Estudio bíblico: La ocupación de la Tierra Prometida - Josué 13-24

Serie:   Josué   

Autor: David Gooding
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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La ocupación de la Tierra Prometida (Josué 13-24)

Comenzamos ahora el estudio de la segunda parte del libro, y le vamos a dedicar menos espacio que a la primera, ya que en gran medida consiste en listas de detalles geográficos y nombres de ciudades. Sin duda, para los israelitas en tiempos pasados, todos estos detalles eran muy importantes, puesto que delimitaban las fronteras de la herencia que Dios había dado a cada tribu e individuo, siendo un motivo de alabanza y gratitud al Señor. Hoy en día, estas descripciones siguen siendo importantes para los arqueólogos que estudian la historia de la tierra de Israel.
Nuestro primer propósito al llegar a esta segunda parte será percibir cuál es la diferencia con la primera. Con este fin quiero señalar que en el hebreo se emplean dos palabras diferentes para el verbo "tomar". En la primera parte del libro encontramos con frecuencia una de ellas y tiene el sentido de "tomar un cautivo o tener una victoria sobre algo o alguien". En ese contexto se refiere a la forma en que Josué derrotó y tomó las ciudades de Canaán y a sus reyes, de lo cual queda constancia en la larga lista de ciudades conquistadas que aparecen al final de la primera parte, en el capítulo 12. Sin embargo, en aquel momento no era posible que los israelitas tomaran posesión plena de las ciudades asentándose en ellas. Si lo hubieran hecho, habrían debilitado poco a poco el ejército unido de Israel.
Así que en la segunda parte del libro, el verbo que se traduce por "tomar" es distinto. Describe la acción por la que los israelitas, una vez que Josué terminó de conquistar el país y repartir la herencia entre cada tribu, se dispusieron a tomar posesión de su parte de la herencia, asentándose en las ciudades y cultivando la tierra circundante.
Pero no debemos ignorar que también en esta fase tuvieron que luchar duramente. ¿Por qué? Porque durante el periodo en el que Josué y el ejército unido de Israel avanzaban en la conquista, muchos cananeos tuvieron ocasión de volver a sus ciudades. De modo que, cuando los israelitas se dispusieron a habitarlas, tuvieron que seguir luchando para poder expulsarlos y tomar una posesión plena de su herencia.
Quisiera presentar una analogía con lo que Cristo ha hecho por nosotros. Por medio de su muerte y resurrección ha obtenido una herencia gratuita que nos es dada por su gracia y amor. Pero como sabemos, este no es el fin de la historia. El Nuevo Testamento no esconde el hecho de que todavía tendremos que luchar para poder gozar plenamente de esta herencia, de la misma forma que hacía Pablo:
(Col 1:29) "Para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí."

Los tres objetivos de la segunda parte del libro de Josué

1. El establecimiento del Tabernáculo en la tierra de Canaán (Jos 13:1-18:1)
Los primeros capítulos de esta sección tratan de la distribución de la tierra entre algunas de las tribus. Pero al llegar a (Jos 18:1) encontramos algo muy significativo:
(Jos 18:1) "Toda la congregación de los hijos de Israel se reunió en Silo, y erigieron allí el tabernáculo de reunión, después que la tierra les fue sometida."
Este versículo tiene mucha importancia, porque Moisés había mandado en el nombre de Dios que cuando el pueblo entrara en la tierra, erigieran el tabernáculo en el lugar que él escogiera para que el pueblo ofreciera allí sus sacrificios (Dt 12:1-28) (Lv 17:1-9). Esto los diferenciaría claramente de los paganos que habitaban en aquella tierra y que construían altares por todos los lugares altos del país. Así que Israel, en su lucha contra la idolatría, debía tener un único lugar de culto en el que ofrecer sus sacrificios.
Si recordamos, por ejemplo, la religión griega, vemos que tenían dioses con múltiples nombres para los que construían templos por todas las ciudades y a los que rendían distintos tipos de culto dependiendo del lugar. Eso es la esencia de la idolatría. Lamentablemente, una buena parte de la llamada cristiandad, que no ha querido escuchar la Palabra de Dios, ha edificado sus altares a María por doquier, con infinidad de nombres diferentes y formas de adoración, según les ha parecido en cada ocasión.
Pero, a diferencia de esto, Israel sólo tenía un tabernáculo y un único lugar al que dirigirse para ofrecer sus sacrificios. Por eso era importante que, al entrar en la tierra prometida, fueran al lugar escogido por Dios y erigieran allí el tabernáculo de reunión. Esto suponía un cambio respecto a la experiencia en el desierto, puesto que allí todas las tribus se colocaban alrededor del tabernáculo a la misma distancia, mientras que una vez dentro de Canaán, unas tribus estarían más lejos que otras.
Es significativo que cuando llegamos al Nuevo Testamento se nos dice en (Jn 1:14) que el "Verbo fue hecho carne, y puso su tabernáculo entre nosotros". Esto quiere decir que Dios estaba en Cristo de una forma única y especial que no se repite en ninguna otra persona, puesto que él es Dios mismo encarnado. No olvidemos que el tabernáculo que Moisés mandó construir en el desierto era sombra de los bienes venideros, en una clara indicación a Cristo.
