Los judíos, y sus líderes en general, se mostraron hostiles. Desde un principio habían estado murmurando contra Jesús y le despreciaron (Jn 6:41-42).
Sus discípulos, un grupo de seguidores más o menos regulares del Señor, se volvieron atrás y ya no andaban con él (Jn 6:66). Seguramente habían sido atraídos por los grandes milagros que hacía, juntamente con sus maravillosas enseñanzas, pero se escandalizaron ante las profundas verdades que apuntaban a su muerte en la cruz en lugar del pecador.
Los apóstoles vieron en sus palabras la vida eterna, y aunque todavía no comprendían plenamente la cruz, aun así se quedaron con él (Jn 6:68-69).
Y finalmente aparece Judas, uno de los apóstoles de Jesús que todavía permaneció con él, pero cuya fe era falsa y acabaría convirtiéndose en el traidor que entregaría al Señor.
Primero, no había otro al que ir: "¿A quién iremos?". Con esto reconocen que tenían profundas necesidades espirituales que nadie más había logrado saciar adecuadamente. Ellos no se conformaban con el pan que calmaba el hambre física, porque sabían que las cosas materiales de la vida no ofrecen la felicidad verdadera. Y por otro lado, ya conocían lo que la religión les podía ofrecer, y de ninguna manera querían regresar al pasado. Por otro lado, volver al mundo y al pecado sería una locura. ¿A quién irían si le dejaban a él? ¿A quién encontrarían que se le pudiera igualar? ¿Qué otro camino encontrarían que fuera mejor? Esta fue la primera razón por la que decidieron permanecer unidos a él.
Segundo, las enseñanzas de Jesús tenían todo lo que necesitaban y les podían conducir a la vida eterna. En este sentido, dejarle a él sería sellar su propia condenación eterna, sería dejar la fuente de agua viva y cristalina para volver a las cisternas rotas que no retienen el agua (Jer 2:13).
Tercero, ellos habían comprobado que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios: "Nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". A pesar de que los escribas, los fariseos, los saduceos, y también las multitudes rechazaban a Jesús y sus palabras, los doce habían llegado a la firme convicción de que él era el Mesías prometido por los profetas, y que no era simplemente un hombre, sino que era también el Hijo de Dios, afirmando de este modo su origen divino.