Estudio bíblico: Dios requiere la santidad de su pueblo - Hageo 2:10-19

Serie:   Hageo   

Autor: Eric Bermejo
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Dios requiere la santidad de su pueblo (Hageo 2:10-19)

Al finalizar el mensaje anterior vimos que a Dios le desagrada que la obra de su Casa sea hecha sin técnica ni cuidado y usando materiales pobres. Ahora, en este tercer mensaje del profeta Hageo, veremos que el tema continúa, pero su enfoque se centra en las personas que hacían su obra. En resumen se podría decir que además de la técnica y los materiales empleados en la edificación de la Casa de Dios, también es igualmente importante que las personas que la realizan vivan de manera santa, porque Dios no admite cualquier tipo de servicio dentro de su Casa, por muy bueno que éste pudiera parecer.
Aquí el profeta se dirige especialmente a los sacerdotes que servían en su Casa, porque no eran personas limpias, sino inmundas. Ellos no vivían vidas santas y consagradas a Dios, vidas que reflejaran la pureza y belleza del carácter del Dios al que decían servir.
El hecho de que sus vidas fueran descuidadas en este sentido, originaba que todo lo que tocaban quedara ensuciado. Y por supuesto, esto desagradaba a Dios.
Es verdad que su trabajo podía parecer muy impresionante a los ojos de otros hombres, pero nunca sería reconocido por Dios ni tendría una transcendencia eterna en la gran Casa de Dios en ese glorioso futuro hacia el cual todos estamos viajando.

Dios requiere la santidad de su pueblo para servir en su Casa

Este es un mensaje central a lo largo de toda la revelación bíblica. Veamos cómo lo expresa el apóstol Pedro:
(1 P 1:15-16) ?Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.?
En realidad, Pedro estaba citando algo que estaba escrito en (Lv 11:44) y (Lv 19:2). Eran solemnes palabras que Dios había dicho a su pueblo después de que hubieran sido liberados de Egipto y estableciera con ellos una relación especial en el monte Sinaí (Ex 19:5-6).
El argumento es muy sencillo e intensamente lógico: si vamos a tener una relación con Dios, y vamos a trabajar con él en el progreso de sus intereses en este mundo, tendremos que ser como él es, es decir, tendremos que ser santos porque él es santo. Porque como bien dijo el profeta Amós:
(Am 3:3) ?¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo??

¿Qué es la santidad?

Ahora bien, la palabra ?santidad? no goza de muy buena prensa en nuestros días, y esto por varias razones. Para muchos es una palabra que huele a templos fríos y oscuros, a olor de cera e incienso, monjes con hábito negro y caras largas, cánticos gregorianos interminables, claustros húmedos e inhóspitos, procesiones medievales, celdas, flagelaciones, penitencias y tristeza. Y cuando la santidad se relaciona con este tipo de cosas, no es de extrañar que la gente huya de ella.
Pero inmediatamente debemos aclarar que cuando la Biblia habla de la santidad, no tiene nada que ver con todo esto. En realidad, lo que acabamos de decir es otra triste demostración de cómo la religión ha desfigurado las gloriosas verdades de la Biblia.
La santidad en la Biblia tiene que ver con la idea de ?belleza de vida?. Se trata de una belleza interior que está íntimamente relacionada con la belleza del mismo carácter de Dios. Y sigue siendo una verdad irrefutable que si todo el mundo viviese conforme a la letra y el espíritu de los Diez Mandamientos que Dios dictó en el Sinaí (que revelan su carácter y valores), entonces el mundo se convertiría en un paraíso que no tendría nada que ver con la pocilga en que lo hemos convertido por no tenerlos en cuenta.
Y a la luz del Nuevo Testamento, podemos decir que la santidad es la belleza del carácter y las virtudes de Cristo mismo. Una vida tan genuina, noble, transparente y ejemplar que ganó el corazón de los primeros discípulos, y de muchos millones más desde entonces. El apóstol Juan dijo: ?vimos su gloria? (Jn 1:14) y Pedro afirmó: ?Nos llamó por su gloria y excelencia? (2 P 1:3).
Pero no sólo los creyentes reconocemos este hecho, también hay multitud de incrédulos que no han tenido más remedio que admitir esto mismo, como por ejemplo el historiador W.E.H. Lecky, quien a pesar de ser ateo, escribió lo siguiente en su libro ?History of European Morals?:
Jesús ha sido a través de la historia, ?no sólo el ejemplo más elevado de virtud que ha existido, sino también el incentivo más poderoso hacia su práctica. Jesús ha tenido una influencia tan profunda, que se puede decir con toda certeza que el simple relato de sus tres breves años de vida pública ha hecho mucho más para regenerar y ablandar al género humano, que todas las disquisiciones de los filósofos, y todas las exhortaciones de los moralistas?.
Esta es la santidad y belleza de vida que Dios quiere reproducir en nosotros, y no la terrible caricatura que la religión ha creado. Es la belleza de vida que describía el autor de un antiguo himno:
Las virtudes de Cristo se vean en mí,
Su dulzura y amor — Su ternura y fervor,
Las virtudes de Cristo se vean en mí.

