Estudio bíblico: La fundación de la iglesia en Antioquía - Hechos 11:19-30

Serie:   Hechos de los Apóstoles (II)   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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La fundación de la iglesia en Antioquía (Hechos 11:19-30)

Se establece una nueva base de operaciones misioneras

Esta sección será breve, ya que no se presenta en ella ninguno de los grandes acontecimientos, conocidos por todos, tales como la conversión de Saulo, la predicación de Pedro en la casa de Cornelio o la liberación de Pedro de la cárcel. Con todo, los pocos versículos que hemos de comentar son de gran importancia para la comprensión del plan literario de Lucas que refleja el gran designio del Señor de la mies que iba preparando a sus siervos y llevándoles hacia el cumplimiento de su obra universal. La fundación de la iglesia en Antioquía de Siria se enlaza con la amplia predicación del Evangelio en Israel que siguió el martirio de Esteban (Hch 8:1-4), pero los esparcidos salen ahora fuera de los límites de la tierra santa para testificar ante los judíos residentes en los países vecinos. Por fin, en Antioquía, el mensaje llega a los gentiles, fundándose una iglesia constituida por convertidos de ambas razas y que ha de servir como base para la extensión del Evangelio hacia el Occidente. Los distintos hilos del designio divino van entretejiéndose aquí hasta hacer visible el diseño característico de la Iglesia y de la evangelización universal. Pronto Pablo, reconocido como apóstol a los gentiles, entrará por la puerta abierta por Pedro, utilizando como base la iglesia que se forma por el sencillo testimonio de los dispersos a raíz de los acontecimientos de antaño en Jerusalén, cuando Saulo era aún el jefe de la oposición al movimiento nazareno.
Nuestra porción enlaza el gran acontecimiento de Cesarea con la inauguración de los viajes misioneros al principio del capítulo 13, y cautiva la atención ver de qué modo el Espíritu Santo mueve los personajes, conocidos o anónimos, sobre el escenario que se prepara por las providencias de Dios; sobre todo debemos notar la libertad y el poder de sus operaciones dentro del buen orden que evita el peligro de un individualismo anárquico.

El principio del testimonio a los gentiles en Antioquía (Hch 11:19-21)

1. El testimonio de los esparcidos (Hch 11:19)
Habríamos agradecido a Lucas algunas notas sobre la cronología de estos importantes acontecimientos y movimientos. Por la manera —casi casual— en que hace referencia a la dispersión de los fieles en Jerusalén a la época de la persecución dirigida por Saulo, uno podría imaginar que se trataba de algo reciente cuando algunos llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía; de hecho, sin embargo, hemos de situar la conversión de Saulo sobre el año 33 (o 35), llegando aquí a las fechas del reinado de Herodes Agripa I, que no gobernó sobre todo Israel hasta el año 41. Si el viaje de Bernabé y de Saulo a Jerusalén llevando las contribuciones de los santos de Antioquía corresponde al año de la muerte de Herodes en 44, y los sucesos desde la primera predicación a los gentiles en aquélla ciudad hasta entonces ocuparan, digamos, unos dos años, hemos de situar la fundación de la iglesia en 42, es decir, nueve o diez años después de la conversión de Pablo. Tengamos en cuenta, sin embargo, que algunos eruditos favorecen la fecha 35 o aún 36 para la conversión de Pablo, lo que acortaría este intervalo que parece demasiado largo. Con todo (Hc 11:19) señala necesariamente un período prolongado durante el cual las olas que recibieron su primer impulso por medio de la persecución en Jerusalén, iban llegando poco a poco a las tierras que rodeaban Israel, incluyendo la isla de Chipre, con la que había comunicaciones fáciles.
Por varios años el testimonio se limitaba a los judíos, y es de suponer que los nazarenos permaneciesen en las sinagogas siempre que no fuesen echados de ellas. El marco general de este movimiento gradual de testimonio entre los israelitas, siempre más amplio, se señala por (Hc 9:31), texto que comentamos en su lugar. Por entonces no había oposición organizada al mensaje, que no excluye reacciones desfavorables dentro de las colonias dispersas de los judíos.
