Estudio bíblico: Los primeros pasos del Éxodo - Exodo 12:37-15:21

Serie:   El libro de Éxodo   

Autor: Ernestro Trenchard y Antonio Ruiz
Email: antonio_ruiz_gil@hotmail.com
España
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Los primeros pasos del Éxodo (Ex 12:37-15:21)

Las primeras etapas de la ruta del éxodo (Ex 12:37-41)

Ramesés y Sucot (Ex 12:37). Los cambios topográficos que resultaron de la construcción del canal de Suez han aumentado las dificultades de los arqueólogos al intentar la identificación de la ruta de los israelitas, y las discusiones eruditas continúan sobre el tema. Al momento de escribir este comentario, las sugerencias de W.F. Albright se aceptan por muchos escriturarios. Ramesés, cerca de Pitón (Ex 1:11), fue una ciudad fronteriza reedificada y hermoseada por Ramesés II (1290-1224 a.C.) en el área general de las ciudades también llamadas Avarís (por los hiksos) Zoán y Tanis. Ya hemos notado el interés que tuvo el "reino nuevo" (que empezó con la dinastía 18) en fortalecer su frontera oriental, después de la amarga experiencia de la dominación de los hiksos. También se vieron obligados a hacer frente al empuje del poderoso imperio de los hititas. En vista de que los israelitas habían tenido que trabajar en la edificación de esta ciudad, es natural que hubiera una gran concentración del pueblo en sus alrededores, que se hallaba, además, en los lindes de Gosén. Quizá otras compañías de israelitas dirigieron sus pasos hacia Sucot desde otras regiones, pero la cabeza de la expedición salió de Ramesés.
Sucot ("cabañas") se hallaba al sur de Ramesés, y aun algo distante de la barrera de los mares y lagos que separaban Egipto de la península de Sinaí, ahora incorporados en el canal de Suez. Aun si los israelitas no se hallasen provistos todavía de todas las tiendas de campaña necesarias, no les faltaría abundante provisión de cañas para hacer chozas, y amplio espacio para plantar su primer campamento. De los números notados en el versículo 37 ya hemos hablado anteriormente, pensando en la posibilidad de un error en la transcripción de esta cifra, que parece exorbitada, pero sin ánimo alguno de rechazar la posibilidad de que Dios ordenara aquello y más, si los hechos revelados dan pie para afirmarlo. Se trata de tomar en consideración todos los datos de los cuales disponemos.
La multitud mezclada (Ex 12:38-39). Quizá se adhirieron restos de pueblos fugitivos o desterrados a los israelitas. Recordando que Egipto era un imperio ya, que había dominado —siquiera parcialmente— los pueblos heterogéneos de Canaán-Siria, es natural pensar que se hallasen muchos extraños en la tierra, que viesen en la salida de Israel una promesa de libertad para ellos mismos. Los rebaños y ganados demuestran que los israelitas se habían mantenido como pueblo de pastores y de ganaderos, pese a la opresión, pero la necesidad de llevar y cuidar de tantos animales aumenta el milagro del éxodo. La insistencia en la falta de preparación de provisiones subraya las prisas de la salida, pero nadie había de pasar hambre por ello.
La duración de la estancia de los israelitas en Egipto (Ex 12:40-42). Recordemos las consideraciones sobre la cronología de este período que ofrecimos en el capítulo introductor. Vimos que la cifra de 430 años coincide con otros datos y puede aceptarse, pese a la dificultad que a menudo surge en la transcripción de cifras en los manuscritos bíblicos. El autor enfatiza que los años se cumplieron aquella misma noche, lo que supone que los jefes de Israel habían llevado anales muy exactos. Es de suponer que los primeros movimientos empezaron a producirse por la noche (versículo 42), y que continuaron durante el día siguiente (versículos 40 y 41). "Todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto", y es de notar la expresión militar que refuerza la impresión de una obra divina, garantizando el buen orden, pese a todas las posibilidades de confusión al iniciarse un movimiento tan extenso en circunstancias enteramente inéditas. El versículo 42 debiera traducirse como sigue: "Fue una noche de vigilancia de parte del Señor para sacarles de la tierra de Egipto; y por eso esta misma noche es noche de vigilancia (o guardia) para el Señor por todo el pueblo de Israel a través de sus generaciones", señalándose así la vertiente doble del modo en que Jehová mantuvo su "guarda" sobre su pueblo, a los efectos de sacarle con bien, esperando luego de sus protegidos que ellos siempre vigilasen durante las horas de aquella noche —la de la Pascua— recordando esta obra de amor de parte de su Dios en la noche que se puede conceptuar como la del "alumbramiento" del pueblo.

La ordenanza de la Pascua (Ex 12:43-13:2)

