Estudio bíblico: El camino de la fe - 2 parte - Hebreos 11:1-12:2

Serie:   La epístola a los Hebreos   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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El camino de la fe - 2 parte (Hebreos 11:1-12:2)

La prueba de Abraham (He 11:17-19)

La breve biografía de Abraham se divide en dos partes por el resumen de los versículos 13-16, correspondiendo la primera parte al concepto de la peregrinación hacia "la ciudad con los fundamentos", y la segunda parte a la victoria sobre la muerte por la esperanza de la resurrección. Es este último concepto que se destaca también en las vidas de los "héroes" que se detallan a continuación.
La frase en la narración del ofrecimiento de Isaac que nos sirve de clave para comprender los versículos que tenemos delante se halla en (Gn 22:5), donde el patriarca dice a sus criados: "Esperad aquí... y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros". Esto indica que Abraham, habiéndose sometido al mandato del Señor de ofrecer a Isaac en holocausto, no perdió de vista la promesa de que por medio de Isaac había de venir la descendencia, de modo que, con la sublime lógica de la fe, esperaba volver a recibirle de entre los muertos. Ya había visto cómo Dios dio la vida de Isaac por medio de dos cuerpos "ya casi muertos", y había aprendido la lección: Dios es el que "da la vida a los muertos, y llama las cosas que no son como si fuesen" (Ro 4:17-22). De esta forma el poderoso principio de la fe, tras las variadas disciplinas de la "escuela de Dios", apropia anticipadamente la gran verdad de la resurrección que había de aclararse plenamente cuando Cristo saliera de la tumba, habiendo vencido la muerte para siempre.
El valor de la prueba. Muchos lectores se han extrañado, y hasta se han escandalizado, al leer los primeros versículos del capítulo 22 del Génesis, pues la forma de la prueba de Abraham parece tan distante de los conceptos que nos han venido por medio del nuevo pacto. Sin embargo, esta crisis de la vida de Abraham encierra lecciones de incalculable valor para quien quiere aprenderlas, y a nosotros nos toca dejar que la infinita sabiduría de Dios ordene los métodos, mientras que nosotros, con toda humildad, procuramos recibir las enseñanzas. Notemos que la calidad de la fe sólo se revela por medio de la prueba, de la manera en que no se pueden poner de manifiesto los quilates del oro aparte de la aplicación del ácido conveniente, y por eso no sólo la fe en sí es de grande estima a los ojos de Dios, sino también "la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro que perece..., sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo" (1 P 1:7).

La realidad espiritual de la ofrenda (He 11:17)

El ofrecimiento de Isaac se presenta como un hecho realizado, que se recalca más aún por la forma literal del verbo: "Por fe ha ofrecido Abraham a Isaac...", indicando el tiempo perfecto un hecho consumado cuyos efectos permanecen. A los ojos de Dios, y en la intención del siervo fiel, el sacrificio se realizó, pues Abraham nada sabía de la solución de última hora por medio del carnero que había de sustituir a su hijo en la muerte, sino que confiaba en que Dios le había de levantar de entre los muertos.

La resurrección de Cristo se presenta "en sentido figurado" (He 11:19)

El versículo 19 revela el pensamiento íntimo de Abraham, que ya hemos notado, y añade que el patriarca volvió a recibir a su hijo de entre los muertos "en sentido figurado", o sea, simbólicamente. Fue imposible que Dios diera un tipo completo de la muerte y de la resurrección de su Hijo en la experiencia de un solo ser en el Antiguo Testamento, pero (igual que otros casos análogos) hemos de considerar a Isaac y el carnero como dos facetas de un solo ser. Isaac se halla atado sobre la leña y sobre su cuerpo se alza el cuchillo del sacrificador; momentos más tarde el cuerpo del carnero sangra sobre el altar, mientras que Isaac se halla lleno de vida, libre de las cuerdas que le sujetaban a los efectos del sacrificio de muerte. Así, hasta el límite de lo posible tratándose de una crisis humana, se provee un tipo elocuente de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, y con corazones conmovidos seguimos los pasos del Padre y del Hijo cuando "iban juntos", unidos por el plan eterno del Trino Dios, al lugar de la Calavera. Pero en la crisis de la consumación de los siglos no hubo separación de personas o seres en la muerte de sacrificio y en la resurrección, sino que el Hijo murió "hecho pecado por nosotros" para levantarse luego de entre los muertos habiendo vencido la muerte para siempre.