En conclusión, el objetivo de esta primera sección fue el establecimiento del tabernáculo de reunión en Silo, el lugar escogido por Dios dentro de la tierra prometida.
2. La ocupación del resto de la herencia (Jos 18:2-21:45)
Cuando llegamos al final de esta sección, todas las tribus han recibido su herencia y el Señor les ha dado reposo de todos sus enemigos de alrededor. Por lo tanto, la sección se cierra con una nota de triunfo por el cumplimiento de todo lo que Dios les había prometido:
(Jos 21:43-45) "De esta manera dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres, y la poseyeron y habitaron en ella. Y Jehová les dio reposo alrededor, conforme a todo lo que había jurado a sus padres; y ninguno de todos sus enemigos pudo hacerles frente porque Jehová entregó en sus manos a todos sus enemigos. No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió."
Esto contrasta con lo que encontramos en:
(Jos 13:1) "Siendo Josué ya viejo, entrado en años, Jehová le dijo: Tú eres ya viejo, de edad avanzada, y queda aún mucha tierra por poseer."
Por supuesto, el autor no se ha olvidado de esto cuando llega a la bella conclusión del capítulo 21; era cierto que Israel todavía tenía mucho terreno que conquistar, pero ya estaba en posesión y gozando de todo lo que Dios quería darles en ese momento.
3. El mantenimiento de un servicio leal a Dios (Jos 22:1-24:33)
Una vez que el tabernáculo fue erigido en Silo y que cada tribu había recibido su herencia, surgió la cuestión de mantener el servicio a Dios. En esta última sección encontraremos algunos de los obstáculos que surgieron y que hacían peligrar ese servicio.

Primer objetivo: Levantar el tabernáculo en Canaán

Comienza esta sección (Jos 13:1-18:1) con la distribución de la herencia a las dos tribus y media en la parte oriental del Jordán y a la tribu Judá. Encontramos también cuatro historias breves que comentamos a continuación.
1. Recibiendo la herencia (Jos 14:6-15)
Cuando la tribu de Judá se acercó para recibir su herencia, Caleb acudió entre ellos. Como recordaremos, él fue uno de los doce espías que Moisés envió a reconocer la tierra prometida y que, junto con Josué, había dado un informe positivo. En aquella ocasión, Moisés le prometió que la tierra que habían hollado sus pies sería para él y su descendencia. Así que, aunque había tenido que vagar por el desierto durante cuarenta años con el resto de los israelitas rebeldes, él mantuvo viva en su corazón la esperanza de poseer esa tierra, que ahora reclamaba como herencia. De hecho, se ve en el texto que él tenía cierta impaciencia por ir a atacar a los gigantes.
Caleb fue un hombre que siguió al Señor con todo su corazón y vio cómo se cumplió la promesa que había recibido. De esta forma llegó a ser un ejemplo de otros muchos miles de israelitas que a través de los siglos han esperado en Dios. Cierto que el Antiguo Testamento insiste mucho sobre los judíos apóstatas, pero no debemos olvidarnos de aquellos creyentes que se mantuvieron fieles al Señor y creyeron en la esperanza que Dios mismo les había dado.
Por ejemplo, Daniel, que leería el libro de Jeremías (mucho más que algunos cristianos de hoy), esperaba la venida del Mesías. Pero, por culpa de la apostasía de la mayoría de Israel, fue desterrado y tuvo que vivir en Babilonia, donde murió sin poder ver el cumplimiento de la promesa. No obstante, su libro termina de esta forma tan hermosa:
(Dan 12:13) "Y tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días."
Esta promesa está reservada para Daniel. ¡Y un día habrá de cumplirse! Otros, en cambio, como Caleb, llegaron a vivir lo suficiente para ver la venida de Josué, o de Jesús, como el anciano Simeón al que se le reveló que no moriría hasta que viera al Cristo del Señor:
(Lc 2:25-32) "Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel."
Simeón vivió con la esperanza de ver el cumplimiento de lo que se le había prometido, al igual que Ana la profetisa, Marta, María, Juan y muchos otros que vivieron esperando la primera venida del Mesías. A todos ellos Dios, en su fidelidad, les permitió ver ese momento.
2. Ampliando la herencia (Jos 15:16-19)
Una vez que Caleb hubo recibido lo prometido, encontramos otra hermosa historia con su hija Acsa y su yerno Otoniel como protagonistas. Leemos que Caleb había ofrecido como esposa a su hija Acsa a aquel que fuera capaz de tomar una de las ciudades de su herencia en batalla contra los gigantes que la habitaban. Otoniel, con un espíritu similar al de su futuro suegro, tomó aquella ciudad, se casó con Acsa y recibió así una parte de la heredad. Pero la hija de Caleb no estaba satisfecha con eso y, usando de cierta sutileza femenina, pidió más herencia a su padre, a lo cual él accedió.
Esta pequeña historia ha quedado recogida en la Palabra de Dios para animarnos a nosotros, que ya tenemos nuestra herencia en Cristo, para que pidamos más. Es cierto que ha habido debates entre creyentes sobre si es correcto o no pedir a Dios su Espíritu Santo. Algunos creen que no es correcto ni necesario, porque Dios ya nos lo da en el momento de creer:
(Ef 1:13-14) "En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria."