2. La Palabra llega a los gentiles (Hch 11:20-21)
Es de suponer que los varones de Chipre y de Cirene (judíos helenistas) habían recibido noticias de la predicación de Pedro en la casa de Cornelio, con la formación de una iglesia de judíos y de gentiles en aquella ciudad, pues no es probable que evangelizaran a los incircuncisos sin ninguna autorización, siquiera indirecta. Las comunicaciones costeras, por tierra y mar, entre Cesarea y Antioquía eran fáciles y frecuentes, y lo que se dio a conocer públicamente en la iglesia de Jerusalén no había de callarse entre los judíos helenistas de la Dispersión. La nueva nota que resuena aquí, pues, no es que los gentiles pudiesen recibir la Palabra, sino la popularización de esta evangelización fuera de los límites de Israel. Los creyentes judíos podrían haber pensado que tal novedad requería aún la dirección clara de los apóstoles con el fin de obviar posibles peligros posteriores de confusión o de división. El hecho es, sin embargo, que el Espíritu Santo no hizo provisión para una solemne confirmación de la extensión de la obra comenzada en Cesarea, sino que impulsó a unos hermanos anónimos (en cuanto a esta historia) a "charlar" con sus conocidos griegos en Antioquía del gran hecho de la manifestación y la obra redentora de Jesucristo. El verbo griego "Ialeo" no excluye la debida solemnidad de la predicación del Evangelio, pero admite la conversación particular.
3. Antioquía, escenario del nuevo movimiento
La consideración de un mapa de la zona hará ver que Antioquía servía de puente entre el Oriente y el Occidente. Había sido fundada la ciudad en el año 300 a. C. por Antíoco Nicator, heredero de la región siríaca del imperio de Alejandro Magno, sirviéndole de capital para su reino. Era rival de Alejandría, capital de los reyes ptolomeos de Egipto, hasta su incorporación en el Imperio de Roma en el año 64 a. C., cuando fue hecha ciudad libre y capital de la provincia conjunta de Siria y de Cilicia. Por los tiempos que tratamos se consideraba como la tercera ciudad en importancia del Imperio, sobrepasada únicamente por Roma y Alejandría. Era una ciudad hermosa, alegre, culta, gran emporio comercial, punto de enlace entre las civilizaciones y sistemas cúlticos del Este y del Oeste. Por desgracia su notoriedad como ciudad inmoral igualaba su fama como centro de cultura y de comercio, hallándose a corta distancia de la ciudad el santuario de Dafne, donde los inmundos ritos de la diosa fenicia Astarte seguían celebrándose bajo la tutela de Afrodita y de Apolo. He aquí el lugar que escogió la providencia de Dios para el establecimiento de una iglesia donde se había de manifestar que la "pared intermedia" ya no separaba a los judíos y gentiles en la sagrada comunión de la Iglesia.
4. El mensaje que se anunció a los gentiles (Hch 11:20)
Los hermanos evangelistas predicaron a los gentiles "al Señor Jesús" o "a Jesús como Señor". Es significativo que no anuncian a Jesús como el Mesías, cosa propia para los judíos, sino que subrayan el hecho de que Jesús, que había llevado a cabo una obra en Israel que le señalaba como el Enviado de Dios, era el Señor a quien tenían que someter sus vidas. Compárese notas sobre el mensaje de Pedro en la casa de Cornelio (Hch 10:36,42), y sobre las expresiones de Pablo en (Hch 17:30-31). Sin duda le anunciaban como Salvador también, pero de todas formas la breve indicación del mensaje típico de este movimiento nos hace ver que el Espíritu Santo enseñaba a sus siervos a adaptar sus métodos a las necesidades de los oyentes. ¡Cuánta paz y bendición no recibirían los creyentes de Antioquía al doblegar la rodilla ante el verdadero Señor de todos, después de su vana búsqueda de la verdad entre"muchos dioses y muchos señores" (1 Co 8:5)!. Hay indicios de que muchos gentiles reflexivos del primer siglo deseaban recibir una Palabra pura de parte de Dios, y tales manifestaciones de una extendida "hambre y sed de justicia" constituyeron una parte de la preparación providencial con miras a la proclamación universal del Evangelio.
