Estudio bíblico de Éxodo 2:21-3:8

Exodo 2:23-3:8

Nuestro programa anterior terminaba con una escena familiar, en Madián, donde Moisés, que había tenido que huir de Egipto, contrajo matrimonio y tuvo hijos. Allí dio comienzo a su prolongado período de permanencia en el desierto.

Comenzaremos nuestro estudio de hoy leyendo los versículos 23 al 25:

"Y aconteció que pasado mucho tiempo, murió el rey de Egipto. Y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y su clamor, a causa de su servidumbre, subió a Dios. Oyó Dios su gemido, y se acordó Dios de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y Dios los tuvo en cuenta."

Dios estaba ordenando el curso de los acontecimientos para liberar al pueblo israelita, oprimido en Egipto. En ese proceso, estaba preparando a Moisés para ser el libertador. Dios no optó por liberar a los israelitas porque éstos fuesen superiores a los Egipcios, ni por que hubiesen sido fieles a El, ni porque hubiesen evitado dejarse arrastrar por la idolatría. Por el contrario, habían sido muy infieles a Dios. Habían adorado y servido a los ídolos de religiones paganas, antes que a El. Hay que recordar que, más adelante en la historia, después de haber sido liberados de Egipto y cuando estaban siendo conducidos por Moisés por el desierto, en la primera ocasión que se presentó, fabricaron un becerro de oro para adorarlo. El deseo de Dios había sido liberarles porque se encontraban indefensos, en una desesperada situación de esclavitud. A menos que alguien hubiese intervenido a favor de ellos, habrían perecido.

Dios presentó dos razones para liberar a Israel:

1. Había escuchado el clamor de su sufrimiento.

2. Había recordado Su pacto con Abraham, Isaac y Jacob.

La desesperada e irremediable condición de Israel apeló al corazón de Dios. Y Su promesa de traer a los descendientes de Abraham de regreso a la tierra, después de 400 años, fue el motivo por el que Dios diseñó un plan para liberarles.

¿Por qué crees que Dios te ha salvado? (en el caso de que, efectivamente, así haya sido) Dios nos ha salvado por la misma razón que salvó a aquel pueblo de Israel. No encontró en nosotros nada que fuese merecedor de Su salvación. El dejó claro que no somos salvos por algún mérito que poseamos. El apóstol Pablo, escribió en su carta a los Romanos 3:23 y 24,

"por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús"

La palabra "gratuitamente" significa, "libremente, sin una causa". Hemos sido salvados de nuestros pecados sin que existiese un motivo para ello. En el idioma original se utiliza la misma palabra, cuando en el Evangelio según Juan 15:25, citando a uno de los Salmos, se dice que Jesús fue odiado sin causa, sin razón. Dios no decidió salvarme porque vio en mis buenas cualidades. La verdad es que Dios nos vio en toda la oscuridad de nuestro pecado e ignorancia, alejados de El. Vio que estábamos desesperadamente perdidos y que éramos incapaces de salvarnos por nosotros mismos.

El amor de Dios le hizo proveer un Salvador. Como se dice en el Evangelio según Juan 3:16:

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna."

Lo que nos salvó fue la gracia de Dios, que nos alcanzó generosamente. Hemos sido, pues, salvados si una razón o motivo que lo requiriese, por Su gracia, por haber sido comprados con el sacrificio en el que su Hijo Jesucristo derramó su sangre en la cruz. Al escuchar esa buena noticia, solo hemos tenido que aceptar individualmente y por la fe, esa salvación.

Es cierto que muchas personas piensan que Dios ha visto en ellas algo digno o merecedor de la salvación. O que las salvó como pecadoras que podrían irse convirtiendo en buenas personas. Esta forma de pensar es completamente errónea. Nunca podremos cambiar, o irnos transformando por nosotros mismos en personas buenas, porque cada uno de nosotros tiene una naturaleza vieja, que ya no da para más, en la cual no mora el bien ni la bondad, sino el mal de las desordenadas apetencias humanas. Nada menos que el apóstol Pablo, en su carta a los Romanos 7:18, escribió: "Porque yo se que en mí, es decir, en mi naturaleza de hombre pecador, no hay nada bueno. . ." Es por ello que cuando Dios nos salva, nos provee una naturaleza nueva. Y es por ello, también, que aquella vieja naturaleza, con el tiempo, debe ir siendo controlada y anulada.

