Estudio bíblico: El camino de la fe - 1 parte - Hebreos 11:1-12:2

Serie:   La epístola a los Hebreos   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
Resultado:
Votos: 5
Visitas: 35474

El camino de la fe - 1 parte (Hebreos 11:1-12:2)

Argumento general

El escritor, al final del capítulo 10, exhortaba a los hebreos a perseverar en el camino emprendido, a pesar de las dificultades del momento, recordándoles la verdad que Habacuc plasmó en la gran declaración: "Mi justo vivirá por la fe", o, más literalmente, "de la sustancia de la fe". Este concepto de la fe como principio director del peregrino espiritual que atraviesa el desierto del mundo, cumpliendo a la vez el propósito de Dios por medio del testimonio que le es encomendado, es tan importante que el autor inspirado lo recoge y lo elabora a través de una larga sección que define la fe y la ilustra por medio del ejemplo de los hombres fieles de la antigua dispensación. La línea de "héroes" culmina en la persona del "autor y consumador de la fe", cuya prueba fue la más terrible de todas, cuya obra era sumamente eficaz y cuyo camino le condujo a "la Diestra de Dios". De él, como de todos los fieles que le precedieron y le siguen, Dios puede decir: "Mi justo por la fe vivirá".
En el capítulo 9 nos fue trazado el místico "camino" abierto por el Adalid hasta el Santuario verdadero, donde los santificados que le siguen adoran a Dios en espíritu y en verdad, y aquí, como complemento obligado del primero, se nos señala el "camino" del peregrino que deja atrás su "Ur de los caldeos" para buscar la "ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios". Las circunstancias de los peregrinos varían mucho, pues algunos prosiguen su marcha en circunstancias de relativa prosperidad, mientras que otros han de glorificar a Dios en medio del fuego de la prueba y la tristeza de la derrota aparente; pero los comentarios sobre las hazañas de todos éstos nos hacen comprender que sólo Dios puede aquilatar el valor intrínseco del testimonio de cada cual, y que lo importante no era el resultado inmediato del esfuerzo, sino la fe que sostenía a los fieles y la meta a donde se dirigían.
El mensaje se aplicaba al caso de los hebreos, quienes no tenían que extrañarse por las pruebas y las persecuciones del momento, que no eran sino la continuación de las circunstancias a través de las cuales sus antepasados habían glorificado a Dios, de modo que debían "correr con paciencia la carrera que tenían por delante, puestos los ojos en el autor y consumador de la fe". Huelga decir que nosotros hemos de presentar atención a la misma poderosa Palabra en estos días.

El significado de la fe (He 11:1-3)

El sublime pasaje comienza con la notable declaración: "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve"; pero antes de considerar en algún detalle el significado de las voces que la versión Reina-Valera traduce por "certeza" y "convicción", será útil adelantar algunas consideraciones preliminares sobre el concepto general de la fe, para comprender mejor el matiz especial de la palabra en esta porción.
La fe "bíblica" se distingue siempre de la mera credulidad porque presupone una revelación divina anterior, según la importante declaración de Pablo en (Ro 10:17): "Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios". El que busca la verdad debiera desconfiar de sí mismo, reconociendo humildemente la flaqueza de su naturaleza caída y los estrechos límites de su conocimiento y su comprensión, y así estará dispuesto a prestar el oído para percibir la voz de Dios y no se entregará a las primeras nociones o raciocinios que otros hombres le presentan. Sólo la palabra de Dios señala una base firme sobre la cual aquel que "quiera hacer su voluntad" puede descansar con confianza.
El apóstol Pablo subraya una y otra vez la necesidad de la fe considerada como una confianza absoluta en Cristo, que es el único medio para establecer la unión vital con el Salvador que salva y justifica al creyente. Tal fe es mucho más que el mero asentimiento intelectual a los hechos anunciados por el Evangelio, y los pasos son los siguientes: ante uno que verdaderamente busca la verdad se presenta la obra de Dios en Cristo por el Evangelio; cuando se produce la convicción, tanto de la necesidad de la salvación como de la verdad del Evangelio, se le invita al hombre a que se entregue con todo su ser a la persona y la obra del Salvador, y, al hacerlo, recibe "vida juntamente con Cristo". Fundamentalmente el concepto de la fe es el mismo en todas partes de las Escrituras, pero, a la vez, pueden distinguirse distintos matices y aspectos, y en esta epístola, aquello que es primordialmente una actitud de entrega y descanso en las cartas de Pablo, llega a ser la percepción espiritual de quien comprende el hecho fundamental de la existencia de Dios, causa primera de todo lo creado, visible e invisible, y quien acepta todas las promesas de Dios en cuanto a su obra y plan para el porvenir, aferrándose a ellas con tanta confianza que adquieren para él mayor realidad que todo lo material y lo temporal que le rodea.
Ante el misterio de la vida humana, de la existencia del universo, del paso del tiempo que produce "el pasado", "el presente" y "el porvenir", no caben más que dos actitudes esenciales para el hombre pensador. Puede decir: "Es verdad que todo ello es complicado y difícil, pero el hombre es el hombre, y yo me lo explicaré por medio de la filosofía o por la ciencia, y mi explicación valdrá tanto como la de otros". Alternativamente puede partir de una base muy diferente: "Ante estos misterios me doy cuenta de que necesito luz y guía de alguien que se halla por encima de los factores que me sujetan y me limitan. Los efectos humanos, materiales y temporales, tienen que tener una causa superior a ellos mismos, y aprestaré mi oído para percibir su voz, y, cuando me hable, escucharé y obedeceré". Tal hombre es el que "tiene oídos para oír", y, al escuchar la Palabra revelada, la reconoce como verdad, la recibe y ordena toda su vida en conformidad a ella. Ya hemos considerado cómo la voz, que se dejó oír por distintas partes y maneras en tiempos antiguos, llega a nosotros ahora "en su Hijo". La "fe" de esta epístola es, pues, la recepción de la visión celestial, que se manifiesta en seguida por una obediencia eficaz a lo revelado.

