Estudio bíblico: Se abre la puerta del Reino a los gentiles - Hechos 10:1-11:18

Serie:   Hechos de los Apóstoles (II)   

Autor: Ernestro Trenchard
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Reino Unido
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Se abre la puerta del Reino a los gentiles (Hechos 10:1-11:18)

Un momento trascendental

La separación de Abraham y de sus descendientes de entre las naciones según el proceso que se detalla en los capítulos 12 a 35 del Génesis, no obedeció a ningún acto de favoritismo de parte de Dios, sino a la necesidad de preparar un vaso que sirviera para contener y transmitir el conocimiento del Dios verdadero, allanando así el camino para la venida del Salvador, en medio de un mundo que se volvía en su casi totalidad a la locura de la idolatría. El fin del proceso había de ser la bendición de todas las familias de la tierra (Gn 12:3) (Dt 7:6-8) (Am 9:7). La necesaria barrera se erigió mediante las promesas especiales hechas a Abraham, junto con el pacto y el rito de la circuncisión (Génesis 12, 15 y 17). Pensemos también en la prohibición posterior de casarse con mujeres extranjeras, en las experiencias del pueblo en Egipto, en el Éxodo, en la entrega de la Ley, en el sistema levítico y en las "costumbres", entre las cuales se destacaban la prohibición de comer la carne con sangre, o sacrificar animales ceremonialmente inmundos. Una y otra vez los mismos israelitas habían abierto brechas en la pared intermedia por su constante propensión a la idolatría —la fornicación espiritual del Antiguo Testamento—, que no se curó hasta después del cautiverio babilónico. Tal falta de separación arruinaba su testimonio al único Dios verdadero y a su plan de Redención (Sal 80:8-16) (Is 5:1-7). Por otra parte, a pesar de las admoniciones de Moisés y de los profetas, se consideraban superiores a los demás pueblos por el hecho de su elección, despreciando a los "incircuncisos" y aborreciendo sus costumbres, sobre todo después de conseguir una separación externa más perfecta después del cautiverio.
Huelga explicar que los hijos carnales y desobedientes de Abraham nunca podían disfrutar de las bendiciones espirituales de la promesa que dependían de la sumisión y la fe, pero nunca faltaba una simiente santa —el resto fiel— que mantenía enhiesto el testimonio en medio de la nación en gran parte apóstata. Más tarde, Pablo había de explicar que dos clases de personas podían ser consideradas como "hijos de Abraham": los circuncidados que andaban en las pisadas de fe de Abraham, y aquellos que, no habiendo conocido la Ley, participaban, no obstante, en la fe del patriarca (Ro 4:12-17); compárese con el argumento de (Ro 9:6-8).
Para la formación de la Iglesia, pueblo espiritual de Dios, fue preciso derribar la "pared intermedia de separación" (Ef 2:11-18), pero es una solución demasiado simplicista creer que desde aquel momento Israel, como nación escogida, desaparece de los consejos de Dios. Históricamente no ha desaparecido, sino que, por un milagro etnológico, persiste como raza aparte hasta el día de hoy. Si un judío se convierte, ingresa en la Iglesia, perdiendo con ello su carácter judío en el sentido religioso; pero el mismo acto de separación manifiesta muy a las claras la existencia del pueblo del cual ha salido. Proféticamente quedan muchas predicciones y promesas por cumplir que se garantizaron a la simiente de Abraham por reiterados juramentos de Dios y que en manera alguna pueden aplicarse a la Iglesia sin hacer violencia a toda norma exegética, entregándose el comentarista a las fantasías de la "espiritualización", que es igual si se llama así, o si se emplea el término moderno de la "idealización", o la "sublimación".
Muchos lectores de la Biblia conceden la debida importancia al descenso del Espíritu Santo en Jerusalén, pero pasan muy por encima el gran acontecimiento de Cesarea que se narra en este capítulo. Desde luego, no hemos de restar importancia al gran suceso del Día de Pentecostés, que comentamos ampliamente en su lugar, pero sí queremos subrayar la relevante importancia del descenso del Espíritu sobre creyentes gentiles en la casa de Cornelio en Cesarea, ya que los fieles de entre las naciones llegan a participar plenamente en cuanto significaba el Día de Pentecostés, e ingresan en el Reino y en la Iglesia en igualdad de condiciones con los judíos. El capítulo 10 es una especie de extensión del capítulo 2, dando alcance universal a lo que sucedió tan maravillosamente cuando el Espíritu Santo cayó sobre los ciento veinte en el Cenáculo y sobre los tres mil creyentes después. Recordemos que ningún israelita negaba que un gentil podía ser salvo, siempre que dejara de ser gentil en el sentido religioso, pasando por la "puerta" de Israel por medio de la circuncisión, por un acto de bautismo por inmersión y por ponerse bajo el sistema legal. En este capítulo llegamos a la etapa del desarrollo del plan de Dios que había de ser en grado sumo una piedra de tropiezo para los judíos: los gentiles, igual que los judíos, habían de entrar en el Reino de Dios sólo por medio del arrepentimiento y la fe. Los judíos habían de "rebajarse" para aceptar las consecuencias de su condición de pecadores —que exigía la Redención que se ofrecía en Cristo—, mientras que los gentiles no necesitaban para nada el sistema judaico para salvarse de igual manera (Hch 11:15-17) (Hch 15:7-9) (Ro 3:22,27-30) (Ga 2:14-17). Se cumple la verdad germinal que ya anunció el Buen Pastor: "Yo soy la puerta; el que por mí entrare será salvo..., también tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un Pastor" (Jn 10:8,9,16).
Los instrumentos y las circunstancias se detallan en este capítulo. Las providencias del Señor, la intervención angelical, la voz interna del Espíritu, la manifestación de la plenitud del Espíritu en los creyentes gentiles: todo combina de forma tal que la voluntad de Dios queda claramente manifestada. El cristianismo adquiere su verdadero carácter universal y se marca otro hito en el camino hacia la predicación mundial de las Buenas Nuevas. Pablo, el instrumento escogido, medita, ora y se esfuerza en Cilicia. Pronto podrá entrar por la puerta que había de abrir Pedro, el portavoz de los Doce, el que disponía de las llaves del Reino de Dios en la tierra, siendo la "llave" la palabra de Dios en su boca, inspirada por el Espíritu, y confirmada por la maravillosa combinación de circunstancias que hemos de considerar a continuación.