Pero no cabe duda que es correcto pedirle a Dios que nos dé más, porque si leemos a continuación de esos versículos, observaremos que, aunque ya tenían el Espíritu Santo, Pablo pide a Dios que les dé más:
(Ef 1:17-18) "Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos."
Pablo veía que era urgente que el pueblo de Dios descubriera constantemente lo grande y maravillosa que era la herencia de Dios en ellos. Algunas veces nuestra herencia puede empezar a parecernos de poca importancia y reducirse a unos pocos versículos que conocemos y citamos de vez en cuando. Pero hemos de orar para que el Señor nos muestre con renovada claridad la enorme riqueza que hay en nuestra herencia. Por tanto, sí; es correcto que siempre pidamos más de su herencia para nosotros.
3. Reclamando la herencia (Jos 17:3-4)
Una vez que había comenzado el reparto de la tierra, las hijas de un tal Zelofehad se acercaron a Josué para reclamar lo que Moisés les había prometido. Por la lectura de (Nm 27:1-11), sabemos que su padre había muerto en el desierto sin dejar hijos varones, así que, para que no perdieran su parte de la herencia, Moisés mandó que ésta pasase a sus hijas, siempre y cuando ellas se casaran con alguien de su misma tribu. De manera que ellas se acercaron a Josué para reclamar lo prometido y él se lo concedió.
Afortunadamente, en este tiempo de la era cristiana, nuestras hermanas no tienen un problema semejante, según nos recuerda Pablo hablando de la herencia:
(Ga 3:26-29) "Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa."
Subrayo de nuevo que estos versículos tienen que ver con la cuestión de la herencia. Nosotros somos herederos según la promesa del pacto original hecha a la simiente de Abraham, la cual es Cristo. De modo que todos los que han sido bautizados en él, están revestidos de él y por así decirlo, este nuevo vestido les cubre totalmente y cancela todas las diferencias entre judío y griego, esclavo y libre, varón y mujer. Cuando se trata de la herencia, todos somos uno en Cristo Jesús.
De vez en cuando haríamos bien en sentarnos cómodamente y disfrutar considerando la increíble herencia que hemos recibido. Porque nosotros no somos como el necio del que el Señor habló en su parábola, que después de haber almacenado muchos bienes se sentó cómodamente a hablar consigo mismo de lo feliz y tranquilo que estaba. Porque esa misma noche una voz le dijo que era un necio por haber guardado sus riquezas en el lugar equivocado y que iba a morir, dejando aquí todo lo que había almacenado. Lo sabio habría sido transformar todo aquello en riquezas eternas. Pero con nuestra herencia no existe ese problema, porque está en los cielos reservada en Cristo para nosotros:
(Col 1:5) "A causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio."
Nosotros haríamos bien en empezar a reclamar esa gloriosa herencia que tenemos en Cristo.
4. Conquistando la herencia (Jos 17:14-18)
También la tribu de José se acercó a Josué durante el reparto de la tierra para pedir una herencia mayor. A ellos les parecía que, siendo una tribu grande, habrían de recibir una herencia mayor. De hecho les parecía que lo que habían recibido era insuficiente, a lo que Josué les contestó:
(Jos 17:15) "Si sois pueblo tan grande, subid al bosque, y haceos desmontes allí en la tierra de los ferezeos y de los refaítas, ya que el monte de Efraín es estrecho para vosotros."
Pero ellos no sólo se quejaron de que no tenían suficiente, sino que también veían problemas en lo que Josué les proponía, porque eso implicaba luchar contra fuertes enemigos. Pero eso no hizo cambiar de opinión a Josué, de manera que insistió en que si querían más, sólo lo conseguirían luchando y desarrollando lo que ya tenían.
La actitud de esta tribu es muy parecida a la de muchos cristianos hoy en día. Llegaron a ser salvos por la fe, sin que tuvieran que hacer ninguna obra para ganarlo, y aunque ahora les gustaría tener más, sólo la idea de tener que trabajar o luchar para conseguirlo los disuade del empeño.
Cuando llegamos al final de esta sección, comprobamos que aunque todavía había mucho trabajo por hacer, el tabernáculo ya estaba erigido en Silo. Y si volvemos a referirnos por analogía a Efesios, nosotros también podemos decir que, aunque aún queda mucho por edificar, ya hemos recibido el Espíritu Santo, que son las arras de la herencia, la garantía de que un día la disfrutaremos en su plenitud. Ahora bien, Dios no quiere que esperemos a entrar en nuestra casa celestial para que empecemos a disfrutar y crecer en ella:
(Ef 2:21-22) "En quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu."

Segundo objetivo: Ocupar el resto de la herencia

1. La división de la herencia
En esta segunda sección (Jos.18:2-21:45), Josué va a repartir la heredad a las siete tribus restantes, pero antes de hacerlo les dirige unas palabras muy serias:
(Jos 18:3) "Y Josué dijo a los hijos de Israel: ¿Hasta cuándo seréis negligentes para venir a poseer la tierra que os ha dado Jehová el Dios de vuestro padres?"
De hecho, les está reprendiendo porque todavía no habían tomado posesión de su herencia por su asombrosa dejadez y negligencia. Era algo incomprensible, que habiendo sido esclavos en Egipto y siendo ahora libres y teniendo ante sí una rica herencia por la que habían tenido que luchar tanto, sin embargo no hicieran el más mínimo esfuerzo por entrar a poseerla.
