Estudio bíblico de Hebreos 4:14-16

Hebreos 4:14-16

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro recorrido por el capítulo 4 de la epístola a los Hebreos. En nuestro programa anterior destacamos la gran importancia del versículo 12, que nos presenta una imagen impresionante de la naturaleza y efectos de la Palabra de Dios en el ser humano. Decía el versículo 12: "12La palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que toda espada de dos filos: penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón". Y al finalizar nuestro encuentro anterior estuvimos enfatizando especialmente esta última frase, que nos presentó a la Palabra de Dios como "un discernidor (o crítico) de los pensamientos e intenciones del corazón". Es que la Biblia no trata principalmente con los actos, con los hechos. Lo que hace la mano se debe a lo que la mente pensó. La mente tenía la acción de la mano en control antes de que la mano actuara. En consecuencia, la Palabra de Dios penetra en las profundidades del ser humano y trata con el corazón. El Señor Jesús dijo en Mateo capítulo15, versículo 19, "19porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias". Y hay aquí una lista muy larga de impurezas, pero eso es lo que hay en su corazón y el mío. Dijo el profeta Jeremías en su capítulo 17, versículo 9, "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" Ningún ser humano puede conocerlo, pero Dios sí puede. La Palabra de Dios desciende y trata con las vivencias más íntimas y ocultas de nuestros corazones. Desciende hasta la vida real, justamente al lugar en que usted y yo actuamos y vivimos nuestra verdadera existencia.

Y finalmente leímos el último versículo considerado en nuestro programa anterior, el versículo 13, que dice: "13Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta". Estas palabras nos llevaron a concluir que usted no puede ocultar nada ante Dios, amigo oyente. Algunos viven con la falsa ilusión de que pueden evitar que Dios conozca todos los detalles de sus vidas, incluso los planes. Oran a Dios pidiéndole ciertas cosas, y que haga ciertas cosas a favor de ellos, pero nunca le cuentan sus motivos. Piensan que de esa manera la oración sonará mejor. Pero, a la hora de la verdad, no tenemos que informarle sobre nuestras motivaciones porque Él las conoce en todo momento. Él es quien conoce los pensamientos del corazón y todo lo oculto queda abierto y expuesto ante Su mirada. Estimado oyente, su vida es para Dios como un libro abierto. A veces algunos preguntan si deberíamos confesarle a Él todas las cosas. Y respondemos: ¿por qué no? De todas maneras, Él ya las conoce, entonces simplemente sería mejor contarle todo.

Con estos antecedentes llegamos hoy a este pasaje de las Escrituras que comienza aquí con el versículo 14, de este capítulo 4, y se extiende hasta el versículo 28 del capítulo 7, donde el escritor destacó que Cristo es mejor que el sacerdocio levítico. Era muy importante que los creyentes Hebreos asimilaran esta verdad porque estaban acostumbrados a acercarse a Dios por medio del sumo sacerdote del orden Levítico, que estaba formado por los sacerdotes que sirvieron primero en el tabernáculo o tienda de reunión y después en el templo. Fue por medio de ellos que los israelitas comprometieron su devoción a Dios y trajeron sus sacrificios. Comenzamos entonces a considerar este párrafo titulado:

Nuestro gran Sumo Sacerdote

En este pasaje vemos que el Señor Jesucristo es nuestro gran Sumo Sacerdote. El escritor se mostró tan preocupado y a la vez entusiasta en cuanto al sacerdocio de Cristo, que en el capítulo 3, versículo 1 él había dicho: " 1Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús". Él quiso conseguir que las personas que estaban leyendo su epístola pensaran inmediatamente en nuestro Sumo Sacerdote. Ahora que hemos llegado a este tema comprobaremos que éste va a ser el tema de muchas partes del resto de esta carta y, por supuesto, también presentará una aplicación de esta gran verdad. Ahora, el versículo 14, de este capítulo 4 de la epístola a los Hebreos, dice:

"Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra fe."

