Estudio bíblico: El viejo andar y el nuevo - Efesios 4:17-5:21

Serie:   Exposición a los Efesios   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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El viejo andar y el nuevo (Efesios 4:17-5:21)

Observaciones generales

Hasta aquí Pablo ha presentado la gran obra de Dios a favor de los escogidos en Cristo, señalando también los planes para el porvenir. Empezó ya en (Ef 4:1-3) a exhortar a los santos a andar como era digno de su vocación, aunque volvió a más enseñanzas doctrinales a partir del versículo 4, acerca de la unidad y la diversidad del Cuerpo. Desde (Ef 4:17) casi todo ha de ser exhortación, pues las maravillas de la vocación de los santos han de reflejarse en su andar aquí en el mundo es decir, en su comportamiento. Por esto, muy a la manera del apóstol Juan, Pablo presenta en esta sección una serie de contrastes entre las características del viejo hombre, que los creyentes han de desechar como trapos sucios que pertenecen al pasado, y las del nuevo hombre, Cristo, con las que han de revestirse. Antes eran "tinieblas", ahora son luz; antes su vida era "vana" o "vacía", ahora hay plenitud en ella; antes la ira y la malicia les caracterizaban en sus relaciones los unos con los otros, ahora han de ser el amor y la benignidad. Estaban sumidos en la "maldad", pero ahora tienen que reflejar la "bondad". Sus mentes, corazones y cuerpos estaban contaminados con toda clase de impureza e inmundicia; ahora es la santidad el signo que les marca delante de Dios y los hombres. Sus vidas estaban llenas de engaño, mentira e insensatez en otro tiempo; ahora han de andar en la verdad, la justicia, el amor y la sabiduría divinos. En una palabra, "las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas" (2 Co 5:17); por lo tanto, han de llevar a la práctica esa maravillosa posición en la que han sido colocados por Dios.

El andar de los gentiles (Ef 4:17-19)

En primer lugar, el apóstol les exhorta cómo no han de andar, refiriéndose al estado genérico del mundo de donde han sido sacados por la misericordia de Dios (Ef 2:1-3). Es un solemne encargo que les dirige, expresado en términos muy fuertes, que subraya la autoridad del Señor que acaba de describir bajo la analogía de la Cabeza del Cuerpo. Sólo puede llevarse a cabo aquella finalidad sublime de madurez en Cristo si su señorío es acatado plenamente; han de romper tajantemente con todo lo que les sujetaba antes, y sumergirse en todo este nuevo mundo espiritual —el Reino de Dios— en el que les ha introducido. Hemos de notar que el calificativo "otros" no está en los textos más antiguos; su omisión subraya el hecho de que los cristianos constituyen una nueva raza o humanidad, totalmente distinta tanto de los judíos como de los gentiles.
La descripción de la verdadera naturaleza de su vieja manera de vivir es escalofriante; a continuación pasarnos a examinar con más detalle sus distintas frases.
"La vanidad de la mente". La raíz de una conducta tan vacía de contenido moral y falta de propósito se halla en la segunda parte del versículo 18, pero a los efectos de la exposición queremos considerar su proyección externa en primer lugar, puesto que provee el contraste obligado que quiere enfatizar el apóstol al exhortar a sus lectores. La "vanidad" y "ofuscación" de la mente (o, entendimiento, V. H. A.) se asocian en las Escrituras con los efectos de la idolatría, como bien hace ver Pablo en su magistral diagnóstico del mundo pagano en (Ro 1:21-32) (Hch 14:15) (2 Co 4:3-4). El que rechaza la luz de Dios, se sumerge a sí mismo en las tinieblas más densas y no puede encontrar guía segura para su camino. Pablo ya describió el funesto resultado, en (Ef 2:1-3), en el que "el príncipe de la potestad del aire", "el dios de este siglo", viene a ocupar el lugar en el que sólo había de caber el verdadero Dios, esclavizando y arrastrando, a los hombres tras sí a un camino tenebroso de ruina espiritual.
La alienación de Dios y la dureza del corazón. Pablo apunta aquí la raíz de tanto desvarío y corrupción, en la alienación del hombre de su Dios. La causa está clara: una "ignorancia obstinada", que como indica el apóstol en (Ro 1:20) y (Ro 2:1), no tiene excusa porque se hace con pleno conocimiento de causa. Pero el que se separa de la vida de Dios, o, para decirlo de otra manera, del Dios de la vida, Fuente y Origen de toda vida verdadera, se entrega a sí mismo —y Dios le entrega— a las elucubraciones vanas de su propia imaginación y a las consecuencias lógicas de su corazón endurecido, que es la muerte espiritual.
La palabra "endurecimiento" es interesante; según F. F. Bruce, sólo se usa tres veces en el Nuevo Testamento, y está asociada con la idea de la ceguera espiritual y la pérdida de sensibilidad hacia Dios y el prójimo (Mr 3:5) y (Ro 11:25). Como antes hemos comentado (Ef 1:18), en la Biblia el corazón es el centro de la voluntad y de la inteligencia más que de las emociones y sentimientos, por lo que ceguera espiritual y dureza de corazón vienen a ser lo mismo.
La alienación de Dios, en la que se encuentra el hombre caído por voluntad propia, lleva a la alienación de sí mismo y de los demás hombres, como se ve en el versículo 19. La pérdida de sensibilidad humana, o "sentido de vergüenza" (V. H. A.), involucra la pérdida de respeto por la dignidad, el cuerpo y las posesiones de los demás, amén de temor ante las consecuencias del mal obrar; la conciencia es quemada o cauterizada (1 Ti 4:2) y ya no se discierne entre lo bueno y lo malo. Hay un progresivo embrutecimiento hasta tal punto que el hombre pierde todo control sobre sí mismo, y se lanza desenfrenadamente como un caballo desbocado en una carrera de lascivia e inmundicia, en la que se va cada vez más lejos en gustar de las concupiscencias más vergonzosas, idea que queda reflejada en la frase "practicar con avidez toda clase de impureza". Volveremos a encontrar la misma idea de la avidez con que el hombre caído se vuelca en el pecado, en (Ef 5:3-5).

