Dices (pero son palabras vacías): Consejo tengo y fuerzas para la guerra. Pero ¿en qué confías, que te has rebelado contra mí? Veo que confías en este bastón de caña astillada, en Egipto, que si uno se apoya en él se le clava y le traspasa la mano. Tal es el faraón, rey de Egipto, para todos los que en él confían."

Senaquerib trató de aterrorizar a Ezequías, amenazando a Jerusalén con un gran ejército. Envió una delegación para que hablara con Ezequías. El rey, a su vez, envió a sus delegados. El mensaje que Senaquerib envió a Ezequías era un directo desafío pagano contra Dios. Sabiendo que Ezequías estaba esperando ayuda de Egipto, su copero mayor ridiculizó a Egipto comparándolo como una caña astillada que si uno se apoyaba en ella, se le clavaba y le atravesaba la mano. Fue como decirle que no podría esperar ninguna ayuda de Egipto. Y entonces trató de eliminar el segundo apoyo. Continuemos leyendo el versículo 22:

"Si me decís: Nosotros confiamos en el Señor, nuestro Dios, ¿no es este aquel cuyos lugares altos y altares ha quitado Ezequías, y ha dicho a Judá y a Jerusalén: Delante de este altar adoraréis en Jerusalén?"

Parece aquí que Senaquerib estuviera confundido. Cuando Ezequías quitó los lugares altos, Senaquerib creyó que estaba quitando los altares al Dios vivo y verdadero. No entendió que Ezequías estaba quitando de la tierra los altares e ídolos paganos, y que su acción era un acto de obediencia, y no de sacrilegio. Los judíos solamente adoraban a Dios en un solo altar en Jerusalén. Se acercaban a Dios sólo por medio de un sacrificio de sangre. Sin embargo, a Senaquerib le pareció que Ezequías había desechado a su Dios cuando más lo necesitaba. Y continuamos leyendo el versículo 23 de este capítulo 18 del Segundo Libro de Reyes:

"Ahora, pues, te ruego que hagas un trato con mi señor, el rey de Asiria: yo te daré dos mil caballos si tú consigues jinetes para ellos."

Éste fue un insulto y una fuerte expresión de desprecio al poder militar de Judá. Ahora, era verdad que Dios usó a las naciones extranjeras para castigar a Su pueblo. Continuemos leyendo aquí los versículos 25 y 26:

"¿Acaso he venido yo ahora a este lugar para destruirlo sin contar con el Señor? El Señor me ha dicho: Sube a esta tierra, y destrúyela. Entonces Eliaquim hijo de Hilcías, y Sebna y Joa respondieron al copero mayor: Te rogamos que hables a tus siervos en arameo, porque nosotros lo entendemos, y no hables con nosotros en lengua de Judá a oídos del pueblo que está sobre el muro."

Ahora, los judíos estaban en fila en la muralla de la ciudad de Jerusalén, observando todo lo que ocurría. Los oficiales de Judá pidieron que cualquier conversación que se llevara a cabo, se hiciera en el lenguaje de los sirios, para evitar un efecto negativo sobre el pueblo. Pero el copero mayor sirio estaba desmoralizando a las tropas y dijo aquí en los versículos 28 al 32:

"Entonces el copero mayor se puso en pie y clamó a gran voz en lengua de Judá: Oíd la palabra del gran rey, el rey de Asiria. Así ha dicho el rey: No os engañe Ezequías, porque no os podrá librar de mis manos. No os haga Ezequías confiar en el Señor, diciendo: Ciertamente nos librará el Señor, y esta ciudad no será entregada en manos del rey de Asiria. No escuchéis a Ezequías, porque así dice el rey de Asiria: Haced conmigo las paces y rendíos ante mí; que cada uno coma de su vid y de su higuera, y beba cada uno las aguas de su pozo, hasta que yo venga y os lleve a una tierra como la vuestra, tierra de grano y de vino, tierra de pan y de viñas, tierra de olivas, de aceite y de miel. Viviréis y no moriréis. No oigáis a Ezequías, porque os engaña cuando dice: El Señor nos librará."

