Estudio bíblico: 2 Pedro - Introducción - Introducción

Serie:   2 Pedro   

Autor: Eric Bermejo
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Introducción a 2 Pedro

El propósito de la Epístola

Tenemos delante de nosotros una Epístola pequeña — tan solo 61 versículos —, pero no por eso debemos pensar que no tenga importancia. ¡Todo lo contrario! Se trata de una parte inspirada de las Escrituras, de la que podemos decir sin exagerar, que como creyentes, nuestro futuro eterno dependerá de que aprendamos bien, tomemos en serio y pongamos diligencia en asumir en nuestras vidas las lecciones que el apóstol Pedro nos trasmite a través de estos tres cortos capítulos (2 P 1:5-8).
Después de esta afirmación es probable que alguien se pregunte: ¿Pero nuestro futuro eterno no está asegurado desde el momento en que nos convertimos al Señor, y que no hay nada más que podamos añadir? ¿No es verdad que el cielo es nuestro por pura gracia y no por las obras que hagamos? ¿Acaso depende nuestro futuro eterno de alguna cosa adicional que nosotros debamos hacer?
¡Por supuesto! Nuestro derecho a entrar en el cielo es enteramente por la gracia, no por las obras, siempre y cuando seamos de verdad del Señor y hayamos nacido de nuevo. Esto está fuera de toda duda. Pero Pedro está hablando aquí de la clase de entrada que tendremos cuando lleguemos a esas regiones de gloria en la gran ciudad celestial. ¿Será una entrada abundante y generosa?
(2 P 1:11) "Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo."
Este es sin duda un versículo clave en esta epístola. Ahora bien, para empezar, es imprescindible notar que Pedro está hablando a creyentes, no a incrédulos. El versículo anterior nos lo aclara: "Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección" (2 P 1:10). Y por supuesto, están incluidos también los creyentes de todas las épocas, entre los cuales estamos nosotros.
Ahora bien, el hecho de que podamos tener una "amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Dios", implica necesariamente que existe la posibilidad contraria, es decir, que si desatendemos las exhortaciones de esta Epístola, nuestra entrada sea escasa y limitada.
Notemos también que dice: "de esta manera", indicando con ello que hay una serie de condiciones claras y muy serias que debemos tener en cuenta, y que dependiendo de nuestra actitud frente a ellas, la forma en la que entremos en el cielo quedará determinada.
Es imprescindible, por lo tanto, que prestemos especial atención a lo que Dios, por medio de su siervo Pedro, nos va a decir, y que pongamos "diligencia" en ello (2 P 1:5) (2 P 3:14). Veamos las frases que el apóstol emplea para enfatizar en nuestras mentes y corazones la importancia de esta necesidad:
(2 P 1:12) "Yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas"
(2 P 1:13) "Tengo por justo... despertaros con amonestación"
(2 P 1:14) "Sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo"
(2 P 1:15) "Procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas".
Encontramos aquí a un apóstol Pedro ya viejo y a las puertas de partir para estar con el Señor, pero antes de "abandonar el cuerpo", siente la intensa necesidad de comunicar a todos sus lectores lo que está en juego, para que ellos no dejen de esforzarse por asegurar su vocación y elección (2 P 1:10). Así que nos va a instar a que tomemos la vida cristiana muy en serio, a que pongamos toda diligencia, a que nos disciplinemos durante los pocos años que tenemos aquí en este mundo para formarnos y prepararnos para ese otro mundo celestial y eterno hacia el cual estamos viajando, porque sólo de ese modo podremos participar plena y gozosamente en el glorioso Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Y por supuesto, nuestro propósito al compartir estas notas sigue siendo el mismo. Queremos despertar y estimular a cada creyente a una vida cristiana de más altura, de más entrega, de más disciplina y diligencia.

La vida cristiana: una preparación para el cielo

Este el el gran lema que corre a través de toda la Epístola. Convendría que cada uno de nosotros nos detuviéramos por unos momentos y pensáramos seriamente sobre lo que esto significa, ya que tiene unas implicaciones enormes para nosotros.
Para entenderlo mejor vamos a ver cuatro verdades centrales que Pedro nos presenta en estos cortos capítulos. Tomemos buena nota de ellas, porque será necesario retenerlas a lo largo de los estudios sucesivos.