El andar según el nuevo hombre (Ef 4:20-32)

Según la verdad apostólica recibida (Ef 4:20-21). Bien que en la Persona de nuestro Señor Jesucristo se exhibía perfectamente todo lo que Dios quiso ver en el hombre, dándonos en él el modelo perfecto a imitar, no es éste el aspecto que nos presenta el apóstol aquí. El nuevo hombre, "la verdad que está en Jesús", se forma en el creyente a raíz del nuevo nacimiento y por la acción poderosa del Espíritu de Dios, una vez que Cristo ha sido recibido por la fe. Este nuevo hombre sólo puede crecer y desarrollarse en la medida que el creyente obedezca a las directrices que le son entregadas en la doctrina apostólica, la Palabra de Dios. Más que imitar a Jesús —esfuerzo más que inútil para ningún hombre que quiere confiar en sus propias fuerzas— es dejar que el Espíritu le forme en nosotros, en la medida que nuestra voluntad se rinde y se amolde por la Palabra.
Con todo, no hemos de subestimar la fuerza de la frase "según es la verdad en Jesús". Cada vez que Pablo emplea el nombre humano del Señor sin aditivos, quiere enfatizar la vida humana de éste, su ministerio terrenal, sus padecimientos por la causa del Reino de Dios, en las situaciones de limitación y peligro que eran las consecuencias lógicas de su Venida como Mesías y Siervo sufriente de Jehová. Nos recuerda a Aquel que veló su gloria y sus prerrogativas divinas, rehusando echar mano de ellas para salvarse de ninguna situación comprometida o de tentación, valiéndose solamente de las armas divinas disponibles a todo siervo de Dios (la Palabra, la oración, la guía del Espíritu, el ministerio sustentador de los ángeles, etc.). El nombre Jesús refleja, pues, aquella humanidad perfecta, totalmente dependiente del Padre, en una vida de obediencia y fe que se evidenció en todo lo que hacía. Por eso el autor de Hebreos le llama el "Autor y Consumador" (o "Pionero y Perfeccionador") de nuestra fe (He 12:2) y es en este sentido que es "la verdad" y modelo para nosotros. Porque la verdad no es algo abstracto, académico, coto intelectual de unas pocas mentes privilegiadas, sino una Persona que se humanó y "habitó" entre nosotros (Jn 1:14), entrando en nuestra pequeña historia y aceptando todas las limitaciones y aflicciones humanas (aunque sin pecado), a fin de cumplir la misión que le había encomendado el Padre a favor de los hombres. A tal andar se nos llama a todos los creyentes, como recuerda el apóstol en (1 Jn 2:5), y es lo que Pablo desea ver en sus hijos espirituales en las iglesias en Asia.
Por medio del apóstol habían "oído", habían "aprendido" y habían sido "adoctrinados" en Cristo, acerca de cómo agradar a Dios, en contraste con aquel andar en la carne que les caracterizaba antes de su conversión, y que seguía siendo el que se veía en la sociedad gentil en su alrededor. En vista de su nueva posición, les correspondía una actitud resuelta de desprenderse de todo lo pecaminoso y afirmarse en todo lo que Dios les había provisto en Cristo, y es eso lo que el apóstol pasa a decirles a continuación.
Los andrajos a quitar y los vestidos a poner (Ef 4:22-24). El apóstol usa aquí la analogía de la ropa que llevan las personas para ilustrar la "toma" consciente de las virtudes que han de brillar en la vida de los creyentes. Primero es necesario despojarse de lo viejo y sucio: el "modo anterior de vivir", característico del viejo hombre, producto de la Caída; luego la mente ha de renovarse, ha de haber un cambio en el pensar, en contraste con la "vanidad de la mente" (Ef 4:17), y después se ha de vestir el nuevo ropaje de justicia, santidad y verdad, creada en el creyente por el Espíritu Santo sobre la base de la Obra de Cristo a su favor. El viejo hombre, la vieja naturaleza adámica, acusa un proceso degenerativo al ir obedeciendo los deseos del engaño, hábilmente empujado por el "príncipe de este mundo", por lo que es necesario "desnudarse" de él para ser renovado interiormente. Se sobreentiende que esta renovación, mencionada también por Pablo en (Col 3:5-14) y (Ro 12:1-2), se efectúa por el Espíritu Santo. Según este proceso renovador, se ha de vestir al creyente del "hombre nuevo", exhibiendo las virtudes de Cristo (justicia y santidad) que corresponden al propósito original de Dios para el hombre (Ro 13:14). F. F. Bruce opina que la construcción gramatical "justicia y santidad de la verdad" puede ser un genitivo semítico, sinónimo de "verdadera justicia y santidad". Si es así, subraya aun más el carácter único de aquellas dos cualidades que caracterizan a Cristo y han de verse en sus discípulos por la operación renovadora del Espíritu de Dios.
En los versículos siguientes (Ef 4:25-32) se va detallando más de las cosas que han de desecharse, y lo positivo que tiene que reemplazarlas. El detalle es resultado de los principios generales que informan todo el proceso de renovación, los cuales vimos en (Ef 4:20-24).
