Estudio bíblico: El acorde final de una vida bendecida - 2 Reyes 13:14-21

Serie:   Eliseo   

Autor: Wolfgang Bühne
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Alemania
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El acorde final de una vida bendecida (2 Reyes 13:14-21)

(2 R 13:14-21) "Estaba Eliseo enfermo de la enfermedad de que murió. Y descendió a él Joás rey de Israel, y llorando delante de él, dijo: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y le dijo Eliseo: Toma un arco y unas saetas. Tomó él entonces un arco y unas saetas. Luego dijo Eliseo al rey de Israel: Pon tu mano sobre el arco. Y puso él su mano sobre el arco. Entonces puso Eliseo sus manos sobre las manos del rey, y dijo: Abre la ventana que da al oriente. Y cuando él la abrió, dijo Eliseo: Tira. Y tirando él, dijo Eliseo: Saeta de salvación de Jehová, y saeta de salvación contra Siria; porque herirás a los sirios en Afec hasta consumirlos. Y le volvió a decir: Toma las saetas. Y luego que el rey de Israel las hubo tomado, le dijo: Golpea la tierra. Y él la golpeó tres veces, y se detuvo. Entonces el varón de Dios, enojado contra él, le dijo: Al dar cinco o seis golpes, hubieras derrotado a Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora sólo tres veces derrotarás a Siria. Y murió Eliseo, y lo sepultaron. Entrado el año, vinieron bandas armadas de moabitas a la tierra. Y aconteció que al sepultar unos a un hombre, súbitamente vieron una banda armada, y arrojaron el cadáver en el sepulcro de Eliseo; y cuando llegó a tocar el muerto los huesos de Eliseo, revivió, y se levantó sobre sus pies."

Un último encargo

Antes de entrar en la reflexión sobre el final cautivador de Eliseo, queremos mencionar aún una escena que se nos narra muy brevemente en (2 R 9:1-3). Allí se trata del último mandato de Dios para Elías, un mandato que aún no había sido realizado. Eliseo, su sucesor, habría de ser quien lo llevara a cabo: ungir a Jehú por rey sobre Israel (1 R 19:16). Parece como si este hubiese sido el último acto público de su servicio, aunque él mismo ya no lo llevó a cabo, sino que autorizó para ello a un hijo de los profetas.
Entonces vemos que Eliseo llamó a uno de sus discípulos, le dio su redoma de aceite y el mandato de ungir secretamente por rey sobre Israel a Jehú, lo cual era un acto peligroso. Además, durante este ungimiento debía transmitirle la orden de ejecutar el juicio sobre la casa de Acab y sobre su mujer Jezabel, una vez que llegara a ser rey sobre Israel, algo que hizo con toda crueldad una vez que tomó el poder.
No sabemos por qué Eliseo no fue él mismo para ungir a Jehú por rey. Quizá hubiese sido difícil o imposible este ungimiento, si hubiese aparecido allí públicamente; de ahí que enviara a un hijo desconocido de los profetas, para llevarlo a cabo.
Tristemente, los corazones de los israelitas y de sus reyes no fueron cambiados por los milagros asombrosos de Eliseo, ni tampoco ejerció una influencia duradera sobre sus conciencias. Así que, lo único que quedaba para ellos era el juicio. Parece como si Eliseo, una vez cumplido ese último mandato, se hubiese retirado a una vida tranquila y apartada hasta su muerte.