La fe es lo que da sustancia a cosas que se esperan (He 11:1)

Después de este preludio estamos mejor situados para comprender las profundas frases que forman la introducción de esta sección. "Certeza" traduce "hupostasis", que, según su etimología, es "aquello que forma una base". Se tradujo por "sustancia" en (He 1:3) de esta epístola, donde se refería al ser esencial de Dios, del cual el Hijo es la "exacta representación"; pero en (He 3:14) la traducción es "confianza", o sea, la base para un testimonio firme, y en este sentido se emplea varias veces en el Nuevo Testamento. Creemos, pues, que la traducción, "aquello que da sustancia a las cosas que se esperan", es la más adecuada en nuestro contexto. "Las cosas que se esperan" son aquellas que Dios ha prometido, y la fe, comprendiendo que lo que Dios prometió no puede fallar, da sustancia y actualidad espiritual a la promesa en la experiencia del creyente, llegando a ser la gran realidad que le libra en espíritu de la servidumbre de las circunstancias y del temor de los hombres.

La fe es lo que pone a prueba las cosas que no se ven (He 11:1)

La primera frase del texto relaciona la fe con el mundo venidero, y la segunda con el mundo invisible, mientras que en el versículo 3 nos asegura en cuanto a la procedencia del universo visible. La vista humana, aun con la notable ayuda de la técnica moderna, no alcanza más que una pequeñísima parte del mundo visible y es totalmente incapaz de penetrar en los secretos de las esferas espirituales o de discernir las edades futuras. La revelación de Dios (garantizada por la revelación histórica de la persona de Cristo) da a conocer estas esferas que se escapan de la investigación científica, y la fe, al atreverse a obrar en conformidad con lo revelado, pone a prueba su realidad y encuentra que, efectivamente, las potencias espirituales existen, pues se manifiestan en la vida y experiencia del creyente. De ahí el poder sobrenatural que sostenía y activaba el testimonio y el servicio de los "héroes", de cuyas vidas el autor pasa revista en el curso de esta sección.

