Estudio bíblico: Los apoyos a la fe: la espiritualidad congregacional -

Serie:   Nehemías   

Autor: Esteban Rodemann
Email: esterodemann@gmail.com
España
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Los apoyos a la fe: la espiritualidad congregacional

Introducción

"Usted no está enfermo, pero tampoco está sano; está usted pre-enfermo". ¡Vaya palabras de médico más esperanzadoras! Comentarios de este tipo responden a un hecho fácilmente observable: hay tendencias hacia ciertas enfermedades que se reproducen en las familias. Puede haber cierta propensión a la melancolía, la obesidad, la diabetes, o la gota. Hay puntos débiles en el organismo que se transmiten de padres a hijos, como la hipertensión arterial. Los avances en el campo de la medicina, desde el análisis del genoma humano, han permitido algunos descubrimientos que cuantifican estas tendencias con más exactitud. Hay genes directamente implicados en el desarrollo de enfermedades como el cáncer, el mal de Alzheimer, o el mal de Parkinson. Si se descubre que una persona tiene un trozo de cromosoma defectuoso, se puede predecir que tarde o temprano le tocará alguno de estos azotes. De momento la persona parece sana, pero la verdad es que está "pre-enferma".
La cuestión que se plantea frente a este tipo de observaciones es ¿en qué consiste la salud? ¿Es cuestión de no tener dolores, la ausencia de síntomas? ¿Se refiere a la aportación que uno puede hacer a la sociedad? ¿O se trata más bien de cierto nivel de energía, de vitalidad, de ganas de vivir? ¿Qué es eso de estar sano? Es un debate que también se libra en torno al aborto o la eutanasia: ¿en qué consiste la vida del ser humano? ¿Cuándo empieza: en el momento de la fecundación, cuando el feto resulta viable, o al momento de nacer? Del mismo modo, ¿cuándo termina la vida: cuando la persona deja de respirar, cuando el corazón deja de latir, o cuando se da un encefalograma plano? Las definiciones a veces no son fáciles de articular.
Los padres de familia hacemos un ejercicio parecido cuando pensamos en nuestros hijos. ¿Qué buscamos en ellos? ¿Cuál es el objetivo vital que añoramos para ellos: que saquen buenas notas, que encuentren un empleo bien remunerado, o simplemente que sean felices? ¿Buscamos algo en su carácter, en su forma de ser, o pensamos más bien en la consecución de cierto bienestar económico? En esta cuestión entran en juego todos los valores, criterios, prioridades, y actitudes de los padres, que ellos de alguna manera quisieran ver reproducidos en su prole.
Los responsables de iglesia podrían hacer la misma pregunta respecto a los miembros de la congregación: ¿qué buscan para ellos? ¿Qué quisieran ver en ellos? ¿Esperamos que sean obedientes y que asistan a las reuniones? ¿O anhelamos algo más? La cuestión de fondo es ¿qué clase de persona está buscando el Señor? Su proyecto de redención de ser humanos, ¿en qué tiene que desembocar? ¿Cómo es el retrato robot de la madurez cristiana?
Jesucristo describe para sus discípulos la meta de Dios para el ser humano: ser perfectos en amor, como El es perfecto (Mt 5:48). Si Dios hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos, entonces querrá reproducir esa benevolencia en todos aquellos que han llegado a conocerlo. No se trata de una equidistancia ciega entre el bien y el mal, sino una sincera preocupación por el bien de las personas, incluso los malos, que también han sido creados a imagen y semejanza de Dios. Por eso la Biblia plantea el amor como el colmo de la madurez en Cristo: "el cumplimiento de la ley es el amor" (Ro 13:10).
El canto de sirena de nuestra sociedad, la seducción de nuestro tiempo, nos invita a plantear el "estar bien" como la meta principal de la vida. Estar a gusto. Hacer lo que apetece. Disfrutar sin esfuerzo. De modo que la aspiración máxima de muchas personas tiene que ver con las vacaciones: viajar, hacer lo que venga en gana, librarse de horarios y obligaciones. Así uno se siente libre, se imagina el dueño de su propia vida.
Jesucristo habla del afán de estar bien en los evangelios cuando trata el tema del dinero: se enfrenta con personas que buscan el dinero, advierte en contra de la avaricia, exhorta a guardar tesoros en el cielo y no en la tierra, y pone como ejemplo a imitar a personas que renuncian al amor a la ganancia material. El sabía que sólo tenemos dos opciones: amar las cosas y utilizar a las personas, o amar a las personas y utilizar las cosas. Desde el fondo del corazón sale un impulso u otro: preocuparse por los demás o inflarse de satisfacciones personales. El joven rico, frente a la demanda de Jesús de mostrar amor hacia los necesitados, opta por marcharse. En cambio, Zaqueo demuestra que la salvación ha llegado a su corazón cuando se levanta y públicamente se compromete a devolver con creces lo que ha extorsionado, y también a ser generoso con los pobres. El ser humano siempre tira por un lado u otro: la ganancia material o la generosidad para ayudar a otros. Estar bien o hacer el bien. La personificación del amor es el Hijo de Dios, que por amor a nosotros "se hizo pobre", mientras el compendio de la codicia se aprecia en Judas, que traiciona a Jesucristo por treinta piezas de plata.

El problema de la usura

Nehemías debe tratar un problema serio que altera la convivencia del pueblo, mientras lucha por llevar a cabo la construcción del muro (Neh 5). Durante los dos meses que duraba el proyecto, muchos habían dejado su trabajo ordinario para ayudar a levantar la muralla. Se habla de perfumeros, plateros, comerciantes y funcionarios que abandonan su ocupación habitual para cargar escombros y colocar piedras. Los dos meses que dura la suspensión de su actividad habitual suponen una caída dramática en sus ingresos familiares, pero las obligaciones seguían: la manutención de los suyos y los impuestos que toda la provincia entregaba al imperio persa. Los judíos más ricos les habían prestado dinero, cobrando intereses de 1% al mes, "la centésima parte", (Neh 5:11). Al no poder pagar puntualmente, los ricos habían tomado a los hijos de los endeudados como criados, y también se habían apoderado de sus tierras. De modo que éstos tenían que pedir aún más dinero prestado simplemente para sobrevivir, y con sus hijos sirviendo ahora en casa de otros.
El gobernador se enfada: "me enojé en gran manera cuando oí su clamor y estas palabras" (Neh 5:6). Convoca una asamblea y reprende duramente a los poderosos: "No es bueno lo que hacéis. ¿No andaréis en el temor de nuestro Dios, para no ser oprobio de las naciones enemigas nuestras?" (Neh 5:9). Los obliga a devolver todos los intereses cobrados y las tierras embargadas. Profiere una maldición sobre cualquiera que infrinja en el futuro, y toda la congregación -reconciendo que tiene toda la razón- pronuncia un sonoro "amén" y alaba al Señor (Neh 5:13).
Nehemías da ejemplo del amor fraternal que ha obligado a practicar entre el pueblo. Renuncia al sueldo que le correspondía como gobernador (Neh 5:14). Participa activamente en la obra de construcción, trabajando codo a codo con los demás para levantar la muralla. Se niega a especular en tierras (el "pelotazo urbanístico", diríamos hoy), y además da de comer a ciento cincuenta personas a su mesa todos los días. Predica la generosidad y también la practica.

