Estudio bíblico de 1 Corintios 11:17-34

1 Corintios 11:17-34

Continuamos nuestro estudio en el capítulo 11 de esta Primera Epístola del apóstol San Pablo a los Corintios. En esta sección se trata el tema de

La cena del Señor

Al llegar a este tema se pasó de un extremo a otro, es decir, de hablar del cabello y la ropa, a la Cena del Señor. Y este tema es de una relevancia fundamental, y probablemente sea la parte más sagrada de nuestra relación de comunión y compañerismo con Dios en el día de hoy, no sólo desde un punto de vista individual, o vertical con el Señor, sino también como miembros de una comunidad de creyentes. Es posible que muchos creyentes no hayan tomado verdaderamente en serio las implicaciones de este encuentro espiritual. Y Pablo va a advertir aquí que Dios lo juzgará a usted por la manera en que usted participa de la Cena del Señor; indicando que entre los corintios había en realidad algunos que habían sido juzgados y estaban sufriendo las consecuencias del castigo de Dios, por la forma en que estaban observando la Cena del Señor. Ellos no discernían la realidad del cuerpo de Cristo y debiéramos preguntarnos como vivimos hoy la realidad del cuerpo de Cristo. La mayoría concentra su atención en el método de celebrar esta cena del Señor, así como en los detalles externos del ritual.

La Cena del Señor constituye la más elevada expresión y práctica de la adoración cristiana. En Corinto, esta celebración había descendido un nivel secular tan bajo que, prácticamente, los creyentes estaban blasfemando.

Quizás nosotros habríamos incluido esta sección en la división "espiritual" de esta epístola, solo que hay que considerar que Pablo estaba tratando con una situación muy mala en Corinto.

Lo interesante que debemos notar es que los cuatro evangelios mencionan la institución de la Cena del Señor, y se vuelve a repetir en esta carta. Es significativo que en ninguna parte se nos mandó recordar el día del nacimiento del Señor, pero a los que le pertenecemos se nos ha pedido expresamente que recordáramos el día de Su muerte.

Y Pablo le dio a este asunto suma importancia. En el versículo 23, del capítulo 11, dijo lo siguiente: "Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan". Ahora, Pablo recibió esta enseñanza por una revelación directa. Pablo la colocó en el mismo nivel que el evangelio, porque en el capítulo 15, de esta Primera carta a los Corintios, versículo 3, dijo: "Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras". O sea que Pablo recibió la revelación directa del evangelio, y también la revelación directa de la Cena del Señor. El Señor le dio a él instrucciones especiales en cuanto a la Cena del Señor. En ese sentido, recordemos que Pablo no estuvo presente en esa celebración primera de la Cena del Señor en el aposento alto. Sin embargo, después él puede decir: os he enseñado aquello que he recibido del Señor.

Admitimos que es un poco difícil ver la conexión de lo que Pablo estaba diciendo a la Iglesia de Corinto, con la forma en que nosotros celebramos en la actualidad la Cena del Señor. Como ya hemos dicho, no existe un paralelo exacto, porque las situaciones no son similares. En aquel entonces, la Cena del Señor estaba precedida por una comida social. Probablemente se celebraba en los hogares. Y también probablemente se hacía diariamente. Quizá esa era la manera que ellos tenían de celebrar la Cena del Señor. Después del día de Pentecostés los creyentes se mantenían unidos. En el libro de los Hechos de los apóstoles, capítulo 2, versículo 46 y 47, se nos dijo lo siguiente: "Perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que iban siendo salvos".

El filósofo de Atenas, Arístides, que vivió en la primera parte del siglo segundo, describió la forma en que los creyentes de su día vivían, y dijo: "Cada mañana, a todas horas, y gracias a la bondad de Dios hacia ellos, le alababan elevando cantos de adoración hacia Él. Y si una persona justa de su grupo llegaba a fallecer, ellos se regocijaban y le daban gracias a Dios. Si una criatura moría en su infancia, ellos alababan a Dios grandemente por una persona que había pasado a través de este mundo sin cometer ningún pecado". Esta evaluación es interesante, por provenir de una persona que no pertenecía a la Iglesia y observó a los cristianos desde fuera, en el siglo segundo de nuestra era.