Isaac (He 11:20)

Al leer el capítulo 27 del Génesis la actuación de Isaac no nos causa muy buena impresión, pues por no hacer caso de la palabra divina de que el hijo mayor había de servir al menor, fue el causante indirecto de toda la triste trama de engaños y desilusiones. Pero aquí se hace caso omiso de todo eso, y la luz de la inspiración se enfoca en la visión de fe de Isaac, quien estaba tan seguro de que las promesas de Dios a su padre habían de cumplirse, que profetizó sobre el futuro remoto de los descendientes de sus hijos, y así bendijo a sus hijos "respecto a cosas venideras", porque la fe, una vez más, dio sustancia a lo que se esperaba.

Jacob (He 11:21)

No se notan aquí las "alturas espirituales" de la vida de Jacob en Betel y en Peniel, sino que, como en el caso de su padre, se destaca la visión profética de sus últimas horas, por la que esbozó de forma notable la historia moral y espiritual de las doce tribus. De paso, cabe la aclaración textual de que la frase "Jacob adoró apoyado sobre el puño de un bordón" es la versión alejandrina que corresponde a las palabras "se inclinó sobre la cabecera de la cama" del Texto Masorético (Gn 47:31). La diferencia depende de una variación en la vocalización de una palabra hebrea, que no afecta el sentido espiritual del pasaje, ya que en las dos variantes se percibe el esfuerzo del patriarca por incorporarse con el fin de declarar, con su último aliento, la palabra profética que resumía el porvenir de su raza.

José (He 11:22)

Toda la vida de José ilustra, de una forma notable, el camino del hombre de fe; pero de nuevo la luz de la revelación se enfoca sobre el fin de su distinguida carrera, haciéndonos ver que el gran estadista de Egipto no se preocupaba entonces de los destinos del imperio que tan sabiamente había dirigido, ni podía admitir por un momento que su pueblo se identificara con Egipto, sino que la visión de la fe contemplaba el momento del éxodo, cuando los israelitas habían de salir de Egipto para posesionarse de la tierra de promisión. No sólo eso, sino que "dio mandamiento acerca de sus propios huesos", ya que el heredero de la promesa no quiso que sus restos mortales quedasen en el escenario de sus grandes triunfos, sino que descansasen por fin en la tierra de la promesa: promesa sobre la cual su padre Jacob le había instruido en los años formativos de su juventud, y que había sido medio de fuerza espiritual a través de todas las vicisitudes de su larga vida. El ataúd que contenía el cuerpo embalsamado de José había de ser una especie de "profecía muda" entre el pueblo, y un recuerdo constante de que Dios había de cumplir sus promesas, llevando a los israelitas por fin a su herencia. No tenían que contentarse, por lo tanto, con la tierra fértil de Gosén, sino fijar su esperanza en las montañas y calles de Canaán. Se nos ocurre pensar que este "testimonio mudo" habría podido influir en la iluminación de Moisés, de la cual hablamos más abajo.

Moisés, la fe que vence al mundo (He 11:23-29)

Por el ejemplo de Abraham hemos contemplado la fe como el principio vital que dio comienzo a una nueva etapa del Plan de la Redención: la formación de una nación que había de ser el instrumento de los propósitos de Dios como depositaria de la verdad revelada. Cuando llegó el momento para sacar al pueblo de Israel de Egipto y darle posesión de la tierra prometida, Dios preparó a otro siervo suyo, cuya ingente tarea había de llevarse a cabo también por la energía de la fe que echa mano a lo invisible y da realidad a las promesas divinas.
La "fe" del versículo 23 es más bien la de los padres de Moisés. En la salvación del niño de la muerte, por medios extraños y providenciales, vemos la misma lección que surge del nacimiento "retardado" de Isaac: se hace ver desde el principio que Dios es el que obra, y que la vida concedida ha de dedicarse especialmente a él. Sin duda, los israelitas piadosos del cautiverio en Egipto anhelaban ver la realización de las promesas de Dios en la redención de su pueblo, y seguramente los padres de Moisés no sólo querían conservar la vida de su hermoso niñito por el impulso natural del amor paterno, sino que deseaban que fuese el instrumento de Dios para el cumplimiento de las promesas dadas a los padres. Por eso se dice que Moisés "fue escondido... por la fe", pues los padres obraban según su "visión celestial" al esconder al niño, primero, y después al colocarle en las mortíferas aguas del Nilo protegido por su arquilla. Sabían que Dios tenía preparada la solución de su gran problema, y por eso Amram y Jocabed, por otra parte desconocidos, se hallan en la lista de honor de los héroes de la fe.

