Estudio bíblico: La Paz os dejo, mi paz os doy - Juan 14:27

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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La paz os dejo, mi paz os doy (Juan 14:27)

(Jn 14:27) "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo."

La paz, el anhelo frustrado del mundo

Nos encontramos ahora con un tema nuevo, la paz, que el Señor prometió a sus discípulos como su legado para ellos antes de irse. Ahora bien, parecía un contrasentido hablarles de paz en aquellos momentos, cuando las oscuras nubes de la muerte se precipitaban sobre ellos. ¿Debemos entender que se trataba de palabras huecas con las que intentaba animarles ante los momentos de angustia y dolor que les esperaban? Por supuesto, esta es la forma en la que nosotros muchas veces intentamos consolar inútilmente a los que sufren, pero podemos estar seguros de que no era así con el Señor.
En todo caso, si vamos a abordar el tema de la paz, debemos pensar también en nuestro mundo en el presente. ¿Tiene sentido hablar de la paz cuando estamos envueltos en infinidad de conflictos de todo tipo? Sí, es verdad, parece un poco anómalo hacerlo cuando las nubes de la guerra suben deprisa en el horizonte. Hoy, que somos continuamente bombardeados con información en tiempo real de lo que ocurre en las partes más remotas de este mundo, tenemos muchas más razones para preocuparnos y estresarnos. La dureza de las imágenes que llegan a nuestros dispositivos móviles son en muchos casos realmente aterradoras. ¿Cómo podemos tener paz si en cualquier momento se puede desatar una guerra nuclear que destruya este mundo tal como lo conocemos? ¿Cómo podemos estar tranquilos si en muchas ocasiones todo ese poder destructivo está en las manos de hombres de los que dudamos seriamente de su moralidad, o incluso de su estabilidad emocional y psíquica? ¿Realmente se puede tener paz en el mundo en que vivimos?
Cuando miramos el ámbito internacional, con los conflictos bélicos entre naciones, parece que no hay muchas razones para sentir paz. Pero lo mismo ocurre en el ámbito personal, familiar o social. Las estadísticas nos dicen que los casos de divorcios por "diferencias irreconciliables" se han multiplicado en los últimos años. En muchos sitios la violencia de género sigue siendo un verdadero problema social. Y también estamos familiarizados con los constantes estallidos sociales motivados por las más diversas razones. En ocasiones el grado de crispación crece tanto que nos asusta pensar a dónde podría llegar.
Este mundo desea la paz, pero una y otra vez se le escapa entre las manos, y parece que ya nos hemos conformado con vivir en medio de una "tensa calma", esperando el momento de nuestra muerte, cuando dirán de nosotros, "descanse en paz", como un reconocimiento amargo de que mientras estemos en este mundo es imposible tener paz. Aun así, a pesar de todos nuestros fracasos para traer la paz global, este mundo continua soñando con alcanzar una meta que ha resultado ser muy evasiva.
Bueno, es verdad que cuando reflexionamos acerca de lo que ocurre en este mundo podemos sentirnos realmente deprimidos, pero es importante notar que el momento en que el Señor prometió a sus discípulos la paz no era mejor. Él mismo iba a morir en unas horas clavado en una cruz, y sus discípulos quedarían solos, desconcertados, abatidos, y muy probablemente, temiendo por sus propias vidas. ¿Qué les depararía el futuro? ¿Cómo suplirían la ausencia del Maestro? ¿Cómo podía el Señor hablarles de paz cuando una vez más ésta iba a ser socavada y destruida?

¿En qué consiste la verdadera paz?