La delegación Asiria trató de persuadir a los judíos a que se rindieran. Les repitió que ni Ezequías ni Dios les podían ayudar. Les dijo que sus vidas se salvarían sólo mediante la rendición. Y que incluso si les deportaban, serían llevados a una tierra tan maravillosa como la de ellos. Y continuó el copero hablando aquí en los versículos 33 al 35 y dijo:

"¿Acaso alguno de los dioses de las naciones ha librado su tierra de manos del rey de Asiria? ¿Dónde está el dios de Hamat y de Arfad? ¿Dónde está el dios de Sefarvaim, de Hena, y de Iva? ¿Pudieron estos dioses librar a Samaria de mis manos? ¿Qué dios entre todos los dioses de estas tierras ha librado su tierra de mis manos, para que el Señor libre de mis manos a Jerusalén?"

Para el copero éste era un argumento aplastante e irrebatible. Era cierto que ningún dios había librado a su pueblo del poder del rey de Asiria. Por supuesto que él no sabía que los dioses de las otras naciones no eran realmente dioses, mientras que el Dios vivo y verdadero es el "Señor de toda la tierra". Y dice el versículo 36 de este capítulo 18 de 2 Reyes:

"Pero el pueblo calló y no le respondió ni una palabra, porque el rey había dado una orden que decía: No le respondáis."

Esta sección pues, concluye con el reportaje de los delegados del rey Ezequías, sobre las negociaciones con los embajadores o delegados del emperador sirio. Llegamos así a

2 Reyes 19:1-32

En este capítulo el rey Ezequías recurrió a Dios y al profeta Isaías. Se destacan los siguientes eventos. Con gran congoja, pidió que Isaías orara por el pueblo de Israel ante la amenaza asiria. Isaías, por su parte, les animó. Senaquerib envió una carta blasfema a Ezequías. Tenemos luego, la oración de Exequias, la profecía de Isaías contra Senaquerib, la muerte de los asirios por un ángel, y la muerte de Senaquerib por sus propios hijos.

Ezequías llegó al trono en tiempos de gran aflicción, convulsión e incertidumbre. El reino del norte había sido llevado cautivo por Asiria. En este momento el ejército asirio había llegado a la misma entrada de Jerusalén. Esto era suficiente como para asustar a Ezequías. Y además, el copero mayor y hombre de confianza del rey de Asiria, se quedó fuera de la muralla propalando toda clase de burlas e insultos. Se jactó acerca de las grandes cosas que Asiria haría contra Jerusalén y ridiculizó la idea de que Dios podía librarles. El pobre Ezequías casi desfalleció ante todo esto, lo cual era natural porque Ezequías estaba aun aprendiendo a acudir al Señor y a confiar en Él. Leamos, pues, el primer versículo de este capítulo 19, donde vemos que en primer lugar,

Ezequías buscó la ayuda de Dios

"Cuando el rey Ezequías lo oyó, rasgó sus vestidos, se cubrió con vestiduras ásperas y entró en la casa del Señor."

El rasgar los vestidos y colocarse ropas ásperas indicaba el profundo dolor y aflicción de Ezequías. Observemos que fue al templo del Señor. Y, por cierto, es un buen lugar para ir cuando se encuentra en un estado de depresión. Es el momento indicado para acudir a Dios. Y continuamos leyendo el versículo 2:

"Y envió a Eliaquim, el mayordomo, a Sebna, el escriba, y a los ancianos de los sacerdotes, cubiertos de ropas ásperas, a ver al profeta Isaías hijo de Amoz"

Nos preguntamos si usted, estimado oyente, ha observado algún paralelo entre esta situación y los tiempos en que vivimos. Aunque creemos que muchos consideran que estamos viviendo en una edad sumamente avanzada y humanitaria, con una cultura occidental y cristiana, y que la nación del rey Ezequías era incivilizada, primitiva con elementos del paganismo. Sin embargo, en medio de todos los agobiantes problemas personales, familiares y sociales que estamos afrontando, ¿ha oído usted que algún dirigente haya acudido a Dios para saber Su voluntad o para pedir Su ayuda para superar alguna situación de emergencia o conflictiva? Seguramente la respuesta será negativa. Y sin embargo, a pesar de la abundancia de expertos especializados en todas las áreas, la situación tiende a empeorar y cada vez parece más difícil armonizar las opiniones discrepantes o controlar la creciente agresividad entre los miembros de una sociedad tan sofisticada en su organización. Nuestra única esperanza, estimado oyente, es acudir a Dios en esta hora oscura y amenazadora que confrontamos en la historia.

