Estudio bíblico: La salutación - Gálatas 1:1-5

Serie:   Exposición a los Gálatas   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
Resultado:
Votos: 3
Visitas: 8315

La salutación (Gálatas 1:1-5)

Consideraciones generales

Como hemos notado en la Introducción, la Epístola a los Gálatas es notable por su unidad de pensamiento, ya que cada frase se relaciona directa o indirectamente con el gran intento de Pablo de salvar a sus hijos en la fe del peligro que les amenazaba muy de cerca, hasta el punto de hallarse en el mismo borde de la apostasía. Si recordamos quiénes eran los judaizantes, cuáles sus doctrinas más importantes y cuál el fin que persiguieron sus emisarios entre las iglesias de Galacia, no tendremos dificultad en seguir los argumentos principales que adelanta el apóstol para contrarrestar el impacto de sus falsas enseñanzas.
En primer término le fue preciso establecer la suficiencia de la Obra de Cristo frente al problema universal del pecado, que en sí constituía la manifestación más gloriosa de la gracia de Dios. Como corolario de doctrina de tan primordial importancia convenía examinar la naturaleza de la Ley, subrayando su flaqueza frente a hombres y mujeres incapaces de cumplir sus preceptos y señalando a la vez su verdadero fin: revelar el pecado, convirtiéndolo en transgresión manifiesta, preparando así el camino para la proclamación del Evangelio de la gracia de Dios en Cristo Jesús. Una buena comprensión de la obra de gracia, en contraste con las exigencias de la Ley, lleva implícita en sí la condenación de la doctrina de obras como medio para salvarse el pecador, ya que todos llevan la mancha del pecado, lo que anula su valor delante del Dios de perfecta justicia y santidad. El intento de cumplir la Ley por las obras se reemplaza por la humilde recepción del don de gracia por la mano de la fe.
En segundo término, Pablo tenía que subrayar una y otra vez su propia autoridad apostólica, que dependía de una comisión especial y propia que había recibido del Señor resucitado y glorioso. Repetimos que no se ha de ver aquí intento alguno de "darse importancia", sino la necesidad de avalar sus enseñanzas, aquel "depósito" especial que había recibido del Señor, por la autoridad apostólica, puesto que la revelación que había recibido fue imprescindible para la formación y el desarrollo de la Iglesia.
Frente al intento de llegar a la perfección moral por medio de obras legales, Pablo insiste en la verdadera doctrina del Espíritu Santo, quien sólo puede obrar en la nueva creación que surgió del misterio de la Muerte y de la Resurrección de Cristo. Todo lo que no es "Espíritu Santo", o sea, Dios mismo obrando en los hombres, es "carne", el feo y nefasto producto de la Caída, por la que el primer hombre volvió sus espaldas a Dios buscando el predominio del "yo" según los impulsos de su propia voluntad. Ningún cuerpo de preceptos morales puede definir la ética cristiana, ya que toda buena obra surge de las operaciones del Espíritu Santo sobre la base de la Obra de Cristo, teniendo por meta la semejanza de Cristo. La doctrina de Pablo no es "antinomiana", en el sentido de oponerse a los preceptos de la Ley, sino la exposición del único medio vital y eficaz para conseguir que las justas demandas de la Ley se cumplan en la vida del creyente espiritual, que no anda conforme a la carne sino conforme al Espíritu (Ro 8:3-4).
Hasta en la breve Introducción de esta Epístola hallaremos anticipo de las grandes doctrinas que caracterizan la Epístola toda, constituyendo la esencia de la proclamación del "misterio" que había sido encomendado de manera especial al apóstol Pablo.

Pablo el apóstol de Jesucristo (Ga 1:1-2)