La elección que hizo Moisés (He 11:24-26)

La romántica historia de cómo el niñito, nacido de la raza esclava, fue criado por una princesa egipcia como hijo adoptivo suyo, es muy conocida y amada y se prestaría a altos vuelos de imaginación. Esteban, recogiendo una antigua tradición judaica, declaró que "Moisés fue enseñado en toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en sus palabras y obras" (Hch 7:22), mientras que el historiador judío Josefo alega que era renombrado por sus éxitos como general en importantes campañas militares. Todo ello se hace muy probable, a pesar de la brevedad de la narración del libro del Exodo, y, sin duda, pisaba las majestuosas aulas de los palacios reales de Egipto (entonces cabeza de la civilización del mundo) como de derecho propio, tratando a príncipes como igual a igual, absorbiendo la cultura de su tiempo con su poderosa inteligencia, siendo adiestrado en los procesos humanos de la justicia y acostumbrado al mando. Probablemente el mismo trono habría podido ser suyo si lo hubiera deseado.
En todo ello se ve cómo Dios estaba preparando a su siervo para ser "rey en Jesurún" (Dt 33:5): el caudillo, juez, legislador y fundador de un régimen notable en su parte humana y divina (He 3:2-6). Pero el énfasis aquí no recae sobre la preparación, sino sobre la elección que hizo Moisés. Es probable que llegara a conocer su origen por boca de su madre Jocabed, y podemos pensar que en algún momento posterior se interesara en la historia de su pueblo por los escritos patriarcales conservados por los "ancianos" hebreos; también es probable que hallara en los anales de las bibliotecas reales la historia de la romántica carrera de José, confirmada por el ataúd que aún se conservaba en la tierra de Gosén y que daba su mudo testimonio esperanzador al pueblo. Por tales medios se enteraría de la gran promesa: no sólo de que el pueblo había de ser librado y plantado en Canaán, sino también que había de venir la simiente, medio de bendición universal.
Por el comentario aquí podemos saber, además, que Moisés había llegado (quizá por medio de amargas experiencias personales) a apreciar el valor nulo de los "deleites" y de los "tesoros" de Egipto, midiendo con exactitud toda la corrupción, el loco orgullo y la necedad de las ambiciones y obras humanas. Todas las maravillas arquitectónicas y matemáticas de las pirámides no podían ocultar el hecho de que eran tumbas de lo que fue, y las momias embalsamadas de los faraones no hacían más que subrayar la dura lección de la mortalidad. Sobre este fondo sombrío se despuntó la revelación de la promesa del Mesías, y, probablemente tras una tremenda crisis espiritual, supo estimar "por mayores riquezas el vituperio de Cristo (Mesías) que los tesoros de los egipcios". Tan realmente como en el caso de Saulo de Tarso, hubo una "conversión" que entraña incalculables beneficios en el futuro para los hombres de buena voluntad. Hacía falta todavía un período de cuarenta años como pastor de ovejas en el desierto antes de que el instrumento fuese bastante débil en su propia estimación para poder ser usado por Dios, pero toda la bendición posterior dependía de la elección de la fe del príncipe Moisés, quien "fue obediente a la visión celestial" que Dios le había concedido.
La elección de la fe conduce a la acción, pues el peregrino de la fe ha de desasociarse del mundo para ponerse a la disposición de Dios con el fin de colaborar en la edificación de la ciudad eterna. Fijémonos en los verbos que señalan los hitos de esta primera etapa de la vida de fe de este hombre formado y experimentado de cuarenta años de edad: "rehusó llamarse hijo de la hija del Faraón" (lo que supone un momento crítico de renuncia de su posición como príncipe); "escogió ser maltratado con el pueblo de Dios" (que señala igualmente un momento de identificación con su pueblo de nacimiento, a pesar de su condición de esclavos); "tuvo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios" (que denota una manera de apreciar el mundo que sólo pudo derivarse de la visión celestial); puso su mirada en la recompensa, o sea, que llegó a contemplar la vida y la eternidad en su verdadera perspectiva, comprendiendo algo de lo que Dios había de realizar a favor de los suyos en la "consumación".
"El vituperio de Cristo" es el baldón que el orgullo y el desdén de los hombres carnales quieren echar sobre quienes viven según la esperanza divina encarnada en Cristo. Nosotros conocemos a Jesucristo, al Dios-Hombre, manifestado históricamente en medio de los hombres y crucificado para efectuar la obra de la redención. El "vituperio de Cristo" para nosotros, pues; es nuestra asociación con aquel que fue rechazado por los hombres. En el caso de Moisés era la promesa y la esperanza de la intervención de Dios en la persona del Mesías que parecían ridículas a los hombres del mundo, quienes también se reían y perseguían a quienes se aferraban a la revelación de Dios. Muy realmente, pues, Moisés pudo conocer el "vituperio de Cristo" (del Mesías) y considerarlo mejor que los tesoros de Egipto.