Volviendo a nuestro pasaje Bíblico y resumiendo, diré que Dios no vio nada de bueno en Israel. Pero, como ya hemos destacado, escuchó el clamor de aquel pueblo bajo la opresión de la esclavitud, y les salvó de la misma manera en que vio nuestra desesperada condición y nos salvó. Como indicaba aquel célebre versículo que acabamos de leer, incluido en el Evangelio según Juan, Dios el Padre amó al mundo y envió a su Hijo para morir por los pecados del mundo. El Hijo, Jesucristo consintió en venir y el Padre acordó salvar a todo aquel que creyese en Jesucristo para recibir su salvación. A cada individuo le quedan las opciones de aceptarla o rechazarla.

Este es, básicamente, el mensaje que Dios está comunicando en la actualidad a la humanidad, a partir de este pasaje Bíblico del libro del Éxodo. No había ninguna condición espiritual positiva ni ningún atractivo especial en aquel pueblo de Israel que pudiese impulsar a Dios a actuar. Pero el escuchó el clamor del dolor y la desesperanza. De la misma manera, el pasaje que hemos leído nos recuerda que tampoco la condición de la humanidad puede presentar ante Dios algún motivo para salvarnos. En el remoto pasado de los tiempos Bíblicos, y como hemos estudiado al leer el libro del Génesis, Dios hizo un pacto con Abraham, Isaac y Jacob que prometía la salvación a aquel pueblo de Israel. De la misma manera, El se mostró dispuesto a salvar a todo aquel que confiase en Jesucristo como Salvador. La gracia de Dios, es su amor en acción, su amor en movimiento para ofrecer la salvación.

A continuación, comenzaremos a considerar

Exodo 3:1-8

Tema: El llamado de Dios a Moisés; la zarza ardiendo; la revelación del "YO SOY"; la promesa de una liberación divina; la vacilación de Moisés para aceptar el llamado de Dios; la misión encomendada a Moisés.

En primer lugar, vamos a destacar algunas

Observaciones

de carácter general, que nos sitúan en el contexto de la situación concreta de lo que ocurrió, según la descripción de este pasaje Bíblico.

El período de 40 años vivido por Moisés en Madián había llegado a su fin. Habíamos aclarado que toda su preparación académica en Egipto no había sido suficiente como preparación para su importante obra de liberar al pueblo de Israel de la esclavitud. Dios le formó durante ese tiempo en Madián para la gran tarea que le esperaba.

El primer párrafo del capítulo 3, nos relata detalladamente como fue

El llamado de Dios a Moisés

Leamos los versículos 1 al 3:

"Y Moisés apacentaba el rebaño de Jetro su suegro, sacerdote de Madián; y condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto, y llegó a Horeb, el monte de Dios. Y se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego, en medio de una zarza; y Moisés miró, y he aquí, la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces dijo Moisés: Me acercaré ahora para ver esta maravilla: por qué la zarza no se quema."

Moisés se apartó del rebaño para ver por qué la zarza ardía y el fuego no la consumía. Una de las mayores pruebas de la veracidad de las Sagradas Escrituras es la existencia de la nación de Israel. Hace muchos años un Emperador de Alemania le preguntó a su capellán sobre la prueba principal para afirmar que la Biblia era la Palabra de Dios. Sin vacilar, el capellán respondió que eran los hebreos. Ellos son la zarza ardiente, una realidad que debiera ser examinada cuidadosamente, haciendo reflexionar al no creyente. Resulta sorprendente que ese pueblo haya mantenido una existencia tan prolongada, desde la época de Moisés y a través de los siglos, hasta la hora actual. Otros pueblos han surgido y luego fueron extinguiéndose. Pero ellos han asistido al funeral de las demás naciones, y ahí están, presentes en la escena contemporánea. Tal como le sucedía a aquella zarza, el pueblo de Israel no se ha consumido.

A propósito, ¿cuándo fue la última vez que has visto a un Madianita? ¿Has visto su bandera o has oído algo de su gobierno? Por supuesto que no porque, ese pueblo ha desaparecido. Sin embargo, el pueblo de Israel, no.