5. La bendición sobre el mensaje (Hch 11:21)
"La mano del Señor era con ellos y un gran número de almas creyeron y se convirtieron al Señor". El momento para la bendición de los gentiles había llegado, y la "mano del Señor", —frase antropomórfica muy al estilo del Antiguo Testamento cuando se señala una manifestación especial del poder de Dios— obró eficazmente por medio de "los hermanos evangelistas anónimos y compañía", de modo que "un gran número" se salvó al creer el mensaje y convertirse al Señor, dejando los inmundos "dioses" y "señores" del paganismo. Nos gustaría saber el número más exactamente, pero veremos abajo que la presencia de la comunidad cristiana produjo reacciones en la abigarrada sociedad antioqueña que indican el fuerte impacto de una comunidad considerable. Podemos pensar por lo menos en centenares de creyentes como fruto de esta espontánea campaña de evangelización, tan ricamente bendecida por el Señor.

La confirmación del testimonio a los gentiles en Antioquía (Hch 11:22-26)

1. La visita de Bernabé de parte de la iglesia de Jerusalén (Hch 11:22-24)
Las noticias de la evangelización "popular" de los gentiles de Antioquía llegaron a oídos de la iglesia jerosolimitana, y las reacciones de los hermanos de la iglesia más antigua son muy aleccionadoras. Podemos suponer que había allí varios apóstoles en el momento de considerar lo que convenía hacer frente a un movimiento que no estaba aún plenamente autorizado, pero quizá la palabra "iglesia", se emplea con el fin de que el incidente no pierda su carácter ejemplar para la orientación de todas las iglesias a través de todos los tiempos en cuanto a sus mutuas relaciones. Por una parte la iglesia tenía el deber de preocuparse frente a un movimiento que podría ser el resultado de la guía del Espíritu, o podría no pasar del atrevimiento de hermanos entusiastas y mal aconsejados. Su condición de "iglesia madre" no le concedía autoridad alguna para llegar a una determinación sin mayor evidencia sobre el carácter del suceso, ya que todas las congregaciones habían de someterse al señorío de la Cabeza de la Iglesia y la guía del Espíritu Santo. Pero tampoco pudo "lavarse las manos" frente a manifestaciones que podrían afectar todo el futuro del testimonio de Cristo y las condiciones de la comunión entre las iglesias. La decisión fue excelente y ejemplar: enviaron a Bernabé, hombre de probado valor y de gran discernimiento, para que se formase un criterio propio sobre el terreno y que informara a la iglesia en Jerusalén según lo que viera y oyera. De hecho suponemos que luego informara sobre el caso a quienes le enviaron, pero Lucas no da importancia al aspecto protocolario de la visita, sino que se limita a describir el desarrollo de la obra del Espíritu Santo, considerando la llegada de Bernabé como un hito más que va marcando el camino a seguir.
2. El carácter y la obra de Bernabé (Hch 11:23-24)
Bernabé aparece por tercera vez en escena, habiéndose destacado en los primeros días de la iglesia-comunidad de Jerusalén (Hch 4:36-37) y de nuevo cuando introdujo a Saulo, ya convertido, al círculo apostólico de Jerusalén (Hch 9:27). El generoso "hijo de consolación" era "varón bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe": muy apto por tanto para discernir la realidad y el poder de las operaciones del Espíritu en relación con este nuevo testimonio entre los gentiles. Su corazón rebosó de gozo al ver las evidencias de la gracia de Dios, e inició un ministerio de exhortación y de confirmación de los creyentes en su fe. El tema principal de su exhortación puede traducirse literalmente como sigue: "que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor". El propósito era bueno, y el principio había sido excelente, pero necesitaban seguir adelante. Las exhortaciones de Bernabé cayeron en terreno abonado y resultaron en aún mayor bendición, "agregándose una gran multitud al Señor".
