Estudio bíblico: El Nombre del Señor - Juan 17:6-10

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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El Nombre del Señor (Juan 17:6-10)

(Jn 17:6-10) "He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos."
El Señor continúa ahora su oración rogando por los apóstoles que después de su partida habrían de ser el fundamento de la iglesia (Ef 2:20-21). Esta labor de intercesión del Señor por los suyos habría de ser imprescindible para el buen desarrollo de su posterior ministerio.

"He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste"

1. "He manifestado tu nombre"
Debemos comenzar preguntándonos qué significa "manifestar el nombre" de Dios. Como ya hemos considerado en otras ocasiones, en la mentalidad bíblica, el nombre es el sustituto de la persona. A nosotros nos ocurre algo parecido cuando escuchamos el nombre de una persona que conocemos; automáticamente vienen a nuestra mente infinidad de detalles acerca de ella. Por lo tanto, manifestar el nombre de Dios es revelar quién es y cómo es él. Y esto fue lo que Jesús hizo respecto al Padre, dándonos a conocer su verdadera naturaleza divina con una claridad hasta entonces desconocida, y esto fue así porque sólo él tenía con el Padre una comunión tan íntima como para poder descubrirnos los secretos de Dios (Jn 1:18).
También vemos que esta labor había sido cumplida con éxito por parte del Señor: "he manifestado". Era una labor completada.
No hay duda de que el "nombre" de Dios era importante para Cristo. Notemos que lo menciona en cuatro ocasiones diferentes en este capítulo (Jn 17:6,11,12,26). Esto nos recuerda la urgente importancia de conocer a Dios tal como se revela en las páginas de la Escritura, y especialmente como lo manifestó Cristo. Nuestro progreso espiritual depende de nuestro conocimiento del nombre de Dios.
Encontramos numerosos ejemplos en el Antiguo Testamento de la importancia que también los justos daban allí al nombre de Dios. Por ejemplo, el salmista decía: "En ti confiarán los que conocen tu nombre" (Sal 9:10). Está claro que él no se refería a los que conocían que Jehová es el nombre de Dios, sino a los que saben cómo es Dios, su carácter y naturaleza. Otro salmista hablaba en términos similares: "Estos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria" (Sal 20:7). Conocer el nombre de Dios y confiar en él produce alegría y seguridad en el creyente. Y un poco más adelante, en este mismo capítulo, el Señor incidirá en esta misma idea. Él pedirá al Padre que sus discípulos sean protegidos por el poder de su "nombre" (Jn 17:11-12).
Todo esto nos recuerda la manera en la que Dios sacó a los israelitas de Egipto por medio de Moisés. Como sabemos, aquella generación no había conocido otra cosa sino la esclavitud inquebrantable de Faraón. No había opciones de rebelarse o escapar. Y fue en ese contesto cuando Moisés fue llamado para ser el instrumento por el que Dios los liberaría. Pero Moisés veía algunas dificultades que expresó con toda honestidad delante de Dios: "Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?" (Ex 3:13). ¿Cómo podría hacer que los israelitas le creyesen a él o sus palabras acerca de Dios? Así que Dios le respondió a Moisés: "YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros. Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos" (Ex 3:14-15).
Así que Moisés fue a los israelitas y manifestó el nombre de Dios: "YO SOY EL QUE SOY", es decir, el eterno, cuya existencia no depende de nada que sea ajeno a él mismo. Alguien en quien se puede confiar porque siempre permanece constante, sin fluctuaciones; absolutamente fiel a sus promesas.
Cuando los Israelitas escucharon esta proclamación del nombre de Dios, se conmovieron y confiaron en él. Y en esto consiste realmente la fe; en confiar en el carácter revelado de Dios. Y, por supuesto, lo que Moisés hizo por los israelitas, Cristo lo hizo por sus discípulos y por toda la humanidad: manifestó el nombre de Dios y prometió liberación, no del poder de Faraón, sino del mundo y de su tiránico príncipe.
