Estudio bíblico: Daniel en el foso de los leones - Daniel 6:1-28

Serie:   Cuando Dios hace maravillas   

Autor: Roberto Estévez
Email: estudios@escuelabiblica.com
Uruguay
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Manteniendo con fidelidad las convicciones espirituales

Daniel en el foso de los leones (Dn 6:1-28)

Las tardes son muy calurosas y en las casas se mantienen las ventanas abiertas para recibir el alivio de una pequeña brisa del río.
En aquella mansión vive un anciano de ochenta años. Es muy respetado en la comunidad. Tiene un cargo de ministro en el actual gobierno del imperio, aunque también ha sido ministro de los gobiernos anteriores. Ha pasado muchos años en la corte y es muy apreciado por el emperador.
Aquella noche, en otra parte de la ciudad, se reúnen en secreto altos dignatarios del gobierno. Su propósito es sacarse de encima a tan influyente rival político. Aquel anciano es un estorbo para sus planes. Saben que es inteligente y prudente. Lo envidian porque el emperador lo aprecia mucho. Si hay una situación difícil, él siempre tiene la última palabra.
— ¿Qué podríamos hacer para eliminarlo? dice uno de los conspiradores. No podemos matarlo. Si nos descubren, estaremos perdidos.
— El "cautivo de Judá" está encargado de un tercio del imperio, recuerda otro con voz grave. El rey planea ponerlo al frente de las ciento veinte provincias del imperio. Lo quiere nombrar ministro de relaciones internaciones, de economía y de otras carteras. ¡Es que ese hombre es un mago con los números y las finanzas! Si esto sucede, estamos en peligro.
Se levanta uno de los ministros de edad madura y toma la palabra:
— Desde hace varios meses, yo he tratado de descubrir alguna negligencia de su parte y no he podido encontrar ninguna. Cumple sus funciones con todo esmero.
Otro se para y agrega:
— Yo investigué si había hecho algo turbio, pero no. ¡Ese hombre no me gusta nada! ¡Es enemigo de la corrupción! No acepta propinas ni donativos. Rechaza los sobornos.
Se levanta el más anciano y explica:
— No hallaremos contra este Daniel ninguna acusación, a menos que se trate de algo en relación con la ley de su Dios. Sabemos que este "cautivo" es muy religioso y que ora a su Dios tres veces por día. Por eso, propongo lo siguiente. Tenemos que convencer al emperador de que haga un edicto que prohíba a todos los habitantes del reino hacer una petición a cualquier dios u hombre, con excepción del rey, por un plazo de treinta días. Digamos al rey que con este proyecto va a consolidad su poder en el imperio.
Al oír la propuesta, hay un completo acuerdo entre los ministros y gobernadores.
El rey Darío se siente halagado por esta idea. Esta legislación le permitirá exhibir su poder y magnanimidad ante todo el imperio. Todos sabrán que sólo el rey Darío puede proveer todo lo que el pueblo necesita. Pero el rey no se da cuenta de la trampa.
Unos días después, la comitiva de los celosos conspiradores se acerca al rey para que firme el edicto. Han esperado el momento oportuno. Daniel ha salido a un largo viaje y conviene aprovechar su ausencia. La pena para quien desobedezca es ser echado en el foso de los leones.
Aquella mañana los sirvientes de Daniel están muy preocupados. Se han enterado de la nueva orden que ha sido firmada por el rey. Los sirvientes discuten qué hacer. Ellos saben que su amo ora tres veces al día con las ventanas abiertas mirando hacia Jerusalén. ¿Será posible convencerlo de que no lo haga? Discuten las posibilidades entre ellos.
Uno de los más jóvenes sugiere que se pongan cortinas oscuras en las ventanas de la habitación de Daniel para que nadie pueda verlo. El más viejo de los sirvientes responde con una negativa. Sabe que Daniel no va a aceptar eso. Otro sugiere que cambie la manera de hacer sus plegarias. Si ora caminando, sin arrodillarse, con voz bien baja y sin levantar los brazos, nadie se va a dar cuenta. Finalmente, Daniel regresa de su viaje y sus sirvientes le informan del edicto imperial. ¿Qué hacer en una caso así? Daniel no tiene dudas:
— ¿Qué pretenden que haga? Yo he orado a mi Señor durante toda mi vida. Yo hago intercesión por el remanente de Israel. Yo oro a Dios por los hebreos en Babilonia. Yo suplico a Dios por los que están dispersos. ¿Cómo podría dejar de orar por mi pueblo, para que se arrepientan de su apostasía y se tornen a Dios?
— Mi amo, dice uno de los sirvientes más viejos, todo lo que le ruego es que usted cierre las ventanas y corra las cortinas. Estoy seguro de que Dios igual lo va a escuchar.
— La ventana abierta hacia Jerusalén me hace acordar la promesa de Dios, explica Daniel. No puedo cerrar esa ventana. Dios ha prometido oír en los cielos a los que oran en dirección a la ciudad que ha elegido y a su santo templo.
Daniel recordaba así el ruego de Salomón al Señor en (1 R 8:48-49).
— ¡Que el Señor me ayude para que esta ventana permanezca abierta!, exclamó Daniel.
