Estudio bíblico: Si callamos nos alcanzará nuestra maldad - 2 Reyes 7:3-17

Serie:   Eliseo   

Autor: Wolfgang Bühne
Email: estudios@escuelabiblica.com
Alemania
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"Si callamos nos alcanzará nuestra maldad" (2 Reyes 7:3-17)

(2 R 7:3-17) "Había a la entrada de la puerta cuatro hombres leprosos, los cuales dijeron el uno al otro: ¿Para qué nos estamos aquí hasta que muramos? Si tratáremos de entrar en la ciudad, por el hambre que hay en la ciudad moriremos en ella; y si nos quedamos aquí, también moriremos. Vamos, pues, ahora, y pasemos al campamento de los sirios; si ellos nos dieren la vida, viviremos; y si nos dieren la muerte, moriremos. Se levantaron, pues, al anochecer, para ir al campamento de los sirios; y llegando a la entrada del campamento de los sirios, no había allí nadie. Porque Jehová había hecho que en el campamento de los sirios se oyese estruendo de carros, ruido de caballos, y estrépito de gran ejército; y se dijeron unos a otros: He aquí, el rey de Israel ha tomado a sueldo contra nosotros a los reyes de los heteos y a los reyes de los egipcios, para que vengan contra nosotros. Y así se levantaron y huyeron al anochecer, abandonando sus tiendas, sus caballos, sus asnos, y el campamento como estaba; y habían huido para salvar sus vidas. Cuando los leprosos llegaron a la entrada del campamento, entraron en una tienda y comieron y bebieron, y tomaron de allí plata y oro y vestidos, y fueron y lo escondieron; y vueltos, entraron en otra tienda, y de allí también tomaron, y fueron y lo escondieron. Luego se dijeron el uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad. Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey. Vinieron, pues, y gritaron a los guardas de la puerta de la ciudad, y les declararon, diciendo: Nosotros fuimos al campamento de los sirios, y he aquí que no había allí nadie, ni voz de hombre, sino caballos atados, asnos también atados, y el campamento intacto. Los porteros gritaron, y lo anunciaron dentro, en el palacio del rey. Y se levantó el rey de noche, y dijo a sus siervos: Yo os declararé lo que nos han hecho los sirios. Ellos saben que tenemos hambre, y han salido de las tiendas y se han escondido en el campo, diciendo: Cuando hayan salido de la ciudad, los tomaremos vivos, y entraremos en la ciudad. Entonces respondió uno de sus siervos y dijo: Tomen ahora cinco de los caballos que han quedado en la ciudad (porque los que quedan acá también perecerán como toda la multitud de Israel que ya ha perecido), y enviemos y veamos qué hay. Tomaron, pues, dos caballos de un carro, y envió el rey al campamento de los sirios, diciendo: Id y ved. Y ellos fueron, y los siguieron hasta el Jordán; y he aquí que todo el camino estaba lleno de vestidos y enseres que los sirios habían arrojado por la premura. Y volvieron los mensajeros y lo hicieron saber al rey. Entonces el pueblo salió, y saqueó el campamento de los sirios. Y fue vendido un seah de flor de harina por un siclo, y dos seahs de cebada por un siclo, conforme a la palabra de Jehová. Y el rey puso a la puerta a aquel príncipe sobre cuyo brazo él se apoyaba; y lo atropelló el pueblo a la entrada, y murió, conforme a lo que había dicho el varón de Dios, cuando el rey descendió a él."

La burla pesa más que la incredulidad

Antes de centrarnos en este cambio de escena tan sumamente dramático, vamos a echar una mirada al "príncipe" del rey Joram. Probablemente era el general de su ejército o su mano derecha. Había oído con sus oídos la "palabra del Señor" dicha por Eliseo. Pero el mensaje de que al cabo de veinticuatro horas el terrible hambre se iba a transformar en abundancia de harina y cebada, le parecía tan utópico que dijo burlándose con cinismo: "¿Si el Señor hiciese ahora ventanas en el cielo, ¿sería esto así?" (2 R 7:2).
El rey Joram, por lo menos, había callado ante esta profecía de Eliseo, a pesar de haber tenido la intención de matarle. No creyó a las palabras de Eliseo, como muestra el desarrollo de la historia. Pero su príncipe se burló de la liberación anunciada por Dios. Aparentemente pesa más a los ojos de Dios la burla y el desprecio de la gracia inmerecida y de la bondad del Señor que la incredulidad. A Eliseo no le quedó otra opción que anunciar el juicio divino, el cual se llevó a cabo al final de esta historia.
Esta escena nos recuerda la historia trágica de los muchachos de Betel que se burlaron de Eliseo (2 R 2:23-24). Tanto allí como aquí la respuesta fue el juicio inmediato.
¡Guardémonos de hacer comentarios burlones sobre promesas en la Palabra de Dios que nos parezcan muy improbables! El apóstol Pedro nos avisa muy encarecidamente: "... sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación" (2 P 3:3-4).