El valor de Moisés (He 11:27)

"Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey" nos dice el sagrado comentario aquí. Por la lectura de (Ex 2:11-15) sabemos que Moisés intervino de forma violenta para la protección de sus hermanos afligidos, pensando, como declara Esteban: "que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya" (Hch 7:25). Al parecer, meditaba algún plan atrevido y hábil por el que podría aprovechar sus grandes conocimientos e influencias a favor de Israel, desafiando el poderío de Egipto y librando al pueblo del cautiverio. Pero aún no había sonado la hora en el reloj de Dios, y al cabo los métodos habían de ser muy diferentes, pues Moisés tenía que aprender la nulidad de todo esfuerzo humano antes de que Dios pudiese utilizarle como su "enviado" para salvar a su pueblo: no ya como príncipe o estadista, sino como un humilde pastor cuya "vara" se había de convertir en instrumento de poder. De ese modo se había de manifestar que todo el poder era de Dios, quien había determinado sacar a los suyos "con mano fuerte".
En el Exodo se nos dice que Moisés "tuvo miedo" cuando Faraón se enteró de que había matado a un egipcio en defensa de un israelita, pero eso fue la reacción momentánea e instintiva de uno que se hallaba en una situación de peligro; la frase del comentador inspirado aquí resume toda la actitud de Moisés durante aquella época, en la que se colocó en franca oposición al Faraón de aquel entonces, sin medir las consecuencias, "porque se sostuvo corno viendo al Invisible". Faraón representaba todo el enorme poderío del imperio egipcio, pero la vista de Moisés ?iluminado por la revelación que había recibido? vio, no al rey, sino al Rey de reyes y Señor de señores, y así se "sostuvo" en medio de peligros y de adversidades con gloriosos resultados luego para él y para otros.

La obra de Moisés (He 11:28-29)

La obra de Moisés corresponde a la calidad de su visión y a la realidad de su fe. En el nombre de Dios desafió al Faraón del día en su mismo palacio, anunciando el juicio de las plagas que caerían en rápida sucesión sobre Egipto a causa de la actitud rebelde del monarca frente a Dios. Pero la luz de la revelación aquí se enfoca en la culminación de aquel glorioso proceso: la Pascua y el paso del Mar Rojo, o sea, la salvación del pueblo por la sangre del sacrificio y por una especie de "resurrección" simbólica, por ser estos hechos la prueba más sublime del poder y de los propósitos de Dios a favor de su pueblo y la manifestación más clara de la serena fe de Moisés.
¿Qué valor podía tener la sangre de un corderito inmolado para salvar a los primogénitos del destruidor? Así podría razonar la incredulidad, pero para Moisés bastaba la Palabra de Dios, de modo que "instituyó la Pascua y la aspersión de la sangre", por las que el pueblo se salvó, y, a la vez, se estableció una preciosa "anticipación" de la Cruz que el mismo Maestro reconoció hasta "la noche en que fue entregado".
Frente al Mar Rojo, la débil multitud de los israelitas se hallaba presa entre las aguas, delante, y los veloces perseguidores, detrás. ¿Qué se podía esperar sino el desastre más completo? Pero Dios les mandó marchar, y, por el poderoso principio de fe, que no puso límites al poder del Señor, "pasaron el Mar Rojo como por tierra seca". Los perseguidores intentaron hacer lo mismo movidos por el impulso del orgullo, y el desastre en su caso fue inevitable. Sólo la fe remueve montañas y abre los mares, trocando los medios de la muerte en el triunfo de la resurrección.

