Estudio bíblico de 1 Crónicas 20:4-21:21

1 Crónicas 20:4 - 21:21

Continuamos nuestro estudio en el Primer Libro de Crónicas, y estamos en el capítulo 20, que comenta las guerras contra los amonitas y contra los filisteos. En los primeros versículos hemos visto la guerra contra los amonitas. Parecería que Joab fue el agresor en este caso. Aunque pueda haberlo sido, debemos recordar que David había tenido un gesto amistoso hacia el joven rey de Amón. Pero en respuesta, había sido insultado e inmediatamente el nuevo rey vino a luchar contra David. Así que esta acción fue simplemente una continuación de la guerra.

No puede haber ninguna concesión ni compromiso con el enemigo. No puede haber ningún compromiso con el mal. No se pueden hacer arreglos con el mal. Mientras exista la luz y la oscuridad, y mientras exista el bien y el mal, tiene que haber conflictos. El bien y el mal, estimado oyente, no se pueden poner de acuerdo. Hay quienes opinan en nuestros días, que estos dos se pueden sobrellevar; pero esa es una idea equivocada. La idea actual de que el bien y el mal pueden coexistir es totalmente errónea. El profeta Amós en 3:3, se preguntó: "¿Andarán dos juntos si no están de acuerdo?" En el día de hoy, amigo oyente, estamos luchando contra huestes espirituales de maldad. Si usted es un hijo de Dios, también está implicado en esa lucha. Es por eso, que se nos indica que debemos ponernos la armadura de Dios. Nosotros no tenemos que marchar contra nadie. Tenemos que permanecer firmes, y eso es lo importante.

Fue durante esta campaña que David se quedó en Jerusalén, y fue en esa ocasión en la que él cometió su gran pecado con Betsabé. Observemos que Dios no registró en este libro ese pecado. Dios ha dicho que Él perdona nuestros pecados y que no los tendrá más en cuenta. Ahora, en el versículo 4, de este capítulo 20 del Primer Libro de Crónicas, tenemos a otro de los enemigos constantes de Israel y de David: Se trataba de los filisteos. Leamos el versículo 4:

"Después de esto aconteció que tuvo lugar una batalla en Gezer contra los filisteos; y Sibecai, el husatita, mató a Sipai, de los descendientes de los gigantes; y fueron humillados. Éstos eran descendientes de los gigantes de Gat, los cuales cayeron a manos de David y de sus siervos".

En este conflicto con los filisteos, 3 gigantes fueron muertos por David y sus hombres. Recordemos que David se había hecho famoso en su juventud por haber matado al gigante Goliat en este mismo lugar. Y aquí vemos que los hijos del gigante también fueron muertos. Y continúa el resto de este capítulo 20, hablándonos de estos enemigos y la guerra que hicieron contra Israel. Estos pueblos fueron enemigos constantes del pueblo de Israel durante la vida de David. Recordando la lucha espiritual permanente del cristiano el apóstol Pablo nos aconsejó colocarnos, en Efesios 6:11-13, toda la armadura de Dios. No se trata de luchar contra personas, sino de resistir al mal, lo cual constituye una lucha constante que forma parte de una guerra, nos guste o no. Ése es pues, el mensaje de este capítulo para usted y para mí, estimado oyente. Llegamos ahora a

1 Crónicas 21

Aquí encontramos el pecado de David al hacer un censo del pueblo. A través de nuestro estudio en el Primer Libro de Crónicas hemos estado diciendo continuamente que este libro representa el punto de vista de Dios sobre este período. Aquí no estamos viendo las cosas desde la perspectiva del hombre como vimos en los libros de Samuel y de Reyes. Ésta es la perspectiva desde el punto de vista divino. Dios no registró el pecado de David con Betsabé en este libro de Crónicas, pero sí registró el pecado de contar al pueblo, porque implicaba directamente al nivel espiritual. No afectaría a la salvación de David, pero le afectaría a él personalmente y a la nación en su relación con Dios.

Cuando vimos este mismo incidente en el capítulo 24, del Segundo libro de Samuel, hicimos algunas sugerencias entonces, pero ahora, al ver el punto de vista de Dios, comprendemos mejor por qué fue un pecado. Tenemos aquí la opinión de Dios. Antes habíamos tenido la opinión del hombre. Antes teníamos el lado político, ahora se nos presenta el lado espiritual. Vemos aquí que hubo una explicación del pecado de David.