Los últimos años de Eliseo

Ahora llegamos a la última escena impresionante de este profeta tan ricamente bendecido. Había vivido ya la muerte de varios reyes: Joram, Jehú, y Joacaz. Ahora reinaba el rey Joás en Samaria. Pocos versículos antes la Biblia hace la siguiente valoración sobre él: "e hizo lo malo en los ojos del Señor" (2 R 13:11).
Desde la última escena narrada del ministerio de Eliseo habían pasado más de 45 años. Mientras que en los primeros capítulos a partir de 2 Reyes 2 se nos narra un ministerio acompañado de milagros, la Palabra de Dios guarda silencio sobre las últimas décadas de este hombre de Dios. ¿Se había retirado del servicio activo para llevar una vida de oración e intercesión aislada y tranquila?
¿O bien se colocó él mismo en un segundo plano, sintiendo que su tarea era ser padre espiritual y consejero de los hijos de los profetas, para enseñarles con su experiencia y sabiduría? La Biblia no nos lo dice. Pero podemos deducir de esta última historia que Eliseo no había desaparecido en el olvido de la gente, porque la noticia de su enfermedad causó que se estremeciera incluso la corte del rey. El rey mismo no se conformó con enviar flores o un saludo al profeta moribundo, sino que fue personalmente, y al parecer solo, para visitarle en el lecho de muerte.

Un ejemplo para los hermanos mayores

Aparentemente, Eliseo tuvo también una influencia bendecida sobre su entorno, aún durante su vida retirada ya de mayor. En esto es un ejemplo brillante para nosotros.
Para los levitas, ministros del tabernáculo y después del templo, Dios había dado el mandamiento claro de que tenían que comenzar su ministerio con 25 años y retirarse con 50 años. Entonces debían aconsejar y acompañar a los levitas más jóvenes.
Si queremos aplicarlo para nosotros, no se trata de años determinados que deben marcar el comienzo y el final de nuestro servicio, sino que aquí hay un principio espiritual. Se trata de aprender que en el tiempo de nuestras mejores fuerzas físicas y mentales debemos ser activos en el servicio del Señor y hacerlo con todas nuestras fuerzas y entusiasmo.
Luego, cuando con el tiempo nos falten las fuerzas, debemos tener la suficiente madurez y sabiduría para ponernos en un segundo plano y animar a hermanos más jóvenes a servir al Señor, instruirlos y orar por ellos.
En Alemania ahora se habla mucho de la escasez de personal calificado. Es frecuente ver cómo algunas firmas tratan de volver a incorporar al personal que ya estaba jubilado, porque su experiencia y su consejo son de un valor enorme. El futuro y el éxito de una firma dependen de que los conocimientos específicos sean transmitidos de la generación mayor a la más joven.
En las iglesias, lamentablemente, la situación se presenta diferente:
Los hermanos ancianos a veces no están dispuestos ni comprenden que deben retirarse a tiempo y delegar ciertos servicios a hermanos más jóvenes. Se aferran a sus posiciones y no se dan cuenta que con ello impiden el desarrollo de los hermanos más jóvenes, apagando así al Espíritu de Dios.
Cuando por enfermedad o discapacidad no pueden seguir con su ministerio, o cuando Dios los retira por la muerte, a menudo dejan un hueco o un vacío difícil de llenar.

Aún en la vejez... fuerte, vigoroso y lleno de verdor (Sal 92:14)

¡Qué alentadores y ejemplares son por el contrario los últimos días de Eliseo. Aún como anciano y sobre el lecho de la muerte, le vemos con su vigor espiritual cabal. ¡Qué bendición y qué poco vista! Hasta el final de su vida fue un portador de bendición. Toda su vida fue "de una sola pieza". Su ojo espiritual no se enturbió ni cegó, y los muchos desengaños y aflicciones no le llenaron de amargura ni cinismo.
La Biblia habla con sobriedad y brevedad de su fin: "Y Eliseo enfermó de la enfermedad de que murió" (versículo 14).
Nada se nos dice de que su enfermedad podría ser la consecuencia de una culpa personal o por tener poca fe, como lo afirman de palabra y por escrito algunos carismáticos. Ni siquiera se nos dice que muriera "en buena vejez y lleno de días" como David en (1 Cr 29:28). No, su tiempo de morir había llegado y evidentemente no se aferró desesperadamente a su vida. No fue llevado al cielo sin morir como Enoc. Tampoco fue llevado espectacularmente en un carro de fuego y en un torbellino como su padre espiritual Elías. Dios había determinado que muriera de su enfermedad. Abnegado y sencillo como había vivido, así le vemos también en el lecho de la muerte.

