Estudio bíblico: El reino de Dios (III) - El programa del Mesías - Marcos 1:14-15

Serie:   El Evangelio de Marcos   

Autor: Luis de Miguel
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España
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El Reino de Dios (III) - El programa del Mesías

Como vimos en el estudio anterior, Jesús no era un Mesías que se ajustara a los pensamientos de los judíos de su tiempo, ni siquiera a los de sus propios discípulos. Todos ellos esperaban un Mesías conquistador que les librara de sus opresores, del mismo modo que Moisés había hecho con Israel cuando los sacó de Egipto. Por eso, cuando los judíos vieron que él no tenía intención de enfrentarse con Herodes y el Imperio Romano, lo desecharon.
Si realmente Jesús era el Mesías, cabe preguntarse: ¿dónde está su reino? Y para contestar a esta pregunta es necesario que analicemos con cierto detalle el programa mesiánico de Jesús.

El programa mesiánico de Jesús

Que el Señor Jesucristo no se adaptaba al concepto popular que en aquellos días los judíos tenían sobre el Mesías, era un hecho. Y esto llevó a muchos a rechazarle.
Incluso Juan el Bautista envió mensajeros a Jesús desde la cárcel para preguntarle si él era realmente el que había de venir o debían esperar a otra persona (Lc 7:19).
Ahora bien, el problema de Juan el Bautista no era que hubiera perdido la fe en él, sino que se enfrentaba con el hecho de que Jesús no estaba actuando como el Mesías que todos esperaban y que él mismo había anunciado. ¿Dónde estaba el juicio de los impíos del que Juan tanto había predicado?
(Lc 3:9) "Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego."
Todo parecía seguir igual: Herodes Antipas gobernaba Galilea, las legiones romanas desfilaban por las calles de Jerusalén y la autoridad estaba en manos de un gobierno pagano. ¿Cómo podía ser Jesús el Mesías esperado si el pecado permanecía sin castigo? El mismo Juan tenía la idea de que Cristo iba a proceder inmediatamente a suprimir el mal y destruir a los hombres impíos. Cuando denunció los pecados de Herodes y éste le encarceló, sin duda esperaba que Cristo vendría a castigar a Herodes y a librarle, y cuando no hizo nada de eso, Juan debió sentirse algo decepcionado.
1. El Mesías habría de venir dos veces a este mundo
Fue entonces preciso que el Señor confirmase a Juan el Bautista que el cumplimiento del programa profético que él había anunciado era correcto y no había fracasado. Pero era igualmente necesario que Juan entendiera que ese programa tenía dos partes que habían de cumplirse en tiempos diferentes. En su primera venida, el Señor Jesucristo iba a instituir "el año de la buena voluntad del Señor", cuyo propósito era la proclamación del evangelio y la provisión de una vía de escape a la ira venidera. No sería hasta que terminase ese "año" cuando vendría el día del juicio de Dios.
El Señor dejó esto claro cuando estuvo en la sinagoga de Nazaret y se le dio a leer en el libro del profeta Isaías. Veamos qué es lo que leyó allí y el breve comentario que hizo a continuación:
(Lc 4:17-21) "Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros."
Es muy importante notar que el Señor terminó su lectura a la mitad de una frase, algo completamente inusual. Vamos a ver entonces cómo continuaba el pasaje que estaba leyendo tal como aparece en el profeta Isaías:
(Is 61:2-6) "... Y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya. Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones. Y extranjeros apacentarán vuestras ovejas, y los extraños serán vuestros labradores y vuestros viñadores. Y vosotros seréis llamados sacerdotes de Jehová, ministros de nuestro Dios seréis llamados; comeréis las riquezas de las naciones, y con su gloria seréis sublimes."
Como vemos, el resto de la profecía de Isaías tenía que ver con el juicio de Dios sobre este mundo y la restauración de Israel a una posición de gloria en medio de las naciones.
El hecho de que el Señor sólo leyera la mitad de la profecía de Isaías y dijera que esa parte se estaba cumpliendo en aquel momento, tenía el propósito de enseñar que allí había dos profecías, y no sólo una, tal como pensaban los judíos. Y que además, cada una de esas profecías tendrían su cumplimiento en tiempos diferentes.
En cuanto a la primera profecía, la que el Señor Jesucristo leyó en Nazaret, se refería a la parte de su programa mesiánico que cumplió en su primera venida. Este consistía en "predicar el año agradable del Señor", y como vemos en el texto, esto tenía que ver con "dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos, y a poner en libertad a los oprimidos". Y aunque podemos pensar en los "pobres", "cautivos" y "ciegos" de una forma literal, también es cierto que el Señor vino a salvar a todos aquellos que padecían pobreza espiritual y moral; a traer perdón y libertad a aquellos que estaban cautivos y eran oprimidos por sus pecados; y para abrir los ojos de aquellos que estaban bajo las tinieblas de Satanás de modo que pudieran ser trasladados al reino de la luz.
