Estudio bíblico: Tentaciones y buenos dones - Santiago 1:13-18

Serie:   La epístola de Santiago   

Autor: Antonio Ruíz
Email: antonio_ruiz_gil@hotmail.com
España
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Tentaciones y buenos dones - Santiago 1:13-18

(Stg 1:13-18) "Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas."

Introducción

Como ya hemos notado anteriormente, el versículo 12, además de concluir la enseñanza del pasaje anterior, sirve de introducción a éste, relacionando la recompensa (la corona) con las pruebas que se han resistido con paciencia. Así, el tema de las pruebas continua no por mera asonancia de palabras sino conceptualmente, aunque advertimos matices diferentes. El sustantivo y adjetivo (2,3,12) deja paso al verbo de la misma raíz (peirazein, 3 veces) y al adjetivo que exonera a Dios (apeirastos, v. 13), siendo muy claro que se está tratando ahora con la tentación al mal. La prueba externa tenía que ser soportada, en cambio la tentación debe ser resistida. Encontramos una fuerte amonestación a aquellos que están en la tesitura de abandonar su resistencia. Desde el punto de vista de la experiencia las mismas circunstancias que proveen oportunidad de avanzar en santidad pueden trocarse en tentaciones que nos debilitan y detienen. Las pruebas son permitidas como medio de bendición porque llevan a la madurez y la corona pero no tienen un poder inherente, por lo que cuentan nuestras respuestas a las circunstancias. Además, tras las pruebas están los factores invisibles de la naturaleza humana pecaminosa (14,15), la bondad de Dios (17) y el nuevo nacimiento espiritual (18), y cada situación requiere una decisión moral ¿andaremos humildemente con Dios, o escogeremos el camino fácil de la concupiscencia? Tenemos aquí una de las mayores afirmaciones bíblicas de que la responsabilidad moral es personal e inevitable.
El llamamiento de verso 16 indica la presencia de un error moral que arroja una sombra de duda sobre el carácter divino. Hay dos declaraciones acerca de la naturaleza de Dios, una en tono negativo (13), la otra positivamente (17,18); y otros dos cuadros contrastados, el primero sobre las dinámicas de la tentación (14,15), el segundo sobre las dinámicas de los buenos dones (17,18). El implicado resultado es el estímulo a la semejanza a Dios en la práctica en lugar de seguir las propias concupiscencias.

Las tentaciones (Stg 1:13-15)

