Estudio bíblico: El problema del desánimo - Hageo 2:1-9

Serie:   Hageo   

Autor: Eric Bermejo
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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El problema del desánimo (Hageo 2:1-9)

La causa del desánimo

Como consecuencia del primer mensaje de Hageo, el pueblo entero retomó con empeño la obra de la Casa de Dios, y estuvo trabajando en ella durante un mes. No obstante, había empezado a cundir entre ellos el desánimo, y esto amenazaba el éxito de la obra. ¿Cuál era la razón? Encontramos la explicación en:
(Hag 2:3) "¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos?"
Para entender bien la situación que este versículo describe es necesario volver al libro histórico de Esdras y ver allí el trasfondo de lo que estaba ocurriendo. En el capítulo 3 se nos relata cómo los que habían vuelto de la cautividad con Zorobabel habían comenzado la obra de reedificación de la Casa de Dios. Lo primero que edificaron fue el altar, de tal manera que, aunque de forma todavía muy precaria, pudieron comenzar a celebrar sus cultos. También reunieron dinero y materiales para la obra y echaron los cimientos de la Casa. Fue entonces cuando decidieron celebrar una especie de inauguración con cánticos, alabanzas, acciones de gracias y música. Tal era la alegría que "se oía el ruido hasta de lejos" (Esd 3:13). Pero mezclado entre esos gritos de alegría, se dejaba oír también una nota triste: "Muchos de los sacerdotes, de los levitas y de los jefes de casas paternas, ancianos que habían visto la casa primera, viendo echar los cimientos de esta casa, lloraban en alta voz" (Esd 3:12). En un principio, el lloro de todas estas personas quedó oculto en medio de los gritos de alegría popular: "Y no podía distinguir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz de lloro; porque clamaba el pueblo con gran júbilo" (Esd 3:13).
¿Por qué lloraban? Notamos que estas personas eran las de más edad, aquellos que habían visto y todavía recordaban el hermoso templo de Salomón. Aquel era un templo de una belleza tan extraordinaria que dejaba atónito a todo el que lo contemplaba. Una verdadera joya arquitectónica de un valor incalculable y de una fama universal. Y estas personas, al ver los cimientos que en ese momento se estaban echando, y los escasos recursos con los que contaban después de su regreso del cautiverio, se daban cuenta de que el templo que ahora iban a edificar no tendría ni punto de comparación con el esplendor del templo original y la gloria de esos días pasados. Todo esto hacía que el desánimo se estuviera apoderando de sus almas.
Y esta es la situación de fondo que encontramos en el capítulo 2 de Hageo. El asunto era grave, y Dios lo sabía, porque con un espíritu desanimado no se puede hacer la obra de la Casa de Dios. Es verdad que podían celebrar de forma rutinaria y mecánica los cultos, pero con el alma llena de amargura y tristeza, y en ese estado, es imposible hacer prosperar los intereses de la Obra de Dios y los asuntos de su Reino. Como muy bien expresó el poeta: "Muertos no son los que yacen solitarios en la tumba fría; / Muertos son los que tienen el alma muerta, y viven todavía".
Analicemos un poco más en detalle las razones de su desánimo:
1. Recordaban la gloria de los tiempos pasados
Los más ancianos entre ellos recordaban el atractivo y esplendor incomparables del templo de Salomón. La gente venía desde lejos para contemplarlo y admirar el júbilo con el que el pueblo de Dios celebraba sus cultos y ceremonias en un ambiente festivo lleno de alegría, música y cánticos. En medio de aquel hermoso templo los israelitas desbordaban entusiasmo y eso se podía ver en sus caras radiantes. ¡Esos sí que eran buenos tiempos! dirían aquellos ancianos que habían llegado a participar en alguna de aquellas celebraciones en el antiguo templo de Salomón. Pero en comparación con todo aquello, lo que les quedaba en el momento en que se encontraban, no era nada. Ya nadie vendría de lejos para ver el pequeño y ordinario templo que ahora estaban edificando. ¡Y qué decir de sus ceremonias y fiestas! Después de setenta años de cautiverio, los que habían regresado eran muy pocos en comparación con aquellos momentos de su pasado glorioso cuando las doce tribus de Israel se congregaban en Jerusalén. Así que, el desánimo empezó a propagarse como una plaga que rápidamente contagia a todos.