La verdad y la mentira (Ef 4:25). Notamos en (Ef 4:15) la importancia de prevalecer la verdad en la relación vital que existe entre los miembros del mismo Cuerpo, ya que el crecimiento equilibrado, que depende del funcionamiento normal de cada uno, encuentra un grave obstáculo en cualquier mixtura de error, por pequeña que sea. Hallamos aquí una extensión detallada de aquella enseñanza, pero aplicada de manera más directa y práctica a cada miembro, quien tiene la obligación de desechar o despojarse de la mentira en todas sus formas, que incluyen el engaño, la hipocresía y la falsedad. Como hemos visto, todo esto es producto del viejo hombre, de su "semejanza" nefasta al "padre de mentira", Satanás (Jn 8:44). Veremos abajo más de lo que ha de caracterizar la boca del "nuevo hombre" (Ef 4:29-31), pero este aspecto es primordial.
Pablo echa mano de una cita de (Zac 8:16) para subrayar esta exhortación, puesto que la aplicación a las relaciones que han de existir entre los distintos miembros del pueblo de Dios, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, es paralela. Una de las causas del juicio de Dios sobre Israel fue el haber faltado a las responsabilidades morales y sociales del pacto, reflejo a su vez de la falta de temor y de reverencia hacia el Dios que lo estableció con ellos, por lo que el profeta, en el período pos-exílico, advierte solemnemente contra una nueva caída en ese error tan grave.
Es preceptiva la verdad en todas las relaciones entre los creyentes, pues, no sólo porque es una ofensa contra el Dios de verdad, sino contra el hermano a quien pertenecemos, como él a nosotros. Un bello pasaje de William Barclay comenta e ilustra este punto: "Sólo podemos vivir en seguridad si por los sentidos y los nervios pasan al cerebro los mensajes verdaderos. Pero si los mensajes que transmiten son falsos, si, por ejemplo, comunican al cerebro que algo está frío y se puede tocar cuando de hecho está caliente y quema, la vida muy pronto llegaría a su fin. Un cuerpo sólo puede funcionar debida y saludablemente cuando cada parte transmite al cerebro y a las demás partes un mensaje verdadero. Luego si todos estamos ligados en un cuerpo, este cuerpo sólo puede funcionar cuando decimos —y transmitimos—la verdad. Todo engaño daña la obra del cuerpo de Cristo".
El enojo carnal y la ira justa (Ef 4:26-27). La ira justa está motivada únicamente por los intereses del Reino de Dios, diferenciándose del enojo que es consecuencia de haber sido ofendido el amor propio o el interés personal. El enojo da fácil entrada al diablo, que aprovecha la ocasión para encender la chispa del odio, del rencor o de la envidia, con todas sus malas consecuencias, por lo que la Escritura provee el remedio sabio de "dar lugar a la ira de Dios"; es decir, remitir la causa a él y no intentar tomar venganza nosotros mismos (Ro 12:19). En ambos casos, sea ira justa o enojo carnal, se señala la "luz roja" del peligro, y se exhorta a dejar morir estos sentimientos dentro del espacio corto de tiempo que es un día. Algunos griegos de la antigüedad —los discípulos de Pitágoras— si hubiesen reñido tenían la costumbre de estrechar las manos antes de ponerse el sol, era señal de reconciliación, y es posible que Pablo tuviese esto en mente, aunque lo más probable es que estaba pensando en el contexto de la cita del Salmo 4. Sería imposible "meditar en vuestro corazón... en vuestra cama y callad", en recogimiento y adoración ante el Señor, si todavía se albergase el rencor o el enojo contra otra persona.
Somos criaturas cuya experiencia, según la sabiduría del Creador, se halla repartida en ciclos pequeños de veinticuatro horas, cada uno con un nuevo principio y un obligado final que no es posible evitar sin gran perjuicio para la salud. Sea cual sea lo que nos ha provocado, hace falta que ese enojo sea disipado, por lo menos ante el Señor si no ha sido posible arreglar el asunto con la otra persona que lo ha causado. Además, aparte del daño físico y mental que nos puede proporcionar el guardar tales sentimientos, hemos de considerar el daño que se hace a nuestra comunión con el Señor y el servicio que desempeñamos en su Nombre, con todos sus derivados en la iglesia. El diablo (aquí es el acusador) aprovecha la permanencia de rencor y enojo en el corazón para sus propósitos, pero el creyente no ha de dejarle establecer "una cabeza de puente" (lugar para asentar el pie) en su vida. Por eso, hay que despojarse de la ira y de sus efectos nocivos lo más pronto posible.