La fe a la vista

Jesucristo, como Nehemías, enseña una y otra vez que lo más importante es el amor. Si no hay amor en el pueblo de Dios, no se transmite ningún testimonio a través de la ciudad de luz. "En esto sabrán que sois mis seguidores" dice Jesús, "en que os améis unos a otros" (Jn 13:35). El carácter de Jesucristo se reproduce en sus discípulos. Cuando él se bautiza, el Espíritu Santo viene sobre él en forma de paloma, anunciando que el efecto de su ministerio sería la paz: la paz con Dios y la paz entre los hombres. En su trato con las personas, él sería como el novio de Cantares: "sus ojos como palomas..." (Cnt 5:12). Isaías ya lo había dicho: "no quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare..." (Is 42:3). El amor había movido al Padre a enviar al Hijo, el amor había movido al Hijo a encarnarse, y el amor mueve a Jesucristo a atender a los necesitados hasta el punto de dar su vida por ellos en la cruz (Jn 3:16) (Ga 2:20).
El amor es la primera cualidad humana para lo cual la obra de la redención está pensada. Cuando Adán y Eva escogen la independencia en el huerto de Edén, el primer resultado es el no amor: en vez de amar a Dios, se esconden temerosos. En vez de amarse el uno al otro, se culpan mutuamente del desastre. Cuando el Señor promete enviar a alguien para poner el remedio, está pensando en una restauración global del amor. Por eso, cuando preguntan a Jesús sobre el mandamiento más importante de la ley, dice que es el amor: amor a Dios (que supera el temor), y amor al prójimo (que supera la rivalidad). "De hecho", dice Jesús, "toda la ley es una mera ampliación del principio del amor" (Mt 22:34-40).
El amor, sin embargo, es un concepto escurridizo. Resulta asombrosamente fácil engañarnos al respecto. Por eso las Escrituras se prodigan en ejemplos y aclaraciones, para que todos reconozcan el rostro del amor verdadero. Cuando Moisés resume las exigencias de la ley del amor, pone ejemplos. La lista no es exhaustiva sino enunciativa: "maldito el que hiciere errar al ciego en el camino... maldito el que pervirtiere el derecho del extranjero..." (Dt 27:16-26). La idea era que, partiendo del ejemplo dado, los creyentes extrapolaran a situaciones parecidas y aplicaran la doctrina del amor a toda su red de relaciones humanas.
Jesucristo dedica gran parte de su ministerio terrenal a aclarar el significado del amor, como también a insistir en que el amor es lo que Dios está buscando. Su explicación del significado verdadero de la ley (en el Sermón del Monte) empieza con el "no matarás", y Jesús demuestra que esto significa "sí amarás" (Mt 5:21-26) (Mt 5:43-48). La regla de oro es hacer para otros lo que quisieras que ellos hicieran para ti, o sea, el amor (Mt 7:12). Jesús aprovecha las curaciones en el día de reposo para afirmar que si los hombres aman a sus animales, tanto más deberían amar a sus semejantes (Mt 12:9-14). Se enfrenta a sus adversarios, cuando éstos le critican por asociarse con publicanos, citando el pasaje de (Os 6:6) que dice "misericordia quiero, y no sacrificio" (Mt 9:13). Cuando Juan y Jacobo quieren pedir fuego del cielo sobre una aldea samaritana porque no han querido recibir a Jesús, éste les recuerda, "el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas" (Lc 9:56).
Lo que despierta la ira de Jesucristo son las ofensas contra el amor. Cuando los fariseos se preocupan más por tenderle una trampa a Jesús que por aliviar el sufrimiento del hombre con la mano seca, Cristo los mira a todos con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones (Mr 3:5). Afirma que cualquiera que hace tropezar a un discípulo nuevo y joven debe morir ahogado en lo más profundo del mar (Mt 18:6). La furia con que Jesucristo echa a los cambistas del templo -con un azote de cuerdas- responde a la violación flagrante de la ley del amor: el mercadillo de animales impedía que los gentiles adoraran a Dios en el patio que les correspondía (Mr 11:15-17). Pronuncia condenación sobre los escribas y fariseos porque, en vez de cuidar a las viudas, se esforzaban en quitarles sus ahorros (Mt 23:14).
Cuando Jesús ve las multitudes, tiene compasión de ellos y sana a los enfermos (Mt 14:14); luego dice a los discípulos "dadles vosotros de comer" (Mt 14:16). Es evidente que quiere reproducir su compasión en el corazón de los discípulos. En el mismo sentido, Juan el Bautista había insistido en que la señal del arrepentimiento era el amor al prójimo: compartir la túnica, repartir la comida, dejar la extorsión y la calumnia (Lc 3:10-14). La señal de haber recibido el perdón de Dios sería un espíritu magnánimo con los demás (Lc 11:4) (Mt 18:35). El amor, a fin de cuentas, sería la señal incuestionable de tener la vida de Dios (Jn 13:35) (Jn 15:12).
De la misma manera, el apóstol Pablo ahonda en el significado del amor cuando procura animar a los corintios a ejercer los dones espirituales de forma caritativa: "el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece..." (1 Co 13). En la carta a los romanos, Pablo insiste en que todos los mandamientos del Antiguo Testamento iban encaminados a este fin: "... porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.... así que el cumplimiento de la ley es el amor" (Ro 13:8-10).
En la iglesia primitiva, se destaca el cuidado que se tienen unos de otros, compartiendo sus bienes (Hch 2:44-45) (Hch 4:32) y cuidando de las viudas (Hch 6:1) (1 Ti 5:3). La gran preocupación de los primeros cristianos era ayudar a los pobres y los presos (Ga 2:10) (He 10:34). El apóstol Pablo insiste en que el objetivo de la enseñanza bíblica es producir amor en los corazones (1 Ti 1:5). De hecho, el amor -que Dios derramaba en el corazón por su Espíritu (Ro 5:5)- era la prueba del nuevo nacimiento y la principal tarea en la vida cristiana (1 Ts 1:3) (1 Ts 4:9). Pero tiene que ser un amor que discierne, que aprueba lo bueno y lo rechaza lo malo (Fil 1:9-11).
Nehemías sabe que de poco servirá tener murallas si el pueblo -cuya vida da sentido a la ciudad de luz- no se caracteriza por el amor. Por eso insiste en tratar el asunto de la usura con tanta energía. En eso anticipa a Jesucristo y la enseñanza del Nuevo Testamento, de que el primer resultado del nuevo pacto y lo que distingue al cristiano del resto del mundo es el amor: "el fruto del Espíritu es el amor..." (Ga 5:22).

Apoyos congregacionales a la fe

Una vez que la muralla de Jerusalén queda levantada, Nehemías se preocupa por establecer una serie de medidas destinadas a favorecer la vida espiritual del pueblo de Dios. No constituyen la esencia de la verdadera espiritualidad, pero la facilitan. Son como el arar y el regar en el campo: no producen el crecimiento del trigo, pero ponen las condiciones necesarias para que la vitalidad inherente a la semilla germine y florezca sin problemas. Las medidas que Nehemías impone en la Jerusalén posexílica sugieren varios apoyos a la fe que pueden estimular la vitalidad espiritual de la iglesia local.