Ezequías tuvo suficiente criterio como para acudir a Dios en su hora de necesidad. Prosigamos, ahora, leyendo los versículos 3 hasta el 5 de este capítulo 19 del Segundo Libro de Reyes:

"para que le dijeran: Así ha dicho Ezequías: Este día es día de angustia, de reprensión y de blasfemia, porque los hijos están a punto de nacer y la que da a luz no tiene fuerzas. Quizá oirá el Señor, tu Dios, todas las palabras del copero mayor, a quien el rey de los asirios, su señor, ha enviado para blasfemar contra el Dios viviente y para insultar con palabras, las cuales el Señor, tu Dios, ha oído. Por tanto, eleva una oración por el remanente que aún queda. Entonces los siervos del rey Ezequías llegaron a ver a Isaías"

Vemos que Ezequías dijo: "Quizá oirá el Señor, tu Dios, todas las palabras del copero mayor". Observemos que no dijo: "Nuestro Dios", sino tu Dios. ¡Pobre Ezequías! Quizás no conocía bien a Dios, pero tenía el suficiente sentido común como para apelar a Él en un momento angustioso como éste. En realidad no tenía otra alternativa sino la de acudir directamente a Dios. E Isaías le respondió en los versículos 6 y 7:

"éste les respondió: Así diréis a vuestro señor: Así ha dicho el Señor: No temas por las palabras que has oído, con las cuales han blasfemado contra mí los siervos del rey de Asiria. Mira, voy a poner en él un espíritu, oirá un rumor, se volverá a su tierra y allí le haré caer a espada."

Esta profecía fue cumplida literalmente. Ahora, veamos el ánimo que Isaías le infundió al rey. Le dijo que no se preocupara por él: se trataba de un fanfarrón que se jactaba y blasfemaba. A su tiempo, Dios ya se ocuparía de él.

Estimado oyente, ¡si aprendiéramos a dejar que Dios se hiciera cargo de nuestros enemigos! Las dificultades y los problemas surgen cuando nosotros tratamos de afrontar este tipo de situación con nuestras propias fuerzas, y según nuestro propio parecer, y nos apartamos de la fe y confianza en Dios, de manera que Él no interviene a nuestro favor y quedaremos defraudados. Leamos los versículos 8 y 9 de este capítulo 19 del Segundo Libro de Reyes, para comenzar a considerar

La carta amenazadora

"El copero mayor regresó y se encontró al rey de Asiria combatiendo contra Libna, pues oyó que se había ido de Laquis. Allí el rey de Siria se enteró de que Tirhaca, rey de Etiopía, había salido para hacerle guerra, y volvió a enviar embajadores a Ezequías diciendo"

El copero mayor que había regresado a su señor le encontró implicado en una guerra contra Libna. Y una acción amenazadora del rey de Etiopía le impidió regresar para atacar a Jerusalén inmediatamente. Así que le envió a Ezequías una carta de advertencia. Lo que le dijo está expresado en los versículos 10 al 13:

"Así diréis a Ezequías, rey de Judá: Que no te engañe el Dios en quien tú confías, diciéndote: Jerusalén no será entregada en manos del rey de Asiria. Has oído lo que han hecho los reyes de Asiria a todas las tierras que han destruido. ¿Vas a escapar tú? ¿Acaso libraron sus dioses a las naciones que mis padres destruyeron, esto es, a Gozán, Harán, Resef, y a los hijos de Edén que estaban en Telasar? ¿Dónde está el rey de Hamat, el rey de Arfad, y el rey de la ciudad de Sefarvaim, de Hena y de Iva?"

Fue un mensaje inquietante. El rey de Asiria había apartado todo obstáculo de su camino. ¿Cómo pensaba Ezequías que iba a escapar? Dice el versículo 14:

"Ezequías tomó la carta de manos de los embajadores. Después de leerla subió a la casa del Señor y la extendió delante del Señor."