Si vamos a hablar de la paz, en primer lugar debemos clarificar a qué tipo de paz se refería el Señor, que al fin y al cabo, es la verdadera paz.
Para nosotros la paz podría ser descrita como la ausencia de problemas, la liberación de las presiones, tener abundancia de lo que necesitamos, disfrutar de comodidad y tranquilidad, tener seguridad y estilizad en medio de las circunstancias difíciles...
¿Era a este tipo de paz a la que el Señor se refería? Parece evidente que no. El contexto en que el Señor les hizo esta promesa no se caracterizaba precisamente por la ausencia de circunstancias problemáticas, ni estaba marcada por la paz exterior. El Señor hablaba al borde de su ejecución violenta, cuando los principales líderes del judaísmo tramaban su destrucción. Y por otro lado, allí dentro, en medio de sus discípulos, el Señor acababa de anunciar la traición de Judas y la negación de Pedro. Había problemas dentro y fuera, ¿cómo podía hablarles de paz?
Bueno, está claro que les estaba hablando de una paz diferente, una paz compatible con los tiempos de tormenta. No es el tipo de paz que algunos artistas han intentado reflejar en sus cuadros por medio de hermosas puestas de sol, en los que se puede contemplar un mar en calma. Deberíamos decir que se asemeja más a aquel cuadro donde se contempla a un pájaro en su nido construido en una rama que sobresale al borde de una ensordecedora cascada. Es de esa paz excepcional, sobrenatural, capaz de prevalecer en medio de los grandes problemas de la vida de la que el Señor nos habla aquí.
Ahora bien, acabamos de ver que se trata de una paz compatible con las dificultades de la vida, pero ¿en qué consiste?
Desde la perspectiva del Señor, su paz tiene que ver con la situación de la persona que disfruta de una buena relación con Dios en cualquier circunstancia de la vida. Es una paz basada en el conocimiento íntimo de Dios, un Dios omnipotente que está en el control de todas las cosas, un Dios sabio que nos ama y cuida en cada instante de nuestras vidas. Sólo la fe que descansa en un Dios así puede producir una paz que está por encima de todas las circunstancias adversas de la vida.

Dios es la fuente de la auténtica paz

Muchos países piensan en el día de hoy que la forma de conseguir que otros no les ataquen y puedan respirar tranquilos consiste en hacer un enorme acopio de armas nucleares que puedan lanzar contra objetivos en cualquier parte. ¿Puede ser este el medio para alcanzar la paz?
A nivel personal, la mayoría busca la paz en las cosas temporales, en los cambios sociales, en el estado del bienestar, en experiencias de todo tipo. ¿Pueden estas cosas proporcionarles la paz? Parece que no, sino que una y otra vez les lleva al mismo punto de desilusión y vacío. Sus vidas parecen enredadas y sin solución. Un dato alarmante es el aumento de suicidios en sociedades que han conseguido grandes avances sociales en todas estas áreas que mencionamos antes.
El problema es que el hombre busca la paz en el lugar equivocado. La busca en las cosas materiales, en experiencias de todo tipo, pero eso está condenado al fracaso. La verdadera fuente de la paz se encuentra únicamente en Dios.
Es interesante notar que la promesa del Señor a sus discípulos de darles paz viene a continuación del anuncio de la venida del Consolador, el Espíritu Santo. Esta conexión es lógica, porque la paz es uno de los frutos del Espíritu en el creyente (Ga 5:22). Es importante tener esto en cuenta, porque la auténtica paz que Cristo ofrece no se consigue por ningún medio humano.
Ahora bien, ¿qué necesitamos para tener paz?
En primer lugar, es preciso tener una conciencia en paz. Si somos atormentados por el veneno de las malas acciones del pasado que nos perturban día tras día, nunca podremos tener paz. El remordimiento de una mala conciencia siempre destruye la paz. Sólo Dios puede solucionar esta situación cuando nos acercamos a él en busca de su generoso perdón.
Y del mismo modo, dada la fragilidad de nuestro ser y lo cambiante de nuestras circunstancias en esta vida, necesitamos también descansar en alguien que sea estable y seguro, alguien omnipotente; y sólo hay un Ser así: Dios. Todo el descanso que busquemos en otras cosas o personas terminará produciéndonos ansiedad e incertidumbre.
Por lo tanto, sólo en Dios podemos encontrar esa paz tan preciosa. Los autores del Antiguo Testamento lo sabían muy bien. Veamos algunos ejemplos:
(Sal 147:14) "Él da en tu territorio la paz"
(Is 26:3) "Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado."
(Nm 6:22-26) "Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a Aarón y a sus hijos y diles: Así bendeciréis a los hijos de Israel, diciéndoles: Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz."

El legado de Cristo a sus discípulos: la paz

No hay duda de que el Señor se estaba despidiendo de sus discípulos, de hecho, "shalom" ("paz") era el saludo y la despedida usada comúnmente entre los judíos (Jn 20:19,26).
Pero ya hemos señalado que el Señor no la estaba usando en este momento como una fórmula de cortesía, un deseo vacío e inútil, sino que la emplea aquí con un hondo sentido, dándoles a entender que les dejaba la paz como su legado más precioso. Con esto les estaba asegurando su amor, lealtad y preocupación incesante por ellos después de marcharse. Y sería precisamente esta confianza en su amor y lealtad lo que produciría en sus corazones una profunda paz.
En este punto es interesante notar que su legado no iba a consistir en la riqueza material, o en posesiones de valor, de hecho, ninguna de las promesas que ya les ha hecho en este capítulo, y han sido muchas, consistía en bienes materiales o una posición de bienestar material. Y aquí percibimos un cambio importante en relación con el Antiguo Testamento, en donde las bendiciones prometidas a su pueblo Israel consistían en gran medida en bienes de ese tipo.
Hay que decir que la paz interior de la conciencia, que surge de la seguridad de que todos nuestros pecados han sido perdonados por su gracia, nos permite gozar de la reconciliación con Dios, y esa es una bendición infinitamente mejor que cualquier posesión material.