¡Expulsados y sin esperanza!

Los milagros divinos a menudo ocurren sobre el fondo de la desesperación humana. Después de haber visto a los líderes políticos de Israel sin esperanza, vemos ahora a cuatro hombres que también estaban agotados y sin esperanza alguna de liberación.
Siendo leprosos expulsados por su mismo pueblo, ya habían tenido experiencias amargas con la soledad y el hambre. El pensamiento de la muerte los acompañaba desde que comenzó su enfermedad. Ahora se encontraban desesperados ante las puertas de la ciudad de Samaria sin imaginarse lo que acababa de suceder dentro de la ciudad. Parece que no habían oído la profecía de Eliseo. Nuevamente se dieron cuenta de su situación sin esperanza ni salida, y vieron sólo una única posibilidad de sobrevivir bastante utópica: quizá los sirios los dejarían con vida, si se pasaban a ellos.
Ya es mucho que no cayeran en una profunda depresión, hartos de la vida. Por el contrario, se alentaron mutuamente con las palabras: "Vamos, pues, ahora, y pasemos...". No pierden el tiempo, y al atardecer se ponen en marcha. Quizá esperando que en la oscuridad los sirios no vieran que eran leprosos, sino que se imaginaran que eran mendigos y les echaran algunos restos de comida.
Cuando por fin llegaron al campamento de los sirios con el último resto de voluntad y ganas de sobrevivir, seguro que pensaron que estaban soñando. No había persona alguna allí. No había centinelas que ya de lejos se hubiesen apercibido y dado aviso de su llegada. Ante sus ojos se extiende un campamento de tiendas completamente despoblado. Los caballos y asnos están reposando y pastando como si nada hubiese ocurrido, pero las entradas a las tiendas se ven extrañamente arrancadas y abiertas. Al entrar cuidadosamente en ellas, finalmente comprendieron que allí había ocurrido lo inconcebible: Por algún motivo desconocido, los sirios habían abandonado su campamento precipitadamente.

El "estrépito de gran ejército"

En el capítulo 6 el "gran ejército" de los sirios fue impedido de dañar a Eliseo por medio de un milagro "óptico" (fueron heridos con ceguera), mientras que aquí Dios se vale de un milagro "acústico" para poner en fuga al campamento sirio. El "estrépito" de ejércitos que se aproximaban desde diferentes direcciones les hizo pensar que los Israelitas habían sobornado a los hetitas y egipcios para que los asaltaran. Para Dios era suficiente el ruido, es decir, la ilusión del "estrépito de un gran ejército", para confundir un ejército, infundirles terror a la muerte y hacerles huir descabezados. Este hecho debiera infundirnos aliento en situaciones parecidas.
Los cuatro leprosos, muy cercanos a morir, hallaron salvación justamente en el lugar donde el enemigo había descansado tan seguro de obtener la victoria. Un par de horas más tarde Samaria, casi muerta de hambre, halló también salvación precisamente allí.
Muchos comentaristas han pensado en la victoria del Gólgota, al meditar sobre esta observación.
"Nadie estuvo con el Señor cuando destruyó el poder del enemigo. Samaria estaba en una situación desesperada y nada podía hacer. El Señor lo hace todo, y la ciudad recibe la bendición por su gracia sin medida. Nadie estaba con el Señor de gloria cuando fue a la cruz. Solo presintió los horrores del Gólgota, solo se enfrentó al enemigo; solo sufrió en la cruz; solo padeció el abandono; solo llevó el juicio. Pero los pecadores cargados con su culpa, que creen en Él ahora reparten despojos con Él. Esto es lo que vemos en la escena, porque los leprosos comieron y bebieron, hallaron plata y oro y vestidos" (Hamilton Smith).

