La iglesia crecerá cuando estemos convencidos de que va a crecer.
Cuando mejoremos su organización.
Cuando tengamos líderes mejor cualificados.
Cuando estemos dispuestos a "pagar el precio" gastando energías, dinero, tiempo, probando nuevas ideas, haciendo cambios constantemente.
Cuando nos acerquemos al mundo y estudiemos lo que espera de la iglesia y sepamos adaptarnos a ello.
Cuando la iglesia se involucre más en la obra social.
Cuando convirtamos los templos en lugares confortables y "amistosos", mejorando aspectos como el sonido, la iluminación, los asientos...
Cuando sustituyamos la enseñanza bíblica por música y actuaciones variadas.
Cuando eliminemos todo aquello que pueda molestar a los simpatizantes, como por ejemplo mensajes de reprensión por el pecado.
Dios le dio a Jonás un sermón para predicar en Nínive nada popular ni amistoso: "De aquí a cuarenta días Nínive será destruida" (Jon 3:4). Y aquella gran ciudad se arrepintió.
Juan el Bautista predicó bajo el poder y la autoridad de Dios diciendo: "arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mt 3:1-12). Y ya sabemos que no predicaba en un lujoso templo, ni vestía a la última moda, ni tampoco intentaba agradar a los oídos de los que le escuchaban, pero sin embargo, de todas las partes del país venían al desierto a escucharle y eran bautizados confesando sus pecados.
Tampoco el Señor predicó habitualmente en el templo o las sinagogas, sino que era frecuente verle predicando desde una barca, o por el camino, o en lugares desiertos donde la gente iba a buscarle. Y ¿por qué? Pues porque los judíos se habían sentido ofendidos por su mensaje claro y directo que les resultaba ofensivo.