1. Murallas: criterios bíblicos
Las murallas representan algo que separa entre los que están dentro y los que están fuera. Constituyen una linea divisoria para que el pueblo de Dios no se confunda con el resto del mundo. En los días de Nehemías, el muro era fundamental para dar la seguridad necesaria para que el culto al Señor se pudiera practicar sin temor. Para que nadie robara los animales para el sacrificio. Para que no hubiera ataques de enemigos en los días de fiesta. Para que el día de reposo se respetara.
Para las iglesias del Nuevo Testamento, las murallas representan un criterio bíblico inamovible, como única norma de fe para regular la vida de la congregación. Es como la profecía verdadera en los tiempos del Antiguo Testamento, que tenía que servir de "muro alrededor de la casa de Israel" (Ez 13:5). Se trata de un convencimiento -promulgado por el liderazgo y compartido entre toda la congregación- de que la Biblia es una palabra inspirada e inerrante que viene de parte de Dios, que contiene todo lo que el hombre y la mujer de hoy necesita saber para relacionarse con Dios, y que representa la autoridad final para la vida personal, familiar y congregacional del pueblo. En este sentido, la iglesia local es "columna y baluarte de la verdad" (1 Ti 3:15).
Como fruto de ese convencimiento, se practica el bautismo con criterio: conversando con los que profesan haber creído en Jesucristo -tal vez haciendo un cursillo de discipulado- con el fin de asegurar la veracidad de su conversión. Se les bautiza cuando los ancianos de la iglesia están seguros de que los candidatos han nacido de nuevo. Luego sólo se admite a la mesa del Señor a aquellos que han sido bautizados. Es un ritual con limitaciones, como si de un muro se tratara. Como la cena de la Pascua, en que sólo participaban los que habían sido circuncidados previamente, así la participación en el pan y el vino se restringe a las personas que han dado testimonio público de su fe en Jesucristo para salvación.
Lo que sirve de protección para la iglesia (cual muralla) es el firme compromiso de arraigar toda la enseñanza pública en la Palabra de Dios, de enseñar la lectura asidua de la Palabra de Dios, y de adaptar nuestros criterios en todas las áreas de la vida a los principios que marca la Palabra de Dios: vida familiar, vida laboral, temas de actualidad, modelo de iglesia. Aconsejamos según la Biblia, practicamos el matrimonio según la Biblia, administramos el dinero según la enseñanza de la Biblia. En todo, la pregunta a contestar es ¿qué dice la Biblia?, porque creemos firmemente que lo que dice la Biblia, lo dice Dios. No sólo en el pasado, sino también en el presente. Dios sigue hablando a través de su Palabra escrita, no sólo a algunas personas especiales, sino a todos los hijos e hijas de Dios.
2. Puertas: un atractivo que invita a entrar
La construcción de los muros en los días de Nehemías incluía el levantamiento de las puertas, siempre con cerraduras y cerrojos. Si las murallas hablaban de separación y exclusión, las puertas anuncian que existe una vía de entrada. Por un lado, las cerraduras y cerrojos hablan de una puerta con seguridad. Es decir, alguien tiene que abrir. No se tratan de cortinas que cualquiera puede atravesar, sino de puertas reforzadas que se abren para los amigos y se cierran para los enemigos.
La puerta habla de la conversión a Jesucristo, el que dijo ser la puerta de entrada al redil (Jn 10:7). La única manera de entrar y participar en el pueblo de Dios es por medio del arrepentimiento y la fe -genuina y de todo corazón- en el Redentor provisto por Dios, el Sustituto que cumple la justicia en lugar del pecador, y que también sufre el juicio en lugar del pecador. Como el arca de Noé sólo tenía una puerta de entrada, así la única puerta de entrada al reino de Dios es la persona y la obra de Jesucristo. Pero como Jerusalén tenía muchas puertas, así la invitación de creer en Cristo para salvación se extiende en todas las direcciones, a todas las personas. El que quiera, que venga.
La puerta también sugiere que hay algo en la ciudad de luz que atrae, que invita, que despierta deseos de acercarse más. Así debe ser la iglesia local, con un poderoso atractivo (como "panal de rica miel") que, como la antigua ciudad de refugio, ofrece un santuario para el culpable. ¿En qué consiste el atractivo de la iglesia local? Se decía de Jerusalén que era "hermosa provincia, el gozo de toda la tierra" (Sal 48:2). El templo en medio de la ciudad era "el deseo de nuestros ojos, el deleite de nuestra alma" (Ez 34:21). Los fieles que subían a las fiestas se animaban con la esperanza de estar dentro de las puertas de la ciudad: "Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Jehová iremos" (Sal 122:1). El creyente medio estaba convencido de que las moradas de Jehová eran amables, y que más valía un día en Jerusalén que mil en otro sitio (Sal 84:1,10). Había deseos de acudir a la reunión, alegría después de haber participado en la reunión, y una satisfacción constante por el hecho de pertenecer al pueblo de Dios. Todo esto ha de caracterizar la iglesia local.
Si bien es cierto que sobre gustos no hay nada escrito, del mismo modo se puede afirmar que algunos se sienten atraídas a una iglesia por unos motivos, y otros por otros. Algunos valorarán la solemnidad y el silencio, mientras otros buscarán la adoración alegre y ruidosa. A algunos les atrae una liturgia estructurada, y otros buscarán la total espontaneidad. Algunos estarán más cómodos perdiéndose en el anonimato de una congregación grande, y otros querrán la cercanía interpersonal que sólo es posible en una iglesia pequeña. Aun teniendo en cuenta toda la gama de preferencias personales, el apóstol invita a mirar las reuniones de la iglesia con ojos de inconverso: si entra un indocto, ¿qué pensará de lo que hacemos? (1 Co 14:23).
Hay varios factores que siempre se nombran cuando de habla de las características de una "buena iglesia":
Ambiente cálido, de amor mutuo. Cuando la persona que visita siente en su alma que los miembros están a gusto unos con otros, que quieren estar juntos, que se conocen y se preocupan unos por otros, esto atrae. Jesús decía que el amor entre los hermanos convencería acerca de la realidad de su fe (Jn 13:35). Hermanos que se saludan calurosamente, que se detienen para hablar después de la reunión, que comparten sus intimidades con libertad, que oran unos por otros, que participan en las actividades, que se preguntan por aspectos de la vida fuera de la reunión, todo esto anuncia que existe el amor.
De la misma manera, si la iglesia se vuelca en hacer un bien a la sociedad, preocupándose de forma real por los necesitados de todo tipo, esto testifica del amor que Dios ha puesto en su corazón. Iniciativas hacia los pobres, los marginados, los sin casa, los toxicómanos, los presos, los ancianos, los enfermos, todo esto respalda la profesión de vida nueva en Cristo.
Centralidad de la Palabra de Dios. La iglesia se reúne en torno a Jesucristo, y Cristo por tanto ha de ser el centro de las reuniones. Los hermanos no se juntan para indignarse por temas políticos, como tampoco acuden sólo para hacer vida social. Son conscientes de una nueva vida compartida -por la fe en Cristo que los une- y quieren aprender de él, hablar de él, conocerlo cada vez mejor. La iglesia es "columna y baluarte de la verdad" (1 Ti 3:15) porque hay buena enseñanza bíblica: exposiciones centrada en Jesucristo y aplicada a la vida real de cada cual. La buena predicación atrae poderosamente: hace que las personas oigan verdaderamente la voz de Dios hablando a sus necesidades reales. La buena alabanza también atrae: himnos con mensaje, instrumentos que se tocan bien, equilibrio en los estilos de música, hermanos que cantan con entusiasmo.