El respeto por la propiedad ajena (Ef 4:28). Antes, el egoísmo de la naturaleza caída en cada persona les llevaba a quitar las posesiones a los demás para disfrutarlas ellos. Los esclavos de la antigüedad eran notorios por estas prácticas, que eran a la vez una especie de autodefensa por el trato tan duro que generalmente recibían. Pero ahora, el esfuerzo había de ser de signo netamente contrario: habían de trabajar honestamente (el hurtar muchas veces es señal de pereza) para compartir con otros lo ganado. Por supuesto, esta exhortación va más allá del simple hecho del hurto o robo en pequeña escala de objetos pertenecientes a otra persona; abarca el uso del tiempo que se debe a un patrón o una empresa que nos contrata; el abuso de privilegios o de la confianza de nuestros superiores, la falta de escrúpulos en llegar tarde al trabajo o salir temprano, etc. Como comenta F. F. Bruce: "... no constituye ninguna excusa para un creyente decir que todo el mundo lo hace; puede que sea verdad esto, pero los creyentes han de mantener un nivel más alto de moralidad que el que impera en la sociedad en que se encuentran". Y, por supuesto, va en ello nuestro testimonio de una vida transformada, y, por lo tanto, de la credibilidad del Evangelio que profesamos.
De nuevo, notamos que se subraya esa preocupación mutua que ha de practicarse entre hermanos. Lo que sobre a algunos es para suplir las necesidades de sus hermanos, como bien indica Pablo en (2 Co 8:13-15).
El lenguaje que edifica y el que corrompe (Ef 4:29-30). La palabra traducida "corrompida" de la RVR60 es preferible a la de la V. H. A. aquí, ya que se utiliza un adjetivo que se aplica a la fruta que se ha echado a perder, que si se la deja en contacto con otra buena, pronto corromperá a ésta también. Así sucede con el lenguaje, que puede ejercer una influencia mala sobre otros, especialmente niños o jóvenes. El habla del creyente ha de prodigar bendición a otros; ha de construir y ayudar (dar gracia) a los oyentes; ha de caracterizarse por ser la palabra adecuada para la ocasión (Pr 15:23). Es por eso que en el pasaje paralelo de (Col 4:6) el apóstol insiste en que el lenguaje ha de ser siempre con gracia, "sazonada con sal"; o sea, aquel tipo de conversación que impida, nunca fomente, la corrupción.
En estrecha relación con tal conducta se halla el contristar o agradar al Espíritu Santo —bien que esta advertencia es aplicable a todas las relaciones contempladas en el pasaje—. Según nuestro trato a otros miembros de la familia cristiana traeremos gozo o tristeza al corazón de Dios. Y ya que el Espíritu mora en nosotros y somos sellados por él, toda ofensa a otro creyente es una ofensa directa contra su Persona. También, tal comportamiento es inconsecuente, puesto que va en contra del proceso que el mismo Espíritu está llevando a cabo para transformarnos en la imagen y semejanza de Cristo, proceso que se completará en el "día de la redención" cuando Cristo venga. La idea de entristecer al Espíritu de Dios por una palabra ofensiva es especialmente significativa, ya que es por la boca del creyente que tantas veces Dios se manifiesta a otros. Es un instrumento que él se ha dignado poner a su servicio para la proclamación de su verdad y de su amor, por lo que el mal uso de este órgano implica el rechazamiento del control del Espíritu para dejarse llevar por otro "espíritu" muy distinto.
El amor propio y el amor divino (Ef 4:31-32). Aquí Pablo engloba toda manifestación carnal, tanto de palabra como de pensamiento, para contrastarla con el despliegue del amor que se ha de ver en un espíritu de perdón y compasión, según el mismo ejemplo de Dios hacia nosotros. La amargura o resentimiento, resultado de haber tomado a mal una ofensa sin recordar el perdón que a nosotros Dios nos ha otorgado generosamente en Cristo; el furor súbito, producto de la irritación y la impaciencia; la ira ciega que sólo ve lo suyo propio; la gritería, manifestación fea de un espíritu airado que "ha perdido los estribos", es decir, el control de sí mismo; palabras que hacen daño a otros (el griego traduce literalmente "blasfemia") porque les calumnian; la malicia, que medita maneras de dañar deliberadamente a otra persona: todas estas cosas han de "quitarse", arrojarse para siempre lejos del corazón redimido, por ser incompatibles con la nueva creación.
En cambio, ha de ser el amor divino (ágape) que impere, expresándose por el perdón y la comprensión hacia los que nos han ofendido y teniendo en cuenta la debilidad de todo corazón humano y lo fácil que es caer. La norma de tal conducta no puede ser más alta y exigente: "como Dios os (o nos) perdonó a vosotros (nosotros) en Cristo". Contra tal declaración no hay nada más que decir. Frente a tales demandas de la santidad divina, ¿cabe excusa alguna para seguir arropándonos con los andrajos del viejo hombre? Pero el apóstol no ha terminado todavía. Consciente como ninguno de lo fácil que es al corazón humano engañarse a sí mismo, insiste en colocar ante sus lectores la demostración máxima de amor y de perdón jamás visto, que es lo que consideraremos a continuación. No hay ninguna división en su argumento, como podría sugerir el nuevo capítulo en nuestras Biblias.