3. Bernabé busca a Saulo como colaborador en la obra de enseñanza (Hch 11:25-26)
Bernabé sabía gozarse en la obra de los hermanos anónimos —gracia no muy común en nuestros días de flaqueza espiritual— y también reconocía sus propias limitaciones frente a la tremenda oportunidad que se presentaba en Antioquía. Sin duda percibía por el Espíritu que la obra, a pesar de ser tan floreciente, no era más que un paso hacia la evangelización universal de las naciones y, conociendo a Saulo íntimamente, tenía que saber que el Señor, por boca de Ananías de Damasco, le había comisionado para una labor especial entre los gentiles. He aquí el colaborador que necesitaba: mayormente en el lugar que prometía convertirse en la puerta abierta que diera entrada a vastas regiones gentilicias.
4. Los años escondidos de Saulo (Hch 11:25)
El verbo "anazeteo" que se emplea para la búsqueda de Saulo implica que Bernabé tenía que esforzarse por dar con su amigo. Notamos anteriormente que habían pasado años desde la conversión de Saulo y su ida a Tarso (Hch 9:30), y es natural que sintamos curiosidad por saber lo que hiciera el apóstol a los gentiles, ya comisionado por el Señor, durante aquel periodo que no ha dejado huella en la historia de Lucas. Es de suponer que el intento de reunirse con su familia después de "hacerse nazareno", en tan marcada contradicción con su carrera anterior, suscitara serios conflictos familiares durante los cuales lo "perdió todo" en sentido material según su indicación autobiográfica en (Fil 3:8). Hay referencias a numerosos sufrimientos en (2 Co 11:23-27), y todos ellos no pueden colocarse fácilmente dentro del marco de la historia posterior de Pablo, siendo posible que padeciera algunos durante los "años escondidos". No es probable que predicase a los gentiles antes de que la puerta fuese abierta a ellos por Pedro en Cesarea, pues tocaba al Espíritu Santo ir señalando las etapas; aun cuando Saulo sabía perfectamente que el Evangelio había de declararse por su boca a los incircuncisos, no había de anticiparse al programa divino. Sin duda anunciaba el Evangelio, pues siempre sentía tal carga —"¡Ay de mí si no predicare el Evangelio!"— pero muchas sinagogas había en Cilicia y es de suponer que seguiría el mismo método que adoptó en Damasco y en Jerusalén. Si antes de la visita de Bernabé llegara a saber que la puerta se había abierto a los gentiles, es posible que emprendiese una labor entre ellos antes de la importante fecha que nos ocupa en este lugar; pero eso no pasa de ser una suposición.
Sin duda los "años escondidos" constituían un periodo preparatorio, como los años de Moisés en el desierto, y quizá recibiera entonces muchas de las sublimes revelaciones que menciona en (2 Co 12:1-7).
5. Las enseñanzas de Antioquía (Hch 11:26)
Pablo era apóstol y maestro de los gentiles (2 Ti 1:11) (Col 1:25-29) (Ef 3:2-10), de modo que empezaba a ejercer en Antioquía el don que le correspondía exactamente tanto por la comisión recibida del Señor de la Iglesia como por la gracia especial del Espíritu Santo, compartiendo con Bernabé la labor de enseñar a mucha gente durante todo un año. Bernabé comprendió que a la exhortación tenía que añadirse un ministerio ordenado de la Palabra si la gran iglesia en Antioquía había de ser confirmada en la fe, y su propósito se realizó plenamente a través de su colaboración con el maestro especialmente señalado por Dios para tal labor. Después del intervalo que supone la breve visita a Jerusalén, hallamos a los dos, reunidos con otros siervos de Dios, funcionando como "profetas y maestros", ministrando al Señor con ayunos, llegando a ser aquella reunión de varones espirituales el centro receptor que pudo captar las órdenes de parte de Dios que habían de poner en marcha las campañas para la evangelización de los gentiles (Hch 13:1-4). Si iglesias locales han de ser bases para la amplia extensión del Evangelio y escuelas de sana doctrina, no basta que les anime un buen espíritu de evangelización, ni siquiera que los hermanos sean capaces para exhortarse mutuamente. Se requiere la enseñanza ordenada de la Palabra, con la preparación de maestros que sepan exponer exacta y abundantemente los tesoros de las Sagradas Escrituras.
