Estudio bíblico de Juan 18:6-28

Juan 18:6-28

Continuamos hoy estudiando el capítulo 18 del evangelio según San Juan y en nuestro programa anterior, dejamos a Jesús hablando con los soldados y la multitud que habían llegado juntamente con Judas para arrestarle. Y vimos cómo Jesús majestuosamente se adelantó y les preguntó que a quién buscaban. Ellos le respondieron: "a Jesús nazareno". Entonces les dijo "Yo soy". Ahora, observamos que le llamaron "Jesús Nazareno". No le tributaron la dignidad que le correspondía. Rehusaron llamarle "el Cristo". Aunque llegará el día en que todos los seres humanos se arrodillarán ante Jesús nazareno. Pero en el incidente que nos ocupa, esta multitud no le reconoció como el Salvador, como el Cristo, como el Hijo del Dios vivo. Continuaremos hoy leyendo el versículo 6 de este capítulo 18:

"Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron a tierra."

Esta multitud no le conocía. Lo más extraño de todo es que al principio Judas no le conoció. Ahora, ¿Por qué no le conoció Judas? El apóstol Pablo nos respondió en 2 Corintios 4:3 y 4, diciendo: "Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; esto es, entre los incrédulos, a quienes el dios de este mundo les cegó el entendimiento, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios". Se nos dice también que el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. Y creemos que Judas no le conoció porque Cristo se presentó allí como el Señor de gloria.

Usted recordará que al comienzo de este evangelio de Juan, en 1:14, el apóstol Juan dijo: "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre". Aún en esta hora oscura, cuando se estaba entregando como el Cordero de Dios que quitaba el pecado del mundo, Él reveló Su Deidad. Y entonces, los que habían venido para arrestarle, retrocedieron y cayeron a tierra. Reveló a estos hombres que estaba en completo control de la situación y que no le podían arrestar sin el permiso de Él. Ahora, no cayeron para adorarle. Retrocedieron y cayeron en temor y en consternación. Creemos que por un momento, hubo allí una confusión completa cuando retrocedieron y cayeron a tierra. No estaban viendo simplemente a Jesús de Nazaret, sino al ¡Dios-Hombre, al Señor de gloria!

Este era un cumplimiento de la profecía que encontramos en el Salmo 27:1 y 2, donde dice: "Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? Cuando se juntaron contra mi los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron". Ahora, este es el lado de Dios. Luego en el Salmo 35:4, vemos el lado del hombre. Dice allí: "Sean avergonzados y confundidos los que buscan mi vida; sean vueltos atrás y avergonzados los que mi mal intentan". Luego, escuche usted el Salmo 40:14 que dice: "Sean avergonzados y confundidos a una los que buscan mi vida para destruirla. Vuelvan atrás y avergüéncense los que mi mal desean". ¡Qué cumplimiento notable de la profecía tenemos aquí, cuando el Señor por un instante les reveló Su gloria! Estaban buscando a Jesús de Nazareth y allí estaba, pero Él era el Señor de la gloria.

Estimado oyente, ¿a quién ve usted? ¿Sabe usted quién es Él? El que no ha sido salvo no le conoce. Los seres humanos pueden incluso leer la Biblia, ser muy religiosos y morales, y continuar sin ver que Jesús nazareno es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Continuemos ahora leyendo los versículos 7 al 9, de este capítulo 18 de San Juan:

"Volvió, pues, a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús nazareno. Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy. Si me buscáis a mí, dejad ir a éstos. Esto dijo para que se cumpliera aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno."

Observemos Su dignidad. Estaba realmente en control de toda la situación. Aun les dijo a quién debían arrestar, y a quién no. Estaba la profecía de que el Pastor sería quitado y las ovejas dispersadas; y Jesús había dicho que no había perdido a ninguna. Los discípulos no serían capturados. Ahora, ¿No es interesante ver que no les detuvieron? Podrían haberles detenido como testigos o cómplices, pero no sucedió así. Continuemos leyendo los versículos 10 y 11 de este capítulo 18 de Juan:

"Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, hirió al siervo del Sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina. La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?"

El Dr. Lucas nos dijo que Jesús tocó la oreja de Malco y la sanó. Pero, ¿por qué no arrestaron a Simón Pedro? Porque Jesús había dicho de sus discípulos: "Dejad ir a éstos". Él era allí la verdadera autoridad.