Estimado oyente, necesitamos extender nuestros problemas delante del Señor, así como lo hizo Ezequías. Desde el día en que empezamos a transmitir este programa La fuente de la vida hemos recibido muchas cartas realmente muy especiales. Hemos podido exponerlas ante el Señor en oración, dejando que Él resuelva los problemas, porque nosotros no podemos hacerlo. Él es especialista en esto. Ezequías, pues, actuó sabiamente cuando extendió las carta delante del Señor. Y continuamos leyendo los versículos 15 y 16 de este capítulo 19 del Segundo Libro de Reyes, que comienzan a presentar

La oración de Ezequías

"Entonces oró Ezequías delante del Señor diciendo: Señor, Dios de Israel, que moras entre los querubines, solo tú eres Dios de todos los reinos de la tierra. Tú hiciste el cielo y la tierra. Inclina, Señor, tu oído y oye; abre, Señor, tus ojos y mira. Oye las palabras que Senaquerib ha enviado a decirme para blasfemar contra el Dios viviente."

Observemos cómo Ezequías se aproximó a Dios. ¿Ha sentido usted alguna vez que Dios no le escucha? Así fue como Ezequías se sintió. Continuemos escuchándole en los versículos 17 y 18:

"Es verdad, Señor, que los reyes de Asiria han destruido las naciones y sus tierras, y que han echado al fuego a sus dioses, por cuanto ellos no eran dioses, sino obra de manos humanas, de madera o de piedra, y por eso los destruyeron."

Lo que el copero mayor de Siria había dicho era cierto. No estaba presumiendo cuando dijo que Asiria había superado todos los obstáculos que se le presentaron ya había arrojado al fuego los ídolos de otras naciones. Y la oración terminó con la apelación que encontramos en el versículo 19, que dice así:

"Ahora, pues, Señor, Dios nuestro, sálvanos, te ruego, de sus manos, para que sepan todos los reinos de la tierra que sólo tú, Señor, eres Dios."

Y a continuación leamos el versículo 20, donde comienza

La respuesta de Dios

"Entonces Isaías hijo de Amoz envió a decir a Ezequías: Así ha dicho el Señor, Dios de Israel: He oído lo que me pediste acerca de Senaquerib, rey de Asiria."

Es importante destacar que Dios dijo que Él estaba escuchando a Ezequías mientras oraba. Y continuó diciendo en los versículos 21 y 22:

"Esta es la palabra que el Señor ha pronunciado acerca de él: La virgen, hija de Sión, te menosprecia, se burla de ti; a tus espaldas mueve su cabeza la hija de Jerusalén. ¿A quién has insultado y contra quién has blasfemado?, ¿contra quién has alzado la voz, y levantado altanero tus ojos? Contra el Santo de Israel."

Aquí se destaca la intención de Dios de destruir a aquel ejército de Asiria. Y la respuesta continuó en los versículos 23 y 24:

"Por medio de tus mensajeros has insultado al Señor y has dicho: Con la multitud de mis carros he subido a las alturas de los montes, a lo más inaccesible del Líbano; cortaré sus altos cedros, sus cipreses más escogidos; me alojaré en sus más remotos lugares, en el bosque de sus feraces campos. He cavado y bebido las aguas extrañas, he secado con las plantas de mis pies todos los ríos de Egipto."

Dios aquí repitió las palabras de jactancia del rey de Asiria, de que las montañas no le detendrían, ni tampoco los desiertos, pues cavaría pozos para obtener agua. Los ríos tampoco serían un obstáculo, porque encontraría formas de secarlos.

Ahora Dios se dirigió al orgulloso rey de Asiria. Le dijo que el surgimiento y la caída de las naciones era acción suya. Isaías había escrito anteriormente en el capítulo 10:5 de su profecía, que Dios dijo que Asiria era el palo con el que Él en su ira castigaba, y la vara que usaba cuando se enojaba. Y, volviendo a nuestro texto en este capítulo 19 de 2 Reyes, leamos los versículos 25 y 26:

"¿Pero nunca oíste que desde tiempos antiguos yo lo hice, y que desde los días de la antigüedad lo tengo ideado? Pues ahora lo he hecho venir: Tú causarás desolaciones, y reducirás las ciudades fortificadas a montones de escombros. Sus habitantes, impotentes, fueron acobardados y confundidos; vinieron a ser como la hierba del campo, como hortaliza verde, como heno de los terrados, que se marchita antes de madurar."