6. El nombre de "Cristianos" (Hch 11:26)
Los antioqueños de entonces tenían facilidad para aplicar apodos aptos y graciosos a la gente, de modo que no es de extrañar que fuesen ellos quienes primeramente llamasen "cristianos" a los creyentes. Dentro del círculo de la Fe, hasta aquella fecha y después, se designaban éstos por los nombres de "discípulos", "santos" o "fieles". El populacho tenía que darse cuenta de la presencia entre ellos de una nueva comunidad de personas, entusiasta y activa, en la que siempre se hablaba de Cristo. Pues serán hombres de Cristo —comentaban— y les llamaremos "cristianos". Notemos que el honrado nombre de "cristiano" tuvo su origen fuera de la Iglesia y de hecho siempre se emplea en el Nuevo Testamento desde el punto de vista de los extraños (Hch 26:28) (1 P 4:16). Se halla en los escritos de Josefo, Plinio, Tácito y Suetonio, con una confusión —quizás intencionada— con "chrestiano", de "Chreston" ("útil"), nombre que se daba con frecuencia a los esclavos. Las referencias extra-bíblicas son despectivas frente a una comunidad caracterizada por costumbres extrañas y de origen vergonzoso, ya que su Fundador murió crucificado, pero con el paso del tiempo ser "cristiano", "hombre de Cristo", llegó a revestirse de mayor honra que la codiciada categoría de ser ciudadano del Imperio de Roma.

La visita de Bernabé y Saulo a Jerusalén (Hch 11:27-30) (Hch 12:25)

1. La visita de los profetas (Hch 11:27)
Hacia el fin del año de enseñanza —una época que podemos suponer de mucha bendición para todos los fieles de la gran iglesia y de preparación frente a los trabajos especiales del porvenir— algunos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Recordemos que en aquel tiempo los profetas hablaban mayormente por inspiración directa del Espíritu Santo, a los efectos de la edificación y dirección de las iglesias, toda vez que el canon del Nuevo Testamento —que había de cuajar la esencia de la enseñanza apostólica— no estaba completo, ni siquiera se había empezado a redactar en la forma en que ha llegado a nosotros. Pablo recalca el aspecto de edificación de las profecías en (1 Co 14:1-25), pero no se excluía la predicción de acontecimientos futuros cuando tal guía se necesitaba por las iglesias. El movimiento de ciertos profetas de sitio en sitio persistía aún en la fecha de la redacción del escrito llamado el "Didache" a principios del siglo segundo, cuyo autor recomienda varias pruebas para distinguir entre los falsos y los verdaderos; con todo, la revelación extática se hacía cada vez menos frecuente y útil cuando los siervos de Dios podían hablar o ministrar según la facultad que Dios les daba, conforme a los oráculos (la Palabra) de Dios, basando sus mensajes sobre la revelación escrita de todas las Sagradas Escrituras del Antiguo y del Nuevo Pacto (1 Co 13:8) (1 P 4:11) (Jud 1:3).
2. La profecía de Agabo (Hch 11:28)
En medio de una sesión solemne de la iglesia, uno de los visitantes de Jerusalén, un profeta bien conocido, llamado Agabo (Hch 21:10-11), se levantó y por medio de un mensaje profético anunció que había de caer una gran hambre sobre todo el mundo. Lucas nota que se cumplió la profecía en los tiempos de Claudio César, quien asumió la púrpura en el año 41 d. C. Ha habido bastante discusión sobre el cumplimiento de esta profecía y la frase "por todo el mundo habitado" ("oikoumene" = Imperio Romano aquí). Lo cierto es que el reinado de Claudio fue notable por varias hambres desastrosas, más o menos extensas, que en su totalidad habrán afectado prácticamente a todo el Imperio, lo que señala el cumplimiento general de la profecía, que fue pronunciada con finalidades prácticas. La efemérides se nota aquí, no tanto por la importancia que tuviera en sí, sino porque dio lugar a que se forjara otro eslabón en la cadena de acontecimientos que propagara el Evangelio a través de aquel mismo "oikoumene", que había de padecer tanta necesidad física.