Simón Pedro, ¡Aquel pobre e ignorante pescador! Probablemente se sentía acongojado por dentro. Había preguntado al Señor, por qué no podía ir con Él a donde Él iba. Había dicho que entregaría su vida por el Señor, y hablaba en serio. Pero el Señor le había dicho que él no se conocía a sí mismo y que negaría aquella misma noche que conocía a su Señor. Es relativamente fácil conseguir que los cristianos prometan dedicarse al Señor. Simón Pedro habría dado un paso al frente para entregar su vida en toda invitación que se extendiese al respecto, y habría sido sincero. El problema estimado oyente, es que no podemos mantener con firmeza nuestras promesas por nuestras propias fuerzas. Ésta también fue la experiencia del apóstol Pablo. Él dijo que tenía el deseo de hacer lo bueno, pero no era capaz de hacerlo. Es sólo el poder del Espíritu Santo el que puede lograr que una vida esté completamente entregada a Cristo. Creemos que Pedro se sentía atribulado interiormente y pensaba, "Yo le demostraré que moriré por Él."

Pedro era un buen pescador. Podía echar una red con pericia, pero no era un buen espadachín. Le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote, aunque quizá lo que pretendía era cortarle la cabeza. Nuestro Señor le mandó entonces a Pedro que envainase su espada. Anteriormente, Jesús les había aconsejado tener espadas, pero era para que ellos se protegiesen, y no para defenderle a Él. En este momento, Jesús se estaba entregando en manos de sus captores. Se estaba preparando, como dijo, para beber la copa que Su Padre le había dado.

Hay varias copas que se mencionan en las Escrituras. Está la copa de la salvación. Leemos de ella en el Salmo 116:13, donde dice: "Tomaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre del Señor". Luego, tenemos la copa de consolación. En Jeremías 16:7 leemos: "Ni les darán a beber la copa del consuelo por su padre o por su madre". Cuando hablaba de la bondad del Señor, David habló de la copa de la alegría y dijo en el Salmo 23:5: "Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite, mi copa está rebosando". Esta copa que nuestro Señor iba a beber, le sería dada por el Padre. Fue una copa terrible, y, como vemos en Mateo 26:39, Jesús oró en el huerto de Getsemaní diciendo: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú». Ésta era la copa de juicio, juicio que Él soportó por nosotros en la cruz. Todos aquellos que le vuelven la espalda a Jesucristo, han de beber ellos mismos aquella copa de juicio. Jesús la bebió por nosotros, aunque le resultó repulsiva. Recordemos que Él era un ser humano perfecto, absolutamente impecable, y sin embargo, bebió la odiosa copa porque era la copa de nuestro pecado.

Hay en la Biblia otras copas. Está la copa de juicio que todavía debe venir sobre el mundo. Creemos que son las siete copas, las siete plagas postreras en las cuales se consumará la ira de Dios, y que deben ser derramadas sobre los malos según se describe en el libro de Apocalipsis. Ahora en el Salmo 11:6, leemos: "Sobre los malos hará llover calamidades; fuego, azufre y viento abrasador será la porción de su copa". Y en Jeremías 25:15 dice: "Porque así me dijo el Señor Dios de Israel: Toma de mi mano la copa del vino de este furor, y haz que beban de ella todas las naciones a las cuales yo te envío."

Volviendo a nuestro pasaje, Jesús le dijo a Pedro: "La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?" No hay ninguna buena voluntad que sea mayor que esa. No pensemos que el Salvador hizo esto con reticencia. El escritor a los Hebreos nos dijo en 12:2: "...el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando la vergüenza, y se sentó a la derecha del trono de Dios". Volviendo ahora al capítulo 18 del evangelio según San Juan, leamos los versículos 12 hasta el 14:

"Entonces la compañía de soldados, el comandante y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primeramente ante Anás, porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. Caifás fue quien explicó a los judíos que convenía que un solo hombre muriera por el pueblo."

Las autoridades religiosas fueron las que conspiraron en todo este proceso, pero tenían miedo al pueblo. Por este motivo nuestro Señor salió de la ciudad, para darles la oportunidad que necesitaban para arrestarle. Él continuó adelante con toda Su gloria y dignidad. Le prendieron y le ataron aunque eso no era necesario. Él era el Cordero sacrificado desde el principio del mundo. Era la oveja delante de sus trasquiladores, y no ofrecería resistencia...

