Estudio bíblico: Israel se negó a entrar con Moisés en la Tierra Prometida - Introducción

Serie:   Josué   

Autor: David Gooding
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Reino Unido
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Israel se negó a entrar con Moisés en la Tierra Prometida

Vamos a considerar el primer objetivo que el Señor puso delante de Josué y que hemos resumido diciendo que consistía en introducir al pueblo de Israel en su heredad.

Despreciaron la herencia que Dios les daba

Ya hemos comentado que Moisés no pudo introducir al pueblo de Israel en su herencia y hemos mencionado también las múltiples dificultades por las que tuvo que pasar en el desierto. El libro de Éxodo relata cómo Moisés —por la fe— guardó la pascua en Egipto y cómo después —por la fe— las aguas del mar Rojo se abrieron y el pueblo pasó por en medio de ellas al otro lado. Y, aunque todo esto supuso una gran victoria de fe para Moisés, el pueblo no tardó en empezar a quejarse de que no había suficiente comida y que el maná era demasiado liviano, hasta el punto de que sus almas llegaron a aborrecerlo. Esto no auguraba un buen futuro, porque, igual que el maná tenía sabor a miel, el país de Canaán hacia el cual se dirigían se describe en el Antiguo Testamento como una "tierra que fluye leche y miel". Por tanto, si les desagradaba este sabor en el desierto, ¿para qué iban a ir a un país en el que encontrarían lo mismo? Así que cuando llegaron a la misma frontera de Canaán, toda aquella generación le dijo a Moisés que si lo hubieran sabido antes, se habrían quedado en Egipto.
Nosotros también necesitamos ser realistas en cuanto a cómo va a ser el cielo. La Biblia que tenemos en nuestras manos es la conversación que Dios mantiene con nosotros, y si esto nos resulta aburrido ahora, entonces ¿para qué ir al cielo, si allí vamos a tener que "aguantar" este tipo de conversación durante toda la eternidad?
Cuando el pueblo de Israel llegó al monte Sinaí, Moisés subió allí para recibir la ley y desapareció durante cuarenta días. Nuevamente el pueblo empezó a murmurar sobre este Moisés que los iba a llevar a un país prometido, pero que había desaparecido. Y, aunque les había prometido que iba a volver, habían pasado cuarenta días y no había señal de él, así que empezaron otra vez a pensar en buscarse otro caudillo que los llevara de vuelta a Egipto. De manera que se construyeron un becerro de oro y dijeron que esos eran sus dioses. Con todo ello provocaron la ira de Dios, al punto que se propuso destruirlos a todos y comenzar otra nación a partir de Moisés y su descendencia. Si Dios hubiera hecho esto no habría faltado a ninguna de sus promesas a Israel, puesto que Moisés también era israelita, pero Dios escuchó la intercesión de Moisés y, si bien los juzgó de forma severa, les dio otra oportunidad de progresar hacia la tierra prometida.
Sin embargo, cuando unos pocos meses después llegaron al límite de la tierra prometida, Moisés mandó doce espías para reconocer el país y, a su regreso, sólo dos de ellos, Josué y Caleb, dieron un informe favorable. Los demás dijeron que era un país terrible, lleno de gigantes, que devoraba a sus habitantes, aunque sí que reconocieron que era un país de "leche y miel" e incluso trajeron un racimo enorme de uvas como muestra de ello. Pero ni esto, ni los esfuerzos de Josué y Caleb sirvieron para persuadirles de que Dios les daría el triunfo final en las luchas que inevitablemente tendrían que enfrentar. El pueblo empezó otra vez a llorar y a lamentarse de la situación, se rebelaron nuevamente contra Moisés y pensaron en apedrear a Josué y Caleb.