3. La misión que Bernabé y Saulo realizaron en Jerusalén (Hch 11:29-30)
Los insignes enseñadores de la iglesia en Antioquía habrían subrayado frente a la congregación el hecho de la unidad espiritual de toda la Iglesia, aunque no hemos de suponer que Pablo estuviese en posesión entonces de toda la doctrina que luego habría de exponer en la Epístola a los Efesios. Es evidente que los cristianos antioqueños se sentían unidos con sus hermanos en Jerusalén: lugar desde donde había procedido la bendita Luz que inundaba sus almas, y sin duda Pablo veía la manera de aprovechar las necesidades de los santos en Jerusalén para reforzar los lazos entre los cristianos judíos —los más de ellos aún apegados a las costumbres de sus padres— y los creyentes gentiles que entraban libremente por aquella época en el rebaño de Cristo sin pasar por el sistema judaico. Comprendería bien las posibilidades de penosas tensiones futuras que quería obviar en la medida de lo posible; hasta el fin se "acordaba de los pobres" de Judea, tanto por la deuda del amor cristiano como por hallar en ello el medio de manifestar la unidad de la Iglesia toda.
De paso notamos que (Hch 11:29) encierra lecciones de valor permanente en cuanto a la comunión de los creyentes entre sí. Todos habían de comprender que si un miembro padecía, todo el Cuerpo padecía conjuntamente, disponiéndose a prestar la ayuda posible a los necesitados; así, los discípulos de Antioquía determinaron enviar socorro a Jerusalén, donde se suponía que la carestía había de producir efectos más desastrosos que en Antioquía, que disponía de variados recursos gracias a su enlace con múltiples regiones. Anticiparon la necesidad futura, no esperando hasta que los hermanos jerosolimitanos pasaran hambre antes de socorrerles. No sólo eso, sino que cada uno daba según la prosperidad material que el Señor le había concedido. Cada uno, pues, se ejercía delante de Dios, y cada uno aportaba de lo suyo según el Señor le había prosperado, según los grandes principios que Pablo había de poner de relieve en una ocasión futura cuando animó a los hermanos gentiles a enviar alivio a Jerusalén; todo nos provee de un hermoso ejemplo que orienta a los santos en cuanto a su comunión práctica con sus hermanos en todo tiempo (1 Co 16: 1-4) (2 Co 8-9).
Los embajadores principales que habían de llevar la ayuda a Jerusalén eran Bernabé y Saulo, tanto por lo que representaban en la iglesia de Antioquía como por la conveniencia de que mantuviesen frecuentes contactos con la iglesia en Jerusalén y con los apóstoles que allí se encontraron. Sir William Ramsay piensa que esta visita aquí coincide con la que detalla Pablo en (Ga 2:1-10), cuando Pablo "expuso delante de ellos el Evangelio que predicaba entre los gentiles", hablando especialmente con Santiago, Pedro y Juan, quienes no obligaron al gentil Tito a que fuese circuncidado y reconocieron la "gracia" que Dios había concedido a Pablo en su apostolado a los gentiles. Para quien escribe, y a pesar de la gran autoridad de Ramsay, rubricada modernamente por escriturarios de la categoría de F. F. Bruce, el tiempo de la visita aquí, que se presenta como una misión de comunión fraternal, no puede corresponder a Gálatas 2por cuanto los acontecimientos aún no se habían madurado hasta tal punto; leemos de "Bernabé y Saulo", dándose la precedencia al primero, sin que el apostolado gentílico de Pablo fuese demostrado claramente hasta bien adelantado el primer viaje (Hch 13:13). Además esta visita coincide con la persecución herodiana siendo suficientemente precisa la nota cronológica de (Hch 12:1) "en aquel mismo tiempo" ("kat ekeinon ton kairon"), como también la referencia a su retorno inmediatamente después de la historia de la liberación milagrosa de Pedro. Tal fecha (44 d. C.) no conviene a la teoría de Ramsay, ya que la referencia cronológica sobre la visita de (Ga 2:1) ("después de catorce años") exige una fecha más tardía para la decisiva consulta con los apóstoles, teniendo en cuenta que el año 33 (ó 35) es la fecha de la conversión que, al añadir los catorce años del intervalo