Ensalzamiento de la gracia de Dios. Las personas que presiden la reunión deben desprender cualidades que invitan a los demás: gratitud a Dios, confianza en el Señor, dependencia de la obra del Espíritu en la vida de cada cual, alegría en Cristo. En cambio, un tono condenatorio, exigente, severo desde la plataforma tiende a ahuyentar a los hombres. Jesús decía "venid a mí, los que estáis trabajados y cargados", y las personas respondían (Mt 11:28). Se acercaban sin miedo, porque aprendían de un Dios que había dado el primer paso para buscar al hombre y proveer medios para su restauración. La libre participación refleja la doctrina de la gracia de Dios: coloquios, estudios participativos, un tiempo libre animado.
Conciencia de la presencia de Dios. Jesucristo promete antes de ascender al cielo, "he aquí, yo estoy con vosotros todos los días", y en muchas congregaciones se vive esta certeza. La buena oración comunitaria cuenta con la presencia de Cristo, como él también prometió (Mt 18:19). Cuando se comparten temas de oración, y respuestas concretas a esas peticiones, se refuerza la idea de un Dios que oye y actúa. Un ministerio mutuo de la Palabra -donde unos y otros leen, comparten, enseñan, y exhortan- hace que la visita exclame "verdaderamente Dios está entre vosotros" (1 Co 14:25), porque varias personas demuestran ser portavoces divinos.
Compromiso con la voluntad de Dios. Cuando un grupo de creyentes en Cristo se compromete a vivir bajo el señorío de Cristo en la vida real de todos los días, esto atrae. En vez de hipocresía, hay sinceridad. En vez de guardar las apariencias, se comparten las luchas, y unos y otros se animan a obedecer mejor al Señor ("exhortándonos...", (He 10:25). Cuando hay un deseo generalizado de glorificar a Jesucristo en todas las esferas de la vida, esto se palpa. Transmite autenticidad. No se trata de un grupo de iluminados, sino de un cuerpo de verdaderos hijos de Dios.
Reflejo de la hermosura de Dios en los aspectos materiales. David veía al Señor a través de la hermosura del templo (Sal 27:4). Un local con buena iluminación, con un decorado adecuado (que no lujoso), con una estética conforme a los tiempos, con sillas cómodas, todo esto transmite algo de la belleza del Señor. Otros factores, como la limpieza, unos aseos adecuados, y una calefacción adecuada (o aire acondicionado) ayudan. Luego hay aspectos que no responden exactamente a la planta física pero sí influyen para que la gente esté a gusto, como un programa adecuado para los niños. Todo esto refuerza la idea de una vida divina real, de un Dios de orden que aporta hermosura en medio del caos humano.
3. La separación inteligente
Después de levantar las murallas (con sus puertas), todo el pueblo presta juramento de que no darán sus hijas en matrimonio a los pueblos de la tierra de Canaán, y que tampoco tomarán de sus hijas para los hijos de Israel (Neh 10:30). Es el compromiso de separarse de todas las formas de vida inherentes al mundo sin Dios. El rechazo a formar alianzas con los pueblos de la tierra (derribando sus altares y negándose a emparentar con ellos) era para evitar que las costumbres paganas hicieran desviar el corazón de los hijos de Dios (Dt 7:1-15). Se trata de una intransigencia permanente con el mal, de una postura ética decidida con el fin de conservar el buen sabor de la "sal", que era la vida comunitaria del pueblo de Dios. Sólo así podrían contrarrestar la podredumbre del mundo en su pecado. Siempre había lugar para personas de trasfondo pagano que, renunciando a sus costumbres, se adherían al pueblo de Dios. Para las personas que abrazaran la fe de Israel, siempre había plena aceptación. Así era el caso de Rahab y Rut, y de los extranjeros que vivían entre Israel y que admitían la circuncisión (como símbolo del nuevo nacimiento por la fe del Redentor, (Ex 12:48).
El Nuevo Testamento, al aplicar este principio a la vida de la iglesia local, emplea términos como "salir", "no juntarse", "apartarse", "no participar", "guardarse de", y "desechar". Los apóstoles elaboran un patrón de comportamiento cristiano que supone marcar distancias con el mal. Es cuestión de reconocer dos verdades fundamentales: 1) que un poco de levadura leuda toda la masa, y por tanto es mejor quitar la levadura incipiente antes que estropee lo demás; y 2) que la vida de Dios -la confianza diaria, la obediencia a su voluntad, y el seguimiento apasionado de Jesucristo- se refuerza cuando el cristiano anda con otros de la misma persuasión: "el que anda con sabios, sabio será..." (Pr 13:20).
La separación se llama "inteligente" porque no se limita a la renuncia de ciertos comportamientos que los cristianos más severos podrían tachar de pecaminosos. Para algunos, la lista de lo prohibido incluiría cosas como fumar, beber, bailar, ir al cine, o jugar a la lotería. Para otros lo escandaloso sería que la mujer llevara maquillaje o pendientes, o que se cortara el pelo. Para los puritanos del s. XVI, la modestia cristiana se exteriorizaba con la renuncia a vestir ropa de colores. Otros, como los Amish de Pennsylvania (EEUU), se separan del mundo (piensan) rechazando el uso de electrodomésticos y el automóvil. Otros arremeten contra ciertos estilos de música. Los tiempos y las costumbres cambian, pero siempre ha habido creyentes sinceros que han buscado poner "diques" a la carnalidad elaborando listas de lo que el cristiano debe o no debe hacer. Son intentos de evitar que la marea de la mundanalidad ahogue la verdadera espiritualidad.
Los fariseos ("separados"), se apartaban de los pecadores vigilando los alimentos que ingerían, lavándose las manos, evitando escrupulosamente toda visita a una casa de gentiles, y fiscalizando el comportamiento de los demás. Jesús dice a sus discípulos, sin embargo, que la verdadera separación comienza en el corazón. Uno tiene que desechar la malicia, el engaño, la envidia y la mala lengua (1 P 2:1). Un discípulo debe guardarse de la hipocresía del fariseo (Mt 16:6), como también de su afán de hacerse rico mientras aparenta una gran espiritualidad (Mt 23:14).
La separación inteligente plantea una no participación con los "hijos de la desobediencia" en la fornicación, la inmundicia, o la avaricia, sin renunciar a toda relación con los inconversos. El apóstol dice por un lado que no participemos en las obras infructuosas de las tinieblas, sino que las reprendamos (Ef 5:11). Al mismo tiempo, reconoce que tendríamos que salir del mundo para evitar todo contacto con fornicarios, avaros, idólatras, y ladrones (1 Co 5:10). El cristiano está llamado a ser luz precisamente donde hay tinieblas. Vivir en el mundo sin ser del mundo. Dando amistad y amor a los que viven en el pecado, sin participar en el pecado. Es un equilibrio a veces difícil de mantener, pero el principio de la separación inteligente supone un intento de acercarnos a las personas sin abrazar su conducta, donde ésta no glorifica a Dios.
La separación obliga al cristiano a no asumir compromisos permanentes que podrían comprometer su futuro: el apóstol dice "no os unáis en yugo desigual con los incrédulos" (2 Co 6:14), y "no os hagáis esclavos de los hombres" (1 Co 7:23). Cuando cita el profeta Isaías, Pablo también tiene en mente la posibilidad de que el cristiano tenga que marcharse de una iglesia que se ha vuelto corrupta: "salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor" (2 Co 6:17). Fue la decisión de muchos creyentes que dejaron la Iglesia de Roma en tiempos de la Reforma protestante.