Y se podría decir mejor, "nuestra confesión" o "retengamos la fe que profesamos", como dice otra versión. Cristo es nuestro Gran Sumo Sacerdote. Creemos que la noción pagana del sacerdocio influencia un poco nuestra forma de pensar en referencia a un sacerdote. Lo que el sacerdote pagano en realidad hacía era poner una barrera en cuanto al acercamiento a Dios, reclamando para sí la posesión de un cierto poder místico esencial para que un individuo se acercara a Dios. Una persona tenía que ir a través de este sacerdote que alegaba tener ese acceso en particular. Este tipo de práctica, por supuesto, negaba la obra consumada de Cristo, y el sacerdocio de todos los creyentes. El sacerdocio de todos los creyentes fue una de las verdades enfatizadas por el reformador Juan Calvino. Todos nosotros necesitamos un sacerdote. Tenemos algo que nos falta, tenemos una necesidad de ayuda, y todos nosotros tenemos nuestros complejos y problemas personales. El clamor del corazón del patriarca Job fue: "No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre ambos". Job ansiaba tener un mediador entre él y Dios, que pusiera una mano en la mano de Job y su otra mano en la mano de Dios, para acercarlos. Cristo es ese mediador, ese sacerdote, por medio de quien cada creyente tiene un acceso personal a Dios.

Y dice el versículo 14, que tenemos ahora, un Gran Sumo Sacerdote "que traspasó los cielos". Permítanos decirle aquí al mismo comienzo de este tema que el Señor Jesucristo no fue un sacerdote mientras se encontraba en la tierra. La única mención en la Biblia que tenemos de Él haciendo cierta clase de sacrificio (ya que, por supuesto, Él nunca tuvo necesidad de hacer un sacrificio para Sí Mismo), fue en aquella ocasión en la que le dijo a Simón Pedro que pescara un pez, y que sacara la moneda de oro de la boca del pez para pagar los impuestos requeridos por el templo, impuestos de los cuales estaban exentos los sacerdotes. Creemos que Jesús adoptó esta actitud para dejar bien claro que Él no era un sacerdote aquí en la tierra. Para ser un sacerdote uno tenía que proceder del linaje de Aarón, de la tribu de Leví. El Señor Jesús era un miembro de la tribu de Judá. Él no se encontraba en la línea de descendencia sacerdotal, sino en la línea de descendencia real. Cuando Él estuvo aquí en la tierra, Él vino como profeta, hablando de parte de Dios. Él regresó al cielo como sacerdote para representarnos a nosotros ante Dios. Él se convirtió en un sacerdote cuando ascendió a los cielos. Él murió aquí para salvarnos, y Él vive allá en el cielo para mantenernos salvos. Es cierto que cuando estuvo aquí se ofreció a Sí mismo en la cruz, y ésa fue la función de un sacerdote. Pero para ser un sacerdote que nos representara a usted y a mi Él tuvo que esperar hasta que regresara al cielo.

Cristo ocupo un cargo o función triple: (1) Él fue un profeta cuando vino a la tierra hace más de 2.000 años, lo cual se refiere al pasado; (2) Él es hoy un sacerdote, lo cual se refiere al presente; y (3) Él va a venir algún día a gobernar como un rey, lo que se refiere al futuro. Cristo Jesús ocupa todos estos tres cargos, y Él es el gran tema de la epístola a los Hebreos.

Ahora, continúa diciendo el versículo 14, aquí "retengamos", no nuestra profesión, como dice alguna versión, sino nuestra confesión, o la fe que profesamos. Y el escritor usó el modo imperativo para desafiarnos, para llamarnos a hacerlo, en realidad, para mandarnos a llevarlo a cabo.

Aquí podemos observar que no dice que "retengamos nuestra salvación". Él no estaba hablando aquí de nuestra salvación, sino de nuestro testimonio aquí en la tierra. Él se estaba refiriendo a nuestra forma de vivir por Él aquí. Él murió aquí para salvarnos, y vive ahora en el cielo para mantenernos salvos, y para hacer posible que seamos buenos testigos de Él. Hay personas que dicen: "Bueno, yo no puedo vivir la vida cristiana". Estimado oyente, es cierto que usted no puede vivir la vida cristiana, y Dios nunca le pidió a usted que viviera la vida cristiana. Y yo le doy gracias a Dios que Él no me lo pidiera a mí, porque he tratado de vivirla, y no funcionó. No podemos vivir la vida cristiana por nuestro propio esfuerzo, por ello Él nos pide poder vivirla a través de nosotros. Él vive allá en el cielo para que usted y yo, podamos retener nuestra confesión de fe, nuestro testimonio aquí en la tierra.