La fe comprende que el universo se constituyó por la Palabra de Dios (He 11:3)

"Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía". Anteriormente, al comentar (He 9:26), hemos tenido ocasión de adelantar una definición de "los siglos", término que se traduce aquí por "el universo". Según nuestro texto, el término incluye las "cosas visibles", y viene a ser todo lo que nosotros entendemos por "el espacio", unido al "tiempo", juntamente con todo lo creado en el espacio a lo largo del tiempo. Muchos hombres quisieran creer que aquello "existe" como un hecho primordial, pero aquí aprendemos que todo se ha sacado en ordenada procesión por los decretos ("rhemata") de Dios según el plan que él ha determinado anteriormente. Dios sólo es el hecho primordial, y "dijo Dios: Sea la luz..., haya expansión", etc., según la majestuosa revelación del capítulo primero del Génesis.
De paso podemos recordar que la ciencia atómica de nuestros días ha demostrado que no existe la antítesis entre "materia" y "energía" que antes parecía tan evidente, y que la materia puede convertirse en energía, siendo una manifestación de aquélla. La fe del creyente ya lo sabía, pues, según la declaración que consideramos: "lo que se ve fue hecho de lo que no se veía"; pero la fe alcanza a más aún, pues sabe que la "energía" debe su existencia a la palabra del Eterno, por cuyo decreto se ha manifestado la inmensa variedad de la creación, tanto orgánica como inorgánica. Las hipótesis de la filosofía se multiplican y se contradicen en series interminables, pero el hombre de fe percibe en todas ellas su "defecto de origen" ?el mero raciocinio humano? y se acoge a la revelación de Dios. De este modo está "en el secreto de Dios" y resulta, por fin, que su convicción, basada sobre la Palabra de Dios, es más "razonable" que las hipótesis materialistas, que tan pronto se pasan de moda.
La palabra traducida "constituir" es "katartizo", que tiene también el sentido de "equipar", o "preparar para un fin determinado", pues el "universo" es el instrumentó de Dios para llevar adelante su gran "plan de conjunto" que se verá plenamente en la nueva creación.

La fe descansa en la naturaleza y las providencias de Dios (He 11:6)

"Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan". Esta importante declaración sigue a la mención de Abel y de Enoc como ejemplos de la fe, pero la unimos a las precedentes aquí con el fin de contemplar el cuadro total que se destaca de esta maravillosa serie de "definiciones" y aclaraciones sobre la naturaleza de la fe. Anteriormente vimos que la fe comprende que todo lo visible, lo invisible y lo futuro halla su existencia y su realidad en Dios, y aquí se adelanta otra consideración: el que cree que hay Dios, y se allega a él, comprende también que el Creador es el ordenador de todas las cosas, de modo que proveerá para la felicidad última de quienes le buscan.
El escéptico deducirá de ello que el creyente busca a Dios por lo que le da, a la manera de un niño, que se anima a ser "bueno" porque le han prometido un premio, pero la verdad es mucho más profunda, ya que el creyente, por la visión de la fe que le es propia, comprende que le importa identificarse con el pensamiento del Creador, para que su vida rinda fruto eficaz en esta vida y en la venidera. Su "galardón" será el gozo de haber agradado a su Señor y haberse preparado para una esfera aún más útil en la nueva creación.
Esta comprensión del ser y de la obra de Dios afecta profundamente la vida del creyente, y de ella surge el testimonio y el esfuerzo de los "héroes de la fe", quienes buscan a Dios y le agradan durante el breve espacio de su peregrinación. Obviamente, Dios no puede agradarse en quienes no le toman en cuenta, sea por teorías o por descuido. Tales son los "necios" que dicen "no hay Dios para mí", mientras que "el principio de la sabiduría es el temor de Dios".
Hemos de ver a continuación de qué manera esta "fe de visión" influía en la vida de diversos hombres y mujeres, transformando la nulidad de la vida meramente humana en la eficacia espiritual de quienes vivían según el plan de Dios y que obraban en la potencia de las santas energías del Eterno.

Los primeros ejemplos (He 11:4-7)

Los tiempos antediluvianos se envuelven para nosotros en las tinieblas de una remota antigüedad, y, de hecho, la luz de la revelación no se enfoca más que en algunos "picos" destacados de lo que era una época muy larga, llenísima de complicados acontecimientos de los cuales nada sabemos. Pero lo que agradaba a Dios era la "fe de visión" de sus siervos, tanto en aquellos tiempos como en los posteriores, y las vidas de los hombres, que sabían comprender a Dios y ajustarse a sus normas, tienen para nosotros una "actualidad" tal que, habiendo muerto hace milenios, "aún hablan" en lenguaje elocuente para nuestra guía y orientación en días tan distintos de los suyos.
La lista se presenta en orden cronológico, lo que no impide que discernamos también una selección espiritual que ilustra distintas fases de la vía de fe.