¿Cuánto cuesta conseguir la paz?

Ya hemos comentado que en este mundo nunca se llega a conseguir una paz auténtica. Ya sea que estemos hablando de conflictos internacionales o de relaciones personales, se colocan "remiendos" que tarde o temprano vuelven a romperse, y aunque se trata de soluciones provisionales, aun así dejan infinidad de situaciones dolorosas sin que puedan ser arregladas de una forma satisfactoria. Normalmente, el más débil es el que más pierde siempre. De hecho, en la mayoría de las ocasiones no hay un verdadero esfuerzo por alcanzar la paz, sino que llega un momento en que un conflicto que se prolonga en el tiempo, crea tal desgaste en ambas partes que se hace preferible alcanzar algún tipo de acuerdo, aunque éste no satisfaga plenamente a ninguna de las partes.
Pero este no es el caso cuando hablamos de la paz que Cristo ofrece a los seres humanos. Su paz es auténtica, y como tal, resulta muy costosa. Si antes decíamos que la paz que Dios ofrece tiene que ver con una relación correcta del hombre con Dios, previamente es necesario que el pecado humano sea ajusticiado. Por supuesto, debería ser el hombre quien pagara por él, puesto que es él quien lo cometió, pero en su lugar es Cristo quien paga por él en la cruz. Es en eso en lo que consiste el Evangelio, las buenas noticias de Dios, que son conocidas también como el "evangelio de la paz" (Ef 6:15).

La paz de Cristo es real

Que la promesa de Cristo se cumplió en aquellos primeros discípulos es un hecho. Podemos recordar a Esteban mientras sangraba por las heridas producidas por las piedras que los violentos judíos opositores del cristianismo le lanzaban con toda su ira. Quienes vieron su rostro en aquellos momentos, y escucharon lo que decía antes de morir, confirman que aun en esa difícil coyuntura estaba disfrutando de la paz prometida por Cristo.
(Hch 7:55-60) "Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió."
Podríamos añadir también el ejemplo del apóstol Pablo y de Silas. Cuando llegaron a Filipo, tal como era su costumbre, volvieron a predicar el Evangelio de Jesucristo. Antes de terminar su labor allí fueron cruelmente azotados de una manera completamente injusta, y después de eso los pusieron en la cárcel en una de las celdas de máxima seguridad. Y ¿qué hacían en aquel oscuro calabozo? La Escritura nos lo dice:
(Hch 16:25) "Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían."

"Mi paz"