La separación inteligente supone la práctica de la disciplina eclesial, en un espíritu de mansedumbre y según criterios bíblicos. Cuando una persona profesa seguir a Jesucristo pero no vive como tal, entonces la congregación debe actuar. A veces se trata de una mera conversación. Es cuestión de mirar siempre la viga en el ojo propio antes de extirpar la paja del ojo ajeno, proceder con amor, y con temor y temblor. Pero si la persona persiste en un comportamiento que compromete el evangelio que dice creer, entonces se toman medidas: puede tratarse de una amonestación, de la privación de algún ministerio, de la exclusión de la mesa del Señor, o de la excomunión de la asamblea.
Algunos de los comportamientos que invitan la actuación decidida de parte de la congregación, con sus ancianos, son la fornicación, la avaricia, el hurto, la borrachera, o el fomentar rumores (la maledicencia, (1 Co 5:11). Otro campo es la promulgación de doctrinas erróneas, o causar divisiones en la asamblea (Ro 16:17) (Tit 3:10). Luego puede haber otros comportamientos no detallados que claramente desmienten la profesión cristiana; es el "andar desordenadamente", que podría incluir cosas como la ociosidad, el tráfico de drogas o de personas, o la violencia doméstica (2 Ts 3:6). La práctica de la disciplina eclesial señala que hay una diferencia entre los que están dentro y los que están fuera.
4. Un día para la adoración
Otro compromiso, impuesto por Nehemías y asumido por todo el pueblo, es el de guardar escrupulosamente el día de reposo (Neh 10:31). Este día, establecido por Dios en la primera semana de la creación (Gn 2:3), era el medio clave para promover la adoración del Señor. En momentos críticos de la historia del pueblo de Israel, se insistía en la práctica del día de reposo, no como la suma de toda la fe y la obediencia requerida por Dios sino como el principal "medio de la gracia" para ayudar a dar prioridad a la vida espiritual. Cuando Dios suple maná a su pueblo en el desierto, lo hace de una manera que recalca la importancia del día de reposo (Ex 16:23). Cuando el Señor da los diez mandamientos en el monte de Sinaí, les dice que se acuerden del día de reposo, como una institución antigua conocida, pero abandonada durante los años de esclavitud en Egipto (Ex 20:8). Termina las instrucciones sobre el tabernáculo hablando del día de reposo (Ex 31:12-17), e inicia la construcción del tabernáculo -después del becerro de oro- recordando el día de reposo (Ex 35:1-3). Moisés vuelve al día de reposo para resumir la bendición que supondrá el pacto con Jehová (Lv 26:2).
Después de la caída, el día de reposo sirve para transmitir el reposo de Dios al alma atribulada del hombre. Era un anticipo del reposo final en el reino de Dios (Dt 5:13-15) (Dt 12:10) (Is 32:18), y una señal que caracterizaba al pueblo que esperaba ese reino, habiendo creído la promesa del Redentor. Para los profetas, guardar el día de reposo era señal de abrazar el pacto (Is 56:6); era la mayor manifestación de un deleite sincero en el Señor, y así la mayor garantía de sus bendiciones (Is 58:13-14). Por todos estos motivos, los fariseos habían encumbrado el día de reposo como una de las mayores obligaciones del hombre. Correctamente entendido, así era. Pero la esencia del mandamiento no consistía en el abandono del trabajo, sino en la adoración del Señor. No se trataba tanto de quedarte en casa sin hacer nada, sino en acudir a la reunión para buscar a Dios. Significaba una adoración de todo corazón, que se exteriorizaba en la reunión, la enseñanza de la Palabra, la fe en el Redentor, y una vida cambiada. Era una adoración centrada en la promesa de Cristo, y que debía desembocar en el fruto del amor al prójimo.
Jesús recupera el sentido auténtico del día de reposo cuando sana a las personas en ese día precisamente. "Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo" (Jn 5:17). Varias veces el evangelio demuestra cómo Jesús espera para hacer milagros en el contexto de la reunión sabática (Mt 12:12-13) (Lc 4:31-35) (Lc 13:10-13) (Lc 14:1-4) (Jn 5:9) (Jn 9:14). Quiere decir que Dios sale al encuentro del hombre para darle sanidad y refrigerio, cuando éste acude -junto con otros- para buscar su rostro. Lo que el Señor busca en ese día no es la indolencia del hombre, sino la restauración que sólo El puede dar.
El Nuevo Testamento recoge el cuarto mandamiento del Decálogo y lo expresa en estos términos: "no dejando de congregarnos..." (He 10:25). Otros pasajes aclaran que los primeros cristianos guardaban la esencia del principio sabático -dedicando un día de cada siete a la adoración- pero que se reunían en el día en que Jesús había resucitado: el domingo, el primero de la semana (Hch 20:7) (1 Co 16:1-2). Era la manera más indicada de recordar la nueva creación que había comenzado con la resurrección y con la venida del Espíritu (también en domingo). El reposo de Dios ya no quedaba como esperanza lejana, sino se había iniciado con la victoria de Cristo sobre la muerte: "la paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14:27). El reposo verdadero ahora sería la experiencia de cada cristiano.
El buen uso del domingo tiene una importancia fundamental para apoyar la verdadera espiritualidad, aun cuando asistir al culto de los domingos no agota la respuesta que Dios está buscando del hombre. La reunión de domingo, cuando se recuerda al Señor en el día que él resucitó, es la más importante. Si los hermanos tienen que dejar algunas reuniones por motivos laborales o familiares, deben dejar otras actividades pero -donde sea posible- no el culto de domingo. Del mismo modo, los responsables de iglesia querrán esforzarse al máximo para que todo lo que se hace en la reunión principal acerque el consuelo de Dios a los corazones: la predicación, la alabanza, el programa infantil, la oración. Si los hermanos han de dar prioridad a asistir a la reunión dominical (aportando, si tienen algún ministerio), los pastores darán prioridad a que sea una buena reunión. También organizarán actividades que fomentan la convivencia en ese día: comidas de iglesia, coloquios participativos, informes misioneros, iniciativas para ayudar a los pobres, visitas a los enfermos.
Hace falta enseñar a los hermanos a aprovechar el domingo para la restauración de su alma. Actividades como comidas familiares, la lectura de libros evangélicos (o de porciones más extensas de la Biblia), paseos en familia, la siesta, visitas a los hermanos, todo esto conduce a la restauración mental y emocional que sólo Dios es capaz de dar. Si es posible, los creyentes se organizarán para realizar otras actividades en otros días (hacer horas extras en el trabajo, hacer la compra, pintar una habitación, estudiar para un examen, viajes), dejando el domingo para el descanso y la vida espiritual.
5. La ofrenda para mantener el culto
Parte del compromiso firmado que asumen Nehemías, los sacerdotes y levitas, y los hombres principales consiste en dar ofrendas para mantener el ritual del templo. Se comprometen a dar una cantidad de dinero cada año para subvencionar los sacrificios ordinarios y especiales (Neh 10:32-33), a aportar leña para el fuego continuo del altar (Neh 10:34), y a ser escrupulosos en llevar las primicias de sus cosechas, los primogénitos de sus rebaños, y el diezmo de todos sus productos al templo para la manutención de los sacerdotes y los levitas (Neh 10:35-39). Incluso los levitas se comprometen a dar el diezmo de los ofrendas que reciben ("el diezmo del diezmo", (Neh 10:38), para aportar también ellos al mantenimiento del culto.