Un paréntesis en la narración. Como ya advertimos en las observaciones preliminares a este capítulo, hemos de estar dispuestos a discernir los distintos estratos de un "mosaico literario" en el que los elementos históricos dan lugar a otros legales o rituales, según la ocasión. La celebración continuada de la Pascua, como recuerdo del éxodo, fue algo tan importante que había de asociarse en sus fuentes históricas con el acontecimiento en sí. A nuestra mentalidad occidental parecería bastante, por lo pronto, la advertencia sobre la ordenanza perpetua que ya se había dado en (Ex 12:24-27), y tendríamos prisa para saber lo que pasó durante las primeras horas de la gran salida. Sin embargo, el hilo histórico se rompe una vez más para dar lugar a una comunicación divina a Moisés y a Aarón que subraya algunas facetas de la fiesta anual.
Los esclavos y extranjeros en relación con la Pascua (Ex 12:43-49). El carácter nacional de la Pascua se pone de relieve siempre, ya que recuerda el "nacimiento" de Israel como un pueblo separado para su Dios. Quizá la referencia a los elementos mezclados que salieron con los israelitas motiva estos preceptos sobre quiénes podrían participar en la fiesta fundacional del pueblo. Dejando para más tarde la cuestión de la ética de la esclavitud —aun en la forma "benigna" practicada por los hebreos— notamos que el esclavo se consideraba como parte integrante de "la casa" de su amo, quien haría circuncidar a los varones y a los hijos varones de todos ellos. Tales personas pasaban a formar parte del pueblo redimido, en sentido religioso, pudiendo comer de la Pascua. En cambio, un servidor que trabajaba por un sueldo, o un extranjero que pasara por el país, estaba excluido, pues no existía un lazo irrompible entre él y la sociedad israelita. Por supuesto, si tal persona deseaba unirse a Israel, como prosélito, sería circuncidado —siendo varón— y llegaría a ser considerado como un israelita más (versículo 48). La puerta de la comunidad religiosa nunca estaba cerrada en contra de los gentiles con tal de que aceptaran los postulados básicos de la vida de la nación. La gran "novedad" que, muchos siglos más tarde, había de escandalizar a los judaizantes, fue la recepción de creyentes gentiles en el seno de la Iglesia sin más condición que el arrepentimiento y la fe en Cristo (Hch 10:1-11:18).
Persiste aún el carácter familiar de la fiesta (Ex 12:46-47,50). Al enfatizarse estos preceptos, la Pascua se consideraba todavía como fiesta estrictamente familiar, comiéndose la víctima y el pan sin levadura dentro de la casa, sin que fuese permitido llevar nada de la carne fuera por miedo a la corrupción. Aparentemente es el cabeza de la casa quien tiene que cuidar de que no se rompa hueso alguno de la víctima: particularidad cuyo significado simbólico ya hemos meditado (Ex 12:46) (Jn 19:36) (Nm 9:12) (Sal 34:20). Se ha comentado ya que el establecimiento de Israel en la tierra, con la elección del templo de Jerusalén como lugar que Dios había escogido para poner allí su nombre, hubo de modificar en parte los reglamentos para la inmolación de la víctima. La nota sobre la obediencia del pueblo en cuanto a una observancia aún futura (versículo 50) ha de ser obra de un redactor posterior, quien da fe de la sumisión de Israel —por lo menos en su época— a los reglamentos notados en tan extrañas circunstancias.
La consagración de los primogénitos (Ex 12:51) (Ex 13:1-2). El análisis de esta porción resulta bastante difícil, y sólo notamos aquí que el versículo 51 recalca la importancia del día del éxodo, haciendo eco de (Ex 12:40-41). La consagración de los primogénitos es el tema de (Ex 13:11-16), pero el mandato preliminar se introduce ya en (Ex 13:1-2), antes del discurso de Moisés que resume las dos ordenanzas que surgen directamente de la Pascua y del éxodo. Los hijos mayores habían sido protegidos de un modo especial en Egipto, por intervención especialísima de Jehová. Por consiguiente, han de ser considerados como "posesión" peculiar de quien los rescató, lo mismo si se trataba de seres humanos como de animales "... todo primogénito ... mío es". El concepto se elabora en la segunda fase del discurso de Moisés.

Declaraciones de Moisés frente al pueblo (Ex 13:3-16)

"Tened memoria de este día" (Ex 13:3-7). Las declaraciones de Moisés frente al pueblo enfatizan la importancia de recordar el día por medio de la Pascua anual, conmemoración perpetua. Piensa sobre todo en la vida futura del pueblo, establecido ya en Canaán (versículo 5), y reitera la necesidad de guardar la semana de los panes sin levadura, iniciada por la Pascua y culminando en una convocación solemne.
