Estudio bíblico de Génesis 28:1-22

Génesis 28

En el capítulo anterior pudimos ver a Jacob actuando de la manera más despreciable en que un hombre podría comportarse. Y lo hizo a petición de su madre. A veces habremos quizás observado a personas disculpándose por conductas reprobables alegando falta de afecto de su padre o madre, cuando eran de corta edad. Desde luego, éste no era el caso de Jacob, quien fue un hijo amado y consentido. Hasta el extremo de que cuando se le pidió que actuase de forma deshonesta, accedió a hacerlo y robó a su hermano el derecho a la primogenitura.

En realidad, la primogenitura ya le pertenecía. Aunque tenía su importancia que su padre le diese formalmente la bendición, esa declaración verbal era secundaria; no era necesaria ante la decisión de Dios. Después de todo, Abraham no le había dado su bendición a Isaac; Dios lo había hecho. De la misma manera, Dios se la había dado a Jacob. Su proceder engañoso no solo había sido inútil sino que, además, Dios mismo le haría sufrir las consecuencias de su fraude.

El plan que Rebeca había concebido era lógico, plausible y la decisión, la más apropiada frente a las circunstancias. Ella no le mencionó a Isaac que quería enviar a Jacob a casa de su hermano para librarle de la ira de su hermano Esaú, sino que basó su sugerencia en darle la oportunidad de elegir como esposa a una mujer de su familia, para no exponerlo a casarse con una mujer pagana.

En este capítulo 28, leeremos acerca de la partida de Jacob de la casa familiar y de su llegada a Betel, donde Dios se le apareció y le confirmó el pacto que había establecido con Abraham. El relato comienza donde, ante el pedido de su padre,

Jacob salió de su hogar

Leamos los versículos 1 al 5:

"Y llamó Isaac a Jacob, le bendijo y le ordenó, diciendo: No tomarás mujer de las hijas de Canaán. Levántate, ve a Padán-aram, a casa de Betuel, padre de tu madre; y toma de allí mujer de entre las hijas de Labán, hermano de tu madre, y el Dios Todopoderoso te bendiga, te haga fecundo y te multiplique, para que llegues a ser multitud de pueblos. Y te dé también la bendición de Abraham, a ti y a tu descendencia contigo, para que tomes posesión de la tierra de tu peregrinaciones, la que Dios dio a Abraham. Entonces Isaac despidió a Jacob, y éste fue a Padán-aram, a casa de Labán, hijo de Betuel arameo, hermano de Rebeca, madre de Jacob y Esaú."

El problema que se intentaba prevenir en cuanto a la futura esposa de Jacob, era precisamente el que ya antes había afectado a Esaú, y tiene que ver con una relación humana íntima como es la del matrimonio.

Las advertencias al pueblo de Dios que encontramos a través del Antiguo Testamento, en el sentido de no casarse con mujeres extranjeras, no tienen que ver con implicaciones raciales sino que están basadas en el aspecto religioso, es decir, en la fe. Porque era esa misma fe en Dios que marcaba la diferencia entre los descendientes de Abraham y los demás pueblos de aquella tierra. Según puede verse en la experiencia histórica reflejada en las Sagradas Escrituras, siempre que los israelitas se unieron a mujeres de otros pueblos, las creencias paganas de aquellas influenciaron a las familias y, a través de ellas a la comunidad; como resultado, Israel se desvió del propósito y la misión a la que había sido llamado desde Abraham, y que consistía en ser un testimonio de Dios y de su Revelación.

La seriedad e importancia de la fe debe formar parte de la base de una elección tan importante como la del matrimonio. La Biblia presenta a la fe personal en Dios como un elemento básico a considerar ante la unión matrimonial. En este asunto, Isaac y Rebeca estuvieron totalmente de acuerdo; por ello, una vez que Isaac aconsejó a Jacob ir a la casa de sus parientes para elegir a una mujer, reafirmó la bendición y las promesas de Dios recordando, en esta ocasión, que la bendición de Abraham incluía a la tierra prometida. Evidentemente Isaac había, al fin, comprendido que la bendición dada a Abraham, transferida a él mismo, debía ser transmitida a su hijo, Jacob.

Continuemos con la lectura y veamos el efecto que todo esto causó en Esaú. Leamos los versículos 6 al 9:

Esaú se casó con una hija de Ismael

"Y vió Esaú que su padre había bendecido a Jacob y le había enviado a Padán-aram para tomar allí mujer para sí, y que cuando le bendijo, le dio órdenes, diciendo: No tomarás para ti mujer de entre las hijas de Canaán, y que Jacob había obedecido a su padre y a su madre, y se había ido a Padán-aram. Vio, pues, Esaú que las hijas de Canaán no eran del agrado de su padre Isaac; y Esaú fue a Ismael, y tomó por mujer, además de las mujeres que ya tenía, a Mahalat, hija de Ismael, hijo de Abraham, hermana de Nebaiot."