Ahora bien, como escribió el apóstol Pablo, "estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros" (1 Co 10:11). Y de hecho, la historia del pasado se repite una y otra vez en formas y circunstancias diferentes.
También hoy los viejos nos hablan de los tiempos pasados cuando en nuestro país las iglesias se llenaban y se respiraba un ambiente de verdadero ánimo y poder espiritual. Tiempos cuando la gente de afuera acudía con un genuino interés por escuchar la Palabra de Dios, impresionados por el tipo de vida que veían en los creyentes. Tiempos cuando con frecuencia había conversiones de las de verdad, cuando las iglesias se llenaban y la gente permanecía de pie porque tenían hambre de la Palabra. Pero ahora las cosas han cambiado. Somos pocos en la iglesia, los locales están medio vacíos los domingos (y no hablemos de los cultos entre semana), los cultos resultan rutinarios y siempre vemos las mismas caras. La gente de afuera ya no tiene interés, las conversiones son escasas y el bautisterio está lleno de telarañas.
Quizá nosotros podemos entender esta situación cuando asistimos a unas conferencias especiales en alguna parte. Allí, en medio de una multitud de creyentes procedentes de distintas partes, disfrutamos en un ambiente maravilloso de tiempos de alabanza y predicaciones que llegan hasta lo más profundo de nuestra alma. También es ocasión para hacer nuevas amistades y tener impactantes experiencias que hacen vibrar con alegría las cuerdas de nuestros corazones. Pero una vez terminadas esas conferencias especiales, regresamos nuevamente a nuestra pequeña iglesia local donde en comparación, todo parece apagado. Entonces nos inunda una sensación de desánimo y pensamos que lo único que nos queda es aguantar la situación. Pero, ¿es esa la solución?
2. Recordaban con tristeza sus propios pecados
Dios les había dicho con claridad que la razón por la que habían sido llevados en cautiverio, y por la que todavía seguían bajo la dominación de una gran potencia extranjera, era como consecuencia de sus pecados. Esto fácilmente puede producir una triste sensación de desánimo que nos llegue a paralizar.
La experiencia tampoco nos es extraña a nosotros. Tal vez el recuerdo amargo de tropiezos y pecados en nuestra vida personal, en nuestras relaciones con otros o en nuestro testimonio ante un mundo que nos observa sin perder detalle de todo lo que hacemos y decimos, ha logrado abatir nuestra alma y desanimar nuestro espíritu, debilitando nuestras fuerzas y poniéndonos prácticamente fuera de juego.
Cuando eso ocurre escuchamos insistentemente una voz dentro de nosotros mismos que nos atormenta diciendo: ¿Cómo te va a usar Dios en su Obra después de tantas veces como le has fallado? Lo mejor sería tirar la toalla y dejar que sean otros "más dignos" quienes hagan la Obra de Dios. ¿Es esta la solución?
3. Los enemigos de la Obra de Dios
Los judíos que habían regresado de su duro cautiverio pronto se dieron cuenta de que además de ser pocos y débiles, también estaban rodeados de numerosos enemigos a los que no les gustaba su presencia en aquel lugar. Y como ya hemos visto, hicieron todo cuanto pudieron para obstaculizar lo que ellos hacían para Dios.
Y nosotros también estamos rodeados de enemigos por todas partes. Son personas que con una pretendida sofisticación científica y mentalidad moderna nos miran con aires de superioridad riéndose de nosotros porque todavía creemos en el Dios Todopoderoso como el Creador y Dueño de este inmenso universo. Ellos tienen el control de los colegios, institutos y universidades, y ridiculizarán a cualquiera que se atreva a expresar su fe en el Dios de la Biblia. Y por ley han conseguido prohibir cualquier enseñanza acerca del origen del universo y de la vida humana que no sean las teorías del Big Bang y la evolución de las especies de Darwin. Y cualquiera que no acepte sus dogmas será tildado de antediluviano e ignorante. De hecho, serán considerados como mentes retrógradas que ponen en peligro el avance del saber humano. Uno de los más populares defensores de esta tendencia es Richard Dawkins, quien expresó con toda claridad lo que piensa de la fe cristiana: "El vicio principal de la religión es la fe. Fe es una creencia que no se basa sobre ninguna evidencia, y es por lo tanto uno de los peores males del mundo, comparable al virus de la viruela, pero mucho más difícil de erradicar". En otra ocasión dijo: "Se puede decir con total seguridad que si te encuentras con una persona que dice que no cree en la evolución, esa persona o es ignorante, o estúpida, o loca, o es una mala persona".