La entrada en la Tierra (He 11:30-31)

Las murallas de Jericó (He 11:30). El autor no se detiene para comentar las experiencias de Israel en el desierto, pues si bien había maravillosas manifestaciones del poder de Dios por medio de su siervo Moisés, la peregrinación se caracterizaba más bien por las murmuraciones, flaquezas y rebeliones del pueblo. Al hacer su comentario ilustrativo del camino de la fe, pasa en seguida al momento de la entrada de Israel en la tierra de promisión, escogiendo el milagro del derrumbamiento de las murallas de Jericó como típico de la intervención divina que dio por resultado la conquista de la Tierra. En el libro de Josué se destaca mucho la figura de este gran caudillo, pero aquí se nota la paciencia y la fe del pueblo todo al llevar a cabo la maniobra (aparentemente inútil) de rodear la ciudad por siete días porque Dios lo había mandado, viendo luego cómo las murallas se derrumbaron delante de ellos. Por el momento, por lo menos, todo un pueblo caminó confiado por el "camino de la fe" para la gloria de Dios y la gran bendición de ellos mismos.

Rahab y la Palabra de Dios (He 11:31)

Dentro de la ciudad de Jericó hubo una mujer criada en el paganismo y dedicada a una vida pecaminosa, que había oído lo que Dios hizo en el Mar Rojo y al este del Jordán, llegando, en consecuencia, a esta conclusión: "Porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los Cielos y abajo en la Tierra" (Jos 2:9-11). "La fe vino por el oír" y ella obró en conformidad con la visión que había recibido, pues no sólo recibió la Palabra, sino que acogió a los emisarios de Israel, arriesgando su vida al ponerse al lado del pueblo de su elección. ¡Extraña figura la que así emprende el camino de la fe! Pero Dios no hace acepción de personas, y aquí su nombre se halla entre los "héroes", mientras que Santiago hace mención honrada de ella como ejemplo de "la fe que obra" (Stg 2:25). Por (Mt 1:5) parece probable que Rahab llegó a ser esposa de Salmón, antecesor de David, y que así se halla en la línea de la ascendencia del Mesías.

La legión anónima (He 11:32-40)

Al autor no le queda tiempo para mencionar más héroes de la fe en detalle, pues abundaban en todas las etapas de la historia del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, y por eso termina la lista englobando a muchos anónimos siervos y siervas de Dios, haciendo ver que el principio de la fe operaba en muy diversas circunstancias y con resultados muy distintos en lo que se refiere a la vida de los peregrinos aquí abajo. Pero era la misma fe que subyugaba reinos en algún caso, como la que soportaba terribles torturas físicas, antes de deshonrar a Dios, en otros. En algún momento del programa divino la fe llegó a ser medio de restaurar la vida a los muertos, mientras que en otro momento operaba poderosamente en los mártires para que estuviesen dispuestos a entregar la vida en penosa muerte. Todo dependía de la voluntad de Dios en las distintas etapas del desarrollo del Plan de la Redención, y, a la vista de la "ciudad que tiene los fundamentos", lo mismo le glorificaban los suyos a través de la derrota aparente como por medio de la victoria temporal. La muerte física perdía sus horrores para los héroes que esperaban "mejor resurrección" (He 11:35).
En este resumen el estudiante reconocerá bastantes referencias a incidentes conocidos en el Antiguo Testamento, pero no es nuestro propósito localizar lo que el autor inspirado ha mencionado en términos generales, ni procurar dar nombres a los héroes anónimos, pues sin su designación especial representaban mejor a los "soldados rasos" de las innumerables huestes de nuestro Capitán, que han luchado y vencido por la fe sin que quedara mención de sus espirituales hazañas en los anales de la historia. Los detalles de (He 11:37-38) no serán tan conocidos, pues corresponden especialmente al período heroico de los Macabeos, cuando, estimulados por el ejemplo de esta familia, tantos judíos desafiaron al rey de Siria, Antíoco Epífanes, antes de abandonar la fe de sus padres.