La preparación de Cornelio (Hch 10:1-8)

1. La persona de Cornelio (Hch 10:1,22)
La unidad fundamental del ejército romano era la legión de 6.000 soldados que se dividía (por lo menos teóricamente) en diez cohortes de 600, encabezadas por tribunos. Una sexta parte de la cohorte constituía una compañía bajo el mando de un centurión, que llevaba las responsabilidades de un capitán de los ejércitos modernos, pero, habiendo ascendido de las filas, su categoría social correspondía más bien a la de un sargento. La eficacia de las legiones romanas dependía en gran parte de la prudencia, la experiencia, la fidelidad y el valor de los centuriones. Parece evidente que Cornelio —centurión de un cuerpo afamado (la cohorte llamada la Italiana) y ciudadano romano con toda probabilidad— tenia medios económicos más amplios y una consideración social más elevada que lo que normalmente correspondía a los oficiales de su clase (Hch 10:7,8,22,24). Es notable que todos los centuriones que se mencionan en el Nuevo Testamento son personas dignas y varios de ellos dan muestras de discernimiento espiritual.
Era "piadoso y temeroso de Dios" (Hch 10:2), frase que indica que pertenecía religiosamente a la clase de los "temerosos de Dios", quienes, sin dar el paso decisivo de la circuncisión, frecuentaban las sinagogas, escuchaban la Palabra de Dios y limitaban sus costumbres de comer y beber hasta el punto de no escandalizar a los judíos, hallando en el Antiguo Testamento la pureza moral y el elevado monoteísmo que faltaban por completo en su medio ambiente pagano.
Cornelio no sólo aceptaba la posición de "temeroso de Dios" como norma externa, sino que se entregaba a la oración privada, especialmente a la sagrada "hora de nona", la hora del sacrificio vespertino. Siendo rico, podía y quería desprenderse de lo suyo en bien de los pobres, pensando especialmente en los de Israel, lo que le había dado su buena fama por toda la nación (Hch 10:2,22). Llega a ser el ejemplo por excelencia de los gentiles que buscaban a Dios, de quienes dice Pablo en (Ro 2:7-11): "(Dios da) vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria, honra e inmortalidad... pero gloria, honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios" (Hch 10:34-35). No se salvaba por las oraciones ni por las buenas obras, pero éstas daban prueba de su determinación de buscar a Dios y hacer su voluntad, lo que hizo posible que Dios bendijera por medio de Cristo, según el principio universal: "el que busca, halla".
2. El testimonio de Cornelio (Hch 10:7,24)
Cornelio no se contentaba con buscar la verdad y la vida por sí mismo, sino que influyó poderosamente en ciertos miembros de su casa que también temían a Dios; es de suponer que participaban en su fe y su esperanza no sólo el ordenanza suyo, sino también los dos criados domésticos que envió a Jope, pues se les ve completamente identificados con la intención y propósito de su jefe. La posición de Cornelio como centurión, además de la fama de recios y duros que tenían los oficiales de su clase, hace resaltar aún más esta dulce y piadosa influencia suya en el hogar. No sólo eso, sino que la compañía de parientes y amigos íntimos que pudo reunir en su casa para escuchar a Pedro (Hch 10:24) constituía evidencia palmaria de que había sabido extender su influencia en un círculo numeroso en Cesarea por medio de su palabra y vida. Esta piadosa compañía toma aquí el lugar de los ciento veinte en el Día de Pentecostés y el atrio de la casa de Cornelio corresponde al aposento alto en Jerusalén, pues sobre aquellos hombres (y mujeres probablemente) cae el Espíritu Santo en esta "extensión del Día de Pentecostés".
3. La visita del ángel (Hch 10:3-8)
Al hacer comentarios sobre la guía que recibió Felipe al ser enviado al etíope, notamos que los mensajes angelicales solían complementar los impulsos internos del Espíritu Santo, y la divina "conveniencia" de esta guía doble (juntamente con la de otra clase de visión) se echa de ver también en este capítulo. La hora de la visita correspondió a la hora de oración al sacrificarse el holocausto de la tarde en el altar del Templo, cuando también se quemaba incienso en el altar de oro delante del Velo (Lc 1:8-13). Mas tarde Cornelio describe al ángel como "un varón en vestidura resplandeciente": impresión que concuerda bien con las descripciones de parecidas apariciones angelicales tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (Lc 24:4) (Hch 1:10).
4. El mensaje del ángel (Hch 10:4-6)
Absorto en sus oraciones —¿pedía más luz sobre su camino?— Cornelio se sorprendió al oír pronunciar su nombre en un tono que se diferenciaba del de toda voz humana; levantando la cabeza, vio claramente al ángel de Dios, al "varón en vestiduras resplandecientes". Sintió el temor natural ante una manifestación de poderes celestiales, y podemos pensar que el ángel trajera consigo algo del ambiente del Cielo que produjera un efecto más que magnético sobre un hombre que se hallaba todavía en el cuerpo. La respuesta al llamamiento fue muy natural: "¿Qué es, Señor?", Oyó de la boca del ángel que sus oraciones y limosnas, presentadas de un corazón sincero, habían subido cual incienso del altar de oro delante de Dios, hablando un lenguaje de adoración y de súplica más elocuente que toda petición meditada y pronunciada retóricamente. Pedía luz sobre el camino, no tanto por las palabras que pronunciaba en la presencia de Dios —que no faltarían— sino por la actitud de toda su vida. En las Escrituras los ángeles no son figuras decorativas, motivos de vagos sentimientos religiosos, sino mensajeros de Dios que dan sus breves instrucciones a los hombres y pasan en seguida a otros servicios.
Si se nos permite la expresión, parece ser que están dotados de un gran sentido práctico. Aquí el mensajero celestial consuela a Cornelio y procede en seguida a señalarle la manera de ponerse en contacto con Pedro, que había de ser el siervo que iluminara su mente y su corazón de parte de Dios: "Envía, pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón... Pedro; es huésped de otro Simón, curtidor, que tiene su casa junto al mar". Las señas son completas, como si se tratara de enviar una carta por correo: "Sr. D. Simón Pedro, en casa de Simón Curtidor, Paseo Marítimo, Jope". Habiendo dado las señas del mensajero que había de continuar la tarea de guiar a Cornelio a toda verdad, el ángel se fue en seguida.
5. La pronta obediencia de Cornelio (Hch 10:7-8)
Cornelio no perdió tiempo recordando la maravilla de la visita angelical, sino que se sintió movido por el mismo sentido práctico que había caracterizado al mensajero de Dios. Lo importante era conocer la verdad, y ya tenía las señas completas del siervo ordenado por Dios para comunicársela. "Envía hombres a Jope", había dicho el ángel, y "en cuando se fue el ángel, Cornelio llamó a dos criados suyos y a un ordenanza piadoso y, habiéndoles explicado todo, los envió...". ¡Que buena es la obediencia pronta y exacta cuando Dios nos hace saber su voluntad! Como el otro piadoso centurión de (Mt 8:9), sabía lo que suponía estar bajo autoridad y reaccionó con la presteza de un militar disciplinado.