La contestación al hijo (Ex 13:8-10). Una segunda generación suele interesarse mucho por las experiencias de la anterior, aunque no hemos de suponer divisiones como las que existen hoy en día en épocas cuando la jerarquía familiar constituía la base de la vida social de las comunidades. En declaraciones anteriores a los ancianos sobre el mismo tema, Moisés ya suponía la pregunta, de parte de los hijos, frente a la celebración anual de la Pascua: "¿Qué es este rito vuestro?" (Ex 12:26) y mantiene la misma suposición al insinuar la respuesta: "Se hace esto con motivo de lo que Jehová hizo conmigo cuando me sacó de Egipto". En los anales de Israel el número singular se emplea a veces para enfatizar la unidad del pueblo Israel, como "hijo" de Jehová, pero aquí parece ser que hemos de entender la individualización de la confesión del padre, quien entiende bien que cada uno de los israelitas había recibido el beneficio de la salvación al ser librado de Egipto. Dios obró "por todos", pero también "por mí". La respuesta cobra mayor significado en vista de la idea muy difundida de que los hebreos pensaban casi exclusivamente en los aspectos corporativos de su vida en épocas tempranas, suponiéndose que sólo en los tiempos de los profetas del destierro babilónico se iba destacando la responsabilidad personal de cada uno. Recordemos, sin embargo, el singular relieve que adquiere el israelita piadoso en muchos de los salmos.
El versículo 10 ilustra el valor conmemorativo de la Pascua por una referencia a la costumbre de llevar recuerdos —anillos, pendientes, colgantes de diversa índole— o en la mano o en la frente, siendo el adorno en la frente más propio de mujeres. Debiéramos leer: "Te será como una señal sobre tu mano y como un memorial entre tus ojos?". El anillo, con su sello, se utiliza entre nosotros sobre todo en las "alianzas" que se intercambian entre esposos. Sin embargo, entrañaban mayor significado e importancia en tiempos cuando el arte de escribir era menos conocido. Al contemplar el adorno, el portador se acordaba de ciertas personas amadas, o de ciertas fechas señaladas, sirviendo los recuerdos para reanimar el cariño o la gratitud. "Así —dice Jehová— será la celebración de la Pascua, que os ayudará a reavivar la memoria de la experiencia fundamental de mi obra de gracia al sacaros de la casa de servidumbre". El hecho de que la costumbre referida degenerara posteriormente en la superstición de las filacterias de los fariseos no anula su significado en este lugar (Pr 3:3) (Pr 6:21) (Dt 6:9) (Dt 11:20). De igual modo la Santa Cena ayuda a despertar la memoria dormida de los cristianos que quieren aprovecharse de este medio de gracia.
La redención de los primogénitos (Ex 13:11-16). La necesidad de redimir a los primeros nacidos del padre en legítimo matrimonio —como ya vimos al comentar (Ex 13:1-2)— brota de la salvación de los primogénitos de Israel en la noche del éxodo, y por eso se incluye aquí en las declaraciones de Moisés al pueblo, emparejándose con la celebración anual de la Pascua y con idéntico recurso dramático: la supuesta pregunta del hijo: "¿Qué es esto?" o "¿Qué significa esto?". No podría ser el nuevo vástago el que formulara la pregunta, sino un miembro de la familia que se diera cuenta de la redención de algún primogénito, efectuada conforme a una ceremonia apropiada. Pasando el tiempo, todo ello pasaría a ser parte del ritual, gobernado por rígidas tradiciones, pero eso no anula el profundo valor simbólico del acto de la redención. Los creyentes de esta dispensación sacan análogas deducciones de su liberación de la muerte por el derramamiento de la sangre de Cristo: "No sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio" (1 Co 6:19-20).
Analizando las declaraciones aquí a la luz de (Nm 18:15-18) vemos: 1) que el primogénito de todo animal "limpio" había de ser sacrificado, según las normas generales de los sacrificios "de paces", siendo porción de los sacerdotes la parte de la víctima que no fuese ofrecida sobre el altar; 2) los animales no "limpios" habían de ser "redimidos" mediante el pago de cinco siclos de plata, supliendo así una parte de los ingresos necesarios para la manutención de los levitas; 3) tratándose del asno, la redención se había de efectuar mediante el sacrificio de un cordero (Ex 13:13), y si el dueño no quisiera ofrecer el sacrificio, había de matar el asnillo; y 4) el primogénito del israelita había de ser redimido mediante el sacrificio, probablemente, de un cordero. Nos acordamos de que el mismo Señor, como varón primogénito israelita, fue "redimido" de igual forma, siendo él nada menos que el "primogénito" en quien todo el simbolismo había de ser cumplido (Lc 2:23).
La ceremonia, con la referida pregunta, da lugar a la declaración de fe del padre hebreo, quien resume las características de la redención, recordando cómo la mano del Señor, frente a la obstinada rebelión de Faraón, obró con poder y juicio, hasta llegar a la muerte de los primogénitos. Este aspecto de la salvación de los primeros nacidos de Israel entrañó el derecho soberano del Redentor sobre todos los redimidos. De nuevo Moisés emplea la ilustración de los "adornos de recordación" para subrayar el significado del repetido acto.
La primera generación de primogénitos —después del "nacimiento" de Israel como pueblo de Jehová— fue sustituida por la tribu de Leví. Los "redimidos", según el simbolismo del rito, debieran haber sido apartados para el servicio del Señor. Sin embargo, en vista de la dificultad de llevar al terreno práctico esta dedicación de todos los primogénitos, la tribu de Leví fue aceptada lo que hizo posible la continuidad de su labor por descendencia natural. Pero, como ya hemos visto, el principio básico de la redención del primogénito persistía y se practicaba en las generaciones sucesivas. Las ordenanzas preconizan las condiciones del pueblo ya establecido en la tierra (Ex 13:11).