Desde el principio de los tiempos, el Señor enseña a sus hijos a administrar los bienes materiales ofrendando. Por un lado, las ofrendas constituyen la respuesta espontánea de un corazón agradecido. Así Abram entrega los diezmos a Melquisedec (probablemente para mantener el culto en Salem, (Gn 14:20), y así Jacob promete diezmos para la casa de Dios que podría levantarse algún día en Betel (Gn 28:22). Cuando Dios provee el maná, los que recogen mucho comparten con sus hermanos que han recogido poco (Ex 16:17-18). Cuando se trata de ofrendar para la construcción del tabernáculo, todo el pueblo participa gozosamente: "todo aquel a quien su espíritu dio voluntad" (Ex 35:21-22).
Las ofrendas exteriorizan una respuesta de gratitud en el corazón y también permiten que los hombres colaboren en el adelanto del reino de Dios. Por esta razón, la manera más poderosa de estimular las ofrendas es poner delante de los hermanos una visión de la gracia de Dios: cuánto nos ha amado en Jesucristo y cuánto hemos recibido de él. En palabras del apóstol: "la esperanza a que os ha llamado, las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, la supereminente grandeza de su poder" (Ef 1:18-19). Antes de promulgar los diez mandamientos, Dios recuerda al pueblo de Israel, "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre" (Ex 20:2). Pablo exhorta a los creyentes de Roma a ponerse sobre el altar sólo después de haberles expuesto la grandeza del plan de la salvación: "os ruego por las misericordias de Dios..." (Ro 12:1). Siempre viene primero lo que Dios ha hecho. El nos ha amado primero, y nosotros amamos como fruto de su iniciativa.
Animamos la generosidad de los hermanos transmitiendo una visión renovada de la persona y obra de Jesucristo. Un corazón encendido por el amor de Dios en Cristo se traduce necesariamente en un dador alegre. Llama la atención el caso de Lidia en Filipos, que rogó a Pablo que aceptara su generosidad (Hch 16:15). También el carcelero, quien al recibir la Palabra del Señor, llevó a Pablo y Silas a su casa, les lavó las heridas y les puso la mesa (Hch 16:33-34). Pablo luego cita el ejemplo de los filipenses, resaltando que primero se habían dado a sí mismos al Señor, y luego se habían entregado a Pablo y sus compañeros (2 Co 8:5). Hay una entrega ferviente y agradecida a Dios, para lo que Él quiera, y luego al obrero que con su ministerio ha aportado bendición espiritual. La ofrenda monetaria viene después, como respuesta tangible a algo grandioso que ha tenido lugar previamente en el corazón.
Pero, además de exteriorizar las ofrendas una respuesta de gratitud, la Palabra de Dios también manda que se ofrende. "Como ordené en las iglesias de Galacia", dice el apóstol (1 Co 16:1). Las ofrendas muchas veces son espontáneas, pero también hace falta enseñanza bíblica. La nota dominante respecto a las ofrendas en Israel es su carácter voluntario/libre (en la cantidad y la ocasión), e integral (parten de la entrega de la persona, que luego se manifiesta en la entrega de sus bienes).
Las ofrendas ordenadas en Israel ilustran varios principios fundamentales con referencia a la generosidad. El principio de las primicias es que la ofrenda al Señor es una prioridad. El principio del diezmo es que la ofrenda debe ser constante y proporcional. Ya que del diezmo también se suplían las necesidades de viudas, pobres, extranjeros, y levitas, esas ofrendas también enseñaban acerca de la preocupación solidaria por las necesidades reales del prójimo. El principio detrás de las porciones de los sacerdotes es que conviene sostener a quienes te ministran espiritualmente. Las ofrendas voluntarias y de acción de gracias enseñan que una respuesta espontánea y generosa es lo correcto. Damos al Señor porque Él nos ha dado a nosotros primero. "De gracia recibisteis, dad de gracia" (Mt 10:8).
En todo, las ofrendas constituyen una respuesta de gratitud al Señor por la gracia -inmerecida y abundante- mostrada ya, y por tanto han de reflejar un espíritu de alegría, sabiendo que esto glorifica al Señor. Una ofrenda que se da por exigencia o por imposición, una ofrenda hecha a regañadientes, o una ofrenda entregada sólo "para cumplir" vacía el gesto de todo mérito, y acaba siendo como la presentación de animales defectuosos en Israel: "Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo?" (Mal 1:8).
La ofrenda es la vacuna contra el consumismo: "donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (Mt 6:21). El creyente que toma en serio sus ofrendas y la iglesia que las administra bien, tanto los unos como los otros avivarán su hambre y sed de cosas eternas. La ofrenda es la manera de asegurar que algunos hermanos -aquellos que el Señor ha llamado a ello- se dediquen en cuerpo y alma a la predicación de la Palabra y al gobierno de la iglesia local (1 Ti 5:17-18) (Ga 6:6), para que todos crezcan en el conocimiento de Jesucristo. También permite que algunos salgan a llevar el evangelio lejos a pueblos y naciones que permanecen todavía sin el mensaje del evangelio (1 Co 9:14) (Fil 4:15).
6. La buena alabanza
La ofrenda para los sacerdotes y los levitas no iba sólo para los que ministraban en el culto, sino también para los que llevaban la alabanza: directores, cantores, músicos (Neh 12:44-47). Nehemías entiende que la celebración que acompaña la dedicación del muro -con alabanzas y cánticos, con instrumentos variados, y con dos coros grandes- debe ser una constante en la vida de la ciudad, para que el pueblo "se recree con gran contentamiento" de manera habitual (Neh 12:27-43). Para esto era necesario una distribución para los cantores cada día (Neh 11:23). El apoyo económico refuerza el ministerio de alabanza.
Hay un aspecto emocional del ser humano. Sólo el creyente lleno de gratitud al Señor puede obedecerle de todo corazón: "Por el camino de tus mandamientos correré, cuando tú ensanches mi corazón" (Sal 119:32). Cuando el cristiano se encuentra abatido y acongojado por la aflicción, a veces no tiene ganas de escuchar la voz de Dios (Ex 6:9). El "ensanchar el corazón" a que se refiere el salmista ocurre cuando el creyente recuerda la gracia que Dios le ha mostrado en Jesucristo: "a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso..." (1 P 1:8). Recordar el amor de Dios anima el corazón, hace revivir el espíritu.
La buena alabanza contribuye a ensanchar el corazón del hijo de Dios. Sella al corazón las verdades eternas que uno comprende con el intelecto, pero que tarda en asumir a nivel visceral. La música inspirada aviva la esperanza en Dios, recuerda sus promesas, y hace palpable el amor del Señor. Si la alabanza tiene una base bíblica y nace de un espíritu agradecido, entonces despierta deseos de vivir para Cristo, en todo y para siempre. Con razón el apóstol vincula la plenitud del Espíritu a la alabanza comunitaria: "hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones..." (Ef 5:19).