La preparación de Pedro (Hch 10:9-16)

1. Pedro como "vaso de elección"
Nos atrevemos a aplicar al portavoz de los Doce la designación de Pablo que el Señor comunicó a Ananías: "vaso de elección" o, en lenguaje más corriente, "el instrumento escogido", ya que por nombramiento divino él, y sólo él, fue el llamado para abrir la puerta del Reino a los gentiles. No podía ser otro por las razones siguientes:
a) Al bendecirle después de su confesión de Jesús como el Mesías, el Hijo del Dios viviente, el Maestro le había dado las "llaves" del reino de los cielos en la tierra (Mt 16:16-20). Por la Palabra de Dios en su boca había de "atar" y "desatar": cosa que había hecho ya en el Nombre de Cristo en Jerusalén, y ahora ha de repetir en Cesarea, ciudad predominantemente gentil. La comisión del Maestro concretó un propósito eterno en cuanto a este siervo de Dios.
b) El que abriera la puerta a los gentiles no podía ser judío helenista, so pena de caer bajo sospecha de seguir sus propias inclinaciones a favor de sus compañeros de lengua. Tampoco pudo ser un judío celoso de la Ley, que no sería instrumento apto para establecer los primeros contactos con creyentes gentiles sobre el fundamento único y común de Jesucristo. Había de ser un buen judío ortodoxo, guardador hasta aquella fecha de las costumbres de la nación, y, a la vez, un siervo de Dios suficientemente experimentado para poder distinguir la guía del Señor y dar el tremendo paso de llevar el Evangelio a la gentilidad.
c) Veremos que a Pedro le repugnaba aún "lo inmundo", pero, a la vez, sus contactos con judíos de la Dispersión, con los samaritanos, con grupos de creyentes en pueblos predominantemente gentiles, le habían "ablandado" hasta el punto de que cediera cuando Dios le enseñara claramente que era su voluntad que entrara en una casa gentil. Ya hemos visto que un hebreo muy estricto apenas se habría hospedado en la casa de un curtidor.
d) Además, Pedro era hombre de gran corazón, apto para sentir las "compasiones de Cristo" al percibir el angustioso gemido del inmenso mundo gentil.
2. La preparación por la oración (Hch 10:9)
Pedro sentía profundamente las responsabilidades de su cargo apostólico, e insistía en que él y sus compañeros habían de atender de continuo a la oración y al ministerio de la Palabra (Hch 6:2,4). De acuerdo con este ministerio de oración y de intercesión, se había retirado a la azotea de la casa del curtidor a la hora de sexta (mediodía). No era una de las horas fijadas para la oración en el programa religioso judío, pero hay noticias en el Antiguo Testamento de hombres piadosos que oraban tres veces al día, con mención del mediodía (Sal 55:17) (Dn 6:10). Pedro tenía delante, además, el ejemplo del Maestro, que se apartaba para la oración en numerosas ocasiones y mayormente cuando se acercaban momentos de crisis. Es probable que Pedro presentía la proximidad de acontecimientos cruciales aún escondidos en el seno del porvenir, deseando prepararse para ellos en la presencia de Dios.
3. La preparación por medio de la visión (Hch 10:10-16)
El hambre de Pedro. Seguramente le molestaba a Pedro el hambre que sintió tan inoportunamente al disponerse a orar, pero tal fue la necesidad que le apremiaba que no tuvo más remedio que pedir que le preparasen algo para comer. Todo tenía su parte en el plan, pues, al esperar las vituallas, le sobrevino un éxtasis, con su correspondiente visión, que, en el plano psicológico, se relacionaba con sus ganas de comer. Cuidemos mucho, sin embargo, de no buscar causas naturales que "expliquen" la visión, puesto que es Dios quien ordena todas las circunstancias y predispone a su siervo para la debida comprensión del mensaje por medio de su hambre física y la visión que surgió de ella.
El éxtasis y la visión. La voz castellana "éxtasis" corresponde exactamente a la griega y significa un estado psicológico que supera la razón normal. Un hombre está "fuera de sí" en sentido bueno, ya que puede recibir mensajes divinos. Desde luego puede haber éxtasis que corresponden a estímulos satánicos también, pero de ellos no tratamos aquí. La visión (Hch 10:17) es "horama" en el griego, que significa "algo visto", con referencia en general a una visión que trasciende la vista normal. El estado de éxtasis hizo posible que Pedro viera la visión.
El gran lienzo que descendía (Hch 10:11). Quizá la vista de Pedro había descansado anteriormente con interés y deleite en la gran vela latina de algún barco que entraba o salía del puerto, cogida por las puntas en el aparejo, e hinchada por la brisa marítima. En su éxtasis la vela se había transformado en el "gran lienzo" cogido por las puntas que descendía del cielo abierto: garantía del origen divino del mensaje que simbolizaba. Pero las ideas del "lienzo", y del "hambre" se confunden, pues el extraño vaso se halla lleno de toda clase de animal, reptil y ave. Algunos de aquellos animales serían limpios según las disposiciones de Levítico 11, siendo rumiantes con la pezuña dividida, mientras que otros pertenecían a las categorías prohibidas. Una Voz, que Pedro reconoció como la de su Maestro, le dio el sorprendente mandato de matar aquellos animales para satisfacer su hambre: cosa que repugnaba al judío ortodoxo, no sólo porque se trataba de una mezcla de animales limpios e inmundos, sino por la imposibilidad de sacrificarlos de la forma llamada "kosher" que no deja sangre alguna en la carne. La reacción de Pedro es típica del hombre y no se hace esperar: "Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás" (Hch 10:14); compárese con la protesta de Pedro en (Jn 13:8). La Voz reprendió tanto la desobediencia (en el desarrollo de la visión) como la actitud que revelaba, pues: "Lo que Dios limpió, no lo llames tu común". La triple reiteración del descenso y de la declaración subrayó el carácter categórico del mensaje divino.
"Lo que Dios limpió..." (Hch 10:15). Esta declaración merece detenido estudio, pues sirve de clave para la comprensión de todo el incidente. Las distinciones entre los animales limpios (que se podían comer si se sacrificaban según las reglas ceremoniales) y los inmundos, había servido de lección útil para los israelitas en el régimen preparatorio, pues les hacía ver la necesidad de disciplina y de obediencia, sin dejar de tener una importancia higiénica en días cuando no eran posibles las precauciones modernas del matadero. Los fariseos, siguiendo la tradición de los Ancianos de Israel, habían añadido la regla de no comer sin antes lavarse ceremonialmente las manos (Mr 7:3), recalcando hasta tal punto el valor externo de las costumbres que dejaban de percibir muchas de las hondas lecciones de la Ley. Al reprender su hipocresía, el Señor —y es Pedro que lo hace constar por la pluma de Marcos—, declaró que nada que entraba en el cuerpo del hombre podía contaminarle, ya que pasaba por los procesos fisiológicos, sin tocar la parte moral. Lo grave era lo que salía del "corazón": sede de los afectos, deseos y de la voluntad. Marcos, al dictado de Pedro, y en fecha posterior al acontecimiento de Cesarea, añade este comentario a las enseñanzas del Señor: "Dijo esto declarando limpias todas las viandas" (Mr 7:19). En Cristo se ha pasado de lo externo hasta lo interno, donde se manifiesta lo que es el hombre y donde se decide (por su actitud frente a Dios) lo que ha de ser su destino eterno.
La frase "lo que Dios limpió" tiene por fondo y base la Cruz, donde se cumplieron las sombras pasadas, expiándose todo pecado y toda impureza moral. En la aplicación, Pedro tuvo que trasladar tan profundo principio, declarado con inusitada solemnidad, a la esfera de los hombres, y, ayudado por la Voz del Espíritu y por la luz que brotaba de la coordinación de las providencias de Dios, llegó a hacerlo perfectamente, a pesar de su protesta original, pues en presencia de Cornelio declaró: "Dios me ha mostrado a mí que a ningún hombre llame común o inmundo". El mandato (traducido en toda su amplitud) había sido: "Lo que Dios limpió, no tienes que seguir tratándolo como algo común (sin utilidad en el plano divino)", y Pedro, al ver la compañía de gentiles en la casa de Cornelio, comprendió que había purificación para todos los hombres por la Sangre de Cristo, de modo que los sumisos podían entrar en el Reino, fuesen judíos o gentiles.