Así es que la Iglesia en Corinto seguía ese mismo procedimiento; el de tener una comida junto con la celebración de la Cena del Señor. Después de todo, la Pascua era esa clase de celebración en el aposento alto. Usted recordará que el Señor celebró la fiesta de la Pascua. Leemos en el evangelio según San Mateo, capítulo 26, versículo 26, que "mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió". Y nuestro Señor, de las ascuas de un fuego que se estaba extinguiendo, de una fiesta que llegaba a su punto final, Él hizo algo nuevo. De las cenizas de aquella fiesta muerta, Él erigió un nuevo monumento, no de mármol ni de bronce, sino formado a partir de elementos simples de la comida diaria.

En el día de hoy nosotros tenemos una costumbre. Es la costumbre de los clubes, asociaciones, fraternidades y empresas comerciales, de tener en ciertas ocasiones comidas juntos para disfrutar de momentos de compañerismo. En la Iglesia nosotros nos reunimos para una cena, para una comida, que no debiera estar centrada sólo en la parte material. En la Iglesia primitiva ellos lo celebraban y lo llamaban - ágape - o una fiesta de amor. Y eso era parte de la ?koinonia?, o sea del compañerismo, de la comunión de la Iglesia. Y en aquellos tiempos, la reunión social era la antesala, por decirlo así, que conducía directamente a la celebración de la Cena del Señor. Ambos encuentros se mantenían separados, pero el ágape siempre precedía a la Eucaristía. Esas fiestas fueron finalmente separadas completamente, y ya no se practican más de esa manera en nuestros días. Porque no tenemos un ágape o comida que preceda a la celebración de la Cena del Señor.

Al estar separados ambos eventos, no se reproduce entre nosotros la situación de tensión que se producía en la iglesia de Corinto. Sin embargo, hay aquí ciertas lecciones que podemos aplicar a nuestra propia situación. Vamos a volver a nuestro texto y leer el versículo 17 de este capítulo 11, de la Primera Epístola a los Corintios, que dice:

"Al anunciaros esto que sigue, no os alabo, porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor".

Ahora, esa palabra anunciaros es una orden y debería ser: "Pero al ordenarles esto que sigue". Y el apóstol no les podía felicitar ante esa situación. Porque ellos tendrían que haberse reunido para recibir una gran bendición espiritual. Pero ese no era el caso. Y Pablo continuó diciendo en el versículo 18:

"En primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo".

Al referirse a la iglesia, él no estaba hablando de un edificio. Pablo estaba hablando de cuando los creyentes se reúnen juntos, y ese encuentro constituye la verdadera iglesia. Nosotros solemos identificar siempre a la iglesia con un edificio. Pero el edificio no es realmente la iglesia, sino sólo el lugar de reunión de los creyentes. La iglesia es, pues, el conjunto de los creyentes, donde quiera que ellos se encuentren. Pero es difícil para nosotros pensar de esa manera.

Ahora, cuando los creyentes de Corinto se reunían, el espíritu partidista que enfatizaba la diversidad, que vimos en el capítulo 1, se trasladó a la celebración de la Cena del Señor. Allí se puso en evidencia la división que existía entre ellos. Así es que se nos dice aquí en el versículo 19:

"Es preciso que entre vosotros haya divisiones, para que se pongan de manifiesto entre vosotros los que son aprobados".

