Estudio bíblico: La prioridad del servicio - Introducción

Serie:   2 Pedro   

Autor: Eric Bermejo
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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La prioridad del servicio (2 Pedro)

En el estudio anterior aprendimos que la vida cristiana es una preparación para el cielo. Llegamos a esta conclusión después de considerar que este mundo es temporal y un día terminará, por lo tanto, no es sabio hacer la principal inversión de nuestra vida en las cosas de aquí. Por el contrario, existe otro mundo, sobrenatural y eterno, que es el Reino de Dios, y en el cual se nos ofrece la posibilidad de participar. Ante esta perspectiva, no sería inteligente dejar pasar la oportunidad de enfocar en él la principal inversión de nuestras vidas.
Hemos subrayado también que, si bien todo auténtico creyente tiene su entrada asegurada en ese Reino eterno del que venimos hablando, sin embargo, no todos tendrán la misma clase de entrada, ni el mismo tipo de participación en él (2 P 1:11).
Por lo tanto, debemos hacernos una pregunta fundamental: ¿de qué dependerá el tipo de entrada que tengamos en el Reino eterno de Dios? Y es aquí donde llegamos al tema de nuestro estudio:

La prioridad del servicio

En cierta ocasión, dos de los discípulos del Señor, Jacobo y Juan, se acercaron a él con una petición especial. Ellos querían que cuando estuvieran con él en su Reino, uno se sentara a su derecha y el otro a su izquierda (Mr 10:35-45). Lo que evidentemente estaban buscando era asegurarse una posición de privilegio y autoridad en ese Reino.
En su contestación, el Señor les dejó claro que los asuntos de su Reino se conducen de una forma muy diferente de lo que es la costumbre entre los gobernantes de este mundo. Y resaltó como condición indispensable el servicio, un servicio humilde, desinteresado, sacrificado, y sobre todo, espiritual. El mismo Señor se colocó de ejemplo.
(Mr 10:43-45) "Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos."
A la vista de estas palabras, sería correcto decir que el que no sirve aquí, tampoco servirá allí. Es por esto que decimos que la vida cristiana es una preparación para el cielo.
Para entender mejor este asunto, miremos la parábola de las diez minas que el Señor contó (Lc 19:11-27). Se trata de un hombre noble que se fue a un país lejano para recibir un reino y volver. Este no era un relato extraño para los que le escuchaban. Por ejemplo, unos pocos años antes, Arquelao, el sucesor del rey Herodes, había tenido que ir a Roma para presentar sus credenciales ante el César, y una vez cumplido ese trámite, regresó a Israel para representar allí los intereses de Roma en aquella lejana región del Imperio. Pues bien, volviendo a la parábola, el noble, antes de irse, reunió a diez siervos y les repartió cierta cantidad de dinero a cada uno de ellos, encargándoles que se ocupasen fielmente de sus negocios durante su ausencia, para que al volver, pudiera ver cómo habían prosperado sus interesen en manos de sus siervos. Y efectívamente, cuando el noble regresó, llamó a sus siervos para que cada uno de ellos rindiera cuentas de su servicio.
Sin duda, esta parábola nos está hablando del mismo Señor Jesucristo, puesto que él también se fue al cielo después de anunciar que un día venidero iba a regresar. Y a cada uno de sus hijos no ha entregado dones por su Espíritu que debemos desarrollar para su gloria durante este periodo de ausencia, no olvidando que un día tendremos que rendir cuentas por ello:
(2 Co 5:10) "Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo."
En la parábola vemos que uno de los siervos había tomado muy en serio el encargo de su señor, de modo que se había esforzado mucho y había conseguido aumentar la mina que le había entregado, llegando a producir diez minas. Su señor le felicitó por su fidelidad y le puso a administrar diez de las ciudades de su reino. Podríamos decir, usando el lenguaje de 2 Pedro, que tuvo "una amplia y generosa entrada en el reino de su Señor" (2 P 1:11).
Luego llegó otro de los siervos, y era evidente que se había esforzado menos que el anterior, puesto que la mina que había recibido produjo cinco minas. En todo caso, el Señor le puso a administrar cinco ciudades de su reino. Diríamos que tuvo una entrada menos "amplia y generosa" que el anterior.
Y llegó el último de los siervos, y pronto quedó claro que él no había tomado en serio el encargo de su señor. No se había molestado en trabajar para él y no había hecho nada para hacer prosperar sus negocios. No estaba dispuesto a gastar su tiempo y energías en algo que no fueran sus propios intereses personales. En su caso, el noble no le dio ninguna participación en la administración de su reino. Es verdad que no fue echado fuera del reino, tal como ocurrió con los enemigos del noble (Lc 19:27), pero tampoco se le dio ninguna ciudad para administrar, tal como había ocurrido con los siervos anteriores.