Los israelitas que salieron de Egipto no eran verdaderos creyentes

Podemos preguntarnos ¿cuál era el significado de su actitud? Y Dios mismo nos lo describe en:
(Nm 14:11) "Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos?"
Estaban irritándole al despreciar la gloriosa herencia que les ofrecía, diciéndole que ni les gustaba ni la querían. Pero, por encima de esto, eso suponía un profundo desprecio hacia Dios mismo. En el fondo, todo arrancaba del hecho de que no eran creyentes verdaderos, y de ahí la pregunta que se hace Dios: "¿Hasta cuando no me creerán?". Puede resultarnos contradictorio pensar que no eran creyentes si recordamos el momento en que, después de haber visto las grandes obras de Dios en Egipto y la forma milagrosa en la que cruzaron el mar Rojo, se nos dice que todos ellos creyeron a Dios y a Moisés:
(Ex 14:31) "Y vio Israel aquel grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo."
Pero resultó muy triste ver que sólo creyeron durante un espacio de tiempo muy corto, mientras el milagro todavía estaba delante de ellos. Quizá nos ayude a entenderlo la parábola del sembrador y la semilla que fue sembrada entre pedregales:
(Mr 4:16-17) "Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan."
Y así era el caso de estos israelitas que salieron de Egipto. Se constata de nuevo en:
(Nm 14:22-23) "Todos los que vieron mi gloria y mis señales que he hecho en Egipto y en el desierto, y me han tentado ya diez veces, y no han oído mi voz, no verán la tierra de la cual juré a sus padres; no, ninguno de los que me han irritado la verá."
Y, como consecuencia de eso, el pueblo vagó por el desierto durante cuarenta años, hasta que toda aquella generación murió. Podemos simpatizar con Moisés considerando todos sus sacrificios hacia ese pueblo, cómo podía haberse quedado cómodamente sentado en los sillones del palacio de Faraón, y en cambio le tocó ver cómo el pueblo tiraba por tierra todo el proyecto.

La verdadera fe se manifiesta por las obras

Ahora bien, lo más serio del asunto era que el evangelio predicado al pueblo de Israel por medio de Moisés tenía dos partes: La primera consistía en sacarles de la esclavitud de Egipto y la segunda, en introducirlos en la tierra prometida a sus padres. Este evangelio era una unidad indivisible, no había ninguna parte opcional. Moisés nunca les dijo a los israelitas que lo importante era salir de Egipto y que después, si lo deseaban, podían optar por atravesar el desierto e ir a la tierra prometida (como si fuera una especie de asignatura optativa para los más aventajados) o bien quedarse cómodamente en algún lugar cercano a Egipto oliendo las cebollas y los puerros de la vega del Nilo. No, nunca hubo tal evangelio y Dios lo dejó bien claro desde el principio:
(Ex 3:8) "Y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo."
Este es un fenómeno que se repite en la historia de Israel. Leemos en:
(Sal 95:7-11) "Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano. Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto, donde me tentaron vuestros padres, me probaron, y vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con la nación, y dije: pueblo es que divaga de corazón, y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi furor que no entrarían en mi reposo."
No sabemos cuántos siglos después de que ocurriera aquello en el desierto se escribió este salmo, pero nos volvemos a encontrar con la posibilidad de que el pueblo cayera en lo mismo. Por eso el salmista les exhorta para que no imiten la actitud de sus antepasados: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón".
Siglos más tarde, el escritor de la epístola a los Hebreos vuelve a citar este mismo Salmo en (He 3:7-11), para después hacer una exposición sobre él:
(He 3:12-14) "Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio".
Vemos enseguida que el escritor estaba preocupado por la gente a la que dirige su carta. En varias ocasiones les recuerda la profesión de fe que habían hecho y les alaba por las persecuciones que habían soportado al principio de su conversión. De hecho, aunque les habla así, en lo profundo de su corazón él piensa que son creyentes genuinos, que hay suficientes evidencias para pensar así:
(He 6:9) "Pero en cuanto en vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así."
Sin embargo, su comportamiento en el momento de escribirles la carta despierta su preocupación al punto de llegar a preguntarse: ¿Serán creyentes genuinos?

