Estudio bíblico de Nehemías 3:5-26

Nehemías 3:5-26

En nuestro programa anterior, comenzamos un recorrido a través de las puertas de los muros de Jerusalén que se relata en el capítulo 3 del libro de Nehemías. El relato de la reedificación de los muros de Jerusalén ha sido presentado de una manera atractiva y didáctica. Las diez puertas de la ciudad nos cuentan la historia de las obras realizadas, comenzando por la puerta de las ovejas, y finalizando con esa misma puerta. Estas diez puertas fueron seleccionadas para contar la historia del Evangelio. Ellas exponen el plan de Dios para la salvación. Comenzamos en nuestra última sesión con la puerta de las Ovejas que simbolizaba la cruz de Cristo, y allí es donde debemos comenzar nuestra relación con Dios. Tenemos que ir a ese lugar, Él nos encuentra en la cruz. La Cruz es el único lugar donde Dios puede reunirse con el mundo. El Señor Jesucristo lo expresó con toda claridad cuando dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí". De modo que, usted, estimado oyente, debe ir a la puerta de las Ovejas, a la cruz de Cristo. Cuando usted lo recibe y lo acepta como su Salvador, entonces Él quiere hablarle acerca de algunas otras cosas; y es así como llegamos entonces, a la puerta del Pescado. Y allí Él nos dice que debemos seguirle y convertirnos en pescadores de hombres. Ahora, hay diferentes maneras por medio de las cuales uno puede llegar a ser pescador de hombres, como hemos indicado ya en nuestro programa anterior.

Cuando llegamos al versículo 4, vimos que se menciona una lista de varias personas que trabajaron en la obra de reedificación de las murallas. Resulta hermoso pensar que sus nombres han sido escritos en el Libro de la Vida. Algunos de los nombres resultarán difíciles de pronunciar, y otros parecerán extraños. Los vemos por primera y única vez, y podría ser que sean desconocidos para nosotros, sin embargo, lo importante es que esos nombres fueron conocidos por Dios. Ellos ayudaron a reedificar las murallas de Jerusalén y en algún día futuro, serán recompensados por su labor.

Leamos ahora el versículo 5, de este capítulo 3 de Nehemías:

"Y a su lado colaboraron los tecoítas; pero sus notables no se prestaron a ayudar a la obra de su Señor".

Aquí tenemos una clase de personas que pensaron que eran demasiado importantes como para ponerse a hacer un trabajo como éste, de reedificar los muros, o quizás ellos tenían alguna otra excusa, o no querían estropearse sus manos levantando las rocas que formaban los muros de Jerusalén. Si usted hubiera visto las piedras de las murallas de Jerusalén se sorprendería al comprobar el trabajo que debió dar el levantarlas para formar el muro, y quizás sentiría simpatía por los personajes importantes de los tecoítas. Ellos simplemente no quisieron doblegar sus espaldas ni jugarse el tipo en ese arduo trabajo. Se requería mucha fuerza para poder levantar esas rocas que eran necesarias para la edificación; y por tanto, había muchos brazos, y piernas, y espaldas doloridas por todo el esfuerzo que debía realizarse. Posiblemente no había una sola parte del cuerpo que no les doliera a esos trabajadores. Entonces, estos grandes personajes de mucha importancia e influencia de los tecoítas, fallaron en su responsabilidad, pensaban que esto era demasiado esfuerzo para ellos. De cualquier manera, ellos no quisieron poner manos a la obra y abandonaron la tarea.

