Recordemos que la nación de Israel había sido llevada en cautiverio a Babilonia por causa de su reiterada desobediencia a la ley de Dios, y hasta ese momento todavía no habían expresado su arrepentimiento por lo que habían hecho.
Daniel no justifica ninguno de todos los pecados de su pueblo, sino que los confiesa con toda claridad, pidiendo perdón por ellos. Él sabía que el arrepentimiento era necesario para gozar de las bendiciones de Dios.