Condiciones para la salvación y evidencias de la salvación

Antes de seguir adelante, será necesario que distingamos entre las condiciones para la salvación y las evidencias de la salvación. Pongamos un ejemplo: Cuando un niño nace, la comadrona o el médico lo toman por los talones y le dan unos azotes en las nalgas para que el niño comience a llorar. ¿Por qué hacen esto? Porque el lloriqueo del niño es una evidencia de que está vivo. Por supuesto, no consigue la vida por su lloriqueo; la vida es un don de Dios que recibe a través de sus padres. Pero si el niño no llorase, inmediatamente cundiría la preocupación, porque se necesita alguna evidencia de que hay vida.
Ahora bien, las evidencias pueden ser a veces contradictorias, y así resultó ser en el caso de estos hebreos, que si bien habían hecho profesión de fe y habían confesado que Jesús era el Mesías en el pasado, ahora son exhortados a que muestren la misma evidencia:
(He 4:1) "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado."
Les encomienda fervorosamente que sean diligentes para entrar en el descanso de Dios y les recuerda lo que pasó en el desierto con aquella generación que salió de Egipto y que rehusó entrar en la tierra prometida, de manera que sólo la siguiente generación pudo entrar con Josué. Ahora, además, el escritor les dice que ese reposo que Josué dio a la nación no era el descanso final que Dios tenía en mente. De hecho, el Salmo 95 que hemos mencionado antes, vuelve a hablar de otro reposo y de la posibilidad de que sus contemporáneos tampoco entraran en él. Por lo tanto, nuevamente volvía a existir el peligro real para estos hebreos de que habiendo llegado el reposo final, ellos también fallaran y dejaran de entrar:
(He 4:9,11) "Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios... Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia."
Lo que preocupaba al escritor de Hebreos era que, si bien esta gente había hecho una profesión de fe en Jesús como el Mesías, que en un principio parecía genuina, a juzgar por las evidencias, al mirar su comportamiento actual, se veían ciertas contradicciones. ¿Qué significaba eso? ¿Es que quizá estaban rehusando entrar en la gran herencia que Dios había prometido? Y al hablar de herencia nos referimos a cosas muy bellas como, por ejemplo, la realidad del Señor Jesucristo como nuestro Sumo Sacerdote en los cielos tomando el lugar de Aarón y su sacerdocio, o su sacrificio perfecto que elimina para siempre la necesidad de los sacrificios judíos en el templo, o el descanso final en la ciudad eternal hacia la que Abraham estaba viajando como peregrino... y mucho más. Pero ahora parecía que ellos habían perdido el interés en seguir adelante para reclamar todos los grandes beneficios que tenemos en Cristo como herederos.
¿Qué debemos pensar? Primeramente, debemos tener cuidado en no ser fariseos en nuestro enjuiciamiento de otras personas. Sin embargo, es cierto que un asunto así forzosamente preocupará a un auténtico pastor. Cuando vemos a personas que han hecho una profesión de fe en el Señor Jesucristo, pero no parecen tener ningún interés en progresar en cuanto a las cosas de su gran herencia, eso es preocupante.

La auténtica fe se manifiesta por su perseverancia

Pablo comenta esta cuestión tan fundamental en el capítulo 3 de Filipenses. Allí nos habla de su conversión, de cómo llegó a ver que todos sus esfuerzos para guardar la ley de Dios, aunque parecieran meritorios, sin embargo eran inútiles para obtener la salvación. Él tuvo que aprender que la salvación era por gracia, por medio de la fe en Cristo y no por las obras de la ley, así que determinó que quería ser hallado en Cristo no teniendo su propia justicia, que era por la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que es de Dios por la fe. Para Pablo no había ninguna duda en cuanto a la salvación por la fe como un regalo de Dios que no había que ganar a base de esfuerzo. No obstante, esa doctrina llevó a Pablo a una vida entera de esfuerzo en la que luchaba por progresar en el conocimiento de Cristo, compartiendo sus experiencias, teniendo siempre en cuenta el alto llamamiento en Jesucristo. Y al hilo de eso dice:
(Fil 3:15,17,18) "Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos... Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo."
La evidencia de que nuestra fe es genuina es que proseguimos hacia adelante a la meta de nuestra herencia celestial, por tanto es un síntoma muy preocupante cuando la gente que dice que ha nacido de nuevo no tiene interés en avanzar en cuanto a su conocimiento de las inmensas riquezas de las grandes doctrinas de la gracia de Dios que encontramos en la Biblia, y se conforman con creerse seguros y a salvo de la ira de Dios, haciendo del cristianismo un entretenimiento musical o de otro tipo. Volvemos, entonces, a hacernos la pregunta: ¿Son o no son creyentes auténticos?
Es un asunto serio que se repite por toda la Biblia: personas que profesan ser creyentes pero que rehúsan seguir adelante en cuanto a su gran herencia. Lo hemos visto en Números 14, siglos después en el Salmo 95, aparece nuevamente en Hebreos 3 y 4 y también en Filipenses 3. Así que, permitidme que lo enfatice otra vez: La primera mitad del libro de Josué nos narra de qué manera Josué hizo que el pueblo de Israel entrara en su herencia. Al estudiar lo que corresponde a eso en el Nuevo Testamento, nos encontramos que la primera parte del libro de Josué está predicando la salvación, la gloriosa herencia que Cristo nos da. Es la historia del evangelio, de modo que la gente que rehusó entrar en su herencia en los tiempos del Antiguo Testamento estaba rechazando parte de ese evangelio, lo mismo que la gente a quien escribió el autor de Hebreos, que manifestaban asimismo señales de desgana en cuanto a su progreso espiritual y falta de disposición a abrazar el evangelio completo.
Por lo tanto, se trata de una situación muy seria la que nos sirve como telón de fondo al estudiar el libro de Josué. Será muy interesante observar lo que Josué hizo a favor del pueblo de Dios.
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