Cuando lleguemos al capítulo 11 encontraremos una lista de los héroes de la fe, que demostró lo que la fe ha podido lograr en las vidas de hombres y mujeres de todas las épocas. Todos los que fueron incluidos en esa lista se caracterizaron por un buen testimonio y por los datos positivos de sus vidas que quedaron registrados. El de ellos fue un buen testimonio por medio de la fe porque, sin duda alguna, vivieron por fe. Y en el versículo 15, de este capítulo 4, de la epístola a los Hebreos, leemos:

"No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado."

O sea, que Él fue tentado, pero sin pecado, es decir, que fue probado, pero sin pecado. En la prueba de Jesús en el desierto, Él no podía haber fracasado, porque Él es el Dios Hombre. Sin embargo, la presión de esta prueba fue realmente mayor para Él de lo que podría haber sido para nosotros. En el Evangelio de Juan, capítulo 14, versículo 30, el Señor Jesucristo dijo: "Porque viene el príncipe de este mundo y él nada tiene en mí". Satanás encuentra algo en mí y también en usted, pero él no pudo encontrar nada en el Señor Jesús. Podríamos ilustrar esto pensando en un barco que se encuentra flotando en el agua y que sólo podrá resistir una cierta medida de presión. Si la presión llega a ser excesiva, se producirá una rajadura en el casco de la nave y el agua penetrará por ella. De esa manera, la presión desaparecerá. Y así somos usted y yo. Cedemos, nos rendimos ante la presión y entonces la presión desaparece. Pero Jesús nunca cedió, y entonces hubo un aumento de la presión que usted y yo nunca hemos experimentado. Pensando en otra ilustración, podemos observar a un tren de carga, por ejemplo. Cada uno de los vagones indica la cantidad de peso que puede soportar. Si se excede ese límite, aparece una especie de depresión en el medio del vagón porque su estructura ha cedido por haberse sobrepasado el límite del peso que podía realmente transportar. Y eso también es cierto en nuestro caso personal. Podemos soportar presión o peso hasta cierto límite, y no más allá de ese límite. Aquí debemos decir que el peso de la tentación que Jesucristo pudo llevar fue infinito, Él fue probado pero sin que hubiera pecado en Él. Pero Jesús sí fue probado y por esa razón, Él sabe cómo nos sentimos nosotros. Así que tenemos un Sumo Sacerdote que nos comprende.

Siempre hemos pensado que para la nación de Israel la muerte de Aarón, en cierto sentido, fue de mayor significado que la muerte de Moisés. Y la razón para afirmar esto es que Aarón era su sumo sacerdote. Muchos israelitas crecieron con Aarón, jugaron con él cuando eran niños, y habían cruzado el desierto con él. Por ello tenían confianza para acercarse a él y confesarle que habían hecho algo que no debían haber hecho, trayéndole un sacrificio. Y Aarón podía simpatizar con ellos, podía comprenderlos. Él supo exactamente cómo se sentían. Pero cuando Aarón murió, nos imaginamos que esta gente se habrá preguntado si el nuevo sacerdote, el hijo de Aarón, los comprendería. ¿Sería capaz de simpatizar con ellos, y estaría dispuesto a ayudarlos? En nuestro caso, tenemos un Sumo Sacerdote que está siempre disponible, y que además, nos comprende. Él no nos comprende de una forma teórica o académica, sino que Él estando aquí en la tierra fue probado, y puede "compadecerse de nuestras debilidades". Él supo lo que fue sufrir el hambre. Supo lo que era soportar la aflicción y la tristeza, hasta el punto que el evangelista Juan nos contó que Jesús lloró. Así que pudo identificarse con nuestras debilidades, pero "sin pecado". Y el versículo siguiente, el versículo 16 de este capítulo 4 de la epístola a los Hebreos, dice:

"Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro."