El Señor podía haber hablado de la paz en términos generales, pero expresamente se refiere a ella como "mi paz". ¿Por qué? Bueno, hay varios detalles interesantes.
1. Era la paz que le había caracterizado durante toda su vida
En primer lugar nos da a entender el tipo de paz a la que se refiere. Diríamos que se trata de la paz que había caracterizado a Cristo durante toda su vida.
Esto es interesante porque nos lleva a pensar en la serenidad que él tenía siempre frente a todas las circunstancias de la vida. Por ejemplo, nació en una familia pobre, pero no perdió la paz por ello. Sus motivos y propósitos fueron puestos en duda una y otra vez por sus enemigos, que le insultaron de las peores formas imaginables, pero una santa serenidad le acompañó en todo momento. Podía estar durmiendo en una barca azotada por el fuerte viento y las olas, pero mientras los discípulos temían pensando que se hundían, él, con una compostura imperturbable, dormía en paz. Ningún peligro había conseguido nunca llenar su espíritu de ansiedad y temor. Cuando le maldecían, él no maldecía, sino que rogaba con paciencia por sus enemigos. Incluso Pilato, el gobernador romano, acostumbrado a tratar con presos que eran condenados a ser crucificados, notó un talante totalmente diferente en Cristo, que le llevó incluso a tener cierto temor. Cristo fue oprimido y perseguido como ningún otro hombre lo ha sido jamás; siempre había a su alrededor enemigos dispuestos a pervertir sus palabras, difamar su carácter o generar sospechas sobre su persona, pero él nunca perdió la paz que le caracterizaba.
Se trata, por lo tanto, de una paz que después de haber sido probada en los más variados campos de batalla, siempre había salido victoriosa. Y es esa misma paz la que ahora entrega como su legado personal a sus discípulos.
2. Es su paz porque él la compró mediante su muerte en la cruz
Hace un momento decíamos que la paz caracterizó toda su vida, pero es cierto que hubo ciertos momentos cuando él sintió una profunda turbación de su alma (Jn 12:27). Fueron los momentos cuando él se enfrentaba con el terrible sufrimiento de la cruz, especialmente con el hecho de la separación del Padre (Mr 15:34).
Paradójicamente, aquel que iba a traer la paz a sus discípulos, él mismo aparecía en aquellos momentos envuelto en un terrible sufrimiento que atormentaba su alma. Pero ese habría de ser el coste personal que él tendría que pagar para que nosotros ahora podamos disfrutar de su paz; la paz que él consiguió a tan alto precio. Podemos decir, por lo tanto, que era su paz porque él la compró con su propia muerte.
3. La paz era una promesa mesiánica
La paz es una de las características fundamentales del reino mesiánico que había sido profetizado en el Antiguo Testamento (Is 9:6-7) (Is 52:7) (Is 54:13) (Ez 37:26) (Hag 2:9).
Por lo tanto, cuando Jesús dice: "Mi paz os dejo", está dando a entender que él es el Mesías prometido.

"Yo no os la doy como el mundo la da"

Otro detalle interesante es la aclaración que el Señor hace: "Yo no os la doy como el mundo la da". ¿Cuál es la diferencia?
La paz de Cristo es compatible con las tribulaciones de la vida, mientras que la paz a la que aspira el mundo consiste precisamente en la eliminación de todas esas dificultades.
La paz que prometían los falsos profetas del Antiguo Testamento era un fraude. El profeta Jeremías les reprende diciendo: "Porque desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores. Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz" (Jer 6:13-14). Algo similar dijo el salmista: "hablan paz con sus prójimos, pero la maldad está en su corazón" (Sal 28:3). Frente a estas vanas promesas, Cristo ofrece una paz auténtica, genuina y sin fingimientos.
La paz del mundo, en caso de que se pueda conseguir, siempre es de corta duración, mientras que la que Cristo concede durará toda la eternidad.
La paz que los hombres buscan por sí mismos se basa muchas veces en una autocomplacencia negligente con el pecado, mientras que la paz de Cristo consiste en solucionar primero el pecado, origen de todos los problemas de la humanidad.
La paz del mundo está relacionada con las posesiones materiales, los placeres de la carne, la satisfacción de las pasiones del hombre natural (orgullo, venganza, sexo, honor, riquezas...), pero la paz de Cristo tiene que ver con el descanso de la conciencia y la paz del espíritu.
El mundo busca la paz mediante la distracción y la evasión de los problemas y responsabilidades que le resultan desagradables. Esto lo intenta conseguir por medio de un sinfín de distracciones, entre las que se encuentran algunas muy peligrosas, como las drogas o el alcohol. Con todo esto se pretende aturdir la conciencia a fin de intentar tranquilizarla. En cambio, la paz de Cristo es precisamente la que nos ayuda a enfrentar de otra manera los problemas que se nos presentan.
La paz del mundo, como la "pax romana", se consigue por medio de las armas y deja a su paso un reguero inmenso de muerte y desolación. Es una paz que se establece con la violencia y que crece en un ambiente de terror, intimidación y muerte. Por el contrario, la paz de Cristo es amable, nunca se impone por la fuerza, y se fundamenta sobre la justicia. Como él dijo, la paz nunca puede venir por medio de las armas: "Todos los que toman la espada, a espada perecerán" (Mt 26:52).
Finalmente, como dijo Dios por medio del profeta, "no hay paz para los impíos" (Is 57:21). La paz del mundo es una quimera que fracasa cada vez que es puesta a prueba. Por eso dice el Señor: "cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina" (1 Ts 5:3). La triste realidad es que en nuestro mundo hay el suficiente odio, egoísmo, amargura, maldad, orgullo, vanidad... para que cualquier intento de alcanzar la paz se desvanezca rápidamente.
Los mítines políticos y los bellos discursos prometiendo un mundo mejor nunca llegan a ninguna parte. Este mundo está en guerra y permanece en un interminable "proceso de paz", buscando "fuerzas de mantenimiento de la paz". Pero si en algunas ocasiones se logra resolver un conflicto, antes ya ha aparecido otro en otra parte. Siempre es una paz inestable y frágil. ¿Cómo puede este mundo ofrecer paz si no la tiene?