Las tácticas de estos enemigos del cristianismo son las mismas con las que se encontraron Esdras, Nehemías o Hageo en sus tiempos. Y esto es así, porque tanto entonces como ahora, quien está detrás de todas ellas es el diablo.
Veamos algunos ejemplos de lo que ocurrió en aquellos tiempos.
En (Neh 4:1-4) vemos que los enemigos de Dios no perdían ninguna oportunidad para burlarse de su pueblo a fin de desanimarles en la obra de reconstrucción. Y en (Esd 4:6-24) llegaron a conseguir que la obra se detuviera por medio de una serie de mentiras. Sin lugar a dudas, todo esto desanimaría a cualquiera. ¿Cuál es la solución?

La solución al desánimo

En primer lugar es importante señalar que la Palabra de Dios que vino a aquellas personas por medio del profeta Hageo siglos atrás, sigue siendo la misma que Dios dirige a nosotros en este día.
Notemos también que en medio de su desánimo, les reta (y nos reta a nosotros también) a esforzarnos, cobrar ánimo y trabajar (Hag 2:4).
Ahora bien, es probable que alguno piense que predicar sobre esto es muy fácil, pero como dice el refrán: "una cosa es predicar, y otra dar trigo".
Pero vamos a ver inmediatamente que lo que Dios dijo por medio de Hageo eran mucho más que palabras. Veamos algunas de las maravillosas declaraciones que Dios hizo.
1. "Yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos" (Hag 2:4)
Estaban desanimados porque la Casa era pequeña, ellos eran pocos y despreciados, y todo lo que hacían les parecía ordinario y de poco valor, pero debían escuchar algo muy importante: "Yo estoy con vosotros" les dijo el Señor.
El mismo Señor de la Casa estaba con ellos, y como muy bien dice el autor de Hebreos, "mayor gloria y mayor honra que la Casa, tiene el que la hizo" (He 3:3). Por lo tanto, ellos debían escuchar, reflexionar y creer esto. Tendrían que dejar que esa gloriosa verdad los envolviera y los elevara a las mismas alturas celestiales.
El Creador del inmenso universo con sus incontables billones de gigantescas galaxias estaba con ellos. El Señor de los vastos e invencibles ejércitos celestiales estaba con ellos. El Señor que controla el curso de la historia y el destino de las naciones estaba con ellos. En cada culto que celebrasen, por pocos que fueran, el Señor estaba con ellos. En sus pequeños intentos de dar testimonio de él, el Señor estaba con ellos. En toda pequeña obra de sus manos a favor de su Casa y de sus intereses en este mundo, el Señor estaba con ellos.
¿Acaso un templo muy grande, con mucha gente y mucha actividad podría animarles más que la misma presencia del Señor? Si eso fuera así, algo andaba muy mal, y tal vez, el problema de fondo fuera precisamente ese.
Y este mensaje sigue teniendo la misma vigencia también para nosotros en estos días. Es imprescindible recalcar la enorme necesidad que tenemos de recobrar la realidad de la presencia del Señor en nuestras propias vidas. De tener una nueva visión del Señor en toda su gloriosa majestad, un nuevo convencimiento de su cercanía, y una más auténtica e íntima comunión con él.
Alguien escribió una vez un libro que tituló: "La práctica de la presencia de Dios". Y cada uno de nosotros debemos preguntarnos: ¿Qué tal es nuestra experiencia práctica de la presencia del Señor en nuestras vidas?
Porque teniendo esta experiencia de la cercanía del Señor, entonces todo se transforma. Cada culto nos resultará precioso (haya mucha o poca gente), porque el Señor de la Casa está allí. Así lo prometió cuando dijo: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18:20).
El Señor está "con nosotros" y "por nosotros" (Ro 8:31). Algunos pueden pensar que está en algún punto distante del cielo, pero también está con nosotros, cerca, a nuestro lado, en medio nuestro.