Se corta de raíz la indebida respuesta en medio de las pruebas, que podría desembocar en una acusación directa o indirecta a Dios. La tentación, que nace de nuestros deseos fuertes deriva en un proceso que acaba en la muerte. Se deja a Dios libre de toda sospecha afirmando su santidad, bondad e inmutabilidad, de lo cual los lectores, y nosotros, tenemos cumplida experiencia por el nuevo nacimiento espiritual.
La tentación no proviene de Dios, v. 13. "De parte de (apò) Dios" apunta a una causa indirecta. No están diciendo que Dios adrede y directamente haya llevado al hombre a la tentación para que caiga en pecado, pero no se exonera a Dios totalmente pues se le hace cómplice de alguna manera por permitir la ocasión que posibilite el ceder. La verdad es que Dios puede probar a Job pero las insinuaciones y maldades del diablo jamás pueden alterar el propósito último de Dios. Dios permitió que Pedro fuese zarandeado pero todo estaba subordinado al deseo divino de perfeccionar al apóstol. Claro que Dios prueba a los hombres pero lo que convierte una situación dada en una tentación es que la persona quiera desobedecerle (Pr 19:3).
La otra cara de la moneda es que el pecador se absuelve de la propia culpa. Desviar la culpa es tan viejo como Adán y Eva (Gn 3:12-13). Es cierta la providencia y los propósitos de Dios pero no lo es menos la libertad moral del hombre. Lo que no nos es posible elegir son las consecuencias de nuestras decisiones que quedan determinadas por las leyes de Dios. ¿Por qué no debemos culpar a Dios? Se nos dan dos razones basadas respectivamente en la santidad y la voluntad de Dios:
La pureza de Dios: "No puede ser tentado por el mal". La palabra "apeirastos" es desconocida tanto en LXX como en el Nuevo Testamento. Sin embargo, nos resulta conocida "apeiratos" y los entendidos suponen que ambos vocablos son equivalentes; se descompone en "a" negativo y el verbo "peiraö" o "peireö" cuyo significado es "experimentar, ser versado". Es decir, Dios, no sólo no alberga pecado alguno en su ser, sino está exento de toda experiencia de mal; esto contrasta con el hombre que incorporó el pecado dentro de su naturaleza en Edén. Dios no puede ser solicitado al mal, y así no es tentado al mal.
Su deseo es hacernos santos: "ni él tienta a nadie". Tenemos que recordar nuevamente la diferencia entre prueba (para perfeccionar, o comprobar que alguien es genuino) y tentación (solicitar al mal). Lo primero Dios lo hace muchas veces y hemos de gozarnos en la finalidad divina en ello, pero él nunca llevará deliberadamente a nadie a cometer pecado porque esto sería contrario a su gran anhelo, es decir, que el hombre refleje la imagen del Creador. En verdad la Escritura habla de que Dios ciega el corazón y entrega a pasiones vergonzosas (Jn 12:40) (Ro 1:24,26), por su legítima actividad judicial, pero nunca se le atribuye el principio de la ceguera del hombre, ni le hace autor de pecado hasta atribuirle culpa.
Las dinámicas de la tentación, vv. 14,15. En vista de la realidad de la tentación ¿cuál es su origen y cómo opera? Si en (Stg 1:3-4) la prueba seguía el patrón: medio de prueba - paciencia - madurez, en (Stg 1:14-15) en cambio el patrón que sigue la prueba es: tentación - pecado - muerte. Podemos destacar varias cosas en este pasaje:
El origen de la tentación. Un fuerte adversativo ("sino") establece la oposición entre la acusación a Dios (13) y la verdad de las cosas: "Su propia concupiscencia" (14). Los pensamientos y hechos pecaminosos comienzan en la naturaleza pecaminosa que nos inclina al mal (Sal 51:5) (Jer 17:9) (Ro 7:7,17) (1 Jn 1:8). Si los deseos son dejados en libertad pueden producir todo tipo de desmanes (Stg 4:1-2). No somos culpables de nuestros deseos íntimos, pues nacemos con ellos y en sí mismos no constituyen pecado, pero la culpabilidad comienza cuando cedemos a la tentación autorizando de este modo la trasgresión.
La concupiscencia es el agente directo y el factor responsable. Epithymia no se refiere necesariamente a los apetitos corporales y/o lascivos, aunque pueden incluirse, sino al deseo fuerte, a la fuerza motriz que usa los miembros del cuerpo, que nos inclina a disfrutar o adquirir alguna cosa. Es un principio interno de vida, sentimiento, pensamiento, voluntad y propósito. En este sentido la epithymia puede seguir unos derroteros extraordinariamente positivos (Lc 22:15) (Fil 1:23) que sólo la vida de Cristo puede producir. Pero este no es el caso ahora. Es una actitud voluntaria. Es la imaginación del placer del pecado. Es la disposición interna de la cual nos advierte Jesús en el Sermón del Monte. Ni siquiera se menciona al tentador porque la intención es subrayar que los seres humanos son completamente responsables.
La acción de la tentación: Los verbos "atraído y seducido" pueden ser un ejemplo de aliteración estilística, o pueden diferenciarse los matices de ambos participios formando una secuencia de acción: El deseo puede afectar a la etapa inicial de la tentación cuando el hombre es atraído y comienza el proceso por el que es seducido. El pecado es atractivo, corteja, no fuerza a nadie, es convincente. La vieja naturaleza ha sido crucificada pero no eliminada definitivamente y es en ésta donde nace el pensamiento agradable de cometer pecado. Es como el pez que sale a por la carnaza, al que su deseo interno le hace buscar y cuando ve el señuelo bailando con comida pica porque es lo que andaba buscando. Podemos detectar ecos de la primera tentación en Génesis 3. Eva fue primeramente desplazada de su segura confianza en Dios y luego atraída por el fruto mismo. Descubrió demasiado tarde que el cebo escondía un aguijón mortal.
El efecto del pecado (15): La muerte. "Entonces" establece el vínculo entre lo anterior y lo que sigue. El verso tiene dos partes balanceadas y la progresión va de la concupiscencia a la muerte pasando por el pecado que es el objeto de la primera cláusula y el sujeto de la segunda. El femenino epithymia se personifica como mujer preñada que a su tiempo da a luz "la muerte". El verbo dar a luz se repite después para crear un glorioso contraste en (Stg 1:18). El elemento común en ambos casos es una fijeza de voluntad que tiene consecuencias inevitables: En un caso "muerte" (lo inverso de zöë = la vida espiritual), en el otro vida que da lugar a la santidad (Stg 1:4).
La secuencia inevitable de deseo - pecado - muerte la tenemos también en (Ro 7:7-11). Pecado (hamartia) es fallar el blanco, así que, la producción de deseos engañosos está en relación directa con nuestra incapacidad de vivir para lo mejor. Si vemos el peligro lo normal es que aborrezcamos el pecado y demos un no rotundo al deseo que lo produce. Para el creyente no hay pérdida de salvación pues, como redimidos, la muerte eterna no puede tocarnos, pero no podemos decir lo mismo de la vida de fe. Se arruina el crecimiento hacia la madurez (4).