De Ramesés hasta el mar (Ex 13:17-14:4)

Las primeras etapas de la ruta (Ex 13:17-18,20) (Ex 14:1-3). Ya hemos visto que el punto de partida fue Ramesés, desde donde los israelitas viajaron cincuenta kilómetros hacia el sur, organizando su primer campamento importante en Sucot ("cabañas"), punto que serviría para recoger contingentes venidos de otras partes. Dios prohibió el uso del camino directo y corto a Canaán, el "de la tierra de los filisteos" (la ruta que más se acercaba a la costa) ya que estaba bien guardada por fuertes guarniciones de egipcios, y el pueblo no se hallaba en condiciones aún de emprender guerras.
Los israelitas "subieron armados" (Ex 13:18), pero falta la descripción de estas armas, y aún necesitaban tiempo para organizarse como pueblo. Al ser guiados hacia Sucot, habían evitado la ruta peligrosa "de los filisteos", pero fue preciso buscar un punto de travesía al norte, y por eso les vemos "rodeando" por el camino del "mar Rojo" (Ex 13:18), y "la vuelta" notada en (Ex 14:2) indica probablemente un cambio de dirección hacia el noreste.
Se han hallado los nombres de Migdol y de Baalzefón en los anales egipcios, pero, por desgracia, los arqueólogos no han podido identificar ninguno de los lugares al borde del desierto y cerca del mar Rojo —Etam, Pihahirot, Migdol, Baalzefón— que señalaba el área del campamento antes de la travesía, pero es probable que se hallaran situados en la ribera occidental al norte del lago Timsa. Etam se hallaba "a la entrada del desierto", o sea, al límite de la tierra regada por el Nilo. No es posible saber mucho de la profundidad del agua de esta cadena de lagos, en sus distintos puntos, pero, aun no siendo "mar profundo" como el mar Rojo propiamente dicho, ofrecieron una barrera infranqueable al paso de los israelitas, aparte de una intervención milagrosa de parte de Dios.
Faraón quedó extrañado al recibir noticias de los movimientos de Israel, y, con razón, desde el punto de vista estratégico, pensaba que se habían metido en una trampa, entre desiertos y aguas, constituyendo una presa que podría recoger fácilmente (Ex 14:3). Según su pensamiento, su ejército, rápido y eficaz, podría rodear la multitud a la manera de perros pastores que rodean los rebaños, devolviéndola a su lugar y a su trabajo. Etam fue el lugar del campamento, y los demás sitios señalan el área en general que mediaba entre las fértiles tierras regables y las aguas de los lagos. Ya hemos notado que, al trazar esta ruta, hemos seguido los estudios de W. F. Albright, pero advertimos que no todos los eruditos están conformes con las conclusiones que saca este gran erudito.
El ataúd de José (Ex 13:19) (Gn 50:24-26). José podía haber ordenado su entierro —con el cadáver momificado según la costumbre egipcia— en una pirámide si hubiese querido; o, alternativamente, habría podido dejar órdenes para su sepultura inmediata en la tierra de Canaán, en el sepulcro familiar en Macpela, como lo había hecho Jacob. Prefirió, sin embargo —y no dudamos de la inspiración divina— romper tanto con las costumbres egipcias como con las hebreas, ordenando que su ataúd fuese guardado en medio de Gosén como señal, muda y elocuente a la vez, de que los israelitas habían de retornar a la tierra de sus antecesores. Quizá tal señal fue elemento importante en la "conversión" de Moisés cuando determinó unirse a su pueblo, dejando las comodidades y el poderío del palacio de los faraones. La fuerza de la solidaridad de los pueblos orientales y su fidelidad a la palabra jurada, aun tratándose del compromiso de generaciones anteriores, se echa de ver claramente en la obediencia de los líderes de Israel, después de José, recordando sus mandatos aun en medio de los apresurados arreglos de la noche del éxodo. La momia del gran libertador del pueblo fue llevada en medio del pueblo a través de todas las jornadas de las peregrinaciones, y los primeros de la conquista, hasta que fue sepultado finalmente en Siquem, en el corazón de Canaán, en la parcela de tierra que su padre Jacob había comprado: tierra de sus primeros recuerdos (Jos 24:32).
La columna de nube y de fuego (Ex 13:21-22). Las columnas de humo de día y fuegos encendidos de noche se empleaban corrientemente para la orientación de ejércitos en la época que tratamos, pero hemos de desechar toda idea de que el lenguaje del versículo 21 se pueda explicar por procedimientos humanos. Es preciso complementar este principio de la guía especial que Jehová concedió a su pueblo por medio de las descripciones más detalladas del fenómeno que hallamos en (Ex 40:24-38) y (Nm 9:15-23), y así comprenderemos que la columna de nube y de fuego fue una manifestación de la presencia de Dios, asociada más tarde con el tabernáculo, puesta a la disposición de Israel desde los primeros momentos del éxodo como guía y auxilio del pueblo peregrino. En las Escrituras se habla de la gloria de Jehová, pero los rabinos, siempre temerosos ante referencias directas a la Deidad, preferían usar el término "shekina", que se deriva de una raíz que significa "morar", indicando que la gloria de Dios permanecía en medio del pueblo del pacto. Quizá la imagen popular que se nos presenta de una columna de nube —parecida a la del humo que brota de altas chimeneas— es demasiado simplista. Parece ser que la nube podía extenderse con el fin de dar sombra al pueblo durante el ardiente calor del desierto, además de proveerles de dulce claridad durante la noche. La nube, además de señalar la presencia de Dios, servía para guiar al pueblo que había de atravesar caminos desconocidos. Sin embargo, el hecho de que pudiesen seguir la marcha "de día y de noche" entraña también la función de sombra y de iluminación. Lo fundamental es que "Jehová iba delante de ellos" enviando la forma de manifestación que más convenía a las necesidades de su pueblo.
El tema de las "teofanías" —manifestaciones parciales de la gloria de Dios— ha de surgir en diversas secciones del libro de Éxodo, de modo que no hemos de agotar el tema aquí. El versículo 22 subraya la constancia de la guía que Dios dio a Israel pues "nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día ni de noche la columna de fuego", hasta que el pueblo se halló ya en la tierra de Canaán, donde las necesidades serían otras, exigiendo diferentes provisiones. Como lección práctica, que nos sirve de gran consuelo, notemos que Dios sabe con exactitud lo que necesitan los suyos, que podrán "sacar fuerzas de la gracia de Dios" (2 Ti 2:1), según las circunstancias del momento. Por otra parte, el hecho de que Israel se rebelara tantas veces, a pesar de tener la "shekina" a la vista, aumentaba mucho la gravedad de su oposición a la voluntad del Señor.

