Estudio bíblico: Una salvación segura - Juan 17:11-13

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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Una salvación segura (Juan 17:11-13)

(Jn 17:11-13) "Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos."
El Señor habla aquí como si la cruz hubiera ya pasado y estuviera con el Padre de nuevo en el cielo: "Ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti". Esto dejaba a los discípulos solos en un mundo hostil. ¿Cuál sería su fin una vez que el Señor ya no estuviera con ellos? ¿Llegarían finalmente a ser salvados teniendo que atravesar solos por un mundo lleno de peligros para ellos? Como vamos a ver a continuación, su seguridad no dependería de ellos mismos, sino de la intercesión que Cristo hace continuamente a favor de ellos, y que ya comenzó antes de partir al Padre.

"Padre santo"

Su petición va dirigida a su Padre, a quien describe aquí como "Padre santo". Y resulta apropiado subrayar esta característica de la naturaleza del Padre, puesto que lo que va a pedirle en unos momentos es que santifique a los discípulos y los guarde del mal (Jn 17:15-17).
Es interesante notar que esta es la única vez que se usa este título para Dios en las Escrituras. No hay duda de que se trata de algo realmente especial. Desgraciadamente, esta es la forma que más tarde el catolicismo comenzó a usar para referirse a su papa: "Santo padre". Esto no parece apropiado desde ningún punto de vista.

"A los que me has dado, guárdalos en tu nombre"

La primera petición del Señor al Padre es que guarde en su nombre a aquellos que por tanto tiempo él mismo había cuidado y por los que en unas horas iba a entregar su vida en una cruz.
Claro está, la petición de protección implica necesariamente que habría peligros reales para los creyentes en este mundo del que debían ser guardados. Al mismo tiempo, pone de relieve la debilidad innata de ellos frente a esos peligros.
El mal del que deberían ser guardados puede tener muchas caras. Por ejemplo, se podría referir al pecado en sus vidas, a ser vencidos por la tentación, o aplastados por la persecución o los afanes de esta vida, contagiados por falsas doctrinas, la apostasía, o cualquier artimaña del diablo para separarlos de los caminos de Dios. Su vida iba a cambiar mucho una vez que Cristo ya no estuviera con ellos en la tierra. ¿Se mantendrían firmes en la fe en medio de la tormenta que estaba a punto de sobrevenirles? ¿Podrían superar todos los embates del mundo con sus seductoras tentaciones? ¿Seguirían siendo leales a Jesús hasta el fin? Estas son preguntas que los creyentes se hacen con frecuencia.
Pero en las manos del Padre hay seguridad. Él nunca duerme ni se cansa. ¿Cómo no van a estar a salvo aquellos a quienes protege el Dios omnipotente? El creyente puede fallar, pero Dios no. De esto depende la perseverancia en la fe de los verdaderos creyentes. De otro modo, ¿quién podría llegar hasta el fin superando todas las posibles pruebas y tentaciones que podrían aparecer en nuestras vidas?
Otro detalle importante de la petición del Hijo es que sean guardados "en tu nombre". Ya hemos notado anteriormente que el nombre de Dios encierra todo lo que Dios es. Por lo tanto, si el Padre no lograra cuidar hasta el fin a aquellos que depositan su fe en él, esto pondría en entredicho su propio nombre; algo que, por supuesto, no puede ocurrir.
Para entender mejor esto último, podemos ver otra posible traducción de este versículo en la que se resalta aún más la importancia del "nombre" de Dios: "Padre santo, guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como nosotros" (La Biblia de las Américas). Según esta traducción, lo que el Padre le dio, no fueron los apóstoles, sino el "nombre", lo que implicaba que para llevar a cabo la misión de salvación que Cristo había venido a realizar en este mundo, le había sido encomendada toda la autoridad de Dios que está implícita en el nombre de Dios. Por lo tanto, lo que el Señor estaba pidiendo era que los discípulos fueran guardados bajo la autoridad del nombre de Dios, el mismo bajo el que siempre habían sido guardado. Ellos ya habían comprobado el poder de ese nombre, y no iba a haber cambios sustanciales a partir de ese momento. Y, claro está, no puede haber un poder superior a ese. Sólo de esto puede depender nuestra seguridad eterna.

