Estudio bíblico: El Nombre del Señor Jesús - Hechos 3:1-4:31

Serie:   Hechos de los Apóstoles (II)   

Autor: Ernestro Trenchard
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Reino Unido
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El Nombre del Señor Jesús (Hechos 3:1-4:31)

Consideraciones generales

Los capítulos tres y cuatro están llenos de incidentes y mensajes, a cuál más interesante e instructivo, siendo la nota dominante que lo une todo en una divina sinfonía de poder y de adoración —en medio de la discordia de la oposición de los hombres— el NOMBRE DE JESUCRISTO. Los judíos (en su parte oficial) habían rehusado sacar las consecuencias lógicas de las manifestaciones del poder divino en el ministerio de Jesús de Nazaret, y, al crucificarle, creían que habían quitado de en medio su gran Testimonio, que tanto estorbaba sus mezquinas y humanas ambiciones. No sabían que el Señor había dejado su NOMBRE como precioso legado a los suyos (Jn 14:12-14) (Jn 16:23-28), y que en tal Nombre éstos habían de hacer "mayores obras", puesto que, habiendo ganado la victoria en la Cruz, el Señor y Cristo operaba ya desde la Diestra en las Alturas a través de sus siervos en la tierra. Hemos de ver cómo el NOMBRE resuena en el mismo centro del judaísmo tanto para la bendición de los cuerpos y de las almas de los sumisos como para la perturbación y confusión de quienes dieron muerte al Salvador.

La curación del cojo (Hch 3:1-11)

1. Compañeros en la obra (Hch 3:1)
Pedro y Juan habían sido amigos y compañeros desde el principio de su ministerio, formando, con Jacobo, aquel círculo íntimo de los tres que participaba en experiencias tan sagradas como la de la Transfiguración y la Agonía en el Huerto. Más tarde les veremos trabajar juntos otra vez al confirmar la Obra de Dios entre los samaritanos (Hch 8:14) y podemos pensar que sus temperamentos y dotes (aparentemente tan distintos) se complementaban para formar un "equipo" raras veces igualado en el servicio del Reino.
2. La hora de la oración (Hch 3:1)
El hecho de subir juntos al Templo a la hora de la oración confirma lo que ya hicimos constar en el comentario sobre (Hch 2:46) acerca de las costumbres de los primeros cristianos: que éstos no dejaban de participar por entonces en el culto del Templo. Los judíos tenían señalados tres períodos para la oración colectiva todos los días: por la mañana, cuando se ofrecía el sacrificio matutino; a las tres de la tarde, cuando se hacía otra oblación diaria, y a la puesta del sol. Parece ser que la oración de la hora novena (a las tres de la tarde) se revestía de una importancia especial (Sal 55:17) (Lc 1:10).
3. El estado del cojo (Hch 3:2)
Nos preguntamos por qué este cojo no se aprovechó del solícito ministerio sanador del mismo Señor en el Templo, que se mantuvo hasta el fin (Mt 21:14); pero seguramente la providencia de Dios ordenaba que éste quedara con su necesidad hasta que fuese restaurado por el Salvador desde la Diestra, a fin de que resplandeciera la gloria de su Nombre en la boca de sus siervos.
A la manera de tantas narraciones en los Evangelios, Lucas subraya el estado desesperado del hombre que había de ser curado por el Nombre, notando que su incapacidad databa de su nacimiento, de modo que nunca había sabido lo que era andar. Sus pies y tobillos estaban torcidos e inútiles, y sin el auxilio de sus familiares y amigos no habría podido colocarse al lado de la puerta principal del Templo para pedir la caridad pública.
Algunos eruditos (notablemente W. K. Hobart en "El lenguaje médico de San Lucas") creen discernir en las expresiones de (Hch 3:2,7) evidencias de la profesión del autor, pero lo único que se puede decir con certeza es que el vocabulario es compatible con el interés especial de un médico, sin que sea necesariamente lenguaje técnico. Más importante es la lección fundamental que tantas veces se pone de relieve en los Evangelios en casos análogos: no había esperanza para el enfermo aparte del Nombre de Jesús el Salvador.
4. La puerta llamada la "Hermosa" (Hch 3:2)
Herodes había ampliado notablemente el recinto del Templo, rodeando el santuario de extensos y hermosos atrios y pórticos, siendo permitido a los gentiles que pasasen a las explanadas exteriores. Había una barrera entre éstas y el verdadero Templo, en la que nueve puertas daban acceso primeramente al patio de las mujeres hebreas, y después al de los israelitas varones. El núcleo interno era sagrado para los sacerdotes, y el "santuario" era semejante en plan y propósito al Tabernáculo en el Desierto, bien que permanente ya y de gran riqueza arquitectónica. Faltaba, sin embargo, el símbolo más importante, el Arca del Pacto, perdida en la destrucción de Jerusalén por los babilonios, y que nadie se había atrevido a imitar.
Josefo habla de una puerta de bronce, llamada "de Nicanor", tan primorosamente labrada que valía más que el oro, y es muy probable que ésta sea la "puerta llamada la Hermosa", en las gradas de la cual estaba echado el cojo.
5. El "Nombre" en operación (Hch 3:3-8)
El incidente se describe de forma muy natural, surgiendo el interés dramático de la misma situación. El hecho de que dos hombres se fijasen en él, con el mandato "míranos", parecía indicar al hombre impedido que le habían de dar una limosna importante, pero Pedro aclaró que su don no sería dinero, pues no poseía ni oro ni plata, sino algo de mucha mayor importancia que dependía del Nombre de Jesús. Sin duda el enfermo conocía bien el Nombre y habría pensado muchas veces antes de la crucifixión en la posibilidad de una curación mediante un encuentro con el profeta de Galilea. Por eso el segundo mandato de Pedro —"en el Nombre de Jesús el Nazareno, levántate y anda"— halló la respuesta de fe que el apóstol subraya en (Hch 3:16). Pedro, al agarrar al enfermo por la mano derecha, ayudó el proceso, pero la curación fue "por fe en el Nombre", como tantas veces se reitera en los versículos siguientes.
Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, aún hacía milagros en Jerusalén, acreditando así los mensajes de sus siervos (He 2:3-4).
Por vez primera en su vida el hombre sanado pudo colocar sus pies firmemente en el suelo, y ponerse de pie. Maravillado de sí mismo, empezó a dar algunos pasos, y luego, comprobando la certeza de este nuevo poder, se llenó de tal forma de gozo y de gratitud a Dios que entró con los apóstoles por la Puerta Hermosa —para tomar por primera vez una parte normal en el culto de su pueblo— andando, saltando y alabando a Dios. Cada detalle es de tal exactitud psicológica, que solamente los más obstinados incrédulos pueden dudar de la veracidad de la historia.
El milagro, igual que aquellos que hacía Jesús durante su ministerio terrenal, fue instantáneo y completo, a diferencia de los pobres resultados de las "campañas de sanidades" de nuestros tiempos, sean de éste o del otro sector del cristianismo.
6. El asombro del pueblo (Hch 3:9-11)
La primera función de un milagro es la de "llamar la atención" para que la gente escuche con atención el mensaje de los siervos de Dios y, en consecuencia, acuda al Señor que proclaman. El portento de la curación del cojo llenó de asombro al pueblo, pues muchos, fijándose en el que saltaba y alababa a Dios, se dieron perfecta cuenta de que era el conocido mendigo que solía pedir limosna delante de la Puerta Hermosa. Los siervos de Dios se dirigieron al espacioso Pórtico de Salomón, lugar predilecto de reunión para la iglesia naciente, y en aquel sitio amplio y sosegado, Pedro tuvo otra oportunidad para ofrecer la salvación a los judíos que quisiesen aceptar a Jesús como su Mesías-Salvador.