¿Lo creemos? ¿Nos entusiasma la idea? ¿O lo repetimos simplemente como una especie de catecismo religioso que nos deja fríos? Si lo creemos y lo vivimos de verdad, entonces cada pequeño acto de servicio que pudiéramos hacer a favor de los intereses de Dios en este mundo, por muy ordinario y rutinario que pudiera parecer, cobrará una gloria especial, porque el Señor estará con nosotros en ese acto.
Pero sin esa experiencia vívida de la presencia de Dios con nosotros, nunca podremos edificar su Casa. De hecho, todo lo que pudiéramos llegar a hacer carecería de valor. Edificar la Casa de Dios sin el Dios de la Casa se convierte por fin en una mera rutina religiosa que termina desanimando y aburriendo a todo el mundo, hasta a Dios mismo.
Cuando el Señor Jesucristo vino a este mundo, observó que el pueblo estaba muy entusiasmado con el hermoso templo que el rey Herodes había edificado. La construcción había durado 46 años y el resultado final llamaba mucho la atención (Jn 2:20) (Mt 24:1). Ellos estaban muy animados con sus cultos, sus grandes fiestas, sus llamativas ceremonias, pero cuando llegó el Señor a su templo y dijo: "Os digo que uno mayor que el templo está aquí" (Mt 12:6), quedaron completamente indiferentes. Incomprensiblemente prefirieron las piedras y el oro del templo con sus espectaculares ceremonias, que al mismo Señor de la Casa. Una verdadera tragedia.
Y como consecuencia de esta actitud, el Señor llegó a repudiar ese templo: "He aquí vuestra casa os es dejada desierta" (Mt 23:38). Y no tardaría muchos años para "que no quedara piedra sobre piedra que no fuera derribada" (Mt 24:2). Exactamente ocurrió en el año 70 d.C.
En contraste con esto, los discípulos que creyeron en él, vieron al Señor después de su resurrección y oyeron y confiaron en su promesa cuando les dijo antes de ascender al cielo: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28:20). Y desde ese momento vivieron intensamente la realidad de la presencia del Señor cada día de sus vidas.
Ellos fueron hasta lo último de la tierra sacando de las rudas canteras de este mundo piedras vivas que formarían parte de la auténtica Casa de Dios, su Iglesia. Y un día será manifestada en toda su magnífica gloria, establecida en esta tierra por encima de todas las casas reales de este mundo, y su Reino estará sobre todos los gobiernos y poderes.
Es verdad que la tarea de predicar el evangelio a fin de edificar su Iglesia fue costosa y recibió mucha oposición. Sólo hay que leer el libro de los Hechos de los Apóstoles para ver la intensidad de la persecución que sufrieron por todas partes. Pero en medio de todo eso, ellos tuvieron una experiencia muy real de la presencia del Señor con ellos, dándoles un ánimo extraordinario y un coraje sobrenatural. Recordemos, por ejemplo, al apóstol Pablo cuando tuvo que comparecer en juicio ante el terrible emperador Nerón. Sus palabras nos llegan al alma: "En mi primera defensa, ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas" (2 Ti 4:16-17).
Y eso mismo es lo que han experimentado multitud de hombres y mujeres a lo largo de toda la historia. Y no se trataba de personas con un coraje y fuerzas sobrenaturales. Todo lo contrario; eran hombres y mujeres con sus temores naturales; abuelitos y abuelitas con pocas fuerzas físicas e intelectuales; jóvenes sin experiencia; jovencitas delicadas y tímidas, y hasta niños y niñas con una sencillez e inocencia que daba pena. ¡Cuántas historias heroicas nos quedan por conocer en el gran día cuando al final de la historia de este pequeño planeta Tierra, esas cosas se harán públicas desde las azoteas.
Pero no lo olvidemos; todo eso fue como consecuencia de la presencia del Señor de la gloria en sus vidas de una manera real y práctica. Subrayemos esto en nuestras mentes y corazones, porque es de suma importancia.
Veamos un ejemplo más que confirma lo que venimos diciendo. Cuando en (Hch 4:13) los apóstoles fueron interrogados y amenazados seriamente por el mismo tribunal que pocas semanas antes había condenado al Señor Jesucristo a la muerte, todos ellos se quedaron perplejos ante el evidente coraje de los apóstoles, de los que sabían que eran hombres sin letras y del vulgo. ¿Cuál era su secreto? Sus propios enemigos lograron verlo: "Reconocían que habían estado con Jesús".