El andar en amor (Ef 5:1-7)

El ejemplo supremo del amor (Ef 5:1-2). Como acabamos de comentar, hay un enlace estrecho entre el magno ejemplo de perdón que Dios ha manifestado en Cristo y el andar en amor que se espera del creyente. El ánimo amoroso que ha de demostrarse continuamente en un espíritu pronto a perdonar ha de llegar a caracterizar todo el caminar de los hijos de Dios, que han de "venir a ser" (traducción literal del original) "imitadores de Dios", manifestando así, cual hijos, una clara semejanza con Él. "Dios es amor", diría el apóstol Juan, "y el que no ama, no ha conocido a Dios" (1 Jn 4:8). Y la mayor demostración del amor divino ha sido el sacrificio de Cristo, que "se dio a sí mismo por nosotros", primeramente en obediencia a su Padre, a favor de la humanidad perdida. La diferencia entre los dos términos ofrenda y sacrificio es mínima, enfatizando el primero aquellos sacrificios que fueron ofrecidos sin sangre (vino, harina), pero cuyos significados completaban la sublime gama de lo que representaba el supremo sacrificio del Hijo de Dios, mientras que el segundo indica aquel sacrificio cruento que expía el pecado y satisface plenamente las exigencias de la justicia divina. En su aspecto divino, hacia Dios, es un olor suave y grato, lo que sacia su corazón (Gn 8:20) (Lv 1:9,13,17) (Ex 29:18,25,41). Porque el amor es entrega, es darse enteramente; y en la Cruz se manifestó tanto el amor del Hijo para con el Padre, como el amor del Padre y del Hijo hacia la humanidad perdida.
He aquí, pues, la norma o pauta para el amor que ha de caracterizar a los creyentes: "como Cristo nos amó". De aquí que Pablo puede hablar del "olor grato" a Dios que son los donativos a favor de sus siervos (Fil 4:18), y de su propio testimonio, la expresión de toda su vida ofrecida al Señor como una "libación" (Fil 2:17), y "un olor grato de Cristo... para Dios" (2 Co 2:14-16).
La perversión del amor verdadero (Ef 5:3-6). Las severas prohibiciones que siguen se disparan contra perversiones de ese amor que el apóstol acaba de describir. La conexión es obvia: el amor verdadero es entrega, es sacrificio, darse al otro; la perversión del amor es arrebatar al otro lo suyo en beneficio nuestro, es atropellar y violar en aras de un apetito egoísta que sólo piensa en satisfacerse a sí mismo y que usa al otro como un objeto nada más.
"Fornicación" denota cualquier tipo de perversión sexual que atenta contra el ideal divino del matrimonio, el único marco legítimo para la satisfacción plena de la sexualidad humana. Pero Pablo precisa todavía más: han de desechar toda impureza, porque estos pecados arrancan de deseos ilícitos que manchan la mente y el espíritu aun antes de traducirse en actos dañinos para otras personas. Tienen su raíz en la codicia, el deseo de poseer lo que pertenece a otro (Ef 4:19). Tales cosas ni siquiera han de nombrarse entre los creyentes, porque no corresponden a su estado de santidad, de apartamiento para el uso y servicio exclusivo de Dios, pero tampoco se ha de permitir que la más leve referencia a ellas asome en la conversación. Lo inmundo, los chistes "verdes" o de mal gusto y, en general, la conversación frívola y vacía —aquella que caracteriza a un borracho o uno que ha perdido el control de lo que dice—, igualmente han de desecharse como impropios de creyentes. En cambio, se debe ocupar la mente, el corazón y la lengua con gratitud a Dios, tema en el que el apóstol nunca se cansa de insistir, y que, además, puede traer salud y crecimiento espirituales al que lo exprese y a cuantos escuchen.
La amonestación solemne de los versículos 5 y 6 resume lo que Pablo acaba de decir: apela a la propia experiencia de ellos cuando dice "Tened esto bien entendido..." (traducción literal: "Vosotros reconocéis por propia experiencia") que ningún practicante de estos pecados puede heredar el reino de Cristo y de Dios". Los sustantivos hacen eco de las palabras comentadas antes; todo es en su esencia la idolatría, el desplazamiento de Dios y de su voluntad sobre la vida humana y su reemplazamiento por la voluntad feroz y egoísta del hombre caído. Esto es la negación del amor, y el que se comporta así, o así enseña (sin duda pensaba Pablo en los maestros del gnosticismo incipiente y los antinomianos que iban infiltrándose en las iglesias) es hijo de desobediencia y de las tinieblas, acreedor asimismo del juicio y de la ira divinos.
El término "el reino de Cristo y de Dios" no implica el que haya dos reinos, sino sólo uno; sin duda la forma de expresarlo subraya la identificación absoluta entre Cristo y Dios el Padre, un toque necesario para unas iglesias amenazadas por la infiltración de enseñanzas erróneas que además de distinguir entre el Jesús humano y la deidad plena representada por el Padre, propugnaban una dicotomía muy peligrosa entre la carne (= cuerpo) y el espíritu. Como se trata del mismo reino, manifestado en la tierra por medio del Rey-Mesías, aunque todavía no en su sentido pleno, se habían de mantener con todo rigor las normas elevadas de su moralidad santa; no se podía hacer ninguna concesión a la carne por considerarla poco importante o transitoria, destinada a desaparecer, como enseñaban los herejes mencionados.
Pablo remata esta sección de su argumento haciendo uso de una palabra que antes había empleado para designar a los creyentes gentiles que ahora participaban con los creyentes judíos de las promesas de Dios en Cristo Jesús por medio del Evangelio (Ef 3:6). Como señala igualmente en (2 Co 6:14-18), es algo completamente incompatible que uno sea copartícipe en Cristo y a la vez con "los hijos de desobediencia" (Ef 5:11).

El andar en luz (Ef 5:8-14)