El segundo discurso de Pedro (Hch 3:12-26)

1. El carácter general del discurso
Por la potencia del Espíritu Santo, Pedro aprovechó plenamente esta nueva oportunidad para lanzar la "proclamación" de lo que Dios había hecho en Cristo, allí en el mismo corazón y sede del judaísmo. Tomando como punto de partida el asombro de los circunstantes, pasó a la obra del Dios de Abraham que se realizaba en el "Siervo", contrastando el rechazamiento de Jesús por los judíos con la "gloria" que Dios le había dado. El crimen nacional se subraya gráficamente, pero el Nombre que sanó al hombre enfermo podía ser también el medio para derramar las bendiciones prometidas sobre Israel si solamente comprendiera y se arrepintiera. Abundan las referencias al Antiguo Testamento, que veremos en su lugar. El estudiante debe notar en este mensaje los rasgos normales de la proclamación apostólica que hemos señalado ya en el análisis del sermón del Día de Pentecostés.
2. La obra del Dios de Abraham (Hch 3:12-13)
"¿Quiénes somos nosotros?" —pregunta Pedro en efecto—. Un hombre con una enfermedad incurable no podría ser sanado por medio de nuestra potencia o piedad. Hay que remontar a los principios de vuestra historia para pensar en la promesa que Dios dio a Abraham (Gn 12:1-3), confirmada por un pacto y reiterada a Isaac y Jacob. El proceso de bendición que entonces se inició se lleva a cabo por medio del gran Siervo de Jehová, a quien ha glorificado en este acto de sanidad, porque ya le ha glorificado a su Diestra.
3. La culpabilidad de los judíos (Hch 3:13-15)
Pedro recalcó la culpabilidad de Israel mediante una serie de dramáticos contrastes. Los judíos entregaron y negaron (dos veces) al Santo y Justo, pero Dios le levantó de entre los muertos y le glorificó. Hasta el procurador Pilato, pagano de religión y de mala fama como gobernante, había querido poner en libertad a Jesús, pero había cedido ante la insistencia criminal de los príncipes. Los judíos negaron al Santo y al Justo, pidiendo como gracia especial —así la frase en el original— que les fuese otorgado un homicida, Barrabás. Queda aún otra antítesis: "Matasteis al Autor de la vida": paradoja que se explica tan sólo en relación con "el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios", pero que subraya dramáticamente el crimen de los judíos.
Abundan preciosos títulos mesiánicos aquí —el Santo, el Justo, el Autor de la Vida—, hallándose otros como el Profeta, la Piedra, el Ungido y el Siervo más adelante.
No dejemos de notar el testimonio apostólico a la Resurrección en (Hch 3:15), cuya importancia hemos señalado anteriormente.
4. El Nombre y la fe (Hch 3:16)
Este versículo vuelve a señalar el significado y la explicación del portento que los judíos habían presenciado, y la traducción literal es como sigue: "Y sobre la base de la fe en SU NOMBRE, SU NOMBRE fortaleció a este hombre a quien vosotros contempláis y conocéis; y la fe que por él es, le ha dado esta completa sanidad en presencia de todos vosotros".
La construcción gramatical es extraña a causa de la repetición de SU NOMBRE, y muchos eruditos han buscado la manera de "arreglarlo", pero así consta en los mejores textos griegos, y hemos de sacar la conclusión de que el Espíritu Santo quiso poner doble énfasis sobre el poder del Nombre —el verdadero tema de toda esta sección— haciendo caso omiso de la retórica. El Nombre es la dignidad y la poderosa operación del Señor, quien, ausente en presencia corporal, dirigía a sus siervos desde la Diestra. Aquel Nombre, pues, fortaleció al enfermo. La primera frase: "Sobre la base de la fe en su Nombre" nos recuerda que el hombre ejerció una fe real en el Señor anunciado por Pedro, y así el poder, en lugar de ser desviado por el obstáculo de la incredulidad, halló cauce libre para perfeccionar la obra de sanidad.
Queda aún un punto interesante que aclarar en este texto: "y la fe que es por ÉI ha dado a éste esta completa sanidad...". La frase "por Él" indica que la misma fe, complemento necesario del poder del Señor en esta curación, vino también por medio de la bendita Persona del Cristo. Es un aspecto de la recepción de la salvación que debe considerarse a la luz de las demás Escrituras; es verdad que la fe es imposible sin el auxilio del Espíritu de Cristo, pero eso no anula la responsabilidad del hombre, quien puede aceptar o rechazar este auxilio. Nadie, pues, tiene derecho a citar la frase: "la fe que por Él es" con el fin de excusarse diciendo: "Yo no puedo creer porque Dios no me ha dado fe". Los medios ya provistos por la Palabra y el Espíritu son muy suficientes para el alma que quiere saber y hacer la voluntad de Dios, pero siempre habrá aquellos sobre los cuales Cristo tendrá que lamentar: "No quisisteis venir a mí para tener la vida". (Jn 3:16,36) (Jn 5:40) (Lc 13:34) (Ef 2:8-9).
5. El Ungido que había de padecer (Hch 3:17-18)
En este punto Pedro deja de señalar las lecciones que surgen de la curación del enfermo para dirigirse directamente al pueblo de Israel, representado por los millares de judíos que le escuchan. Es notable que admitiera la "ignorancia" del pueblo como una especie de "disculpa" del horrendo crimen del Gólgota, y sobre todo en el caso de los gobernantes (Hch 3:17), pero percibimos aquí el eco del ruego del Señor en la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen": maravilloso ejemplo de la gracia de Dios que se vuelve a destacar en (Hch 3:26): "Habiendo Dios levantado a su Siervo, le envió primeramente a vosotros bendiciéndoos", (así literalmente). Aun sobre este terreno nacional Cristo quiso "bendecir a sus enemigos", bien que todo ello no anula el hecho del juicio en el caso de quienes persistieran en endurecer su corazón.