Pero todas estas historias no tendrán ningún efecto en nosotros a no ser que aprendamos a estar con Él.
2. "Según el pacto que hice con vosotros" (Hag 2:5)
Pero, ¿que diremos del desánimo que produce una conciencia abatida por los fallos y tropiezos del pasado? Para saber cómo debemos contestar a esto es imprescindible fijarnos en la gran declaración que encontramos aquí:
(Hag 2:5) "Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis."
El pacto al que se refiere aquí lo encontramos en el libro de Exodo comenzando en el capítulo 19. Más tarde, ese pacto fue ratificado solemnemente con sangre ante todo el pueblo en Exodo capítulo 24.
Por medio de este pacto se forjó una relación especial, única y gloriosa entre el Soberano Dios del universo y esa pobre gente esclava, peregrina y despreciada por todo el mundo (Dt 7:6-7). Por medio de ese pacto, ellos llegarían a ser el especial tesoro de Dios (Ex 19:5). Esto les garantizaba la presencia de Dios con ellos, su bendición, provisión, guía y protección para siempre.
Ahora Hageo les recuerda este hecho: "Yo estoy con vosotros, dice el Señor, según ese pacto".
Pero en este punto alguien podría objetar que aunque el pacto fue ratificado, esto ocurrió antes de que el pueblo cometiera el terrible pecado de hacerse un becerro de oro del que dijeron que era su dios que los había sacado de Egipto (Ex 32:1-6). Todo esto fue un espectáculo realmente vergonzoso. Y quedaba claro que esta infidelidad implicaba el incumplimiento de las condiciones del pacto y la pérdida de todo derecho a las bendiciones arriba mencionadas. ¿Cómo podría Dios continuar estando con ellos si el pacto había sido roto?
Indudablemente ellos habían fracasado de una manera miserable, pero es maravilloso leer la historia que sigue. Porque en el capítulo 33 de Exodo, Dios renueva la promesa de que su presencia estaría con el pueblo a pesar de lo que habían hecho. Y en el capítulo 34 encontramos que el pacto es renovado.
Porque así es Dios. Nuestro Dios es un Dios de restauración. ¡Gloria a su Nombre! Y el libro de Hageo que ahora estamos estudiando forma parte de lo que los teólogos llaman "los profetas de la restauración". De hecho, Dios acababa de restaurarles nuevamente a su país de forma milagrosa a pesar de sus muchos fallos y fracasos. ¿No era eso prueba suficiente de que Dios todavía estaba con ellos? Y no sólo de una forma nacional, sino también de forma personal e individual.
Con esto mismo coincide lo que dijo el rey David en el (Sal 23:3) "Él restaura mi alma" (Biblia de las Américas). Y David entendía bien este tema. Él mismo había cometido un terrible pecado de consecuencias desastrosas. Por supuesto, sufrió la disciplina de Dios, y llegó a confesar su pecado con lágrimas y un verdadero arrepentimiento de corazón. Después de eso, Dios restauró su alma y su relación con él, de tal manera que a través de la historia, incontables millones de personas de todo el mundo han sido confortadas, estimuladas y grandemente bendecidas por sus hermosos Salmos, que de forma muy gráfica logran captar y reflejar toda la gama de experiencias que él tenía en su diario vivir con Dios. Y fueron escritas para que nosotros también, "por la paciencia y la consolación de las Escrituras tengamos esperanza" (Ro 15:4).
Nuestro Dios es un Dios de restauración. Esta es una verdad que atraviesa como un hilo de oro toda la Biblia. Es parte del mismo carácter de Dios. Como dice por el profeta: "Yo Jehová no cambio; por eso, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos" (Mal 3:6). Esta es una característica constante e inamovible de nuestro gran Dios.
Ya hemos visto lo que David decía al respecto, pero podemos ver también la experiencia del apóstol Pedro en el Nuevo Testamento. Este apóstol del Señor llegó a negarle públicamente con maldiciones y juramentos (Mt 26:69-74). Esto era realmente muy grave. Recordemos las palabras del Señor: "Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles" (Mr 8:38).