Tres ideas centrales

En los versículos 10 al 14 de este tercer mensaje de Hageo para el pueblo de Dios (en cualquier época), encontramos tres ideas centrales en relación con la santidad que Dios espera de su pueblo, y que como ya hemos visto, tiene que ver fundamentalmente con la idea de separación para Dios, de modo que se manifieste en nosotros el tipo de vida de Cristo, y que a su vez nos alejemos del estilo de vida del mundo. Y hay que aclarar que esto no es una opción para algunos creyentes ?especiales? que quieren avanzar un poco más en su vida cristiana, sino que es el requisito para todos aquellos que han nacido de nuevo por medio del arrepentimiento y la fe en Cristo.
1. Dios requiere de su pueblo vidas de auténtica santidad
Esta exhortación a la santidad no es exclusiva de Hageo, sino que constituye el eje central de la relación de Dios con el hombre y que encontramos a lo largo de toda la Biblia. Pero Hageo tiene que insistir en ello porque los israelitas que habían regresado de la cautividad estaban ignorando esta verdad fundamental.
Este es el duro mensaje que estos versículos recogen: ?este pueblo y esta gente delante de mí son inmundos, dice Jehová; y asimismo toda obra de sus manos; y todo lo que aquí ofrecen es inmundo? (Hag 2:13-14).
La situación era grave, porque en esas condiciones, Dios no podía aceptar el servicio que ofrecían en su Casa, y aún más, ?toda obra de sus manos? sería igualmente inmunda.
Esta verdad básica se apreciaba en la forma en la que el mismo templo había sido diseñado por Dios. Recordemos que antes de que los sacerdotes pudieran entrar al Lugar Santo en el tabernáculo, previamente tenían que pasar por dos muebles que estaban colocados en el atrio. Estos muebles eran el altar del holocausto, donde los animales eran sacrificados y su sangre ofrecida a Dios, y la fuente de bronce o lavacro, en donde los sacerdotes debían lavarse antes de presentar sus ofrendas.
Como sabemos, cada uno de los detalles acerca de la colocación de estos muebles tenía un profundo sentido espiritual y describían la forma correcta de acercarse a Dios. En realidad podríamos decir que desde la entrada del tabernáculo, hasta llegar al Lugar Santísimo donde se encontraba el arca, símbolo de la presencia de Dios, había un camino concreto que recorrer, y cada uno de los muebles allí presentes indicaban verdades espirituales que deberían ser respetadas.
Ahora bien, ¿cuál era el propósito del lavacro que había en la misma entrada del tabernáculo?
El Señor Jesucristo explicó el verdadero sentido de su simbolismo cuando en la última noche con sus discípulos en el aposento alto lavó sus pies. Lo podemos encontrar en (Jn 13:1-20).
No obstante, para entender correctamente el sentido de lo que allí estaba haciendo, es imprescindible que antes recordemos algunos detalles acerca de lo que ocurría en la antigüedad cuando los sacerdotes eran consagrados por primera vez. En aquel día ellos debían ser lavados con el agua del lavacro antes de ser vestidos con sus vestiduras sacerdotales. Un detalle importante a señalar es que en aquella ocasión debían lavar todo su cuerpo (Ex 29:4) (Ex 40:11-15,30). Este lavamiento completo sólo tenía lugar una vez en la vida del sacerdote. Era un rito que no se volvería a repetir. No obstante, a partir de ahí, los sacerdotes tendrían que lavarse la manos y los pies continuamente con el agua del lavacro cuando sirvieran a Dios en el tabernáculo (Ex 30:17-21).
