Estudio bíblico: El enlace con los evangelios - Hechos 1:1-26

Serie:   Hechos de los Apóstoles (II)   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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El enlace con los evangelios (Hechos 1:1-26)

Teófilo y el "primer tratado" (Hch 1:1)

La dedicación de una obra literaria a una persona de alguna distinción, interesada en las actividades del autor, fue costumbre bastante extendida en la antigüedad. Lucas sigue el mismo patrón, pero no con ánimo de granjearse el favor de los poderosos, sino para aleccionar a un amigo que ya sabía algo del Evangelio (Lc 1:4). En el capítulo introductorio hemos hecho notar que el libro de Los Hechos tiene marcado énfasis apologético, sirviendo no sólo para instruir a la Iglesia en cuanto a verdades de importancia fundamental, sino también para convencer a un público culto e inteligente de que el Evangelio no era "propaganda subversiva", sino que se extendía en los primeros tiempos con la anuencia y bajo la protección de los oficiales del Imperio.
Después de leer las muchas y contradictorias especulaciones de los eruditos sobre la persona de "Teófilo", lo único que podemos decir con alguna certeza es que se trataba de una persona real, quien llevaba un nombre bastante común en la época, ocupando quizás un puesto oficial que merecía el título de "excelentísimo" (Lc 1:1), digno representante de la clase de personas cultas e inteligentes que Lucas quería alcanzar y convencer por medio de sus escritos. Es posible que la falta del título de honor en Los Hechos indique que Teófilo había progresado en la fe, y que el enlace entre él y el autor se había hecho más íntimo, pero eso no pasa de ser una suposición verosímil.
1. El comienzo y la continuación de la Obra (Hch 1:1)
El "primer tratado" es obviamente el Evangelio según Lucas, y en él se habían expuesto "todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar" hasta el día de la Ascensión. He aquí el resumen en una frase del ministerio terrenal del Maestro; podemos notar que las "obras" preceden a las "enseñanzas", ya que el Dios de la Revelación hebrea y cristiana se da a conocer por lo que él hace, y, sobre la base de sus divinas actividades, aclara la verdad en cuanto a su Persona y sus designios.
De paso podemos apuntar una lección práctica: el cristiano que no anuncia el Evangelio por medio de sus obras nunca debe creerse llamado para predicarlo desde el púlpito, pues las obras debieran preceder las palabras.
Cronológicamente el ministerio del Señor tiene su comienzo, su continuación y su consumación. Por maravilloso que fuese su ministerio en la tierra, no pasaba de ser un principio: el fundamento firme de lo que después había de realizar. Recordemos el pequeño resumen del primer período de las actividades apostólicas al final del Evangelio según Marcos: "Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían" (Mc 16:20). A la luz de este resumen, podríamos llamar este libro "LOS HECHOS DEL SEÑOR ASCENDIDO", quien obraba eficazmente por medio de los suyos que habían aprendido el poder de su NOMBRE. La idea de la consumación de la Obra está implícita en la referencia al "Reino de Dios" de (Hch 1:3).

Los últimos mandamientos del Señor (Hch 1:2-3)

Durante los "cuarenta días" se ve en operación la más sublime "Escuela Bíblica" de todos los tiempos. No había edificio ni programas de estudio, pero el Maestro por excelencia, el Señor resucitado, reunía en torno suyo a aquellos discípulos que tantas veces habían recogido sus sabias enseñanzas antes de la Pasión. Veamos algunas de las características de estas enseñanzas.
1. Se dieron "por el Espíritu Santo"
¿Por qué se recalca este hecho? Con tal Maestro, ¿faltaba algo para que las enseñanzas fuesen perfectas? La frase señala una característica constante del ministerio del Señor, tanto en su comienzo como en su continuación. El Hijo-Siervo no obraba aislado de las otras "Personas" de la Santísima Trinidad, sino juntamente con ellas en una perfecta armonía de propósito y de obra. Por eso, en su bautismo, el Padre le aprobó y el Espíritu Santo le revistió de una unción especial que correspondía a su misión mesiánica. "El Espíritu del Señor está sobre mi" es la profecía que recogió en Nazaret (Lc 4:18) (Is 61:1), y en la plenitud del Espíritu hacía todas sus obras y profería sus palabras de divina sabiduría, antes y después de la Resurrección.
2. Se dieron a los apóstoles que había escogido
Era la etapa final de la formación de los apóstoles antes de lanzarse éstos a cumplir su misión en el poder del Espíritu Santo. El nombramiento y las funciones de los apóstoles es tan importante que lo tratamos más ampliamente en el Apéndice "Los apóstoles", y, al considerar el nombramiento de Matías, volveremos a mencionarlo. Basta notar aquí que el Maestro había escogido a estos hombres para recibir de él la verdad en cuanto a su Persona, Obra y enseñanzas. Eran testigos, pero testigos especialmente entrenados para poder transmitir las verdades aprendidas a otra generación con toda exactitud en la potencia del Espíritu Santo. Los "mandamientos" que recibieron se notan parcialmente al fin de los cuatro Evangelios e incluían el de proclamar universalmente el Evangelio, el de "hacer discípulos a todas las naciones", el de bautizar a los convertidos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y el de "enseñarles que guarden todas las cosas" que los discípulos mismos habían recibido, como también el de "apacentar a las ovejas y los corderos" (Mr 16:15) (Mt 28:19-20) (Lc 24:46-48) (Jn 21:15-17). La comisión es amplia, y si la Iglesia de hoy quiere ser "apostólica", no debiera permitir que caiga en olvido ninguno de sus términos.
3. Se dieron a la luz de la Obra consumada de la Redención
En el Cenáculo el Maestro no pudo acabar sus enseñanzas porque los discípulos no podían llevarlas: no sólo por las limitaciones naturales del hombre, sino porque carecían aún de la "clave" para su comprensión, o sea, la aclaración del misterio de la Cruz. Muchos creyentes se entretienen en señalar la "torpeza" de los apóstoles y su tardanza en comprender lo que Cristo quería enseñarles, pero debiéramos tener en cuenta que el Hijo de Dios no escogió a estos hombres por su torpeza, sino por ser los mejores instrumentos de aquel tiempo para el cumplimiento de sus propósitos. El misterio de la Cruz (en el sentido de cuanto Dios realizó por tan extraño medio) es tan profundo que aun las inteligencias celestiales no pueden profundizar todas sus honduras (1 P 1:12); ¿cómo, pues, podían los Once llegar a tal comprensión antes de presenciar el hecho de la Muerte y la Resurrección del Señor, y tener el sentido abierto para entender las profecías del Antiguo Testamento (Lc 24:44-46)? Las predicaciones de Pedro después del Día de Pentecostés son la prueba palmaria de que no había tal "torpeza" después de serles entregada la clave para comprender el designio de Dios.
4. Se relacionaron con el Reino de Dios
El término "Reino de Dios" se halla varias veces a través de Los Hechos, y es tan importante en sí que se trata en el Apéndice "El Reino de Dios". Basta que comprendamos aquí que la frase abarca todo cuanto esté bajo el gobierno de Dios, y se relaciona con la Persona del Rey, de modo que puede presentarse bajo distintos aspectos en el curso del desarrollo de los planes divinos para con el hombre. La "potencia" del Reino, sea lo que fuere su manifestación inmediata, brota de la Cruz y la Resurrección, de modo que a los discípulos, testigos de la Obra expiatoria y primeros partícipes de las bendiciones de Pentecostés, les fue dado ver "el Reino de Dios venido con poder" (Mr 9:1), sin que este cumplimiento agote el sentido de la frase, que abarca necesariamente una consumación escatológica.