El día de buena nueva

De la noche a la mañana los cuatro leprosos se habían hecho ricos. Bien podemos imaginarnos con qué alegría comerían y beberían hasta saciarse; cómo examinarían tienda por tienda con los ojos brillantes, enriqueciéndose con la cantidad inconcebible de aquel despojo: oro, plata y vestidos en cantidades que jamás habían visto ni soñado en toda su vida.
Cambiaron sus harapos sucios por vestidos nuevos. Sus bolsas las llenaron de oro y plata. Finalmente pensaron también en el futuro y enterraron todo aquello que no podían llevar. Dos veces está enfatizado en el versículo 8 que "fueron y lo escondieron". Aunque su esperanza de vida no se había alargado por la abundancia de riquezas, el "encantamiento del oro", sin embargo, los había cegado por algún tiempo.
¿Fue un error comer hasta saciarse y vestirse con dignidad? ¡Naturalmente no!
Pero mientras iban y venían para esconder su botín, su conciencia se despertó pensando en las personas con tanta hambre en Samaria. Ellos tenían la muerte a la vista, mientras que ellos tenían de sobra. Nuevamente leemos como hablaron entre sí y se dijeron el uno al otro: "¡No hacemos bien!". De pronto sintieron su responsabilidad hacia los demás. "Ser salvo hace que trates de salvar a otros también". Conocían el "día de buena nueva" y sabían que callar significaría hacerse culpable. Así que se animaron mutuamente diciendo: "Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey".

Revuelo a medianoche

Y no esperaron hasta que llegara la mañana. En la misma noche se pusieron en camino y no pararon hasta haber despertado y convencido a todos los guardas de la ciudad de Samaria para que despertaran también al rey y a sus siervos. Parece que no reconocieron que eran leprosos, pues no mostraron el temor que este tipo de personas siempre causaban, y por eso no los echaron fuera, como hacían con todos los contagiados. Es de suponer que sus nuevas vestiduras ocultaban el hecho, de modo que no les reconocieron, aunque, por supuesto, seguían siendo leprosos.
Además, el contenido de su mensaje era tan increíble, que casi nos asombramos de que no les expulsaran inmediatamente. Pero osaron comunicar esta noticia tan asombrosa al rey. ¿Fue por causa de su vestidura diferente y extraña que les prestaron atención? ¿Fue por causa de su actitud convincente? ¿Habrían traído algunas pruebas para confirmar su mensaje y sacaron quizá algunas monedas de oro y plata de sus bolsillos? No lo sabemos, pero Dios se hizo cargo de que el mensaje increíble llegara a los guardas de forma fidedigna, originando un alboroto.
El rey, aunque reaccionó con escepticismo, no obstante no mostró un rechazo total. Su lógica le hizo pensar que pudiera tratarse de una trampa. Pero permitió que un sabio siervo suyo le aconsejara hacer una prueba y enviar a algunos mensajeros con caballos demacrados y dos carros para seguir las huellas de los sirios. Éstos regresaron y confirmaron el testimonio de los leprosos. Y entonces el pueblo entero se precipitó para salir por la puerta de la ciudad y saquear el campamento de los sirios, por lo cual los precios de los alimentos se rebajaron enormemente en pocas horas.

¡Dios cumple su palabra!

Una persona solamente no pudo disfrutar de esa gracia inmerecida: la mano derecha del rey, el burlador incrédulo a quien Eliseo había predicho el juicio, fue aplastado por la multitud que se precipitó al salir y murió "conforme a lo que había dicho el varón de Dios" (2 R 7:17). Dios no puede ser burlado. Es notable que este capítulo comienza con la burla del capitán del ejército y termina con su muerte, narrándose su muerte trágica dos veces en los versículos 17 al 20.
"En este día de júbilo y liberación Dios puso también una señal del juicio. Con ello mostró a su pueblo que no es algo insignificante oponerse abierta e intencionadamente a la Palabra de Dios con la impaciencia de la incredulidad. Su Palabra, que Dios nos ha dado con la Biblia, es solemnemente seria" (Rudolf Möckel).