Por supuesto, el nombre de una persona adquiere nuevo significado según vamos conocimiento más de ella, y lo mismo ocurre con Dios. Cada nueva experiencia vivida con él nos aporta nuevo conocimiento sobre su persona. Esta es la razón por la que aparecen diferentes nombres de Dios en el Antiguo Testamento, coincidiendo con lo que Dios iba revelando a su pueblo en cada momento. Aunque aquí no disponemos de espacio, sería interesante analizar las historias que hay detrás de nombres como Elohim, Adonai, El Shaddai, El Elyon, El Olam, El Todopoderoso, Jehová-Jireh (Gn 22:14), Jehová-Nisi (Ex 17:15), Jehová-Shalom (Jue 6:24), Jehová-Sabaot (1 S 1:3), Jehová-Sama (Ez 48:35), Jehová-Elohim-Israel (Jue 5:3) (Is 17:6).
2. "A los hombres que del mundo me diste"
No se puede decir que Cristo sólo manifestó el nombre de Dios a un grupo selecto de personas, porque examinando su ministerio vemos que él se dirigió siempre a todas las personas sin excepción. Aun así, era cierto que él se manifestó con especial claridad a los apóstoles que le acompañaban en esa noche.
Este reducido grupo de discípulos le habían sido dados por el Padre de manera especial para ser los encargados de continuar la Obra de Dios en este mundo después de su partida. Y como veremos en los próximos versículos, lo que Cristo estaba haciendo era interceder por ellos de cara a esa misión.
3. "Y han guardado tu palabra"
El Señor les expuso el nombre de Dios y también su Palabra. No hay duda de que una de las formas en las que llevó a cabo la tarea de manifestar el nombre de Dios fue a través de la enseñanza de la Palabra. El resultado fue que aquellos discípulos guardaron la Palabra de Dios, lo que implica necesariamente que creyeron en él.
Aquí vemos cómo se produce la fe:
(Jn 5:24) "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida."
(Ro 10:17) "Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios."
De esto se deduce el poder divino que la Palabra de Dios tiene en sí misma. Ella tiene la capacidad de convencer a las personas de la verdad. Por lo tanto, si nos preguntamos por qué muchas personas no creen en Dios, la respuesta sería que no leen o escuchan la Palabra de Dios. Seguramente han oído muchos comentarios acerca de la Biblia, en la mayoría de las ocasiones negativos, pero no han llegado a entrar en un contacto personal con ella. Pero cuando la persona lee la Biblia sin prejuicios, independientemente de la capacidad intelectual que tenga, Dios obra el milagro de hablarle por sus palabras.
En el caso de los discípulos se nos dice que "guardaron la palabra". ¿Qué significa esto? Seguramente no se refiere primordialmente a la obediencia de los discípulos a determinados mandamientos o enseñanzas del Señor, sino a su disposición a aceptar al Hijo, su mensaje y misión, en la medida en que eran capaces de entenderlo.
Esto mismo fue lo que les había dicho también al resto de los judíos:
(Jn 12:46-49) "Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar."
Por supuesto, finalmente, "guardar su palabra" no puede quedarse simplemente en asentir a su enseñanza, debe traducirse en un estilo de vida obediente a lo que él nos dice. Esta es la característica esencial de un auténtico cristiano.
No obstante, si examinamos la obediencia práctica de estos discípulos, veremos que distaba mucho de ser perfecta. Hacía unos momentos el Señor había puesto de relieve la debilidad de su fe: "¿Ahora creéis? He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo" (Jn 16:31-32). Sin embargo, cuando se ha aceptado de corazón a Cristo y su palabra, finalmente se producirá el fruto adecuado, tal como podemos ver en la historia posterior de estos mismos discípulos.

"Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti"

Los discípulos habían llegado a conocer que Cristo procedía del Padre. Este conocimiento íntimo les había venido por examinar "todas las cosas" que el Padre le había dado, entre las que aquí se destacan "las palabras", en referencia a todas las verdades y doctrinas que les había enseñado. ¡Qué diferentes fueron estos discípulos a aquellos líderes religiosos del judaísmo que cuestionaron a Cristo cuando afirmaba que hablaba las palabras de Dios, y le acusaron de estar poseído por un demonio (Jn 7:20) (Jn 8:48) (Jn 10:20)!
Debemos notar con atención que el texto no dice que el Señor les dio la fe como un don, sino que les dio "las palabras" que el Padre le había dado. Esto es lo que produjo en ellos la fe.
Lo anterior nos lleva a preguntarnos si la fe necesita razones. Por supuesto, la Biblia nunca nos da a entender que la persona debe resolver absolutamente todas sus dudas antes de creer en Dios. Evidentemente hay muchos creyentes que todavía pueden tener dudas en asuntos concretos de su fe. Pero por otro lado, está claro que el conocimiento y las evidencias tienen un papel muy importante para llegar a la fe. Lo que aquí está diciendo el Señor es que él les dio "todas las cosas" que su Padre le había dado con el fin de que llegaran a creer en él. Todos recordamos que el evangelista Juan se refiere a los milagros de Jesús como "señales" que apuntaban al hecho de que Cristo era el Hijo de Dios. Y recordemos también el resumen que él mismo hizo al terminar su evangelio:
(Jn 20:30-31) "Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre."
Y a lo largo de todo el libro de los Hechos encontramos a los apóstoles dando cuenta de su fe frente a los críticos que se oponían. Y esto siempre es así, porque antes de que podamos entregar nuestras vidas a Cristo debemos estar convencidos de que él es divino, que su enseñanza es verdadera y que murió en la cruz cumpliendo el mandamiento de su Padre. Porque la fe nunca es un suicidio intelectual o un salto al vacío.
Y al Señor le agrada este tipo de fe consecuente. Lo notamos por la complacencia con la que habla aquí de sus discípulos: "han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste".

"Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo"