A estos dos lavamientos hace referencia el Señor en el capítulo 13 de Juan. Notemos las palabras del Señor a Pedro cuando éste no se quería dejar lavar los pies por el Señor:
(Jn 13:10) ?Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos.?
Aquí claramente estaba dando a entender que los apóstoles (a excepción de Judas) ya estaban limpios porque habían sido lavados inicialmente: ?vosotros limpios estáis?. Esto hacía referencia al lavamiento inicial y único. No obstante, era necesario que dejaran que el Señor lavara sus pies, lo que hacía referencia a los lavamientos continuos que los sacerdotes realizaban en el tabernáculo antes de poder llevar a cabo su servicio allí.
Ahora bien, todos sabemos que el agua no tiene valor en sí misma para realizar la limpieza de los pecados, y de hecho, una vez más en este evangelio, era usada por el Señor de una manera simbólica. Pero ¿qué simbolizaba exactamente en este caso?
La respuesta nos la da el apóstol Pablo en (Tit 3:5-6). Allí dice que fuimos salvados ?por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador?. Por lo tanto, este lavamiento en agua hacía referencia a la obra del Espíritu Santo.
La lección principal detrás de este simbolismo es clara: Todos aquellos que quieran servir a Dios en su Casa tienen que haber sido regenerados por el Espíritu Santo en el momento de su conversión (lavamiento inicial y único), pero también tendrán que irse limpiando constantemente de la suciedad que tan fácilmente se nos va pegando a lo largo de nuestro peregrinaje por este mundo.
¿Cómo se efectúa en la práctica esta limpieza continua? Sólo es posible por medio de una estrecha comunión con el Señor por medio de su Palabra (Jn 17:17) (Ef 5:25-26). No hay otro camino.
Esta limpieza diaria es imprescindible. Notemos las solemnes palabras del Señor: ?Si no te lavare los pies, no tendrás parte conmigo? (Jn 13:8).
Esto quiere decir que aunque estuviéramos involucrados de lleno en la Obra del Señor, corriendo cada día de acá para allá envueltos en toda clase de actividades y admirados por todos los que nos observan, si no estamos colaborando seriamente con el Señor en esta cuestión de nuestra limpieza y santificación, si no estamos dejando que él forme su carácter en nosotros, entonces no aceptará nuestro trabajo. Quedará sin valor y no recibirá ningún tipo de reconocimiento por su parte en la gloria venidera que la gran Casa de Dios manifestará en este mundo en un día muy cercano. Este asunto es muy serio.
2. La santidad no se consigue por el contacto con las cosas sagradas y santas
Esto es lo que Hageo explica en los versículos 11 y 12. Por el contrario, la santidad sólo se consigue por medio de un contacto cercano y una comunión real e íntima con Dios.
Este había sido el propósito original de Dios cuando los sacó de Egipto. Recordemos sus palabras: ?Os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí? (Ex 19:4).
Es verdad que el Señor quería llevarles a una tierra que fluía leche y miel, donde había casas bien edificadas, árboles frutales, campos fértiles y toda clase de bienes, pero ese nunca fue el objetivo prioritario. Por encima de todo eso, Dios quería traerlos a él mismo, para tener una comunión única y especial con ellos.
Sólo de ese modo podrían cumplir la misión que como pueblo de Dios tenían: ?para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable? (1 P 2:9). Pero eso sólo es posible hacerlo cuando se conoce bien a Dios, y para ello, es necesario andar muy cerca de él. De otro modo, todo será en vano.