La víspera de la travesía del mar (Ex 14:5-19)

La última rebelión de Faraón (Ex 14:5-9). La comunicación que Dios concedió a Moisés, según (Ex 14:1-4), tiene como primer objeto orientarle exactamente sobre la ruta a seguir —que ya hemos intentado trazar—pasando luego a profetizar las reacciones de Faraón. Los movimientos que parecieron locura a Faraón y a sus generales fueron ordenados por Dios precisamente con el fin de levantar de nuevo el espíritu orgulloso del rey —que estaba lejos de someterse voluntariamente a Dios— quien ya se recobraba de la primera postración producida por la muerte de su hijo-heredero. Ya hemos visto que esta consideración no mengua la culpabilidad del monarca, cuyo último conato de rebelión brotó de su soberbia y despecho. Al mismo tiempo manifiesta bien a las claras que Dios había de utilizar esta causa secundaria para llevar a efecto su plan para la destrucción total del ejército de Egipto, librando así a su pueblo de un peligro inminente mientras estuviese cerca de las fronteras del país enemigo. Las dramáticas lecciones de las plagas fueron olvidadas rápidamente —tal es la condición del corazón del hombre caído— y Faraón y sus consejeros volvieron a hacer sus cálculos con olvido completo de lo que Dios les había manifestado. He aquí sus reacciones después de desvanecerse al terror de la noche de la Pascua: "¿Cómo hemos hecho esto de haber dejado ir a Israel, para que no nos sirva?", "¡Qué locura la de habernos dejado impresionar por unos fenómenos algo misteriosos —exclaman en efecto— perdiendo así una vasta reserva de mano de obra barata!".
Ahí se hallaba el ejército aún, intacto, bien organizado, y capaz de movimientos rápidos, gracias al uso de los carros de caballos introducidos por los hiksos. Parece ser que Faraón mismo se puso a la cabeza de sus fuerzas (versículos 8 y 10), pero eso en sí no prueba que el rey siguiera a Israel por el camino que se abrió en el mar, ya que su vida sería sagrada para sus consejeros, quienes procurarían protegerle. Al continuar la narración sólo declara que las aguas volvieron sobre el ejército de Faraón (Ex 14:28). Los generales egipcios pronto tuvieron a la vista la multitud de Israel, acampada frente al mar Rojo.
Las reacciones y murmuraciones de los israelitas (Ex 14:10-12). Si bien los egipcios rechazaron las lecciones de los juicios del Señor hasta el extremo de lanzarse a un acto de desafío, osado y desastroso, los israelitas no les aventajaban como hombres naturales, ya que desaprovecharon las enseñanzas, escritas en letras de molde, que Dios les había concedido por reiteradas intervenciones a su favor. Al ver a los egipcios "temieron en gran manera", y bien que el historiador añade que "clamaron a Jehová", las palabras que dirigieron a continuación a Moisés muestran que se trataba más de un "clamor de protesta" que de fe. Sin duda no faltaban otros hombres fieles, pero el peso de la responsabilidad recae sobre el caudillo, cuyo espíritu se había templado hasta tal punto por las pruebas pasadas, que no limitaba en nada el poder de Dios, confiado en sus promesas. Dejando aparte las murmuraciones anteriores a las revelaciones especiales que Dios les había concedido (Ex 5:20-21), ésta es la primera de las muchísimas protestas del pueblo que se han de notar en este libro y en el de Números —recogidos con comentario espiritual en el Salmo 106— y señala la triste pauta para las reiteradas reacciones incrédulas y rebeldes de los israelitas.
El gozoso triunfo de las primeras marchas se cambia en amargas quejas y negro pesimismo. "¡Hemos de morir todos! ¿Por qué no morimos en Egipto en lugar de ser muertos en este lugar de exilio y de desolación? ¡Ya te lo dijimos!". Por lo menos estos lloros, que pueden caracterizarse casi de "rabieta infantil", sirven de telón de fondo sobre el cual se destacan tanto la gracia de Dios como la constancia de Moisés, el siervo que ya se hallaba a la altura de su ardua misión.
La exhortación de Moisés (Ex 14:13-14). El hecho de que Dios dijera luego a Moisés: "¿Por qué clamas a mí?", no anula el gran valor del mensaje que el caudillo dirigió al pueblo desanimado, cobarde y rebelde, sino sólo indica que el momento había llegado para la marcha ya determinada y provista, que había de efectuarse por la calzada más extraña que jamás utilizara pueblo o ejército en el curso de la historia. Moisés quiso consolar al rebaño atemorizado por medio de una magnífica declaración de fe. No sólo exhorta al pueblo a perder el miedo, permaneciendo firmes frente al peligro —veía quizá, que se hallaban cerca de una desbandada general motivada por un pánico colectivo— sino que prometió que habían de presenciar una obra de Dios de tal magnitud que jamás volverían a ver a sus enemigos. Ellos podían estar tranquilos, ya que Jehová había de pelear por ellos. Es probable que —siglos más tarde— el fiel rey Josafat hallara inspiración en estas mismas palabras al dar expresión a idéntica confianza en Dios, frente a una situación "imposible" (2 Cr 20:12,17).
Se prepara el camino por el mar (Ex 14:15-20). Jehová anuncia el modo en que el éxodo ha de llegar a aquella consumación que entrañaría la destrucción total de la fuerza del enemigo. Las aguas del mar Rojo no han de ser obstáculo para la marcha, sino camino real a la libertad, además de constituirse en el medio para el aniquilamiento del ejército egipcio. Al levantar Moisés la vara —consagrada en tantas ocasiones como símbolo del poder de Dios obrando por medio de su siervo— las aguas del mar han de dividirse al efecto de que los israelitas pasen por en medio de ellas pisando tierra seca. No sólo eso, sino que los egipcios han de sentirse envalentonados, creyendo que podrán seguir por donde Israel ha pasado, lo que dará lugar a la destrucción total de su magnífico ejército, quizá el mejor del mundo en aquella época. Será la lección final de la larga serie, y "sabrán los egipcios que yo soy Jehová" (versículo 18). No sólo habría luto en Egipto por la pérdida de los primogénitos, sino también por la muerte de la flor y nata de sus hombres valientes ahogados en las aguas del mar.
La protección que otorga la nube (Ex 14:19-20). "El Ángel de Jehová" iba delante de Israel, y el título corresponde a la manifestación de la presencia de Dios en sentido "ejecutivo". Se menciona aparte, pero sin duda la presencia del "Ángel" se asocia estrechamente con la nube de sombra y de gloria, que también cambia de situación, quitándose de la cabecera de las huestes de Israel con el fin de proveer la necesaria protección de retaguardia. Es muy significativo el fin del versículo 20: "... y era nube y tinieblas para aquéllos (los egipcios) y alumbraba a Israel de noche, y en toda aquella noche nunca se acercaron los unos a los otros". Cuando Dios se manifiesta a espíritus rebeldes no son conscientes sino de nube, oscuridad y terror, pero la misma presencia es luz, alegría y socorro para los suyos.