Burlado y odiado - pero respetado por muchos...

No es nada extraño que reyes impíos en los últimos minutos de su vida, estando en el lecho de la muerte, de repente, hagan venir a un hombre de Dios. Tenemos ejemplos en el Antiguo Testamento y también en la historia eclesiástica.
El temible rey Enrique VIII de Inglaterra, quien fue un hombre sin escrúpulos, ávido de poder, esclavo de sus pasiones y aspiraciones, es un buen ejemplo de ello. En su lecho de muerte, cuando ya casi no podía hablar, hizo un último gran esfuerzo e hizo llamar al reformador Tomás Cranmer, quien fue la única persona entre todo su entorno que le dijo siempre la verdad sin adulaciones ni hipocresía.
Lo inusual en nuestro texto bíblico es que un rey impío y sano entrara en el cuarto de la muerte de Eliseo, pues entrar en tal cuarto siempre es algo que hace pensar en nuestra propia condición de seres mortales. Más extraño aún es que el rey Joás se pusiera a llorar ante el lecho de la muerte de Eliseo. ¿Cómo explicar este estremecimiento, recordando lo que la Biblia había dicho de él pocos versículos antes? "... e hizo lo malo ante los ojos del Señor; no se apartó de todos los pecados de Jeroboam?".
¿No se había dado cuenta hasta ese preciso momento del valor de Eliseo para el pueblo de Dios? ¿Qué le impulsó a exclamar con lágrimas: "¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo!"?
¿Conocía a Eliseo como un hombre que también había orado por él y de cuyo consejo paternal no había hecho caso? ¿Fue Eliseo quizás el único en su entorno que se había preocupado sinceramente por su alma y que le había amado a pesar de su impiedad?
No lo sabemos. Pero por esta exclamación conmovedora del rey podemos deducir que en su vida había habido escenas y encuentros importantes con el varón de Dios que habían dejado una huella imborrable en su memoria y en su conciencia, lo cual nadie había sospechado.

Un caso de conciencia

Al considerar esta escena surge una pregunta: ¿qué sentimientos y memorias suscitará en otros nuestra propia muerte?
¿Pudimos ser "padres" y "madres" para los creyentes jóvenes y no tan jóvenes? ¿o incluso para conocidos, vecinos y amigos incrédulos?
En su juventud, Eliseo había tenido un padre espiritual, y al verle ascender al cielo había exclamado: "¡Padre mío, padre mío!". Quizá fuera esa la razón por la cual Eliseo pudo ser un padre espiritual para "los hijos de los profetas" y también para reyes como Joram y Joás.
Joás era consciente de que no sólo iba a perder un padre espiritual, sino que este profeta había sido en el pasado como un poder protector ("carro de Israel y su gente de a caballo") para Israel. Especialmente en ese momento, cuando los ejércitos sirios ya estaban de camino para invadir Israel.

Sirviendo por última vez

Nos cuesta imaginarnos que ante su muerte inminente Eliseo se alegrara mucho por ese reconocimiento. Las medallas de honor y las condecoraciones son nada más que un escarnio en el lecho de muerte. Lo que cuenta allí es sólo aquello que tiene un valor eterno.
Eliseo no le dio las gracias al rey por su interés. Esta última escena de su vida tampoco gira en torno a sí mismo, sino que su interés sigue siendo el futuro del pueblo de Israel y de su rey.
Eliseo, al igual que Joás, sabía que las fuerzas armadas sirias habían sido movilizadas contra Israel. Así que el profeta moribundo dio al rey de Israel una orden que debió dejarle muy confuso en el punto donde se encontraba: Tuvo que ir a por un arco y saetas. Después poner una saeta en el arco y tensar la cuerda. Y en ese momento Eliseo puso sus manos sobre las manos del rey y la mandó abrir la ventana y disparar la flecha, dirigiendo Eliseo la mano del rey.