Los buenos dones (Stg 1:16-18)

La exhortación a no engañarse (16) es una especie de texto bisagra que puede unirse a lo anterior o a lo que sigue: No engañarse respecto al origen de la tentación ni tampoco sobre la fuente de todo buen don. De una parte se está reforzando con una cariñosa admonición la explicación anterior sobre la tentación diciendo que miren a sí mismos en lugar de culpar erróneamente a Dios. Por otro lado, es una adecuada introducción a (Stg 1:17-18), ya que, aunque sólo fuera por propia experiencia, no deben errar tan lamentablemente tocante a la naturaleza y voluntad de Dios, pues es de él que deriva todo lo bueno. En (Stg 1:17-18) se remueve a Dios enteramente de la esfera de la pasión y destructividad humanas; se le define en términos de bondad completa y generosa.
La naturaleza y la voluntad de Dios. Todo lo bueno tiene su origen en el "Padre de las luces", el autor de las cosas creadas, en tanto que creador, a la vez que se le distingue de todo lo que él ha creado. Los cuerpos celestes cambian, se mueven en el espacio y su beneficio para nosotros puede variar. Noches cerradas impiden ver las estrellas. Días nublados no permiten el paso de los rayos del sol. Los astros pueden variar su grado de luminosidad. Este no es el caso con Dios. "La inmutabilidad es aquella perfección por medio de la cual, Dios se despoja de todo cambio no solamente en su ser, sino también de sus perfecciones, propósitos y promesas (Ex 3:14) (Mal 3:6)" (Teología Sistemática, L. Berkhof). Su inmutabilidad es una auténtica promesa de que invariablemente el creador se comportará de acuerdo con la bondad de su naturaleza.
La idea fundamental de la bondad de Dios "es que él, en todo sentido, es lo que como Dios debiera ser, y consiguientemente responde perfectamente al ideal expresado en la palabra Dios... Pero puesto que Dios es bueno en sí mismo, también es bueno con todas sus criaturas, y puede por lo tanto denominarse: La fuente de todo bien... todas las cosas buenas que las criaturas gozan en la presente vida y las que esperan en la futura manan hacia ellos de esa fuente... (Sal 145:9,15,16) (Mt 5:45) (Hch 14:17) (Mt 6:26)" (Berkhof, op.cit.).
Esta naturaleza de Dios ha llevado a su voluntad (18). Santiago usa el participio del verbo querer, desear (que en ocasiones se refiere al plan de Dios en el Nuevo Testamento), al comienzo mismo de la sentencia y sin transición alguna con el verso anterior lo que demanda que las palabras "él de su voluntad" cobren una enorme importancia: La nueva creación es la demostración más palpable que él es la fuente de todo buen don. Además, esta misma voluntad apunta al plan que Dios tiene para el hombre, es decir, "que seamos primicias de sus criaturas". El reverso es completo en todo respecto, contrarrestando el engaño, la impulsividad y destructividad de la concupiscencia.
La dinámica de los buenos dones. Esta corre en paralelo con las dinámicas de la tentación vistas anteriormente aunque los resultados son bien distintos.
El origen de los dones. En tiempos de prueba son importantes nuestras convicciones acerca de Dios. Antes de fijarnos en el don debemos mirar al Dador por excelencia (Stg 1:5). "Dádiva" incluye la idea de dar liberalmente. Es propio de la naturaleza divina dar generosamente. Esta dádiva es "buena" en su origen como no podía ser de otro modo, pero también es beneficiosa para el recipiente. El adjetivo "buena" no admite grados de comparación, como si dijéramos muy bueno o buenísimo, es decir, es imposible mejorar lo que viene de Dios. Lo que da es lo mejor y del mayor provecho para el que lo recibe.
El resultado del don que viene de Dios es "perfecto" porque incorpora un propósito, cumple una meta, es decir, lo dicho en (Stg 1:4). ¿Son buenas pruebas como la enfermedad, la persecución o los problemas económicos? Sí, siempre que estas cosas nos hagan madurar; lo son por los resultados que cumplen en nosotros. El mismo Hijo de Dios fue perfeccionado por aflicciones para el pleno cumplimiento de su obra.
La acción de los dones: "desciende de lo alto", o "es de arriba, desciende". Frente al ensimismamiento que puedan causar las circunstancias difíciles se nos invita a elevar la mirada al Padre de las luces, el Dador por excelencia. Y ya que "desciende" está en tiempo presente se afirma que Dios nunca cesa de sembrar bendición sobre nosotros. Él es una fuente inagotable de bendición.
El efecto de los dones v. 18. Hay un doble efecto, uno inicial referido al nuevo nacimiento espiritual, el otro posterior que es hacernos una "especie de primicias de todo lo creado". Este texto lo tratamos con más amplitud a continuación.
El nuevo nacimiento espiritual v. 18. Es obvia la intención del autor cuando repite la palabra apokueö ("nos hizo nacer") que en (Stg 1:15) se tradujo por "da a luz": El pecado es el causante de la muerte mientras Dios es la fuente de vida. El nuevo nacimiento es el ejemplo destacado de las dádivas divinas cuyo propósito en este caso es hacernos primicias de sus criaturas.