Por encima de la ignorancia y de los crímenes de los hombres, Dios llevaba adelante el plan de la redención: "Pero Dios ha cumplido así lo que antes había anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer", recalcando una vez más la "divina necesidad" de la Cruz.
Los rabinos de épocas posteriores (tenemos pocos datos imparciales sobre sus creencias en el momento que tratamos) solían distinguir entre el Mesías que había de establecer el Reino en gloria y el "Siervo de Jehová" (presentado mayormente en los capítulos 42 a 53 de Isaías) que había de sufrir por el pueblo, apuntándose también la idea de que el "Siervo" no era más que el pueblo mismo visto en el proceso de su disciplina y sufrimientos. Con todo hay ciertas indicaciones de que algunos aceptaban la identificación del "Siervo que sufría", con el Mesías (en un "targum" de Jonatán ben Uzziel sobre Is 42:1 y 52:13), y es difícil comprender cómo los apóstoles pudieran apelar tan confiadamente, una y otra vez, a las profecías sobre el Siervo, en sentido mesiánico, a no ser que muchos judíos hubiesen admitido la identificación. Sea ello como fuere, los apóstoles habían sido aleccionados por el Maestro mismo en este sentido y aplicaban con toda confianza la profecía de (Is 52) a Jesús, como el Mesías profetizado.
¿Podía Pedro decir con razón que todos los profetas habían hablado de un Mesías que sufría? Ya hemos visto que el tema descuella sobre todo en Isaías capítulos 42 a 53, pero Zacarías (representando los profetas menores) habló de un "Pastor" vendido por treinta piezas de plata, y a quien Jehová "hirió" levantando "espada" contra él (Zac 11:11-13) (Zac 13:7); hemos notado igualmente que muchos de los lamentos de David pasan más allá de su propia experiencia, entendiéndose en su plenitud tan sólo en relación con el Hijo de David (Sal 22; Sal 69, etcétera). En el fondo de todo el Antiguo Testamento se halla el simbolismo de la salvación por medio del derramamiento de la sangre de la víctima inocente, que suena siempre como acompañamiento de contrabajo sobre el cual se destacan notas de triunfo. Difícilmente habría podido reprender el Señor a los dos de Emaús por su torpeza por no entenderlo si el tema hubiese sido totalmente velado en las Escrituras (Lc 24:25-27).
6. El arrepentimiento y los "tiempos de refrigerio" (Hch 3:19-20)
Cristo "vino a lo suyo, mas los suyos no le recibieron", perdiendo éstos las bendiciones que él estaba dispuesto a derramar sobre ellos. Sin embargo, el "determinado consejo de Dios" aprovechó la rebeldía del pueblo para "abrir un manantial" de perdón y de gracia, aun tratándose de Israel (Zac 13:1). En vista de la nueva oportunidad que la gracia de Dios otorgó al pueblo, Pedro reiteró el mandato de (Hch 2:38): "iArrepentíos y convertíos!". Sólo un cambio completo de actitud de parte de Israel, volviéndose los rebeldes al Mesías que antes habían despreciado, podría traer de la presencia del Señor exaltado los "tiempos de refrigerio", o, quizá, tiempos de "demora de sentencia". Luego Jesús, el Mesías designado por Dios, podría ser enviado otra vez para la consumación de su obra (Hch 3:20).
Históricamente, la oferta de gracia y de perdón no fue aceptada sino por un "Resto", que fue incorporado entonces en la Iglesia, quedando el judaísmo oficial bajo la sentencia que el Señor había pronunciado contra él (Lc 13:34-35) (Lc 23:29-31) y que se cumplió sin más demora cuando Jerusalén fue destruida por los romanos en el año 70. Sin embargo, ha de venir una época cuando todo Israel será salvo. Esta salvación, en el ámbito nacional, se ha de distinguir netamente de lo que reciben los israelitas que en esta dispensación creen en el Señor para ser salvos juntamente con sus hermanos gentiles como miembros de la Iglesia, aunque, desde luego, la base es siempre la Obra de la Cruz (Ro 21:22-36) (2 Co 3:14-16) (Zac 12:10-13:1).
7. El tiempo de restauración (Hch 3:21)
La diestra del Altísimo, donde el Cristo triunfante está entronizado, es centro de benéfica actividad para la Iglesia, pues desde allí el Señor dirige el servicio de los suyos; pero en cuanto a Israel y el mundo la estancia de Cristo allí es una especie de paréntesis según este versículo: "A quien de cierto es necesario que el Cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas". Otro aspecto de este compás de espera se nota en (He 10:13): "Se ha sentado a la Diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies".
En las leyendas del paganismo, la "edad de oro" se halla únicamente en un pasado remoto y añorado, pero en la revelación divina, al Edén perdido en el principio de la historia de la raza corresponde un Paraíso de bendición al final: la bendita meta a la que Dios conduce la humanidad, a pesar de los profundos valles de dolor que es llamada a atravesar. Hubo "ruina" a causa de la injerencia de las misteriosas fuerzas del mal, pero también habrá "restauración", en cumplimiento de los pensamientos de Dios, sobre la base de la obra de expiación del Gólgota.
Israel fue escogido para adelantar esta obra de restauración y tendrá en ella (además de las "primicias" de los judíos convertidos en la Iglesia) una primera parte según las múltiples profecías del Antiguo Testamento. Pero el Reino de gloria sobre la tierra, llamado comúnmente el "milenio" por las referencias a los "mil años" en (Ap 20:2-7), aun siendo la culminación del proceso histórico sobre la tierra vieja, no será más que el trasunto, en términos materiales, del Universo renovado bajo un signo espiritual y eterno, "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia" (2 P 3:10-13) (Ap 21:1-7).
La manifestación pública del Señor (su "epifaneia", o "apocalupsis") que pone fin a la presente sesión a la Diestra, se relaciona con la "consumación de este siglo", con el "Día de Jehová" y con la inauguración del Reino glorioso en la tierra.
Entre múltiples referencias, véanse estos pasajes típicos: (Mt 24:3,29-31,37-39) (Mt 25:32) (Ap 1:7) (Ap 19:11-20:5).