Y luego recitó las palabras del (Sal 137:5-6) "Si me olvido de ti, oh Jerusalén, que mi mano derecha olvide su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si no me acuerdo de ti, si no ensalzo a Jerusalén como principal motivo de mi alegría".
Dice el pasaje bíblico: "Cuando Daniel supo que el documento estaba firmado, entró en su casa, y con las ventanas de su cámara abiertas hacia Jerusalén se hincaba de rodillas tres veces al día. Y oraba y daba gracias a su Dios, como lo solía hacer antes" (Dn 6:10).
¡Qué fácil es para el creyente ceder un poco acá y otro poco allá en sus convicciones! Pero Daniel, de la misma manera que sesenta años atrás cuando se propuso en su corazón no contaminarse con la comida del rey, está también ahora decidido a ser fiel a su Dios aun hasta la muerte, si es necesario.
A la mañana siguiente, los criados despiertan a Daniel.
— ¡Amo, toda la casa está rodeada de gente oculta tras los árboles y casas vecinas! ¡Son los sirvientes de los otros ministros! ¡Están acechando para ver qué va a hacer usted!
— No se preocupen, les dice con tranquilidad el hombre de Dios. Yo sé lo que tengo que hacer.
A la hora de costumbre, cuando los rayos del amanecer están pintando de rojo las paredes blancas de la casa de Daniel, se abren las ventanas. Los espías se acercan con sigilo. El profeta de Dios los ve, pero no les presta atención. También reconoce entre las personas que se han reunido a algunos de sus hermanos hebreos que quieren saber qué es lo que él va a hacer. El anciano se arrodilla y eleva a Dios una oración simple y hermosa. Las palabras fluyen de su boca con toda naturalidad. Alaba a su Dios por su grandeza y misericordia hacia nosotros. Pronuncia con naturalidad los Salmos donde la alabanza y la súplica se unen en una forma maravillosa. Mientras ora, el rostro del anciano parece transformarse. Expresa una paz y un gozo indecibles. Le da gracias a Dios por su fidelidad y su gracia hacia él durante toda su vida. Lo adora y reconoce que Dios es quien está sentado en el trono. Quizás, Daniel haya terminado su oración pensando en las palabras del (Sal 46:1-2,11) "Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por eso no temeremos aunque la tierra tiemble, aunque los montes se derrumben en el corazón del mar. El Señor de los Ejércitos está con nosotros".
Pasan las horas y los espías siguen escondidos creyendo que nadie los ve. Al mediodía y a la tarde, Daniel ora a Dios con toda tranquilidad. Los conspiradores corren al palacio real llevando sus testigos. Allí acusan al varón de Dios. No hablan de él como el "señor ministro", sino como "ese Daniel, uno de los cautivos de Judá", para denigrarlo (Dn 6:13). El rey se da cuenta de la trampa y trata de salvar a su ministro, pero los pérfidos, con su astucia, apelan a la ley de los medos y persas, según la cual "ningún edicto o decreto que el rey pone en vigencia puede ser cambiado" (Dn 6:14). Daniel es traído delante del rey y no trata de defenderse. Ni siquiera reprocha a sus acusadores. El sabe que tiene a su defensor en los cielos. El emperador dice con tristeza:
— ¡Tu Dios, a quien tú continuamente rindes culto, él te libre!
El monarca lo ve todo perdido. Quiere confiar en que el Dios a quien Daniel sirve pueda hacer un milagro y librarlo. Pero le resulta difícil de creer. Los verdugos se acercan al anciano. Daniel demuestra una calma perfecta. La misma que setecientos años más tarde Esteban tendría ante quienes habrían de apedrearlo (Hch 7:55-57). Lo llevan a la parte trasera del palacio, donde a unos pocos metros está el temido foso. La puerta superior del foso de los leones se abre. Es un pequeña trampa. Al sentir el ruido de los hombres tratando de abrir la reja, los leones se agitan. Ellos reconocen ese ruido: es señal de que ha llegado la comida. Se escucha un rugido estremecedor. Los leones se disputan el espacio alrededor de la reja. Finalmente, la reja se abre. Un olor nauseabundo sale de ese lugar que casi nunca se limpia. Allí abajo, las fieras están inquietas preparándose para el festín.
El cuerpo del varón de Dios es arrojado como si fuera una bolsa de papas. Los verdugos cierran rápidamente la pesada reja de hierro. Ya lo han hecho muchas veces, y esta vez ha sido más fácil que las anteriores. Sus víctimas siempre han luchado hasta último momento, agitando desesperadamente sus brazos y sus piernas, y vociferando insultos y pidiendo piedad. Daniel, en cambio, les ha dicho que no lo ataran. No hay pataleo ni puntapiés ni puñetazos. Sobre la entrada del foso se pone una pesada piedra, la cual el rey selló con su anillo y con el anillo de sus nobles.
Al regresar, uno de los "ejecutores de la justicia" comenta con otro:
— ¿Te diste cuenta de que el anciano ni siquiera gritó cuando se lo comieron los leones?
— ¡Ja, ja, ja! rió el otro despiadado. Tenía tanto miedo que ni siquiera pudo abrir la boca para gritar.
— Pero, qué raro, hoy los leones no se pelearon por la comida. ¡A veces se arma cada pelea entre ellos!