La manifestación de la naturaleza divina (Ef 5:8-9). En la naturaleza orgánica no puede existir vida sin luz, y así sucede en el Reino de Dios. Es el reflejo de su naturaleza, todo lo contrario a las tendencias torcidas del corazón pecaminoso, y por eso tiene su "fruto" en toda bondad y justicia (Ef 5:9). En otro tiempo, "eran tinieblas"; participaban de la misma naturaleza de la oscuridad, ajenos a la vida y a la presencia de Dios; pero se había operado un cambio y ahora "son luz en el Señor" (Col 1:12-13) (Mt 5:16) (Fil 2:15). Por eso, han de andar como hijos de luz, dejando brillar en sus vidas el reflejo de esa nueva naturaleza divina, que es el fruto o manifestación de la nueva vida de Dios que han recibido por el Espíritu Santo. Como "Dios es luz", así han de ser sus hijos. Donde antes imperaba la maldad, ahora hay bondad; donde antes hubo injusticia, ahora ha de prevalecer aquella vida recta que agrada a Dios; mientras que en el lugar de la falsedad, como hemos visto arriba, ha de brillar la verdad.
El Textus Receptus, base de la RVR60, traduce "fruto del Espíritu" (y en realidad viene a ser eso lo que se significa, si comparamos este pasaje con (Ga 5:22-23), pero algún otro antiguo manuscrito dicen "fruto de la luz". Esto cuadra bien con el contexto, en el que el tema general de luz, contrastado con "las tinieblas", proporciona la clave del análisis. Dice F. F. Bruce que "el fruto de la luz es simplemente la manera de vivir (o conducta) producida en los creyentes por la luz verdadera (Jn 1:9) (1 Jn 1:5) que mora en ellos".
Un proceso que se aprende por experiencia (Ef 5:10). Este andar no es algo en el que el caminante "se las sabe todas" desde el principio, como parece creen algunos; es un aprendizaje en el que se ha de asimilar "por experiencia" (V. H. A.) lo que agrada al Señor, el Dueño y Maestro de la vida de sus siervos. Esto no quiere decir, por supuesto, que hemos de experimentar con el mal para ver cómo es; el contexto ya indica claramente que no ha de haber participación alguna, ni con los hijos de las tinieblas (Ef 5:6-7), ni con sus obras (Ef 5:11). No puede haber componendas ni tretas con las tinieblas, ya que sus obras son infructuosas para Dios; es decir, no reportan ningún beneficio a su causa y sus propósitos santos. El fin nunca justifica los medios, por lo que los hijos de la luz necesitan discernir claramente la voluntad del Señor, a través de su Palabra, en aquellas áreas de penumbra donde no siempre se ve muy claro lo que Dios quiere (Ef 5:15-17).
Una vida que pone en evidencia al pecado (Ef 5:11-13). Creemos que esta exhortación no nos da licencia a sólo denunciar verbalmente (reprender) las prácticas pecaminosas de los demás; es algo mucho más profundo. El creyente tiene que vivir con tal grado de santidad delante de los demás, que por contraste obligado se ponga en evidencia lo que ellos hacen. Con esta interpretación concuerda la siguiente afirmación de que aun una mención nada más de las cosas que se realizan en secreto es vergonzosa, bien que es evidente que se ha de exceptuar lo que Pablo y todo siervo de Dios ha de denunciar mediante la realización de su ministerio profético y docente, como es el caso aquí y en (Ro 1:24-32).
Este andar en la luz no sólo pondrá en evidencia las vidas de otros, sino que los atraerá a la luz, Cristo, si ellos responden en vez de huir. El creyente ha de ser luz en este sentido también para testificar a otros, por lo que el apóstol añade un trozo de poesía cristiana que quizá sea un fragmento de un himno antiguo o catecismo, al juzgar por su estructura métrica, que se utilizaba en cantos de iniciación religiosa, según F. F. Bruce, que opina que podría ser una fórmula bautismal.
No es una cita exacta tomada del Antiguo Testamento; se compone de conceptos sacados de varias citas (Is 26:19) (Is 51:17) (Is 52:1-2) (Is 60:1) (Mal 4:2). Tres metáforas se emplean: el despertar del sueño, el levantarse de entre los muertos y el salir de un lugar tenebroso a donde la luz le alcance, y cada una de ellas describe el proceso que tiene lugar cuando un alma vuelve a Dios. Así ha de ser la fuerza de nuestro andar en la luz, que otros se alleguen a Cristo, y sean salvos (Mt 5:16) (Fil 2:15-16) (Jn 3:17-21).

El andar en sabiduría (Ef 5:15-21)