Esto explica todos los cultos y las sectas que existen actualmente, ¿por qué los permite Dios? Podríamos ilustrarlo sencillamente con una acción propia del ama de casa cuando se encuentra cocinando algo, y se acumula alguna materia en la superficie. Habremos observado que ella toma una cuchara o una espumadera y lo quita. Y eso es lo que Dios hace. Debemos ser realistas y reconocer que en la Iglesia hay personas que no son creyentes. Un gran porcentaje de las personas que asisten a las Iglesias en estos días no son salvas, en realidad, son simplemente miembros de la Iglesia. Y, como hacía el ama de casa de nuestra ilustración, el Señor los quita de la superficie en la que se encuentran, ¿Cómo? De alguna manera, ellos van a parar a esos cultos y sectas. Eso es lo que dijo aquí claramente el apóstol. Otra versión traduce esta primera parte del versículo así: "Sin duda, tiene que haber grupos sectarios entre vosotros (es decir herejías) para que se demuestre quienes contáis con la aprobación de Dios". La herejía llega junto con los cultos y las sectas, y muchas personas de las Iglesias, atraídas por lo novedoso, se dirigen hacia ellos. Así que Dios está limpiando la superficie de la Iglesia; es decir, para que se pueda reconocer a aquellos que realmente son creyentes genuinos. Y ahora, dice aquí en el versículo 20, de este capítulo 11 de la Primera Epístola a los Corintios:

"Cuando, pues, os reunís vosotros, eso ya no es comer la cena del Señor".

Es decir, que era imposible para ellos celebrar la Cena del Señor de la manera en que se estaban comportando en la fiesta que la precedía. Y bajo esas circunstancias ellos no podían celebrar la Cena del Señor. Y continuó Pablo diciendo en el versículo 21:

"Al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y mientras uno tiene hambre, otro se embriaga".

Aquí tenemos una declaración que nos llama mucho la atención. Tenemos a una persona que no tenía nada para traer a la fiesta, porque era pobre, y estaba pasando hambre. Y a su lado se sentaba una persona rica que tenía toda clase de manjares, pero éste no le ofrecía nada al hombre pobre que tenía a su lado. Podemos apreciar, entonces, que su relación de compañerismo y comunión allí estaba rota. No podía existir tal relación en esas circunstancias. Como resultado, tenemos una situación humillante en la que un hombre pobre, hambriento, no tenía quien le diera algo de comer. Y aquí en el versículo 22, vemos la enérgica reacción del apóstol:

"Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo".

O sea que, si no estaban dispuestos a compartir lo que tenían en un gesto de compañerismo y solidaridad, tendrían que haber comido cada uno en su propia casa. Lo que estaba ocurriendo era simplemente esto; ellos estaban fracturando, quebrando la unidad de la Iglesia. Incluso había algunos que se estaban embriagando en esta fiesta de ?ágape?, de amor. Y, por supuesto que no estaban en condiciones de recordar la muerte de Cristo. Para ellos todo quedaría en un recuerdo vago y confuso. Y ahora vemos en el versículo 23 de este capítulo 11 de la Primera carta a los Corintios,

La revelación dada a Pablo

"Yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan"

Hay algunos que dicen que quieren celebrar la cena del Señor, de la misma manera en que el Señor la hizo. Pues entonces la debería celebrar de noche, porque el Señor y los apóstoles se reunieron de noche y comieron la cena de la pascua y fue en aquella cena que el Señor instituyó la Cena del Señor. Fue en aquella misma noche en que Él fue traicionado. Y en aquella ocasión Jesús tomó el pan. Leamos ahora el versículo 24:

"y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí".

Como indicamos antes, Pablo no estaba presente en aquella sala. Por lo tanto recibió esto como una revelación directa del Señor. Y ésa fue la noche cuando las fuerzas del infierno se reunieron para destruir a nuestro Salvador. Y creemos que la simplicidad y el carácter sublime de esta Cena fueron tremendos.

Notemos lo que el Señor hizo: cuando hubo dado gracias. Ahora, Jesús dio gracias esa noche cuando la sombra de la cruz se cernía sobre Él en el aposento alto. El pecado estaba golpeando a la puerta del aposento alto, reclamando su porción. Y Jesús dio gracias. Él dio gracias a Dios.

Luego partió el pan. Y sobre esto siempre ha habido una diferencia de opinión entre los creyentes. ¿Debe uno partir el pan o servirlo tal como está? Bueno, podemos decir que hay algunas iglesias que lo parten, mientras que otras, no lo hacen.