Una lección importante

Mientras la flecha volaba en el aire, Eliseo le explicó al rey el simbolismo de este acto inusual: "Saeta de salvación del Señor, y saeta de salvación contra Siria; porque herirás a los sirios en Afec hasta consumirlos".
Es muy improbable que Joás hubiera comprendido el profundo significado espiritual de esta lección. Pero es de suma importancia para nosotros: Solamente cuando nuestras manos son fortalecidas y guiadas por las manos de Dios podemos vencer a nuestros enemigos.
Nuestra obediencia y nuestros actos sólo tendrán éxito cuando los realizamos en la dependencia con nuestro Señor y con su fuerza y su dirección. Nuestra responsabilidad y la soberanía de Dios en su obrar no están en oposición, sino que van de la mano, por así decirlo.
Spurgeon explicó así este importante principio con su lenguaje tan gráfico: "No debemos dejar las saetas en su lugar y decir: Dios hará su obra (...) eso sería pereza (...). Por otro lado, también es un error peligroso creer que podemos tomar las saetas y dispararlas sin Dios (...). Si he de comparar dos diablos el uno con el otro, no sé cuál es el peor de los dos espíritus malignos: El espíritu que perezoso dice: déjalo en las manos de Dios, o el otro que pone manos a la obra de Dios sin confiar en Dios. ¡Oh Señor de los ejércitos, no con ejército ni con fuerza, sino con tu Espíritu! No obstante, el amor de Cristo nos constriñe a usar nuestras fuerzas y a agotarlas en su servicio."

Una victoria incompleta

El rey Joás quizás se sintió como un colegial ignorante al obedecer al misterioso y humillante mandato del moribundo profeta: "Toma las saetas y golpea la tierra".
Fue positivo que se agachó, tomó las saetas y golpeó tres veces la tierra y paró. No se dio cuenta de que la dimensión de la victoria dependía de la cantidad de golpes en la tierra, hasta que vio la ira de Eliseo.
Aquí aprendemos otra lección importante para nuestro servicio: Nuestro celo y nuestra fidelidad determinan la medida de la bendición y de la victoria.
Ya hemos visto este principio en las primeras estaciones del ministerio de Eliseo. A una pobre viuda endeudada le había dado la orden de pedir vasijas vacías de todos los vecinos para llenarlas con la bendición que iba a venir: "¡No pocas!". Y lo que comprobó fue que la cantidad de vasijas vacías que trajo determinó la medida del aceite que fluyó para su mantenimiento.
Eliseo reaccionó decepcionado y airado ante el rey titubeante. Su poca fe hizo que no tuviera una victoria total.
Honramos a Dios si confiamos en Él y tomamos su palabra en serio, dando pasos de fe confiados en sus promesas.
"Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él" (2 Cr 16:9).
Cuando Jorge Müller, el conocido padre de huérfanos, comenzó su obra en Bristol, su deseo era mostrar que se puede confiar y reposar plenamente en las promesas de Dios, también en lo que se refiere a los asuntos materiales de la vida. Jorge Müller quiso demostrarlo mediante pruebas visibles para todos. El 25 de Noviembre de 1835 escribió lo siguiente en su diario:
"Si yo, siendo un hombre pobre, con la única ayuda de la oración y la fe, sin pedir nunca nada a nadie, recibo los medios para fundar y sustentar un orfanato, entonces este hecho fortalecería la fe de los hijos de Dios. También para los incrédulos sería un testimonio de la realidad de las cosas divinas (...). Por supuesto, que también quiero ser usado por Dios para ayudar a los niños pobres y educarles en los caminos de Dios. Pero la razón principal para esta obra es que Dios sea glorificado proveyendo Él todo lo necesario para los huérfanos que me son confiados, únicamente mediante la oración y la fe. Entonces todos verán que Dios es fiel y escucha las oraciones."
Unos 62 años más tarde, en el año 1897, Jorge Müller testificó:
"Nunca me desamparó. Durante casi 70 años Dios proveyó para todo lo relacionado con esta obra. Los huérfanos, que desde el primero que acogimos hasta ahora fueron 9.500, nunca se sentaron a la mesa con un plato vacío delante de ellos. (...) Durante todos estos años fui capaz de confiar en Dios, en el Dios vivo, y en Él solamente. (...) Espera grandes cosas de Dios, y recibirás grandes cosas. No hay límite para lo que Él puede hacer. ¡Alabado sea su santo nombre!".
Los misioneros pioneros Hudson Taylor, C. T. Studd, y muchos otros hombres y mujeres que fueron alentados por el testimonio de Jorge Muller, ellos también esperaron grandes cosas de Dios, y como él, tampoco fueron decepcionados.
Al final de su vida, Hudson Taylor escribió:
"Tengamos muy presente a Dios para andar en sus caminos y aspirar a agradarle y glorificarle en todo, en lo grande y en lo pequeño. Tened por cierto que la obra de Dios, hecha a la manera de Dios nunca carecerá del cuidado de Dios."