El camino abierto (Ex 14:21-31)

Los hijos de Israel entraron por el camino abierto (Ex 14:22). El momento de dudas y de lamentos había pasado. El pueblo, al ver a Moisés extender la vara —como lo había hecho tantas veces en Egipto— y comprobar los maravillosos resultados, se acordó de los milagros anteriores, llegando a la convicción de que Jehová seguía peleando por ellos, comentando el escritor inspirado de Hebreos: "Por la fe (los israelitas) pasaron el Mar Rojo como por tierra seca" (He 11:29). Soplaba un viento recio en sus rostros, y allí, a lo lejos, se amontonaban las aguas inestables, pero la gloria de Dios se dejaba ver entre ellos y sus enemigos, dándoles tal confianza que los hombres animaban a sus bueyes, otros arreaban a sus burros, las mujeres agarraban la mano de sus pequeños, caminando todos por donde, horas antes, no había más que extensiones de agua. De todas las maravillas que hiciera Dios por su pueblo, ésta se lleva la palma como manifestación de su control de todas las fuerzas naturales, ya que fue hecho "camino en el mar", tema de innumerables cánticos de triunfo de los cuales el de Moisés fue el primero. Ha llegado el momento de la consumación del ÉXODO, el "camino fuera", el acto final de la separación de Israel de Egipto.
El atrevimiento de la incredulidad (Ex 14:23). Montados en sus carros y viendo el buen orden de sus escuadrones, los líderes egipcios volvieron a confiar por completo en el "brazo de la carne", con olvido de que Dios les había dado a conocer su NOMBRE a través de la prolongada sucesión de plagas. "¡Si los israelitas, con sus mujeres y niños, arreando bueyes y asnos, pueden pasar por el camino abierto por el viento del este, ¿por qué no lo hemos de hacer nosotros, montados en nuestros veloces carros de combate? ¡Vamos tras ellos!". ¡Pobres "razones" humanas que dejan fuera de sus cálculos al Dios omnipotente! El versículo 23 subraya la locura de ordenar el avance de la totalidad del ejército "hasta la mitad del mar", pese a la oscuridad de la nube que les separaba de los fugitivos.
El principio de la derrota (Ex 14:24-25). Se trata ya de la última batalla entre Jehová, Dios de Israel, y las fuerzas humanas y diabólicas de Egipto. "A la vigilia de la mañana Jehová miró las huestes de los egipcios" escribe el autor, utilizando el acostumbrado lenguaje antropomórfico para recordar el momento de iniciar la última acción bélica de la gran campaña. Dios "miró" y "obró", estorbando los movimientos del enemigo y dando lugar a que todos los israelitas pasasen a salvo a la ribera oriental del mar Rojo. Es probable que el verbo traducido por "quitar" en el versículo 25 signifique más bien "entorpecer", tratándose de las ruedas de los carros, que se hundían en los blandos arenales reduciendo muy considerablemente el ritmo de la marcha. La firmeza del piso había sido parte del milagro del éxodo, al permitir el paso de los israelitas con sus pesados carros, pero ya no hay "calzada firme" para el ejército enemigo, sino terreno pantanoso. Al darse cuenta de este serio impedimento, se despertaron a la realidad de su peligrosa situación. Demasiado tarde se acordaron de que Jehová era el "General" de los israelitas, luchando a su favor, y muy tarde emprendieron la retirada a su tierra (versículo 25).
La última arma de guerra (Ex 14:26-28). Dios había empleado los recursos naturales de Egipto y los peligros normales de sus condiciones climatológicas en su guerra con el enemigo recalcitrante, humillando a sus dioses y rebajando el orgullo nacional. El arma que se emplea para asestar el golpe final consiste en las aguas que protegían la frontera oriental del país y que habían coadyuvado tantas veces en la historia de Egipto como medio para defender su civilización peculiar y recluida contra ataques e infiltraciones ajenas. A causa de su ceguera persistente y su loca soberbia, estas mismas aguas amigables y protectoras se convierten en el elemento que Dios utiliza para la destrucción total de su poder. Las huestes de Egipto se hallan a mitad del camino, comprendiendo demasiado tarde la imposibilidad de alcanzar su presa, y, a la vez, impedidos en sus deseos de huir a la ribera occidental. Los israelitas están ya a salvo. Es entonces cuando viene el mandato divino a Moisés: "¡Extiende tu mano sobre el mar!". La falta de una referencia a la vara no indica que Moisés la hubiese soltado, sino más bien se supone que lleva la vara en la mano. Fue la señal para que cesara la fuerte presión del viento del este sobre las aguas, que volvieron a su cauce normal. No hacía falta mucha profundidad de agua para conseguir el total aniquilamiento de las fuerzas egipcias que se habían atrevido a avanzar por el ancho camino antes abierto, y tanto los carros como la caballería e infantería quedaron sumergidos. El autor sigue utilizando metáforas militares cuando escribe: "Jehová derribó a los egipcios en medio del mar" (versículo 27). El momento de extender Moisés su mano coincidió por una parte con la salida de los últimos israelitas a la firme ribera oriental, y por otra con el avance de la totalidad del ejército enemigo hasta el punto medio del mar Rojo, de modo que, al salvarse todos los hebreos, "no quedó de (los egipcios) ni uno".
Los israelitas contemplan la obra consumada (Ex 14:29-31). El hecho histórico acaba de narrarse, pero tan sublime obra merece un resumen, que sirve también para introducir las reacciones del pueblo salvado. El autor (o redactor) quedó impresionado por la protección que Jehová había otorgado a su pueblo, proveyéndoles de un "muro" a derecha y a izquierda, llevándoles por la mano a la tierra de su liberación y a la vez convirtiendo el muro protector en arma destructora que derribó al enemigo. Se reitera la consumación de la obra: "Así salvó Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios". Según tradiciones que recogió Flavio Josefo, el viento del este viró hasta soplar del oeste, lo que llevó muchos de los cadáveres de los egipcios a la ribera donde se hallaban los israelitas, que así recibieron prueba ocular de la destrucción del temido ejército (versículo 30). Siempre según Josefo, los despojos de los militares muertos aumentaron considerablemente los pertrechos militares de los israelitas, quienes quedaron en mejor situación para enfrentarse con los enemigos del desierto, con referencia especial a los amalecitas (Ex 17:8-16). Pero lo importante —desde el punto de vista estratégico— fue la destrucción del ejército, inmediatamente después de las severas pérdidas que había sufrido la economía egipcia. Esto proveyó para Israel el tiempo que necesitaba para llevar a cabo su cometido de organizarse como nación, en circunstancias de paz en lo que respecta a Egipto. Este imperio recobró pronto su poderío, pero mientras tanto Israel había llegado a ser un pueblo libre y fuerte, sin que existiera la más remota posibilidad de que fuese sujeto de nuevo, por la fuerza, a la servidumbre de Egipto.
Los israelitas aprenden la lección (Ex 14:31). "Y vio Israel aquel grande hecho ... y temió a Jehová y creyeron a Jehová ... y a Moisés su siervo". La fe no consiste en impresiones místicas y nebulosas, sino en la confianza total que comprende y acepta la obra de Dios. Habremos de lamentar muchos fracasos en el testimonio posterior de Israel, pero no hemos de creer que anulan todo el efecto que el éxodo produjo en su ánimo. Nos atrevemos a pensar que el "resto fiel" de hombres y mujeres piadosos existía siempre dentro del "cuerpo carnal" de la nación desde el principio, y que los fieles nunca se olvidaron de la victoria de aquel día, obra sublime que tan claramente revelaba el poder de Dios y su tierno cuidado del pueblo redimido. Antes habían sido redimidos por la sangre, que hablaba del sacrificio eterno de Cristo, y ahora se gozan en ser redimidos por el poder de Dios, hallándose en "tierra nueva", lo que nos recuerda la posición de los creyentes que han aprovechado la muerte y resurrección de Cristo. Hay una nueva creación, en la que "... las cosas viejas pasaron ... todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios..." (2 Co 5:17-18). Siglos después el salmista había de memorar la gran liberación y el efecto que produjo en el pueblo: "Pero él los salvó por amor de su nombre, para hacer notorio su poder. Reprendió al Mar Rojo y lo secó, y les hizo ir por el abismo como por un desierto. Los salvó de mano del enemigo, y los rescató de mano del adversario. Cubrieron las aguas a sus enemigos; no quedó ni uno de ellos. Entonces creyeron a sus palabras y cantaron su alabanza" (Sal 106:8-12).

El cántico de alabanza (Ex 15:1-21)