que Pablo menciona, nos lleva al año 47 (49) aproximadamente, y no a la fecha 44 d. C., que es la de la muerte de Herodes. Por argumentos que se basan sobre interpolaciones en el texto, y otras presuposiciones bastante endebles, Ramsay atrasa la fecha de la visita de socorro hasta el año 46, suponiendo, además, que Bernabé y Saulo administraban ellos mismos la ayuda de Antioquía en la forma de alimento, y eso por un período prolongado. Nada de eso se deduce de la lectura sencilla del texto que tenemos delante, puesto que la ayuda se envió "a los ancianos por mano de Bernabé y Saulo", que indica, como es natural, que los ancianos actuaron como administradores en su propia comunidad —¡podemos imaginar los problemas si la administración diaria se hubiese hecho por extraños!—, a quienes Bernabé y Saulo entregaron, no el alimento mismo, sino el dinero. Nos parece bastante superficial alegar que el dinero no sería útil en Jerusalén, y lo que se necesitaba era algo que comer, porque el sentido claro del pasaje es que los antioqueños anticipaban la necesidad futura, y de todas formas los judíos siempre han sido peritos en la esfera bancaria y económica, de modo que, disponiendo de dinero, no les faltaría medios para hacerse con trigo donde quiera que se vendiera.
El texto, pues, no indica más que una visita breve, a los efectos de una obra de amor fraternal, despachándose el asunto con los ancianos de la iglesia. Los contactos con la iglesia y con cualquier apóstol que estuviera allí serían interesantes sin duda, pero la visita coincide con la persecución herodiana, que fue dirigida particularmente contra los apóstoles, siendo decapitado Jacobo Boanerges y encarcelado Pedro, para esconderse después en un lugar desconocido; tal período de peligro y de crisis no parece ser la ocasión propicia para las amplias discusiones con Jacobo, Pedro y Juan que se describen en el capítulo 2 de Gálatas. Y sobre todo reiteramos que el tema del apostolado de Pablo a los gentiles no había "madurado" aún hasta el punto de necesitar las aclaraciones asociadas con la visita y las "diestras de compañía" que se dieron a Bernabé y a Pablo en cuanto a su conocida labor entre los gentiles: asuntos que, a nuestro ver, habían de tratarse necesariamente en fecha posterior al primer viaje misionero. ¿Cómo pudo ser anterior todo aquello al mandato del Espíritu en (Hch 13:1-4) que señaló el principio de una nueva época?
El único resultado de la visita que nota Lucas que tuviera relación directa con la futura obra sistemática entre los gentiles es la adhesión a los misioneros de Juan Marcos, primo de Bernabé; decisión que tuvo su resonancia después, pero sobre un plano inferior al de la colaboración apostólica (Hch 12:25).
Nota final. Más importante que las dudosas cuestiones de la cronología de esta época es la maravillosa manifestación de la libertad y el poder de las operaciones del Espíritu Santo en la fundación de la iglesia en Antioquía, dentro del marco de las providencias de Dios que, después de aparentes demoras, coordina tanto las circunstancias como los movimientos de los siervos escogidos y debidamente preparados, como espiritual "trampolín" para la inauguración de la etapa final del gran plan de (Hch 1:8); la evangelización sistemática de los gentiles y el desarrollo de la Iglesia en su forma típica y permanente. El capítulo 12, lleno de interés dramático como revelación del poder del testimonio de Pedro, se reviste de un carácter parentético en cuanto a este plan total, que vuelve a tratarse en el momento eje del mandato del Espíritu que hallamos en (Hch 13:1-4).

Temas para meditar y recapacitar

1. Describa con detalle las circunstancias de la formación de la iglesia en Antioquía en Siria, señalando su importancia en relación con el plan total del libro de Los Hechos.
2. ¿Por qué subieron Bernabé y Saulo a Jerusalén sobre el año 44 d. C.? Del incidente total, sáquense lecciones sobre: a) la unidad de la Iglesia y la comunión práctica de los santos; b) el ministerio profético en los tiempos apostólicos.
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