En el Segundo libro de Samuel, vemos a David actuando independientemente; allí leímos del pecado de Israel, y Dios permitió que David fuese un instrumento, pero hay algo más. Leamos el primer versículo de este capítulo 21 del Primer Libro de Crónicas donde dice:

"Se levantó Satanás contra Israel e incitó a David a que hiciera censo del pueblo".

Aquí encontramos al verdadero culpable; eso que ocurrió fue algo satánico. Satanás se encontraba detrás de todo este incidente. Y esto aclara el pecado de David.

El pecado de David con Betsabé había sido un pecado personal, de su naturaleza humana. En el Salmo 51:1 él exclamó: "Ten piedad de mí, Dios, conforme a tu misericordia; conforma a la multitud de tus piedades, borra mis rebeliones". Allí se estaba refiriendo a su pecado con Betsabé. Pero aquí vemos que Satanás estaba detrás de este pecado de David, porque le incitó a realizar el censo del pueblo. Ahora, ¿por qué era pecado para David hacer un censo? Bueno, leamos el versículo 2 de este capítulo 21 del Primer Libro de Crónicas:

"Y dijo David a Joab y a los príncipes del pueblo: Id, haced censo de Israel desde Beerseba hasta Dan, e informadme sobre el número de ellos para que yo lo sepa".

Aquí podemos notar algo interesante. Recordemos que Moisés hizo dos censos del pueblo. En el libro de Números se nos dijo que él tomó un censo al principio de la peregrinación por el desierto, y volvió a hacerlo al finalizar esa peregrinación. Y en realidad no hubo de nada malo en ese censo. Por lo menos Dios no halló ninguna falta en eso. Pero aquí en este pasaje, fue pecado. Hay quienes piensan que lo que impulsó a David a llevar a cabo este censo, fue su orgullo. Pero, continuemos leyendo el versículo 3:

"Respondió Joab: ¡Que el Señor añada a su pueblo cien veces más de lo que es, rey, señor mío!; ¿acaso no son todos ellos siervos de mi señor? ¿Para qué procura mi señor esto, que traerá pecado sobre Israel?"

Joab fue el primer hombre en oponerse a esta medida. David quería tener una estadística. Joab se opuso porque creyó que había orgullo implicado en este deseo. Creemos que aunque es posible que haya habido orgullo en esta decisión, ésa no es toda la explicación de aquel pecado.

Quisiéramos que juntos leamos un pasaje en las Escrituras. En el libro de Jeremías, capítulo 9, versículos 23 y 24, leemos: "Así ha dicho el Señor: no se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Más alábese en esto el que haya de alabarse: en entenderme y conocerme, que yo soy el Señor, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas me agradan, dice el Señor". O sea que, a Dios no le agradó que David hiciese un censo. ¿Por qué? Porque David no estaba alegrándose ni teniendo placer en su relación con el Señor. Él estaba disfrutando de su propio poder. Así fue que detrás del hecho de haber contado al pueblo, estaba el pecado de la incredulidad. David estaba poniendo su confianza en los números y cantidades de gente que tenía, en vez de confiar en Dios. Miremos ahora, lo que se nos dice en los versículos 4 al 6, del capítulo 21 del Primer Libro de Crónicas, que estamos estudiando.

"Pero la orden del rey pudo más que Joab. Salió, por tanto, Joab y recorrió todo Israel; entonces volvió a Jerusalén y dio cuenta a David de las cifras del pueblo: había en todo Israel un millón cien mil aptos para la guerra, y en Judá cuatrocientos setenta mil hombres. Entre éstos no fueron contados los levitas, ni los hijos de Benjamín, porque la orden del rey era abominable a Joab".

Hemos podido ver que David tenía un millón cien mil hombres en Israel y en Judá tenía unos quinientos mil. Cuando Moisés hizo su censo él tenía 603 mil. De modo que, vemos que David tiene casi un millón de personas más que Moisés.