Esta primera parte de la profecía es descrita como "el año agradable del Señor" y tenía que ver con la amplia y generosa manifestación de la misericordia de Dios. En cambio, la segunda parte de la profecía sería mucho más breve, y es descrita como "el día de venganza de nuestro Dios". Esto se refiere al día en el que Dios ejecutará su juicio sobre los hombres impíos, lo que dará lugar al establecimiento de su reino en este mundo. Sería entonces cuando según la profecía de Isaías, Israel sería restaurado como nación y llegaría a conocer tiempos de esplendor y prosperidad desconocidos hasta entonces. Como el profeta dijo, "comeréis las riquezas de las naciones, y con su gloria seréis sublimes".
El problema de Juan el Bautista, y también de los judíos de su tiempo, es que ellos esperaban que tanto "el año agradable del Señor" como "el día de venganza de nuestro Dios" tendrían su cumplimiento al mismo tiempo, pero el Señor dejó claro que esto no iba a ocurrir de ese modo.
Por lo tanto, cuando el Señor envió de vuelta a los mensajeros que Juan el Bautista había enviado a preguntarle si él era aquel a quien debían esperar, los mandó con un importante mensaje para él:
(Lc 7:22) "Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí."
La respuesta tuvo que ser clara para Juan: Jesús era el Mesías esperado y ya había comenzado a cumplir la primera parte del programa Mesiánico.
Ahora bien, dada la importancia de este tema, creemos conveniente que veamos otro ejemplo más de los muchos que el Antiguo Testamento nos proporcionan sobre este doble programa divino. Vamos al Salmo 110, un salmo ampliamente citado en el Nuevo Testamento por el Señor y sus apóstoles. Fijémonos en su primer versículo:
(Sal 110:1) "Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies."
En este Salmo, David habla de su "Señor" en el momento en que era invitado por "Jehová" a sentarse a su diestra en el trono. Durante su ministerio, el Señor Jesucristo preguntó a los judíos acerca de este pasaje (Mr 12:35-37). Los judíos afirmaban que este "Señor" sería un hijo de David, pero entonces Jesús les preguntó, ¿cómo es que David le llama Señor si era su hijo? No olvidemos que nunca un rey de Israel llamaría "señor" a uno de sus hijos. Ni siquiera Jacob llamó señor a su hijo José cuando fue exaltado como el segundo hombre más importante de Egipto. Así que, la primera conclusión que tanto ellos como nosotros debemos sacar, es que ese descendiente de David era divino además de humano. Esto es confirmado por el hecho insólito de que fuera invitado por Jehová a sentarse en su mismo trono: "Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra". Es impensable que alguien que no sea Dios pueda sentarse en su Trono. Pero esto nos lleva a otra pregunta: si este hijo de David era divino, ¿por qué no estaba sentado en el trono, sino que es invitado a hacerlo? La respuesta la encontramos en la Encarnación del Hijo de Dios. Por un tiempo él dejó su trono de gloria en el cielo para venir a salvar a los pecadores por medio de su muerte y resurrección (Fil 2:5-8). Pero después de esto ascendió al cielo, y entonces fue invitado a sentarse nuevamente en el trono donde había estado durante toda la eternidad (Jn 17:5).
Pero el Salmo también explica que habrá una segunda parte en este programa mesiánico. El Señor Jesucristo está sentado en el Trono de la Majestad en las alturas esperando a que sus "enemigos sean puestos por estrado de sus pies". Él va a volver una segunda vez a este mundo, pero su Segunda Venida no será como la primera, sino que vendrá para juzgar a este mundo y establecer su glorioso reino sobre todos los pueblos y naciones, incluso sobre sus enemigos que le han rechazado.
Ahora mismo estamos en el intervalo entre su primera y su segunda venida, un periodo que ya casi dura dos mil años. Esto puede parecer mucho tiempo, y es cierto que algunos se burlan de su promesa como si nunca se fuera a cumplir, pero es un periodo establecido por Dios para manifestar su gracia a los hombres pecadores que rechazaron a su Hijo. El apóstol Pedro lo explicó con claridad en su segunda carta:
(2 P 3:9) "El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento."
2. Por lo tanto, vemos que el Antiguo Testamento confirmaba que el Mesías vendría en dos ocasiones diferentes para establecer su reino.
El comienzo de la victoria del Señor sobre el reino de Satanás