Los cuarenta días (Hch 1:3)

El período de los "cuarenta días" durante el cual el Señor resucitado se manifestaba, seguido por los diez días de espera y culminándose en el Día de Pentecostés, debiera considerarse a la luz del calendario religioso de los judíos. Este calendario se presenta en su forma más completa en (Lv 23) donde vemos que, aparte de la celebración semanal del sábado, se ordena la fiesta anual de la Pascua (Lv 23:5-8), seguida por la de las primicias de los primeros frutos (Lv 23:9-14), meciéndose entonces la ofrenda de espigas "el día siguiente del día de reposo", o sea, el primer día de la semana que seguía la Pascua.
Luego habían de contar siete semanas cumplidas antes de ofrecer las primicias del horno, cuyo acto significaba el fin de la cosecha de la manera en que las primicias de los primeros frutos indicaba su comienzo. Contando de forma inclusive tenemos "cincuenta días" o la cincuentena, representada en griego por "Pentecostés".
Los grandes acontecimientos que forman la base de nuestra redención corresponden en fecha y sentido al calendario mosaico. La Crucifixión (cumplimiento del sentido profético de la Pascua) tuvo lugar al siguiente día de la tarde de la Pascua, o, según la manera de los judíos de calcular el día de una puesta de sol hasta la otra, en el mismo día. La Resurrección corresponde a la ofrenda de los primeros frutos el primer día de la semana siguiente, abriendo la época de la "cosecha de la Cruz". Pentecostés es el momento del descenso del Espíritu quien une a los hijos dispersos en "un pan", que es la Iglesia. La fecha de la Ascensión no corresponde a nada en el calendario, pero veremos que, a pesar de su obvio y hondo significado, no es más que la manifestación de una realidad ya existente desde la Resurrección.
1. Las pruebas indubitables (Hch 1:3)
Lucas pone énfasis sobre las "muchas pruebas indubitables". La palabra "tekmerion" significa evidencia convincente. Sin duda alguna el cristianismo descansa sobre el hecho de la Resurrección, y si no hubiera prueba irrefutable de él (ante quienes quieren considerar toda la evidencia), todo lo demás caería en ruinas. No es éste el lugar para aducir toda la evidencia, pero notemos algo que parece ser de mucha importancia. El mensaje cristiano no declara que un hombre cualquiera resucitara de los muertos sin más ni más, sino que se levantó de los muertos aquel que había manifestado tanto la naturaleza humana como los atributos de Dios durante un ministerio que duró tres años. El hecho corresponde a la vida, y desde este punto de vista es más difícil explicar cómo pudiera morir, que no el hecho de que los lazos de la muerte no pudieron sujetarle (Hch 2:24). El Señor resucitado iba manifestándose a los suyos en distintos puntos de Jerusalén, en el camino de Emaús, en distintos lugares de Galilea, variándose el número y la identidad de los testigos en las diferentes ocasiones; todos le habían conocido íntimamente antes de la Cruz, y bien que había diferencias, como es natural tratándose de un Ser resucitado, libre ya de las limitaciones del espacio y de la materia, quedaron convencidos de que era EL MISMO JESUS, su amado Maestro, quien se presentaba ante ellos. Aun nosotros, a través de las breves narraciones de los Evangelios, percibimos la unidad de la personalidad del Señor tanto antes como después de la Resurrección.
Pablo no era uno de estos testigos, y su llamamiento apostólico era diferente al de los Doce, bien que complementario; sin embargo, reconoció plenamente la importancia fundamental de las "muchas buenas pruebas", y conocía a muchos de los testigos personalmente, siendo el hecho que proclamaban piedra fundamental del Evangelio que tanto ellos como Pablo mismo predicaban (1 Co 15:1-9).

La espera del descenso del Espíritu Santo (Hch 1:4-5)

1. La Promesa del Padre
El Señor prohibió a sus discípulos que saliesen de Jerusalén antes de recibir "la promesa del Padre": bendición prometida por él mismo, como también profetizada en el Antiguo Testamento y por Juan el Bautista. No podían emprender ningún trabajo público sin que se completara la intervención de Dios para la salvación de los hombres, y no podemos separar jamás los hechos de la Cruz y la Resurrección de aquel otro complementario del descenso del Espíritu Santo, quien sólo pudo aplicar en poder divino dentro de los hombres lo que Cristo había realizado de forma externa e histórica en el Gólgota.
2. El enlace con las enseñanzas del Cenáculo
Las expresiones que emplea Lucas aquí concuerdan exactamente con las enseñanzas del "Aposento Alto" que hallamos en (Jn 14-16), lo que recalca una vez más la unidad esencial de los Evangelios. El estudiante debería estudiar cuidadosamente cuanto el Maestro enseñó sobre la "promesa" según se halla en (Jn 14:16-18) (Jn 15:26-27) (Jn 16:7-14), para volver a meditar en la importancia fundamental de la Persona y la Obra del divino Paracleto, quien había de tomar el lugar del Hijo en la tierra, enlazando al Mesías de la Diestra de Dios con el corazón de sus siervos en la tierra.
3. El previo acto simbólico
El lector se acordará de que, tras la Resurrección y estando Cristo reunido con los suyos en el Aposento Alto, había soplado sobre ellos diciendo: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20:21-23). Si aquel acto se estudia en relación con la porción que tenemos delante y tomamos en cuenta que, a la hora de la Ascensión, los Once aún aguardaban "la promesa del Padre", se comprenderá bien su significado simbólico que anticipaba la realidad del Día de Pentecostés, cuando el Señor Resucitado, en unión con el Padre, había de enviar sobre ellos el Espíritu Santo. La predicación del Evangelio en la potencia del Espíritu determinaría la "remisión de los pecados", y el rechazamiento de esta obra apostólica significaría la retención de los pecados.
4. La consumación de la Obra de Cristo
En (Hch 1:8) habla de este "poder" que los discípulos habían de recibir para su ministerio al descender sobre ellos el Espíritu Santo. Antes de estar así revestidos no les era permitido iniciar la nueva etapa de su obra, pues, a pesar de todas sus maravillosas experiencias, serían instrumentos completamente inútiles e inservibles si no obrasen por medio del Espíritu Santo de Dios. Veremos el resultado de este bautismo espiritual en capítulos sucesivos, pero nos conviene hacer un alto aquí con el fin de preguntarnos si nuestras actividades en la esfera del Reino son de hecho manifestaciones de poder espiritual, o si no pasan de ser un devaneo de la carne. Dios, en sus providencias, puede utilizar esfuerzos humanos defectuosos, pero lo que desea tener son instrumentos enteramente dedicados a él, llenos del Espíritu, para que la potencia sea manifiestamente del Cielo. ¡Cuánta madera, heno y hojarasca se ha de "quemar" en el Día del Señor Jesucristo porque nos olvidamos de este hecho fundamental! ¡No nos apresuremos! ¡Esperemos la promesa del Padre! Que nuestra primera preocupación sea la de estar "llenos del Espíritu" para que Dios pueda obrar con poder por medio de estos instrumentos que, sin tal poder, no son más que herramientas estropeadas e inútiles.