Descripciones de "los tiempos de la restauración de todas las cosas", con referencia especial a la parte de Israel en ella, se hallan, entre otros muchos pasajes, en (Is 11-12) (Is 61-63) (Jer 30-31) (Ez 36:7-38) (Os 14) (Jl 2:18-3:21) (Am 9:11-15) (Mi 4) (Mi 7:11-20) (Sof 3:8-20) (Zac 8,10,14) (Mal 4:2-3).
8. Los profetas y el Profeta (Hch 3:21-24)
La "restauración de todas las cosas" no es un tema ocasional y esporádico, sino el que predomina en todos los profetas según la frase de Pedro: "sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo" y "desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días" (Hch 3:21,24). No se han conservado oráculos de Samuel, pero él era el organizador de las "escuelas de los profetas" que luego subrayaron el tema, y también ungió a David, fundador del Reino verdadero y permanente, cuyo Hijo sacará a la luz el Reino Eterno (2 S 7:10-16). Así tuvo su participación en la tendencia general de toda profecía, que vislumbraba siempre la meta de una obra perfecta de Dios sobre la tierra.
Este rasgo de la revelación divina que señala una consumación futura no debe extrañarnos, pues la mente humana no puede concebir complicadas máquinas que se construyen "porque sí" sin una finalidad bien definida. Los razonamientos sobre la necesidad de un propósito y una finalidad en el universo se llaman "teológicos" ("telos" en griego equivale a "fin" o "consumación"), y constituyen la mejor contestación al materialismo árido que sabe "observar" la naturaleza, al par que rehúsa creer que camina hacia una meta.
De tantas profecías, Pedro escogió para mención especial la de Moisés sobre el Profeta que Dios había de levantar (Hch 3:22-23) con (Dt 18:15-19). Si examinamos el pasaje de referencia veremos que Moisés avisaba al pueblo contra el peligro de los falsos profetas que podrían desviar al pueblo hacia la idolatría mediante sus engañosos mensajes. No tenían que hacer caso de los tales, pero sí de los profetas que Dios levantaría de la forma en que había suscitado a Moisés mismo, otorgándoles claras manifestaciones del poder del Espíritu en sus obras y palabras ("cómo me levantó a mí").
Pero, conforme a muchas otras declaraciones del Antiguo Testamento la interpretación primaria halla su cumplimiento final en aquel que había de venir, en quien debía encarnarse todo el "espíritu de profecía", siendo la "última Palabra de Dios" (He 1:1). Es obvio, pues, que quien rechazara al tal perdería toda parte en el verdadero pueblo de Dios.
9. Los "hijos de los profetas" y los "hijos del pacto abrahámico" (Hch 3:25)
La frase "estos días" en (Hch 3:24) refiere al tiempo del cumplimiento de las promesas proféticas que empezó a regir cuando Cristo, el Fiador de todas ellas, cumplió su misión redentora en la tierra, bien que los rasgos externos de la época no se verán hasta su segundo advenimiento.
Pedro quiere animar y consolar a los "hombres de buena voluntad" en su auditorio, llamándoles "hijos de los profetas" e "hijos del pacto" con Abraham. Recordemos que los hebreos empleaban la palabra "hijo" en sentido metafórico para indicar a alguien que participara de la naturaleza de otro, a la semejanza de un hijo en la vida del padre. Así la frase "hijos de los profetas" quiere decir sencillamente que los judíos eran los herederos naturales de las promesas del Antiguo Testamento y participantes en el fruto del ministerio profético. Era natural, pues, que ellos respondiesen al llamamiento con el fin de gozarse del "tiempo de la restauración de todas las cosas".
De igual forma eran "hijos del pacto" que Dios hizo con los padres: "diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra" (Hch 3:25). Las bendiciones habían de ser universales, pero Dios había escogido precisamente a Abraham y a sus descendientes para ser el cauce por el cual llegarían al mundo entero. La puerta de la gracia estaba abierta delante de los judíos de par en par, y no faltaba más que el paso del arrepentimiento y la fe para entrar en posesión de su herencia espiritual.
Este pacto con Abraham, confirmado luego por juramento, y reiterado a Isaac y Jacob, es de gran importancia en la historia de la redención, ya que Pablo enseña claramente en Gálatas capítulo 3 que no era transitorio, como el pacto legal, sino eterno e incondicional, en vista de que el cumplimiento no dependía de esfuerzos humanos, que siempre fracasan, sino de la gracia de Dios encauzado por la "Simiente" que había de manifestarse. Huelga decir que sólo los fieles pueden aprovechar el pacto incondicional. Así quedó incorporado en el Nuevo Pacto sellado por la sangre de Cristo, y bien que ciertas cláusulas garantizaban favores especiales para Israel, la bendición espiritual se hace extensiva a todas las familias de la tierra.
10. El Siervo que Dios levantó (Hch 3:26)
Los títulos "Hijo" o "siervo" aquí traducen la voz griega "país", que correspondía sobre todo al concepto del "Siervo de Jehová" que hallamos en Isaías capítulos 42 a 53. El verbo "levantó" no se refiere tanto a la Resurrección del Señor como al hecho de que Dios le puso delante del pueblo para la realización de la obra de salvación, de la forma en que "levantó" a Moisés en su día en relación con su cometido especial (Hch 3:22). Este Siervo es "enviado" al pueblo de nuevo por medio de la proclamación de Pedro, en ademán de bendición, y en cumplimiento del constante principio: "al judío primeramente, y también al griego". Pero no puede haber bendición sin la solución del problema del pecado, que, en cuanto a su recepción, es algo individual, de modo que cada uno tenía que determinar cómo había de responder al llamamiento, bien que éste se dirige a la nación. Así termina el apóstol su hermoso y contundente mensaje: "A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad".