1. El estilo epistolar de Pablo
Hoy en día los escriturarios disponen de centenares de muestras de cartas, escritas en papiro, que pertenecen a los primeros siglos de nuestra era, viéndose por ellas que era normal en toda carta que el escritor se mencionara a sí mismo en primer término, añadiendo alguna descripción apropiada, y que luego nombrara al receptor de la carta, con otra descripción que viniera al caso. Por ejemplo, un padre podría empezar una carta a su hijo de esta forma: "Yo, Antonio, tu amantísimo padre, a ti, Juan, mi hijo fiel y obediente: deseándote toda felicidad...". Pablo se vale, pues, del estilo epistolar de su época al nombrarse primero, notando su vocación apostólica y pasando luego a mencionar los receptores de la carta.
2. La brevedad de la Introducción
Es interesante comparar esta Introducción, con sus saludos correspondientes, con la de otras Epístolas: aquellas que se dirigieron a los corintios, a los filipenses, a los tesalonicenses, etc., cuando se verá que ésta es la más breve y seca de todas, lo que viene a ser indicio de la preocupación de Pablo frente a la situación que los emisarios judaizantes iban creando en Galacia. El saludo y la bendición no faltan del todo, pero echamos de menos las frases de cariñosa alabanza que Pablo solía dedicar a sus queridos hijos en la Fe, aun en los casos —en el de los corintios, por ejemplo— cuando después habría de dirigirles algunas fuertes reprensiones. Pero, como hemos visto, los gálatas se encontraban al borde de la apostasía, de modo que, hasta que aclarasen su situación, huyeran del peligro y volvieran a manifestar su fidelidad al Señor y a la doctrina, no cabían elogios ni expresiones cariñosas (1 Co 1:1-9) (Fil 1:1-11) (Col 1:1-8) (1 Ts 1:1-10).
3. El origen de la autoridad apostólica de Pablo
Pablo se nombra y nota su vocación apostólica: "Pablo, apóstol", pero en seguida rompe el hilo de la salutación por medio de uno de sus típicos paréntesis, que, en este caso, anticipa la prueba del origen divino de su apostolado que ha de desarrollar extensamente más adelante. "apóstol no de parte de hombres —escribe— ni por medio de hombre alguno, sino por medio de Jesucristo y Dios Padre que levantó a Jesús de entre los muertos". Según los conceptos asociados con la "sucesión apostólica", la Fuente original del apostolado sería el Señor, desde luego, pero una vez establecido un Cuerpo apostólico —los Doce— cualquier adición a su número tendría que efectuarse por medio de los ya elegidos, investidos del poder de "transmitir" su gracia. Pablo rechaza este concepto desde sus primeras palabras, insistiendo en que no fue ordenado apóstol ni por el Cuerpo apostólico en su conjunto, ya existente, ni por miembro alguno del grupo, sino por la autoridad que manaba directamente de Dios. Dando su sentido exacto a las preposiciones griegas, la autoridad no fue de los hombres como punto de origen, sino que fue por medio tanto de Jesucristo como del Padre, actuando no sólo como Fuente, sino como los instrumentos que le apartaron para el Evangelio por una manifestación especial de su voluntad. Los hombres no intervinieron para nada, ni como fuente de autoridad, ni como instrumentos para su transferencia. Todos comprenderán que Ananías de Damasco no pasaba de ser portavoz del Maestro al explicar a Pablo los términos de su comisión (Hch 9:10-19) (Hch 22:12-15).
4. La Resurrección y la Comisión
Es significativo que, en este contexto, Pablo añade a la mención de Dios Padre la descripción: "que levantó a Jesús de entre los muertos" (Ga 1:2). La frase ayuda a situar el llamamiento de Pablo en un momento posterior al de la Resurrección y la glorificación del Señor, llevándose a cabo, no sobre el plano del ministerio terrenal, sino en la esfera de la Nueva Creación que tuvo su origen en la tumba vacía. Sin duda Saulo vio realmente al Señor en el camino a Damasco, tan realmente como los "tres" le habían visto glorificado en el Monte de Transfiguración (1 Co 9:1) (1 Co 15:8), pero no ya con el velo que cubría su gloria con el fin de hacer posible su misión en la tierra, sino como el Dios-Hombre glorificado. La misma frase —"que levantó a Jesús de entre los muertos"— enfatiza el poder que solucionó una vez para siempre el problema de la muerte, por medio de su consumación en la Persona de Cristo, seguido por el triunfo máximo sobre ella y sobre el pecado del cual era "la paga" (Ro 4:17-25) (Ro 6:23)
Por antonomasia Pablo es el apóstol, el Enviado del Señor Resucitado, depositario de las nuevas revelaciones respecto a la Iglesia espiritual y la Nueva Creación.
5. Los compañeros de Pablo
Al redactar sus cartas Pablo suele asociar consigo mismo a los colaboradores que más cerca se hallan, no para robustecer su propia autoridad, pues toda la tendencia de esta carta es contraria a tal idea, sino como una manifestación de la comunión cristiana. Concuerda bien con la brevedad de la Introducción y con la premura del apóstol, que no se mencionen los nombres de los colaboradores, sino que los englobe a todos anónimamente bajo la frase "y todos los hermanos que están conmigo". Si la carta se escribió en Macedonia, antes de la visita a Acaya que se menciona en (Hch 20:1-4), los hermanos podrían haber sido Tito, quizá Timoteo, con otros de los compañeros que se mencionan en los versículos de referencia.

