La primera es que las señales eran suficientes para convencer a cualquier persona honesta, pero era necesario cierto proceso de reflexión. Y este es un hecho que nunca debemos olvidar en nuestro trato con las personas que no creen. Dios desea que los hombres piensen y razonen, que usen su intelecto, porque contrariamente a lo que muchas veces se dice, la fe no está reñida con la razón.
Y la segunda reflexión, es que aquellos judíos que manifestaban tal grado de incredulidad eran personas extremadamente religiosas, celosos practicantes de sus ceremonias. Lo grave del asunto es que usaban esas cosas externas para encubrir la incredulidad de sus corazones. Y suele ocurrir frecuentemente que cuando más ostentosas sean las ceremonias, vestimentas o lugares de culto, mayor es el grado de incredulidad que se esconde en el corazón.