La gran decisión de Pedro (Hch 10:17-24)

1. Perplejidad y reflexión (Hch 10:17-18)
Del modo en que Saulo tuvo que cambiar todo su modo de pensar en cuanto a Jesús de Nazaret, Pedro lo hubo de hacer en esta ocasión con referencia a su modo básico de pensar, que tenía por centro la obra de Dios por medio de Israel según se revelaba en su historia, la Ley, los sacrificios y costumbres. No es fácil para nosotros adentrarnos en su mente y comprender su perplejidad al tener que rectificar normas que, hasta entonces, le habían parecido sagradas e inalterables, a pesar de vislumbrarse el cambio en germen en las enseñanzas del Maestro. La nueva luz se enfocaba sobre todo en el gran Acto de purificación, y no dudamos de que Pedro ya empezaba a discernir el valor infinito y universal del Sacrificio de la Cruz.
2. La coordinación de las obras de Dios y la Voz del Espíritu (Hch 10:17-20)
El sabio predicador había escrito: "cordón de tres dobleces no se rompe pronto" (Ec 4:12), y Dios concedió a Pedro una cuerda testifical irrompible, compuesta de tres hebras: la visión, la coordinación de sus providencias y la voz interna del Espíritu Santo. Mientras que reflexionaba sobre la visión, aún perplejo en cuanto a su significado, los mensajeros de Cornelio empezaron a preguntar por él delante del postigo de la casa. Al resonar sus voces —oyéndose fácilmente desde la azotea— se hizo oír otra Voz dentro del ser del apóstol: "He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende, y no dudes de ir con ellos, porque YO los he enviado" (o "sin dudar de que yo les haya enviado"). El YO es enfático, y Dios hace oír su Voz directamente, confirmando con gran solemnidad lo que iba revelando por medio de visiones preparatorias y por la coordinación de los movimientos de los hombres, que se ajustaban exactamente al programa divino. Como dijera Pedro después de completar toda la evidencia: "¿Quién era yo para que pudiese resistir a Dios?".
3. La obediencia y la decisión de Pedro (Hch 10:21-24)
Seguramente Pedro había de seguir reflexionando mucho sobre los acontecimientos de aquel día, sometiendo las lecciones de su experiencia a la luz de las Escrituras y a la de las enseñanzas de su Maestro, volviendo aún a tropezar en un punto relacionado con la comunión entre judíos y gentiles (Ga 2:11-21); pero la "perplejidad" había desaparecido, y empezó a obrar con el pleno conocimiento de que las antiguas barreras entre judíos y gentiles en el ámbito del Reino se habían derrumbado. No sólo bajó la escalera externa de la casa —que le llevaría directamente desde la azotea al postigo— con el fin de preguntar a los mensajeros el por qué de sus voces, sino que, enterado de la causa, que no pudo por menos que relacionar con la revelación de la voluntad de Dios que acababa de recibir, hizo entrar a los gentiles y los hospedó. Antes de entrar él como huésped en la casa de Cornelio, ya había quebrantado la "costumbre" por recibir a tres gentiles en la casa donde él se hospedaba.
El mismo espíritu de obediencia a lo revelado por Dios le hace ponerse en camino con los tres mensajeros el día siguiente, encaminándose a Cesarea para dar el Evangelio a una compañía de gentiles: una distancia de como 48 Km. por la costa en dirección norte.
Los "cuatro días" que formaron el marco temporal de estos acontecimientos, según la referencia de Cornelio en (Hch 10:30), son "inclusives", y los occidentales contaríamos tres días justos: a) Cornelio recibió su visión a la hora novena, o sea, a las tres de la tarde, y envió a sus siervos en seguida en dirección a Jope, pasando ellos la primera noche en el camino. b) El segundo día Pedro recibió su visión en la azotea a la sexta hora (a mediodía) y en seguida después llegaron los mensajeros a la casa de Simón el curtidor. Pedro les hizo entrar, y pasaron la segunda noche en su lugar de hospedaje en Jope.
c) El día siguiente (a una hora no determinada) partieron, juntamente con algunos hermanos de Jope, hacia Cesarea, pasando la tercera noche en ruta, para llegar a la casa de Cornelio a las tres de la tarde, justamente tres días después de la visión angelical que dio principio a la cadena de sucesos que venimos considerando.
4. La prudencia de Pedro (Hch 10:23,45) (Hch 11:12)
El apóstol sabía muy bien que si le había costado tanto comprender la lección tan claramente destacada por Dios, a otros hermanos celosos de las costumbres de sus padres, que no habían pasado por su experiencia, les costaría más aún. Por eso se proveyó de testigos sacados de entre los creyentes de Jope (circuncidados, desde luego) quienes podían enterarse paso por paso de lo que Dios iba revelando y obrando. Tal testimonio le sería de inapreciable valor al dar cuenta de sus hechos ante los hermanos de Jerusalén (Hch 11:12), y nosotros podemos aprender la lección de que la obediencia que debemos a toda revelación divina no excluye la prudencia al darla a conocer ante quienes quizá se hallan atados aún a tradiciones respetables que no pueden soltar en un momento dado. Un testimonio conjunto de hombres piadosos constituye también "las tres hebras" de una cuerda testifical que no se rompe fácilmente.