Dios obra en el foso de los leones

El sol se pone lentamente sobre el horizonte de la ciudad. El emperador trata de seguir su rutina, pero no puede. Le traen la cena en esas bandejas repletas de manjares dignos de su realeza.
— ¡No tengo apetito! dice el monarca.
— Mi majestad, mire esta fuente. Esta es la comida que a usted tanto le gusta.
El aroma es exquisito, pero el rey ha perdido el apetito. Luego vienen los músicos y los danzarines, pero el soberano no tiene humor para escuchar esos ritmos sensuales. Esa noche, en esa cama repleta de mantas lujosas, el rey no puede dormir. "¿Cómo es posible, se pregunta, que este hombre, enterado del decreto, siguiese dispuesto a servir a su Dios a costa de su propia vida? ¿De dónde saca esa fuerza para ser fiel a su divinidad? ¿Cómo puede tener esa convicción tan firme? ¿Y si el Dios de Daniel fuera real?
El rey se encuentra sobre un lado, se da vuelta, trata de dormir y no puede. La visión de ese ministro que le ha sido fiel lo atormenta. Es que Darío se considera a sí mismo un hombre justo y recto. Pero este caso le ha demostrado que no ha tenido ni la sabiduría ni la valentía para salvar a su siervo de la trama de sus enemigos.
A unos cientos de metros de la habitación real, hay un hombre descansando en el foso de los leones. Está durmiendo plácidamente. Cuando los hombres lo tiraron en el foso y cerraron la puerta con el sello, sucedió algo muy interesante. Lo arrojaron brutalmente para que su cuerpo se estrellara contra el suelo. Pero, de una manera inexplicable para nosotros, aunque lo arrojaron de cabeza, el cuerpo de Daniel giró en el aire como si fuera un hábil acróbata. En vez de golpearse el cráneo, sus pies se depositaron suavemente sobre el suelo. En ese mismo momento, cesaron los atroces rugidos y se hizo un completo silencio. Es muy probable que hasta el olor repugnante haya desaparecido. Por la poca luz que entraba por la trampa del techo se podrían haber visto las siluetas de los animales hambrientos. Pero lo increíble es que estaban como paralizados. Sus fauces se cerraron como si se les hubiera puesto un candado de acero. Las feroces bestias cayeron al suelo en un sueño profundo. Daniel, en cambio, no está paralizado, porque sabe que su Dios lo puede librar de la misma manera que lo hizo con sus tres amigos en el horno de fuego.
Allí, entre él y las fieras, hay un ángel enviado por el Señor. Ignoramos si hubo una conversación, pero Daniel sabe que el Salmo 34 afirma que "el ángel del Señor acampa en derredor de los que le temen, y los libra". En el horario habitual, Daniel ora al Señor, y luego se acurruca en un rincón y queda profundamente dormido.
A la mañana, muy de temprano, el rey abandona el palacio y se dirige al temido foso de los leones. Camina apresuradamente, como si un segundo más o menos fuera a hacer una diferencia en el resultado. Parece un viaje absurdo. Jamás alguien ha sobrevivido a la ferocidad de sus leones. ¡Pero si acaso el Dios de Daniel fuera real!
Llega al lugar en la penumbra de la aurora. Es extraño, piensa. No se escucha ningún ruido, ¡nada! ¡Esto es inaudito! Los leones hoy parecen tranquilos.