Los tiempos o sazones (Hch 1:6-8)

1. La comprensión de los discípulos
La pregunta de los discípulos, "Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?" ha suscitado una gran diversidad de comentarios, y la mayoría de los expositores están de acuerdo en criticar la "torpeza" de los apóstoles: "¡Tantas enseñanzas habían recibido del Señor, y todavía no comprendían que el Reino era espiritual y universal!". A nosotros, sin embargo, la pregunta nos parece una señal de verdadera inteligencia espiritual, que se consigna por el autor inspirado a causa de su gran importancia, y en manera alguna con el fin de destacar la supuesta torpeza de los apóstoles escogidos por el Maestro. Procuremos entender su posición y el sentido de su pregunta.
Antes de la Pasión, como buenos judíos ortodoxos empapados en las profecías del Antiguo Testamento, habían esperado que el Señor estableciera el Reino en manifestación, con la parte fiel de Israel en su centro. Después de la Confesión "oficial" de Pedro en Cesarea de Filipo, que expresó el sentir común de todos los discípulos de que Jesús era, en efecto, el Mesías, la expectación de los doce subió a su punto máximo. El Maestro, ante la sorpresa y disgusto de los suyos, se esforzaba por hacerles comprender que su Reino había de establecerse sobre el hecho de su Muerte y Resurrección; pero el "misterio de la Cruz" era demasiado profundo para hombres que aún no habían presenciado la realidad histórica. Como hemos visto ya, el Señor resucitado, durante los "cuarenta días", abrió el entendimiento de los suyos con el resultado de que pudiesen comprender por fin la profecía de (Is 53) y otros pasajes análogos, llegando ellos a saber que le correspondía al Mesías sufrir primero, y luego entrar en su gloria... "¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara en su gloria?" (Lc 24:26,46) (1 P 1:11). Sin duda alguna, el ministerio de los "cuarenta días" había sido muy eficaz. ¿Cómo podía ser de otra manera cuando el mismo Señor resucitado era el Maestro que enseñaba a discípulos inteligentes, muy preparados y deseosos de aprender? Por lo tanto ya comprendían bien el misterio, antes velado a causa de sus prejuicios nacionales, de que al Mesías le tocaba sufrir por el pecado antes de tomar su Reino. Pero el cumplimiento de estas profecías, las menos, no descartaba la validez de las demás, mucho más numerosas, sobre el establecimiento público del Reino, relacionado con señaladas bendiciones para el pueblo de Israel. Tampoco anulaba las promesas específicas hechas a Abraham y a los demás patriarcas sobre un futuro brillante para Israel, expresado éste en términos territoriales. La formación de un pueblo espiritual, compuesto de los convertidos tanto entre gentiles como judíos, no se había revelado aún (Ef 3:5-7) de modo que, en buena lógica, y por su comprensión, no sólo de las múltiples profecías del Antiguo Testamento, sino de las enseñanzas del Maestro mismo, querían saber cuándo el Reino, con Israel en el centro, había de establecerse. Era el punto que el Maestro no había aclarado aún y por eso hicieron la pregunta.
2. La unidad y la diversidad de los tiempos
La contestación del Señor; "No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola potestad", no ha de interpretarse como una reprensión, sino que recalca un principio muy parecido al de (Mr 13:32), y reitera el hecho de que, en efecto, hay "tiempos y sazones", por los que el Padre obra de diversas maneras según su Plan eterno. La palabra traducida por "sazones" indica eso, y se relaciona con los "siglos" o las "dispensaciones", o sea, aquellos períodos de tiempo que llevan su "signo", especial como etapas en el desarrollo del Plan de Dios, que no pierde por ello su unidad esencial. Era un concepto básico del pensamiento apostólico que toda profecía, fuese espiritual o material, tenía que cumplirse, pero tocaba al Padre, Fuente de todo el consejo de la Deidad, determinar el orden y la sucesión de las "sazones" (Ro 11:33-36).