El choque la iglesia naciente con el judaísmo oficial (Hch 4:1-22)

1. Juan y Pedro arrestados (Hch 4:11)
Por la providencia de Dios, Pedro pudo terminar su renovada proclamación del Evangelio antes de ser interrumpido por los representantes del judaísmo oficial: el poder humano que había condenado a muerte al Redentor. Era de esperar esta reacción contraria, y lo que más nos extraña es que hubiese tardado tanto en manifestarse, dando lugar la demora a que los apóstoles pudiesen colocar firmemente los cimientos de la Iglesia en Jerusalén antes de ser molestados por los enemigos del Cristo. Sin duda, el misterio de la "tumba vacía" y los asombrosos acontecimientos del Día de Pentecostés (conocidos y comentados por todo el pueblo) habían producido una especie de parálisis moral en estos hombres hasta tal punto que no reaccionasen hasta ver que la proclamación pública de Jesús resucitado constituyera una amenaza tan real a su posición y privilegios como la misma presencia de Jesucristo durante su ministerio terrenal. La popularidad de los apóstoles frente a las multitudes en la primera etapa de su testimonio fue motivo también de que los líderes procedieran con prudencia.
Los representantes del judaísmo que se mencionan en el primer versículo eran sacerdotes; el jefe de la guardia del Templo y los saduceos. No todos los sacerdotes eran enemigos de Jesucristo (Hch 6:7), pero muchos comprendían que el nuevo movimiento amenazaba sus intereses creados, y, además, siendo en su mayoría saduceos, se disgustaron en gran manera al oír la proclamación de la doctrina de la resurrección de los muertos en la Persona de Jesús. El jefe de la guardia del Templo se llamaba el "sagán", y este importante personaje, escogido de entre las principales familias sacerdotales, era responsable por el orden dentro del recinto del templo, teniendo a sus órdenes un cuerpo escogido de levitas. Jerárquicamente seguía en importancia al mismo sumo sacerdote.
En los Evangelios, la oposición al ministerio del Señor procedía mayormente de la secta de los fariseos, por ser éstos los defensores de la "tradición de los ancianos", pero en Los Hechos la secta saducea suele dirigir los ataques contra la Iglesia, no sólo por su interés en defender el sistema sacerdotal, sino también por su odio al concepto de la resurrección corporal, admitido por los fariseos (Lc 20:27-38) (Hc 23:1-10).
Pedro y Juan habían subido al Templo sobre las tres de la tarde, y los acontecimientos que hemos venido considerando ocuparían quizás un par de horas, de modo que el día declinaba ya cuando sobrevinieron los emisarios del judaísmo, no siendo posible convocar el Sanedrín aquella tarde. Por eso el Sagán y sus levitas llevaron a los apóstoles a unos calabozos que se hallaban en el área del Templo con el fin de hacerles comparecer delante del Consejo el día siguiente.
Sin embargo, la Palabra de Dios no estaba presa y el mensaje de Pedro fue bendecido de tal manera que cinco mil varones israelitas más aceptaron a Jesús como su Mesías, lo que elevó el número de hombres creyentes a la cifra de ocho mil (Hch 4:4). Si añadimos el número de mujeres creyentes, comprenderemos que la primera "iglesia local" era tan numerosa que su presencia tenía que hacerse sentir con poder en una ciudad relativamente pequeña como lo era Jerusalén.

La reunión del sanedrín (Hch 4:5-6)

1. La composición del Consejo
El nombre "sanedrín" es una adaptación aramea de una voz griega, "sunedrion", que significaba "una asamblea". Era el Consejo superior de la nación investido de todas las atribuciones jurídicas y legislativas que no reservara para sí el poder protector de Roma, siendo constituido por setenta miembros, además del sumo sacerdote del día, quien presidía las sesiones "ex oficio". A los judíos les gustaba pensar que era una continuación de las juntas de "ancianos" que se destacaban desde los tiempos de Moisés (Ex 3:16) (Ex 19:7) (Ex 24:1) (Nm 11:16), y es verdad que los jefes de familias habían influenciado en la política de Israel desde aquellos tiempos. Pero el Sanedrín, tal como funcionaba en los tiempos del Nuevo Testamento databa solamente de los tiempos de la dominación griega, o sea, desde dos siglos antes de Cristo. Se componía de los príncipes de los sacerdotes, de los ancianos ("presbuteroi") y de los escribas, ejerciendo una influencia predominante el sector sacerdotal en los tiempos que nos ocupan. Los "ancianos" eran conocidos jefes de familia, y los escribas los intérpretes oficiales de la Ley y de la tradición, simpatizando éstos mayormente con la posición de los fariseos.
Josefo menciona que el lugar de las reuniones del Consejo se hallaba al extremo occidental del área del Templo. Allí los consejeros se sentaban en semicírculo bajo la presidencia del sumo sacerdote, con el fin de que todos pudiesen verse, y los reos (tratándose de procesos judiciales) se colocaban en el centro.
En (Hch 4:6), Lucas menciona varios destacados miembros del Sanedrín, siendo Anás la cabeza de la familia sacerdotal más importante, a pesar de que los romanos le habían destituido como sumo sacerdote. Caifás ejercía una poderosa influencia en la oligarquía por haber llevado dieciséis años como pontífice, sabiendo congraciarse con los gobernadores romanos. Juan y Alejandro no tienen más significado que su alto rango en la casta sacerdotal de aquel tiempo.