Desde un punto de vista humano, aquel grupo de discípulos parecían tan pocos, y se iban a sentir tan solos una vez que el Señor partiera con el Padre, que se dispone a orar por ellos como el Buen Pastor. Ellos eran su rebaño, al que había guiado y al que ahora tendría que dejar en el desierto. Esta es la razón por la que los encomienda a los cuidados del Padre celestial. Aquí comienza su ministerio como abogado (1 Jn 2:1), y como Sumo Sacerdote que intercede activamente por ellos, dando completa seguridad al creyente (He 7:25).
Ahora bien, los comentaristas calvinistas hacen mucho énfasis en el hecho de que Cristo sólo ora por sus discípulos, dejando de lado al mundo. De esto sacan la conclusión de que el Señor está tratando aquí de la salvación de un grupo elegido de personas, a la vez que quedan excluidos de ella aquellos que pertenecen al mundo. Encuentran aquí uno de sus pasajes principales para explicar la expiación limitada, es decir, que Cristo no murió por todos los hombres, sino sólo por los elegidos. Pero, ¿es esto realmente lo que está enseñando este texto?
Para empezar, es curioso que los mismos interpretes que aquí concluyen que el término "mundo" hace referencia a todos los que por el decreto divino habían sido excluidos de la salvación antes de que el mundo fuera creado, por otro lado, cuando comentan (Jn 3:16), donde dice que Dios "amó de tal manera al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito", ellos afirman que allí el término "mundo" hace referencia a los escogidos de todo el mundo. Esta es una prueba muy triste de cómo los términos son "ajustados" para que puedan encajar con la teología previamente asumida. Está claro que Juan no usaba en unos momentos el término mundo para referirse a los escogidos y en otras partes para referirse a los que no fueron escogidos. Esto no tiene sentido más allá del esfuerzo desesperado por hacer que las Escrituras se adapten a un sistema teológico.
En cuanto a aquellos que le "fueron dados por el Padre", se trataba de personas que ya creían en Dios antes de la venida del Hijo. A estos se les exigió que creyeran en el Hijo con una fe igual a la fe que habían depositado en Dios. Esto es lo que Cristo les había dicho: "creéis en Dios, creed también en mí" (Jn 14:1). Y en los versículos anteriores hemos visto que efectivamente ellos habían conocido y creído que Cristo había salido del Padre. Habían llegado a ser del Hijo como antes lo habían sido del Padre (Jn 17:10). Creer en Cristo no supuso para ellos un alejamiento de Dios, ni reducía en ninguna medida su lealtad a él.
Ahora bien, esta cuestión de que creyeran en Cristo con la misma fe que ya habían depositado en Dios, había sido considerado como una blasfemia por parte de la mayoría de los judíos de su tiempo, de tal modo que esta fue la razón por la que finalmente le crucificaron (Mt 26:63-66). Y las cosas no iban a mejorar después de la muerte del Señor, de hecho, muchos judíos que decían creer en Dios y eran ardientemente religiosos, comenzarían una persecución contra los discípulos de Cristo por considerarlos igualmente blasfemos. Quizá por el peso de esta persecución, el evangelista Juan escribió más tarde en una de sus epístolas: "Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre" (1 Jn 2:23).
Pero, ¿por qué no ora el Señor aquí por el mundo? ¿Acaso no los amaba y no iba a interceder por ellos?
No hay lugar a dudas de que Cristo ama al mundo y es su único Mediador ante Dios.
(1 Ti 2:3-6) "Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo."
En este versículo el apóstol Pablo es muy claro al afirmar que Cristo es el único "mediador entre Dios y los hombres" y que "se dio a sí mismo en rescate por todos". No puede haber duda sobre el amor de Cristo por todo el mundo perdido.
Y a pesar del rechazo y el odio del mundo, Dios seguía amándoles, incluso cuando este rechazo llegó al punto de crucificar a su propio Hijo. Recordemos lo que ocurrió inmediatamente después de la ascensión del Señor al cielo, cuando a raíz de la venida del Espíritu Santo los apóstoles predicaron a esos mismos judíos que habían gritado días antes que Cristo fuera crucificado:
(Hch 2:36-40) "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación."
Ellos habían crucificado a Jesús, pero Dios, por medio de sus apóstoles, seguía abriéndoles el camino de la gracia y el perdón. ¿Puede haber una prueba más grande del amor de Dios hacia el mundo hostil? No, es imposible.
Y estos planes del Señor ya estaban presentes en la oración que elevó al Padre antes de ir a la cruz. De hecho, una de las peticiones que expresa al Padre en su oración tiene que ver con el hecho de que aquellos discípulos eran el medio elegido para alcanzar al mundo después de su partida al Padre (Jn 17:21) (Jn 17:18).
Por supuesto que el Señor desea la salvación del mundo. El mismo oró más tarde por aquellos que le estaban crucificando: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23:34).
Entonces, ¿por qué dice en este versículo que él no ora por el mundo? Bueno, era en ese momento preciso cuando no oraba por el mundo, porque en esa ocasión su propósito era otro. Aquí su preocupación era la conservación de la fe de sus discípulos ante las duras pruebas que tendrían por delante en las próximas horas. No olvidemos que Cristo estaba intercediendo aquí por los suyos como su Sumo Sacerdote, y desde ese punto de vista, lógicamente, el mundo quedaba excluido de los beneficios de ese ministerio de Cristo.
El problema con los comentaristas calvinistas es que buscando ser fieles a su teología introducen en el texto algo que realmente no aparece. Ellos quieren hacernos creer que Cristo está orando aquí por la salvación de los discípulos, sus elegidos, y que al mismo tiempo deja fuera de ella al mundo, llegando a afirmar, aunque el texto nada dice de ello, que Cristo está diciendo que sólo iba a morir por los suyos, pero no por el mundo (lo que se conoce como "expiación limitada"). Pero como ya hemos explicado, Cristo se presenta aquí como el Sumo Sacerdote de los que han depositado su fe en él, lo que no implica en ninguna manera que haya dejado de ser el Mediador que todos los hombres siguen teniendo para acercarse a Dios en busca de perdón y salvación. Cristo sigue intercediendo por ambos grupos, pero lógicamente, su intercesión es diferente en cada caso.
No hay nada en este pasaje que nos haga pensar que la oración del Señor tenía como propósito elevar a sus pocos escogidos por encima de un mundo despreciado por Dios. Nada más lejos de la verdad.
Dios siempre ha amado al mundo y ha hecho por ellos todo lo posible para que puedan disfrutar de la vida eterna. Pero al mismo tiempo, ha dado al hombre la libertad y la responsabilidad de tomar su propia decisión. Dios no obliga a nadie a creer en él, pero todos son responsables por sus decisiones. Así se expresó Cristo una y otra vez a lo largo de su ministerio, invitando a todas las personas a ir a él (Jn 6:47-51) (Jn 8:12) (Jn 10:7-9).
Pensemos en una simple ilustración: Los padres desean lo mejor para sus hijos, y en muchos casos puede que antes de su nacimiento ya se hayan preparado para darles todo lo necesario a fin de que tengan un buen futuro, pero los hijos, como todas las personas, tienen la posibilidad de decidir si quieren seguir los caminos que sus padres les han preparado o ir en contra de ellos. Del mismo modo, podemos decir que desde la eternidad pasada Dios había predestinado que su Hijo había de morir por los pecadores, preparando de este modo un plan perfecto de salvación para todos aquellos que lo quisieran aceptar, pero con esto no se obligaba a nadie a aceptarlo o rechazarlo.

"Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío"

En el versículo anterior veíamos que el interés del Hijo por aquellos discípulos se debía a que "eran del Padre", y por lo tanto había hecho todo cuanto estaba en su mano para cuidarlos. Pero ahora añade que también eran suyos: "y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío". Una vez más vemos que los intereses del Padre y del Hijo no podían separarse, lo que implica que estamos totalmente protegidos en las manos del Padre y del Hijo (Jn 10:27-30).
Se desprende que aquellos discípulos habían sido siempre del Hijo lo mismo que lo eran del Padre. Cabe entonces preguntarse en qué sentido le habían sido dados por el Padre al Hijo, tal como se afirma en varias ocasiones en este pasaje. Y podríamos decir que a raíz de su encarnación tuvo la misión de manifestarles con mayor claridad al Padre, morir por ellos en la cruz y prepararles para la obra que les iba a encomendar después de su resurrección y ascensión al cielo.
Por otro lado, aquellos que niegan la divinidad del Hijo, o que niegan que haya diferentes personas dentro de la Trinidad, deben considerar con atención este versículo. En primer lugar vemos que el Padre y el Hijo son personas diferentes, pero por otro, hay una igualdad de esencia. Sólo así tiene sentido la afirmación que hizo Cristo. Cualquiera de nosotros podría decir que "todo lo mío es de Dios", pero sólo alguien que compartiera con él su misma esencia y dignidad podría decir que "todo lo de Dios es mío".

"Y he sido glorificado en ellos"

Esta frase no deja de ser asombrosa. Cuando vemos las debilidades de aquellos discípulos, sus dificultades para entender lo que el Señor les explicaba, cómo buscaban sus propios intereses en lugar de los de Cristo? nos preguntamos a qué se refería el Señor cuando afirmó que "había sido glorificado en ellos".
Podría referirse a la gloria que recibiría de ellos a partir de la obra de salvación que iba a consumar a su favor en la cruz. Y en este sentido, no hay duda de que cada vez que una persona es arrebatada de la potestad de las tinieblas y trasladada al reino de Cristo, esto redunda en alabanza y acción de gracias hacia él (Col 1:12-14). Las vidas transformadas de sus hijos es algo que le glorifica. Lo mismo ocurre cuando lo confesamos ante el mundo.
Pero lo cierto es que Cristo se refiere aquí a algo que ya había tenido lugar: "he sido glorificado en ellos". En este caso el Señor podría estar pensando en la actitud totalmente diferente que sus discípulos habían tenido frente a él en comparación con el resto de los judíos que lo habían rechazado y despreciado. La clave es que ellos le habían reconocido como el Mesías, el Hijo de Dios enviado por el Padre. Este tipo de reconocimiento de su verdadera naturaleza le glorificaba.
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