Una parte importante del ministerio que el Señor llevó a cabo en este mundo tuvo que ver con librar a los endemoniados de todo tipo de espíritus inmundos que los oprimían. Como acabamos de ver, esto también estaba incluido en la primera parte de su programa mesiánico. Ahora bien, debemos detenernos por un momento para reflexionar sobre la importancia de este hecho.
En primer lugar, tenemos que recordar que en la actualidad existe un reino hostil en este mundo que es gobernado por el diablo, "el príncipe de este mundo" (Jn 14:30) o "el príncipe de la potestad del aire" (Ef 2:2). Él ha ganado mucho poder entre los hombres desde que éstos decidieron rebelarse contra Dios, hasta el punto en que se sintió en la libertad de ofrecer todos los reinos de este mundo al Señor Jesucristo a cambio de su adoración, algo que por supuesto el Señor rechazó (Mt 4:8-10).
Nuestro Señor Jesucristo había venido a establecer un reino diferente al del diablo. No tendría sentido traer otro reino similar a los que ya hay. Lamentablemente, desde la caída del hombre, todos los reinos de este mundo se han regido por las normas del diablo: el dominio de los fuertes, la violencia, el orgullo, la mentira, el egoísmo, y sobre todo, el distanciamiento de todos los principios morales establecidos por Dios.
Pero el reino que el Señor se proponía traer a este mundo era completamente diferente, y su meta final era librar a los hombres del poder de Satanás para trasladarlos a su reino de luz (Col 1:13). Por eso, era inevitable que entrara en un conflicto con las fuerzas hostiles de las tinieblas. El Señor explicó lo que iba a ocurrir por medio de una parábola: "Ninguno puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si antes no le ata, y entonces podrá saquear su casa" (Mr 3:27). Satanás es el "hombre fuerte" que tiene prisioneros a los hombres, por eso, para poderlos rescatar, primero el Señor tendría que entrar en su casa y vencerle.
Y efectivamente, nada más que el Señor se presentó en este mundo, todas las fuerzas del mal se pusieron inmediatamente en marcha contra él, aunque, por supuesto, no tenían poder alguno frente a la autoridad del Hijo de Dios. Todo su ministerio estuvo caracterizado por la expulsión de demonios, a los que privaba de su poder sobre los hombres. En el mismo comienzo del evangelio de Marcos podemos ver que en la sinagoga de Capernaum todos se admiraron al ver que "con autoridad mandaba aun a los espíritus inmundos y le obedecían" (Mr 1:27).
La conclusión inevitable a la que nos llevan estos hechos la extrajo el mismo Señor: "si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lc 11:20). El echar fuera demonios era una prueba de que el reino de Dios estaba actuando entre los hombres. Satanás había comenzado a ser derrotado. Hombres y mujeres estaban siendo liberados de su poder y empezaban a disfrutar de la vida y de las bendiciones del reino de Dios. Por eso, el Señor pudo decir al comenzar su ministerio: "el reino de Dios se ha acercado" (Mr 1:15).
El reino de Dios es eminentemente benéfico. Desde la caída del hombre en el pecado ha tenido como meta la restauración de la humanidad. Sin embargo, tenemos que decir que hasta el presente, esta liberación ha sido muy pequeña y parcial. Todavía esperamos y seguimos orando para que el reino de Dios venga a nosotros (Mt 6:10). Pero el hecho de que el Señor ya viniera a este mundo y demostrara su poder frente al diablo, nos da seguridad de su victoria final y completa en el clímax de la historia.
3. El carácter del reino de Dios en el presente
El reino de Dios se ha acercado, dijo Jesús, pero lo hizo de un modo muy diferente de como los hombres habían esperado. Como ya hemos dicho, en lugar de venir para destruir los reinos de este mundo o para hacer cambios en el orden político, el Señor estaba realizando cambios espirituales en las vidas de hombres y mujeres.
El dijo que el reino de Dios ya estaba aquí, pero no con el poder irresistible que destruiría todos los reinos de este mundo. Estaba aquí, pero no sería manifestado de forma visible en el mundo durante el ministerio terrenal de Jesús. Hay varias parábolas que ilustran las diferentes etapas del Reino:
La parábola del sembrador (Mr 4:1-20) tiene la intención de mostrarnos cómo llega el reino de Dios a los corazones humanos. La Palabra de Dios es sembrada durante este intervalo con diversos grados de éxito. Algunos corazones son buena tierra y la reciben, pero otros muchos la rechazan. Queda claro que Dios no impone la entrada en su reino a aquellos que no lo desean, sino que espera una respuesta de corazón, voluntaria y sumisa.