El encuentro entre el apóstol y los gentiles (Hch 10:24-33)

1. La preparación espiritual de Cornelio y de sus amigos (Hch 10:24,33)
"Y Cornelio les estaba esperando, habiendo convocado a sus parientes y a los amigos íntimos"... "Todos nosotros estamos aquí, en la presencia de Dios, para oír todo lo que el Señor te ha ordenado". El piadoso centurión no había perdido el tiempo durante los tres días de espera, sino que había comunicado a su círculo de siervos y amigos (que ya escuchaban la Palabra del Antiguo Testamento) que había de llegar un enviado de parte de Dios a fin de completar el mensaje. Su corazón anhelaba la luz que sabía que recibiría y había sabido expresar su esperanza de tal forma frente a sus parientes y amigos que todos se hallaban congregados con el solo propósito de recibir la Palabra de Dios por boca de Pedro. El apóstol no había de hallar oposición alguna en un ambiente tan distinto en lo externo de aquel que conocía, sino almas sedientas del agua de vida, dispuestas a someterse a la revelación que anhelantes esperaban.
2. Un centurión romano a los pies de un pescador galileo (Hch 10:25)
La palabra griega "proskuneo", traducida por "adorar" en (Hch 10:25), significa un acto de homenaje y de reverencia ante una persona reconocida como superior, que pasa a significar "adoración" cuando el hombre se postra delante de su Dios. Cornelio era monoteísta inteligente que no había de tributar a Pedro lo que correspondía a Dios; sin embargo, sentía profundamente la superioridad de un mensajero señalado por Dios, en cuya boca se hallaba la revelación divina, frente a él mismo, un gentil que había de recibir la verdad anhelada del apóstol. El hecho de que Pedro rechazara la reverencia, alzándole y diciendo: "Yo mismo también soy hombre", no anula el sentido profundo de la escena, ya que Cornelio era un romano rico, representante de las legiones del Imperio —la fuerza mayor en la esfera humana de aquella época—, mientras que Pedro era pescador, oriundo de la provincia algo despreciada de Galilea, hablando hasta el arameo con acento norteño (Mt 26:73), y seguramente manejando el griego defectuosamente.
Las categorías del Reino invierten los términos de la sociedad humana, siendo primeros los últimos y ensalzados quienes se humillan. Cornelio comprendió que la Palabra de Dios en la boca de Pedro se revestía de potencia infinitamente mayor que la de los decretos del César.
3. Explicaciones mutuas (Hch 10:26-33)
Pedro explica lo difícil que era para un judío ortodoxo entrar en relaciones personales, aparte de asuntos de negocio, con los gentiles: dificultad que estribaba mayormente en las leyes de alimentación, ya que cualquier comida en la casa del incircunciso podría ser "abominación" para el judío religioso, ansioso de no quebrantar las costumbres de su pueblo. Cornelio explicó la visitación angélica, terminando su relato con las palabras que ya hemos meditado: "todos estamos aquí, en la presencia de Dios, para oír todo lo que el Señor te ha ordenado".

El discurso de Pedro (Hch 10:34-43)