El interrogatorio y la réplica de Pedro (Hch 4:7-12)

1. La perplejidad de los príncipes
El momento del primer choque entre la Iglesia naciente y las fuerzas del judaísmo oficial está lleno de interés dramático. Hacía solamente unas semanas que Jesús había ocupado el lugar reservado ahora para Juan y Pedro, habiendo sido condenado a muerte por blasfemo. Por medio de una presión política sin escrúpulos, Caifás y sus colegas habían conseguido que Pilato, contra su propia voluntad, entregase a la muerte de crucifixión al odiado "Nazareno", pensando librarse así del impacto de su Persona y doctrinas, que amenazaban el sistema político-religioso de ellos. Pero tras un corto período, lleno de rumores y de asombrosos acontecimientos, los discípulos de Jesucristo consiguieron llenar la ciudad con el Nombre del Nazareno, declarando que había resucitado. No sólo eso, sino que una obra de sanidad recordaba aquel benéfico ministerio de Jesús que le había procurado tanto prestigio en la nación.
2. ¿Qué clase de poder? (Hch 4:7)
La pregunta de (Hch 4:7) abre la sesión, y, ampliándose, podría significar lo siguiente: ¿Quiénes sois vosotros para obrar milagros? ¿De dónde procede el poder para ello? ¿En Nombre de quién obráis? Como el hecho de la curación era innegable, trataban de atribuirlo a artes mágicas, en confabulación con poderes satánicos, basándose la interrogación en las instrucciones de (Dt 13:1-5).
Seguramente no contaban con la autoridad y el poder de la contestación de estos hombres despreciados. Pero Pedro fue llenado de Espíritu Santo ("plestheis" indica la inspiración para una obra especial, mientras que "pleres" significa "estar lleno del Espíritu"), que le capacitó para hablar con una sabiduría divina muy diferente de la defensa de los reos que trataban solamente de salvar o sus vidas o sus bienes. La misma inspiración le elevaba también por encima de los áridos argumentos de los escribas.
Después de dirigirse en términos respetuosos a sus jueces (Hch 4:8), Pedro recalcó que se trataba de explicar "el beneficio hecho a un hombre enfermo", que en sí era un crimen harto singular, y que sugería más bien la operación de un poder benéfico que no satánico. ¿Por quién se había llevado a cabo? La contestación fue sencilla, y lejos de procurar encubrir alguna fórmula mágica y vergonzosa, Pedro quería que no sólo el Sanedrín, sino todo el pueblo de Israel se diera cuenta de que el milagro se había efectuado en el Nombre de Jesucristo el Nazareno (Hch 4:10).
3. La Piedra rechazada (Hch 4:11)
De la defensa pasó el apóstol enseguida al ataque, recordando a los príncipes que ellos mismos habían sido culpables de la muerte de Jesús, pero que Dios había trastocado su sentencia por levantarle de entre los muertos. El poder del Resucitado había restaurado a perfecta salud al impedido (Hch 4:10).
La cita sobre la "piedra desechada por los edificadores" (Hch 4:11) (Sal 118:22) (Is 8:14) demostró un conocimiento íntimo de los sagrados oráculos del Antiguo Testamento, con referencia especial a las profecías mesiánicas, y servía de base para generalizar la lección de la curación del enfermo (Mr 12:10-12) (Mt 16:18) (1 P 2:4-8).
4. El Nombre salvador (Hch 4:12)
No sólo había sido sanado el enfermo por el Nombre de Jesús, sino que éste era el Mesías Salvador, el designado por Dios y aquel que los profetas habían anunciado. La palabra "sozo" en griego puede indicar "salud" en lo físico y también "salvación" en la esfera espiritual, lo que permitió a Pedro pasar del sentido literal al significado espiritual del término, proclamando que el único Nombre que Dios había dado a los hombres para su salvación, en todo el ámbito del mundo, era aquel mismo Nombre de Jesús que tan potente había sido para dar salud al enfermo (Hch 4:12).

Las reacciones del sanedrín (Hch 4:13-22)

1. La autoridad de los indoctos (Hch 4:13-14)
La traducción "sin letras y del vulgo", como descripción de los apóstoles, ha dado lugar a muchos comentarios muy alejados del verdadero sentido de los términos y de las reacciones del Sanedrín. Pedro se había expresado con confianza frente al augusto tribunal de sacerdotes y teólogos, ordenando bien sus argumentos y subrayando con mucha eficacia su testimonio. Los ancianos se extrañaron de que una defensa tal procediera de hombres que no habían pasado por las escuelas rabínicas, y que eran meros "legos" comparados con los "profesionales" que se sentaban en los bancos del Consejo. No pudieron por menos que relacionar el acierto del discurso de Pedro con las maravillosas enseñanzas, perfectamente adaptadas al estilo de los rabinos, de aquel Rabino, no autorizado por ellos, a quien habían condenado por blasfemo. Pedro y Juan, pues, habían pasado por una "escuela", pero no la de los rabinos de Jerusalén, sino por la del Maestro de Galilea, y "les reconocían que habían estado con Jesús".
Los argumentos de Pedro habían sido bien ordenados y llenos de poder, pero la mayor demostración de la "razón" de su posición consistía en la presencia allí mismo del hombre sanado, de modo que el tribunal no tenía nada más que alegar, pues su malicia y sus temores no llegaron al punto de poder declarar que el milagro se había efectuado por poderes satánicos.
2. Una conclusión ilógica (Hch 4:15-18)
Retirados los apóstoles por orden del Consejo, éste se quedó en sesión privada a los efectos de determinar la sentencia. La voz de Dios se había hecho oír tan claramente por medio de las obras y palabras del mismo Señor y de los suyos, que la única posición lógica era la de rendirse a la evidencia y buscar el perdón de Dios por medio de un arrepentimiento sincero.
Pero eran "duros de cerviz", y, habiéndose rebelado contra el mismo Mesías, insistían en oponerse a los heraldos del Resucitado. Pero la perplejidad era mucha, y tenían las manos atadas por la presión de la multitud que glorificaba a Dios al ver lo que había sucedido (Hch 4:21), de modo que no les quedaba más posibilidad que la de conceder la libertad a Pedro y a Juan —reconociendo en efecto que habían obrado como siervos de Dios y no del diablo— y al mismo tiempo prohibir con amenazas la continuada proclamación del Nombre de Jesús. Se pone de relieve aquí la falta de lógica de los ciegos y de los rebeldes.
No hemos de subestimar, sin embargo, la importancia del fallo del Sanedrín que se expresa en (Hch 4:18). El máximo tribunal de la nación, después de su primer choque con los testigos del Resucitado, falló oficialmente que los discípulos no habían de "hablar" ni "enseñar" en el Nombre de Jesús, que equivalía a prohibir tanto la predicación pública como la enseñanza por las casas. Desde entonces, al seguir predicando, los apóstoles se hallaban en franca rebeldía con respecto al Sanedrín. Se había fijado la posición del judaísmo frente a la Iglesia naciente.
3. Un testimonio valeroso (Hch 4:19-20)
Si el Sanedrín había determinado su criterio frente a los mensajeros del Mesías resucitado, éstos a su vez declararon en términos contundentes cuál había de ser su actitud en cuanto al intento de enmudecer su testimonio. Tengamos en cuenta que la actitud normal del creyente frente a las autoridades del mundo es la de sumisión en todo cuanto no afecte su conciencia en la presencia de Dios: posición que se aclaró por el mismo Señor (Mt 22:21), por Pablo en las consideraciones de (Ro 13:1-7), como también por el mismo Pedro en (1 P 2:13-24). Pero los apóstoles obraban bajo órdenes del Señor mismo, y en tal caso, por mediar un mandato divino superior a los fallos de la autoridad humana, era "necesario obedecer a Dios antes que a los jueces", cuya conciencia de israelitas debía aprobar el principio que ellos mismos aplicaban en sus relaciones con los romanos.
Pero no sólo se trataba de un principio generalmente admitido por quienes temen a Dios, sino de otra necesidad que fue impuesta a los apóstoles como tales, ya que, en vista de la comisión especial que habían recibido, no podían "dejar de decir lo que habían visto y oído" (Hch 4:20).
4. La presión de la opinión pública (Hch 4:21-22)
A pesar del desafío de los apóstoles, el Sanedrín se hallaba impotente frente a ellos, no viendo cómo podía castigarles por la notoria "buena obra", pues una sentencia severa habría exacerbado las susceptibilidades de la turba. Tendremos ocasión de notar en varias ocasiones que la actitud de la multitud jerosolimitana determinaba (bajo las providencias de Dios) las posibilidades o las limitaciones de la proclamación del Evangelio en la capital del judaísmo. Más tarde la misma turba hará sentir su anárquico poder en sentido contrario al Evangelio, pero durante la primera época, de incierta duración, el entusiasmo de la población por los predicadores y sus "señales" determinó una libertad práctica a pesar de los pronunciamientos contrarios a ella del Sanedrín.