Quizá para ellos había sido relativamente fácil seguir a la multitud con el ejército unido, pero, cuando llegó el momento de tomar una iniciativa individual, eso les resultó mucho más complicado. O tal vez no estaban dispuestos a pagar el precio de emprender la lucha para tomar la herencia de manos de sus enemigos.
Es cierto que sólo Dios puede medir la devoción de su pueblo, no obstante, he observado en más de una ocasión que hay personas que avanzan en el servicio al Señor pase lo que pase, buscando siempre una experiencia más profunda con él en sus vidas y progresando en su obra; pero que hay otros que por cualquier cosa se molestan y se detienen.
Cuando me pregunto el porqué de esto, pienso en las personas que recibieron la carta a los Hebreos. El escritor expresaba su deseo de decirles muchas más cosas, pero no podía porque se habían hecho "tardos para oír", y en lugar de darles a comer carne sustanciosa, tenía que seguir dándoles leche como si fueran bebés. El problema no era que fuesen cristianos recién convertidos, sino que tenían una especie de enfermedad espiritual que ataca a aquellas personas que no desarrollan la capacidad de escuchar la Palabra de Dios, llegando a convertirles en tardos para oír:
(He 5:12-13) "Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido."
El escritor quería hablarles de cosas maravillosas relacionadas con su herencia: el glorioso sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec, la riqueza de su sacrificio, la seguridad de su segunda venida y toda suerte de cosas maravillosas. Pero reconoce con tristeza que no lo puede hacer debido a que habían llegado a ser tardos para oír. ¡Y eso que muchas cosas de las que les tenía que decir las necesitaban para enfrentarse con la persecución que sufrían en esos momentos!
Ahora bien, Josué hizo una exhortación muy práctica al pueblo que nos conviene recordar también a nosotros. Él puso al pueblo en marcha hacia su herencia:
(Jos 18:4) "Señalad tres varones de cada tribu, para que yo los envíe, y que ellos se levanten y recorran la tierra, y la describan conforme a sus heredades, y vuelvan a mí."
En otras palabras, el pueblo tenía que hacer algo bien práctico: sacar sus cuadernos, ir a delinear la tierra, tomar medidas, confeccionar mapas y después volver a Josué para que les repartiera las heredades. Seguro que si Josué estuviera con nosotros en el día de hoy, diría algo muy similar, porque nosotros también tenemos una vasta herencia descrita en la Palabra de Dios que debemos conocer, investigar, describir, explorar sistemáticamente. No podemos conformarnos con menos ni tampoco ser negligentes para entrar a conocer las maravillas de nuestra heredad.
Pues bien, el pueblo atendió a Josué, volvieron con los mapas de su herencia ya hechos y la tierra fue distribuida a suertes delante del Señor. De la misma forma, Dios también reparte sus dones entre los hombres como él quiere, según su soberana voluntad y actividad. Pero una cosa es tener un don y otra muy distinta usarlo, de la misma manera que hay una herencia para todo el pueblo de Dios, pero no todos la emplean de la misma manera. ¡Que el Señor nos ayude para no ser negligentes en cuanto a la posesión de nuestra herencia!
2. El fin del reparto
Finalmente, las siete tribus escucharon la exhortación de Josué y con esto se terminó el reparto de la herencia a todo el pueblo de Israel. Fijémonos en el tono de triunfo en:
(Jos 19:49-51) "Y después que acabaron de repartir la tierra en heredad por sus territorios, dieron los hijos de Israel heredad a Josué hijo de Nun en medio de ellos; según la palabra de Jehová, le dieron la ciudad que él pidió, Timnat-sera, en el monte de Efraín; y él reedificó la ciudad y habitó en ella. Estas son las heredades que el sacerdote Eleazar, y Josué hijo de Nun, y los cabezas de los padres, entregaron por suerte en posesión a las tribus de los hijos de Israel en Silo, delante de Jehová, a la entrada del tabernáculo de reunión; y acabaron de repartir la tierra."
Para terminar este apartado, quiero detenerme en la forma en la que el escritor ha organizado su material. Al principio del reparto de la tierra a las tribus de José y Judá, se presentó Caleb reclamando la herencia que se le había prometido, y ahora, cuando llegamos al final del reparto, se nos dice que también Josué recibió su herencia. Estos dos hombres habían formado parte del equipo de doce espías que Moisés envió a reconocer la tierra cuarenta años atrás y que, a diferencia del resto, regresaron con un informe favorable, por lo que Moisés les prometió en herencia la tierra que habían pisado sus pies. Pero tuvieron que pasar cuarenta años antes de que llegaran a este momento. Y todo por la rebeldía del pueblo. Ahora me parece que el autor nos quiere transmitir una nota de triunfo mostrando la fidelidad de Dios hacia estos dos hombres al darles lo que les había prometido.