El silencio que genera culpa

En la Biblia hallamos al menos tres formas de callar que acarrean culpabilidad ante Dios:
Cuando el "atalaya" (o profeta) de una ciudad no tocare la trompeta cuando viere venir al enemigo, o no amonestare a un "impío" por su pecado anunciándole el juicio de Dios y llamándole al arrepentimiento; entonces Dios "demandará la sangre de su mano" (Ez 33:1-9).
Cuando un israelita viere pecar a su prójimo y no le amonestare, o no denunciare su culpa, entonces él mismo se haría culpable ante Dios con este comportamiento (Lv 19:17) (Lv 5:1). Aquí vemos la responsabilidad que tenemos los unos para con los otros como miembros de la iglesia.
Cuando en tiempos de hambre alguien atesore trigo para sí, sin tener misericordia de los hambrientos, entonces le vendrá maldición (Pr 11:26).
Aquí vemos la responsabilidad que como creyentes tenemos para con los incrédulos. Una canción dice así:
Quien conoce el agua en el desierto y calla,
es culpable, si los moribundos no la hallan.
Quien en terreno cenagoso conoce el camino firme
y no lo muestra a los demás,
es culpable si otros se hunden allí.
Los cuatro leprosos reconocieron claramente su culpa: mientras que ellos podían bañarse en el trigo, en Samaria había personas que morían de hambre. Su conciencia se despertó y los impulsó a volver el mismo día a Samaria, para dar lo más rápido posible la noticia de salvación a la población moribunda.

¿Callamos?

Esta historia dramática es un llamado encarecido para despertar nuestras conciencias. No fue incorrecto que los leprosos primeramente comieran ellos hasta saciarse, pues necesitaban las fuerzas para las tareas futuras. Tampoco fue nada malo que tomaran del botín, se vistieran y tomaran del oro y de la plata. Dios había derrotado al enemigo y ellos podían beneficiarse de la victoria. Lo peligroso fue cuando comenzaron a esconder para sí del botín. Y fue bueno que mutuamente se concienciaran acerca de su obligación frente a la población de Samaria que estaba muriendo de hambre. Tenían la obligación de aportar.
La analogía para nosotros es bien clara:
Necesitamos el alimento espiritual para poder servir a Dios y a los hombres, y es bueno y absolutamente vital que cada día nos alimentemos y saciemos con la Palabra de Dios para este fin. También sería trágico si no nos distinguiéramos de nuestro prójimo por nuestra forma de vida, nuestras metas y nuestro porte. De esto habla el "mejor vestido" que recibió el hijo menor después de su regreso al padre, y también los "vestidos" de (Col 3:12-14), que reflejan los rasgos característicos por los que debemos ser reconocidos como hijos de Dios. También deberíamos alegrarnos diariamente por "la plata" de la salvación y el "oro" de la justicia y la pureza divina.
Pero todas estas bendiciones divinas se nos convierten en fatales cuando las guardamos para nosotros solamente. Cuando empezamos a ocultarlas y no tenemos en cuenta que la mayor parte de la población mundial no conoce la Palabra de Dios, ni ha escuchado el evangelio, la Palabra de la cruz, ni sabe nada de las bendiciones espirituales de Dios.

¡Es nuestra obligación!

Las excusas no cuentan: "Soy demasiado joven", "soy demasiado mayor", "soy demasiado tímido, no estoy bien preparado para ello, ni tengo don para ello; a mí nadie me va a creer etc. etc.".
La misión comienza con cumplir el primer mandato que nuestro Señor dio en relación con la gran comisión: "Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies" (Mt 9:37-38).
Para colaborar en la importante misión mundial de llevar el evangelio, nadie es demasiado viejo o joven, o sin talento o enfermo etc. Y aquel que empiece a pedir al Señor de la mies que envíe obreros a su mies, recibirá un interés cada vez mayor en la evangelización y la misión. Éste apoyará este propósito divino aun cuando en la patria esté colocado en otro lugar de la gran obra del Señor.
Cada creyente es una "Biblia andante sobre dos suelas..."
El evangelista ambulante, Wolfgang Dyck (1930-1970), que lamentablemente murió temprano, dijo una vez esta frase desafiante: "Cada creyente es un misionero, una Biblia ambulante que anda sobre dos suelas de zapato, una carta abierta, para ser leída por todos - ¡una carta urgente!".
Pocos días antes de su muerte, el fundador de las instituciones Betel y de la misión Betel, F. von Bodelschwingh (1831-1910) oyó que las personas en el Congo estaban sufriendo inmensamente por causa de los negociantes de esclavos. Las últimas frases de este hombre que moría, dirigidas al director de la misión que le acababa de contar de esta miseria en África, fueron palabras de estímulo con respecto al arduo e importante trabajo en la misión: "¡No tan lento, que se están muriendo!".
Si seguimos esperando "el mañana" y no comenzamos hoy, nos hacemos culpables. Quizá sería una ayuda colgar en grandes letras y bien visible en nuestra cocina, en el comedor o en el cuarto de trabajo, allí donde solemos estar, la siguiente amonestación de boca de los cuatro leprosos: "Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad".
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