Consideraciones generales sobre el cántico Moisés como poeta. Hoy en día pocos eruditos negarían la antigüedad y autenticidad de este hermoso cántico, ya que se sabe que distintos géneros de literatura se habían desarrollado en las tierras del Próximo Oriente siglos antes de los tiempos de Moisés. Lo que podría extrañarnos es que en este primer cántico completo conservado en la literatura israelita halláramos plenamente desarrolladas las formas típicas de la métrica hebrea, sin influencias perceptibles de la egipcia. En cuanto a esto hemos de tener en cuenta que Moisés —hombre polifacético y profundo a la vez—se había identificado totalmente con su pueblo natal; además había pasado cuarenta años entre los pueblos del desierto, semitas y descendientes también de Abraham. Se ve que había cultivado la poesía en el medio cultural semita, como evidencia el cántico que tenemos delante, además de las hermosas y elocuentes estrofas del Salmo 90, que lleva su nombre como autor, sin que existan razones para dudar de que fuese suyo.
La poesía hebrea. No podemos interrumpir el curso del comentario insertando largos paréntesis sobre el arte poético de los hebreos, pero parece necesario recordar que su belleza consiste no sólo en el sabio, delicado y dramático uso de la metáfora —con los demás giros retóricos propios de la poesía— sino en la reiteración de conceptos según el principio conocido por el término "paralelismo". El ritmo que surge del orden de acentos tónicos no puede pasarse a una traducción que pretenda ser fiel, pero el delicado equilibrio de conceptos puede transferirse perfectamente a distintas versiones, y gracias a esta característica, nosotros podemos deleitarnos en la belleza poética de este cántico. Cada verso consta de una declaración, y el siguiente recoge sus términos, sea para enfatizarlos por medio de sinónimos, sea para presentar marcados contrastes antitéticos. "La estrofa" consiste de varios versos que suelen producir un efecto cumulativo, llevándonos a menudo a un refrán que se repite a través de la poesía. Dentro de este principio de paralelismo de conceptos cabe una diversidad de combinaciones de gran fuerza poética y dramática.
La construcción del cántico. Moisés comienza el cántico con un leit motif que luego recoge María y las mujeres, quienes, quizá, intervienen a intervalos con este refrán antifonal, o sea, como "contestación musical" a lo que han cantado otros.
"Cantaré yo a Jehová porque se ha magnificado grandemente; Ha echado en el mar al caballo y al jinete" (Ex 15:1,21). Los versos del cántico que corresponden a los versículos 2 y 3 de nuestro capítulo —correctamente separados en la RV-60— reiteran conceptos sobre la grandeza y la gloria de Jehová, Dios del salmista, volviendo los versículos 4-8 a elaborar más la victoria señalada en el "refrán" inicial. Los versículos 9 y 10 contrastan las vanas pretensiones del enemigo orgulloso con la obra de Jehová, y el viento del oriente se describe poéticamente como "el soplo de Jehová". Las alabanzas de los versículos 11 y 12 se fundan sobre la sublime obra que "la diestra de Jehová" acababa de llevar a su consumación. Los versículos 13-18 constituyen una profecía que abarca el establecimiento de Israel en su morada en Canaán, destacándose tan tempranamente los conceptos de un santuario ordenado por el Señor, y el del reino eterno. Las obras del Señor se realizan a la vista de los enemigos de Israel, sin que éstos puedan oponerse a un proceso que les llena de recelo y de temor. Después del cántico se introduce otro resumen de la destrucción de los egipcios en el mar (Ex 15:19) y después se nota la manera en que María, hermana de Moisés y profetisa, guiaba a las mujeres de Israel en sus danzas de triunfo mientras que ella repetía el refrán del cántico que ya hemos citado.
El porqué del cántico (Ex 15:1-3). El cántico constituye una hermosa expresión de alabanza y de adoración que surge del corazón de Moisés y del pueblo en vista de la maravillosa redención que Dios acaba de realizar a su favor y que revela su "nombre", o sea, su naturaleza, su poder y su autoridad. Queda como una bella muestra de tales cánticos —que tanto agradan al Señor— bien que, posteriormente, a la luz de la revelación completa en Cristo, el tema será "de Moisés y del Cordero" (Ap 15:1-4). En la revelación judeocristiana Dios se revela por medio de sus obras, cada una de las cuales añade una pincelada al "cuadro" que nos da a conocer al Dios omnipotente, justo, santo, misericordioso, amante y fiel. Así Moisés entona: "Cantaré yo a Jehová porque se ha magnificado grandemente ... Jehová es mi fortaleza y mi cántico". Cantando en términos que describen la gran batalla que Dios libró en contra de los enemigos de su pueblo —y de sus propios propósitos— Moisés alterna la mención de lo que Dios hizo con la manifestación subsiguiente de lo que él es. Viene a ser una experiencia personal de Moisés, quien emplea pronombres personales y singulares, sin que deje de hablar al mismo tiempo en nombre de todo el pueblo que constituye un solo ser, como "hijo" de Jehová.
La obra de Dios en contraste con las pretensiones del enemigo (Ex 15:4-12). El tema es el del maravilloso triunfo del poder de Dios que los israelitas acabaron de presenciar, desarrollado en términos altamente poéticos. El hecho de que Dios utilizara el fuerte viento del oriente para dividir las aguas no mengua para nada la realidad de su intervención directa. Los hebreos no distinguían entre una "naturaleza abstracta", que sigue su marcha automáticamente según sus "leyes", y el Dios Creador, quien hizo y sostiene todas las cosas, de modo que es natural que la fuerza del viento se describa en los términos de los versículos 8 y 10: "Al soplo de tu aliento se amontonaron las aguas ... soplaste con tu viento; los cubrió el mar?". La frase del versículo 8, "Los abismos se cuajaron en medio del mar" no supone más milagro que el efecto de amontonarse y retenerse las aguas por la fuerza del viento, ya que no se trata de un análisis científico sino de expresiones poéticas. Otro término antropomórfico que ha de repetirse mucho a través del Antiguo Testamento es el de "la diestra de Jehová" (versículo 6), que expresa gráficamente las poderosas operaciones de Dios a favor de su pueblo y en contra de los enemigos pertinaces que se oponen a la luz. Las jactancias del enemigo —recogidas en el versículo 9— prestan fuerza adicional a las alabanzas de la obra de Dios. Los jefes del ejército, que quizá sería el mejor equipado y entrenado del mundo de entonces, expresan su determinación de perseguir y apresar al pueblo fugitivo, repartiendo luego aquellos valiosos despojos que habían sacado de Egipto. No sólo eso, sino que se deleitan en el pensamiento de poder vengarse en los cuerpos de los israelitas "rebeldes" por medio de la espada. Es un ejemplo sobresaliente del espíritu de rebeldía en contra de Dios y de su ungido que se ha manifestado repetidamente entre los gobernantes de una raza caída al querer afirmar su frágil dominio frente al reino de Dios: "Se levantarán los reyes de la tierra y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras y echemos de nosotros sus cuerdas" (Sal 2:1-3). Se nota el énfasis sobre el YO en el original: "Yo perseguiré, yo apresaré ... mi alma se saciará de ellos". Es el "yo" del hombre caído que aceptó la sugerencia satánica: "Vosotros seréis dioses?". Sólo se rebaja cuando el hombre arrepentido contempla la cruz donde el que se halló revestido de todos los derechos se entregó a la muerte total con el fin de hacer posible la salvación de este pobre rebelde. Los demás, movidos por la demencia del pecado, se imaginan fuertes y capaces de mantener la lucha contra el Omnipotente.