Ahora, observemos el contraste que existió entre éste David y aquel joven pastor que llegó al campamento de Israel y vio al gigante Goliat que estaba desafiando a su pueblo. Aquel muchacho no se detuvo a calcular sus fuerzas para enfrentar a aquel gigante, ni en contar las fuerzas militares de apoyo que estaban a su disposición. Sólo pensaba en salir a luchar contra el gigante Goliat. ¿Y por qué tuvo el valor para hacerlo? Porque confió en el Señor. Le hizo frente al gigante con su honda y cinco piedras. Estimado oyente, usted no piensa que necesita a Dios cuando tiene un millón de hombres de su lado, pero si sólo tiene una honda y cinco piedras, entonces, reconoce que sí lo necesita.

Hay naciones que orgullosamente creen ser grandes y poderosas en el mundo. Creemos que la gente que vivía en el Imperio Romano se habrá cansado de oír eso también. Lo mismo tiene que haber ocurrido con la gente de Babilonia, de Grecia y de Egipto. Esos reinos hace tiempo que han pasado a la historia como grandes imperios mundiales. ¿Por qué? Porque pusieron su confianza en sus ejércitos. Ahora, no queremos que nos entienda mal, porque cada nación necesita un ejército para su propia protección. Pero nuestra confianza no debiera estar fundada en esos recursos.

Joab le dijo a David: "David, toda esa gente es tuya; ¿para qué contarlos, y contarlos en números? Dios te ha dado esa gente, la cual es suficiente, con la ayuda de Dios". Pero David insistió en hacer el censo.

En el día de hoy, con nuestras bombas nucleares, con armamentos de alto poder destructivo, parecería que Dios no nos hiciera falta, pero opinamos que sí nos hace falta, y que necesitamos a Dios. Estamos depositando nuestra confianza en cosas equivocadas. Y el gran pecado de David, estimado oyente, fue su incredulidad.

Ahora, sabemos que eso quizá no haga ninguna mella en muchos creyentes porque éste no es un gran pecado en el día de hoy en la iglesia. Pero si usted llegara a la iglesia con señales visibles de mala conducta o descontrol, entonces tendría muchos problemas para permanecer como miembro de la iglesia. Pero si usted llega a la iglesia con incredulidad nadie se dará cuenta de ello. Y si alguien se diera cuenta, ni siquiera pensaría en que esa era una ofensa seria. Pero, como vemos aquí, estimado oyente, Dios sí pensó que la incredulidad era un asunto muy grave. Satanás promueve siempre la incredulidad en nuestras mentes y corazones para que no pongamos nuestra confianza en Dios. Siempre intenta que depositemos nuestra confianza en los seres humanos, en el poder humano, en el dinero, en fin, en cualquier cosa que no sea Dios. En eso consistió el pecado de aquel censo y es, algunas veces, el pecado de las estadísticas. Se confía más en las matemáticas que en el Creador del universo. Se confía más en los números que en el nombre del Señor.

David aprendió su lección. Es mejor poner nuestra confianza en el Señor que confiar en los seres humanos. Así lo expresó en el Salmo 118, versículo 8, donde dijo: "Mejor es confiar en el Señor que confiar en el hombre". Y también en el Salmo 71, versículo 1, donde dijo: "En ti, Señor, me he refugiado; no sea yo avergonzado jamás".

Necesitamos hacernos una pregunta incisiva. ¿Ponemos nosotros en realidad nuestra confianza en Dios? ¿Creemos realmente en Él? Recordemos lo que la Escritura nos dice, en Hebreos 11:6, que "Sin fe es imposible agradar a Dios". En Juan 16:8 y 9, el Señor Jesús dijo que cuando el Espíritu Santo viniera al mundo, Él convencería al mundo de su pecado. ¿De qué clase de pecado, o de qué culpa? "Porque no creen en mí", añadió Jesús. Y el Apóstol Pablo dijo, en Romanos 14:23: "Todo lo que no proviene de fe es pecado". Éste fue el pecado de David y fue un pecado real. David comenzó a ver muy pronto que había hecho algo muy grave. Leamos ahora los versículos 7 y 8, de este capítulo 21 del Primer Libro de Crónicas, donde vemos que

David eligió su castigo

"Esto desagradó a Dios, el cual castigó a Israel. Entonces dijo David a Dios: He pecado gravemente al hacer esto; te ruego que quites la maldad de tu siervo, pues he actuado muy locamente".