Un detalle interesante observar que ellos estaban junto a la puerta del Pescado, que simboliza el testimonio activo, así que ellos no fueron testigos de Dios en absoluto. Estimado oyente, yo no sé en cuanto a usted, pero a mí no me habría gustado estar en un grupo como ese. No me hubiera agradado tener que haber sido mencionado en la Palabra eterna de Dios como una persona que no hizo lo que Él me pidió que hiciera. Nos tememos, estimado oyente, que en la actualidad hay muchos cristianos que no están haciendo lo que Dios les ha pedido que hagan. Estamos hablando de personas creyentes, que son salvas, no de personas no creyentes. El escritor del libro de los Proverbios, en el capítulo 11, versículo 26 dijo: "Al que acapara el grano, el pueblo lo maldecirá; pero bendición cubre la cabeza del que lo vende". El grano aquí representa a la Palabra de Dios. Es algo terrible acaparar, retener la Palabra de Dios ante aquellos que tienen hambre espiritual. Estimado oyente, ¿se ha detenido usted a pensar en ello? Volvamos a leer detenidamente este versículo que mencionamos aquí en Proverbios: "Al que acapara el grano, el pueblo lo maldecirá; pero bendición será sobre la cabeza del que lo vende". Se nos dice que habrá ciertas personas en la eternidad que se levantarán y llamarán a algunos, bienaventurados. Y pensamos que habrá gente que se levantará en el infierno y maldecirá a algunos que han ido al cielo porque ellos no quisieron compartir con ellos el grano, como se nos dice aquí. Hay gente hoy que no están compartiendo el alimento espiritual que es la Palabra de Dios con aquellos que desesperadamente la necesitan. El Señor Jesucristo dijo: "Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres". Si vamos a hacer Su voluntad hoy, en alguna parte tenemos que implicarnos activamente en un movimiento que esté difundiendo la Palabra de Dios. Y como se trata de un gran esfuerzo, ninguno de nosotros lo puede hacer en forma individual, sino que debe realizarlo en equipo, con la ayuda de otros. Leamos ahora el versículo 6 de este capítulo 3, en el que llegamos a la tercera puerta que es

La puerta Vieja

"La puerta Vieja fue restaurada por Joiada hijo de Paseah y Mesulam hijo de Besodías, quienes la enmaderaron y levantaron sus puertas, con sus cerrojos y sus barras".

Hemos notado aquí que se menciona la puerta Vieja. Cuando uno visita la ciudad de Jerusalén y observa las puertas, quizás se pregunte ¿cuál de ellas es la puerta Vieja? porque todas tienen el mismo aspecto de puertas antiguas. Pero esta fue llamada la puerta Vieja, una de las que había estado allí desde el mismo comienzo y este grupo de personas la repararon. Jeremías, capítulo 6, versículo 16, nos comunica el mensaje que esta puerta vieja tiene para nosotros: "Así dijo el Señor: Paraos en los caminos, mirad y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino. Andad por él, y hallaréis descanso para vuestras almas".

Nosotros estamos viviendo en un día en que todos estamos interesados por las cosas nuevas. La sociedad de consumo nos arrastra a estar pendientes de lo último, lo que esté de moda o que lleve el nombre de una marca famosa, lo que incorpore las últimas innovaciones de la técnica, lo que tenga un aspecto más novedoso y atractivo. Y todo ello, a veces, sin reparar en gastos, aunque nos endeudemos cada día un poco más. En nuestro tiempo todo cambia con gran rapidez, vertiginosamente y no nos da realmente tiempo para adaptarnos a los cambios. Y es esta búsqueda constante por algo nuevo lo que frecuentemente conduce a muchos a la frustración, a un callejón sin salida. En esta carrera incesante nos estamos alejando, quizás sin darnos cuenta, de ciertas realidades espirituales. Y necesitamos acercarnos a Aquel que dijo, en Mateo 11:28-30: "Venid a mí todos los que estáis muy cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera". Así que, en medio de este torbellino ruidoso y espectacular, podemos encontrar un reposo, un descanso en nuestra relación con el Señor Jesucristo. El corazón humano necesita algo más que lo que esta época materialista puede ofrecer. En ese sentido, necesitamos volver a los senderos antiguos, es decir, a los preceptos y normas de la Palabra de Dios para vivir en conformidad, en paz y armonía con la voluntad de Dios. Porque tales senderos antiguos, además de ser antiguos, son atemporales.