Abel, ejemplo de la fe que comprende el porqué del sacrificio (He 11:4)

a) Fue sumiso a la revelación de Dios. Podemos estar bien seguros de que no había nada arbitrario en la aprobación de Dios frente al sacrificio de Abel y la repulsa de la ofrenda de Caín. La historia del trágico desenlace de las relaciones entre los dos hermanos, tal como se presenta en el capítulo 4 de Génesis, es tan escueta que estamos en peligro de olvidar que señala el fin de un proceso largo; era un momento de crisis que presupone otros factores que, si bien no se detallan, se dejan vislumbrar con bastante certeza. Estos dos hijos (señalados, entre otros muchos, por el significado espiritual de sus vidas) habían tenido la ventaja de la instrucción de sus padres, quienes, antes de su caída, y por un período indeterminado, habían gozado de la comunión íntima con Dios. Los padres perdieron su inocencia, pero no sus conocimientos que, sin duda, pasarían de forma más o menos adecuada a sus hijos. Existía, pues, un hecho de revelación de alta calidad. Podemos suponer que Adán y Eva destacarían el significado de los animales sacrificados para proveerse de las pieles que cubrían su desnudez de pecadores, y que la institución del sacrificio era tan antigua como la primera promesa de redención.
Notemos que Caín no dudaba en absoluto de la existencia de Dios ni de la conveniencia de llevarle ofrendas, pero debido a la oblicuidad moral que surgía de la raíz del pecado, buscó sus propios caminos, hizo caso omiso de la revelación y terminó altercando con el Dios que conocía por su inteligencia sin que le hubiera sometido jamás su voluntad.
b) Ofreció más excelentes sacrificios que Caín. La fe que aprecia quién es Dios y se somete a su revelación produce las obras apropiadas a la visión que se recibió, de modo que Abel, obediente y humilde, buscó y ofreció a Dios un cordero primogénito, que, sin duda, fue inmolado. El pecado exigía sacrificio de muerte porque "la paga del pecado es muerte", y Abel pidió a Dios que le fuera propicio frente a la víctima que hablaba elocuentemente del "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".
En cambio, el intento de adoración de Caín fue voluntarioso, orgulloso y carnal, como si dijera: "Yo adoraré a Dios a mi manera, ofreciéndole el fruto de mis trabajos", llegando así a ser el prototipo de todo "adorador" que soslaya el camino de la Cruz.
c) Abel alcanzó testimonio de que era justo. La frase nos recuerda las enseñanzas del apóstol Pablo sobre la "justificación por la fe" (Ro 5:1), y, desde luego, la escena que hemos considerado sirve de hermosa ilustración del tema, pero, en buena exégesis, hemos de interpretar la frase en primer término de acuerdo con los conceptos fundamentales del pasaje, o sea, el testimonio de que Abel era "justo" corresponde a (He 10:38): "El justo por la fe vivirá". La fe de Abel, que se sometió a la revelación de Dios y obró en conformidad en ella, le colocaba entre los "héroes de la fe" que agradan a Dios y reciben su bendición.
d) Dios dio testimonio a los dones de Abel. La referencia es al hecho de que el humilde sacrificio fue aceptado de forma visible, probablemente por fuego del cielo, mientras que la ofrenda carnal de Caín fue rechazada. El camino de la fe arranca del pie del altar, de modo que el ejemplo de Abel se coloca a la cabeza de la lista donde pertenece. Los "dones" que primeramente hemos de ofrecer para poder agradar a Dios consisten en el aprecio de la persona de su Hijo que se ofreció en expiación por nosotros. Sobre esta base procedemos a ofrendarle nuestras vidas en su servicio, y el fruto de nuestros labios en alabanza a su nombre, pero todo ello carecería de sentido sin la plena realización del significado del Calvario aplicado a nuestra necesidad como pecadores.
e) "Muerto, aún habla". La fe de visión que llevó a Abel al altar queda como ejemplo perpetuo del primer paso obligatorio en el camino hacia la Ciudad de Dios. El "peregrino", como el de Bunyan, ha dejado atrás la Ciudad de Destrucción y se ha visto libre del peso del pecado al llegar a la Cruz. Luego, podrá proseguir con nuevas experiencias y proezas en el poder de la fe que da sustancia a las promesas de Dios. Los hombres de esta generación necesitan mucho prestar oído a la voz queda que les llega por medio de "Abel, difunto".