1. Este mundo es temporal
Esta es la lección del capítulo 3 al terminar la Epístola, pero nosotros la traemos aquí al principio porque es un buen punto de partida que nos abrirá el camino por el que hemos de seguir.
La cuestión fundamental es que el mundo en el cual vivimos no va a durar para siempre; un día desaparecerá totalmente y no quedará nada de él. Nuestros propios científicos nos dicen que en algún momento nuestro sol explotará y se convertirá en una Supernova o Gigante Rojo, y como consecuencia, nuestro pequeño planeta Tierra desaparecerá en llamas, tal como Pedro nos dice aquí. Ahora bien, la enorme diferencia con lo que la ciencia dice, es que esto no ocurrirá por causas naturales dentro de quince mil millones de años, sino que será por una intervención directa de Dios, quien hizo todas las cosas y a quien le pertenecen.
Muchas personas, escuchando sólo lo que dice la ciencia, no se sienten preocupados por algo que va a ocurrir dentro de miles de millones de años, así que no se preparan para tal acontecimiento. Pero como creyentes, sabemos que esto puede ocurrir en cualquier momento, puesto que se trata de un acto deliberado de juicio de parte de Dios contra este mundo rebelde. Y tal como está este mundo, la increíble paciencia de Dios puede estar llegando a su límite, y por lo tanto, sí que hay razones para preocuparse.
Pero este hecho no sólo tendrá consecuencias para los incrédulos, también tendrá enormes implicaciones para los creyentes, al punto que debería afectar profundamente la manera en la que vivimos aquí y ahora. Veamos algunos versículos donde se enfatiza esta verdad:
(2 P 3:11) "Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir"
(2 P 3:14) "Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz."
(2 P 3:17-18) "Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén."
No debemos olvidar que este planeta en el que vivimos no va a ser permanente, sino que en los propósitos de Dios es visto como una plataforma provisional en donde podemos ser entrenados y preparados para unos horizontes infinitamente más grandes y gloriosos de los que este mundo presente nos puede ofrecer.
Por lo tanto, Pedro nos quiere hacer reflexionar: Si esto es así, si este mundo es temporal, cualquier persona (creyente o incrédula) que hace la principal inversión de su vida en las cosas de este mundo, será verdaderamente necia, porque finalmente lo perderá todo. Y en el caso de que sea creyente, su entrada en el Reino eterno de nuestro Señor Jesucristo, no será ni amplia ni generosa.
2. Más allá de este mundo existe otro mundo mucho más glorioso
No se trata de un mundo natural y temporal como este en el que ahora vivimos, sino que será sobrenatural y eterno (2 P 1:16-18). Un mundo que no puede ser detectado por el ojo humano, ni siquiera con el telescopio más sofisticado. Es un mundo que está fuera del ámbito de estudio de la ciencia, por eso, cuando algunos científicos afirman que no existe, lo que en realidad están expresando son meras opiniones subjetivas que carecen de evidencias objetivas. Ellos hablan de cosas que están fuera de su alcance de investigación, por lo tanto, cuando se pronuncian sobre estos hechos, sólo están hablando por hablar.
Puesto que ese mundo sobrenatural pertenece a otra dimensión muy superior de existencia, sólo podemos saber algo de él si desde allí alguien toma la iniciativa de manifestarse y darse a conocer. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido. Dios mismo se ha revelado, y lo ha hecho de varias maneras, pero de forma suprema por la presencia aquí, en nuestro mundo, del mismo Hijo de Dios, quien se hizo hombre. Evidentemente, el Señor Jesucristo no era como el resto de los hombres que han vivido en este mundo, porque de hecho, él venía de ese otro mundo del que estamos hablando. Él mismo lo afirmó en innumerables ocasiones. Veamos un ejemplo:
(Jn 3:13) "Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo."
Durante los años que duró el ministerio público del Señor en este mundo, todas las trágicas consecuencias que el pecado ha producido, fueron transformadas allí donde él estaba. El lamento se convertía en baile, el llanto en risa, y la gente alzaba espontáneamente la voz al cielo para glorificar a Dios (Lc 5:25) (Lc 7:16) (Lc 13:13) (Lc 17:15) (Lc 18:43).