1. Los gentiles oyen el "Kerugma"
El lector haría bien en volver a leer el resumen de los puntos principales de la proclamación apostólica que señalamos antes de comentar el discurso de Pedro en el Día de Pentecostés. Verá que los mismos temas se tratan cuando el apóstol proclama las Buenas Nuevas delante de gentiles, pero, como es natural, la referencia al testimonio profético es mucho más breve.
Muchos expositores han señalado que este breve resumen del mensaje de Pedro en Cesarea se parece a un bosquejo del Evangelio según Marcos, ya que principia (después del exordio) con el bautismo de Juan, subraya el bautismo del Siervo para su misión, pasando a las grandes obras que realizó, para llegar a su culminación con la entrega del Mesías a la muerte de Cruz. Se halla también el testimonio a la Resurrección y la gran comisión de predicar las Buenas Nuevas. Si, como se cree, el segundo Evangelio contiene las enseñanzas de Pedro sobre el ministerio del Señor, redactadas por la pluma de Marcos, este parecido es lo que podríamos esperar.
2. El preámbulo (Hch 10:34-35)
Antes de proclamar la Palabra de Cristo a un auditorio de gentiles, Pedro, "abriendo su boca" —expresión que se reserva para un anuncio de inusitada solemnidad—, da a conocer la verdad que acaba de aprender por medio de las experiencias del día anterior: a) que Dios se interesa en todos los hombres, sin manifestar parcialidad; b) puede aceptar, por lo tanto, a personas como Cornelio que le temen y se someten a la Palabra, obrando la justicia según la luz que su conciencia haya recibido. Es una aplicación de los principios de (Ro 2:7-11) que citamos en los primeros párrafos de esta lección.
3. La Palabra enviada a Israel (Hch 10:31-38)
La nueva luz que buscaba Cornelio hallaba su foco en la Persona y Obra de Jesús de Nazaret, del cual tendría alguna noticia, pero sin saber la importancia primordial de la intervención de Dios en los asuntos de los hombres en la Persona de su Hijo. La Palabra de las Buenas Nuevas se encarna en una Persona y la Obra que había llevado a cabo. Todas las frases de estos versículos merecen nuestro estudio, aunque la construcción es algo inconexa en el griego. a) Dios anunció la paz por medio de Jesucristo, ya que el rebelde podría ser reconciliado y convertido en hijo de Dios. No sólo eso, sino que podría hallar la paz de la conciencia y la tranquilidad en medio de la loca y cruel agitación de la vida. b) Jesús de Nazaret no era sólo una Voz de Dios, sino el "Señor de todos"; título que se hace eco de las enseñanzas de (Jn 13:3) (Mt 11:27), pues Dios había entregado todos los asuntos de los hombres en las manos de su Hijo. c) La Palabra fue enviada en primer término a los hijos de Israel, extendiéndose desde Galilea hasta hacerse oír en todo Israel, que es lo que significa la "tierra de los judíos" aquí (Hch 10:27,29). Pedro insiste en que el mensaje de la Resurrección había de ser proclamado también "al pueblo" (Hch 10:42).
4. La Obra de Jesús de Nazaret (Hch 10:37-38)
La proclamación de la paz fue ilustrada y confirmada por medio de grandes obras de gracia y de poder. a) El ministerio fue precedido por el bautismo que Juan predicó al preparar el corazón de los humildes para la manifestación del Mesías. b) El Mesías fue revestido de la potencia del Espíritu Santo al iniciar su misión, que no sólo recuerda el descenso del Espíritu sobre Jesús al subir de las aguas del Jordán, sino también hace eco de las profecías de Isaías sobre el Mesías-Siervo, ungido para el cumplimiento de su gran misión de salvación y de juicio (Is 42:14) (Is 61:1-3). c) Jesús anduvo de un lugar a otro siempre haciendo bienes, notándose especialmente que libraba a los oprimidos del diablo. Sus obras de gracia y de poder constituían sus credenciales, manifestando quién era y la naturaleza de la misión que había de realizar. Según el lenguaje del antiguo canto cristiano que Pablo reproduce en (1 Ti 3:16), aquel que fue manifestado en carne fue también justificado por el Espíritu, ya que tales obras evidenciaban que "Dios era con él".
5. El testimonio apostólico (Hch 10:39)
Se destaca de nuevo el importante tema de los testigos apóstoles, quienes sólo podrían dar fe de la realidad de la Vida y la Obra de Cristo. Por esta declaración Cornelio pudo comprender por qué Pedro había de venir desde Jope para hablarle, ya que era portavoz de los Doce, el más destacado de los testigos que habían presenciado todas las cosas que hizo Jesús en la tierra de los judíos y en Jerusalén. Los mismos hombres se mencionan como testigos de la Resurrección en (Hch 10:41).
6. La muerte de Jesús en un madero (Hch 10:39)
La referencia a la Muerte de Jesús "en un madero" es brevísima, pero quizá no tenemos aquí más que una nota que Lucas recogiera de sus fuentes y que resumiera explicaciones más extensas sobre el misterio central de la Palabra que envió Dios a los hombres (Hch 10:36). a) Se nota la culpabilidad de los jefes del pueblo —"a quien también mataron"—, destacándose la escueta frase contra el fondo de la obra de quien sólo hacía bienes. b) "Colgándole en un madero" resume la vergüenza de este fin paradójico y trágico de una vida que manifestaba la presencia y el poder de Dios. Bien sabía el centurión romano todo el horror del proceso de crucifixión que se resumía en aquella frase técnica "en madero", pero no comprendería aún el misterio que se desprende de la comparación de (Dt 21:23) con (Ga 3:13), ya que el "colgado en madero" se hallaba bajo la maldición de Dios a los ojos de los hebreos, siendo necesario precisamente que el Inocente llevara aquella maldición para conseguir la libertad de los infractores de la Ley, malditos a causa de su desobediencia. De las cinco veces que la frase se emplea en el Nuevo Testamento con referencia a la Cruz, tres corresponden a la palabra o a la pluma de Pedro (Hch 5:30) (1 P 2:24), y en este versículo (Hch 10:39). Pablo lo emplea en (Hch 13:39), y es el que saca el recóndito sentido de (Dt 21:23) por la cita de (Ga 3:13).
7. La Resurrección de Jesús y su manifestación a los testigos (Hch 10:40-41)
La referencia a la Resurrección es también muy breve en este resumen del discurso de Pedro, pero la misma brevedad de las frases yuxtapuestas que describen tanto la Muerte como la Resurrección del Señor enfatizan la revocación divina del fallo de los hombres en contra de Cristo: "ellos le mataron, colgándole en un madero..., a éste levantó Dios al tercer día". El fallo no sólo fue revocado, sino trastrocado, ya que el Hombre colocado como reo en el madero por la iniquidad de los hombres fue levantado por la potencia de Dios, con énfasis sobre la intervención de DIOS. Momentos después Pedro declarará que el reo de los hombres es Juez de vivos y muertos por nombramiento divino (Hch 10:42).
Hemos visto ya que los Doce eran los "testigos de la Resurrección" por excelencia, ya que toda la Obra anterior del Cristo habría sido anulada sin el hecho comprobado de su Resurrección de entre los muertos. Los versículos 40 y 41 destacan la manifestación del Resucitado, no a todo el pueblo, sino a testigos que Dios había elegido de antemano para el cumplimiento de tan importante cometido. Sin duda su elección arranca de los designios eternos de Dios, confirmada por el nombramiento de los doce cuando el Maestro "llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él; y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar..." (Mr 3:13-15).
La realidad de la manifestación del Resucitado se subraya de una forma muy práctica aquí: "nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos"; no se trataba, pues, de una visión concedida en momentos de éxtasis, sino de un trato social reanudado a intervalos durante el período de cuarenta días y en muy variadas circunstancias. Es Lucas quien nota que el Señor resucitado pidió "algo de comer" con el fin de mostrar que no era meramente un espíritu, sino la misma Persona de antes de la Pasión, con cuerpo resucitado, pero real (Lc 24:37-43); por la frase de Pedro aquí podemos suponer que aquella ocasión no fue la única en que el Resucitado se dignó comer con los suyos (Jn 21:9-13). Lo importante para Cornelio y su compañía fue el testimonio de un testigo, autorizado por un mensaje celestial, que había presenciado todos los aspectos del ministerio de Cristo en la tierra, quien podía dar fe de la intervención redentora de Dios en la historia del mundo. No hay razones suficientes para que nadie hoy en día rechace el mismo testimonio que llega a nosotros por medio de la Palabra escrita.
8. La proclamación apostólica (Hch 10:42)
Este versículo hace eco de la gran comisión que dio el Señor a los suyos al fin de los cuarenta días de prueba y cuyas distintas facetas se hallan en (Mt 28:18-20) (Mr 16:15-16) (Lc 24:46-59) (Jn 21:15-17) (Hch 1:8). Los dos verbos que corresponden al mandato del Señor a los suyos deberían traducirse por "proclamar al pueblo" y "dar solemne testimonio" de que era aquel que Dios había constituido Juez de vivos y muertos. Acerca de la "proclamación", no es necesario añadir nada a lo mucho que hemos expuesto anteriormente. Nos llama la atención, sin embargo, que habían de dar solemne testimonio del hecho de que Dios había nombrado al Crucificado como Juez de vivos y muertos, y recordamos que Pablo enfatizó el mismo hecho al fin de su discurso delante de los gentiles del Areópago: "por cuanto ha establecido un día en que va a juzgar al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle resucitado de los muertos" (Hch 17:31). En tales circunstancias habríamos esperado el ofrecimiento de la salvación primero, y la mención del día de juicio después, pero los dos apóstoles, en el proceso de inspiración, sienten la necesidad de declarar a los gentiles que Dios había fijado ya el clímax que había de dar fin a las vueltas del acaecer de la historia, llenas de los devaneos de los hombres, que no habían de durar para siempre. El día del juicio, en las manos del Resucitado, había de reafirmar la responsabilidad personal de todo hombre delante de su Dios. El tema del perdón se presenta después, dentro de esta perspectiva que apunta hacia el Trono de Juicio.
9. El testimonio profético incluye el perdón (Hch 10:43)
Muchos de los gentiles que escuchaban a Pedro serían "temerosos de Dios" y, por lo tanto, tendrían alguna idea de las promesas mesiánicas del Antiguo Testamento. No habría sido propio dar en detalle la interpretación de pasajes como el Salmo 16 o Isaías 53, pero sí vino bien la afirmación de que todos los profetas testificaron del Cristo de una forma o de otra, fuese por oráculo o por figuras. No dijo otra cosa el Maestro a los discípulos de Emaús cuando les declaró en todas las Escrituras las cosas referentes a sí mismo (Lc 24:47).
Nos extraña más que Pedro llegara al tema de la remisión de los pecados por el poder del Nombre de Cristo, a favor de todo creyente, a través de su mención del testimonio mesiánico de los profetas. Es posible que esta relación obedezca a las exigencias del resumen, pero también es posible que Pedro recordara pasajes del Antiguo Testamento —mesiánicos en su intención—, que ofrecían el perdón al arrepentido que buscara a Dios: "Yo, yo soy el que borró tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados"... "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas... mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Is 43:25) (Is 53:6). De todos modos, tanto el testimonio profético como el del mismo Señor durante su ministerio terrenal y el de los apóstoles al proclamar las Buenas Nuevas de perdón, constituyen facetas de una sola Palabra de vida, encarnada en el Salvador y manifestada a través de todas las Sagradas Escrituras.
Pedro era apóstol del Nombre de Jesucristo, como hemos visto por los comentarios sobre los capítulos 3 a 5, y es natural que, en la casa de Cornelio, vuelva a presentar el Nombre revestido de toda su autoridad salvadora como medio para recibir la remisión de los pecados. Pedro quería que los oyentes comprendiesen que Cristo mismo estaba allí para bendecirles y salvarles por su Nombre y por su Palabra en la boca de tan autorizado testigo. A éste daban su testimonio los profetas de antaño, y a éste Pedro da su testimonio también, escondiéndose detrás de su Señor.