Enoc, ejemplo de la fe que vence a la muerte (He 11:5)

En la breve biografía de Enoc que hallamos en (Gn 5:21-24) lo que más se destaca es la comunión del patriarca con Dios, que se expresa tan sencilla y hermosamente por la frase: "Y caminó Enoc con Dios". Este "caminar" se llevó a cabo, no en la soledad de una vida de anacoreta, sino en medio de la vida familiar, en la que "engendró hijos e hijas". Luego, "desapareció", porque "le llevó Dios". El escritor, aquí, utilizando la versión alejandrina, se fija más en la traslación de Enoc, o sea, en el hecho de que la vida de comunión con Dios terminó con la victoria sobre la muerte. La frase "alcanzó testimonio de haber agradado a Dios" es un comentario (a través de la traducción indicada) sobre la frase que "caminó Enoc con Dios", pues este "andar juntos" del hombre pío y su Dios indicaba que había ordenado su vida según la "fe de visión", y que Dios se complacía en la actitud y el testimonio de su siervo.
Abel y Enoc son ejemplos del principio y del fin del camino de la fe. Aquél, por someterse a la luz que procedía de Dios, comprendió la necesidad de la muerte expiatoria, mientras que Enoc, después de gozar de la Presencia inefable en la tierra por la visión de la fe, fue librado de la muerte física. En Abel vemos al pecador arrepentido que se acerca a la Cruz para apropiarse de la muerte y la resurrección de Cristo, mientras que, en el caso de Enoc, es llevado a la presencia del Señor sabiendo que Cristo fue manifestado para abolir la muerte y sacar a la luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio (2 Ti 1:10). Si le toca al creyente morir para ser resucitado cuando Cristo venga, o si es "cambiado" sin conocer la muerte física, la victoria sobre la mortalidad es igual, y la vida de comunión del peregrino termina transformándose en el gozo inmediato de la presencia del Señor (1 Ts 4:13-18).
Malamente podría proseguir su arduo camino el peregrino de la fe si no supiera que la muerte es ya un enemigo vencido.
Según el orden del texto, se intercala entre el "ejemplo" de Enoc y el de Noé la preciosa declaración del versículo 6 que ya hemos meditado. Se vislumbra lo que será el "galardón" de Dios por la experiencia de Enoc.

Noé, ejemplo de la fe que previene contra el juicio (He 11:7)

a) El testimonio al fin de una época. Si bien el testimonio de Abel se situó en los comienzos de la actuación de los hombres caídos, y el de Enoc en medio de los amplios tiempos prediluvianos, el de Noé halló su marco apropiado en el fin catastrófico de una época de prolongada y persistente rebeldía contra Dios. Los principios carnales, que se apuntaron ya en la actitud de Caín, habían producido su nefasto fruto de podredumbre moral hasta tal extremo que la continuación de la raza en su estado degenerado habría sido un mal mucho mayor que la tremenda "operación quirúrgica" del juicio universal. El camino aquí pasa a través de lóbregos valles de corrupción moral, sobre los cuales se ciernen los justos juicios de Dios, pero aun allí es verdad que "el justo por fe vivirá", y la "fe de visión" capacita a Noé para "caminar con Dios" en medio de todo. No sólo eso, sino que alza su voz de inspirado "predicador de justicia", y es medio de salvación para sí mismo y su casa, y de condenación para el mundo rebelde, pasando luego a ser padre de una raza renovada (2 P 2:5) (1 P 3:20-21) (Lc 17:26-27).
b) Su "trato" con Dios. La frase traducida "cuando fue advertido (habiendo sido prevenido) por Dios acerca de cosas que aún no se veían" viene de una raíz que quiere decir "tener trato con una persona", y nos hace ver cómo la fe permitía que Noé, en su diario caminar con Dios, se enterara de sus consejos, llegando a saber cuál había de ser el fin de aquella civilización que rechazaba cínicamente el múltiple testimonio de Dios: por boca de los antiguos, por la naturaleza, por la conciencia y, por último, por la predicación de Noé (Gn 18:16-22).
De igual forma, el creyente de hoy, alumbrado por la "palabra profética más segura", puede ver en perspectiva general lo que Dios propone para el mundo, no encubriéndole el Señor sus propósitos, y de este modo puede acertar el camino en los lugares oscuros del fin de otra época aún más decisiva si cabe, y en espera de aquellos otros juicios del Día de Jehová (2 P 1:19). Es significativo que Cristo escogiera precisamente "los días de Noé" para parangonarlos con el período que precede su segunda venida: también día de salvación para los escogidos y de juicio para los impenitentes. Las características (amén de otras que no se citan en el pasaje de referencia) son el descuido más cínico de la revelación divina y la exclusiva preocupación con lo material y temporal (Mt 24:33-39). Pero el camino sigue hasta el fin, y también en toda época "el justo por fe vivirá" mientras que alza su voz en testimonio contra el pecado y, en nombre de Cristo, llama a los hombres al arrepentimiento.
c) La preparación del arca. Noé, enterado de los designios divinos y movido por "piadoso temor, preparó el arca para la salvación de su casa". Es otro ejemplo de que la fe que toma a Dios en cuenta y se somete a su revelación, es potente móvil de una acción enérgica y eficaz. En el fondo se halla el conocido simbolismo del arca como figura de la persona y obra de Cristo como medio de salvación para quien entra por la "puerta", pero la lección que sobresale aquí es que la fe lleva a cabo una obra extraña, y hasta ridícula, a los ojos de los hombres ofuscados por lo material y lo pecaminoso (como era la de construir el arca en terreno seco), para ser medio luego de adelantar los propósitos de Dios en orden a la salvación de los fieles y la condenación del mundo. La fe obra, y como obra según los planes que Dios ha revelado, obra eficazmente.
d) Noé, heredero de la justicia. Como en el caso de Abel, hallamos una frase que se parece mucho a otras de Pablo, pero aun comprendiendo la raíz que tiene en común toda presentación de la verdad de la fe, hemos de notar aquí el matiz especial que corresponde a todo el pasaje, y aprendemos que Noé, por su "fe de visión", se colocó entre las filas de los "héroes", quienes, por la visión de la fe, vencieron el mundo y colaboraron con los planes eternos de Dios (Ga 5:6) (2 Ts 1:11-12).

