Estudio bíblico de 1 Corintios 8:1-11

1 Corintios 8:1-11

Estamos en la sección de esta carta apostólica que trata sobre la libertad cristiana, tema que se extiende desde este capítulo 8 hasta el primer versículo del capítulo 11. Este capítulo 8 discute el problema relacionado con comer carne o no, y de la libertad que el creyente puede ejercer en esta área específica.

Al recorrer esta sección de la epístola que Pablo escribió a los Corintios, debemos reconocer que Pablo llegó a llamarles carnales, inmaduros o "niños en Cristo". En primer lugar se ocupó de los aspectos carnales o de la inmadurez cristiana, y luego, trató el tema de los asuntos espirituales. Teniendo en cuenta que, en general, la iglesia contemporánea vive, actúa y revela su esencia en muchos lugares en un nivel de materialismo e inmadurez, esta parte de la epístola tiene una aplicación pertinente para usted y para mí.

El asunto de la dieta alimenticia, podría resultar para algunos tan conflictivo como los temas del matrimonio y el divorcio. Hay gente que se toma muy en serio este asunto, llegando a obsesionarse con él.

La dieta fue generalmente una parte esencial del ritual de muchos de los cultos a lo largo de la historia. Muchos de ellos tuvieron reglas muy estrictas sobre la dieta. Resulta interesante recordar que en el Antiguo Testamento, Dios le dio a Israel ciertas restricciones sobre el comer carne. Un animal comestible debía pasar la prueba externa de si tenía la pezuña hendida o partida, o de si rumiaban. Esto, por supuesto, eliminaba al cerdo que tiene pezuña hendida, pero no rumia. Y había cierto tipo de aves y pescados que fueron especificados por Dios y declarados no aptos para comer. Usted puede encontrar la lista en el libro de Levítico y también en Deuteronomio 14.

Ahora, ¿por qué le dio Dios una dieta especial a Israel? Pues Él lo explicó con toda claridad en Deuteronomio 14:1-3, diciendo: "Hijos sois del Señor vuestro Dios; no os haréis incisiones ni os raparéis a causa de muerto. Porque eres pueblo santo al Señor tu Dios, y el Señor te ha escogido para que le seas un pueblo único entre todos los pueblos que están sobre la tierra. Nada abominable comerás". Creemos que la dieta es importante para la salud. Así es que Dios entonces les proporcionó alimentos sanos. Todos estamos hoy familiarizados con dietas que excluyen ciertos alimentos.

Ahora, la Biblia nos pone algo así como un semáforo en luz roja y es muy específica en muchas cosas que para nosotros sería un error hacer. Por ejemplo, Dios condena el embriagarse. En este tema no hay que discutir ningún argumento ni existe ninguna duda. Sin embargo, hay como una zona un poco nebulosa, una zona gris. Hay ciertas prácticas cuestionables y acciones dudosas, acerca de las cuales la Biblia permanece en silencio. Algunas cosas o acciones no pueden discriminarse con la misma claridad como la que distingue el blanco y el negro, y sobre las que la Biblia no ha dado instrucciones concretas. Por ejemplo, hay diversos puntos de vista en temas como el fumar, o la asistencia a ciertos lugares. Y algunos grupos cristianos han establecido ciertas reglas al respecto. Puede haber reglas buenas o malas y no vamos a argumentar sobre ellas. Lo que sí consideramos importante ver el gran principio general que Pablo expuso en estos pasajes Bíblicos.

Y hay otra consideración preliminar que ya hemos mencionado en programas anteriores, y que tiene que ver con una comprensión adecuada de la ciudad de Corinto de los días de Pablo. Si uno no comprende los antecedentes y el ambiente social, perderá una perspectiva fundamental para interpretar este pasaje. Como ejemplo de una de las peculiaridades de aquella ciudad diremos que el mejor lugar para comer no era el restaurante más elegante. El mejor lugar para conseguir buena carne era la carnicería operada por el templo.