Las reacciones de los siervos de Dios (Hch 4:23-31)

1. "Fueron a los suyos" (Hch 4:23)
Más tarde, en diferentes circunstancias y épocas, los apóstoles tendrán que esconderse del brazo del poder público, pero en la bendita época de que tratamos, volvieron a "los suyos", a la compañía de los salvos, unida en bendita armonía por la presencia y el poder del Espíritu Santo. Pesaban sobre Pedro y Juan las amenazas de los jefes de su nación, pero su consuelo y su sabiduría consistía en contarlo todo a los suyos (se trata probablemente de una reunión de los guías de la iglesia), y luego todos sometieron el caso al Tribunal del Dios soberano. Quedan los mismos benditos recursos para todos los verdaderos cristianos en nuestros tiempos, y hasta el fin del testimonio de la Iglesia en el mundo.
2. La oración conjunta (Hch 4:24-30)
Algunos escriturarios de nuestros tiempos han pensado que una oración en común, como la que tenemos delante, supone una liturgia y formas estereotipadas de alabanzas y de peticiones. Tales consideraciones surgen de la aridez y de la falta de poder del cristianismo nominal de nuestros tiempos. Es cierto que la generosa medida del vino nuevo de la potencia del Espíritu haría reventar las formas y fórmulas de muchas de las iglesias de hoy, pero aquí se trata de una época en que la plenitud del Espíritu Santo se estaba manifestando de una forma que anticipaba el día cuando se derramará sobre toda carne. Como en la oración conjunta de (Hch 1:24-25), hemos de suponer tal grado de inspiración y de mutua comprensión de la voluntad de Dios de parte de los reunidos, que, al elevar a una sus voces a Dios (Hch 4:24), la oración de todos resultó ser igual. Es posible pensar que un hermano sólo elevara la oración que hallara la aprobación espiritual de todos, pero las expresiones de Lucas no favorecen mucho este supuesto.
a) El reconocimiento del Dios soberano, Creador del Cielo y de la tierra, (Hch 4:24). En exacta consonancia con las circunstancias, la oración se dirige al "Soberano Dios", Creador de cuanto hay en los cielos y la tierra, a cuyo Tribunal acuden sus siervos (se llaman a sí mismos sus "esclavos" en Hch 4:29) contra el fallo inicuo del Consejo de gobierno de la nación externa, que dejaba de ser en todo sentido el Israel de Dios. La revelación de Dios como Redentor y como "Padre nuestro" no anula el título fundamental de "Despotes" (Dios soberano) y Creador, a quien le corresponde ordenar todas las cosas en virtud de su misma naturaleza.
b) El reconocimiento del plan de Dios revelado en la profecía (Hch 4:25-28). La construcción gramatical de (Hch 4:25) resulta un tanto difícil, pero destaca muy claramente la verdad de la inspiración de los profetas por el Espíritu Santo, ya que éste habló por boca de su siervo David cuando redactó el Salmo 2. Todo el salmo merece detenido estudio, puesto que da la clave para la comprensión de los elementos proféticos en el Salterio, y aún echa luz sobre todas las profecías mesiánicas de todo el Antiguo Testamento. El salmista oye los rugidos de las gentes que se rebelan contra Dios, y ve cómo sus príncipes se reúnen en el vano esfuerzo de libertarse de lo que consideran ser las "ligaduras" del servicio del Altísimo, representado por el Rey de su elección. Pero el loco intento no puede prevalecer, ya que Dios ha puesto su Rey sobre Sión y ha publicado su irrevocable decreto: "Mi Hijo eres tú... te daré por herencia las naciones". El salmo termina con un llamamiento a los reyes y jueces de la tierra, quienes pueden ser bendecidos sólo por reconciliarse con el Hijo. Los breves versículos del salmo resumen la titánica lucha entre los rebeldes en la tierra contra Dios, su Creador y Soberano, quien ha determinado llevar a feliz fin sus designios en relación con los hombres por medio de su Hijo-Siervo.
Los cristianos reunidos perciben una faceta de la gran lucha en los acontecimientos que precedieron la Pasión. Pilato representaba el poderío de Roma; Herodes, rey de un sector de Israel, era vástago de una dinastía idumea, descendiente de los antiguos enemigos que rodearon a Israel en su tierra; el "pueblo de Israel" habló por boca del Sanedrín. Todos éstos tomaron consejo contra el Ungido, el Santo Siervo Jesús. La referencia a los procesos y consultas que resultaron en la condena y crucifixión de Jesucristo no agotan el sentido del salmo, pero sí enfocan luz sobre el odio insensato de los elementos rebeldes a la voz de Dios en la presencia de su Ungido. Pero en aquel caso, como en todos, los enemigos llegan a ser instrumentos involuntarios para "hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que se hiciera" (Hch 4:28) (Hch 2:23). El intento de rebelión es una locura tal que, en el fuerte lenguaje simbólico del salmo, "el que mora en los cielos se reirá... luego les hablará a ellos en su furor...".
Los cristianos hallaron su refugio bajo la sombra del Omnipotente, y su consuelo y guía en los inspirados anuncios de los propósitos de Dios para el hombre, asegurados en la Persona del Ungido, en cuyas manos había entregado todas las cosas (Jn 13:3) (Mt 11:27). No había duda en cuanto al desenlace final de la lucha entablada con el Sanedrín, y los fieles proceden a presentar sus peticiones a la luz de las grandes verdades que recordaron en la presencia de Dios.
c) Se pide poder para la proclamación y el testimonio (Hch 4:29-30). La única frase que se aproxima un poco a una petición personal es la frase "Ahora, Señor, mira sus amenazas", pero aun así no piden protección física frente al poder humano del tribunal. Es como si dijeran: "Señor, en cuanto a nuestras personas, no sabemos lo que más conviene para el adelanto de tu Reino. Cual Ezequías, extendemos las amenazas del enemigo en tu presencia, y tú sabrás cómo volverlas en bien para tu pueblo y para tu reino" (Is 37:14). La petición tiene dos fases muy relacionadas: que Dios les concediera valor y confianza al anunciar la Palabra, y que les fuesen concedidas las "credenciales" de señales y prodigios de la mano de Dios que probasen que obraban en el Nombre del Santo Siervo Jesús.
De nuevo vemos aquí el verdadero uso del milagro. El Sanedrín se hallaba revestido de toda la autoridad de su historia y prestigio, y, hasta cierto punto, en asuntos religiosos, podía contar con el apoyo de Roma. Al mismo tiempo los "legos indoctos" que se atrevieron a desafiar el tribunal, carecían en absoluto de toda autoridad humana para la consecución de su cometido. Piden, pues, que Dios les revista de autoridad mediante señales que diesen a conocer la potencia y la honra del Nombre de Jesucristo, cosa que les fue concedida, y que les capacitó para mantener el testimonio en Jerusalén todo el tiempo que Dios había determinado, y de tal forma que los judíos de la capital quedaron sin excusa cuando el testimonio apostólico pasó en su mayor parte de ellos a otros.
Más tarde (Hch 5:12-16) veremos la plena contestación a la maravillosa oración de los discípulos, y la manera en que sus "cartas credenciales" de parte de su Señor les capacitaban para cumplir su misión a pesar de la furia del Sanedrín.