En algunas iglesias, la persona que servía el pan ante la congregación, lo tomaba y lo partía ante ellos. El partimiento del pan también indica que se trata de algo que debe ser compartido. El comentarista Bengal dijo lo siguiente: "La misma mención de partir el pan, implica distribución y rechaza la actitud que tenían los de Corinto, donde cada uno hacía las cosas por su cuenta". Ahora, esto era algo que ellos debían distribuir entre todos. Notemos ahora, lo que dice aquí el versículo 25, de este capítulo 11, de la Primera carta a los Corintios:

"Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de mí".

Ahora, el pan habla de Su cuerpo partido. Y la copa habla de un nuevo pacto. Éste es el Nuevo Testamento, el nuevo pacto en Su sangre. Y siempre se lo llama la copa (y ha sido también llamado por Lucas el fruto de la vid, aunque nunca fue mencionado como vino). Usted puede notar que dice: "Bebe esta copa". Debemos decir que creemos que lo que bebieron fue zumo de uva sin fermentar. Algunos quizás se pregunten el por qué de esta afirmación. Bueno, esta era la fiesta de la Pascua, el tiempo del pan sin levadura. No parece lógico que ellos participasen en la misma fiesta del pan no fermentado con levadura, y bebiesen el zumo de la uva fermentado, que es el vino.

Ahora, el detalle interesante fue que Jesús lo llamó la copa. Es que Su cuerpo fue la copa que contenía la sangre. Él nació para morir y derramar Su sangre. También queremos decir que la sangre hablaba de Su muerte, o sea, de la muerte de Cristo. Y creemos que no era una sangre contaminada por el pecado, como la mía y la suya. Una y otra vez los apóstoles nos recordaron que nosotros tenemos el perdón de los pecados, por aquella sangre, y que Dios extendió sobre nosotros su misericordia, a causa de aquella sangre. Él no abrió la puerta de atrás del cielo para que entráramos de manera oculta en aquel lugar. Sino que nos conduce para entrar por la puerta principal, como hijos de Dios que somos, porque la pena o el castigo del pecado fue pagado cuando las demandas de un Dios Santo fueron satisfechas. No olvidemos esto, estimado oyente, en este día en el cual existe la noción de que Dios cierra Sus ojos ante el pecado, o mira para otro lado, sin hacer nada al respecto. Dios sí ha hecho algo ante esa situación. Por eso en esta celebración estaba la copa que contenía el símbolo de la sangre del nuevo pacto. Ahora, en el versículo 26, Pablo añadió algo nuevo:

"Así pues, todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que él venga".

En 1 Corintios Pablo estaba siempre abriendo una puerta o una ventana, mostrándonos algo nuevo. Aquí pronunció la frase hasta que Él venga. Cuando observamos la Cena del Señor, la mesa se proyecta en tres diferentes direcciones. En primer lugar, es una conmemoración. Él repitió la frase haced esto en memoria de mí. Esta mesa mira hacia atrás, a más de dos mil años, al momento de Su muerte en la cruz. Es como si el apóstol hubiera dicho: "no os olvidéis de ello, que es muy importante". O sea que es una mirada al pasado. En segundo lugar, esta mesa significa comunión. Nos habla del presente, del hecho de que hoy estamos unidos a un Cristo que vive. Y en tercer lugar, es un compromiso. Se proyecta al futuro, al hecho de que Jesús vendrá otra vez, o sea que esta mesa no durará siempre. Es temporal. Una vez que la fiesta se termine, puede que no la volvamos a celebrar, porque en la actualidad la tenemos hasta que Él regrese. La fiesta nos habla de un Señor ausente, que volverá otra vez. Por eso mira hacia el futuro.

Y el Señor tomó estos elementos frágiles, pan y zumo de uva, que se echarían a perder en unos días, y construyó un verdadero monumento. No sería de mármol, bronce, plata ni oro. Sólo pan y el fruto de la vid. Pero hablaban de Jesús, y nos recuerdan que somos responsables de Su muerte. Continuemos leyendo los versículos 27 al 29:

"De manera que cualquiera que coma este pan o beba esta copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y coma así del pan y beba de la copa. El que come y bebe indignamente, sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, juicio y condenación come y bebe para sí".