El ángel del Señor que apareció frente a Moisés, desde la zarza ardiendo, no era otro que el Cristo pre-encarnado, es decir, que era una aparición de Cristo previa a su nacimiento en este mundo. Habíamos visto esta situación cuando estudiamos el libro del Génesis, concretamente, a propósito del personaje que luchó con Jacob. También en este caso, queda claro que se trataba de Dios mismo como resulta evidente al leer los versículos siguientes. Es mi conclusión después de varios años de estudio de la Palabra de Dios. Continuemos leyendo los versículos 3 al 5:

"Cuando el Señor vio que él se acercaba para mirar, Dios lo llamó de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Entonces El dijo: No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás es tierra santa."

Vemos que el Señor tuvo que corregir los modales de Moisés. Aunque éste se había criado en la corte de Faraón, no sabía que tenía que quitarse su calzado en la presencia de un Dios santo. Quizás muchas personas hoy, al referirse a Dios o al dirigirse a El, se expresan con una familiaridad que excluye el respeto y la dignidad que El merece, por ser Quien es. El hecho de que sea nuestro Padre, no quiere decir que deba ser tratado como un compañero de estudio o de trabajo. Una relación de amistad con El debe incluir no solo la naturalidad, sino también el respeto. En este sentido, este pasaje también nos enseña alguna lección sobre la santidad de Dios.

Continuemos leyendo el versículo 6:

"Y añadió: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tenía temor de mirar a Dios."

Observemos la actitud de Moisés de no atreverse a dirigir su mirada a Dios. Es que la naturaleza esencial de Dios no puede ser conocida ni contemplada directamente por el ser humano. Esa naturaleza o esencia verdadera solo se puede conocer por medio del Señor Jesucristo. En este sentido se expresa el Evangelio según Juan 1:18;

"Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, El le ha dado a conocer."

Leamos los versículos 7 y 8, que finalizan el pasaje Bíblico escogido para hoy:

"Y el Señor dijo: Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces, pues estoy consciente de sus sufrimientos. Y he descendido para librarlos de la mano de los egipcios, y para sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al lugar de los cananeos, de los heteos, de los amorreos, de los ferezeos, de los heveos y de los jebuseos."

Cuando Dios libera al ser humano, no solamente le libera de algo. El siempre libera hacia algo, con vistas a algo. Hemos sido salvados del pecado para vivir consagrados a El aquí en la tierra y para ir al cielo a Su presencia. El apóstol Pablo explicó este concepto en su carta a los Efesios 2:5 y 6;

"aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados), y con El nos resucitó, y con El nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús"

Esta declaración enfatiza que Dios nos ha dado una vida y una posición en Cristo. La afirmación es clara y no deja lugar a dudas. Si tú eres salvo hoy, eres completamente salvo. Y permanecerás salvo incluso dentro de un millón de años, debido a la posición que ocupas en Cristo. Explicado de otra manera, hemos sido sacados, apartados de Adán e introducidos en Cristo. Hemos sido sacados del ámbito de la muerte e introducidos a la vida. Hemos sido sacados de la oscuridad e introducidos en la luz. Aunque parezca tremendo y llevando el contraste aun más lejos, es como haber sido sacados del infierno e introducidos en el cielo. Este es, pues, el significado completo de la salvación, de la redención, de que Jesucristo nos haya comprado y liberado. Consiste en salir de algo para entrar en otra cosa.

Es por ello que este último versículo expresaba que Dios iba a hacer salir a aquel pueblo del lugar y del estado de opresión y esclavitud, para llevarles y hacerles entrar en una buena tierra. Así es la salvación, la redención, la liberación que Dios ha obrado en el pasado, a través de los siglos, en la actualidad y mientras el mensaje del Evangelio, el mensaje de las buenas noticias sea proclamado en el mundo.

Estimado oyente, no sé si el citado mensaje habrá llegado a ti en alguna otra ocasión. Pero, seguramente lo has oído en el día de hoy. Las noticias del mensaje son realmente buenas y la invitación de Dios, como en muchos lugares de la Biblia, se ha reiterado en numerosas oportunidades. El Dios que llamó a Moisés a una relación personal con El, y a llevar a cabo una obra gigantesca, habla hoy también por Su Palabra y continúa llamando, invitando a aceptar su obra de salvación. Te invitamos a reflexionar sobre ello y a tomar una decisión.

A veces, en el transcurso de nuestra vida, buscamos los momentos más oportunos para tomar ciertas decisiones importantes. Te recuerdo las palabras del apóstol Pablo, en su segunda carta a los Corintios 6:2, escritas después de citar al profeta Isaías, del Antiguo Testamento:

He aquí, ahora es el tiempo propicio; he aquí, ahora es el día de salvación.

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