Estudio bíblico: ¡Hay muerte en la olla! - 2 Reyes 4:38-44

Serie:   Eliseo   

Autor: Wolfgang Bühne
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Alemania
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¡Hay muerte en la olla! (2 Reyes 4:38-44)

(2 R 4:38-44) "Eliseo volvió a Gilgal cuando había una grande hambre en la tierra. Y los hijos de los profetas estaban con él, por lo que dijo a su criado: Pon una olla grande, y haz potaje para los hijos de los profetas. Y salió uno al campo a recoger hierbas, y halló una como parra montés, y de ella llenó su falda de calabazas silvestres; y volvió, y las cortó en la olla del potaje, pues no sabía lo que era. Después sirvió para que comieran los hombres; pero sucedió que comiendo ellos de aquel guisado, gritaron diciendo: ¡Varón de Dios, hay muerte en esa olla! Y no lo pudieron comer. El entonces dijo: Traed harina. Y la esparció en la olla, y dijo: Da de comer a la gente. Y no hubo más mal en la olla.
Vino entonces un hombre de Baal-salisa, el cual trajo al varón de Dios panes de primicias, veinte panes de cebada, y trigo nuevo en su espiga. Y él dijo: Da a la gente para que coma. Y respondió su sirviente: ¿Cómo pondré esto delante de cien hombres? Pero él volvió a decir: Da a la gente para que coma, porque así ha dicho Jehová: Comerán, y sobrará. Entonces lo puso delante de ellos, y comieron, y les sobró, conforme a la palabra de Jehová."

Hambre en el pueblo de Dios

En (2 R 2:19-22) vimos un manantial de agua envenenado que traía muerte. En esa ocasión Eliseo echó sal en el agua mortífera y sanó.
En la última reflexión vimos la muerte y la resurrección del hijo de la sunamita por la oración de Eliseo (2 R 4:17-37).
La extraña historia que tenemos ahora delante de nosotros ocurre en Gilgal ("quitar"), un lugar con historia, donde después de pasar el Jordán se llevó a cabo la circuncisión de los hombres israelitas antes de la victoria sobre Jericó. En los primeros años del pueblo de Israel en Canaán, bajo la dirección de Josué, Gilgal era algo como un lugar de retirada o un campamento para el ejército. Mirándolo tipológicamente, Gilgal representa el juicio sobre uno mismo. Así como los soldados de Josué reposaban a menudo en Gilgal después de las victorias sobre sus enemigos, así Eliseo fue a ese lugar de reflexión y tranquilidad delante de Dios, después del gran milagro de la resurrección de un muerto. Aquí también hay una importante lección práctica para cada uno de nosotros, a quien Dios ha otorgado éxitos y victorias: Cada victoria en nuestra vida es siempre y únicamente la victoria de Dios. Aquí en Gilgal volvemos a encontrarnos otra vez con "los hijos de los profetas", que vimos la última vez en el capítulo 2. Desde entonces había irrumpido el hambre en Israel, lo que fue claramente un juicio de Dios por la apostasía y desobediencia del pueblo de Dios (Dt 28:22-23).

Sin evadir la aflicción

Qué bien que estos hombres no se fueron a Egipto como Abraham para escapar del hambre y sobrevivir (Gn 12:10). O como Elimelec, que abandonó Belén ("casa de pan") con su familia para escapar del hambre e irse a Moab (Rt 1:2). De ambos sabemos que estas acciones de evasión sólo trajeron aún más problemas y vergüenza sobre sí y sus familias. "Había una grande hambre en la tierra?"; esto es lo que podríamos decir también sobre la situación espiritual actual en Alemania y Europa. Hay poco alimento espiritual en las iglesias, de ahí los muchos hermanos desnutridos y debilitados espiritualmente en muchos lugares. En lugar del alimento que satisface y edifica por medio de la Palabra de Dios, se ofrecen cada vez más filosofías insignificantes, experiencias místicas, ejercicios piadosos o también entretenimiento musical, shows y muchas cosas similares. Pero apenas se busca o se ofrece la Palabra predicada con autoridad y poder. Por eso es muy alentador leer que los "hijos de los profetas" se quedaron en el país de la promesa, a pesar de que la situación era desesperante y sin recursos. Buscaron la comunión con Eliseo, el hombre de Dios y leemos que "estaban con él", aparentemente tenían la esperanza de recibir de él lo que necesitaban para sobrevivir. Esto también es un fuerte consuelo para nuestros días: En todas las congregaciones y reuniones donde el Señor Jesús ("nuestro Eliseo") esté en el centro y tenga la autoridad, habrá siempre alimento espiritual, por muy difícil que sea la situación exterior.