Observemos la primera frase de este versículo, que nos anima a acercarnos "confiadamente" al trono de Dios. Esta palabra podría ser mal interpretada y sugerir que podemos acercarnos a Él de una manera irrespetuosa, con ligereza, frivolidad y falta de seriedad, demostrando demasiada confianza o incluso, cierta actitud engreída. Por supuesto que ésta no es la idea que transmite esta expresión. En griego, corresponde a la palabra "parrhesia", que denota la libertad de expresión que los Atenienses valoraban muchísimo. Ellos fueron quizás los primeros en creer que el ciudadano común debía tener libertad de expresión. Así que resulta significativa esta expresión en una frase que se refiere a nuestro acceso al trono de Dios.

Entonces podríamos expresar esta frase así: "Acerquémonos, pues, con gran libertad de expresión, al trono de la gracia". Podemos hablar con total libertad con el Señor Jesucristo. Yo le puedo contar a Él todas las cosas, incluso aquellas que no le contaría a usted. Él me comprende. Él conoce mis debilidades y por lo tanto las puedo compartir con Él. He aprendido a ser muy sincero con Él. No he intentado abusar de su confianza, pues no me agrada ese tipo de trato. Él es Dios y yo me acerco a Él con una actitud de adoración y reverencia. Pero también me siento con libertad para hablar, porque Él también es hombre. Es Dios, pero también es hombre, y puedo presentarme ante Él con gran libertad. Puedo decirle a Él lo que tengo en mi corazón. Puedo abrir mi corazón ante Él. No estamos seguros de que esas oraciones piadosas y de esmerado vocabulario, elocuentes, que a veces solemos hacer le causen una impresión especial, especialmente cuando estamos tratando de ocultar la realidad de nuestros corazones y de nuestras vidas. Nos preguntamos si el Señor no desconectará la recepción de nuestra oración cuando no nos presentamos ante Él con libertad, ni abrimos nuestros corazones en Su Presencia. Éste es uno de los motivos por los cuales muchas de nuestras reuniones de oración no son más efectivas. Porque nos presentamos ante Él cohibidos y reservados, sin ser francos o sinceros.

Acerquémonos, pues, con gran libertad "ante el trono de la gracia", amigo oyente. El trono de Dios es un trono de gracia. Anteriormente un trono de juicio, es ahora un trono de gracia.

Y continúa diciendo el versículo, "para alcanzar misericordia". Necesitamos mucha misericordia. Somos redimidos por la gracia de Dios, como dice la epístola a Tito capítulo 3, versículo 5, "nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia". Él ha sido compasivo con nosotros.

Y finaliza diciendo el versículo 16, "y hallar gracia para el oportuno socorro". Este socorro nos habla del futuro. Podemos obtener misericordia y hallar gracia como ayuda y socorro en tiempo de necesidad. En el Salmo 23, versículo 1, David escribió: "El Señor es mi pastor, nada me faltará". Por supuesto que nada le había faltado en el pasado, pero lo hermoso es que David pudo decir "nada me faltará". ¿Por qué? Porque el Señor es mi pastor. Yo tengo un Sumo Sacerdote allá en el cielo, y puedo acudir a Él como mi Pastor.

Por cierto, amigo oyente, permítanos preguntarle, ¿se ha dirigido usted a Dios hoy? ¿Qué le ha dicho a Él? ¿Le ha dicho que le ama? ¿Le ha confesado sus pecados? Si aún no lo ha hecho, ¿por qué no lo hace? De todos modos, Él ya los conoce. ¿Por qué no se los menciona? Frente a Su Presencia, no trate de aparentar, amigo oyente, lo que no es, no se refugie en las apariencias de piedad y de una espiritualidad superficial al presentarse ante Él. Dios ya sabe que usted puede venir a Él no por sus propios méritos sino solamente por los Suyos, por los méritos del Señor Jesucristo. Diríjase a Él con libertad y con esa actitud, hable con Él con la completa seguridad de que hay para usted misericordia y gracia en tiempo de necesidad.

Y así finalizamos con el programa de hoy el capítulo cuatro de esta carta a los Hebreos. En nuestro próximo encuentro esperamos, estimado oyente, contar con su compañía y le sugerimos que lea el capítulo 5, para estar familiarizado con su contenido. De esa manera podremos entender mejor la manera de aplicar sus enseñanzas a la vida práctica.

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