En primer lugar, porque la multitud estaba pensando en sublevarse contra los romanos, lo que habría derivado en una lucha armada y en una nueva matanza. Y esto no tenía nada que ver con los medios que Jesús utilizaba.
En segundo lugar, la esclavitud de la que Jesús había venido a librarles, no era la de los romanos, sino la de sus propios pecados, y esto estaba muy lejos de sus pensamientos.
En tercer lugar, porque las multitudes pensaban en un reino material. Ellos ya habían visto cómo Jesús había multiplicado panes y peces, por lo tanto, podría satisfacer también cualquier otra necesidad física. Este era el rey que querían, alguien que estuviera a su servicio para darles todo lo que ellos pudieran desear, pero Cristo tampoco es ese tipo de rey.
Y en cuarto lugar, porque mientras Dios no cambie el corazón humano, el hombre sigue siendo un ser ingobernable. Ni los mejores programas políticos logran funcionar por causa de la maldad del ser humano. Y el Señor sabía que antes de poder ser Rey de los hombres, era necesario acabar con el pecado y proveer al hombre de un nuevo corazón. Era necesario pasar por la cruz antes de sentarse en el trono.