Las iglesias de Galacia (Ga 1:3)

1. El saludo mínimo
Pablo llega a mencionar a los receptores de la carta, pero sin recalcar su posición en Cristo, ni su calidad de santos, limitándose a lo más escueto: "a las iglesias de Galacia". Notemos también el carácter general del saludo, que no destaca ninguna iglesia en particular, sino sólo señala el grupo de iglesias. Es evidente que el mal era general también, sin que el apóstol pudiera señalar distinciones entre unas iglesias y otras. Los propagandistas judaizantes habían cumplido bien su nefasto cometido. Ya hemos notado la ausencia de todo halago, tan natural al escribir a personas queridas después de un lapso considerable de tiempo.
2. La bendición
Hay momentos cuando el apóstata cae bajo el juicio de Dios por despreciar la verdad que bien conoce y a la cual su inteligencia asiente; pero antes de pronunciar el juicio, el siervo de Dios hará todo lo posible para salvar a quienes profesan tener la vida. Una actitud equivocada puede ser el resultado de la ignorancia o de la presión de ciertas circunstancias. Primero es bendecir e invitar y amonestar, con el fin de arrebatar el tizón del incendio a ser posible. Pablo pronunció severas sentencias contra ciertos hombres contumaces (1 Ti 1:20), pero de los gálatas aún tenía esperanzas, pronunciando la bendición acostumbrada: "Gracia y paz a vosotros de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo".
Gracia se adapta de la forma griega de saludar, pero, por el soplo de la inspiración divina, un mero cumplido, grato al oído, llega a ser el mensaje más profundo que nos viene de Dios. La gracia no es meramente "un favor inmerecido", según la conocida definición, sino todo el movimiento de Dios, a favor del hombre, bajo el impulso de su amor. "Gracia a vosotros" quiere decir, pues, "que Dios obre poderosamente a vuestro favor, no según vuestros méritos, sino conforme a su amor y misericordia". ¡Buena falta les hacía a los engañados gálatas que Dios interviniera a su favor! Parte de su gracia se revelaba precisamente por medio de esta carta que el apóstol fue impulsado a dirigirles y que, según podemos creer, fue el instrumento que puso dique al avance de su locura y a las maquinaciones de los judaizantes.
Paz es la ausencia de agitación interna y brota de la restauración de las debidas relaciones con Dios, como Pablo exclama en otro lugar: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Ro 5:1). Una vez establecida la "paz para con Dios" el creyente, al echar su carga de cuidado sobre el Señor, puede experimentar "la paz de Dios" que se coloca como centinela delante de la puerta de su corazón (Fil 4:6-7). Dios no quiere que los suyos llevemos vidas de agitación febril, ni siquiera tratándose de actividades en su obra. En todas nuestras circunstancias nos asegura: "Bástate mi gracia", y si aceptamos su palabra con la sencillez de "niños" en Cristo, entonces la paz se apoderará de nuestro corazón.
La Fuente de la gracia y de la paz. Dios nuestro Padre es el Manantial de toda bendición, y él hace que su gracia llegue a nosotros por medio de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, quien se ofreció para destruir la barrera del pecado que hacía separación entre Dios y el hombre. La gracia y la paz necesitaban un cauce por donde llegar a las almas carentes de toda gracia y sumidas en la turbación y la desesperación que surgen de la amarga raíz del pecado. La Fuente de gracia siempre rebosaba, pero sólo la Obra de la Cruz pudo abrir el cauce: canal profundo de bendición por donde nos llegan las santas energías del Espíritu de Dios.

El Redentor y su Obra (Ga 1:4)