Llegados a este punto, no hace falta ser un teólogo de primera fila para darse cuenta de lo que el Señor quiere comunicarnos por medio de esta parábola. Es obvio que el tema de fondo aquí es el Reino de Dios (Lc 19:11), o el "reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" al que se refiere Pedro (2 P 1:11).
Otro de los paralelismos claros que encontramos entre esta parábola y la carta de Pedro, es que el Reino no se iba a manifestar en este mundo con todo su poder y gloria de manera inmediata. Primero, tal como ocurrió en el caso del noble de la parábola, el Señor tendría que ir a un "país lejano" para recibir el Reino y luego volver. No a Roma, como en el caso de Arquelao, ni a ninguna otra institución humana de nuestro tiempo, sino ante la autoridad suprema del Universo, ante el mismo Trono de Dios. Veamos cómo lo describió el profeta Daniel:
(Dn 7:9-14) "Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos. Yo entonces miraba a causa del sonido de las grandes palabras que hablaba el cuerno; miraba hasta que mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y entregado para ser quemado en el fuego. Habían también quitado a las otras bestias su dominio, pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo. Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido."
La parte final de este pasaje describe lo que ocurrió inmediatamente después de que el Señor Jesucristo ascendiera al cielo desde el Monte de los Olivos cuarenta días después de su resurrección (Hch 1:9). Una vez allí él presentó sus credenciales ante el Padre. Sus credenciales como Creador de este mundo (Ap 4:11), y las credenciales de su sangre derramada en la cruz para abrir una vía de reconciliación entre Dios y el hombre (Ap 5:9-14).
Y tal como hemos leído en el profeta Daniel, sus credenciales fueron aceptadas: "le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido" (Dn 7:14). Por lo tanto, Dios mismo le invitó a sentarse en su Trono, diciéndole: "Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies" (Sal 110:1).
Notemos bien en esta última referencia que cuando dice "hasta que", se está refiriendo al día de su retorno en poder y gloria para establecer aquí su Reino sobre todas las naciones del mundo (Hch 2:34-35) (Hch 3:19-21).
Ahora, durante su ausencia, tal como enseña la parábola, nosotros sus discípulos, tenemos una responsabilidad muy seria e ineludible. El mismo Señor, antes de marcharse al cielo, nos dejó instrucciones muy claras para que todos los que decimos ser miembros de su Reino por habernos rendido a él reconociendo su señorío en nuestras vidas, trabajemos concienzudamente y con una ánimo vivo en los negocios de su Reino y a favor de sus intereses.
Notemos bien cómo el Señor, al comenzar su ministerio público, estableció el principal deber de todo ser humano en esta vida: "Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás" (Mt 4:10). Y hacia el final de su ministerio, volvió a lanzar un reto similar a sus discípulos: "Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará" (Jn 12:26).
El apóstol Pedro nunca pudo olvidarse del encargo que personalmente recibió del Señor unos pocos días antes de que se fuera a "un país lejano": Si me amas de verdad, le dijo el Señor, alimenta y pastorea mis ovejas y mis corderos (Jn 21:15-19). Y esto es lo que Pedro hizo durante el resto de su vida, y de hecho, cuando escribió sus dos epístolas, todavía lo seguía haciendo con gran efecto. Y por supuesto, este mismo encargo que el Señor le hizo a él, ahora nos lo transmite también a todos nosotros en este día. Por un lado se dirige a los ancianos de las iglesias (1 P 5:1-4), pero también exhorta a todos los creyentes para que estemos activos en las cosas del Señor, sirviéndole de acuerdo con el don que hemos recibido del Señor, "como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 P 4:7-11).
En esta misma línea se encuentra también el apóstol Pablo cuando nos exhorta diciendo: "En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor" (Ro 12:11).
Hermanos y hermanas, ¡cuán necesaria resulta esta exhortación! ¡Cuántas cosas hay por hacer en la Obra de Dios! Entre los niños, los jóvenes, los adultos o la gente anciana... enseñando, colaborando, animando, visitando, consolando, ayudando, acompañando, aconsejando, hospedando, sirviendo, y mil cosas más. ¡Y cuánta escasez hay de personas dispuestas a arrimar el hombro y comprometerse, sacrificándose a favor del Señor y de su Obra de una forma perseverante! ¿Por qué ocurre esto? Quizá sea porque ya no creemos lo que el Señor enseñó en la parábola de las diez minas de Lucas 19, o en lo que Pedro nos está diciendo aquí en su segunda epístola.