Continuemos leyendo el versículo 8:

"Junto a ellos trabajó Uziel hijo de Harhaía, de los plateros"

Ahora, ¿le llama la atención esto como algo fuera de lo común? Ya dijimos que las rocas y las piedras que se usaban en los muros de Jerusalén eran bastante grandes y pesadas. Y aquí tenemos a los plateros. Bueno, por lo general estas personas trabajaban sentadas en bancos y con piezas de tamaño reducido. Ellos no estaban acostumbrados a trabajar con piedras grandes como éstas. Y aunque esta tarea era bastante dura para los plateros, ellos lo hicieron, y Dios registró su labor y lo señaló aquí, haciendo constar expresamente que los plateros hicieron su trabajo. Hay personas que hoy están haciendo verdaderos sacrificios por Dios y realizando tareas difíciles. Dios, estimado oyente, toma nota de todo esto. Luego notemos aquí al siguiente grupo que se menciona en este mismo versículo 8, en su segunda parte, donde dice:

"con quien colaboró también Hananías, hijo de un perfumero. Así terminaron la reparación de Jerusalén hasta el muro ancho".

Podemos decir que esta persona era un farmacéutico, y como usted ya sabe, esta gente está acostumbrada a trabajar con píldoras, o sea, con elementos pequeños. Los encontramos aquí trabajando con estas grandes y pesadas piedras. Y Dios también tomó nota de ello y lo mencionó aquí en Su Palabra. Es bueno poder apreciar a estas personas que se dedicaron realmente a la obra del Señor Jesucristo, a pesar de tener que realizar tareas tan diferentes a su profesión habitual, y para lo cual quizás no estaban físicamente preparados. Continuemos leyendo el versículo 12:

"Junto a ellos trabajó en la restauración Salum hijo de Halohes, gobernador de la mitad de la región de Jerusalén, él con sus hijas".

Aquí tenemos, como hoy, a mujeres que quisieron tener las mismas oportunidades de trabajo. Aparentemente, Salum no tenía hijos varones y sus hijas estuvieron dispuestas a ayudarle a restaurar las murallas de Jerusalén. Vemos aquí que Dios no pasó por alto estos detalles y los registró.

Continuemos leyendo el versículo 13, que nos habla sobre

La puerta del Valle

"La puerta del Valle la restauró Hanún con los habitantes de Zanoa; ellos la reedificaron y levantaron sus puertas, con sus cerrojos y sus barras, y cuatrocientos cincuenta metros del muro, hasta la puerta del Muladar".

Ésa era la puerta que permitía la salida de la gente que estaba en Jerusalén hacia abajo, en dirección al valle. Y podría haber estado en cualquier lado de la ciudad, porque era necesario descender al valle para salir de Jerusalén. Y, figurativamente hablando, esa es la puerta a través de la cual muchos de nosotros somos llamados a salir.

El pensar en esta puerta nos recuerda el valle de la sombra de la muerte, y creemos que todos estamos caminando en esa dirección. Eso es lo que David quiso decir al mencionar ese valle en su Salmo 23. En nuestra vida, es como si nosotros estuviéramos caminando por un paso estrecho entre dos altas montañas. A medida que uno va descendiendo por él, se va haciendo cada vez más estrecho hasta que, si el Señor no viene antes, uno cruzará esa puerta.

Pero esta Puerta del Valle también tiene su lado práctico. Es la puerta de la humildad. Dios muchas veces nos tiene que guiar por medio de problemas y dificultades para enseñarnos algunas lecciones. Se nos dice que la fe desarrolla en nosotros diferentes virtudes y una de ellas es la humildad de corazón. En la carta a los Colosenses, Pablo les dijo que deberían vestirse como escogidos de Dios, con humildad y mansedumbre. Esto es algo que uno no puede cultivar, por su propio esfuerzo humano. Tiene que venir de adentro, es decir, es el fruto del Espíritu Santo.