Darío no es un hombre sentimental. Sabe que los sentimientos pueden ser peligrosos para alguien en su posición. Al hablar, el tono de su voz muestra la tristeza de su alma. Y esto era rarísimo en el soberano:
— ¡Oh Daniel, siervo del Dios viviente! Tu Dios, a quien tú continuamente rindes culto, ¿te ha podido librar de los leones?
La escena parece ridícula. Humanamente hablando, no había posibilidad de que Daniel estuviera vivo. En el pasado, algunos habían tratado de defenderse, pero el resultado siempre era el mismo. Las crueles fieras los devoraban.
Transcurren unos segundos, que al rey se le hacen demasiado largos. De pronto, se escucha la voz del hombre de Dios. Es una voz clara, tranquila y fuerte.
— ¡Oh rey, para siempre vivas! Mi Dios envió a su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño; porque delante de él he sido hallado inocente. Tampoco delante de ti, oh rey, he hecho nada malo.
La expresión del emperador se ha transformado en pocos segundos. Una gran sonrisa inunda su rostro.
El rey ordena a sus sirvientes que abran la puerta del foso. Los sellos se rompen. La piedra se mueve. Aquella esperanza, que para Darío era tan remota, se ha cumplido. Daniel está vivo. "Entonces el rey se alegró en gran manera a causa de él, y mandó que sacarán a Daniel del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios" (Dn 6:23). Tan pronto como el profeta pone sus pies fuera del foso, se oyen unos escalofriantes rugidos.
Daniel no ha sufrido ningún daño. No tiene ni siquiera un rasguño. Saluda al emperador con todo respeto.
El monarca ahora le pide a Daniel que le explique algo más acerca de su Dios. El profeta le habla sobre el Señor de los Ejércitos. Le dice que no tiene principio pues "es desde la eternidad". Le expresa que no es un Dios muerto sino que es el Dios viviente. Le explica acerca del reino eternal de Dios. Le habla de aquel que es el creador del universo. De aquel que está sentado en el trono en los cielos. Le enseña que el Señor salva y libra. El emperador lo ha visto con sus propios ojos.
"Luego el rey dio la orden, y trajeron a aquellos hombres que habían acusado a Daniel. Los echaron al foso de los leones, a ellos, a sus hijos y a sus mujeres. Y aún no habían llegado al fondo del foso, cuando los leones se apoderaron de ellos y trituraron todos sus huesos" (Dn 6:24). Todo sucede tal como las Escrituras lo afirman en (Pr 11:8) "El justo es librado de la desgracia, pero el impío llega al lugar que le corresponde".
El emperador se da cuenta de que el Dios de Daniel es real y puede lograr lo que ninguno de sus dioses puede. Percibe cómo ha sido engañado por sus ministros. Envía un edicto a todo el imperio que dice: "De parte mía es dada la orden de que en todo el dominio de mi reino tiemblen y teman delante del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente, que permanece por la eternidad. Su reino es un reino que no será destruido, y su domino dura hasta el fin. El salva y libra; él hace señales y milagros en el cielo y en la tierra".
El varón de Dios vuelve a su casa. Allí, la ventana ha quedado abierta desde que se fue. Sus criados lo reciben con lágrimas en los ojos. Daniel se acerca a esa misma ventana, se arrodilla y ora a su Dios.