Es decir, que las víctimas de Asiria fueron incapaces de ofrecer una resistencia efectiva porque había sido Dios el que llenó sus corazones de temor. Y los versículos 27 y 28 añaden:

"He conocido tu situación, todos tus movimientos, y tu furor contra mí. Por cuanto te has airado contra mí, por cuanto tu arrogancia ha subido a mis oídos, voy a poner mi garfio en tu nariz y mi freno en tus labios, y te haré volver por el camino por donde viniste."

Aquí Dios expuso su intención de detener al invasor y enviarle de regreso por donde había venido. Y leamos ahora el versículo 29:

"Esto te daré por señal, Ezequías: Este año comeréis lo que nacerá de suyo, y el segundo año lo que nacerá de suyo. Al tercer año sembraréis y segaréis, plantaréis viñas y comeréis el fruto de ellas."

El Señor se dirigió aquí a Ezequías. Aparentemente, la presencia del ejército Asirio había hecho que los granjeros de los alrededores de Jerusalén no sembraran sus tierras. Dios prometió que con el trigo que naciera por sí solo tendrían suficiente para comer, e incluso en el tercer año podrían sembrar y recoger su cosecha en paz. Porque el rey Senaquerib de Asiria no estaría cerca para destruir la cosecha. Y continuamos leyendo los versículos 30 al 32:

"Lo que haya escapado, lo que haya quedado de la casa de Judá, volverá a echar raíces por debajo y llevará frutos por arriba. Porque de Jerusalén saldrá un resto, y del monte Sión los que se salven. El celo del Señor de los ejércitos hará esto. Por tanto, así dice el Señor acerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, ni lanzará flechas en ella; ni la enfrentará con escudo, ni levantará contra ella un baluarte."

Isaías estaba pronunciando una declaración muy audaz, pero se trataba de la Palabra del Señor. Seguramente la gente de Jerusalén se preguntaría si Isaías sería un verdadero profeta. Cuando Isaías hizo una profecía de cumplimiento lejano en el tiempo, como, por ejemplo, que la virgen concebiría y daría a luz un hijo, la gente podría especular sobre cuándo se cumpliría tal profecía. Y no se cumpliría hasta el nacimiento de Cristo, unos setecientos años después; así que nadie de los que escucharon esta profecía estaría allí para comprobar su cumplimiento. Pero en nuestro relato de hoy, Isaías estaba pronunciando una profecía sobre una situación local, cuyo cumplimiento verían dentro de pocos días.

Allí estaba el ejército Asirio acampando fuera de las puertas de Jerusalén. Ese ejército había derribado toda oposición y ere temido en el mundo antiguo. En aquel momento Dios estaba declarando por medio de Isaías que ellos no sitiarían la ciudad de Jerusalén y que ni siquiera dispararían una sola flecha hacia la ciudad.

Pensemos que había unos 185.000 soldados alrededor de las murallas de Jerusalén. Cabría esperar que entre tantos, habría al menos un soldado pronto a disparar una flecha sobre las murallas. Si ello hubiera ocurrido, entonces habría sido evidente que Isaías no era un verdadero profeta de Dios. Porque Dios había dicho, por medio de Isaías, que ni una sola flecha caería sobre la ciudad. Esa sería, pues, la manera en que la gente de aquel tiempo sabría que él era un auténtico profeta de Dios.

Hoy hemos finalizado con una imagen de la majestad de Dios. Obrando como soberano y juez justo, le vimos actuar protegiendo a un pueblo y deteniendo con su poder a un ejército invasor invencible. Pero también le hemos visto como un Dios de misericordia y paciente, que se revela a los seres humanos de muchas maneras, de acuerdo con su momento histórico y su condición. Por ello envió al mundo a su Hijo Jesucristo, el príncipe de Paz, con un mensaje de salvación, para que aquella persona que se encuentra lejos de Él, cambie de dirección, se vuelva hacia Él, y crea en Él.

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