Abraham, Sara y los Patriarcas (He 11:8-22)

La persona de Abraham se reviste de extraordinaria importancia y significado en las Escrituras tanto por el carácter ejemplar de su testimonio como por ser el instrumento que inició una fase importantísima del "plan de la Redención". Aquí le vemos como destacado peregrino en el camino de la fe, cuya vida y actuación ilumina con diáfana luz el espíritu y el poder de la visión celestial como móvil de una obra eficaz cuyos efectos alcanzan las esferas más remotas de la eternidad.
Abraham emprende el camino (He 11:8). Los factores iniciales de una revelación y de un llamamiento no pueden faltar en la experiencia de ninguno de los peregrinos de la fe, pues el impulso que le separa del mundo y le lanza por un camino que el hombre natural desconoce, ha de provenir de Dios mismo, quien da la visión que la fe reconoce y a la cual la voluntad del peregrino se somete. El participio verbal, traducido por "siendo llamado", se halla en el "presente continuo", de modo que podría expresarse por la frase "en el curso de ser llamado". No hemos de imaginar pues, que un idólatra, ciudadano de la famosa ciudad de Ur de los caldeos, en la cuenca baja del Eufrates, recibiera de un Dios desconocido el mandamiento de salirse de su patria y de su casa, sino que Abraham había llegado a conocer al Dios único por el testimonio que aún se conservaba entre algunos de los hijos de Sem (piénsese en Job y en Melquisedec), y que Dios le había concedido con anterioridad una revelación continua de sí mismo. Fue este Dios conocido quien por fin le indicó que el momento había llegado para separarse completamente del "mundo" ?representado en su caso por la civilización brillante, pero corrompida, de Ur de los caldeos? con el fin de buscar otra "patria".
La meta final, sin embargo, no era Canaán, sino la ciudad eterna, que tiene los fundamentos, cuyo arquitecto y hacedor era Dios mismo. Mientras tanto, Abraham no podía sostenerse por ver la realización de una obra inmediata, sino por descansar en las promesas de Dios. La tienda del peregrino había de reemplazar la aparente solidez de las casas y palacios de Ur, para que sólo Dios pudiese ser su "galardón sobremanera grande" (Gn 15:1).
Vemos en el caso de Abraham los elementos que se destacaron en los ejemplos anteriores: el llamamiento (relacionado con una revelación anterior de parte de Dios); la obediencia (que renunciaba todo designio personal para seguir las indicaciones recibidas de Dios); y luego la acción eficaz, pues "Abraham, siendo llamado, obedeció para salir". Los fuertes lazos que le unían con lo suyo y los suyos quedaron deshechos por la fuerza mayor del llamamiento, pues la fe daba sustancia y actualidad al mundo invisible, pero real, que dependía del ser de Dios.
Los comentarios del autor inspirado cobrarán mayor fuerza si el estudiante vuelve a leer la historia del llamamiento de Abraham y del pacto que hizo Dios con él, tal como se hallan en los capítulos 12 a 15 del Génesis.