¿Qué quiere decir esto de discernir el cuerpo del Señor? Al remontarnos a la historia pasada veremos que las iglesias tuvieron problemas para determinar el significado de esta expresión. Siempre ha habido tres interpretaciones en cuanto a esto. Un punto de vista es que estos elementos, cuando el sacerdote oficia ante el altar, se convierten en la sangre y el cuerpo de Cristo, lo que se llama la transubstanciación. Los reformadores no estuvieron muy lejos de esa idea. Su enseñanza no fue transubstanciación, sino la consubstanciación en la cual usted tiene la presencia del cuerpo de Cristo en la eucaristía, coexistiendo la substancia divina con las del pan y de la copa. Y luego hay quienes dicen, que el pan y la copa son símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo, y ése ha sido el punto de vista protestante.

Pues bien, diremos que es mucho más que un símbolo, estimado oyente.

Vayamos por un momento al camino de Emaús, que encontraremos en el relato de Lucas 24. Y allí veremos lo que significa discernir el cuerpo de Cristo y Su muerte.

Dos discípulos de Jesús estaban regresando a su casa después de haber presenciado la terrible crucifixión en Jerusalén, así como los eventos que siguieron. Se sentían deprimidos y mientras repasaban los acontecimientos, el Señor resucitado se unió a ellos y les preguntó por el motivo de su tristeza. Pensando que era un extranjero, le contaron todo sobre Jesús y su muerte en la cruz, y sobre el informe de las mujeres que habían ido a la tumba, encontrándola vacía. El Señor les reprochó su falta de comprensión y de fe, para creer el mensaje de los profetas. Les expuso entonces la enseñanza del Antiguo Testamento y al pasar por el pueblo, se quedó con ellos. Allí celebró por primera vez la Cena del Señor, después de haber resucitado. Y al partir el pan, a aquellos discípulos les fueron abiertos los ojos y reconocieron a Jesús, pero Él desapareció. Lo que hizo entonces fue revelarse a sí mismo. Ésa es realmente la Cena del Señor. Por ello, cuando celebramos la Cena, Él está presente. Más allá de los símbolos, la fiesta significa que discernimos el cuerpo de Cristo. Tendremos el pan en nuestra boca, pero sentiremos la presencia de Cristo en nuestro corazón. La persona de Cristo es en nosotros, una presencia real. Es mucho más que un ritual o una ceremonia. Continuemos leyendo. El versículo 30 dice:

"Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos han muerto".

Ellos habían participado de la Cena de una manera indigna. Y continuamos con los versículos 31 y 32 de este capítulo 11 de la Primera Epístola a los Corintios:

"Si, pues, nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; pero siendo juzgados, somos castigados, disciplinados por el Señor para que no seamos condenados con el mundo".

Aquí se está hablando de creyentes. Podemos examinarnos cuando sabemos que estamos en una mala condición espiritual. Si no, Él nos juzgará, disciplinándonos, para que no seamos condenados con los que no son creyentes. Porque en un día futuro, Jesús juzgará al mundo. Pero primero, tiene que tratar con los que somos suyos. Y dicen los versículos 33 y 34:

"Así que, hermanos míos, cuando os reunáis a comer, esperaos unos a otros. Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, para que vuestras reuniones no resulten dignas de condenación. Las demás cosas las pondré en orden cuando vaya".

Había otras cosas en Corinto que estaban funcionando mal, pero el apóstol Pablo no escribirá sobre ellas en ese momento, sino en ocasión de su visita a esa iglesia.

Estimado oyente, quisiéramos que usted pudiese compartir la experiencia de aquellos discípulos que se encontraron con Jesús en el camino. Para que, al recordar el pan partido, usted le contemple en la cruz muriendo por usted. Y entonces, por la fe, le acepte como su Salvador. Entonces, por la acción del Espíritu Santo, usted sentirá Su presencia como una realidad en su vida, y como un anticipo de la vida eterna.

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