Algunos de ellos no ocultan sus prejuicios al acercarse a la historia, algo que claramente condiciona sus conclusiones. Se trata de personas que afirman que los milagros no existen, así que, puesto que la resurrección de Jesús es un milagro, necesariamente tiene que ser falsa y ahí acaba toda su investigación. Son gente de mente estrecha que se atreven a afirmar que no puede existir nada más que aquello que ellos pueden comprobar con sus sofisticados aparatos científicos. Nos parece que tal actitud es muy prepotente. Y además no tiene en cuenta que la resurrección de Jesús se trata de un hecho histórico que ocurrió hace siglos y que por lo tanto no puede ser verificado con ningún aparato tecnológico de última generación, sino que tiene que ser investigado sobre la base de principios históricos. El tipo de cuestiones que nos debemos plantear son por ejemplo si hay certeza de que los testigos realmente vieron a Jesús resucitado, si los documentos que describen los hechos son fiables...
Otros evitan la cuestión argumentando que aunque los relatos son muy antiguos y auténticos, sin embargo, el propósito de sus autores no era transmitirnos hechos históricos, sino simplemente explicarnos algunas "verdades" espirituales por medio de símbolos. Así que nos dicen que no podemos fiarnos de todo lo que escribieron, porque muchas veces cuadraban sus relatos añadiendo otros detalles inventados por ellos mismos para conseguir el fin que se habían propuesto. Sin embargo, esto no se ajusta a lo que los propios evangelistas afirmaban cuando escribieron. Veamos por ejemplo lo que dice Lucas al comienzo de su evangelio:
Fue allí, en el mar de Tiberias, después de una infructuosa jornada de pesca, donde Jesús llevó a cabo la restauración definitiva del apóstol Pedro (Jn 21:1-19). Para él tuvo que ser como volver a empezar, puesto que había sido precisamente en ese contexto donde el Señor le había llamado la primera vez para ser un discípulo suyo (Mr 1:16-18).
Fue también en Galilea donde Jesús se apareció a los discípulos y renovó la comisión apostólica, ampliándola para enviarles hasta el fin del mundo con nuevo poder y autoridad (Mt 28:16-20). Al hacer esto desde Galilea, alejados de Jerusalén, estaban mucho más cerca de los gentiles, a los que finalmente habrían de dirigirse.
Salir de Jerusalén para ir a Galilea a encontrarse con Jesús implicaba también que cualquier persona que quisiera seguirle tendría que salir del sistema religioso que Jerusalén representaba para ir a Galilea, fuera del judaísmo oficial. Es allí donde el Señor pasó cerca de cuarenta días enseñándoles y teniendo comunión con ellos.