Se cuenta la historia de cierto joven predicador que estaba estudiando para entrar al ministerio, y a quien habían invitado a predicar. Él nunca lo había hecho antes pero pensaba que, ya que era el mejor de su clase, que no tenía necesidad de mucha preparación para su sermón. Cuando subió al púlpito con una actitud de suficiencia y observó a la congregación, todo se tornó en confusión para él. Se dio cuenta que era mucho más fácil escribir un sermón en un papel en su hogar, que el presentarse ante el público y predicarlo. Y se asustó bastante y se olvidó de todo lo que pensó que sabía. Cuando terminó su sermón bajó del púlpito sintiéndose bastante avergonzado y con un gesto de humildad. Entonces se le acercó una ancianita que le había estado observando atentamente desde el momento en que había subido al púlpito hasta que terminó de hablar y le dijo: "Joven, si usted hubiera subido al púlpito en la forma en que bajó de él, entonces, usted hubiera bajado en la forma en que subió". Usted bien sabe, estimado oyente, que Dios nos matricula con frecuencia en la escuela de la humildad. Y ésa es la puerta por la cual muchos de nosotros debemos pasar. Continuando ahora con la lectura del 14, vemos que se nos habla de

La puerta del Muladar

"Reedificó la puerta del Muladar Malquías hijo de Recab, gobernador de la provincia de Bet-haquerem; él la reedificó y levantó sus puertas, sus cerrojos y sus barras".

Esta puerta del Muladar es una puerta muy importante para la salubridad de la ciudad, pero no se dice mucho sobre ella. De paso podemos decir que la puerta del Muladar es la que uno debe utilizar hoy para llegar al muro de los lamentos en Jerusalén. Pero en los días de Nehemías, estaba situada en el ángulo suroeste del Monte de Sión. Por la puerta del muladar se sacaban los desperdicios y la basura. Pero, como ya hemos dicho, no se encuentra allí en el día de hoy. Ahora, en nuestras vidas cristianas se puede acumular la basura y el apóstol Pablo nos dijo en su Segunda carta a los Corintios, capítulo 7, versículo 1: "Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia del cuerpo y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios". Pablo trató este tema de la vida cristiana, tanto como cualquier otro. Tenemos que reconocer que necesitamos confesar nuestros pecados a Dios. Una confesión honesta es el medio por el cual eliminamos la basura. Recordemos las palabras de 1 Juan 1:9 "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y para limpiarnos de toda maldad". Ahora, en el versículo 15 de este capítulo 3 de Nehemías, tenemos

La puerta de la Fuente

"Salum hijo de Colhoze, gobernador de la región de Mizpa, restauró la puerta de la Fuente; él la reedificó, la enmaderó y levantó sus puertas, sus cerrojos y sus barras; también el muro del estanque de Siloé junto al huerto del rey, hasta las gradas que descienden de la ciudad de David".

La puerta de la Fuente, creemos que se refiere a aquella que el Señor mencionó cuando le dijo a la mujer samaritana junto al pozo: "pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él una fuente de agua que brote para vida eterna". (Juan 4:14) Y también más adelante, en la fiesta de los tabernáculos, Él se puso en pie y dijo: "El que cree en mí, como ha dicho la Escritura, de lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva". (Juan 7:38) Y luego, en el versículo siguiente, el apóstol Juan, explicó lo que Jesús dijo: "Pero Él decía esto del Espíritu que los que habían creído en Él habían de recibir; porque el Espíritu no había sido dado todavía, pues Jesús aún no había sido glorificado". Y el apóstol Pablo pudo decir en su carta a los Romanos, capítulo 8, versículo 9: "Sin embargo, vosotros no estáis en los deseos de la débil condición humana sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él". Por lo tanto, la puerta de la Fuente nos enseña que cada creyente tiene en sí mismo el Espíritu de Dios y necesita ser llenado, es decir, controlado por el Espíritu de Dios. Y cuando él está controlado por el Espíritu, no es simplemente un pozo, sino una fuente de agua viva que brotará de él para bendecir a otras personas. Y todos nosotros deberíamos ser una bendición para otros en los días que vivimos.

Cuando uno continúa leyendo todo el capítulo 3 de Nehemías, algo que nosotros no vamos a hacer ahora, llega al versículo 26, que nos habla de la séptima puerta que es

La puerta de las Aguas

"Los sirvientes del Templo que habitaban en Ofel trabajaron en la restauración hasta frente a la puerta de las Aguas al oriente y la torre que sobresalía".