1. La sublime entrega
La mención del Señor Jesucristo, como Fuente de gracia y de paz, conjuntamente con el Padre, lleva el pensamiento de Pablo a aquella Obra fundamental que sólo pudo hacer posible, por la gracia divina, la salvación del pecador: la entrega del Dios-Hombre como Víctima expiatoria en el altar de la Cruz. Fue aquella Obra que los gálatas estaban olvidando en su loco afán de entrar en el redil de Israel para añadir sus pobres obras legales a la Obra de redención que Cristo había llevado a cabo una vez para siempre. Es obvia la oportunidad de esta clara declaración del hecho básico de la salvación, aquí en el mismo umbral de la Epístola, y haremos bien en escudriñar todas las palabras y expresiones: "El cual (Cristo) se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo".
"Se dio a sí mismo" nos recuerda, como tantas otras expresiones parecidas en las Epístolas, que todo el valor del Dios-Hombre fue implicado en el Sacrificio del Calvario, que "Dios estaba, en Cristo, reconciliando el mundo a sí". Nada menos que el valor infinito de la Vida de la Víctima pudo satisfacer las justas demandas del Trono de Dios. Fue preciso el Sacrificio total, y el Hijo nada retuvo, sino que "se dio a sí mismo". ¡Qué pobres y mezquinos resultaron los legalismos, los ritos y las teorías de los judaizantes, a la luz del estupendo Sacrificio de quien "se dio a sí mismo"!
"Por nuestros pecados". El problema del pecado es el más fundamental de la vida del hombre. Los engañados legalistas, con sus observancias y sofismas, intentaban solucionar el problema a su manera, pero aferrándose a la Ley que sólo podía premiar la absoluta perfección moral y pronunciar sentencia sobre todo infractor del más mínimo de sus preceptos. Es como si un asesino notorio buscara su salvación en el decreto real que condenase a muerte a todo aquel que matara a su prójimo, sin ambages, y sin cláusulas de escape. Pero el Sacrificio de la Cruz nos ofrece la solución, ya que "al que no conoció pecado (Dios) hizo (ofrenda por el) pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Co 5:21). Profundos secretos, que sólo Dios conoce, se esconden bajo las tinieblas de la Cruz, pero con voz unánime un sinnúmero de textos nos hacen saber que allí se trató a fondo, una vez para siempre, el fatídico problema del pecado. Satisfecha la justicia de Dios, ya es posible que quede borrada toda mancha de pecado del corazón del hombre sumiso que acude a Cristo. Los gálatas, por medio de las primeras predicaciones de Pablo, habían contemplado a Jesucristo crucificado, como "exhibido" delante de ellos (Ga 3:1); ¿cómo, pues, habían podido prestar oído a vanas palabras que daban de lado el hecho central del Evangelio, desvirtuándolo completamente?
2. La gran liberación
El verbo "librar" o "sacar" de (Ga 1:4) no es el más corriente para describir la redención o el rescate del pecador que se aprovecha en fe de la Obra de la Cruz, sino un término gráfico basado en la metáfora de quitar algo del poder de alguien a la fuerza. La voz media griega indica una potencia benévola que arranca a alguien del peligro que le amenaza. Los gálatas, como veremos al estudiar el capítulo 4, volvían a la triste esclavitud de los rudimentos de este mundo, pero aquí se ve el brazo potente de Dios, en Cristo, extendido para sacarles de en medio de este presente siglo malo, con el fin de trasladarles al Reino eterno, al plano superior de la Nueva Creación. La redención, pues, es más que la liberación del hombre de su pecado y de la perdición. Dios propuso una liberación que interesaba a todas las partes del ser humano —cuerpo, alma y espíritu— en relación con la totalidad de sus circunstancias.
"El presente siglo malo". La voz griega que se traduce por "siglo" ("aion") es muy interesante, pero no es éste el lugar para considerar su frecuente uso en el Nuevo Testamento en una gran variedad de contextos. Basta notar que en su sentido bueno, como obra de Dios, indica un período de tiempo que lleva su signo peculiar, ya que Dios lleva a cabo una obra especial en todos ellos, llegando cada siglo a su "consumación". Pero, como resultado de su victoria sobre Adán, el diablo tiene también su "siglo", su período de tiempo —que es también una esfera de acción— y que lleva el signo de la rebelión contra Dios asociada con todos los medios que puede idear Satanás para "entretener" al hombre con el fin de que no le entren deseos de buscar aquel otro "siglo", que es el de Dios (Lc 20:35). Es la esfera de los reinos del mundo, la que Satanás ofreció al Señor, como cosa suya, y que, espiritualmente, es el reino de tinieblas. Es "presente", porque representa la actualidad visible que constituye la única realidad para el hombre natural. Es "malo" porque se funda en el olvido de Dios y en la persistente rebelión contra su voluntad. Desemboca a la perdición donde los "hijos de este siglo" cosecharán exactamente lo que habrán sembrado (Ga 6:7-8). La gran liberación que la gracia de Dios ha efectuado en Cristo "nos ha librado de la potestad de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo" (Col 1:11).