Vigilancia en los pasos que se dan (Ef 5:15). Para que el andar en la luz sea el testimonio ante Dios y los hombres que hemos visto en la sección anterior, se precisa sabiduría divina que, según (Stg 1:5), el Señor da libremente al que se la pida. Ya hemos visto cómo en el plan de Dios se nos ha dado sabiduría, y que en respuesta a la oración se nos seguirá dando (Ef 1:8,17), por lo que el creyente puede estar asegurado constantemente de todo cuanto necesite para sortear las dificultades y los obstáculos que se le irán presentando en su camino, y así obedecer la exhortación apostólica. Es mejor traducir ésta por "Tened cuidado de andar discretamente"; es decir, "poned todo empeño en vigilar de qué manera andéis", a la manera de un gato que va andando a lo largo de un muro que ha sido dotado con unas gruesas púas o trozos de cristal incrustados en el cemento —contra las posibles incursiones de ladrones—, y va sorteando el camino con suma delicadeza, evitando cualquier daño a sus patas. Tal andar es todo lo contrario del que caracteriza al necio, quien, siendo olvidadizo de Dios —uno de los principales sentidos del sustantivo en el Antiguo Testamento—, no ejerce ningún cuidado de cómo o dónde anda, y fácilmente cae. El "sabio", pues, según este contexto, es el que toma en cuenta a Dios y su voluntad en todo, cuidando de la manera que anda por la vida.
Vigilancia en el uso del tiempo (Ef 5:16). El andar cuidadoso que hemos comentado arriba involucra a la vez la forma en que el creyente hace uso del tiempo —los días, horas y minutos— que Dios le ha dado. La frase "los días son malos" quiere decir que las circunstancias que rodean al creyente le son desfavorables, limitadas, tal y como el apóstol nos las describe en Romanos 8, donde la "ley de vanidad" (o frustración), que impera en la creación a causa del pecado, trae aflicción, prueba, dificultad, dolor y muerte a todo ser humano, sea o no creyente. Pero por su Obra redentora Dios no solamente nos compra a nosotros para hacernos suyos, sino que nos liberta y nos devuelve, entre otras cosas, el tiempo, es decir, la oportunidad, dentro de nuestras circunstancias particulares, de servirle a Él. Por supuesto, tal utilización de nuestro tiempo requiere vigilancia, porque el diablo a su vez tratará de manejar las circunstancias para que se frustren los propósitos divinos; de ahí la necesidad de la diligencia para aprovechar bien (o redimir) el tiempo. Pero hemos de notar que no se trata del tiempo en general, en abstracto; la palabra griega ("kairos") indica un tiempo de especial significación, de crisis u oportunidad, que puede pasar pronto, por lo que hay que "aprovecharlo" mientras dure.
Vigilancia continua en entender (discernir) la voluntad divina (Ef 5:17). Para usar bien el tiempo, hace falta "entender la voluntad del Señor", guía que se recibe mediante el escrutinio constante de su Palabra. Así se guardará el creyente de "volverse insensato"; de deslizarse a un olvido de la diligencia en su andar (Ro 12:2) y (Col 4:5). La máxima sabiduría es dar valor real y espiritual a todos los momentos que pasan, relacionando todo con el gran Plan de Dios que estamos estudiando.
Es interesante notar las veces que Pablo emplea el título "Señor" a secas en este contexto, rasgo que no carece de importancia, puesto que el andar según el nuevo hombre, en verdad, amor, luz y sabiduría en este "presente siglo malo" (Ga 1:4) no es fácil, y el creyente necesita recibir continuamente las directrices del señorío de Aquel que está exaltado a la Diestra, por su Espíritu y su Palabra, por cuyos medios es transformado progresivamente en la imagen del Señor para poder glorificar a Dios y cumplir su parte en el magno Plan de los siglos (2 Co 3:14-4:6).
Vigilancia en el dominio propio (Ef 5:18). Otro aspecto del andar en sabiduría es el estar bajo el control del Espíritu Santo, por lo que Pablo exhorta contra el peligro de la borrachera, la cual ilustra un control ajeno al que debe prevalecer en la vida del hijo de Dios. La primera cláusula es una cita de la Septuaginta de (Pr 23:30), advirtiendo contra el exceso en la bebida, y hay frecuentes exhortaciones contra este vicio en el Nuevo Testamento, ya que es una de las "obras de la carne" (Ga 5:19-21) que excluyen a las personas de heredar el reino de Dios (1 Co 6:10), amén de descalificar a un creyente para ser un líder en la Iglesia (1 Ti 3:3) (Tit 1:7). Lo importante en el contexto que estamos considerando, sin embargo, es que incapacita para poder andar en sabiduría, bajo el control del Espíritu Santo, porque trae como consecuencia el descontrol, la disolución, o sea, el malgastar el tiempo, el dinero y las preciosas energías que Dios ha entregado a los suyos como mayordomos, desperdiciando, además, el uso que el Señor quiere hacer de la boca del creyente para proclamar su amor y su salvación a otros. No sólo eso, sino que es un acto de sacrilegio, que profana el templo donde mora el Espíritu Santo (1 Co 6:19-20).
Es significativo que en las Escrituras se comparan a veces los efectos de la borrachera con los de estar lleno del Espíritu (Hch 2:13-17). El estar lleno de vino embrutece y degrada al hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, haciéndole perder el control de sus facultades y ser capaz de cualquier desatino; el estar lleno del Espíritu Santo, por el contrario, eleva y agudiza esas facultades, capacitando en grado sumo al hombre redimido para el uso de su Señor. Notemos que no se refiere aquí a un acto que pasó, una vez en la experiencia del creyente, cuando se convirtió a Cristo o en algún momento subsecuente, sino a un proceso que se ha de renovar constantemente: "id llenándoos con el Espíritu Santo". Esta es la "borrachera santa" que el creyente debe cultivar en todo momento. La que resulta de la bebida es el colmo de la insensatez, porque se pierde todo control de la razón; disfrutar de la plenitud del Espíritu, en cambio, es la sabiduría más elevada que puede experimentarse, y ambas condiciones se manifiestan en sendos resultados. El borracho de alcohol desvaría y emite improperios y necedades; el creyente inspirado por el Espíritu expresará su alabanza y adoración a Dios, y le dará gracias, a menudo en las propias palabras de las Escrituras, como veremos en los versículos que siguen.
La edificación mutua mediante la alabanza (Ef 5:19-20). Es de notar que se dirige la alabanza no sólo a Dios, sino "unos a otros", ya que es medio de edificación y ayuda mutua entre el pueblo de Dios. La expresión de gratitud y loor a Dios no es solamente el resultado de la plenitud del Espíritu, es también un medio para lograrla. "Llenaos...", dice Pablo, "... hablándoos..., cantando..., alabando...", etc. Compárese con (Col 3:16), donde se subraya más este aspecto de edificación mutua mediante el uso de la Palabra hablada o cantada.