Al principio de nuestro estudio habíamos señalado que la Biblia no sigue la línea de descendencia de Ismael. Solamente la menciona cuando se cruza con la línea de la genealogía que conduce hasta Jesucristo. Aquí el relato nos describe la salida de Esaú para casarse con la hija de Ismael. Tal actitud no era fruto de sus convicciones personales sino que, sabiendo que agradaría a su padre, estaba intentando ganarse de nuevo su estima. A pesar de su fortaleza física, tenía esta debilidad. Ya hemos visto en anteriores episodios, como cuando había vendido su derecho a la primogenitura por un guiso de lentejas, que era un hombre que basaba las decisiones en sus conveniencias personales, y que carecía de una percepción para los valores espirituales

El siguiente párrafo está centrado en el importante episodio en que

Dios se le apareció a Jacob en Betel

Leamos los versículos 10 al 12, que detallan la preparación de ese encuentro:

"Y salió Jacob de Beerseba, y fue para Harán. Y llegó a cierto lugar y pasó la noche allí, porque el sol se había puesto; tomó una de las piedras del lugar, la puso de cabecera y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño, y he aquí, había una escalera apoyada en la tierra cuyo extremo superior alcanzaba hasta el cielo; y he aquí, los ángeles de Dios subían y bajaban por ella."

El lugar al que llegó Jacob se encontraba, aproximadamente, a unos 70 Km. de su casa paterna. Evidentemente, había intentado alejarse de su hermano Esaú a toda prisa. Siguiendo el relato, ésta era la primera noche que pasaba lejos de su hogar y debió sentir soledad y nostalgia, especialmente por la ausencia de su madre, a quien había estado tan apegado. Era aquel un páramo de colinas rocosas desoladas y tristes, a unos 300 m. sobre el nivel del mar.

Leamos ahora los versículos 13 al 15, que continúan relatando la visión, en la que

Dios confirma el pacto con Abraham

"Y he aquí, el Señor estaba sobre ella, y dijo: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en la que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. También tu descendencia será como el polvo de la tierra, y te extenderás hacia el occidente y hacia el oriente, hacia el norte y hacia el Sur; y en ti y en tu simiente serán bendecidas todas las familias de la tierra. He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que vayas, y te haré volver a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he prometido."

Era precisamente en esa zona donde Dios se la había aparecido a Abraham, después de que él llegara a la región de Palestina. En esta ocasión, Dios le estaba declarando a Jacob exactamente lo que le había dicho primero a Abraham, luego a Isaac, y aquí en este incidente, se lo estaba reafirmando a Jacob. Especialmente las últimas palabras que hemos leído, habrán resultado reconfortantes para un joven solitario y nostálgico que, habiendo salido apresuradamente de su hogar, se dirigía hacia un país lejano y un futuro incierto.

En la visión que Dios le permitió ver en su sueño, pudo contemplar una escalera que llegaba hasta el cielo. ¿Qué significaba aquella escalera? El Nuevo Testamento, en el Evangelio según Juan, en el capítulo 1:45-51, nos relata que Jesús interpretó esta visión cuando se encontró con Natanael. Este último, se consideraba bastante sabio y cuando había oído hablar anteriormente a Felipe, de Jesús de Nazareth, había comentado: "¿Puede algo bueno salir de Nazareth?" Cuando luego al verle, Jesús demostró conocerle, Natanael, extrañado le preguntó: "¿Cómo es que me conoces?" Y Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi". Entonces Natanael le respondió: "Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". Este hombre, en un principio había sido escéptico, pero al fin se convenció fácilmente. En los versículos finales de este encuentro de Jesús, relatado en Juan 1:50 y 51, podemos ver el desenlace y la interpretación de Jesús:

"Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que éstas verás. Y le dijo: En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre.

¿Y qué significa, pues, la escalera? La escalera representa a Cristo. Los ángeles subían y bajaban sobre el Hijo del Hombre, le servían, estaban sometidos a su autoridad. Natanael oiría en ocasión del bautismo de Jesús y como si proviniese del extremo superior de la escalera, aquella voz de Dios el Padre cuando dijo: "Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido".

Estimado oyente, en nuestro tiempo, Dios está hablando a la humanidad por medio de Jesucristo. No podemos tener acceso directo a la presencia de Dios, si no es por medio de Cristo. En este mismo Evangelio de Juan, en el capítulo 14:6, Jesús mismo afirma: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí". Ante la imposibilidad de subir por nuestros propios esfuerzos para llegar a la misma presencia de Dios, Jesucristo, en quien podemos confiar, representa a aquella escalera.

Esta verdad fue revelada primero a Jacob, el usurpador y suplantador. ¡ Qué contraste con Natanael ! de quien Jesús dijo: "He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño". Por eso Dios tuvo que tratar especialmente a Jacob, porque le había dado una maravillosa promesa y tenía tanto que aprender. Y Dios prepara intensamente y disciplina a aquellas personas que Él ha de utilizar. Lo hizo con Abraham, después con Isaac y finalmente lo iba a hacer con Jacob quien hasta este momento, había actuado a su manera.