Las victorias del Señor se celebran cantando: después de cruzar el Mar Rojo (Ex 15:1), después de la victoria sobre Sísara (Jue 5:1,3), después de las victorias de David sobre los filisteos (1 S 18:6-7), cuando se traslada el arca de la alianza a Jerusalén (1 Cr 15:16,25,28), o cuando Salomón lleva el arca al templo recién construido (2 Cr 5:12-13). La promesa divina era que el pueblo entero cantaría cuando se produjera la gran victoria final, a la consumación de todo el plan de la redención: "y allí cantará como en los tiempos de su juventud" (Os 2:15).
La adoración de calidad -componiendo poesías y melodías, ensayando notas, reuniendo a músicos y cantantes, interpretando todos juntos- atribuye la mayor gloria al Señor. Hay una gran diferencia entre el esfuerzo que gasta un guitarrista callejero, para que los transeúntes echen unas monedas al estuche abierto en el suelo, y la preparación de toda una orquesta sinfónica que ha de participar en la boda de un príncipe. El valor intrínseco de la interpretación varía en función de la dignidad del oyente. Los hombres se esfuerzan en perfeccionar la alabanza y llevarla al cenit de la excelencia no para ganar los aplausos del público, sino porque el Dios que la recibe es plenamente merecedor de ello. Por eso el salmista exhorta: "Porque Dios es el Rey de toda la tierra; cantad con inteligencia" (Sal 47:7) y "Cantadle cántico nuevo; hacedlo bien..." (Sal 33:3).
Cantar no es sólo el medio más apropiado para celebrar la victoria del Señor ganada; cantar también es señal de haber saboreado la victoria aun antes de que ésta se produzca. Por eso Eliú afirma que Dios es "el que da cánticos en la noche" (Job 35:10): es decir, el Señor aviva tanta certeza en el corazón -de que cumplirá todas sus promesas al hijo amado- que el creyente vive esa victoria aun en medio de circunstancias desalentadoras. Para el hijo de Dios, la victoria está ganada ya en Cristo; por eso -cuando la gracia de Dios así le ayuda- canta, anticipando lo que será el gran cántico final en la presencia del Señor (Ap 14:3) (Ap 15:3). Así cantan Pablo y Silas en el calabozo de Filipos (Hch 16:25). La respuesta adecuada a la aflicción es la oración, pero cuando el Señor da otra visión, suministrando gracia en medio de la prueba, entonces llega la alegría en Dios y también una canción (Stg 5:13).
El canto no sólo refleja lo que el cristiano lleva en el corazón. También influye en el corazón de otros. La fe del que alaba a Dios sinceramente tiende a contagiar al hermano de al lado, avivando la fe que fácilmente se apaga en los combates de la vida. Por eso el apóstol insiste en que el canto cristiano ocupe un lugar importante en la reunión (Ef 5:18-20). Cantando, unos ministran a otros: avivando su esperanza, despertando su fe, fortaleciendo su compromiso. Cantar es profetizar, es decir, es una manera de anunciar la Palabra de Dios (1 Cr 25:1-3). A veces la música prepara el camino para que llegue el mensaje del Señor: cuando el tañedor toca su arpa, la Palabra de Dios llega a Eliseo (2 R 3:15).
La música sirve de correa de transmisión para mover los corazones en sintonía con la Palabra de Dios. Los efectos en el alma pueden ser variados. A veces la música cristiana aporta sosiego a un alma atribulada. Cuando el rey Saúl llama a David a tocar en su palacio, el efecto de escuchar la alabanza del joven pastor de ovejas fue que Saúl "tenía alivio y estaba mejor" (1 S 16:23). En otra ocasión, la música de alabanza fortalece el ánimo de un pueblo asediado por los enemigos. El rey Josafat, antes de enfrentarse con un ejército de moabitas y amonitas, recibe un mensaje a través del profeta Jahaziel, de que Dios dará la victoria sin necesidad de pelear: "No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros..." (2 Cr 20:17). A la mañana siguiente, el rey exhorta al pueblo: "Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados" (2 Cr 20:20). Para avivar la fe del pueblo, para que se mantengan en su confianza, Josafat nombra a levitas para que canten y alaben mientras los soldados salen armados (2 Cr 20:21-22). El resultado es que Dios da la victoria: "Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso... emboscadas...", y los enemigos fueron vencidos.
Además de transmitir la paz de Dios (como en el caso de Saúl), o de avivar la fe para la lucha (como en el caso de Josafat), la alabanza también fortalece la voluntad. Aumenta el compromiso, o sea, la determinación de seguir fiel al Señor. Es por ese motivo que Nehemías celebra la dedicación del muro de Jerusalén "con alabanzas y con cánticos, con címbalos, salterios, y cítaras" (Neh 12:27). Organiza dos coros grandes para marcharse en lo alto del muro, y el pueblo se regocija "porque Dios los había recreado con grande contentamiento" (Neh 12:43). La alegría en Dios, por el éxito del proyecto de Nehemías, serviría para que el pueblo entero cumpliera fielmente el compromiso que sus jefes habían firmado (Neh 9:38), de andar dignamente como pueblo de Dios. La buena alabanza desembocaría en una obediencia mejor.
El valor de la alabanza, la buena alabanza, invita a los responsables de la iglesia local a procurar que los cultos de adoración tengan la mejor música posible. El efecto de la alabanza nos estimula a cantar bien, y cada vez mejor. Esto supone el uso de instrumentos variados. Significa un equilibrio entre himnos antiguos y cánticos nuevos, la combinación perfecta de reverencia y alegría. Las letras han de fundamentarse en la Palabra de Dios, pero los estilos de música pueden variar. Se puede aprovechar medios audiovisuales para facilitar el canto. Cabe cierto uso del canto espontáneo (uno empieza el coro y los demás se unen, sin anunciar un número del himnario). A veces conviene escuchar solamente, y otras veces participar cantando. La diligencia de Nehemías en apartar ofrendas para garantizar la buena alabanza sugiere que es de sabios hacer todo lo posible para que los hermanos con dones para la música se preparen bien para guiar a la congregación en este campo: cursos de formación, la compra de equipos, el intercambio de partituras, y la participación en ministerios musicales que acaben revirtiendo en bendición para la alabanza eclesial. En algún caso será necesario invertir en la insonorización del local de reuniones, no sólo para acallar las protestas de vecinos sino también para dar la máxima libertad a los músicos de la iglesia. Para transmitir la idea de que su ministerio es importante, y nos edifica a todos. El compromiso de Nehemías con la buena alabanza nos recuerda las palabras de Jesucristo: "Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (Mt 6:21).
7. Poblando la "ciudad de luz"
Después de firmar el pacto, el pueblo echa suertes para que una de cada diez personas se traslade a vivir en Jerusalén. Como cuando Josué hace el reparto inicial de la tierra prometida (Jos 14:1-2), echar suertes era la manera perfecta de dejar el asunto en manos de Dios. Dios decidiría quién debía establecerse en la ciudad santa. Al mismo tiempo, había muchos otros que voluntariamente se ofrecen para empadronarse en Jerusalén. El pueblo reconoce el valor de la entrega de estas personas, y sus nombres se inscriben para la posteridad (Neh 11:2-24). El afán de Nehemías es que Jerusalén quede poblada; la ciudad se tiene que llenar de habitantes, porque la promesa así había dicho: "Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas..." (Zac 8:5).