Ahora, la puerta de las Aguas se utilizaba para introducir agua en la ciudad. Había un acueducto que traía algo de agua, pero no toda provenía de allí. El resto del agua era traída por la puerta de las Aguas.

Ahora, ¿de qué nos habla esta puerta de las Aguas? Bueno, pensamos que la puerta de las Aguas nos habla de la Palabra de Dios. Aquí es donde Esdras instaló un púlpito, y eso lo veremos más adelante en este Libro. Cuando él colocó ese púlpito en la Puerta de las Aguas, desde allí leyó la Palabra de Dios. El lugar que él utilizó, junto a esta puerta, fue simbólico, no fue elegido accidentalmente. El Nuevo Testamento deja esto bien claro cuando habla de ser lavados en agua por la Palabra. El Señor Jesucristo dijo a los Suyos en el aposento alto, según Juan 15:3, "Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado". Y luego en este mismo evangelio, capítulo 17, versículo 17, en su oración a favor de los discípulos, Jesús dijo: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.2 De modo que, la puerta de las Aguas es un símbolo de la Palabra de Dios. Y nosotros somos purificados por el agua de esa Palabra. Y es a través de esa puerta que estamos tratando de difundir la Palabra.

El Salmista, en el Salmo 119:9, hizo una pregunta y presentó la respuesta: "¿Cómo puede el joven guardar puro su camino? Guardando tu palabra". El hecho sorprendente fue que la puerta de las Aguas no fue reparada. Aparentemente, cuando las otras puertas y murallas fueron derribadas, la puerta de las Aguas permaneció intacta. Este fue un hecho extraño. No necesitó ningún trabajo de reparación. ¿Acaso no nos dice nada esto? Es que la Palabra de Dios no necesita ninguna reparación. Permanece intacta.

Algunas personas hoy consideran importante probar que la Biblia es la Palabra de Dios. Y también hay otros que se dedican a probar que la Biblia no es la Palabra de Dios. En un principio, nos hemos dedicado a un ministerio apologético que exponía las pruebas de que la Biblia es la Palabra de Dios. Sin embargo, hemos aprendido que no necesitamos probar que la Biblia es la Palabra de Dios. Nuestro deber es proclamarla, difundirla, y el Espíritu de Dios se ocupará de ello. Hemos llegado a la conclusión de que la Biblia es, en efecto, la Palabra de Dios. No es que razonamos o pensamos que lo sea, sino que sabemos que lo es. Y sabemos lo que ella puede hacer por usted hoy, estimado oyente. Esa Palabra no necesita de nuestro débil apoyo. Ella se cuida, se protege a sí misma.

Un predicador dijo en una ocasión: "Yo no necesito defender a la Palabra de Dios; ella sola se defiende a sí misma. Es como tener un león en una jaula en el jardín trasero de tu casa. Usted no necesita guardianes para proteger al león de los gatos del vecindario. Simplemente, abra usted la puerta de la jaula y el león ya se cuidará de sí mismo. Y también se ocupará de los gatos". Así ha sido y es la Palabra de Dios a través de los siglos. Necesita ser entregada, divulgada. Y como aquella puerta de las Aguas, no necesita ninguna reparación y, por supuesto, no necesita que la apuntalemos con nuestros esfuerzos humanos. Todo lo que el Señor nos pide, es que difundamos la Palabra de Dios.

Continuaremos, Dios mediante, en nuestro próximo programa con la octava, novena y la décima puerta, y luego regresaremos a la Puerta de las Ovejas. Mientras tanto, estimado oyente, le rogamos que permita que ante el mensaje del evangelio que estas antiguas puertas de Jerusalén proclaman, el Espíritu de Dios sensibilice su corazón para mirar por la fe al Señor Jesucristo y para aceptar que Él murió en su lugar en la cruz. Allí, el castigo de Dios cayó sobre Él, para que usted pueda recibir hoy el perdón de sus pecados y la vida eterna.

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