Y el Señor le dio a David varias opciones y él pudo, en efecto, elegir qué clase de castigo prefería. Leamos los versículos 9 hasta el 12, ahora:

"Y habló el Señor a Gad, vidente de David, diciendo: Ve, habla a David y dile: Así ha dicho el Señor: Tres cosas te propongo; escoge de ellas una y así haré contigo. Gad fue ante David y le dijo: Así ha dicho el Señor: Escoge para ti: tres años de hambre, o tres meses de derrotas ante tus enemigos, con la espada de tus adversarios, o bien tres días durante los cuales la espada del Señor y la peste recorran la tierra, y el ángel del Señor haga destrucción en todos los términos de Israel. Mira, pues, qué responderé a quien me ha enviado".

Aquí podemos apreciar algo que es realmente grande, algo tremendo, cuando David respondió a Dios. En esto podemos apreciar que él era verdaderamente un gran hombre. Era humano tal como usted y yo lo somos. Él tuvo graves tropiezos, cometió pecados como cualquiera de nosotros. Pero él nunca perdió su salvación y él nunca perdió su deseo intenso de tener comunión y compañerismo con Dios. Escuchemos lo que él dijo aquí en el versículo 13:

"David respondió a Gad: Estoy en grande angustia. Prefiero caer en la mano del Señor, porque sus misericordias son muchas en extremo, que caer en manos de los hombres".

Es evidente que David conocía bien a Dios. Vimos a un hombre que había organizado un censo porque había puesto su confianza en los demás hombres. Finalmente vio la magnitud de lo que había hecho. Creemos que para entonces él ya era un hombre anciano y posiblemente comenzó a recordar lo que había hecho cuando era un joven pastor y se había enfrentado al gigante Goliat, con solo una honda y cinco piedras. Como había confiado en Dios y qué testimonio de su fe había dado a los demás. Pero, él era tan humano como nosotros. Confiamos en Dios para nuestra salvación pero no confiamos en Él para que nos ayude en los problemas de la vida. David se detuvo entonces para mirar a sus enemigos y observar que ellos eran muy numerosos. Formaban parte de grandes naciones, con numerosos ejércitos, y David se preguntó si su ejército era suficiente como para hacerles frente. Por un momento olvidó que Su Dios era lo bastante grande para hacer frente a todos los gigantes y a todas las naciones que le estaban amenazando. Así fue que decidió entonces hacer el censo.

¿Cuántas veces, estimado oyente, usted y yo hemos actuado como si necesitáramos hacer un censo de nuestros recursos? En esas ocasiones no confiamos realmente en Dios y depositamos nuestra fe en alguna otra cosa.

Pero después de reconocer su error demostró conocer a Dios. Así pudo decir que no quería caer en manos de los hombres, sino en las manos de Dios. ¿Por qué? Porque había aprendido que Dios era bondadoso, misericordioso. Bien pudo decir en su Salmo 103:10 y 11: "No ha hecho con nosotros conforme a nuestras maldades ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados, porque, como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen".

Dios es misericordioso en la salvación. Él está ofreciendo Su Salvación a un mundo perdido, ¿y en base a qué? A su trono de gracia. Recordemos lo que dijo el apóstol Juan en su Primera epístola, capítulo 2, versículo 2: "Y él es la propiciación de nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo". ¿Qué es la propiciación? Su trono de gracia. Él tiene gracia, misericordia en abundancia y por ello se ofreció en sacrificio para que nuestros pecados fueran perdonados.

Todo lo que usted tiene que hacer, estimado oyente, si quiere ser salvo, es ir a la corte de justicia de Dios, confesarse culpable, declararse culpable y pedir entonces Su misericordia. Y Él tiene misericordia en abundancia. De esa manera Él le podrá salvar. Hay perdón para usted y usted tiene que pedirlo.

Hay misericordia también en la providencia de Dios. Uno puede mirar hacia atrás en su vida y ver cuán bueno Él ha sido con nosotros. Y Él tiene misericordia hoy hacia un mundo perdido. ¿Por qué, anoche mismo, no llegó el juicio de Dios? Porque Dios es un Dios misericordioso. Él vendrá un día, pero Él es bondadoso y tiene mucha paciencia. Continúa prolongando el tiempo para el arrepentimiento. Él tiene compasión de nosotros como un Padre con Sus hijos. Y su bondad y misericordia se prolongarán en el futuro. Podemos confiar en ellas porque nunca cesarán. En el Salmo 136, versículo 1, leemos: "Alabad al Señor, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia". Y de esa manera, David se entregó a la misericordia de Dios, antes que confiar en los hombres.