El testimonio de los discípulos

1. "Me seréis testigos" (Hch 1:8)
Según la declaración del mismo Señor, los apóstoles habían de sentarse sobre doce tronos, juzgando las doce tribus de Israel, que, tomada en su sentido claro y normal, confirma que habrá un reino para Israel, hasta con distinción de sus tribus (Mt 19:28) (Lc 22:30). Pero les tocaba ser también las piedras fundamentales del nuevo "edificio", la Iglesia, cuyo testimonio en la tierra ocuparía el período que mediara entre el rechazamiento del Mesías por los judíos y su manifestación futura a su pueblo terrenal en gloria (Mt 24:30-31) (Ap 1:7) (Ap 19:11-16), con multitud de profecías como la de (Is 40:9-11).
El nuevo pueblo espiritual había de sacarse de todo pueblo y nación, de modo que los testigos que Cristo escogió, bien equipados para su misión gracias a las enseñanzas del Maestro y a la potencia del Espíritu Santo que les fue prometida, habían de lanzar su "proclamación" en círculos concéntricos, empezando en Jerusalén, extendiéndose por Judea, luego Samaria y por último a lo extremo de la tierra. La primera etapa en Jerusalén había de revestirse de caracteres especiales, no sólo porque los discípulos tardaban en comprender que la misión universal incluía a gentiles además de los esparcidos de Israel, sino porque Dios, en su misericordia, quería dirigir otro tierno llamamiento a su pueblo infiel, presentando como Resucitado al Mesías que habían crucificado. Samaria tenía una relación especial con el pueblo antiguo, a pesar de la rivalidad entre ambos, y el mensaje había de proclamarse a ellos bajo garantías especiales (Hch 8:14-17); sólo después de la predicación de Pedro en la casa de Cornelio (Hch 10) habían de comprender los apóstoles el alcance universal de su misión, que llevaron a cabo luego frente a bastante oposición por parte de los cristianos judíos de Jerusalén.
Algunos textos griegos antiguos dicen: "Me seréis testigos", y otros: "Seréis mis testigos". Cada variante aquí encierra una verdad profunda, pues los discípulos pertenecían al Señor y habían de actuar bajo sus órdenes, como hemos visto. Al mismo tiempo Cristo había de ser el tema único de su proclamación, siendo él mismo "Camino, Verdad y Vida", de modo que "predicaban a Cristo". La declaración se refiere en primer término a la obra especial de los apóstoles como testigos escogidos de la Persona y la Obra de Cristo, pero sin duda nos es permitido aplicarla a nosotros mismos, pues, habiendo visto al Señor a través de los escritos apostólicos, tenemos la obligación de darle a conocer a los hombres, empezando en los círculos familiares y de trabajo donde el Maestro nos ha colocado, pero estando prestos a ir dondequiera que nos llame. ¿Cuántos hombres, mujeres y niños conocen al Señor por tu testimonio y el mío?
2. El programa (Hch 1:8)
Muchos enseñadores bíblicos han hecho ver que tenemos en (Hch 1:8) un resumen del plan del libro, que es, al mismo tiempo, una indicación de cómo el Evangelio había de extenderse hacia el Occidente. El contenido de Los Hechos puede presentarse, pues, en forma de un bosquejo, basado sobre el análisis de (Hch 1:8):
Preparación de los apóstoles (Hch 1:1-26).
El descenso del Espíritu Santo (Hch 2:1-13).
El testimonio de los apóstoles en Jerusalén (Hch 2:14-7:60).
El testimonio apostólico en Judea y Samaria (Hch 8:1-12:25).
El testimonio apostólico hasta los últimos confines de la tierra, terminando la historia de Los Hechos en la metrópoli de Roma, símbolo de la totalidad del mundo civilizado (Hch 13:1-28:31).

La ascensión del Señor (Hch 1:9-11)

Al Señor le complació dar un fin definitivo y visible a su ministerio sobre la tierra, siendo alzado en su cuerpo de resurrección, "viéndole ellos", hasta ser recibido, y escondido de la vista de ellos por una nube de gloria como la que tantas veces había indicado la presencia divina en el Antiguo Testamento. No le era necesario hacerlo así, pues el cuerpo de resurrección del Señor no estaba sujeto a las limitaciones del tiempo ni del espacio, y ya había "subido al Padre" particularmente (Jn 20:17), pero quiso demostrar delante de los suyos el fin de una etapa de su Obra y el principio de la siguiente, según sus propias palabras en (Jn 16:28): "Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre".
La Ascensión, pues, puede considerarse bajo los siguientes puntos de vista:
Puso fin concreto y visible a la misión del Hijo en la tierra.
Dio principio a la sesión del Hijo ?siempre Mediador, y hecho ya Sacerdote eterno? a la Diestra de Dios, desde donde había de administrar la redención que ganó por su obra de Cruz. Así, según (Lc 24:51), se alejó de los suyos con las manos alzadas en ademán de bendición, que es todo un símbolo de su obra durante esta dispensación de gracia (Mr 16:20) (Hch 2:36) (Hch 5:31) (He 1:3).
Hizo posible el envío del Espíritu Santo, cuya presencia y obra en el mundo dependía de la consumación de la Obra de Redención. Por eso los discípulos habían de alegrarse de que el Señor se marchara, a pesar de su tristeza natural y humana, pues sólo así podrían derramarse sobre los hombres las bendiciones de la salvación (Jn 16:7) (Jn 15:26) (Lc 24:49). Notemos de paso que el Espíritu procede tanto del Padre como del Hijo.
La Ascensión al Cielo indicaba, según el mensaje de los ángeles, el retorno análogo a la tierra, de forma también visible, para manifestar, aun a los rebeldes, el triunfo de la Cruz (Hch 1:11) (He 10:12-13).

La promesa de la Segunda Venida (Hch 1:11)

Sin duda los dos "varones con vestiduras blancas" eran ángeles, o sea, mensajeros celestiales, enviados por el Señor para dar seguridad a los discípulos de que la Ascensión no era el fin de una obra, sino la garantía de su consumación. Si por el momento habían perdido la presencia física de su amado Maestro, era sólo para volverla a ganar en condiciones de victoria y de permanencia. Era inútil sentir nostalgia por lo que fue, y convenía "esperar sirviendo" hasta que el mismo Señor volviera... "Este mismo Jesús... así vendrá como lo habéis visto ir al Cielo". La palabra "así" quiere decir: real, personal y físicamente, mientras que el nombre "Jesús" recalca la eternidad de la humanidad glorificada del Señor. Nuestra confianza en el retorno personal del Señor Jesucristo no es una fantasía de una "secta milenarista", sino la determinación de dar sentido real a sus propias palabras y a las de sus apóstoles. La actitud normal de los convertidos es la de "servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo de los cielos"... "Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo" (1 Ts 1:9-10) (Fil 3:20-21). Si la Palabra nos engaña en este punto, ¿qué confianza podríamos tener en lo demás?

En el aposento alto (Hch 1:12-14)