Como en diversos salmos, el versículo 11, en lenguaje poético, admite la existencia de "los dioses" ya que son reales para sus engañados secuaces, siendo necesario mostrar la victoria del Dios único sobre todas las supuestas fuerzas que han surgido de la imaginación humana, inflamada por Satanás, en el intento de llenar el vacío que se ha producido por el abandono del Creador (Ro 1:18-23). Dios había ejecutado sus juicios contra los dioses de Egipto, y Moisés puede exclamar: "¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?". Esta mención de la santidad de Dios es la primera que hallamos en las Escrituras, e introduce uno de los conceptos más importantes de la revelación escrita. Parece ser que el término "gados" se deriva de una raíz que significa "separación", y, aplicado a Dios denota que él es "totalmente otro", llegando a expresar la esencia de su ser. En el libro de Levítico se aplica mucho a hombres y a cosas, señalándolos así como "separados" o "consagrados" para el uso exclusivo de Dios, y de ahí pasa al Nuevo Testamento donde "los santos" son los apartados para Dios por hallarse en Cristo Jesús.
El futuro de Israel (Ex 15:13-18). El tiempo de la mayoría de los verbos usados en esta sección denota acontecimientos consumados, pero la totalidad del movimiento poético la revela como una profecía. Es normal que el profeta vea una obra futura como algo ya realizado, puesto que, en su íntima comunión con Dios, "ve" el propósito divino como consumado. Por eso se le llama, no sólo "profeta", sino también "vidente". Moisés, como profeta, recoge la herencia de Abraham, quien recibió promesas detalladas como las que fueron otorgadas en las circunstancias de (Gn 12:1-3) (Gn 15:4-5,18) (Gn 17:5-8,16) (Gn 22:15-18). Algunas de las promesas se habían cumplido ya cuando Moisés entonó su cántico, ya que un pueblo numeroso y fuerte había sido redimido del poder de Egipto. Pero quedaron por cumplir otras: las que aseguraron la posesión de la tierra de Canaán. Esta porción profética no sólo ve el cumplimiento del establecimiento de Israel en la tierra como un hecho real, determinado por Dios, sino que añade detalles adicionales, puesto que la luz de la revelación ya iluminaba áreas más amplias. La tierra de promisión se llama "tu santa morada" (versículo 13) ... "el monte de tu heredad" ... "en el lugar de tu morada" (versículo 17). Todas estas frases señalan la Tierra Santa como el lugar que Dios había escogido para dar a conocer "su Nombre", y donde, en la "consumación de los siglos", se había de llevar a cabo el gran misterio de la redención (He 9:26). "El monte de tu heredad" puede referirse a toda la tierra, ya que Israel empezó por posesionarse de las tierras montañosas de Judea en el sur y del "monte de Efraín" (según el término que corresponde a tiempos posteriores) en el centro. Sin embargo, al ver "el monte" en íntima relación con el "santuario" y con el "reino", no podemos por menos que vislumbrar una alusión al "monte de Sion", que, bajo el gobierno de David, había de ser el centro inconmovible tanto del reino como del santuario. Hay profecías bíblicas que siguen señalando este mismo lugar como el centro del reino futuro. Todo se encaja —como en tantos salmos— dentro de la perspectiva aún más del reino eterno, que supone la manifestación y el pleno señorío del Mesías: "Jehová reinará eternamente y para siempre" (versículo 18).
Otro resumen de la victoria (Ex 15:19). No necesita comentario este resumen que reitera la gran victoria sobre Faraón, y que podría haber sido añadido por algún redactor. Como en el cántico mismo, el énfasis recae sobre la caída estrepitosa del orgulloso monarca que quería desafiar a Dios. Si aceptamos la traducción de la versión RV-60, "Faraón" simboliza el poder de Egipto, ya que no hay otra evidencia de que el monarca mismo pereciera, pero quizá es más exacta la traducción de la Standard Revised Version (en inglés) que damos como sigue: "Porque cuando los caballos de Faraón con sus carros y jinetes, descendieron al mar, Jehová volvió a traer las aguas del mar sobre ellos..." no habiendo mención de la persona de Faraón.
La participación de las mujeres de Israel (Ex 15:20-21). Es siempre la referencia a las mujeres quienes, bajo la guía de María, también celebraron la gran victoria que Dios les había concedido. El pueblo de Israel se componía, como todos, de varones, mujeres y niños, y bien que el papel del varón se destacaba mucho más en aquellos tiempos que ahora, la presencia y el testimonio de las mujeres no pudieron faltar. De igual modo hay mención específica de la presencia de las mujeres cuando fue formada la Iglesia (Hch 1:14). Seguramente muchas mujeres piadosas habían penetrado más profundamente en el significado de las obras de Dios —desde que Moisés llegó con su comisión de parte de Jehová— que los varones, que tantas veces iniciaban la murmuración si no veían salidas inmediatas de circunstancias difíciles. La celebración por medio de tambores y danzas no debiera extrañar a nadie, ya que la danza sagrada fue algo muy conocido y el mismo David no desdeñó métodos parecidos siglos más tarde. No se trata de "compases de baile" entre los dos sexos, con "agarrados" que inflaman la concupiscencia, sino de movimientos rítmicos que acompañaban los sagrados cánticos de Israel. Por medio de los panderos se marcaba al compás que por supuesto, tendría poco en común con los ritmos modernos. Es María quien recoge el refrán del cántico de su hermano (versículo 21), pero cabe la posibilidad de que las mujeres en general la siguieran en esta expresión poética de alabanza al Señor. María es la primera "profetisa" que se menciona en la Biblia, y bien que el número de referencias a ellas es mucho menor que a los profetas, parece ser que ejercían el mismo ministerio, siendo "portavoces" de Dios, consultadas por igual cuando se quería discernir la voluntad de Dios (Jue 4:4) (Jue 5:7) (2 R 22:14) (Lc 2:36).

Temas para meditar

1. Discurra libremente sobre la Pascua, notando primeramente las características principales de la fiesta primera e histórica celebrada en la tierra de Egipto, y luego las de la celebración anual y perpetua establecida para el pueblo de Israel.
2. Describa el éxodo como la salida de Israel de Egipto, notando las circunstancias que motivaron la salida, la ruta que siguió la multitud y la travesía del "mar Rojo".
3. Haga un análisis del Cántico de Moisés y del pueblo (Ex 15:1-18), discurriendo sobre su forma poética y notando los grandes temas que se destacan en esta poesía.
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