Le llevaron primero ante Anás. Y notemos que sólo Juan nos dio ese detalle. Y esto nos conduce a pensar que, al parecer, Juan estaba en una posición como para observar detalles, que los otros no verían. Anás había sido el sumo sacerdote y probablemente aún ocupaba las instalaciones del palacio del sumo sacerdote. La historia secular testifica que Anás era uno de los sumos sacerdotes más inteligentes, más brillantes, y también más satánicos. Caifás era el aceptado oficialmente por el gobierno romano, pero la verdadera cabeza del grupo religioso, era el anciano Anás. Creemos que era el verdadero líder, un político que sabía cómo manejar a Roma. A nuestro parecer, él fue quien conspiró para lograr el arresto, el juicio y la crucifixión de Jesús. Todo el juicio fue una farsa y creemos que la mano de Anás operó detrás de todo este proceso.

¡Qué injusticia se ha hecho con los judíos a través de los siglos, a causa la crucifixión! Les han culpado por los crímenes de tales hombres como Anás, Caifás y Pilato. No somos responsables de los crímenes de alguien, sólo porque él sea compatriota nuestro. Hay quienes por siglos, han llamado a los judíos, los asesinos de Cristo, y esto ha sido la base del antisemitismo en Europa. Sin embargo ellos no son más responsables que los no judíos. En el análisis final, todos somos responsables de la muerte de Jesús. Él murió por los pecados del mundo. No se debe señalar con el dedo a ninguna raza o grupo de gente.

Ahora, el versículo 14 nos explica que Caifás, el sumo sacerdote, tenía esta creencia; que si un hombre moría por el pueblo, protegería a los judíos contra Roma. Creemos que Juan incluyó aquí esta observación para mostrarnos que ya se había predeterminado que el Señor Jesús debía morir. Ya lo habían decidido. El anciano Anás sabía como falsificar una acusación contra Jesús para lograr que las autoridades romanas le aplicaran la pena de muerte. El juicio pues, no fue nada más que una farsa. Ahora, en los versículos 15 al 18, tenemos

La primera negación de Simón Pedro

Leamos el versículo 15:

"Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del Sumo sacerdote"

Es obvio que aquel otro discípulo era Juan. Al parecer, Juan tenía buenas vinculaciones en Jerusalén, estaba en una posición única para saber lo que estaba ocurriendo, y ello le permitió obtener un permiso para que entrara otro. Como Juan era conocido en estos círculos, el entrar allí no constituía ninguna tentación para él. Sin embargo, fue fatal que Simón Pedro entrara a aquel lugar. Continuemos leyendo el versículo 16 de este capítulo 18 de San Juan:

"pero Pedro estaba fuera, a la puerta. Salió, pues, el discípulo que era conocido del Sumo sacerdote, y habló a la portera e hizo entrar a Pedro."

Juan podía entrar libremente, pero Pedro era un pobre pescador. Nadie le conocía y no podía entrar. Juan entonces le dijo a la mujer que estaba en la puerta, que Pedro era amigo suyo. Y entonces, Pedro pudo entrar. Ahora, Simón Pedro tenía mucho miedo. Juan se sentía cómodo allí. Pero Simón Pedro nunca antes se había encontrado con esa gente. Ahora, Pedro no podía estar mucho tiempo callado, y simplemente tuvo que hablar. Recordemos que los otros evangelios, hablando de este incidente, nos dicen que las mujeres le reconocieron como galileo porque su forma de hablar le traicionó. Es que hablaba demasiado. Y además se puso nervioso. Una mujer fue entonces la causante de que Pedro negase conocer al Señor. Leamos los versículos 17 y 18:

"Entonces la criada portera dijo a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Dijo él: ¡No lo soy! Estaban en pie los siervos y los guardias que habían encendido un fuego, porque hacía frío y se calentaban. También con ellos estaba Pedro en pie, calentándose."

Ahora, en los versículos siguientes, los versículos 19 al 24, tenemos el

El juicio de Jesús ante el sumo sacerdote

Leamos primeramente los versículos 19 al 21, de este capítulo 18 de San Juan:

"El Sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo. Siempre he enseñado en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta, a los que han oído, de qué les he hablado; ellos saben lo que yo he dicho."

Aquí el relato retrocede al juicio del Señor Jesús. Observemos la dignidad del Señor Jesús al responder. Continuemos leyendo los versículos 22 y 23:

"Cuando Jesús dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al Sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; pero si bien, ¿por qué me golpeas?"