Muerte y entierro

La muerte y el entierro de Eliseo estaban en perfecta armonía con su vida de sencillez. No hubo una ascensión espectacular como con su precursor Elías. Ni tampoco fue un entierro pomposo como lo hubo con ciertos reyes de Israel y Judá, donde en su honor hicieron un gran fuego. Tampoco leemos nada de lágrimas, lamentos, duelo o una necrología conmovedora.
En una ocasión durante un sermón, Spurgeon expresó pensamientos valiosos y dignos de reflexión sobre la muerte deseable para un creyente. Y así fue justamente el final de Eliseo lo cual da a nuestra vida una luz de la eternidad:
"La muerte puede ser el fleco o la orla de la vida, pero debería ser siempre de la misma tela que el vestido completo. No podemos tener la esperanza de comer con el mundo al mediodía y cenar con Dios por la tarde (...) También sería muy deseable que la muerte fuera la coronación de toda nuestra carrera, es decir, que el creyente muriera cuando ya nada fuera necesario para completar la obra de su vida. Whitefield solía decir cuando se iba a la cama: No he dejado ni un par de guantes sin recoger; si muero esta noche, todos mis asuntos temporales y eternos están en orden. Vivid de tal forma que la muerte, cuando os llegue, sea un final deseable de un libro del cual hayamos escrito la última línea. Hemos terminado nuestra carrera y hemos hecho nuestro trabajo y nuestra partida al hogar eterno será entonces el final adecuado de nuestra vida."

Vida de la muerte

El relato bíblico sobre la vida bendecida de Eliseo no termina con la muerte del varón de Dios. Con brevedad y objetividad se nos narra que durante otro entierro, de repente aparecieron bandas armadas de los enemigos sirios. Los asistentes, como es lógico, sintieron pánico y echaron al muerto en el sepulcro aún reciente de Eliseo, para en seguida huir y ponerse a salvo del enemigo.
En el momento cuando el fallecido tocó los huesos de Eliseo ocurrió un milagro, que excedió a todos los demás milagros ocurridos en vida de Eliseo: El muerto revivió al tocarle y saltó de la tumba. Dice un comentarista: "Dios otorgó a Moisés el gran honor de enterrarle Él mismo. Sin embargo, es posible que guardara aún un honor mayor para Eliseo, pues, coincidiendo con su ministerio de la gracia, Dios utilizó su muerte para ilustrar el mayor de todos los milagros de la gracia: el hecho de sacar vida de la muerte" (Hamilton Smith).
Y Wilhelm Buch traza una línea al Nuevo Testamento aplicando esta notable historia a nuestra propia vida:
"... Así que echaron a este muerto al sepulcro de Eliseo. En cierto modo estaba muerto junto con el profeta y junto con él estaba sepultado. Y eso le hizo revivir. Eliseo es un ejemplo o modelo de Jesucristo. Tocar la cruz significa por lo tanto que tengo que morir juntamente con Cristo y ser enterrado con Él. Y efectivamente, la Biblia habla así de la experiencia cristiana fundamental: Reconozco que la muerte que sufrió Jesús, en realidad era yo quien la merecía. Yo tendría que clamar: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Yo merezco toda la ira de Dios. Eso lo reconozco al pie de la cruz de Cristo. (...) ¡Qué bien señala todo esto hacia Jesús! El mundo y el infierno triunfaron cuando inclinó la cabeza y murió. Pero ya vemos a un hombre que halla la vida por medio de su muerte: el centurión romano confiesa en alta voz su fe en Jesús, el Hijo de Dios."
Quizás podemos ir más allá aún y recordar que después de la muerte de nuestro Señor "la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron?" (Mt 27:51-52). De esta forma Eliseo después de su muerte por última vez señala hacia nuestro Señor Jesucristo. En su actitud y en su servicio ya le había reflejado en muchas situaciones.