En esta misma epístola que estamos estudiando, en (2 P 1:16-18), Pedro hace referencia a una memorable ocasión cuando él y otros apóstoles estuvieron con Jesús en el monte de la transfiguración, y tuvieron el privilegio de ver con sus propios ojos cómo el velo que esconde de nuestra vista ese glorioso mundo fue descorrido y pudieron contemplarlo. ¡Lo vimos!, dice Pedro, con enorme emoción. ¡Lo vimos con nuestros propios ojos! No estoy hablando de mitos, fábulas o leyendas, os estoy contando lo que de verdad pudimos ver y fuimos testigos.
El Señor ya les había dicho unos días antes que algunos de ellos verían ese otro mundo sobrenatural antes de que murieran:
(Lc 9:27) "Pero os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios."
Pedro fue uno de los que pudo comprobar la realidad de la existencia de ese otro mundo, un mundo que de manera natural no podemos ver porque está en un nivel de existencia diferente del nuestro.
Sin duda Pedro quedó sorprendido por todo lo que vio, pero había un hecho que le llamó especialmente la atención, y era que ese mundo estaba muy cerca del nuestro. No era un mundo a millones y millones de años luz de nosotros. Es un mundo que está aquí y ahora, cercano a nosotros, a nuestro alrededor. Un mundo que nos contempla y desea comunicarse con nosotros. Pedro afirma que oyeron la misma voz de Dios hablándoles desde el cielo (2 P 2:18). Sin lugar a dudas Pedro quedó impactado por lo que aprendió en aquella ocasión, y ahora desea comunicárnoslo en esta epístola.
Allí, en el monte de la transfiguración, aprendió que hay dos mundos, no uno solo. Existe un mundo físico, visible, tangible, cercano y atractivo, pero temporal. Un día desaparecerá y no quedará nada de él. Por eso, la persona que vive principalmente para este mundo, que hace la principal inversión de su vida, energías, ilusiones, dones, tiempo y dinero para este mundo, un día lo perderá todo. Y será una pérdida tal, que no se recobrará jamás.
Pero existe otro mundo sobrenatural, glorioso, eterno, invisible y real. Un mundo cercano, interesado en nosotros, con planes increíblemente grandiosos. Vivir ignorándolo sería una tragedia de primera magnitud. La persona que viva principalmente para ese mundo, que haga de él la principal inversión de su vida, será sabia. Tal vez llegue a perder mucho según la valoración humana, pero terminará con una ganancia incomparable y eterna. ¡Eso sí que es ganar!
Esto fue lo que Pedro aprendió aquel día en el monte de la transfiguración cuando el Señor les dijo:
(Lc 9:24) "Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará."
Puede parecer una enorme contradicción de términos; o pierdes la vida o la salvas, pero eso de que perdiéndola se salva, o que intentando salvarla se pierde... ¿cómo se puede entender eso? Pues la respuesta la encontramos en este pasaje. Aquellos que viven para este mundo acabarán perdiéndolo todo, aunque por el momento parezca lo contrario, mientras que quienes vivan para ese otro mundo invisible y eterno, aunque por el momento parezca que están perdiendo sus vidas, de hecho las están ganando.
Cuando leamos esta pequeña epístola no olvidemos que todos estos pensamientos estaban en la mente de su autor mientras escribía.
3. Ese mundo sobrenatural es un reino (2 P 1:11)
La tercera gran verdad sobre la que esta epístola descansa tiene que ver con la naturaleza de ese mundo hacia el cual estamos viajando.
Inevitablemente nos surgen preguntas: ¿Cómo será ese mundo? ¿Qué haremos allí? Son preguntas lógicas, ya que se nos está exhortando a hacer la principal inversión de nuestras vidas en ese mundo, y eso nos va a costar sacrificio y pérdidas aquí. ¿Valdrá la pena? Por lo tanto, es muy importante que aprendamos bien lo que la Biblia nos enseña en cuanto a ese mundo.
Cuando éramos niños, algunos de nosotros pensábamos en el cielo como si fuera un gigantesco parque de atracciones, donde nos estaríamos divirtiendo todo el día con toda clase de distracciones nunca vistas en nuestro mundo. Pero cuando dejamos de ser niños y nos hicimos adultos, esa idea ya no nos hacía tanta gracia.