Las etapas del "plan total" (He 11:39-40)

Todo testimonio espiritual tiene verdadero valor en la esfera y para la generación donde se produce, pero no es completo sino en relación con el plan total. Este plan se ha iluminado brillantemente ante nuestros ojos por la manifestación del Hijo de Dios, pero los héroes del Antiguo Testamento tenían que limitarse a saludar la promesa de lejos. Por eso la palabra típica del antiguo régimen fue esperanza, mientras que la voz que más suena en el Nuevo Testamento es la fe. Nosotros tenemos la dicha de descansar en una persona y una obra reveladas en el canon completo de las Escrituras, mientras que todo ello se vislumbraba parcialmente por la palabra profética anteriormente a la encarnación. Pero, aun así, "en esperanza fuimos salvos", ya que la plena realización del plan se esconde todavía en el porvenir, bien que sus cimientos inconmovibles se han echado en el Calvario.
Así el autor declara que Dios había provisto "alguna cosa mejor respecto a nosotros", y la "perfección" del testimonio de los santos del Antiguo Testamento (desde este punto de vista) depende de lo que Dios ha de hacer por medio de su Iglesia. A nuestro modo de ver, no hemos de entender por esta declaración que los santos del Antiguo Testamento se incluyen sin distinciones en la Iglesia de esta dispensación, sino que en el grandioso plan de conjunto ?según múltiples indicaciones en las Sagradas Escrituras? la "pieza central" será la Iglesia, esposa del Cordero, pero que, partiendo de este centro, Israel redimido y las demás naciones salvadas ocuparán sus distintas esferas, todos sirviendo a Dios en perfección, pero manifestándose siempre aquella "diversidad en unidad" que caracteriza las obras del Dios Infinito por "los siglos de los siglos".

El adalid y nosotros (He 12:1-2)

Los múltiples ejemplos aducidos en el capítulo 11 no deben hacernos olvidar el designio del autor al lanzarse a su elocuente recuento de los héroes de la fe: que era el de animar a los creyentes hebreos a enfrentar sus dificultades en virtud de la misma poderosa fuerza espiritual que había caracterizado a sus antepasados. Si otros habían corrido bien a través de caminos tan diversos, "nosotros también" hemos de correr con paciencia la carrera que nos es propuesta en nuestro día y generación, y con mayores bríos aún, ya que hemos recibido la Palabra más segura que fue proclamada por el mismo Señor y sus Apóstoles (He 2:3-4).

La figura del estadio

El simbolismo básico de estos versículos es el de los estadios donde se celebraban los Juegos Olímpicos de los tiempos clásicos. Por un impresionante vuelo de imaginación el autor parece ver a los "atletas" de los tiempos antiguos (capítulo 11) sentados ya en las gradas como espectadores, a manera de una gran "nube de testigos", contemplando los esfuerzos de una nueva generación que se apresta a llegar a la meta. Pero no son meros "espectadores", ya que pueden testificar de la gracia de Dios que les esforzó en la agónica lucha de los tiempos anteriores.
Los atletas ahora somos nosotros, siendo nuestra responsabilidad la de esforzarnos hasta lo máximo en la etapa que nos toca, con el fin de ser dignos de quienes nos precedieron. El atleta no puede embarazar sus movimientos con ropa voluminosa y pesada, ni tampoco se le ocurriría llevar cargas superfluas consigo en el día de la prueba. De igual modo, nos dice el autor, hemos de desechar no sólo el pecado, sino también cualquier otra carga que pudiera entorpecer nuestros movimientos en el gran momento de la "carrera". La metáfora tras la frase en el original, traducida por "el pecado que nos asedia", es la de una vestimenta amplia y suelta, que fácilmente podría enredarse en las piernas del atleta en el momento mismo cuando le hará falta hallarse sin estorbo alguno si había de llegar honrosamente a la meta.
El "camino" del capítulo 11 se convierte en "carrera" en estos versículos, pues se subraya la urgencia de nuestro esfuerzo en el testimonio durante los pocos años de oportunidad que nos corresponden aquí abajo. ¡Nos conviene tener delante el cuadro grotesco de un atleta que se dispusiera a dar principio a la carrera envuelto en un gabán y llevando una maleta! ¿Qué esperanza podría tener de terminar bien al lado de competidores ligeramente ataviados? Sin embargo, en la carrera cristiana este cuadro es conocidísimo: tanto que nos hemos olvidado de que es ridículo disponernos a la carrera que nos es propuesta por Dios mismo, y cuya meta es el cielo, siendo la recompensa la corona de gloria, con manos y pies trabados por un testimonio defectuoso, por los pecados que permitimos ?que lo son de verdad, por mucho que quisiéramos disfrazarlos como los "defectos normales en el hombre"? y por preocupaciones materiales y humanas que ocupan mucho más de nuestro pensamiento y energías que no el hacer la voluntad de Dios. "Despojándonos de todo el peso... corramos con paciencia", o sea, con aquella perseverancia que sabrá vencer los momentos difíciles en la energía de la fe.