3. Las ciudades de refugio (Jos 20:1-9)
Para que el pueblo de Israel pudiera mantener el disfrute de la herencia, Dios había instituido las ciudades de refugio. Su propósito se describe en (Nm 35:9-28), donde Moisés explicó que si una persona derramaba sangre inocente, la tierra quedaría contaminada, lo cual Israel debía evitar si no querían ser vomitados como sus anteriores moradores. Por eso, si una persona cometía un homicidio deliberadamente, uno de los familiares del hombre asesinado tenía el derecho y la obligación de vengar la muerte de su pariente. Pero el diseño de las ciudades de refugio tenía el propósito de proteger a aquellos que hubieran cometido un homicidio accidentalmente, permitiéndoseles huir allí y escapar del vengador de la sangre, para posteriormente ser juzgadas por los ancianos de la ciudad, que decidirían finalmente la inocencia o culpabilidad de esa persona.
Ahora bien, hay algunas facetas de esta institución que nos presentan ciertos interrogantes. Por ejemplo, si una persona cometía homicidio involuntario y era declarado inocente por los ancianos, no se le permitía volver inmediatamente a su ciudad de origen. Intentando explicar esto, algunos han dicho que sería así para evitar que el vengador de la sangre lo matara. Pero no puede ser esa la razón, puesto que una vez que los ancianos habían declarado inocente a la persona, el vengador se convertiría en culpable si ejecutara la sentencia de muerte contra ella, y la misma ley caería sobre él.
Hay otro detalle que debemos tener en cuenta: El homicida sí que podría regresar a su ciudad, pero sólo cuando el sumo sacerdote hubiera muerto. Ese era un periodo de tiempo indeterminado, porque lo mismo podía morir en una semana que al cabo de cuarenta años. ¿Qué sentido tenían estos reglamentos?
Una posible sugerencia sería que, si bien el hombre no era culpable de homicidio deliberado, sin embargo, su acción implicaba daños para la familia del fallecido. Por ejemplo, si a uno se le pincha una rueda mientras viaja con su coche y como consecuencia tiene un accidente en el que otra persona pierde la vida, desde luego no sería culpable de homicidio, pero sí sería responsable por los daños ocasionados. Ahora, imaginemos que ese hombre vuelve inmediatamente de la ciudad de refugio a residir en su casa, que está enfrente de la del fallecido, donde su viuda ahora tiene que luchar sola para sacar adelante a sus hijos. ¿Sería apropiado eso? Pienso que no, y que más bien sería justo que se enfrentase a los daños que provocó, quedándose algún tiempo en la ciudad de refugio. Así también su familia podría aprender lo que es vivir sin él. Esto establecía una relación equitativa entre las dos familias.
Este periodo terminaría con la muerte del sumo sacerdote. Mientras tanto no había posibilidad de volver, prohibiendo la ley (Nm 35:32-34) que se pagara cualquier tipo de rescate para anticipar el regreso del homicida a su casa. Porque en ese caso la tierra también sería contaminada por la sangre. Por tanto, no era sólo necesidad de reconocer los daños hechos a la otra familia, sino también de evitar la contaminación de la tierra.
Ahora bien, seguimos preguntándonos qué tenía que ver la muerte del sumo sacerdote con la liberación del hombre de la ciudad de refugio. Tal vez los abogados cristianos podría explicarnos mejor la razón de esta ley, pero puesto que parecen hombres muy ocupados, quiero presentaros lo que han sugerido algunos comentaristas y teólogos: Ellos señalan que en la descripción de la vestidura del sumo sacerdote se incluía una lámina de oro puro que se colocaba en la frente con la inscripción: "Santidad a Jehová". Junto con ella debía llevar también las faltas cometidas por el pueblo en todas las cosas santas (Ex 28:36-38). Cuando el sumo sacerdote moría, se entendía que se hacía borrón y cuenta nueva de todas las acusaciones y problemas que hubieran surgido durante su ministerio, dando lugar también a que el homicida involuntario pudiera regresar a su casa. Menciono esto porque me parece una sugerencia interesante, aunque no veo la forma de probarla.
Quiero, sin embargo, que vayamos al Nuevo Testamento para que pensemos en el asesinato que el pueblo de Israel cometió en la persona de su Mesías, el Señor Jesucristo. ¿Fue un homicidio deliberado o accidental? Al principio del libro de Hechos, encontramos que Pedro acusa al sumo sacerdote y a su concilio de haberlo hecho intencionadamente (Hch 2:23) (Hch 4:10) (Hch 5:30), pero más adelante, hablando a los israelitas en general les dice que sabía que lo habían hecho "por ignorancia" (Hch 3:17). En cualquier caso, lo más maravilloso es que en el nombre de Dios, Pedro les ofrece el perdón de sus pecados, incluso del de haber matado a su Mesías, lo cual indudablemente es una manifestación extraordinaria de la misericordia de Dios.
Quizá alguien pregunte: ¿Cómo pudo Dios borrar ese pecado? Pues porque su muerte fue la del Sumo Sacerdote de Israel, nuestro bendito Señor Jesucristo, quien se entregó voluntariamente a sí mismo para proveer el perdón de sus enemigos, aún del pecado de asesinato, siempre y cuando ellos se arrepintiesen y se convirtiesen a él como su Salvador y Señor.
4. Las ciudades de los levitas (Jos 21:1-42)
Después también los levitas recibieron algunas ciudades entre las distintas tribus, si bien no se les dio un territorio como herencia. Como recordaremos, el Señor era su herencia. Eso significa que eran para su consumo algunos de los sacrificios que se presentaban en el tabernáculo, además de las primicias ofrecidas al Señor.