Las personas mayores, cargadas de dolores, tal vez han imaginado el cielo como un gigantesco hogar de ancianos donde podrán descansar todo el día en cómodos sillones de terciopelo celestial, atendidos por ángeles que les ofrecerán té, café o Coca-cola en bandejas de plata. Además, ya no tendrán que trabajar nunca más. Tal vez esa idea pueda ilusionar a algunos, aunque es probable que a muchos otros no les atraiga en absoluto. Al fin y al cabo, con todas las cosas que nos ofrece este mundo presente, pensar en hacer sacrificios para finalmente pasar toda la eternidad en un hogar de ancianos, esto no parece ser un gran aliciente.
Pero la verdad que nos presenta la Biblia es muy diferente. Tal como vemos en (2 P 1:11), el cielo es un reino, "el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo". Se trata de una vasta administración, que aun ahora, aunque de una forma velada y misteriosa a nuestro entendimiento, gobierna sobre los inmensos "territorios" de Dios, tanto visibles como invisibles, tanto los que están en el Cielo, como los que están en la Tierra, y también los que están en cualquier otra parte del vasto Universo.
Este es un hecho del cual el rey David no se cansaba de cantar. Por ejemplo en el (Sal 103:1), donde nos dice: "El Señor estableció en el cielo su Trono, y su Reino domina sobre todos".
Esta fue la lección que Nabucodonosor, el rey de Babilonia, la superpotencia número uno de su día, tuvo que aprender. No le resultó fácil, fueron necesarios siete años de dura disciplina bajo la mano de Dios, antes de que entrara en razón y reconociera y confesara: "El Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere" (Dn 4:32-34).
Esto que finalmente reconoció Nabucodonosor es una de las verdades realmente grandes de la Biblia, y que fluye de forma majestuosa e ininterrumpida por todo el variado escenario bíblico, desde su principio en Génesis hasta su fin en Apocalipsis.
Por ejemplo, Jacob tuvo una visión de esa vasta administración celestial en Génesis 28. Él vio cómo millares de ángeles salían continuamente de la presencia de Dios para cumplir diversas misiones, y volvían para rendir cuentas ante el Trono, y recibir nuevas órdenes. Jacob sintió una enorme consternación al ver cuán cerca estaba él del Trono divino desde el que se dirigía toda aquella actividad. De ahí su exclamación: "Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. Y tuvo miedo, y dijo: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo" (Gn 28:16-17).
También a Eliseo y a su criado se les concedió ver el ejército de ese reino celestial cuando se encontraban sitiados por el ejército sirio en la ciudad de Dotán (2 R 6:8-17). Y aunque las fuerzas sirias eran poderosas, resultaban insignificantes ante la infinita superioridad de los ejércitos celestiales.
El profeta Micaías relata en (1 R 22:1-40) cómo en un momento crítico de la historia del pueblo de Israel, le fue concedido ver al Señor sentado en su Trono rodeado de toda su corte celestial, deliberando sobre qué táctica convendría emplear para poner fin a la desgraciada vida del impío rey Acab, que tanto daño había ocasionado al pueblo de Israel.
En el año en que el rey Uzías murió, dejando su trono vacante después de cincuenta y dos años de gobierno estable, el corazón de muchos estaba preocupado por el futuro de la nación. Fue entonces cuando Isaías vio que el Trono celestial no estaba vacante, sino que el Señor mismo estaba sentado sobre él (Is 6:1-13). Fue entonces cuando entendió que los eternos propósitos de Dios siguen adelante, seguros e inalterables, a pesar de todas las vicisitudes, cambios, flaquezas y fallos humanos. Además, desde ese Trono se le reveló que nacería un niño de una virgen, y que el gobierno mundial estaría sobre sus hombros, consiguiendo poner fin al caos que por siglos ha vivido este mundo. Por fin, el mundo entero sería restaurado de los desastrosos resultados del pecado, y vuelto a un momento de gloria como era antes de la caída en el pecado (Is 7:14) (Is 9:6) (Is 11) (Is 25) (Is 35).
El profeta Daniel también tuvo una visión de esa enorme administración celestial (Dn 7). Él vio a millares de millares, y millones de millones de seres angelicales reunidos alrededor del Trono de Dios mientras se decidía el curso del gobierno de este mundo terrenal. El rey Nabucodonosor ya había aprendido que "el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres y lo da a quien él quiere". Y ahora, Daniel ve cómo al final de la historia de la humanidad, Dios, el Juez Supremo, decide quitar finalmente el gobierno de este mundo de las manos de sus dirigentes actuales, y ponerlo todo en las manos del "Hijo del Hombre", que no es otro que Jesús de Nazaret.