Por ejemplo, la asistencia a los cultos, colaborar en algún trabajo de la iglesia, fomentar amistades cristianas, leer religiosamente la porción bíblica diaria o asistir a reuniones especiales, todo eso, por sí solo, nunca puede producir la santidad.
La santidad no es algo que se aprende como una asignatura, ni es cuestión de gestos y formas. La auténtica santidad es el resultado de un contacto íntimo y diario con Dios. Eso es lo que Pablo les dijo a los Corintios:
(2 Co 3:18) ?Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.?
3. La inmundicia sí que se contagia por el contacto con las cosas impuras y sucias
A diferencia de la santidad, que no se ?contagia? por el contacto con las cosas santas, con la inmundicia ocurre todo lo contrario. Eso es lo que vienen a decir en los versículos 13 y 14.
Y nunca como hoy ha sido tan necesario un fuerte toque de atención en cuanto a esta terrible plaga, porque nuestra sociedad actual está siendo inundada de toda clase de impurezas, suciedades e inmoralidades con todas sus desastrosas consecuencias. Aunque puede ser cierto que también en otras épocas haya habido el mismo grado de inmundicia, lo preocupante es que en nuestra generación todo esto está al alcance de cualquier persona de una manera fácil y privada a través de la tecnología. Con sólo un click de ratón nuestros niños o jóvenes pueden acceder en internet a contenidos que antes quedaban reservados para personas adultas en sitios muy concretos. Por eso ahora nuestros hogares están siendo invadidos por la inmoralidad. Y todo esto tiene un increíble poder de captación y de corrupción. Muchos son los que están cayendo en sus sucias redes.
El llamado de Dios es hoy el mismo que el de los tiempos de Hageo. Recordemos las palabras del apóstol Pablo en (2 Co 6:17-18) haciéndose eco de lo que dijo Isaías siglos antes (Is 52:11): ?Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor. Y no toquéis lo inmundo, y yo os recibiré. Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos, dice el Señor Todopoderoso?.
¡Qué Dios nos ayude a tomar en serio este solemne aviso!

Una promesa de bendición (Hag 2:15-19)

Dios nos exhorta a ?meditar? en estas cuestiones (Hag 2:15,18), y a tomar nota de que él no había podido bendecir a su pueblo hasta ese momento por todas las razones expuestas anteriormente. En último término, el problema era el que con tristeza dijo Dios: ?no os convertisteis a mí? (Hag 2:17).
Pero a raíz de los mensajes de Hageo el pueblo había cambiado, y es entonces cuando Dios promete bendecirles: ?Desde este día os bendeciré? (Hag 2:19).
¡Cuán hermoso final! Así es nuestro Dios. Él desea bendecir a su pueblo. Por eso, promete hacerlo aun antes de que ellos pusieran piedra sobre piedra (Hag 2:15). Lo importante era que hubieran aceptado de corazón las exhortaciones de su Dios.
Y ese mismo Dios desea bendecirnos también a cada uno de nosotros, y lo hará si nosotros también tomamos en serio las exhortaciones de estos breves mensajes de Hageo, y si le buscamos de todo corazón. Dios nos bendecirá desde ese mismo día, aunque todavía no hayamos alcanzado el grado de santidad que Dios desea formar en nosotros. Y también nos usará en la obra de su Casa para bien y bendición de muchos otros.
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