Una olla "grande"

Esta orden de Eliseo a su criado muestra algo de la confianza que el profeta tenía en su Dios. Veía las necesidades humanas de sus "hijos" y era lo suficientemente sobrio como para saber que con el estómago vacío no se puede escuchar atentamente. Y tenía la fe suficiente como para creer que aún en tiempos de hambre Dios no está limitado. Manda poner la olla "grande" y cocinar un guisado, aun cuando no había alimentos a mano. Incluso en tiempos de gran sequía espiritual podemos esperar gran bendición de un gran Dios.
No leemos nada de la reacción del criado al recibir esa orden, pero leemos que un hijo de los profetas, sin mandato alguno por parte de Eliseo, salió al campo a buscar algunas hortalizas para poder saciar a los jóvenes.
Seguro que tenía buenas intenciones, quizá sentía la responsabilidad y tenía compasión por sus hermanos hambrientos. Siendo un hombre de acción no podía permanecer pasivo y toma la iniciativa. Pero nadie se lo había mandado, y evidentemente no tenía mucho conocimiento en la materia, pues encontró una parra montesa con calabazas "silvestres", que le parecieron comestibles, a pesar de que ni él ni sus amigos las conocían.
Sin mandato y sin idea, pero con presunción. Y así viene con un montón de hortalizas indefinibles y con alegre expectativa las corta y las echa en la olla. Así se las sirve sin control alguno a los jóvenes tan hambrientos.

¡Es imprescindible no callarse!

Con hambre y buena fe, estos hombres se ponen a comer, pero en seguida se dan cuenta de que este potaje no sólo era incomible, sino también peligroso. No sabemos si esta verdura parecida al pepino causaba dolor de estómago o diarrea, pero el juicio era inequívoco y unánime: "¡Hay muerte en la olla!".
Una y otra vez vemos en la vida y en el ministerio de Eliseo que había gritería en su presencia. Se ve que en su presencia era posible mostrar los propios sentimientos y decir sin rodeos y sinceramente las propias angustias. Eliseo no era un hombre callado y frío. En su presencia agradable, y aún en esta situación nadie se atrevía a mandar ásperamente: "¡Se come lo que hay en la mesa! ¡Nada de quejas!". Evidentemente aquí no se trataba de cuestiones de gusto y opiniones diferentes, no, aquí había muerte en la olla, y ante ese hecho no se debían callar, y era la obligación de todos decirlo.
Qué bendición sería si en nuestras iglesias y reuniones reinara semejante libertad marcada por esa conciencia de responsabilidad en disciplina. Donde se pudiera hablar de las propias preocupaciones y alegrías, es decir, donde se pudiera abrir el corazón. Pero donde también se pudiera protestar nítidamente cuando por ejemplo un teólogo o predicador no enviado por Dios dijera algo en la iglesia que fuera claramente liberal, místico, o en contra de la Biblia, siendo malsano e incomible para los oyentes. ¡Qué gritería se formaría entonces en muchas iglesias si esto ocurriera!

El grito de socorro

Otra cosa que podemos aprender de los hijos de los profetas: No gritaron para llamar la atención sobre sí mismos, o simplemente por causar sensación. Su clamor va dirigido a la persona adecuada: "¡Varón de Dios, hay muerte en esa olla!".
Las protestas públicas a veces pueden ser convenientes y necesarias, para llamar la atención sobre desarrollos amenazantes y cosas que van mal en asuntos políticos, éticos o teológicos. "¡No hemos gritado como deberíamos haberlo hecho!" confesó el conocido pastor Wilhelm Busch recordando la época de Hitler en Alemania, a pesar de que él fue uno de los pocos que por su testimonio valiente puso en riesgo su vida.
Pero más importante aún es alzar nuestra voz personalmente o como iglesia dirigiéndonos a Dios en oración con todas nuestras preocupaciones y problemas.