Después de esto, la relación de Pedro con el Señor había quedado hecha añicos. ¿Podría haber restauración para él después de una caída tan grande? ¿Podría el Señor volver a usarle en la obra de su Casa? Como ya sabemos, la respuesta es que sí que hubo restauración. Por supuesto, esto no pudo tener lugar hasta que Pedro se arrepintió y con profunda tristeza lloró por su pecado. Pero después de esto, no sólo hubo restauración de la comunión, sino que el Señor le encomendó que cuidará de su obra (Jn 21:15-17). Y efectivamente él llegó a cumplir con ese mandato. El libro de los Hechos de los Apóstoles, junto con las dos epístolas que escribió, dan testimonio de ello. ¡Y cuántas personas a lo largo de los siglos han recibido bendición e inspiración por su testimonio!
Cada uno de nosotros debemos tener presentes estos hechos cuando escuchamos la voz del enemigo de la Casa de Dios susurrándonos al oído que nosotros no somos dignos de trabajar en su Obra porque hemos fallado a Dios en muchas ocasiones. Estas grandes verdades que venimos considerando deben alentarnos cuando estamos desanimados y con ganas de tirar la toalla.
3. "Llenaré de gloria esta casa" (Hag 2:7-9)
Estos versículos nos hablan de un tiempo futuro cuando el Deseado de las naciones, el Mesías, irrumpirá por fin en la historia de nuestro desgraciado mundo. Será el momento cuando todos los que padecen injusticias, miserias, hambre, penas, privaciones, y cuantos sufren y gimen por un mundo mejor, verán sus deseos realizados. Verán un mundo totalmente transformado en cumplimiento de las hermosas profecías de Isaías, y dirán: "Este es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará" (Is 25:9).
Todo esto ocurrirá el día de la Segunda Venida en poder y gloria de nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo. En ese día, la Casa de Dios (la gran Casa real celestial) será manifestada aquí en la tierra en toda su magnífica gloria y poder. El Reino de Dios será establecido aquí sobre todos los reinos y gobiernos del planeta. En ese día nadie podrá detenerle ni oponerse. Y por fin habrá paz, dice Jehová de los ejércitos. Hermosa esperanza ¡Amén!
Ahora bien, es necesario notar una cosa importante en el pasaje que estamos estudiando. El versículo 8 dice que en ese día "Dios llenará de gloria esta casa". Y nosotros nos preguntamos: ¿Cómo puede ser eso posible, ya que el edificio que esa gente estaba edificando en esos momentos desapareció hace siglos y ya no existe?
Bueno, hay que decir que Dios sólo tiene una Casa. No necesita más. Y las diferentes Casas o templos que se edificaron en Jerusalén en distintos momentos de la historia, eran en realidad representaciones de la gran Casa real desde la que se dirigen todos los asuntos de este mundo allí en el cielo. Por esta razón, cuando Hageo hablaba en el versículo 3 del templo de Salomón, no se refirió a él como si fuera la primera de una serie de Casas que Dios tuviera en este mundo, sino de "esta Casa en su gloria primera". Y del mismo modo, cuando vuelve a hablar del futuro de esa Casa, no habla de ella como si fuera la última de una serie, sino que dice: "la gloria postrera de esta Casa".
¿A dónde nos lleva todo esto? Pues a la siguiente conclusión: Que el templo que ellos estaban reedificando con tanto esfuerzo, y que algunos veían como pequeño y ordinario, tenía una proyección futura y eterna que ellos no lograban percibir en esos momentos. Por lo tanto, lo que ellos estaban construyendo era, ni más ni menos, la gran Casa de Dios en su manifestación aquí en este mundo. O usando otras palabras que encontramos en el Nuevo Testamento: "Su trabajo en el Señor no era en vano" (1 Co 15:58). Y eso era así porque su trabajo tenía una trascendencia muy por encima del momento en el que se encontraban, porque apuntaba hacia un futuro eterno y glorioso en el que ellos tendrían plena participación (Dn 12:13) (Hag 2:23).
Y la lección para nosotros en el día de hoy es la misma. Puede que la iglesia local a la que asistimos nos parezca pequeña, ordinaria y poco atractiva. Que sus cultos no nos resulten inspiradores. Y creemos que no vale la pena esforzarnos por algo así, algo que de todas formas nadie parece valorar. ¿Estamos desanimados en medio de una situación parecida?
Pues entonces debemos reflexionar y tomar en serio las lecciones de este segundo mensaje de Dios por boca de su siervo Hageo. Al fin y al cabo, estas palabras fueron escritas y conservadas en la Biblia para nuestra instrucción y ánimo.