Jesús se sometió a esta clase de humillación. Se entregó para morir por el pecado suyo y por el mío. Sin embargo, Él les llamó la atención sobre el hecho de que lo que estaban haciendo era ilegal y contrario a la ley mosaica. No tenían ningún testimonio de que Él hubiera actuado mal y, aun así, le golpearon. Ellos eran los que estaban violando la ley. En primer lugar, ningún juicio debía comenzar de noche, ni terminar de noche. Un juicio no debía comenzar y terminar en el mismo día. Tampoco debían golpear a un prisionero que aun no había sido declarado culpable. Leamos el versículo 24

"Anás entonces lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote."

Juan incluyó este breve versículo para decirnos una vez más, que fue Anás quien ató a Jesús. Anás fue el que conspiró y planeó todo este complot diabólico. Ahora, leamos en los versículos 25 al 27,

La segunda negación de Pedro

"Estaba, pues, Pedro en pie, calentándose, y le preguntaron: ¿No eres tú de sus discípulos? Él negó y dijo: ¡No lo soy! Uno de los siervos del Sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él? Negó Pedro otra vez, y en seguida cantó el gallo."

Al estudiar los otros evangelios, nos enteramos que Pedro salió fuera, y que lloró amargamente. Creemos que por un instante debió ver el rostro sangriento y golpeado de nuestro Señor y aquella mirada de sus ojos, y entonces fue cuando salió y lloró. Imaginamos que si había estado discutiendo con un pariente o conocido de Malco, el siervo del Sumo Sacerdote a quien había herido anteriormente con su espada, debió haber tenido una discusión muy acalorada. Y Pedro negó conocer a su Señor. Pero, gracias a Dios, el Señor estaba dirigiéndose a la cruz a morir por él, y ya le había dicho que había orado a fin de que la fe de Pedro no se debilitase.

Ahora, ¿Por qué Simón Pedro, quien actuó tan cobardemente como Judas, pudo volver al Señor? Porque era un hijo de Dios, tenía a Jesucristo en su corazón, y al darse cuenta de lo que había hecho, su corazón se quebrantó de dolor. Un hijo de Dios estimado oyente, puede alejarse de Dios, pero Dios nunca se alejará de él. Siempre está allí y siempre estará a su disposición. El Señor nunca le dijo a Pedro: "Bueno, Pedro, lo siento mucho, pero como tú me has fallado, sencillamente no puedo contar más contigo". No, de ninguna manera. Apareció personalmente a Pedro después de Su resurrección y eligió a Pedro para predicar el primer sermón en el día de Pentecostés. Y nunca ha habido un sermón como aquél. Gracias a Dios por un Salvador y un Señor como Él. ¡Siempre recibirá a aquél que se ha alejado de Él!

Ahora, en los versículos 28 hasta el 40, tenemos

El juicio ante Pilato

Leamos el versículo 28

"Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y así poder comer la Pascua."

Hay aquí una situación interesante. Vemos a la religión y la persona de Jesús, lado a lado, juntas, en la misma escena. Aquí estaba el que había venido para cumplir la Pascua y moriría en la cruz porque le iban a sentenciar a muerte. Pero, como querían comer la pascua, estos hombres no entrarían en el pretorio, porque, de acuerdo con la ley, si entraban en casa de un no judío, se contaminarían y no les sería posible comer la pascua. Y no harían eso. ¡Eran escrupulosamente religiosos! Sin embargo, estaban tramando la muerte de Aquél que era el cumplimiento de la Pascua. Estimado oyente, esto debiera impulsarle a examinar su corazón en este momento. ¿Es usted simple y formalmente religioso, o está realmente unido al Señor Jesucristo? Es triste cuando las apariencias, las formas y el decorado exterior, están en oposición, en contradicción con el interior de las personas; cuando a pesar de la religiosidad externa, la vida humana real está vacía y Dios no tiene nada que ver con las exteriorizaciones, los gestos, las actitudes y las palabras piadosas. Esta situación paradójica debiera hacerle reflexionar, estimado oyente. A veces conviene que uno se formule preguntas a sí mismo. Y ante una actitud personal sincera delante de Dios, Él por Su Espíritu iluminará Su Palabra, y esa Palabra le señalará directamente al Señor Jesucristo. Es nuestra oración que sienta usted Su presencia de una forma real, y que Él le ayude a tomar una decisión.

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