El hecho de entrar en la tierra prometida necesariamente implicaba algunos cambios en su servicio. Mientras estuvieron en el desierto hacían falta muchos levitas para realizar el trabajo continuo de montar y desmontar el tabernáculo, además de su transporte y el trabajo diario de presentar los diferentes sacrificios. Pero una vez que el tabernáculo quedó instalado definitivamente en Silo, ya no era necesaria tanta mano de obra en ese servicio, de modo que fueron divididos en compañías y repartidos por varias ciudades, teniendo la obligación de servir en el tabernáculo por turnos.
Esas ciudades a las que fueron a vivir llegarían a ser conocidas como las ciudades de los levitas. Las tribus debían cederles, alrededor de las ciudades, unos terrenos de cultivo llamados ejidos que ayudaran a su mantenimiento. De esta forma, todas las tribus tenían que conceder algo de su herencia para el mantenimiento de los levitas y su servicio, garantizando así el servicio en el tabernáculo.
En realidad no era tanto que, después de haber recibido una herencia tan grande, los israelitas cedieran una parte para el servicio a Dios. De hecho, Pablo usa un argumento similar en:
(1 Co 9:11-13) "Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? (...) ¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan?"
5. La herencia de Dios (Jos 21:43-45)
Cuando llegamos al final de esta segunda sección, notamos el tono de triunfo por el hecho de que todas las tribus ya tenían su herencia y asimismo los levitas entre ellos:
(Jos 21:43-45) "De esta manera dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres, y la poseyeron y habitaron en ella. Y Jehová les dio reposo alrededor, conforme a todo lo que había jurado a sus padres; y ninguno de todos sus enemigos pudo hacerles frente, porque Jehová entregó en sus manos a todos sus enemigos. No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió."
Pero no sólo Israel recibió su herencia, sino lo que aún es más, Dios mismo recibió también la suya, porque como sabemos a través de la Escritura, la herencia de Dios es su pueblo. Pablo oraba para que los creyentes pudieran llegar a comprender más plenamente este hecho:
(Ef 1:18) "Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos."
Sin duda es algo extraordinario pensar que nosotros podamos llegar a ser algo de valor para Dios y que la herencia que él tiene en sus santos sea tan rica y gloriosa. Necesitamos, por lo tanto, que nuestros ojos sean abiertos para poder verlo con mayor claridad, entendiendo bien las implicaciones que esto tiene en nuestro trato con los hermanos. ¡Porque para Dios no es poca cosa que dañemos o estropeemos su herencia!
Más adelante, Pablo ora por la continuidad de la obra del Espíritu Santo en los creyentes:
(Ef 3:16-19) "Para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo..."
Notemos cómo esta obra del Espíritu que se desarrolla en cada creyente debe llevarse a cabo "con todos los santos". Esta es precisamente la nota de triunfo que encontramos cuando llegamos hacia el final del libro de Josué y leemos que todas las tribus recibieron su herencia y el Señor la suya. No olvidemos, por tanto, que el elevado propósito de entender plenamente todo lo que Dios ha preparado para nosotros en Cristo, se lleva a cabo "con todos los santos", contribuyendo cada uno conforme el Señor le da.

Tercer objetivo: Mantener un servicio leal a Dios

Los tres últimos capítulos del libro tienen que ver con el mantenimiento del servicio fiel a Dios, lo cual evitaría que se perdiera la herencia. Para que Israel pudiera llevar esto a cabo, tuvo que enfrentarse con diversas dificultades.
1. El peligro del exclusivismo indebido (Jos 22:1-34)
En el capítulo 22 encontramos la historia del regreso de las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés a la parte oriental del Jordán para poseer su propia herencia una vez que ya se había terminado la conquista.
Muchos han criticado su actitud diciendo que se instalaron en la misma entrada y que no avanzaron para tomar posesión de la herencia. Para ilustrarlo, algunos predicadores han empleado la historia de la niña que se cayó de la cama por la noche porque se quedó dormida en el mismo borde. De la misma manera, decían ellos, estos israelitas corrían mucho peligro quedándose a la misma entrada de la herencia.
Pero creo que no es justo pensar así, porque Moisés mismo les había dado esa herencia y Josué se la había confirmado. Además, habían servido de una forma ejemplar junto al ejército de Israel todo el tiempo que duró la conquista, luchando para que las demás tribus recibieran también su herencia, y sólo cuando todo Canaán fue conquistada regresaron ellos a su herencia al oriente del Jordán.
Pero de camino a su tierra, se dieron cuenta que había un valle enorme que los separaba del resto de las tribus (se dice que es la parte más profunda bajo el nivel del mar que se puede hallar en el planeta). Empezaron a temer que quizá en el futuro las tribus del otro lado del río podrían decir a sus hijos que ellos no eran parte de Israel, que eran diferentes, que estaban lejos y no tenían derecho al tabernáculo en Silo. Para que esto no llegara a ocurrir decidieron construir un altar semejante al que había en Silo y colocarlo en la misma frontera que los separaba. De esta forma, si en algún momento los hijos de las otras tribus les decían a los suyos que no tenían derecho a ir a Silo, ellos podrían enseñarles este altar para demostrar que conocían el tabernáculo tanto como ellos.