El gran ejemplo (He 12:2)

Más importante aún que la "nube de testigos" es el ejemplo del mayor de ellos: el autor y consumador de la fe. Los demás nos precedieron y ahora descansan de sus trabajos, pero Cristo es el adalid que siempre va delante de los suyos. Consideramos con interés y provecho el ejemplo de los santos del Antiguo Testamento, pero hemos de fijar la vista constantemente en aquel que nos abrió el camino a través del hondo valle del dolor y la muerte para llegar a la meta, que, en su caso, era la diestra del trono de Dios. ¿Cómo podremos desmayar si tenemos los ojos puestos en él, comprendiendo algo de lo que le costó la obra de nuestra redención?
Literalmente la frase "el cual, por el gozo que le fue propuesto, sufrió pacientemente la cruz" quiere decir "en lugar del gozo que le fue propuesto", que, a la manera del pasaje análogo de (He 5:7-10), vuelve a situarnos en espíritu en el huerto de Getsemaní, donde, por un acto voluntario, el Señor tomó de las manos de su Padre la "copa de dolor" en vez de posesionarse en seguida de la gloria que era suya por derecho propio. Si bien Abraham abandonó su ciudad de Ur por seguir el camino del peregrino y Moisés despreció las riquezas de Egipto por asociarse con un pueblo de esclavos, el Adalid escogió voluntariamente la angustia infinita de la Cruz, despreciando la vergüenza, para llevar a un pueblo espiritual a los lugares celestiales.
Notemos también que se emplea aquí el nombre humano de Jesús, ya que se nos presenta como nuestro ejemplo en la agónica carrera. Pero el Hombre de Nazaret y del Gólgota es también el autor de la fe. Este título es "archégon", o sea el "guía principal". Capitán y ejemplo para cuantos le siguen por la misma senda, quien pudo declarar: "Antes que Abraham fuese, yo soy". Es "consumador de la fe", por cuanto perfecciona todo el proceso de bendición y de gracia en los suyos por el poder que fluye de su obra de la Cruz y a través de su labor de intercesión a la Diestra de Dios. Hemos visto ya que no dejará la tarea que Dios le encomendó hasta sujetar todo elemento rebelde debajo de sus pies. Según la frase de Pablo, es el "Sí y Amén" de las promesas de Dios, con lo cual concuerda el hermoso título del Apocalipsis: "El Alfa y Omega, Principio y Fin".
La sesión del autor y consumador de la fe a la Diestra del Trono es la garantía de que todo atleta cristiano que sigue con fe, humildad y constancia llegará a la meta gracias al "oportuno socorro" que se le administra desde tal posición del poder y de triunfo. Otros corrieron "con esperanza", sin que llegasen a su consumación durante la carrera aquí, pero la revelación de Dios se enfoca ahora en el triunfo del gran ejemplo, y, al fijar nuestros ojos en él, sabemos que nuestro triunfo también es seguro, pues "si sufrimos con él, también reinaremos con él". Cuando lleve a su fin toda la obra que emprendió e introduzca a sus santos en los "lugares preparados", habrán llegado todos los peregrinos de la fe a la "ciudad con los fundamentos" que buscaron y verán cómo la labor particular encomendada a cada uno habrá sido aprovechada para añadir lustre a las moradas eternas, encajándose perfectamente en el plan del Maestro Arquitecto.

Temas para recapacitar y meditar

1. Discurra sobre el concepto de la fe tal como se desprende de las definiciones y ejemplos de esta sección.
2. Considere con alguna amplitud la importancia, como ejemplo de la fe, de: a) Abraham; o b) Moisés.
3. Demuestre cómo los dos primeros versículos del capítulo 12 forman la consumación lógica de la sección de "los héroes de la fe".
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

Curazao
  Ingemar Tromp  (Curazao)  (16/08/2019)
Gracias por los estudios, son den bendición y motivación para seguir confiando en el Señor.
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