Ésa fue la respuesta de David. Veamos ahora los versículos 14 al 17 para ver lo que Dios hizo.

"Entonces el Señor envió una peste sobre Israel, y murieron setenta mil hombres. Envió el Señor el ángel a Jerusalén para destruirla; pero cuando ya estaba destruyéndola, miró el Señor y se arrepintió de aquel mal, y dijo al ángel que destruía: ¡Basta ya! ¡Detén tu mano! El ángel del Señor estaba junto a la era de Ornán, el jebuseo. Y alzando David sus ojos, vio al ángel del Señor que estaba entre el cielo y la tierra, con una espada desnuda en su mano, extendida contra Jerusalén. Entonces David y los ancianos se postraron sobre sus rostros, vestidos de ropas ásperas. Y dijo David a Dios: ¿No soy yo el que hizo contar al pueblo? Yo mismo soy el que pequé, y ciertamente he hecho mal; pero estas ovejas, ¿qué han hecho? Señor Dios mío, caiga ahora tu mano sobre mí, y sobre la casa de mi padre, pero no envíes la peste sobre tu pueblo".

Consideremos la oración maravillosa que hizo David. Él asumió toda la responsabilidad por su pecado. Y podemos decir que David había cambiado mucho. Cuando cometió el pecado con Betsabé, no estuvo dispuesto a decírselo a nadie. Hasta intentó culpar a alguien más de la muerte de Urías Heteo. Y aunque él era el responsable, intentó ocultar su acción. Pero en este caso, fue diferente. David ha aprendido su lección. Él abrió su alma completamente delante de Dios y le dijo: "Yo soy quien pecó. Yo soy el responsable por lo que ha sucedido. Que el juicio caiga sobre mí". Leamos ahora el versículo 18, que en el que

David compró la era de Ornán

"El ángel del Señor ordenó a Gad decirle a David que subiera y construyera un altar al Señor en la era de Ornán, el jebuseo".

Aquí se hace mención de la era de Ornán, el lugar donde se trillan las mieses y se separa el grano de la paja. Ese lugar se puede visitar también en el día de hoy. Está en el Monte Moriah, lugar donde se ha erigido la mezquita de Omar. Ésa es la antigua zona del templo. Podemos ver que no fue David quien eligió el lugar para el templo; fue Dios mismo quien lo eligió. Y David, por supuesto, estuvo de acuerdo. Veamos ahora qué fue lo que ocurrió en ese lugar. Leamos los versículos 19 al 21, de este capítulo 21 del Primer Libro de Crónicas:

"Y David subió, conforme a la orden que Gad le había dado en nombre del Señor. Al volverse Ornán, que estaba trillando el trigo, vio al ángel, y los cuatro hijos que estaban con él se escondieron. Cuando David llegó a donde estaba Ornán, éste miró y vio a David; entonces salió de la era y se postró en tierra ante David".

En ese mismo momento Ornán estaba trillando el trigo. En esos días, durante la época de la cosecha, en las horas de la tarde comenzaba a soplar el viento. El agricultor lanzaba al aire el trigo y el viento separaba la paja del trigo, que entonces caería en la era. Aquí vemos que Dios escogió la era de Ornán, en el Monte Moriah, porque éste fue el lugar donde Abraham había ofrecido a su hijo, proyectándose hacia el futuro, a la época de los sacrificios del templo y, finalmente, al sacrificio de Jesucristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Porque también en aquel lugar, en el otro extremo del monte Moriah, es donde el Señor Jesucristo fue crucificado. Ese lugar se llama Gólgota, o sea, el lugar de la Calavera.

En el pasaje que hoy hemos estudiado vemos que en aquel lugar fue precisamente donde se detuvo el castigo de Dios sobre David y el pueblo. Y también es ahí, como hemos visto, donde el Hijo de Dios sería clavado en una cruz por nuestros pecados. A causa de su muerte y resurrección, el castigo de Dios se detiene también, queda eliminado para siempre, y Dios otorga el perdón y la vida eterna a todo aquel que cree en el Señor Jesucristo como su Salvador.

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