3. La liberación y la voluntad de Dios
La gran obra de liberación, que soluciona de forma tan radical el problema del pecado, es "según la voluntad del Dios y Padre nuestro". En los breves versículos de la introducción de su carta, Pablo ha recordado la Obra redentora de Cristo y la Resurrección del Señor de entre los muertos. En la frase que consideramos relaciona la obra histórica, realizada en Jerusalén en los días de Poncio Pilato, con el propósito de Dios desde la Eternidad. No "sucedieron" los acontecimientos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo como resultado del impacto de la Personalidad y Obra de Cristo sobre las varias fuerzas que operaban entonces, tales como el judaísmo, el poder de Roma, los movimientos de las masas, etc., sino que se produjeron "por determinado consejo y providencia de Dios" (Hch 2:23), o sea, en los términos de nuestra frase, "según la voluntad del Dios y Padre nuestro". Primero es el propósito de Dios, su beneplácito, según las maravillosas expresiones de (Ef 1:3-11), y luego las providencias suyas que ordenan hasta los movimientos de los malvados para la consecución de sus santos fines. Pablo no se limitaba a la historia de Israel, ni siquiera a la de la raza humana, sino que se situaba en el Centro y Origen de todas las cosas, en la voluntad de Dios.
De paso notemos que es muy propio que se hable de "la voluntad del Dios y Padre nuestro", ya que, en la sagrada economía de las operaciones o funciones del Trino Dios —hasta donde se revelan en las Escrituras— el Padre formula los propósitos, siendo el Hijo el Instrumento para su ejecución en el plano histórico y el Espíritu Santo en la esfera subjetiva. Al mismo tiempo no nos sentimos amedrentados y amilanados por las operaciones de la voluntad de Dios Padre, ya que, en Cristo, es "el Dios y Padre nuestro", el Padre amante quien nos ha recibido como hijos adoptivos. Nos interesa profundamente todo cuanto piensa y realiza el Padre, puesto que es nuestro Padre y somos admitidos a algunos de los secretos de sus planes, disfrutando de las bendiciones que brotan de ellos.
4. La gloria del Padre
Quizá debemos leer la doxología con la cual Pablo termina su Introducción como una declaración de un hecho, y no la expresión de un deseo: "A quien es la gloria por los siglos de los siglos, Amén". Por la voz "gloria" en las Escrituras, y aplicada a Dios, hemos de entender normalmente "aquello que él revela de su propia naturaleza", que bien puede expresarse por metáforas como "luz radiante" o como "fuego" que devora. Nadie puede volver a dar a Dios nada que no haya procedido de él, como Fuente, en un principio; al mismo tiempo, hombres en la tierra, ya reconciliados y hechos "hijos del Reino", pueden glorificar a Dios por reconocer lo que él es, atribuyéndole las alabanzas y la adoración que le corresponden. Este siglo llegará a su consumación cuando el Señor Jesucristo vuelva en gloria y poder. Una época de bendición sobre la tierra permitirá que Dios sea glorificado en cuanto a su obra de creación en este mundo. Pasarán los cielos y la tierra en su forma actual para dar lugar a nuevos cielos y tierra, libres de toda mancha de pecado, y en la Nueva Creación nuevos "siglos" nacerán de la omnipotencia y la eternidad de Dios, manifestándose su gloria, sin que el infinito Manantial se agote jamás. ¡Alcemos nuestras miradas! ¡Ensanchemos los horizontes de nuestro pensamiento, orientados por la Palabra, para contemplar en espíritu la gloria del Dios y Padre nuestro manifestado en grado creciente por todos los siglos de los siglos!
La introducción termina, pues, no con lamentos pesimistas motivados por la necedad de los gálatas, sino sobre esta nota de triunfo, porque hemos sido arrancados de este presente siglo malo y trasladados al Reino eterno.

Temas para meditar y recapacitar

1. Indique en líneas generales cómo los argumentos del apóstol en esta Epístola salen al paso de los errores típicos de los judaizantes.
2. Analice el versículo 4 del primer capítulo, mostrando cómo todas sus frases se relacionan con los grandes temas de esta Epístola.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

España
  Andrés Ruiz Notario  (España)  (31/07/2020)
Mi comentario es una alabanza, un agradecimiento a Dios por tan incomparable amor por su creación perdida en pecado. Quien nos rescata con mano poderosa y extendida de una condenación sin retorno.

Quiero agradecer a la Escuela Bíblica por todo este material que tanto nos ayuda a comprender el insondable corazón de Dios y que por el conocimiento de sus riquezas y de su gloria llegamos a conocerle y a amarle más cada día.

Que Dios os bendiga, hnos.
Copyright © 2001-2024 (https://www.escuelabiblica.com). Todos los derechos reservados
CONDICIONES DE USO