"Para que sean uno, así como nosotros"

La unidad de la que el Señor está hablando aquí tiene como fundamento, modelo y fin el hecho de que tanto el Padre como el Hijo compartían el mismo nombre.
Sólo si creían que el Padre y el Hijo son uno en esencia, ellos podrían estar unidos en la fe.
Al mismo tiempo, esto es presentado como un ruego del Hijo al Padre: que permanezcan unidos en esta verdad esencial del cristianismo.
Y por último, el modelo para la unidad que el Señor pide para los suyos es del mismo tipo que la que siempre ha existido entre el Padre y el Hijo. No se trata, por lo tanto, de una unidad organizativa, como la que puede existir en algunas iglesias. Ni tampoco de la unión de diferentes organizaciones, como muchas veces aboga el ecumenismo. Aquí se nos está hablando de algo mucho más difícil, y para lo que se necesita obligatoriamente el Espíritu Santo: una unidad de corazón, mente y voluntad. Una unidad que les lleve a luchar contra adversarios comunes, con fines comunes, sin divergencias ni contiendas internas.
Lo que está fuera de toda duda es que los discípulos nunca llegarán a estar unidos entre ellos si previamente no lo están al Señor. Por eso es muy importante que nos demos cuenta de que el propósito del Señor aquí no es la unión de la humanidad dividida, lo cual es imposible, sino la unión de su Iglesia, la cual ya ha sido conseguida por Cristo a través de su muerte en la cruz (Ef 2:14-16).
Debemos notar también que el Señor no está rogando para que lleguen a ser uno, sino para que continúen siéndolo. Esta preocupación por la unidad de sus discípulos es dominante en su oración (Jn 17:21,22,23).
La unidad conseguida por Cristo debe llevar a los discípulos a superar cualquier dificultad y aspirar a ser de "un mismo sentir" (Ro 15:5) (2 Co 13:11) (Fil 4:2) (1 P 3:8). Pero esta clase de unidad sólo es posible cuando los creyentes gozan de la plenitud del Espíritu Santo, y los creyentes desean dar toda la gloria a Dios, buscando juntos los intereses de su reino. Es una unidad en armonía absoluta a los intereses y la voluntad de Cristo. Llegados a este punto, debemos confesar que, desgraciadamente, la Iglesia del Señor a lo largo de toda su historia ha sufrido constantes divisiones.

"A los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió"

Mientras Cristo estuvo en el mundo, él guardó a los discípulos en el nombre de Dios, es decir, en el poder que residía en su persona. El resultado de esta labor fue que "ninguno de ellos se perdió". Su obra de preservar a sus discípulos fue totalmente eficaz. Y podemos estar seguros que ahora que estamos en las manos del Padre, guardados por el poder del mismo nombre, ninguno de aquellos que han depositado su fe en Cristo se perderá.
De modo que los discípulos estuvieron a salvo mientras estaban con Jesús, no gracias a su propia capacidad de mantener su fe ante las dificultades, sino porque él los guardaba y preservaba su fe. Algunos llaman a esta doctrina la "perseverancia de los santos", pero sería más adecuado llamarle la "perseverancia del Salvador".
Y lo que ahora está diciendo es que en el futuro las cosas no iban a cambiar, porque el Padre iba a asumir esa tarea en contestación a la oración de su Hijo.
El Padre no será menos diligente, menos eficaz a la hora de guardar y preservar la fe de los suyos. Recordemos nuevamente la afirmación que ya había hecho el Señor en otra ocasión:
(Jn 6:37-40) "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero."
El Señor había reunido a sus discípulos alrededor de él mientras oraba porque quería que supieran cuáles eran los motivos de su oración y tuvieran la plena certeza de que el Padre le contestaría.
Pensemos en un ejemplo concreto de esto de lo que estamos hablando. En el próximo capítulo de este evangelio veremos que a pesar de la oración del Señor por Pedro, y de sus advertencias, él le negó. Esto nos recuerda que sometidos a mucha presión, cualquier creyente puede llegar a actuar de modo inconsecuente y comprometer su fe. Sin embargo, Pedro era un creyente verdadero, y cuando el Señor había orado por él, también había previsto su caída. Pero a pesar de todo esto, la oración de Cristo fue contestada, y al leer el último capítulo del evangelio de Juan encontramos que él fue completamente restaurado. Pedro no se perdió. Su fe fue purificada y se mantuvo fiel el resto de su vida, hasta el punto de que llegó a glorificar a su Señor por medio de su muerte. Y si esto fue cierto acerca de Pedro, podemos estar seguros de que también lo será con cada uno de nosotros que también hemos creído en Cristo.

"Sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese"