Hoy en día hay personas que, afectadas por pruebas dolorosas de la vida, han concluido que Dios ha permanecido ausente de su sufrimiento y han adoptado una actitud de rebelión y alejamiento de Dios. Otras, han adoptado una apariencia formal de cristianos, incluso la membrecía en alguna iglesia, pero no han tenido una experiencia de encuentro y conocimiento personal del Señor Jesucristo. En el primer caso, Dios permite pruebas para disciplinarnos y acercarnos a Él, para fortalecer nuestro carácter y convertirnos en valiosos testigos de su gracia y su poder. En el segundo caso, Dios actuará de diversas maneras para que las personas reconozcan su necesidad de establecer una relación vital con Dios, por medio de un conocimiento de Jesucristo como Salvador personal.

Volviendo a nuestro pasaje Bíblico, leamos los versículos 16 y 17:

"Despertó Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía. Y tuvo miedo, y dijo: ¡ Cuán imponente es este lugar ! Esto no es más que la casa de Dios, y ésta es la puerta del cielo."

Aquel lugar solo podía resultar terrible para una persona como Jacob, un pecador que estaba tratando de huir de Dios. Sin embargo era el sitio apropiado para que un pecador como él pudiese encontrarse con Dios cara a cara, a través de aquella escalera que había sido enviada desde el cielo, figura del mismo Cristo.

Cuando Jacob salió de su casa, tenía un punto de visto limitado sobre Dios. Pensó que alejándose de su hogar, estaba también huyendo de Dios. Pero en este lugar acabó descubriendo que no había dejado A Dios allá en el hogar familiar y exclamó: " el Señor está en este lugar y yo no lo sabía."

Examinemos ahora el último párrafo de este incidente en el cual, finalmente,

Jacob hizo una promesa

Leamos los versículos 18 al 22:

"Y se levantó Jacob muy de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, la erigió por señal y derramó aceite por encima. Y a aquel lugar le puso el nombre de Betel, aunque anteriormente el nombre de la ciudad había sido Luz. Entonces hizo Jacob un voto, diciendo: Si Dios está conmigo y me guarda en este camino en que voy, y me da alimento para comer y ropa para vestir, y vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal será casa de Dios; y de todo lo que me des, te daré el diezmo."

Por la forma de expresarse, por una parte, podemos ver que, al contrario que su hermano, se tomaba en serio su relación con Dios y, por otra, reconocemos hasta que punto tenía que aprender a conocer al Dios de la promesa.

Su carácter aflora aquí, al ver como trató solapadamente de manipular a Dios por medio de un voto en el que parecía querer negociar con Dios. Si Dios le concedía lo que estaba pidiendo, entonces Jacob le serviría. Tendría realmente que llegar a la conclusión de que ni él, ni nadie, podía tratar con Dios de esa manera. La gracia y la misericordia de Dios son exactamente lo que significan, y no pueden ser obtenidas a cambio de méritos personales. Cuando, después de varias experiencias, Dios traería a Jacob nuevamente a Betel, el ya sería un hombre más sabio, pues vendría a este memorable lugar para adorar y alabar a Dios, quien había tenido misericordia de él.

Esta actitud que Jacob habría de corregir, es la de muchas personas hoy en día, al encarar sus relaciones con Dios; piensan que con su comportamiento, sus esfuerzos y sacrificios pueden obtener beneficios por parte de Dios, y de esta forma demuestran que no le conocen realmente.

Después de todo, conociendo como conocemos el carácter y la trayectoria de este personaje, nos preguntamos: ¿qué méritos tenía Jacob para acercarse a Dios, para agradar a Dios, para merecer su aprobación, para negociar los alcances de sus promesas y bendiciones para su vida a cambio de votos y promesas personales?

Y lo que nos preguntamos sobre Jacob, bien podría aplicarse al ser humano de nuestro tiempo. Teniendo en cuenta a nuestra propia naturaleza, ¿qué podemos ofrecer a Dios, qué estamos en condiciones de prometer, y qué estamos en condiciones de cumplir? ¿Pretendemos comprar el amor y la gracia de Dios? Resultaría imposible hacerlo y, sería, además una gran ofensa contra Dios.

Es por eso que concluimos afirmando que nuestra única esperanza es Jesucristo. A través de todas las Sagradas Escrituras podemos ver que en la relaciones entre Dios y los hombres, El tomó la iniciativa. Solo queda aceptar el amor y la Gracia de Dios, que el ofrece gratuita y libremente, colocando nuestra fe en Jesucristo.

Las palabras de la primera carta del apóstol Juan, el llamado discípulo amado, uno de los tantos que aceptó el amor y la gracia de Dios, que transformaron su vida, nos recuerdan una vez más la experiencia de millones de cristianos. Dice él en su primera carta, capítulo 4:19: "nosotros le amamos a Dios, porque El nos amó primero".

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