El origen del nuevo nacimiento. La imagen femenina que se aplica a Dios parece haber ofendido a algunos escribas que cambiaron en ciertos manuscritos la palabra apokuein ("dar nacimiento") por poiein ("hacer"). Por supuesto es una metáfora que, como tal, pertenece al ámbito de lo creado y de ningún modo trata de definir la naturaleza divina, que es trascendente, sino para ilustrar la obra de regeneración en contraposición al efecto del pecado (15). El nacimiento en este caso no es debido a la pasión pecaminosa sino al amor eterno.
El nuevo nacimiento ocurre en el pasado y es un hecho acabado e irrepetible. Esto contrasta nuevamente con el proceso de pecado (15) que se describe con tiempos presentes. Puede haber grados de crecimiento en los creyentes pero la vida espiritual nos es dada por Dios una vez por todas. Las primeras palabras del verso ("él habiéndolo querido nos hizo nacer") apuntan a la determinación eterna que resulta en acción cuyo resultado es la nueva creación. Esta voluntad no es susceptible de variación o cambio (17); Dios no alterará ni modificará su libre resolución de transformar a pecadores en nuevas criaturas. Desde luego no queda aparte la decisión humana pues nadie será salvo contra su voluntad, pero todo se inscribe en el deseo divino de crear una familia de redimidos por medio de Jesucristo.
El medio del nuevo nacimiento. La "palabra de verdad" es un título bien conocido de la palabra de Dios (Sal 119:43,142,151) (Pr 22:21) (Mal 2:6) (2 Ti 2:15), que, más precisamente, en el Nuevo Testamento equivale al contenido del evangelio (Ef 1:13) (Col 1:5) (Hch 26:25) (Ga 2:5,14). A esta "palabra de verdad" es a la que se atribuye la regeneración de los creyentes (1 P 1:23-25) (Jn 1:13) (1 Co 4:15). Como Palabra alcanza nuestro corazón, como Verdad nos enfrenta con la plena realidad sobre nosotros mismos, Dios, Cristo, el plan de salvación... A veces aparece solamente "la palabra" o "la verdad" y es suficiente; solos o combinados estos dos conceptos son contrarios al engaño, la falsedad o la mentira, por ejemplo, y sin ir más lejos, "no erréis" (16).
El propósito del nuevo nacimiento. Es posible hablar de resultado más que de propósito porque al nacer de nuevo ya somos primicias. Pasamos a ser hijos de Dios, adoptados, herederos, santificados, santos por el mismo acto divino, ciertamente un "don perfecto", ni incipiente ni incompleto, que alcanza su meta. La meta de Dios, acorde con el designio de su voluntad, es que "seamos una especie de primicias de sus criaturas".
Primicia que es un concepto bien conocido en el Antiguo Testamento referido a la ofrenda a Dios de los primeros productos del campo o del ganado, y que también describe la parte que representa al todo, tiene en este caso un sesgo fuertemente metafórico. Algunas de las referencias en el Nuevo Testamento son un singular colectivo, o sea, las primicias forman un grupo, como en nuestro caso (1:18).
Los creyentes son primicias "de sus criaturas" (las que pertenecen a Dios como creador), es decir, representan a estas delante de Dios porque el don de la nueva vida lleva implícito un mandato. Se mantiene la primacía del hombre en la creación. El propósito de Dios es que los regenerados lleguen a ser todo lo que él designó, ya sea para que reflejen plenamente la imagen de Dios (Gn 1:26), o se refiera al orden futuro de la humanidad redimida. A las primicias seguirá la cosecha completa y la consumación integrará a toda la creación (Ro 8:18-25).
Viene a cuento Deuteronomio 26. Moisés habla al pueblo y sus instrucciones deben servir para toda la historia de Israel. Una vez en la tierra (1) debían llevar al lugar escogido por Dios y delante del altar las primicias de todos sus frutos (2-4). Delante de la presencia del Señor tenían que reconocer su ascendencia insignificante (5), la opresión y liberación de Egipto asociada ésta a milagros asombrosos (6-8), y la posesión de la tierra que fluía leche y miel (9). El israelita piadoso sabía que de principio a fin la historia de la nación se debía exclusivamente a Dios. Que todo era de gracia lo simbolizaban las primicias. La respuesta humana no podía ser otra que consagración y obediencia tan propio del pueblo de Dios (17-19). De forma análoga, el nuevo nacimiento y la obra de Cristo que lo hace posible, vienen totalmente de la voluntad eterna de Dios para hacernos su Iglesia y la única respuesta razonable no es otra que la plena dedicación.

Un pequeño resumen

Implícito en toda esta sección está el llamamiento a seguir a Dios en contraste con la concupiscencia. La santidad de Dios (13) la imitamos al resistir la tentación y cuando rechazamos el pecado. La gracia de Dios (5,17) cuando damos buenos dones a otros, inclusive a aquellos que nos maltratan y nos persiguen (Lc 6:27-28). La inmutabilidad de Dios (17), aunque de forma finita, con la perseverancia, faceta esta que se desarrolla cuando somos probados y aprobados. La finalidad de las pruebas es hacernos semejantes a Dios en carácter y conducta.

Temas para meditar y recapacitar

1. ¿Cuáles son las diferencias sustanciales entre "prueba" y "tentación"? Compárelas y contrástelas en cuanto a sus orígenes, sus medios, y sus resultados.
2. ¿Qué características de Dios se revelan en los versículos 17-18 y qué relación tienen con el contexto inmediato?
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