También en Apocalipsis, el último libro de la Biblia, la visión del Trono de Dios llena el capítulo 4. Y más adelante, en (Ap 11:15), vemos cómo por fin, "los reinos de este mundo llegan a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos". Evidentemente, todo esto es como consecuencia de que el Trono de Dios en el cielo nunca ha quedado vacante a través de los siglos. Dios nunca ha abdicado de su poder ni ha abandonado sus propósitos para este pequeño planeta Tierra y sus moradores.
Por lo tanto, aprendamos bien esta lección. El Reino Celestial hacia el cual nos dirigimos, no es un estado meramente contemplativo, estático e inútil, como tantas veces lo han pintado los artistas profanos. Cuadros de figuras patéticas de pie sobre nubes que parecen de algodón, vestidas de blanco como monjes y con aureolas mal ajustadas sobre sus cabezas, los ojos en blanco, las caras vacías, y sin nada que hacer a parte de flotar interminablemente por el espacio infinito. ¡Nada podría estar más lejos de la verdad!
Insistimos en que ese mundo sobrenatural es un Reino glorioso, grandioso, extenso y más activo que cualquiera de los grandes imperios que han aparecido brevemente en la historia de nuestro mundo.
Se trata de una vasta administración que ofrece ilimitadas oportunidades para la plena realización de los anhelos más profundos y genuinos del espíritu humano. Algo que ninguno de los reinos, imperios, sistemas políticos o corporaciones multinacionales ha podido hacer nunca. Ese Reino eterno será así porque hemos sido diseñados y creados para cosas mayores, para unos horizontes más elevados que los que este mundo nos puede ofrecer.
Y esto nos conduce a la cuarta gran lección de esta Epístola
4. El Señor nos ofrece una participación activa en su Reino
Pedro se refiere a esto cuando habla de la posibilidad de una "amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 P 1:11).
Ya hemos considerado que hay un Trono en el cielo que siempre ha reinado a través de toda la historia de la humanidad. Hemos visto también que Pedro y otros apóstoles tuvieron la ocasión de ver un anticipo de la gloria de ese reino celestial que se manifestará en toda su plenitud en la Segunda Venida del Señor (2 P 1:16-18).
Ahora vamos a ver que nuestro Soberano Señor desea, y se ha propuesto, que nosotros un día colaboremos con él en la administración de su vasto y glorioso Reino.
Sin duda, esto parece algo demasiado grande para creer, pero no olvidemos que ese fue el propósito original de Dios al crear al hombre según vemos en Génesis 1 y 2. Él quería que el hombre fuera su virrey en esta planeta Tierra, administrando todo en su Nombre y en comunión con él, desarrollando sus inmensos recursos y convirtiéndolo todo en un glorioso Paraíso para la gloria de su Creador y el beneficio de toda la humanidad, inspirándose para ello en el ejemplo maravilloso que Dios mismo había creado en Edén.
Está claro que todo esto era una preparación para algo mucho mayor. No olvidemos las palabras de (Ec 3:11): "Dios puso eternidad en el corazón de los hombres". Además, Dios no sólo nos creó con una dimensión de eternidad, también nos hizo seres espirituales, de tal manera que nunca podremos quedar totalmente satisfechos con este mundo material. Fuimos creados para horizontes mucho más elevados. ¿Cuáles?
En este sentido es interesante considerar el caso de Enoc (Gn 5:24). El texto bíblico nos dice que "caminó Enoc con Dios y desapareció, porque le llevó Dios". Esto prefigura el traslado de millones de creyentes que serán llevados de este planeta a ese otro mundo del que estamos hablando y para el que hemos sido creados.
Por lo tanto, como venimos diciendo, este mundo presente fue diseñado y construido por Dios para que fuese una plataforma provisional en la que podamos entrenarnos y prepararnos para una esfera de servicio de mucha más envergadura cuando ya estemos en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Ahora bien, todos sabemos que aquel propósito original se vio frustrado por causa de la desobediencia de nuestros primeros padres. La entrada del pecado sirvió para que el diablo se estableciera aquí como el "príncipe de este mundo", y ya sabemos que su política es diametralmente opuesta a los propósitos de Dios y de su Reino.