La última parte de (He 11:8) indica no sólo un conocimiento profundo de lo eterno y lo permanente que Dios había revelado a su siervo, sino también una ignorancia completa de los acontecimientos inmediatos en la esfera temporal y material; por la palabra divina sabía que caminaba hacia la herencia que Dios le había prometido, pero, a la vez, "salió sin saber a dónde iba". La visión de la fe alcanza el fin del camino, pero no echa luz sobre los pasos inmediatos que conducen hacia tal fin. La fe comprende que Dios es el guía, y que él ordenará las circunstancias del momento en relación con la totalidad de su plan. El hará que el peregrino no se extravíe, y cuidará de que el esfuerzo espiritual no se desperdicie, mientras que el creyente pone todo su empeño en buscar la ciudad, apoyándose en Dios. De este modo oirá una voz a sus espaldas que le dirá: "Este es el camino, andad por él" (Is 30:21) (Is 50:10).
El fin del camino: la tierra y la ciudad (He 11:9-10). El escritor omite toda referencia al alto que hicieron los peregrinos en Harán al caminar hacia la tierra de promisión, con el fin de subrayar los rasgos característicos de la peregrinación de Abraham y sus sucesores, quienes moraban en tiendas en la "tierra prometida", sacando sus fuerzas de la promesa de Dios. Eran doblemente peregrinos, pues no hallaron posesión en la tierra que luego había de pertenecer a sus descendientes, y, además de ello, comprendían que aun la tierra de promisión no era sino el trasunto de la ciudad eterna. Más aún, Abraham tuvo que esperar veinticinco años (después del llamamiento) antes de ver el cumplimiento de la promesa primordial de que le había de nacer un hijo: garantía de la "descendencia" prometida y medio de que pudiera surgir la simiente en cuya persona se habían de cumplir todas las promesas, tanto materiales como espirituales.
El versículo 10 es de especial importancia como gráfica expresión del plan total de Dios. Israel tuvo que esperar durante muchos siglos antes de que le fuese otorgado el centro material de su reino, o sea, Jerusalén, ciudad de David, pero este texto pasa mucho más allá de la Sión material, que no era más que un símbolo material de la ciudad que tiene los fundamentos eternos. En último término, no se trata de un núcleo de ciudadanos en la tierra, cobijados en las casas y palacios materiales de una sociedad humana organizada para la protección y ayuda mutua de todos, sino del pensamiento primordial de Dios en cuanto al hombre. Este fue hecho a imagen y semejanza de Dios para ser señor de la creación, y, según vimos al estudiar el capítulo 2 de esta epístola, el plan original ha de llevarse a cabo en Cristo de tal modo que el hombre redimido ha de ser bendecido y establecido en circunstancias de gloria y de poder que proveerán para el desarrollo de todas las posibilidades señaladas en el "decreto" de su creación. Las soberanas providencias de Dios aprovecharán hasta la tragedia de la caída, ya que los fundamentos inconmovibles son la obra de la Cruz y de la resurrección, que venció para siempre el mal, y proveen la base segura sobre la cual Dios, con infinita sabiduría y a través de las distintas etapas del desarrollo del Plan de la Redención, construye su ciudad. Esta ciudad ideal encierra en sí las ideas de protección, de una sociedad perfectamente organizada, de comunión y del desarrollo sin estorbo posible de las capacidades latentes de los ciudadanos. ¡Qué hermosa será, ya que es el "pensamiento final" del Dios de toda sabiduría y poder, quien es también fuente de toda belleza real, siendo la expresión final de su amoroso cuidado de los suyos por medio de esta obra maestra! ¡Benditos los p
Copyright © 2001-2024 (https://www.escuelabiblica.com). Todos los derechos reservados
CONDICIONES DE USO