El descenso del Espíritu Santo sobre creyentes gentiles (Hch 10:44-48)

1. La recepción de la Palabra (Hch 10:44)
La extensión de la bendición del Día de Pentecostés no se hizo esperar, pues la compañía de gentiles, sumisa y preparada, recibió la Palabra que Pedro les presentó de tal forma que antes de terminar él su alocución, el Espíritu Santo cayó sobre todos aquellos que oían el mensaje, con señales evidentes de su presencia y poder. Desde luego la Palabra oída había sido recibida con obediencia y fe también, haciendo posible esta gran consumación de los acontecimientos de los cuatro días (Hch 11:17).
2. El don del Espíritu Santo (Hch 10:45-46)
El paralelismo con el Día de Pentecostés es exacto, pues el Don celestial cayó sobre corazones preparados sin la mediación de ningún acto externo, como la imposición de manos o el bautismo. Sólo operaba la Palabra presentada y la fe que la recibía. Los creyentes, llenos del Espíritu, hablaban lenguas y engrandecían a Dios, igual que los judíos del Aposento Alto (Hch 2:4,11), ante el gran asombro de los testigos que habían acompañado a Pedro desde Jope. Sin duda esperaban que los gentiles fieles habían de recibir alguna bendición, pero no les había pasado por la imaginación que "también sobre los gentiles había de ser derramado el don del Espíritu Santo". Podemos notar de nuevo la yuxtaposición del don de lenguas y el impulso de engrandecer el Nombre de Dios que fue evidente en (Hch 2:4,11).
3. El derrumbamiento de la pared intermedia de separación
Los griegos que querían ver a Jesús en la víspera de su Pasión oyeron misteriosas palabras acerca del Grano de Trigo que había de morir antes de producir abundante cosecha. Nos gusta pensar que llegasen a comprender el significado de la figura en su propia experiencia como también el de la profunda declaración: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo" (Jn 12:23,24,31,32). El sentido se aclaró hermosamente en la casa de Cornelio, cuando el Señor, levantado primero en la Cruz, y siendo exaltado luego en su Resurrección y Ascensión, atrajo a sí mismo a romanos y griegos que hasta aquel momento habían sido extraños de Israel y extranjeros a los pactos de la promesa. Se cumplió en ellos primeramente la declaración de Pablo a los efesios: "Pero ahora, en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz (Hch 10:36) que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz" (Ef 2:11-15).
4. El bautismo por agua (Hch 10:47-48)
Es del todo razonable considerar como normativas las experiencias de los fieles en el Día de Pentecostés y en la extensión del significado de tan glorioso día a los gentiles que recibieron la Palabra en Cesarea, ajustando los casos excepcionales de (Hch 8:12-17) y (Hch 19:1-7) a la norma, y no intentando basar doctrinas y prácticas sobre las excepciones. Aquí unas almas preparadas y deseosas de recibir más luz, escuchan el mensaje apostólico, entregado en el poder del Espíritu Santo por Pedro; no habiendo oposición alguna en sus almas, reciben la Palabra con fe y en el mismo momento el Espíritu les llena de su plenitud. Después de una clara manifestación de que poseen ya el Espíritu, Pedro pregunta: "¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados éstos que han recibido al Espíritu Santo también como nosotros?". El apóstol hace constar que la posesión del Espíritu da derecho al bautismo por agua, y no a la inversa. No había voz que se levantase contra tan obvia deducción de modo que los nuevos creyentes, llenos del Espíritu, fueron bautizados en el Nombre de Jesucristo. Así se mantiene intacto el significado del bautismo que Pablo subraya en (Ro 6:1-5): el creyente murió al pecado en Cristo y halla la vida nueva por su unión de fe con Cristo resucitado. El sello del bautismo se coloca sobre la realidad de la unión del creyente con su Salvador y Señor, en todo el sentido de su Muerte y Resurrección.
El bautismo es "en el Nombre de Jesucristo" ("en to onomati Iesou Christou"), ya que los convertidos pasaron de una adhesión incompleta al judaísmo a la esfera donde regía el Nombre (la autoridad o el poder) de Jesucristo.
5. Los días de confirmación (Hch 10:48)
Cornelio y su compañía sentían la necesidad de ser edificados en la Palabra, de modo que rogaron al apóstol que quedara con ellos algunos días. Seguramente Pedro aprovecharía el intervalo para instruirles más exactamente sobre la Persona y el ministerio del Señor Jesucristo, juntamente con las explicaciones de rigor sobre las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Se estableció una iglesia en Cesarea que llegó a ser célebre durante los siglos posteriores, y por (Hch 21:9-14) sabemos que Felipe el Evangelista tenía allí su base, no faltando dones proféticos, hasta en las hijas de Felipe. Se nos presenta otro ejemplo de la necesidad, no sólo de la predicación del Evangelio, sino de la plenitud del Espíritu Santo y de la confirmación de los santos en la Palabra si las iglesias han de cumplir los elevados cometidos que Dios les ha asignado en la tierra.