Pensemos en el encargo que el Señor les hizo a sus discípulos en el mismo momento en que se marchaba al cielo, diciéndoles que fuesen sus testigos a todo el mundo, hasta lo último de la tierra (Hch 1:8). A lo largo de toda la historia del libro de los Hechos de los Apóstoles, vemos que ellos cumplieron con esta comisión con gran entusiasmo, coraje, sacrificio, perseverancia y poder. Y notemos que no sólo los apóstoles, sino que todos los creyentes en general estaban involucrados en la Obra del Señor, considerándola como la cosa más importante de su vida (Hch 8:4). Allí por donde iban, en sus hogares, en la calle, en el mercado, en el trabajo, en sus viajes... en cada lugar testificaban del Señor.
Ahora el apóstol Pedro nos dice claramente que nosotros también hemos sido escogidos para servirle en su Obra: "vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2:9).
En otra parte de las Escrituras, el apóstol Pablo incide en lo mismo: nos convertimos "para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera" (1 Ts 1:9-10). Y añade en (2 Co 5:20): "somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios". Y en (Ro 12:1) dice que esto es "nuestro culto racional".
Con frecuencia escuchamos noticias de los radicales islámicos que se entrenan con dureza y están dispuestos a los mayores sacrificios personales con el fin de conquistar ciertos territorios para su causa. Esto nos debe hacer reflexionar, porque si ellos están dispuestos a dar sus vidas por una causa meramente terrenal, ¿cuánto más deberíamos estar dispuestos nosotros los creyentes a entregar toda nuestra vida en servicio al Señor y a nuestros semejantes por la causa del eterno Reino de Dios?
Volviendo a la parábola de las diez minas, vemos que la ausencia del hombre noble sirvió para poner a prueba tanto la fidelidad de sus siervos hacia él, como su capacidad de administrar los asuntos de su reino.
Por supuesto, esa capacidad de administrar los bienes del Señor, se iba perfeccionando día tras día en aquellos siervos que tomaron en serio la obra de su señor y trabajaron diligentemente en sus negocios.
Y del mismo modo, el periodo de ausencia de nuestro Señor Jesucristo, es también un periodo de prueba para nosotros, donde debemos demostrar nuestra fidelidad hacia él y desarrollar nuestra capacidad de administrar los asuntos de su glorioso Reino eterno. Y esa capacidad se irá perfeccionando cada día si tomamos en serio la Obra del Señor y trabajamos con perseverancia en ella.
Todos nosotros debemos reflexionar sobre este asunto y hacernos cierta pregunta importante: ¿Qué estoy haciendo para la Obra del Señor y sus intereses en este mundo?
Alguien podría contestarse a sí mismo: Yo voy a todos los cultos y pongo mi diezmo en la ofrenda, ¿qué más quiere Dios de mí? Bueno, nadie discute que esto es importante, pero en todo caso, eso está muy lejos de lo que el Señor espera. Dios espera de nosotros una actitud más activa, no conformarnos simplemente con calentar el asiento, sino practicar lo que aprendemos.
Alguien contestará que todavía es demasiado joven, que estas cosas están muy bien para la gente más mayor. Los jóvenes tenemos derecho a gozar de nuestra juventud con libertad, viviendo a nuestro aire. Ya veremos más adelante... Pero no habría que olvidar que cualquier persona que le acepta como Señor, se compromete a vivir fielmente para él, sin importar la edad. ¡Y cuántas ventajas hay cuando se comienza a sembrar en los asuntos del Reino de Dios desde la juventud!
Alguien puede contestar: Cuando me jubile, entonces tendré tiempo y oportunidad para dedicarme a las cosas del Señor, porque ahora estoy demasiado entregado a mi trabajo y me absorbe todo el tiempo... Pero, ¿cómo sabemos que llegaremos a viejos? Además, la experiencia de muchas personas es que llegan a esa etapa de sus vidas tan quemados y gastados que apenas queda ya nada más que ofrecerle al Señor. Los mejores años se han ido para siempre. La mente no ha sido disciplinada en el estudio serio de la Palabra y ya no logra adaptarse. Las grandes doctrinas del evangelio entran con grandes dificultades y es difícil retenerlas. Y el cuerpo está cansado, ya no añora otra cosa que descansar.
Es interesante volver a considerar la letra de un clásico himno cristiano titulado "Da lo mejor al Maestro":
Da lo mejor al Maestro,
Tu juventud, tu vigor;
Dale el ardor de tu vida,
Del bien luchando en favor.
 