Los cánticos espirituales siempre han jugado un papel muy importante en la alabanza colectiva de la Iglesia a través de los siglos, y cada nuevo movimiento del Espíritu de Dios ha traído consigo un nuevo brote espontáneo del canto. Es de suma importancia, pues, que en cada época haya suficiente flexibilidad en la alabanza colectiva para dar lugar a nuevas formas y expresiones de adoración y de testimonio, que han de reflejar la experiencia de cada nueva generación de creyentes. Para seguir con la metáfora apostólica, pero expresada en palabras del mismo Señor, "el vino nuevo" del Espíritu ha de encontrar "odres nuevos" en cada época, ¡aun cuando algunos prefieran "el añejo"!
No podemos identificar con toda seguridad las tres categorías musicales mencionadas aquí, pero es probable que los salmos se refieren a los del salterio judío, y los himnos, a los cantos cristianos, algunos de los cuales se han podido identificar en las páginas del Nuevo Testamento, como el versículo 14, las "palabras fieles" de las epístolas pastorales, (Fil 2:6-11), etc. Hay menos seguridad en cuanto a los "cánticos espirituales"; puede que fueran adscripciones espontáneas de amor y alabanza hacia el Dios trino elevadas por los que tenían tanto don como inclinación para alabar de esta manera. Según F. F. Bruce, hay evidencias de tales cánticos, tanto en los escritos de los "padres de la Iglesia" como en los de personas seculares (1 Co 14:15) (Stg 5:13).
Las acciones de gracias forman parte también del proceso de "ir llenándose del Espíritu Santo" que el apóstol desea ser la experiencia de los creyentes en todo momento. Como ya vimos en (Ef 1:16), tales expresiones de agradecimiento a Dios —nótese que se relaciona la deidad aquí con la paternidad divina, que nos recuerda que todo procede de Él— reciben un trato preferencial en las enseñanzas de Pablo, siendo él mismo un buen ejemplo de ello como podemos ver en las distintas oraciones que hallamos en sus escritos. Puesto que "todas las cosas", buenas o malas, se entretejen en la trama del diario vivir, bajo la sabia dirección del Padre, el creyente ha de darle gracias por todas ellas, sabiendo que "todas... ayudan a bien a los que a Dios aman" (Ro 8:28). Y al hacerlo constantemente, se coloca en aquella actitud humilde de espera, que permite que Dios le bendiga por el poder y la presencia consoladoras del Espíritu Santo, librándose a su favor las poderosas operaciones de éste, que producirán el fruto del Espíritu y el ejercicio eficaz de sus dones para glorificar a Dios. Pero —añade Pablo— esto sólo puede ser así en el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, puesto que es sólo en lugares celestiales EN EL que toda bendición nos es dada (Ef 1:3).
La sumisión mutua (Ef 5:21). A pesar de que este versículo se ha colocado al principio de un nuevo párrafo, debiéramos respetar la forma gramatical del original en la que la palabra traducida "Someteos..." es en realidad otro gerundio de la serie que condiciona la exhortación del versículo 18, acerca de la plenitud del Espíritu: "hablando..., cantando..., alabando..., dando gracias..., sometiéndoos...". Además, este último gerundio suple el verbo principal para la exhortación a las casadas que sigue, ya que falta el verbo en el versículo 22. A los efectos del estudio, pues, ponemos fin a esta sección al final del versículo 21, aun cuando reconocemos que el enlace con la sección próxima es muy estrecho.
Pero, podemos preguntarnos ¿en qué consiste la importancia de la sumisión mutua en este lugar preciso de la exhortación apostólica? Para contestar, hemos de volver por un momento al principio de la sección, a (Ef 4:17), que a su vez recoge la enseñanza de la sección anterior. Pablo había estado hablando de la interrelación entre los distintos miembros del Cuerpo de Cristo, y cómo ésta había de gobernarse principalmente por la verdad y el amor mediante el ejercicio por cada uno de sus dones para el crecimiento del conjunto. Todo lo que sigue amplía este concepto, viéndose la gran responsabilidad de cada uno no sólo de recibir, sino de darse a los demás, buscar el bien del otro antes que el suyo propio, etc. Los distintos calificativos del andar que hemos comentado han subrayado esto una y otra vez y (Ef 5:21) remata todo el argumento.
El someterme a mi hermano es una actitud y una acción que parte de mi amor hacia él, y de mi reconocimiento de su dignidad, su valor y de los dones que el Señor le ha dado, es decir, del papel peculiar y, por lo tanto, esencial que él (o ella) ha de desempeñar en la iglesia para que ésta funcione como Dios quiere. Por eso, es todo lo contrario de ese espíritu egoísta que desea dominar a los demás; más bien, es sujetarnos a ellos, aceptándoles como son, recibiendo de ellos lo que nos pueden dar de parte del Señor. Y notamos, de nuevo, que esta actitud humilde es una solemne responsabilidad que cada creyente tiene contraída con el Señor y que ha de llevarse a cabo con toda "reverencia" (mejor que "temor"). Es cuando esta actitud es mutua, cuando cada uno —como Cristo en (Fil 2:5-8)— busca el bien del otro y no el suyo propio, que este andar juntos puede producir aquellas "buenas obras que Dios creó de antemano para que anduviésemos en ellas" que vimos en (Ef 2:10).
Cerramos esta sección con una cita del comentario de W. Hendriksen sobre este versículo: "Una y otra vez nuestro Señor, mientras estaba en la tierra, subrayó este mismo concepto, es decir, que cada discípulo debiera estar dispuesto a ser el último (Mt 18:1-4) (Mt 20:28) y lavar los pies a los demás (Jn 13:1-17). Sustancialmente, el mismo pensamiento se expresa también en (Ro 12:10), "en honor prefiriéndoos unos a otros" y en (Fil 2:3) (1 P 5:5). Las virtudes que aquí se implican son el afecto fraternal los unos por los otros, la humildad, y una disposición abierta a colaborar con otros miembros del Cuerpo... (y) recuerdan lo que el apóstol había escrito antes en esta misma carta: ... "con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz" (Ef 4:2-3). Pablo sabía por experiencia lo que podría pasar en una iglesia cuando no fuese obedecida esta regla (1 Co 1:11-12) (1 Co 3:1-9) (1 Co 11:17-22) (1 Co 14:26-33). Por eso, subraya el que, "en el temor (o reverencia) de Cristo", es decir, con un deseo consciente de cumplir su voluntad revelada, cada miembro del Cuerpo debiera estar dispuesto a reconocer los derechos, las necesidades y los deseos de los demás. Así, los creyentes pueden presentar un frente unido al mundo, se promoverá la bendición de una comunión cristiana verdadera, y Dios en Cristo será glorificado".

Temas para meditar y recapacitar

1. Discurra sobre la relación que existe entre la parte doctrinal de la epístola y las exhortaciones prácticas que empiezan en (Ef 4:17).
2. Haga un análisis completo de la porción (Ef 4:17-5:21), relacionando cada sección con los distintos aspectos del "andar del creyente".
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

Chile
  Ricardo Castillo Ayala  (Chile)  (17/01/2024)
Primeramente gracias por este maravilloso estudio, me ha edificado mucho, a la vez me servirá para exportar este pasaje a mi congregación, doy gracias a Dios por ustedes por su generosidad de compartir la palabra de Dios
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