Reacciones en Jerusalén (Hch 11:1-18)

1. Las discusiones con "los de la circuncisión" (Hch 11:11-3)
Sin duda Pedro esperaba que se suscitasen preguntas en Jerusalén sobre el paso inaudito que había dado en Cesarea, y se cuidó bien de llevar consigo a "estos seis hermanos" de Jope, como testigos imparciales, a su regreso a la capital del judaísmo (Hch 11:12). Este incidente, colofón de la apertura de la puerta del Reino a los gentiles en Cesarea, es de importancia considerable, ya que inicia la gran lucha entre el nuevo concepto sobre la Iglesia que Dios iba revelando y las tendencias judaizantes de un sector de los creyentes judíos, que admitían que los gentiles podían ser salvos, pero sólo al pasar por la puerta de Israel al Reino. Pedro había roto el tabú por entrar en casa de hombres incircuncisos y comer con ellos y que así lo hubiera hecho el portavoz de los apóstoles causaba escándalo en la iglesia de Jerusalén. Podemos imaginar que hasta los demás apóstoles y ancianos quedaban perplejos frente al caso hasta oír la explicación de Pedro.
2. El informe de Pedro (Hch 11:4-11)
Notamos que Lucas, que sabe condensar años de trabajos en pocas palabras cuando así conviene a su propósito, comprende la necesidad de la reiteración de incidentes cruciales que jalonan el desarrollo del plan divino en Los Hechos. Así la conversión de Saulo se repite tres veces, y aquí Lucas detalla el informe exacto que Pedro presentó en Jerusalén sobre la guía del Señor que le había inducido, no sólo a entrar en la casa de un gentil, sino a bautizar a creyentes incircuncisos en el Nombre del Señor Jesucristo. Si bien lo pensamos, le era imposible explicar un cambio tan radical de norma y de método aparte de una narración detallada que hiciera a sus oyentes, los guías de la Iglesia en Jerusalén, seguir paso por paso el mismo camino de revelación y de comprensión que él había atravesado en Jope y en Cesarea.
El resumen es exacto, inteligente y persuasivo. Como ya hemos comentado los detalles, sólo resta que notemos que Pedro empezaba a hablar cuando el Espíritu Santo cayó sobre los convertidos gentiles (Hch 11:15), lo que indica que habría desarrollado mucho más la doctrina de su discurso sin la bendita interrupción de la manifestación del Espíritu. También es interesante el recuerdo de las palabras del Señor: "Juan bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo" (Hch 11:16) con (Hch 1:5); se deduce que Pedro consideraba que la experiencia de la compañía de la casa de Cornelio corría pareja con la de los ciento veinte en el Aposento Alto, lo que viene a confirmar el concepto del acontecimiento como una extensión del Día de Pentecostés.
3. La base de la decisión de Pedro (Hch 11:17)
Frente a sus colegas de Jerusalén, Pedro reitera la misma razón fundamental que le llevó a bautizar a los gentiles que había adelantado en la casa de Cornelio: "Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?". Sólo Dios puede conceder el don del Espíritu Santo, y lo hace a quienes se unen con Cristo por medio de una fe vital. Pedro había de ser obediente, presto a seguir el camino que iba señalando la luz divina, por extraño que pareciera a los hermanos judíos en aquellos momentos.
4. La comprensión de los guías en Jerusalén (Hch 11:18)
La narración de Pedro, apoyada por el testimonio de los seis hermanos de Jope, hizo callar a los objetantes, que no sólo admitieron el hecho, sino que glorificaron a Dios al ver que había dado a los gentiles "arrepentimiento para vida". Eso no quiere decir que la admisión de los creyentes gentiles en la Iglesia cesaba de presentar sus problemas, sino que la obra de Dios, al abrirles la puerta de fe por medio de Pedro, se había reconocido por los guías espirituales de Jerusalén. Los procesos por medio de los cuales se van venciendo viejos prejuicios y arraigadas tradiciones son largos y complicados, y sobre todo si se hallan envueltos con el espíritu partidista que aprovecha verdades parciales al intentar establecer posiciones carnales. Los menos comprensivos llegaron a formar el bloque "judaizante", que había de dar mucho que hacer al apóstol Pablo más tarde, pero podemos alabar al Señor por el hecho de que las doctrinas fundamentales de la justificación por la fe y la santificación por el Espíritu llegaron a adquirir mayor nitidez de expresión en las Epístolas a los Gálatas y a los Romanos precisamente porque fueron formuladas en medio de la lucha con "los de la circuncisión".

Temas para meditar y recapacitar

1. Discurra sobre Cornelio como ejemplo de un gentil que, "perseverando en el bien hacer, buscaba gloria y honra e inmortalidad" (Ro 2:7-11).
2. Discurra sobre la preparación de Pedro, señalando todos los elementos que le indujeron por fin a bautizar creyentes incircuncisos en el Nombre de Jesucristo.
3. Se ha llamado la bendición de los gentiles en la casa de Cornelio "una extensión del Día de Pentecostés". Explique esta frase y justifique su empleo.
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