Pero cuando las otras tribus escucharon que ellos habían edificado un altar, se indignaron profundamente porque vieron en ello un peligroso conato de apostasía. Tenían claro que Moisés había mandado estrictamente que debía haber un único lugar donde se levantase el tabernáculo y un único altar. Así que, cuando vieron el altar recién construido, se alarmaron grandemente, reunieron al ejército y dirigidos por los ancianos, marcharon contra las dos tribus y media. Cuando les dieron alcance los acusaron de lo siguiente:
(Jos 22:16-19) "Toda la congregación de Jehová dice así: ¿Qué trasgresión es ésta con que prevaricáis contra el Dios de Israel para apartaros hoy de seguir a Jehová, edificándoos altar para ser rebeldes contra Jehová? ¿No ha sido bastante la maldad de Peor, de la que no estamos aún limpios hasta este día, por la cual vino la mortandad en la congregación de Jehová, para que vosotros os apartéis hoy de seguir a Jehová? Vosotros os rebeláis hoy contra Jehová, y mañana se airará él contra toda la congregación de Israel. Si os parece que la tierra de vuestra posesión es inmunda, pasaos a la tierra de la posesión de Jehová, en la cual está el tabernáculo de Jehová, y tomad posesión entre nosotros; pero no os rebeléis contra Jehová, no os rebeléis contra nosotros, edificándoos altar además del altar de Jehová nuestro Dios."
Tras escuchar la acusación, las dos tribus y media les explicaron que habían juzgado erróneamente sus intenciones, puesto que ellos no habían edificado ese altar para ofrecer sacrificios, ni tenían ninguna pretensión de competir con el altar en Silo. Que lo que pretendían con esa "maqueta" del altar era precisamente manifestar su total conformidad con el mandamiento que Dios había dado acerca del tabernáculo único. Explicaron también que lo habían hecho con el fin de dar a entender que tenían el mismo derecho de ir a Silo que las demás tribus, y les señalaron el símil del altar para demostrar la verdad de lo que decían y la ausencia de deseo alguno de rebelarse contra Dios.
Hay que decir a favor de las tribus principales que, cuando escucharon la explicación, les pareció bien y, aclarado el malentendido, se besaron los unos a los otros como hermanos en el Señor. Sin embargo, habría sido mejor que los unos hubieran preguntado antes de juzgar de antemano las motivaciones de los otros.
Si algún día alguien viniera a mí acusándome de apóstata o de cismático entre el pueblo de Dios, creo que usaría este mismo argumento: Le invitaría a mirar el símil o, dicho en otras palabras, le diría lo que yo creo acerca del gran sacrificio de Cristo ofrecido una sola vez y para siempre por el pecado del mundo, y cómo sobre esta base tenemos perdón completo, por cuanto él era tanto hombre como Dios y no sólo murió por nosotros, sino que también resucitó y ascendió al cielo. Le diría también que creo que nosotros debemos seguir sus pisadas, siendo obedientes y deseando ser transformados a su imagen. Y añadiría que él nos mandó celebrar la Cena del Señor para recordar la entrega de su cuerpo y su sangre para salvarnos y formar así un pueblo propio, celoso de buenas obras, que ya no vive para sí mismo, sino para el Señor. Tengo la esperanza de que si yo les mostrase el símil del altar y lo que yo creo sobre él, ya no me acusarían de apostasía y me reconocerían el derecho de ser uno juntamente con el pueblo de Dios.
2. El peligro de contemporizar (Jos 23:1-16)
Aquí encontramos un corto discurso de Josué al pueblo en el que les advierte del peligro de contemporizar con la gente de su alrededor mezclándose con la idolatría de las naciones paganas.
Un problema similar encontramos en (1 Co 8-10) donde Pablo trata la cuestión de si era lícito o no que los creyentes comieran carne ofrecida a los ídolos. Aunque este problema nos puede resultar lejano, sin embargo, hay muchos hermanos nuestros en distintas partes del mundo que siguen enfrentándolo hoy en día. Por ejemplo, ¿qué tendrá que hacer un joven que se convierte a Cristo en Malasia cuando llega la hora de comer y los alimentos se ofrecen a los dioses de la familia? Y aunque no es este el momento de analizar los argumentos que Pablo emplea en Corintios, sepamos que en el fondo de la cuestión está el asunto de la idolatría como un pecado fundamental que pone en tela de juicio nuestra lealtad al único Dios verdadero.
Y de la misma manera que el pueblo de Israel en su viaje por el desierto tuvo que enfrentarse con dificultades y tentaciones que probaron su lealtad al Señor, nosotros también atravesamos por situaciones similares, por lo que nos conviene escuchar la exhortación que en aquel momento hizo Josué al pueblo de Israel:
(Jos 23:11) "Guardad, pues, con diligencia vuestras almas, para que améis a Jehová vuestro Dios."
Es evidente que no les estaba hablando de emociones o sentimientos, sino de ese amor que nos lleva a ser fieles al Señor; el mismo al que se refiere el apóstol Juan:
(1 Jn 2:15) "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él."
Por tanto, debemos tener cuidado con cualquier cosa que tienda a disminuir nuestro amor al Padre. En ese mismo sentido, al final de su carta el apóstol hace otra exhortación (1 Jn 5:21): "Hijitos, guardaos de los ídolos". Sin duda todos nosotros necesitamos recibir esta misma exhortación que recibieron nuestros hermanos al principio de la era cristiana.