El remedio

En Jericó se necesitó de la sal para purificar el manantial mortífero. Pero en esta situación de emergencia, Eliseo mandó que trajeran harina para echarla en la olla a fin de que neutralizara el veneno dañino.
En el lenguaje simbólico del Antiguo Testamento, la harina o flor de harina, era a menudo una imagen de la pureza y ausencia de pecado en nuestro Señor Jesucristo. Muchos comentaristas lo enfocan así:
Wilhelm Busch:
"En la harina podemos ver un indicio del Señor Jesús, pues él mismo se compara con el grano de trigo y con el pan. La harina transforma lo venenoso en comestible. Allá donde llega el Señor lo insoportable se transforma en bueno... Los períodos que pasé en las cárceles nazis fueron terribles, pero Jesús las convirtió en las semanas más bendecidas de mi vida. Él mismo fue la harina echada allí que quitó la muerte de la olla."
Hamilton Smith:
"¿No habla esta harina de Cristo? Los pensamientos de la naturaleza y la filosofía del hombre, los elementos del mundo, la religión de la carne, todo ello son cosas con las que el hombre pretende añadir algo a la previsión de Dios para con su pueblo, y todas estas cosas son desenmascaradas e infamadas cuando Cristo es presentado a las almas."
¡Dios nos conceda que en tiempos de sequía espiritual contemplemos el ejemplo de nuestro Señor para nuestra edificación propia y para alentar también a nuestros hermanos al mostrarles las virtudes del Señor!
En la vida de Elías (1 R 17:11-17) bastó "un puñado de harina en la olla" para mantener en vida a la viuda de Sarepta, a su hijo y a Eliseo durante una hambruna muy dura y larga.

El hombre de Baal-Salisa

Es interesante que justo después de esto se nos narra esta historia de la multiplicación de los panes. Al leerlo casi nos da la impresión de que este hombre temeroso de Dios ya se había puesto en camino cuando los hijos de los profetas todavía estaban peleando con los problemas de la "muerte en la olla". No sabemos el nombre de este hombre que seguramente vivía en un entorno impío entregado a Baal.
Es muy notable que este Israelita piadoso no vivía en el reino del sur, en Judá, donde los sacrificios y las primicias eran llevados al templo en Jerusalén. Pero no obstante conocía bien las ordenanzas de Dios, y aún en medio de la hambruna, cumplió lo que Dios pedía. Ya que no podía llevar esa ofrenda de las primicias al templo, se las llevó al hombre de Dios. No sólo veinte panes de cebada, sino además un saco con trigo nuevo en su espiga, lo cual normalmente estaba destinado para ser sembrado, y con lo cual hubiera podido asegurar su sustento en estos tiempos de crisis.
¿Acaso conocía el sabio consejo de Salomón?:
"Honra al Señor con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto" (Pr 3:9-10).
Lo cierto es que este hombre me hace avergonzarme, porque seguramente conocía muy pocas partes del Antiguo Testamento, pero las que conocía las cumplió con un amor y una entrega abnegada. Practicó lo que siglos más tarde diría nuestro Señor Jesús: "Más bienaventurado es dar que recibir". En esa época de hambre, él da lo mejor al Señor. Seguramente con ello animó mucho a Eliseo, quien vio en este don la provisión de su Dios.
Pero Eliseo mostró en esta situación la misma actitud abnegada. Él no guardo esos panes inesperados en un saco como don personal para él, sino que dio este don a su criado para que saciara con ello a los hijos de los profetas: "Da a la gente para que coma".
Este bello rasgo del carácter de Eliseo lo vemos brillar una y otra vez. Comenzó su ministerio matando su yunta de bueyes para dar de comer a sus colaboradores. Luego se marchó para seguir a Elías y servirle sin tener ninguna seguridad material (1 R 19:21).
Del misionero pionero de la China, Hudson Taylor, es el siguiente hermoso testimonio:
"Cuanto menos gastaba para mí mismo y cuanto más invertía para los demás, más feliz era yo y más bendición llenaba mi corazón".

Bendición sobreabundante

Estos veinte panes eran panes planos, no como los que conocemos nosotros hoy, y por supuesto no eran suficientes para saciar a cien jóvenes hambrientos.
Se comprende, pues, la pregunta incrédula del criado de Eliseo: "¿Cómo pondré esto delante de cien hombres?". Y esto nos recuerda la reacción de los discípulos de Jesús cuando estaban a punto de alimentar a los cinco mil con sólo cinco panes de cebada y dos peces (Mt 14:16-21).
A la objeción del criado, Eliseo contestó con el mandato: "Da a la gente para que coma", y nuestro Señor mandó a sus discípulos: "¡Dadles vosotros de comer!". Ambas historias terminan con la misma experiencia maravillosa: "comieron todos... y les sobró".
Dios puede multiplicar lo poco que le entregamos en gratitud y obediencia para bendecir a muchos con ello.
"Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado" (Pr 11:25).
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