Desde los tiempos de Abraham, se sabía que el resultado final de la redención sería una ciudad: "esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (He 11:10). Al tratarse de una ciudad, habría gran número de personas redimidas, todas en comunión unas con otras. Todo mal, o sea, todo lo que pudiera estropear esta convivencia perfecta, quedaría excluido de forma definitiva y permanente; la ciudad tendría murallas alrededor. Habría unidad, seguridad, comunión, y vida eterna en la presencia de Dios. Sería "Jerusalén la celestial" (He 12:22-23), la "nueva Jerusalén" (Ap 21:10), la "Jerusalén de arriba" (Ga 4:26). La certeza de esta etapa final en el plan de Dios engendra fe en el Cristo que lograría tal cosa, de modo que la Jerusalén de arriba podría llamarse "madre" de los hijos de Dios.
La promesa de que Jerusalén volvería a ser poblada (Jer 33:10-11) implicaba necesariamente una participación humana. Dios cumpliría su plan usando a hombres, enviándolos lejos para buscar a los que habían de creer el evangelio. Por un lado, el Señor afirma "los volveré a su tierra", y acto seguido "yo envío muchos pescadores, y los pescarán" (Jer 16:14-16). La evangelización de los enviados sería el medio usado por Dios para traer de nuevo a los redimidos. Los traería y los formaría en un testimonio vivo, un pueblo diferente, una luz en medio de las naciones. Si la salvación ha de salir de Sion (Sal 14:7) (Sal 20:2) (Sal 53:6), entonces Sion tendrá que ser edificada. Si el profeta había dicho "andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento" (Is 60:3), entonces los creyentes tendrán que hacer todo lo posible para que la luz de Dios brille desde Jerusalén: encarnando ellos las cualidades personales que se describen como luz, y buscando a otros para añadirlos a la congregación. No es cuestión de quedarse de brazos cruzados, esperando pasivamente que el Señor cumpla su voluntad, sino participar activamente, confiando que él la llevará a cabo a través de las energías vertidas por su pueblo.
El propósito divino se realiza muchas veces por medio del esfuerzo humano. Se unen las dos cosas: la confianza en Dios y el trabajo del hombre. Es un principio que se aprecia desde el principio:
Dios promete que de la simiente de la mujer nacería el Redentor (Gn 3:15), y confiando en ello, Adán y Eva se unen para procrear hijos.
Dios promete a Abram y Sara que tendrán un hijo, y ellos también se unen para que la promesa se cumpla.
El Señor dice "harán un santuario para mí, habitaré en medio de ellos" (Ex 25:8). El esfuerzo por levantar el tabernáculo, conforme al plan de Dios, se une a la esperanza de que él habite luego en medio del pueblo.
Josué recibe la promesa de la tierra ("os la he entregado", (Jos 1:3), pero Israel debe luchar por tomar posesión de ella ("esfuérzate y sé valiente", (Jos 1:6,9).
David confía en Dios ("vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos", (1 S 17:45) y también sale corriendo a pelear con Goliat (1 S 17:48).
El salmista resume el principio en (Sal 31:24): "Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón". Hay que moverse ("esforzaos"), pero siempre en base a la fe ("los que esperáis en Jehová"). De la misma manera, Jesús dice que "vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos" (Mt 8:11); luego envía a sus discípulos con las palabras "id y haced discípulos a todas las naciones..." (Mt 28:19). Los embajadores del evangelio hacen de las intenciones de Dios una palpable realidad.
El cumplimiento del anhelo de Abraham (una ciudad con fundamentos) necesariamente habría de partir de Jerusalén. Jerusalén, con su templo, su ritual, y su sacerdocio, sería el lugar principal donde Dios se había de manifestar a través de un pueblo radicalmente diferente a los demás, por su estilo de vida, su adoración, y su proclamación: "Y tu pueblo, todos ellos serán justos, para siempre heredarán la tierra; renuevos de mi plantío, obra de mis manos, para glorificarme" (Is 60:21). Sólo la existencia de un pueblo, un grupo nutrido de personas transformadas, daría coherencia al mensaje de salvación. Jacobo capta bien la idea del Señor cuando cita la promesa de Amós 9 en el concilio de Jerusalén: "Reedificaré el tabernáculo de David, que está caído... para que el resto de los hombres busque al Señor..." (Hch 15:16-17). Un núcleo de personas redimidas en Israel (el tabernáculo de David) sería el imán divino para que la salvación llegara a las naciones (para que el resto busque al Señor).
Por todos estos motivos, Nehemías se esfuerza en poblar la ciudad de Jerusalén. Si ha de ser la ciudad de luz, la fuente de salvación para todo el mundo, entonces tiene que haber pueblo. Hacen falta personas, muchas personas, que vivan allí, y que luego destaquen por su amor a Dios y su justicia en la vida diaria. Son personas, pero también personas transformadas.
Jesús dice a sus discípulos "vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder" (Mt 5:14). Jesús transfiere las esperanzas antiguas relacionadas con Jerusalén (la ciudad asentada sobre un monte) a las congregaciones de sus discípulos, dondequiera que se reunieran. Esto invita a plantear varias aplicaciones que surgen del ejemplo de Nehemías en su afán por repoblar la ciudad de Jerusalén:
Conviene esforzarse porque la iglesia local sea verdaderamente una "ciudad de luz". Como se ha dicho varias veces arriba, no es suficiente mantener la inercia de la vida congregacional. Imitar las actividades de los apóstoles (Hch 2:42) no basta para hacer que la iglesia sea todo lo que debe ser. No es suficiente sólo hacer cultos y planificar conferencias, sino hay que reflexionar sobre cómo ayudar a cada persona a crecer en Cristo, amar a Cristo, servir a Cristo.
El testimonio de la iglesia se refuerza cuando los miembros asisten a las actividades. Si la vida de Dios se percibe en muchas personas, el testimonio colectivo resulta más impactante: "En la multitud del pueblo está la gloria del rey" (Pr 14:28). Dejar de congregarnos es una mala costumbre: facilita la frialdad espiritual de cada cual, y resta poder al testimonio congregacional. Los guías han de asegurar que las actividades merezcan la pena, y los miembros deben asegurar que estén allí, atentos y aportando.
Hay que buscar a más personas. Debe haber una dinámica evangelizadora constante, un afán por llegar lejos y tocar más vidas. El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, y los miembros de la iglesia hacen bien en asumir esa misma inquietud. Esto supone orar por los inconversos, por el barrio en que está situada la capilla, por las personas que visitan. También requiere un estilo de vida evangelizador, en que cada creyente busca la manera de dar testimonio a las personas de su entorno.
Al final del libro de Nehemías, el gobernador se ausenta para continuar su servicio al rey de Persia. Al faltar Nehemías, las medidas destinadas a mantener la vida espiritual del pueblo se deterioran. Ya no hay una separación del mal (Neh 13:4,23-29), las ofrendas no se entregan como antes (Neh 13:10), y el día de reposo no se guarda como era necesario (Neh 13:15-22). Si está Nehemías, el pueblo responde y sigue fiel al Señor, pero si él no está presente, todo se viene abajo. Hará falta que aparezca Otro, con una vida indestructible, que cumplirá la realidad de lo que el gobernador sólo comienza en sombras. Como deseaba el salmista: "Sea tu mano sobre el varón de tu diestra... así no nos apartaremos de ti" (Sal 80:17-18). Jesucristo -muerto en la cruz para redimir y resucitado para reinar en los corazones que ha redimido- sería el fiador perfecto que mantendría al pueblo en la relación armoniosa con su Dios, y eso para siempre.
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