1. El retorno de los Once
La Ascensión había tenido lugar en una parte del Monte de los Olivos, al este de Jerusalén y en las cercanías de Betania (Lc 24:50). Distaba de Jerusalén "el camino de un sábado", o sea, poco más de un kilómetro. Era la distancia que la "tradición de los ancianos" permitía que un judío anduviera en sábado, sin llegar a "trabajar" en el día de reposo. Desde los tiempos de Crisóstomo se ha pensado que la frase podría indicar que la Ascensión del Señor ?cuando, en cierto sentido, entró en su descanso? tuviera lugar en el séptimo día, y no en jueves como ahora se calcula. Si los "cuarenta días", son meramente un "número redondo", y se calculan de forma "exclusive", y no "inclusive", la idea no es imposible.
2. El Aposento Alto
Tales aposentos se levantaban sobre los terrados de las casas del Oriente, y solían ser los más espaciosos y tranquilos del edificio. Se menciona este "aposento alto" aquí como si fuera un lugar conocido, de modo que es probable que se trate del lugar donde el Señor se manifestaba a los suyos después de la Resurrección, que, a su vez, podría ser el mismo que un discípulo anónimo puso a la disposición del Señor para la celebración de la Pascua. Más tarde se nota que la Iglesia solía reunirse en la casa de María, madre de Juan Marcos, de modo que cabe dentro de lo posible (sin que se pueda dogmatizar sobre tales pormenores) que se refiera a la misma amplia residencia en todos los casos.
3. La lista de los apóstoles (Hch 1:13)
Los apóstoles se nombraron "oficialmente" cuando fueron llamados a dar principio a su misión por el mismo Señor (Mr 3:13-19), y es propio que la lista se repita al umbral de la nueva etapa de su servicio, como "testigos" del Señor resucitado. Los nueve primeros nombres se hallan en todas las listas, bien que el orden varía algo. Simón el Zelote es idéntico con Simón el cananista. Judas (hijo o hermano de Jacobo) corresponde a Tadeo en las listas de Mateo y Marcos. Desde luego, aquí no hallamos más que once nombres, debido a la defección de Judas Iscariote, y fue preciso que este hueco se llenase para que la Iglesia, próxima a formarse, descansase sobre el fundamento de Cristo y los doce apóstoles (Ef 2:20) (Ap 21:14).
4. "La compañía junta" (Hch 1:14-15)
Alrededor de ciento veinte personas estaban reunidas en el Aposento Alto en congregación regular, como indica la frase "epi to auto", la "compañía junta" (Hch 1:15). Los once formaban el núcleo de esta compañía y los demás serían hermanos que, sin ser apóstoles, se habían unido a Cristo con lazos de intimidad y de constante fidelidad. Esta constancia había de ser premiada pronto, pues, juntamente con los apóstoles, estos hermanos serían los primeros miembros de la Iglesia naciente.
5. María
No podemos pasar por alto la breve mención en (Hch 1:14) del nombre de María, la madre de Jesús. Después de este momento, nada se sabe de ella ni de sus movimientos en las Sagradas Escrituras. Este hecho basta por sí solo para que se desmorone el fantástico edificio de leyendas y "doctrinas" que se han levantado en torno a esta bendita persona, pues los apóstoles eran los llamados para proclamar y enseñar la "fe que ha sido una vez dada a los santos", y si la intercesión de María como "co-redentora" tenía la importancia que se le señala en los dogmas de Roma, habrían cometido una falta grave en no hacer constar el hecho. Al mismo tiempo, no debiéramos subestimar la importancia de la mención que aquí hallamos, que sitúa a María dentro del testimonio primitivo de la Iglesia, con el prestigio del hermoso ejemplo de su vida y el hecho de que Dios la había escogido como instrumento humano para traer al mundo el Cristo de Dios. Enlaza el misterio de la Encarnación ?cuando el Verbo Eterno entró en el mundo por la humilde vía del nacimiento de una mujer? con el advenimiento del Espíritu de Cristo que descendió sobre los creyentes reunidos de una forma apropiada a la misión que había venido a realizar. Mientras duraba el discernimiento espiritual que procedía de la plenitud del Espíritu Santo en la Iglesia primitiva, los cristianos sabían dar a María el lugar que correspondía a su misión única y tan honrada, sin revestirla de las prerrogativas que pertenecían por derecho exclusivo a su divino Hijo; pero, al menguar la manifestación del poder del Espíritu, y al terminarse el ministerio personal apostólico, las tendencias humanas, unidas a una creciente ignorancia de los principios vitales de la Nueva Creación, cobraron fuerzas suficientes para convertir, muy paulatinamente, la bendita y ejemplar madre de Jesús en una especie de "diosa" que comparte con el Dios-Hombre la Obra de la Redención. ¡Cuán triste quedaría esta alma escogida, tan llena de discernimiento espiritual, si pudiera ver lo que los hombres han hecho con su nombre!
6. Las mujeres
Juntamente con los apóstoles, los discípulos y María, y acompañándolos en la oración, se hallan las "mujeres". La "reunión regular", que había de convertirse pronto en "Iglesia", no era un asunto puramente varonil. Es probable que en casi todas las épocas de la historia de la Iglesia las hermanas hayan sido más numerosas que los varones, y su importancia se destaca desde el primer momento, en marcado contraste con las ideas orientales (cuajadas en su última y más desastrosa expresión en el Islam) que colocan a la mujer, no en una esfera diferente que complementa la del varón, sino en un plano de absoluta inferioridad. Las "mujeres" del Aposento Alto serían principalmente aquellas que habían acompañado al Señor desde Galilea (Lc 8:2-3) (Lc 23:49,55) con otras de Betania y de Jerusalén, quienes, aun durante el ministerio terrenal del Señor, habían dejado sus quehaceres domésticos con el fin de servirle con sus haciendas. No les tocaba la labor de proclamar públicamente el Evangelio, pero formaban parte integrante e imprescindible del círculo de "los discípulos" y sólo el Cielo revelará el valor de su servicio: quizá mayor que el de los varones, como es más importante el armazón de una casa que la fachada.
No podemos deducir "sin más ni más" de este versículo que las mujeres orasen en voz alta en la compañía reunida, pero sí que su oración se entreveraba con la de los apóstoles, formando un todo indivisible al subir delante del Trono.
7. Los hermanos del Señor
No sólo los romanistas, sino también algunos protestantes, se han esforzado por dar un sentido especial a la voz "adelphoi" (hermanos) en este pasaje y en otros análogos, por creer que se rebaja la dignidad de la madre de Jesús al pensar que llevara una vida matrimonial con José después del nacimiento del Salvador, siendo fruto de ella estos "hermanos", que en otras partes se mencionan por sus nombres. Para nuestro propósito basta decir que tal hipótesis surgió de las ideas equivocadas sobre la verdadera castidad, en boga desde el siglo segundo, que dieron lugar a la exaltación desmesurada de la virginidad. Entre los hebreos (y nos movemos aquí en ambiente hebreo) tal idea habría sido ridícula, pues lo extraño entre el pueblo terrenal de Dios sería el celibato, mientras que la vida de familia se tenía en mucha honra.
8. La oración
Los creyentes reunidos en uno se dedicaban a la oración y a la súplica, seguramente en relación con "la promesa del Padre" y la expectación de que estaban en el umbral de un nuevo y estupendo acontecimiento espiritual. Es un buen ejemplo de lo que es la oración, tan distinta en verdadera esencia de las peticiones egoístas que tantas veces se llaman por este nombre, y subraya que la verdadera oración es nuestra asociación con el Padre en sus planes y pensamientos. Perseveraban los discípulos en este sagrado ejercicio, que no se consideraba como algún aditamento a su vida de servicio, sino como su mismo fundamento, íntimamente relacionado con el poder que habían de recibir.