Sólo se produjo una excepción, la de Judas, el traidor. El nunca había recibido de verdad a Jesús. Recordemos las palabras que en una ocasión anterior había dicho el Señor en cuanto a él y otros muchos falsos discípulos:
(Jn 6:64) "Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar."
(Jn 6:70) "Jesús les respondió: ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?"
Judas no había nacido de nuevo, y lejos de tener la nueva vida del Espíritu, seguía gobernado por los más bajos instintos mundanos. El mismo evangelista lo recuerda con tristeza:
(Jn 12:5-6) "¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella."
Y finalmente, como todos sabemos, él fue quien vendió al Señor treinta piezas de plata:
(Mt 26:14-16) "Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata. Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle."
Judas no era uno de los que el "Padre le había dado" al Hijo como un auténtico creyente. Esto es confirmado por el Señor en el próximo capítulo, cuando dice: "para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno" (Jn 18:9).
Judas había tenido innumerables oportunidades para creer en el Señor, pero las rechazó todas, y su corazón cada vez se fue endureciendo más. Esta fue la razón de su perdición.
En cuanto a la expresión, "hijo de perdición", es un hebraísmo y significa "una persona digna de la perdición, o apta para perderse por causa de su maldad". Es una expresión tremendamente fuerte que viene de los labios de nuestro misericordioso Salvador, y nos muestra el terrible destino de aquellos que hacen mal uso de las oportunidades que Dios les da, y deliberadamente siguen sus propias inclinaciones pecaminosas. Esto es lo que les lleva a convertirse en "hijos del infierno", una expresión similar que encontramos en (Mt 23:15). Veamos cómo lo expresó el salmista en un salmo que fue citado por Pedro en relación a Judas (Sal 109:8) (Hch 1:20):
(Sal 109:17) "Amó la maldición, y ésta le sobrevino; y no quiso la bendición, y ella se alejó de él."
La razón por la que el Señor lo menciona aquí es porque su pérdida no pone en duda el poder preservador del Señor como buen Pastor de su rebaño. La razón por la que Judas se había perdido es porque en realidad sólo fue discípulo en un sentido nominal y externo, pero nunca de corazón. Y con esto nos advierte que no todos los que están en una iglesia cristiana y se dicen creyentes lo son necesariamente, y esto se manifiesta con el tiempo por sus actitudes (1 Jn 2:19). Nadie puede asegurar de la ruina eterna a una persona que no confía en el Señor de manera auténtica.
Aun así, algunos comentaristas interpretan que el hecho de que Judas fuera descrito como "hijo de perdición", no fue porque eligió el camino que le llevó a su propia perdición, sino porque había nacido perdido de una manera especial. Encuentran una confirmación de esto en la afirmación que el Señor hizo a continuación: "Para que la Escritura se cumpliese". Probablemente una referencia al (Sal 41:9-10).
Pero no hay mejor prueba de la libertad y responsabilidad de Judas que las numerosas advertencias que Jesús le dirigió hasta el último momento a fin de salvarle de su extravío. Si él se hubiera arrepentido, incluso después de su crimen, el Señor le habría perdonado.
Por lo tanto, la referencia al cumplimiento de la Escritura, lo que nos asegura es que la deserción de Judas había sido prevista por Dios. Ahora bien, debemos evitar cualquier sentido determinista, como si el hecho de que las Escrituras lo hubieran anunciado de antemano implicara necesariamente que Judas tenía que hacerlo forzosamente.
Judas no se perdió con el fin de que se cumpliesen las Escrituras, sino que las Escrituras se cumplieron con la caída de Judas. La predicción no fue la causa de su pecado.

"Para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos"

La deserción de Judas, anunciada en el versículo anterior, no debería empañar su gozo. Aun en medio de tales circunstancias podrían regocijarse. Pero, ¿cuál era la razón para este gozo en medio de circunstancia tan adversas como las que se encontraba el Señor y sus discípulos?
Esta expresión, "gozo cumplido" o "plenitud de gozo", tiene que ver con la completa salvación que Cristo iba a conseguir para todos los que depositan su fe en él. Claro está, si consideramos lo débiles que somos como creyentes, fácilmente podríamos llegar a pensar que cualquiera de nosotros podríamos ceder a alguna dura tentación y de ese modo dejaríamos de alcanzar la salvación. Por esta razón, aquellos que piensan que la salvación se puede perder, de ninguna manera pueden disfrutar de este "gozo cumplido", porque toda su vida deben estar en constante tensión pensando si llegarán bien al final de su carrera.
Por otro lado, como ya hemos explicado en otras ocasiones (Jn 15:11) (Jn 16:24), este gozo viene por tener una relación correcta con Dios, no por tener todos los caprichos que podamos imaginar en esta vida. Este era el gozo que había acompañado a Cristo a lo largo de todo su ministerio terrenal. Era el gozo de la comunión con su Padre.
Y en este versículo vemos que la razón de su partida al Padre tenía que ver precisamente con el propósito de que ellos pudieran disfrutar de una relación correcta con Dios, y de ese modo compartieran también su gozo. Como resultado de su obra consumada, se ha quitado toda barrera, se ha rasgado el velo y se ha abierto un camino nuevo y vivo para que los creyentes se acerquen a Dios con confianza y seguridad (He 10:19-22). La comunión que él disfrutaba con su Padre, y que era la fuente de su gozo, ahora también es nuestra:
(1 Jn 1:3-4) "Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido."
Sólo la comunión con Dios puede producir en nosotros un gozo pleno en medio de un mundo hostil en el que estamos rodeados de injusticias y maldad. Sólo mirando a Dios nuestra alma encuentra la paz de la que este mundo nos quiere privar. Sólo descansando en su poder podemos estar seguros y disfrutar de la salvación que ha conseguido para nosotros.
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