Uno puede ver que en la ciudad de Corinto, y este es el antecedente que queremos resaltar, la gente compraba la carne que había sido ofrecida en sacrificio. Ellos presentaban como ofrenda un buey y siempre se ofrecía el mejor animal que tenían, y cuando la carne había sido ofrecida a los ídolos, no permanecía en ese lugar mucho tiempo, porque ellos pensaban que el espíritu del ídolo, se comía el espíritu de la carne y ahí terminaba la ofrenda para el ídolo. Entonces, ellos tomaban esa carne y la llevaban a los puestos de venta situados alrededor del templo, donde estaba el mercado donde se vendía la carne. Ahora, si uno quería comprar la carne de mejor calidad, tenía que ir a uno de esas tiendas de la zona del templo para comprar la carne que había sido previamente ofrecida a los ídolos.

Algunos creyentes de Corinto se ofendieron por esta práctica y le escribieron a Pablo para saber su opinión. Ellos, a veces serían invitados a comer a la casa de una familia creyente y les servirían una magnífica ración de carne, y durante la conversación, dirían que la carne era magnífica y preguntarían a los dueños de casa dónde la habían conseguido. Ahora, cuando se les dijeran que la habían comprado al carnicero del templo, se ofenderían mucho, creyendo que hacían mal en comer carne que hubiera sido ofrecida a los ídolos.

Y Pablo iba a hablar sobre este asunto aquí. ¿Debía un cristiano comer carne que había sido ofrecida a los ídolos? Ese era un verdadero problema para la gente de Corinto, porque algunos de ellos se habían convertido a Cristo en ese ambiente de idolatría y pensaron que comer de aquella carne constituía un compromiso con la idolatría. Aunque otros, en la iglesia, no le daban importancia al asunto y no les afectaba. Escuchemos, pues, lo que dijo Pablo cuando discutió este asunto en la ciudad de Corinto. Leamos los dos primeros versículos de este capítulo 8 de la Primera Epístola a los Corintios, donde comenzó con el tema de

La libertad cristiana en el asunto de la carne

"En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos el debido conocimiento. El conocimiento envanece, pero el amor edifica espiritualmente. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debería saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él".

Lo principal aquí es darse cuenta que el conocimiento envanece. Es algo que se va inflando como un globo, como el neumático de un automóvil, El amor, en cambio, no se infla de esa manera, pero sí llena. El amor por Dios y el amor por otros debería determinar nuestra conducta. El conocimiento envanece, y hace que nos comportemos severamente con los demás. Y ése es el gran peligro que sufre cierta clase de gente en el día de hoy, porque piensan que lo saben todo y, sin embargo, en realidad tienen poco conocimiento.

Estimado oyente, aparte del nivel de desarrollo espiritual en que usted se encuentre, usted no puede saber todo sobre cualquier tema que se le presente. Todos nos encontramos en un proceso de aprendizaje. El apóstol Pablo pudo decir de sí mismo, en Filipenses 3:10 que su deseo era el "de conocer a Jesucristo, y el poder de su resurrección, y participar de sus padecimientos". Es el conocimiento de Cristo el que necesitamos por encima de todo. Esa clase de conocimiento, un conocimiento de la persona de Cristo, no envanece sino que hace que estemos controlados por el amor en nuestro trato con los demás. O sea, que ese conocimiento influencia nuestra conducta, que sigue entonces el modelo del Señor Jesucristo. Escuche usted lo que Pablo dijo aquí en el versículo 4, de este capítulo 8 de la Primera Epístola a los Corintios:

"Acerca, pues, de los alimentos que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios".

Después de haber creído en Cristo, después de tener a su disposición la Palabra de Dios, usted conoce que un ídolo no tiene ningún valor. Ésa fue la manera en que Pablo habló de los ídolos, destacando que no significaban nada. Porque no hay sino un solo Dios. En consecuencia, la carne que había sido ofrecida a los ídolos, no había quedado afectada en absoluto. No le había sucedido nada. No estaba contaminada. De hecho, era de primera calidad. Así que instruyó a los Corintios para que adquiriesen la carne en aquel lugar y la comieran sin problemas. Veamos ahora lo que el apóstol siguió diciendo en los versículos 5 y 6:

"Aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual han sido creadas todas las cosas y por quien nosotros también existimos".