El nombramiento de Matías (Hch 1:15-26)

1. ¿Se equivocaron Pedro y sus compañeros?
En vista del hecho de que bastantes expositores han pensado que Pedro y los otros apóstoles "se equivocaron" al llenar el hueco dejado por la defección de Judas, nombrando a Matías como el duodécimo apóstol, es preciso situar este incidente en su contexto, estableciendo ciertos principios que nos ayudarán a una recta exégesis. Lo hacemos con mayor agrado en vista de que los mismos principios deben aplicarse a otros pasajes en los que algunos han creído percibir "equivocaciones" de parte de los siervos de Dios.
Los incidentes de los Evangelios y de Los Hechos son cuidadosamente seleccionados, y no se adelantan al azar (Jn 20:30-31) (Jn 21:25). Aparte, pues, de una indicación muy clara que señalara una equivocación, hemos de acercarnos al estudio de tales incidentes para aprender las lecciones que encierran y no para criticar a los siervos de Dios que en ellos actúan. Aquí no hay la menor indicación de que Pedro se equivocara.
El incidente se sitúa inmediatamente antes del descenso del Espíritu Santo en el Día de Pentecostés, de modo que hemos de pensar que constituye una preparación esencial para este gran acontecimiento.
Pedro cita pasajes de las Escrituras como profecías, no sólo de la traición de Judas, sino de la necesidad de llenar su cargo. Si hubiera usado el texto sagrado tan sólo para justificar una idea suya, voluntariosa y equivocada, no podríamos tener confianza alguna en su ministerio. En relación con su autoridad espiritual, debiéramos recordar que, según vimos al comentar (Hch 1:2-7), acababa de cursar los estudios más elevados posibles en la "escuela" del Maestro resucitado.
Pablo nunca habría podido llenar el hueco que Judas dejó, pues no podía cumplir los requisitos de (Hch 1:21-22), que definen el cometido especial del apostolado de los Doce (véase abajo). Pablo era apóstol por haber visto al Señor resucitado, pero nada podía testificar en cuanto a los hechos del ministerio del Señor en la tierra.
Es verdad que no hallamos ningún caso de que se llegara a una decisión por echar suertes después del Día de Pentecostés, pero este incidente se sitúa antes de aquella fecha, y la costumbre estaba en perfecta armonía con las prácticas de los siervos de Dios en el Antiguo Testamento (Pr 16:33).· Es muy posible que el uso del Urim y Tummim (Ex 28:30) (1 S 14:36-42) (1 S 30:7-8) consistía en echar suertes para llegar a una determinación final entre dos alternativas. De acuerdo con eso, vemos que los apóstoles no "echaron suertes" al principio, sino después de que el discernimiento espiritual de la compañía (guiada por los apóstoles) ya había seleccionado a dos hombres, Barsabás y Matías; como ellos no podían notar ninguna diferencia entre los dos, en cuanto a sus calificaciones, la "suerte", tras una oración unánime, revelo la voluntad de Dios. Después del descenso del Espíritu Santo no hacía falta tal medio, pues bastaba el discernimiento de los espirituales bajo la guía del Espíritu.
El hecho de que no hallamos más mención de Matías en el Nuevo Testamento no afecta la cuestión para nada, pues el relato sagrado se enfoca en la obra de ciertos apóstoles cuya obra entre judíos y gentiles era ejemplar, sin volver a hacer mención de sus colegas. Es de suponer que éstos iban cumpliendo el ministerio que habían recibido del Señor a pesar del silencio de las Escrituras en cuanto a sus trabajos.

El caso de Judas (Hch 1:16-20,25)