"No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo"

A continuación el Señor se muestra muy enfático: "No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo".
Él conocía bien las múltiples dificultades por las que sus discípulos iban a atravesar en las próximas horas, pero quería que confiaran en su promesa a fin de que no se inquietaran y perdieran todo el ánimo. Es una fuerte exhortación a no acobardarse ni tener miedo. No olvidemos que el temor es una de las armas más poderosas que el enemigo de nuestras almas usa contra nosotros a fin de paralizarnos.
Notemos bien que cuando el Señor hizo esta exhortación fue el momento cuando se disponía a tomar el camino que en pocas horas le conduciría hasta la cruz en el Calvario. Nadie ha sufrido como él lo iba a hacer, sin embargo, les dijo estas palabras: "No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo". Cuando consideramos sus palabras en este contexto, adquieren para nosotros un valor único. No es el general que envía a sus soldados al frente de batalla mientras él se queda en su despacho oficial dando instrucciones por teléfono. Por el contrario, con su comportamiento y entrega, el Señor demuestra que sus palabras son auténticas y que en ellas hay una victoria segura.

¿Por qué los creyentes disfrutan de tan poca paz?

Parece que para los primeros cristianos el temor era incompatible con la fe. Tanto en la Biblia, como en la historia secular, tenemos abundantes ejemplos de creyentes que estuvieron dispuestos a perderlo todo, hasta sus vidas, con tal de seguir fieles a Cristo. ¿Sigue siendo esto así? Por supuesto, el Señor tiene seguidores fieles también en este tiempo, pero a veces sospechamos que cada vez hay más creyentes a los que la ansiedad por las cosas de este mundo parece haberse apropiado de sus vidas, viendo cómo la paz huye de sus vidas.
Si esto ocurre, el antídoto lo encontramos en la Biblia:
(Fil 4:6-7) "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús."
Nuestro estrés y agitación del corazón provienen de ignorar la Palabra de Dios y haber dejado de mirar confiadamente a Dios. La paz que el Señor prometió sólo se alcanza mediante un seguimiento real de Cristo, aceptando con sinceridad sus principios.

El mundo rechaza la paz de Dios

Hay un hecho que está fuera de toda duda: Dios está dispuesto a dar a los hombres mucho más de lo que ellos quieren recibir (Ef 3:20) (Sal 81:10). Y esto es lo que ocurre también con su paz. Una y otra vez el hombre rechaza a Dios creyendo que por sus propios medios puede conseguir la anhelada paz. Resulta sorprendente que después de tantos siglos de historia humana todavía no hayamos aprendido a reconocer nuestros errores. El hombre y sus capacidades no son la solución, sino la causa del problema. El humanismo ha demostrado siempre su inutilidad para cambiar el mundo. Quienes digan lo contrario deberán mirar hacia otro lado o vivir en un mundo imaginario, aunque, por supuesto, siempre habra idealistas ingenuos.
Pero la realidad es que aparte de Dios el hombre nunca disfrutará de paz en su corazón, ni tampoco en sus relaciones con el prójimo.
El Señor se lamentó al ver la rebeldía de los habitantes de Jerusalén y lloró por ella en estos términos:
(Lc 19:42) "¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos."
Los judíos eran su pueblo escogido, pero habían rechazado a su Mesías, por lo cual no conocerían la paz. Y esa misma actitud es compartida por nuestro mundo en el día de hoy. Para el hombre moderno Dios representa una amenaza contra su libertad, de tal modo que mientras viven en la esclavitud de sus pecados, ven a Aquel que les podría liberar como si fuera un carcelero peor que el que ahora tienen.
En todo caso, no querríamos acabar estas meditaciones sin invitar a cualquier persona que quiera disfrutar de la paz de Dios a acudir a Cristo. Su promesa de paz es real. Sólo él puede reparar los sueños destrozados, los corazones quebrantados, dar una nueva vida y traer la paz y la alegría. No hay otro como él.

Comentarios

México
  Manuel Pérez Guzmán  (México)  (21/06/2022)
Mil gracias por hacer este estudio bíblico me ha enseñado mucho, me ha confortado. Precisamente necesitaba esta enseñanza, agradezco a Dios por la vida de ustedes.
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