Esos ídolos eran simplemente llamados dioses. Y en esa ciudad de Corinto existía un templo a Apolos, y uno puede visitar las ruinas de ese templo en el día de hoy; y al hacerlo, quizá pueda recordar por este pasaje de las Escrituras, que allí se habían ofrecido sacrificios a Apolos. En ese lugar existía una gran imagen, un ídolo de Apolos. Pero eso no era nada. La carne era traída y colocada ante el ídolo por unos momentos, y luego era llevada a la carnicería. O sea que, como el ídolo no significaba ni era nada, no producía ningún cambio en la carne. Así que los creyentes debidamente instruidos sabían esto, al haber aceptado que había un solo Dios, el Padre, y que había un solo Señor Jesucristo que había creado todas las cosas, y todas las cosas creadas le pertenecían. Y en el versículo 7, continuó diciendo:

"Pero no en todos hay este conocimiento, pues algunos, habituados hasta aquí a la idolatría, comen de esa carne pensando que fue sacrificada a ídolos, y su conciencia, que es débil, se contamina"

Los creyentes débiles en la fe, llamados niños en Cristo por su incipiente desarrollo espiritual, eran los que se ofendían por causa de aquella carne sacrificada a los ídolos. No tenían mucho conocimiento y su conciencia les inquietaba. Así que criticaban a aquellos que se sentían en libertad para comer la carne. Usted puede ver que hay personas que se creen creyentes muy espirituales y que se separan de los demás, y en realidad están demostrando que son personas que no tienen mucho conocimiento. Son las que andan diciendo a otros lo que pueden o no pueden hacer. Son los que se ofenden con los creyentes que hacen uso de su libertad cristiana en estos asuntos. Son como aquellos cristianos de Corinto que se ofendían cuando, habiendo sido invitados a comer a casa de una familia de creyentes, se les servía carne que había sido previamente ofrecida a los ídolos y, en consecuencia, se negaban a comerla. En todas las épocas, esa clase de separación que practican algunos no se debe a su nivel espiritual sino, más bien, a su ignorancia. Y Pablo estableció entonces un gran principio. Leamos ahora el versículo 8:

"si bien lo que comemos no nos hace más aceptos ante Dios, pues ni porque comamos seremos más, ni porque no comamos seremos menos".

Los alimentos, como la carne en este caso, no tienen nada que ver con nuestra relación con Dios. Recordemos que Simón Pedro tuvo problemas con este tema. Él había sido educado en el punto de vista de que algunos alimentos eran impuros, de acuerdo con la ley de Moisés. En el incidente relatado en los Hechos 10:14, vemos que cuando contemplando una visión, un lienzo descendió del cielo y el Señor le dijo que se levantase y comiese de aquellos alimentos, Pedro se negó a hacerlo, respondiendo: "Señor no; porque ninguna cosa común o impura he comida jamás". (Observemos que le dijo "Señor" pero, al mismo tiempo no le estaba obedeciendo). Entonces el Señor le dijo: "lo que Dios limpió, no lo llames tú común". En otras palabras, Dios ya no hacía distinción entre animales puros e impuros. Aquella época ya había pasado y los cristianos podrían comer cualquier animal que desearan.

Pablo, pues, había establecido allí un gran principio. Lo que comamos o dejemos de comer, es este caso la carne, no nos coloca en una situación más privilegiada ante Dios. El creyente, ejerciendo la libertad que tiene, puede obrar como así lo desee en estos asuntos. Usted puede comer de cualquier animal que quiera. Leamos ahora el versículo 9, de este capítulo 8 de la Primera Epístola a los Corintios:

"Pero procurad que esta libertad vuestra no haga tropezar o caer en el pecado a los débiles"

Así que entonces el comer carne no era una cuestión de estar acertado o equivocado. Era una preocupación que concernía a otros. El creyente tenía la libertad de comerla si así lo deseaba. Pero, ¿qué pasaba entonces con la preocupación por los demás? Ese creyente tenía el conocimiento, pero ¿y el amor? ¿Amaba ese creyente maduro al creyente débil? ¿Le preocupaba que su actitud de libertad le afectase al que era débil en su fe? Veamos lo que nos dijo en el versículo 10, el apóstol Pablo:

"porque si alguien te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un lugar dedicado a los ídolos, la conciencia de aquel, que es débil, ¿no será estimulada a comer de lo sacrificado a los ídolos?"