El nombramiento de Judas como apóstol por el Señor, a pesar de conocer su condición íntima ?"¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?" (Jn 6:70)? es uno de los mayores misterios de las Escrituras, como lo es también la psicología del traidor. Hemos de suponer que, al principio, éste era celoso por la idea mesiánica según se propagaba por las sectas extremistas y que creía genuinamente que Jesús había de ser el Ungido. Participó realmente del ministerio de los doce antes de su caída, pero es seguro que nunca entregara su corazón al Señor, ni recibiera la vida nueva por la fe (Jn 1:12-13). Después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, y al ver que el Señor no quiso aprovechar el entusiasmo de las masas para establecer un Reino visible, sino que hablaba insistentemente de alguna crisis de sufrimiento, rechazamiento y muerte, Judas quedó desilusionado. Su pecado dominante, la avaricia, le impulsaba a robar la bolsa de los pobres como mezquina compensación por la gloria y el poder que había esperado disfrutar (Jn 12:6), y luego, hecho ya instrumento de Satanás, aceptó la oferta de treinta piezas de plata por entregar a su Señor. Traicionó a su Maestro con besos hipócritas en Getsemaní, pero, al verle condenado a muerte por el Sanedrín, sintió remordimiento, y, tirando las monedas al suelo delante de los sacerdotes, se fue y se ahorcó (Mt 27:3-10).
1. El fin de Judas en Mateo y en Los Hechos
No sólo es Judas un personaje enigmático en sí, sino también las referencias a su fin presentan considerables problemas de exégesis, pues parece ser que hay una discrepancia entre (Hch 1:18-19) y el pasaje que ya hemos notado en (Mt 27:3-10). Tengamos en cuenta que los versículos 18 y 19 aquí forman un paréntesis explicativo que insertó Lucas en su narración, y que no pertenecen al discurso de Pedro, quien no tenía ninguna necesidad de dar detalles de un hecho notorio que se había producido hacía muy poco tiempo, conocidísimo, además, por todos los discípulos reunidos en el Aposento Alto. Pero cuando Lucas escribió el relato para aleccionar a lectores gentiles como Teófilo, creyó necesario notar lo más esencial del caso de Judas que ignorarían por completo. La información que Lucas recogió en Jerusalén por el año 57 hablaba de la compra de un campo con el dinero de la traición, y recordó también que al ahorcarse, Judas había caído cuan largo era, reventando por medio. Mateo refiere el remordimiento de Judas y el hecho de que tiró el dinero a los pies de los sacerdotes antes de ahorcarse, y atribuye a éstos el plan de invertir la cantidad en la compra de un campo como cementerio para extranjeros, ya que siendo precio de sangre, no podía ingresar en el tesoro. Sin duda las dificultades desaparecerían si tuviéramos más datos en lugar de dos resúmenes que subrayan solamente lo que interesaba a los autores inspirados en el contexto. Podemos suponer que Judas ya estaba en trato para la compra del campo antes de que su remordimiento le impulsara a devolver el dinero, y que luego los sacerdotes vieron la posibilidad de comprar el cementerio para extranjeros sin ningún gasto propio. Ellos terminaron la compra del campo, pero, en el recuerdo popular, todo estaba enlazado con el nombre de Judas y su trágico fin. Por eso Lucas, muchos años después, hace constar que Judas adquirió un campo con el premio de su iniquidad. No se dice que se ahorcara en el campo así comprado, sino que recibió su nombre de "Campo de Sangre" por el hecho de ser comprado con el "dinero de sangre". La "caída" de Judas que se nota en (Hch 1:18) concuerda perfectamente con el suicidio, ahorcándose, en Mateo, ya que la cuerda pudo haberse roto, produciendo la condición física que Lucas nota aquí. Los hechos esenciales eran notorios, y no quedaba en el ánimo de los moradores de Jerusalén la más mínima duda sobre la relación que existía entre el crimen de Judas, la compra del cementerio y las circunstancias trágicas y repugnantes de su fin.
La frase que se incluye en la oración de los discípulos al fin del (Hch 1:25) "Judas cayó (de su ministerio) para irse a su propio lugar", es una manera suave para indicar que, como el "demonio" que era, fue a la perdición, en notable contraste con las profecías de bendición y de gloria que corresponde a sus antiguos compañeros que quedaron fieles a su misión y a su Señor.
2. Las citas de Los Salmos en (Hch 1:16,20)
Al leer el pasaje, téngase en cuenta que los versículos 18 y 19 forman el paréntesis explicativo que Lucas insertó con la finalidad que hemos mencionado en el párrafo anterior. Así estudiaremos seguidamente los versículos 16, 17 y 20 para apreciar el pensamiento de Pedro. Los discípulos, aleccionados por el Maestro, comprendieron que las profecías mesiánicas hallaron su cumplimiento en la Persona y Obra del Señor, de modo que es muy natural que apelasen repetidamente a numerosos pasajes del Antiguo Testamento al presentar su característico mensaje, con referencia constante a los que el Espíritu Santo había dado a entender anteriormente por medio de los profetas del régimen antiguo. Algunos eruditos creen que se redactó muy tempranamente un libro llamado "Testimonios" que sería una "antología" de profecías mesiánicas, muy útil cuando se trataba de probar a los judíos que Jesús era el Mesías. Sea ello como fuere, es clarísimo el hecho de que las referencias al Antiguo Testamento, como obra del Espíritu y Palabra inspirada de Dios, forman una parte esencial del ministerio apostólico, y no podemos rechazarlas sin socavar el mensaje cristiano por su mismo base.
La mayoría de los "testimonios" que hallamos en Los Hechos son tan claros que el menos instruido en la Palabra puede entenderlos bien, pero las citas de Pedro (Sal 69:25) (Sal 109:8) son algo difíciles, y exigen que meditemos un poco: a) en el carácter profético de Los Salmos, y b) en los salmos que pronuncian maldiciones sobre los enemigos del escritor, y que parecen tan ajenos al espíritu del amor y del perdón de las enseñanzas de Jesucristo.
a) EI carácter profético de Los Salmos. El hecho de que tanto el Señor como los apóstoles hacen tanta referencia a las predicciones mesiánicas en Los Salmos, convence a los verdaderos creyentes de que hemos de ver en ellos anticipaciones de la Vida y Obra del Mesías en relación con su pueblo. Ahora bien, la mayoría de los salmos ?que no son otra cosa sino poesía religiosa?, surgen de las experiencias de David y de otros siervos del Señor, de modo que este método profético es distinto de aquel que hallamos en los oráculos de los libros llamados proféticos. En general trazan la experiencia vivida de un hombre de Dios hasta un punto cuando nos damos cuenta de que las expresiones no pueden aplicarse ya (por lo menos en su sentido pleno) a David o a otro poeta inspirado, sino que pasan al plano superior de las experiencias del Mesías, y nos olvidamos de David para pensar en el "Hijo de David". (Medite el lector en los Salmos 16 al 22 desde este punto de vista.) La profecía de Los Salmos es, pues, profecía subjetiva, que no señala tanto los hechos externos de la Obra del Mesías, sino que por la sublimación de las experiencias de ciertos inspirados poetas, nos revela lo que pasó en el corazón de aquel que había de venir.
b) Los salmos que pronuncian maldiciones sobre los enemigos del escritor. Si llegamos a ver a la Persona de Cristo a través de las experiencias de David, es natural que veamos a los enemigos del Señor prefigurados en los de David, de modo que un Ahitofel, amigo de David, que terminó por traicionarle, bien puede representar al falso amigo y traidor del Hijo de David (2 S 15:12,31) (2 S 17:1-14,23) con (Sal 41:9), y mayormente por el hecho de que los dos se ahorcaron. Pedro cita los Salmos 69 y 109, siendo el carácter mesiánico del primero clarísimo y destacándose en los dos la obra de los malignos que se rebelan contra los designios de Dios. Sin duda la primera referencia en los dos casos nos lleva a ciertas experiencias de David, pero los mismos factores vuelven a reproducirse en la vida del Mesías, siendo Judas el ejemplo "por excelencia" del traidor que, infiel a su profesión de fidelidad, se entrega a maquinaciones diabólicas en contra del Ungido de Dios. Pedro, por el Espíritu, ve en las declaraciones del (Sal 69:25) y del (Sal 109:8) (véase todo el contexto) la desolación determinada en contra del traidor, además de la necesidad de indicar a otro para su "obispado", o sea, su esfera de servicio. Desde luego, no hay ninguna referencia al sentido futuro de "obispado" en este versículo.
Pero queda la otra cuestión: ¿cómo es que se pronuncian maldiciones sobre los enemigos del Señor en éstos y en otros salmos mientras que el Maestro, en el "Sermón del monte", nos manda: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen" (Mt 5:44)? La contestación es que en la esfera de la gracia recibimos una nueva naturaleza de Dios, en la cual las tendencias innatas del hombre se vencen hasta el punto de poder rogar a Dios por nuestros enemigos. En Los Salmos vemos en operación los principios infalibles de la justicia y de las providencias de Dios, que se resumen en la declaración de Pablo: "todo lo que el hombre sembrare, esto también segará" (Ga 6:7): ley que persiste por todas las dispensaciones y aun pasa al mundo venidero. Las maldiciones de Los Salmos, por lo tanto, han de considerarse como profecías o expresiones de las normas inquebrantables de la justicia de Dios. En nuestro testimonio, como miembros de la Iglesia de Cristo, no hemos de desesperarnos de nadie y hemos de orar por todos, pero eso no anula la verdad de que el hombre que se endurece contra la bondad y la misericordia de Dios cosechará exactamente lo que sembró y, perdiendo el lugar de bendición que le fue ofrecido, partirá para "ir a su lugar" (Ap 11:16-18) (Ap 15:3-4) (Ap 19:1-2).