Un fruto maduro

Como broche final me gustaría citar otra vez a Hamilton Smith cuyo resumen de la vida de este hombre de Dios es tan significativo que es muy difícil expresarlo con más hermosura y acierto:
"Como un forastero celestial anda por su camino, apartado moralmente de todos, mientras que por gracia es siervo de todos, al alcance de ricos y pobres. Le encontramos en toda clase de situaciones. Entra en contacto con personas de todas las clases sociales. Unas veces atraviesa la tierra de Israel, otras veces sale de sus fronteras. Pero donde quiera que se encuentra, y cuales quiera que sean las circunstancias en las que se encuentra y con quien quiera que se relaciona, siempre está dando a conocer la gracia de Dios.
A veces se burlan de él, a veces no le hacen caso y le olvidan. Varias veces tomaron consejo para quitarle la vida. Pero a pesar de la oposición continúa con su servicio de amor, elimina la maldición, salva la vida de reyes, alimenta hambrientos, ayuda a aquellos que están en apuros, sana al leproso y resucita a muertos.
En sus caminos y su forma de vivir no admite nada que no sea compatible con su ministerio de la gracia. Rechaza las riquezas de este mundo y los regalos de los hombres, y se conforma con ser pobre y enriquecer a otros con ello.
Así llega a ser un ejemplo adecuado de uno sumamente mayor, por el cual vinieron al mundo la gracia y la verdad: Aquel que habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad: que se hizo pobre para que nosotros fuéramos enriquecidos; que sufrió la contradicción de los pecadores y al final dio su vida para que la gracia reinara por medio de la justicia.
Eliseo es una imagen de aquel Cristo que iba a venir. Pero también es un ejemplo para todo creyente en Cristo, pues nos enseña que en todas las circunstancias de la vida en un mundo lleno de miserias y problemas, debemos ser representantes de la gracia que llegó a nosotros en toda nuestra indignidad, para finalmente hacernos subir a donde está el hombre glorificado, donde, semejantes a Él, seremos para siempre para alabanza de la gloria de Su gracia."

La muerte de Eliseo - una pregunta para nuestra vida

La muerte de Eliseo fue, de acuerdo con lo que dijo Spurgeon, el fin apropiado de una vida bendecida. A sus "hijos" y a nosotros nos ha dejado una rica herencia espiritual. La estela de bendición, y sobre todo su ejemplo brillante de sencillez, abnegación y semejanza de Cristo, marcado por la gracia, permanecen aún después de muchos siglos.
Al final de estas reflexiones sobre la vida de Eliseo, la pregunta que queda plantearnos es con qué acorde final concluirá nuestra vida.
En una canción alemana titulada "En Cristo nuestra fe se inflama de nuevo", los autores (Theo Lehmann y Jörg Swoboda) nos han dejado una pregunta y una profesión, la cual deseo que todos nosotros podamos entonar con ellos en oración:
"¿Quedará mi vida sin dejar huellas
como el vuelo de las aves,
o hago surcos para la simiente como el arado?
Quiero dar mis pasos en las huellas de Dios.
Entonces mi vida no será llevada
por el viento del tiempo."
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