Cristo nos dio el vivo ejemplo
De su pureza y valor;
Da tu lealtad al Maestro,
Dale de ti lo mejor.
 
Da lo mejor al Maestro,
Ríndele fiel devoción,
Sea su amor tan sublime
El móvil de cada acción.
 
Puesto que el único Hijo
Nos dio el Padre de amor;
Sírvele con alegría,
Dale de ti lo mejor.
 
Da lo mejor al Maestro,
Que incomparable es su amor,
Pues al morir por nosotros,
Dejó su regio esplendor.
 
Sin murmurar dio su vida
Por el más vil pecador;
Ama y adora al Maestro,
Dale de ti lo mejor.
Antes de terminar este estudio, es importante que tengamos en cuenta una seria advertencia, porque es fácil engañarnos a nosotros mismos en este asunto. La cuestión es que resulta posible estar trabajando en las cosas del Señor, pero en realidad estar sirviéndonos a nosotros mismos. Un engaño tremendamente sutil y fatal.
Por ejemplo, podemos realizar algún trabajo en la iglesia con la música, la escuela de niños, el grupo de jóvenes, campamentos, presidiendo reuniones o predicando... y hacerlo porque nos gusta, nos sentimos realizados, porque los demás se fijan en nosotros y nos alaban... Pero cualquier cosa que se haga para el Señor sin tener una comunión real y consciente con él, buscando genuinamente su guía y su gloria en todo lo que hacemos, carecerá de sentido.
No olvidemos que servir al Señor implica asumir cualquier servicio, grande o pequeño, en el temor de Dios y buscando su gloria, no la nuestra. Implica perseverar en ello en días buenos y en días malos, cuando nos aplauden y cuando nos dejan de aplaudir, cuando nos sentimos realizados y llenos de optimismo, pero también cuando nos sentimos desanimados y con pocas ganas de hacer nada. El que realmente sirve al Señor "no tirará la toalla". Recordemos las palabra del Señor al profeta Isaías:
(Is 40:28-31) "¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán."
Sirviendo al Señor de esta manera tendremos una "amplia y generosa entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 P 1:11).
¿Creemos de verdad en estas cuestiones? ¿Qué estamos haciendo para el Señor? ¿Qué podríamos hacer? ¿Qué vamos a hacer?

Comentarios

Guatemala
  Ruth Vicente  (Guatemala)  (08/01/2024)
Gracias por compartir este estudio.

¿Está enfocado en los principios de la Iglesia evangélica?

Respuesta: No depende de denominaciones, la enseñanza de la Biblia es para todos los que se llaman cristianos.
Guatemala
  Dario Jobiel Acevedo Vázquez  (Guatemala)  (26/01/2023)
Que bonita enseñanza muy edificativa Dios les bendiga. La he estudiado desde la comodidad de la playa el Chechenal. Peten, Flores, Guatemala
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