¿Qué diremos entonces? ¿Ha fracasado Dios? ¿Ha ganado la partida el diablo? ¿Acaso se habrá olvidado o desentendido Dios de su propósito original? ¿Lo habrá dejado por imposible? La respuesta es un no rotundo.
El Salmo 8, inspirado por Dios y escrito por David miles de años después de los eventos descritos en los primeros capítulos de Génesis, saca a relucir nuevamente el propósito original de Dios, haciéndonos ver que Dios no se ha olvidado de él (Sal 8:4-8). Su propósito sigue en pie, y Dios tiene un plan para conseguir llevarlo a cabo finalmente, a pesar del fracaso humano y de la oposición satánica. ¿Cuál es ese plan?
Vayamos ahora a Hebreos capítulo 2, escrito mil años después del Salmo 8. Allí vemos que Dios sigue firme a pesar de los siglos que habían transcurrido. Y para que no haya ninguna duda acerca del alcance de sus planes, nos los explica con total precisión:
(He 2:5) "Dios no sujetó a los ángeles el mundo venidero acerca del cual estamos hablando, pero alguien testificó en cierto lugar diciendo (Salmo 8), ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?"
Lo que nos dice aquí es que el increíble propósito de Dios en cuanto a la administración de ese reino eterno, no es que sea llevada a cabo por millares de resplandecientes ángeles, sino por nosotros, seres mortales, nacidos en este pequeño planeta Tierra, pero nacidos de nuevo por la fe en Jesucristo y ascendidos a la categoría de hijos de Dios.
Y ahora nosotros nos encontramos aquí en este mundo durante unos cuantos años, siendo entrenados para ocupar puestos de autoridad en la administración del Reino eterno de Dios.
¿Y cuál es el programa de Dios para conseguir ese propósito después de todo lo que ha pasado? El autor de Hebreos nos lo explica en este extraordinario capítulo 2. Nuestro mismo Creador se humilló haciéndose menor que los ángeles con el fin de socorrernos a nosotros, seres humanos caídos, pero destinados a reemplazar a los ángeles en la administración de su Reino. Y para conseguir nuestra restauración, él murió en la cruz por nosotros (He 2:9,16). De ese modo asestó un golpe mortal al imperio satánico, librándonos de su funesta influencia y control (He 2:14-15). Y todo ello, con el fin de llevarnos un día de este mundo provisional a ese otro mundo eterno, después de un periodo de preparación y santificación (He 2:11).
En la visión que tuvo Daniel, y a la que antes nos hemos referido (Dn 7), Dios le mostró al profeta cómo el gobierno del mundo entero será quitado de las manos de sus actuales dirigentes y entregado en las manos del Mesías, nuestro Señor Jesucristo (Dn 7:13-14).
Esto no nos sorprende, ya que todo es suyo por derecho propio, puesto que él lo creó en un principio. Y de hecho, es doblemente suyo, por cuanto ha pagado el alto precio de su propia sangre para redimirlo y restaurarlo otra vez.
Pero lo que nos deja realmente boquiabiertos es lo que leemos a continuación en (Dn 7:22-27): "Los santos recibieron el Reino... el Reino y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo... fue dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán".
Ante este plan divino tan increíblemente glorioso, tan extraordinariamente generoso (porque no lo olvidemos: "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?", Salmo 8), el escritor de Hebreos exclama:
(He 12:28) "Así que, recibiendo nosotros un Reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios, agradándole con temor y reverencia."
¿Cómo reaccionamos frente a este glorioso propósito de Dios para nosotros? Sin duda son pensamientos maravillosos, pero antes de seguir adelante, debemos hacer un alto en el camino y recapacitar bien sobre lo que hemos visto hasta ahora.

Comentarios

Bolivia
  José Flores  (Bolivia)  (14/08/2023)
Aleluya! Gloria a ese Dios bendito! Qué toda obra de sus manos y sus designios son benditos. Gracias bendito Dios por tus siervos en el nombre de Jesús de Nazareth! Maravilloso!!!
Ecuador
  Rosita GarcÍa de Sánchez  (Ecuador)  (05/02/2021)
Gracias amados y estimados por nuestro amado Señor Jesús amen por estas enseñanzas que me edifican cada día mas, amen, los amo en el amor de CRISTO Jesús. AMEN .
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