Debemos recordar que una iglesia local, independientemente de su tamaño, no es cualquier cosa. Es nada más y nada menos que "Casa de Dios" en toda su verdadera esencia y naturaleza.
Y en nuestra iglesia local Dios nos está ofreciendo el increíble privilegio de contribuir personalmente a la gloria de la gran Casa de Dios y tener parte en su maravilloso futuro en aquel día cuando su Reino sea establecido de manera visible en este mundo. Aquel día cuando el pecado desaparezca y todo sea restaurado a su gloria original.
Por lo tanto, nadie debe despreciar su iglesia local, sino como dice un antiguo himno: "Brilla en el sitio donde estés". No olvidando que nuestros actos en el mundo aquí tendrán una hermosa proyección allí en permanente gloria.
Ahora bien, cuidado porque Dios no admite chapuzas. Dios quiere lo mejor para su Casa. Miremos lo que nos dice el apóstol Pablo, el "perito arquitecto", en (1 Co 3:9-17). La obra mal hecha y con materiales pobres, será rechazada por el Señor. No tendrá una dimensión eterna. Será un trabajo en vano que desaparecerá para siempre.
Dios quiere los mejores materiales y el mejor trabajo. Un trabajo cuidadoso, costoso, esmerado y hecho con devoción e ilusión. Como bien dice otro antiguo himno: "Dad lo mejor al Maestro". Cualquier cosa menos que lo mejor sería insultarle a Dios.
¿Cómo edificaremos entonces?
En primer lugar, debemos edificar sobre el fundamento puesto por el apóstol Pablo y los demás apóstoles del Señor (1 Co 3:10). Es decir, sobre la Palabra de Dios, sus verdades, mandamientos, principios y prácticas que encontramos en ella. No sobre nuestras propias ideas, o las de la mayoría. Si queremos que nuestro trabajo tenga transcendencia y permanencia eterna, debemos prestar cuidadosa atención a los planos de construcción y seguirlos cuidadosamente.
Y en segundo lugar, debemos edificar con los mejores materiales: "oro, plata y piedras preciosas" (1 Co 3:12). ¿Dónde conseguimos esos materiales? Leamos lo que dice (Hag 2:8): "Mía es la plata y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos". Y (Ap 3:18) "Te aconsejo que de mí compres oro refinado". La iglesia de Laodicea a la que se le dijo esto último, era rica en lo material, pero pobre para con Dios (Ap 3:17). Tenían "en monedas de cobre, el oro de ayer cambiado", y a la gente de los tiempos de Hageo les ocurría lo mismo. Y otro tanto les ocurre a muchas personas en el día de hoy también.
Por lo tanto, ¿cómo conseguir ese oro refinado? Notemos que el único oro que vale para la Casa de Dios es el oro que tiene el Señor, por lo tanto hemos de "comprárselo" a él (Ap 3:18). Y, por supuesto, tiene su precio.
Ahora bien, no hemos de pensar en un precio económico. Por el contrario tiene que ver con un auténtico reconocimiento de todo el trabajo que hemos hecho mal, que hemos dejado a medias, o que simplemente hemos hecho sin ánimo ni verdadero celo. Es decir, debemos comenzar por un genuino arrepentimiento por todas aquellas ocasiones en las que no hemos servido a Dios con alegría y por agradecimiento (Ap 3:19).
Por otro lado, implicará tener una relación con el Señor que se note (Ap 3:20). Que lo notemos nosotros, que lo note el Señor y que lo noten también los demás.
Entonces nuestro trabajo para el Señor tendrá una dimensión de gloria eterna. "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (Ap 3:22).

Comentarios

Chile
  Jose Gallardo  (Chile)  (17/09/2023)
Dios le bendiga grandemente , este estudio fue de mucha bendición para mi vida , Dios siga añadiendo sabiduría y así sea de mucha bendición para los que a veces sentimos ese desanimo.
Estados Unidos
  Miriam Fernandez  (Estados Unidos)  (09/11/2021)
Excelente estudio sobre el desánimo con mucho discernimiento ,palabra bíblica y sobre todo muy bien explicado. Gracias quedé impactada y les aseguro que me fue de gran ayuda. Dios continúe añadiendo bendiciones a su vida.
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