La historia de Daniel y la cruz de Cristo

Muchos siglos después, como resultado de esta prueba, Daniel aparece mencionado en la lista de los héroes de la fe citada en Hebreos 11. Durante su ministerio, el Señor le permitió tener una visión de la magnificencia de Dios y de la exaltación del Hijo del Hombre, el Señor Jesucristo, en gloria (Dn 7:13-14). Asimismo, para sus hermanos hebreos, Daniel es un modelo de importancia de la fidelidad al Señor. Es un ejemplo para la sociedad y para el mismo emperador. Una de sus profecías va a ser mencionada por el mismo Señor Jesús (Mt 24:15) y (Mr 13:14).
En muchos sentidos, la experiencia de Daniel en el foso prefigura la experiencia de Jesucristo en la cruz. Veamos algunas similitudes y diferencias:
A Daniel el rey se esforzó por librarlo (Dn 6:14), y a Jesucristo Pilato "procuraba soltarle" (Jn 19:12).
Daniel fue condenado (Dn 6:16), y Jesucristo fue condenado (Jn 19:16).
Daniel estuvo cerca de la muerte (Dn 6:22), pero Jesucristo fue muerto (Jn 19:23).
Daniel no se defendió de sus acusadores (Dn 6:13), y Jesucristo tampoco se defendió ante quienes le acusaban (Lc 23:9).
En el caso de Daniel se puso una piedra a la entrada del foso y fue sellada (Dn 6:17), y lo mismo ocurrió en la tumba de Jesucristo (Mt 27:60,66).
Un ángel socorrió a Daniel (Dn 6:23), y también un ángel fortaleció al Señor Jesucristo (Lc 22:43).
Daniel salió triunfante del foso de los leones (Dn 6:23), y Cristo también salió triunfante del sepulcro después de haber vencido a la muerte (Hch 1:3).
Después de todo esto Daniel fue engrandecido (Dn 6:28), y el Señor Jesucristo fue ensalzado después de la resurrección (Hch 1:9-11).

Dios hace maravillas en el momento más temible

En esta narración hay varios hechos que podemos considerar milagrosos.
En primer lugar, podemos notar que Daniel no se lastimó al ser arrojado al pozo. La ferocidad de los leones y su agilidad natural obligaban a mantenerlos a gran profundidad del piso.
En segundo lugar, los leones no actuaron con Daniel conforme a su naturaleza. Sin embargo, poco después, cuando sus acusadores son arrojados en el mismo lugar, son inmediatamente despedazados. Si interpretamos literalmente la frase "y aún no habían llegado al fondo del foso, cuando los leones se apodaron de ellos y trituraron todos sus huesos", tenemos que admitir que esto también muestra el obrar intencional y sobrenatural de parte de Dios.
En tercer lugar, el ángel del Señor estuvo presente en el foso para cerrar la boca de los leones y acompañar a Daniel.
Las sugerencias que siguen son probables pero no tenemos certeza. La primera de ellas es que haya sido el ángel del Señor quien recibió a Daniel al ser echado en el foso, evitando así que se hiriera. La segunda posibilidad que me sugiere el pasaje es que también haya sido neutralizado el insoportable olor del pozo. Es probable que el Señor actuara específicamente para que ese hedor desapareciera o no afectara a Daniel. De lo contrario, tenemos que admitir que la experiencia de Daniel en el foso fue espantosa, aunque pudo salvar su vida. Sin embargo, podemos recordar que cuando los tres jóvenes hebreos, amigos de Daniel, fueron rescatados del horno de fuego, no hubo ni siquiera olor a humo en ellos. De la misma manera, podemos suponer que cuando salió Lázaro de la tumba no había olor en él ni en su mortaja, lo que ningún judío hubiera soportado al tener que desatarlo para dejarle ir, tal como lo ordenó Jesús (Jn 11:44).
Alguien podría preguntarse por qué Dios decidió salvar a Daniel y no a otros que murieron para dar testimonio entregando sus vidas, como ocurrió con Esteban (Hch 7:60). Pero ¿qué hubiera pasado si los leones no hubieran devorado a Daniel? La mayor parte de las profecías de Daniel y sus interpretaciones fueron escritas, probablemente, después de este acontecimiento, entre ellas, la famosa profecía de las "setenta semanas" (Dn 9:22-27) y otras que se relacionan no sólo con acontecimientos vitales de la vida de Israel sino con profecías del Apocalipsis. Dios tiene un plan perfecto y él sigue en su trono.

Algunos temas para la predicación y el estudio en grupos

La importancia de mantener las convicciones espirituales.
La fidelidad de Dios en nuestras pruebas.
Cómo relacionarse con quienes se oponen al cristiano a causa de su fe.

Preguntas para reflexionar y discutir

¿Cuáles son las características del carácter de Daniel? Haga un listado posible tomando como base Daniel 6:3-4.
¿Qué situaciones específicas de oposición o peligro a causa de su fe ha enfrentado usted?
¿Ha experimentado la intervención de Dios en esas situaciones? ¿De qué manera?
¿Cuáles fueron los resultados positivos de haber tenido que atravesar esas situaciones?
¿Cuáles son las características del carácter de Daniel que usted necesita desarrollar?
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