3. Jehová es un Dios celoso (Jos 24:1-28)
En su último mensaje al pueblo Josué les muestra otro de los obstáculos que ellos iban a encontrar en su servicio a Dios:
(Jos 24:19) "Entonces Josué dijo al pueblo: No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados."
Y esto sigue siendo así también con nosotros, tal como leemos en:
(1 Co 10:21-22) "No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?"
Pablo reprendía a los corintios porque no tomaban en serio su lealtad al Señor, participando al mismo tiempo de la Mesa del Señor y de la de los demonios, provocando así a celos al Señor. No hemos de olvidar que, precisamente porque Dios nos ama con un amor absoluto, no va a tolerar ningún rival en nuestros afectos. Por tanto, guardémonos de participar en cualquier forma de idolatría y recordemos las solemnes palabras que el Señor dirigió a la iglesia de Laodicea:
(Ap 3:15-16) "Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca."
Los laodicenses eran tibios en su amor al Señor porque habían permitido que otras cosas invadieran sus corazones y socavaran su fidelidad a Dios. Así que el Señor les exhortaba a cambiar su actitud si no querían exponerse a que el Señor los vomitara de su boca. El mismo asunto describe Pablo en:
(2 Co 11:1-3) "¡Ojalá me toleraseis un podo de locura! Sí, toleradme. Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo."
El apóstol usa la ilustración de una joven que, antes de comprometerse, puede tener la mente abierta a pensar en varios hombres, porque seguramente se puede hablar bien de todos ellos. Pero una vez que llega a estar comprometida, ya no puede plantearse otras opciones, porque eso provocaría a celos a su prometido; en este caso, Cristo.
Esta misma advertencia deben tener en cuenta aquellos creyentes que relacionados con el mundo intelectual o la teología. Ellos tampoco pueden permitirse la libertad de tener una mente abierta sobre la cuestión de la divinidad de Cristo o su naturaleza humana impecable, porque vacilar en semejantes doctrinas no es señal de fortaleza intelectual, sino de infidelidad al Señor.
Y volviendo al discurso de Josué, vemos cómo recuerda al pueblo todas las maravillas que Dios había hecho entre ellos desde el momento en que llamó a Abraham de las naciones paganas, para después exhortarles a que resolvieran de una vez por todas servir fielmente al Señor:
(Jos 24:14-15) "Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová."
Era un desafío muy valiente el que Josué les estaba lanzando: "¿Pensáis que entregar la vida entera al servicio del Señor es pedir mucho?" Pues si eso les parecía demasiado, entonces les plantea con cierto sarcasmo la opción de servir a los dioses paganos, porque en cualquier caso a alguien o a algo tendrían que servir. En realidad lo que Josué les quería mostrar era lo absurda que sería cualquier alternativa que no fuera el servicio fiel al verdadero Dios del cielo.
Percibamos nosotros también la fuerza de su argumento: ¿Encontramos demasiado difícil la decisión servir al Señor con fidelidad? Si es así, entonces tendremos que escoger otra meta en la vida. ¿Cuál será el objetivo principal de nuestras vidas? ¿El fútbol, tal vez? ¿Voy a gastar mi vida, mis fuerzas, mis ilusiones y mis talentos en eso? ¡Eso sería absurdo! ¿O tal vez pensamos en algo más sólido, como por ejemplo la música? ¿Pero sería razonable disfrutar de un don de Dios sin mostrar ningún interés en servir al Dios que te lo ha dado? Sin duda, es absurdo entregar nuestras vidas a alguien que no sea Dios mismo.
Pues bien, Israel se comprometió en servir al Señor. Sin embargo Josué les tuvo que advertir que Dios era un Dios celoso que no toleraría una entrega a medias. Así que el pueblo aceptó las condiciones e hicieron un pacto que dejaron plasmado en una gran piedra que sirviera como testigo de la decisión que habían tomado de servir al Señor.
Esto nos plantea una nueva pregunta: ¿Ha habido algún momento en nuestra experiencia cuando hemos decidido servir al Señor al cien por cien, entregándole toda nuestra vida sin reservas? Pues si no es así, que el Señor nos ayude a hacerlo.
4. Exhortación final
El libro de Josué es también muy interesante desde la perspectiva literaria. En los primeros capítulos leíamos de las doce piedras que fueron tomadas del fondo del Jordán y colocadas en la orilla del río. Servirían de monumento conmemorativo del gran milagro que Dios había hecho al hacer pasar el arca a través de las aguas divididas para llevarles a poseer su gran herencia. Y cuando llegamos al final del libro, nos encontramos con otra columna de piedra levantada para dar testimonio de la decisión que el pueblo había tomado de servir al Señor de corazón.
Tal vez nosotros también hayamos erigido una piedra de este tipo en nuestras vidas el día que decidimos servir al Señor sin reservas. En ese caso, sería una cosa muy sana volver a visitarla para comprobar si todavía está en pie o si quizá ha sido cubierta y escondida por la maleza, o si tal vez se ha torcido y no se alza derecha. En cualquier caso, sería bueno volver a nuestra decisión de vez en cuando para comprobar su situación actual y con la ayuda del Señor mantener esa piedra bien erguida hasta el momento en que el Señor nos llame a su presencia.
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