La parábola de la semilla que crece en secreto (Mr 4:26-29) trata del modo en que crece el reino de Dios. La semilla sembrada en aquellos que reciben el reino de Dios en su corazones empieza a crecer de forma misteriosa, imperceptible, pero victoriosa. Finalmente, después de un tiempo indeterminado se desarrolla una cosecha de verdaderos creyentes que son llevados al granero celestial. La parábola enfatiza también el crecimiento de la semilla por el poder de Dios a través de su Palabra y no por los esfuerzos humanos.
La parábola de la semilla de mostaza (Mr 4:30-32) nos muestra que aunque el comienzo del reino de Dios es insignificante, su final es sorprendente. El reino ya está entre nosotros, pero es algo diminuto, casi insignificante, como la pequeña semilla de mostaza, pero vendrá el tiempo cuando se convierta en la más grande de las hortalizas.
La parábola de la cizaña (Mt 13:24-30) ilustra que el reino ya está aquí, pero se encuentra en medio de los reinos de este mundo, y sólo al final, en el día del juicio, se hará la separación entre los justos y los impíos.
El carácter oculto del reino que el Señor Jesucristo trajo a este mundo se manifestaba también en su propia persona. El mismo Rey vino en forma de siervo, "para servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mr 10:45). No vivió en un palacio, sino que como él mismo explicó: "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza" (Mt 8:20). Y antes de que ejerciera su autoridad sobre todos los reinos de la tierra tenía que recorrer la senda de la obediencia a su Padre e ir a la Cruz.
Podemos decir, por lo tanto, que en esta época, el reino del Señor Jesucristo es un reino espiritual, en los corazones de los hombres que lo han aceptado voluntariamente, y no un reino político que se establece por la fuerza, tal como esperaban los judíos.
Satanás sigue teniendo control sobre los hombres, pero todos aquellos que se entregan al Señor Jesucristo, ya pueden ahora ser liberados de su poder, de su servidumbre, del dominio del pecado y de la muerte, aunque la manifestación plena de esta liberación se verá en el futuro, cuando el Señor Jesucristo regrese a este mundo en toda su gloria y poder.
4. Un periodo de ausencia del Señor antes de su Segunda Venida
El Señor mismo explicó que la plenitud del reino no se manifestaría hasta su Segunda Venida, lo que implicaba necesariamente que él había de irse primero. Pero como ya hemos señalado, no era esto lo que pensaban sus discípulos, por eso, cuando se acercaban a Jerusalén y ellos iban convencidos de que el reino de Dios se iba a manifestar inmediatamente, el Señor les contó la parábola de un noble que se iba a un país lejano para recibir un reino y volver (Lc 19:11-27). La conclusión era clara: el Señor no iba a Jerusalén para sentarse en un trono, sino a morir en una cruz, pero volvería a establecer su reino visible en este mundo. Esta es la verdad que les intentó explicar a través de varias parábolas más: la de los labradores malvados (Mt 21:33-46), la del siervo vigilante (Lc 12:35-48), la de los talentos (Mt 25:14-30). Y finalmente, ante la proximidad de su muerte, cuando en la noche en que iba a ser entregado estaba en el aposento alto con sus discípulos, les volvió a decir lo mismo, pero esta vez sin usar ninguna parábola:
(Jn 14:2-3) "En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis."
El propósito de todos estos pasajes era exhortar a los creyentes para que estuvieran preparados para su segunda venida, haciendo buen uso de todos los dones recibidos.
En cuanto a las características de este periodo de "ausencia" del Señor, el sermón profético que él pronunció desde lo alto del Monte de los Olivos (Mt 24:3-28) señalaba que sería un tiempo de conflictos, guerras, persecuciones, herejías y apostasía. Nada de todo esto es de extrañar, ya que Satanás es el dios de este mundo, y lo único que se puede esperar de él son todo tipo de perversiones, que sumen cada vez más a los hombres en la maldad.

Preguntas

1. Explique cuáles eran las dos partes del programa mesiánico. Razone sobre cuál era el propósito de cada una de ellas.
2. Busque tres citas en el Antiguo Testamento que tengan que ver con la primera venida del Mesías y otras tres que se relacionen con su segunda venida (evite aquellas que han sido mencionadas en la lección).
3. ¿Que importancia tiene que el Señor dedicara una buena parte de su ministerio a echar fuera demonios?
4. ¿Cómo se manifiesta el reino de Dios en el tiempo presente? Justifique su respuesta usando algunas de las parábolas que Jesús contó.
5. ¿Cuál es el propósito por el que el Señor ha dejado a los creyentes en este mundo esperando su segunda venida? ¿Cuál debe ser nuestra actitud mientras él regresa y cuáles las metas que debemos perseguir?
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