Muchos de nosotros, que estamos comprometidos con el ministerio cristiano, no hacemos ciertas cosas, con el propósito de no ofender a otros. Hay muchas cosas que yo me sentiría en libertad para hacer, pero no las hago. ¿Por qué? Bueno, mi decisión está basada en el amor cristiano. Y no quiero perjudicar a un creyente débil, poco desarrollado en la fe, y que aún no ha alcanzado la madurez cristiana. De otra manera, por causa de mi ejemplo, el podría dejarse arrastrar por prácticas que él no está preparado para asimilar espiritualmente, y yo no quisiera ser responsable de contribuir a que se aleje del Señor. Deberé recordar que, por un tiempo, será un creyente débil, hasta que alcance un mayor desarrollo en su madurez espiritual. Ahora, Pablo dijo aquí en el versículo 11 de este capítulo 8 de la Primera carta a los Corintios:

"Y así, por tu conocimiento, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió".

Es que como consecuencia de esta enseñanza, operamos en base a un principio diferente. No se trata entonces de si una cierta actitud o actividad es acertada o equivocada. Es una cuestión del efecto que puede causar en el creyente débil en su fe, o en otros como por ejemplo, un vecino o amigo. Después de todo, el conocimiento sin amor, puede llegar a ser un elemento peligroso, perjudicial. Está relacionado con la forma o la manera en que uno lo traslada a la experiencia, y eso es actuar con una motivación.

Así como la posesión de muchos bienes materiales hace que una persona se vuelva orgullosa y egoísta, olvidándose de las necesidades de los demás, la posesión de un conocimiento que no esté regulado por el amor, no solo enorgullece al ser humano, sino que lo vuelve también egoísta, eliminando totalmente su consideración por los sentimientos y formas de pensar de los demás. Es evidente que toda adquisición de poder, sea económico o intelectual, tarde o temprano cae bajo el control de la naturaleza humana, naturaleza viciada por el pecado, sujeta a pasiones de todo tipo. Y entonces la persona llega a extremos de egoísmo, que jamás pensó que podría llegar. Absolutamente todo girará alrededor de ella misma y sólo recurrirá a los demás, incluso a quienes se consideraron sus amigos, cuando los necesite. ¿Acaso alguien piensa que se puede doblegar esa naturaleza humana sin un recurso sobrenatural? ¿Es posible transformar a esa persona en una mujer, en un hombre, centrados en alguien, o en algo que no sea en sí mismos? La Biblia nos ha descrito la naturaleza humana en todo su realismo y crudeza. En el Antiguo Testamento nos ha mostrado el lado oscuro de sus personajes, especialmente de los más famosos. Incluso éstos, los que fueron llamados y utilizados por Dios en Sus planes de redención, tuvieron grandes debilidades y sucumbieron en algún momento de sus vidas, a las pasiones humanas. Pero con el Nuevo Testamento nos llegó la persona divina y humana de Jesucristo. Él fue el único que no conoció pecado, el único totalmente puro, el Hijo de Dios, el único hombre perfecto de toda la historia, es decir, el único que podía ofrecerse a Sí mismo como un sacrificio aceptable ante Dios, para llevar Él mismo nuestros pecados, cuando murió en la cruz. Y en la victoria de Su resurrección se encuentra la fuerza, el poder para que, por la obra del Espíritu Santo puedan vencer todos aquellos que le acepten como su Salvador. Él es el único que tiene el poder para transformar a esa persona que, orgullosa por sus posesiones materiales o por sus conocimientos, en una nueva persona. Solo Él puede transformar a esa persona centrada en sí misma, en un ser centrado en el Señor Jesucristo, y en posesión de la vida eterna. Y cuando Él ocupa el lugar central de la vida, comienza a actuar el Poder de Dios. Sólo ese poder sobrenatural puede transformar a una persona que solo era capaz de amarse a sí misma, en alguien que puede amar a los demás. Porque el haber experimentado el amor de Dios en su vida, Él la capacita para compartir ese amor con sus semejantes. Por ello insistimos en la experiencia de la conversión a Cristo, porque a partir del momento en que una persona da ese paso de fe, de apropiarse personalmente por la fe de la obra de Jesucristo en la cruz, el Espíritu de Dios comienza esa obra de transformación, que logra que el nuevo creyente se parezca cada vez más a su Señor. Los valores materiales, perecederos, que constituían el centro de la vida del no creyente, van siendo reemplazados por los valores eternos, que permiten vivir en esta tierra un anticipo de la vida eterna. Es que cuando el Señor Jesucristo ocupa el centro de nuestra vida, que es el lugar que le corresponde, cada persona, cada cosa, ocupa su debido lugar.

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