El poder del Espíritu Santo renovado (Hch 4:31)

El Sanedrín seguía reuniéndose en su amplio salón, divididos sus miembros en sectas hostiles, perdiendo cada vez más su prestigio a causa de las deshonrosas maniobras de la casta sacerdotal, hasta verse envuelto por fin en las ruinas de la nación cuando los romanos destruyeron la capital. Más adelante notaremos otros hitos que señalan la historia de su degeneración (capítulos 7 y 23), pero aquí queremos subrayar el dramático contraste que presenta Lucas entre la reunión de la Iglesia, llena de poder, en estrecho contacto con el Trono de Dios, deleitándose en los planes de Dios, pidiendo y recibiendo las credenciales y el poder necesarios para su servicio; y las vacilaciones, temores e impotencia del histórico tribunal que, por rechazar al Hijo, no era más que un instrumento en las manos de Satanás. No queremos decir que toda nobleza y honradez había desaparecido de todos sus miembros, pero sí señalamos la ruina de la institución que, en lugar de llevar a la nación por los caminos de la obediencia, encabezada la oposición al Hijo-Heredero enviado a la Viña de Israel (Mr 12:1-12).
La renovación de grandes manifestaciones de poder espiritual en la Iglesia después de la oración en conjunto no ha de considerarse como "otro Pentecostés" o como "otro bautismo por el Espíritu Santo". Ya hemos hecho constar el carácter único del Pentecostés, que hizo posible todas las sucesivas renovaciones de poder entre los discípulos, derramándose abundantemente sobre quienes adoptasen la debida actitud de abnegación propia, de identificación con la voluntad del Señor, y de aprecio por la Persona del Hijo-Siervo. El temblor de la casa es uno de los casos en que el mundo natural se mueve en simpatía con los movimientos espirituales determinados por Dios (Mt 27:50-54) (Hch 16:25-26) (Is 6:4). No hubo obstáculo alguno a los movimientos del Espíritu en los discípulos, quienes, por lo tanto, fueron llenos del Espíritu Santo y, según su petición, hablaron con toda confianza la Palabra de Dios. El fallo del Sanedrín no era más que una letra muerta hasta que Dios hubiese cumplido sus propósitos en Jerusalén.

Temas para meditar y recapacitar

1. En la sección que acaba de estudiar, recoja todas las referencias al Nombre del Señor Jesucristo (o del Hijo, etcétera), subrayando la importancia de la obra realizada en el Nombre por aquellos días en Jerusalén.
2. Dése un resumen del discurso de Pedro después de la curación del hombre impedido en sus líneas generales (Hch 3:12-26).
3. Discurra sobre el Sanedrín, y explique la ineficacia de su actuación frente a los apóstoles en la porción estudiada.
4. Analícese la oración conjunta de los discípulos (Hch 4:24-30), señalando su importancia y la manera en que fue contestada.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
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