El ministerio de los doce (Hch 1:21-23)

Lejos de pensar que Pedro "se equivocó", hemos de tomar cuidadosa nota de estos versículos que, juntamente con lo que se revela en otros pasajes, definen de una forma diáfana y final lo que había de ser el ministerio característico de los doce. Pedro reitera la divina necesidad del cumplimiento de las Escrituras en la ruina de Judas y en el nombramiento de Matías (nótese la frase "es necesario" en Hch 1:16,21), y luego detalla los requisitos que había de reunir un "apóstol".
a) Cada uno de los Doce tenía que haber acompañado a los demás por todo el tiempo del ministerio público del Señor Jesús (Hch 1:21). En el original hay un matiz que no se puede traducir por una sola palabra, pero indica algo así: "todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros y en autoridad sobre nosotros". Todos los incidentes del ministerio del Señor tenían por finalidad imprimir su Personalidad y el sentido de su Obra sobre la mente y el corazón de los suyos, de tal forma que le confesasen por fin como Mesías, el Hijo de Dios, y que le adorasen y le sirviesen como tal. Sólo los hombres que habían pasado por tal experiencia y se habían graduado en tal escuela, podían ser aptos para el testimonio peculiar e importantísimo de los doce.
b) El tiempo de entrenamiento abarcaba el bautismo de Juan, que era preliminar imprescindible del ministerio mesiánico; todo el ministerio terrenal del Señor; el gran hecho de su Muerte y Resurrección, y hasta la Ascensión a los cielos, pues ésta, como ya hemos meditado, se revestía de gran importancia. El "curso" había de ser completo, pues sólo estos testigos autorizados podían dar fe a la Iglesia naciente (y al mundo en general) de la verdad del hecho primordial de la manifestación del Hijo. Nosotros hemos recibido el resumen inspirado de este testimonio en los Evangelios.
c) El nuevo apóstol tenía que ser "testigo, juntamente con los once, de la Resurrección" (Hch 1:22). Un Mesías "muerto" no podía ser tema de la proclamación del Reino de Dios ni base para la Nueva Creación. Muchos judíos creían a la fuerza en el sentido general del ministerio terrenal de Jesús, porque lo habían presenciado por lo menos en parte (Hch 2:22), pero el hecho de la Resurrección fue manifestado solamente a los testigos escogidos de antemano por Dios, siendo la consumación que daba su sentido último a todo lo demás (Hch 10:40-41). El testimonio de estos testigos era suficiente para quien buscara la verdad divina, pero hacía falta la autoridad conjunta y mancomunada de los doce para la verificación de un hecho de importancia tan fundamental. Pablo había de rendir poderoso testimonio a la Persona del Resucitado como Señor de la Iglesia, pero no podía ser testigo del hecho histórico de la Resurrección de Jesús de los muertos, que dejó vacía la tumba de José de Arimatea como señal de la victoria final sobre la muerte.
1. José Barsabás el Justo
Poco podemos decir sobre las personas de los candidatos. "Barsabás" quiere decir "hijo del sábado", probablemente por haber nacido en el séptimo día. Emplearía su sobrenombre "Justo" para su trato con los gentiles, y quizá reflejaba un carácter muy recto, como en el caso de Santiago, hermano del Señor, a quien también se aplicaba. ¿Sería quizás una tendencia al legalismo que le excluyó, en los propósitos de Dios, del duodécimo lugar del apostolado?
2. Matías
Matías es una forma abreviada de Matatías, o "Don de Jehová". Como en el caso de José Barsabás, su nombre desaparece de la historia sagrada, pero hemos de tener en cuenta que el Evangelio se iba extendiendo hacia el Oriente y el Sur, bien que Los Hechos recogen solamente el movimiento hacia el Occidente. Hay evidencia de que iglesias se fundaron tempranamente en el Sur de la India, de modo que hubo esfera para todos los apóstoles y sus asociados íntimos, de quienes Barsabás es un ejemplo. Dediquemos un pensamiento al gran "ejército anónimo" de los soldados de Cristo, a quienes la Iglesia en la tierra debe tanto y cuyas hazañas están escritas en el Cielo. Seguramente Matías llegó a justificar tanto su apostolado como su hermoso nombre, siendo "don de Dios" para muchísimas almas que por él escucharon la Palabra de Vida.
3. El modo del nombramiento
Vivimos en días cuando el "procedimiento democrático" ha llegado a ser normal en países de relativa libertad política y social, y por ende hay expositores que, influenciados por el ambiente de nuestros tiempos, creen percibir el mismo procedimiento en la organización de las iglesias del Nuevo Testamento Volveremos sobre este tema más adelante, pero aquí, al umbral de este gran libro de Los Hechos, necesitamos analizar un poco más a fondo el método del nombramiento de Matías, evitando la fácil deducción de que se llevara a cabo según la norma del voto de la mayoría. Lo que se destaca es el discernimiento espiritual unido a la oración unánime de los discípulos: elementos que serán aún más prominentes después del descenso del Espíritu Santo. Notemos los pasos que dieron lugar al nombramiento de Matías:
a) Pedro señaló las normas generales de las calificaciones de los doce, a las cuales el duodécimo apóstol tenía que conformarse. Ninguna "opinión" o "predilección" humana podía tomarse en consideración por encima de estas normas.
b) Una compañía de escogidos discípulos, adelantados en la escuela del Maestro y guiados por los once, consideraron las cualidades y capacidades de la compañía en relación con las normas que Pedro había adelantado, pasando a proponer dos hermanos, José Barsabás y Matías, por no discernir ninguna diferencia entre ellos en cuanto a los requisitos mencionados y al valor de su testimonio.
c) Oraron unánimemente al Señor, y quizás esta oración se dirige al Señor Jesús, ya que se relaciona con el nombramiento de sus apóstoles (Mr 3:13-19): "Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido...". No sabemos exactamente cómo oraron. Quizás el sentir común de todos se expresó por uno, bien que después de la dádiva del Espíritu hallamos un caso análogo en que les fue dada a todos una expresión unánime en oración (Hch 4:24-31). Lo importante es que echaron toda la responsabilidad sobre el Señor, llegando el nombramiento desde arriba abajo y no surgiendo de la voluntad de una mayoría de hombres en la tierra. Tales oraciones unánimes evitarían muchas de las trágicas equivocaciones de nuestros tiempos cuando se trata de cargos en las iglesias.
d) Después del Día de Pentecostés el discernimiento espiritual de los guías habría bastado para terminar la obra, pero, en espera del gran momento cuando el Espíritu había de habitar en el corazón de todos, revistiéndoles de poder, se valieron del método tan conocido y honrado en el Antiguo Testamento, según se señaló arriba, echando suertes entre estos dos ya discernidos como aptos para el sagrado cargo. Así el Señor "tuvo la última palabra", y no la voluntad de los hombres.
Y los doce, que forman con Cristo el fundamento de la Iglesia, y que se sentarán sobre doce tronos juzgando las doce tribus de Israel, con su número completado según el designio divino, esperan el momento trascendental de recibir el gran Don del Cielo, rodeados de un grupo escogido de fieles que pronto serán unidos por los fortísimos lazos de la presencia y el poder del Espíritu de Dios para formar así el primer núcleo de la Iglesia de Dios sobre la tierra.

Temas para meditar y recapacitar

1. Discurra sobre la importancia del ministerio del Señor durante los "cuarenta días", en todos sus aspectos.
2. Comente sobre la pregunta de los discípulos y la respuesta del Señor que hallamos en (Hch 1:6-7).
3. Discurra sobre el significado de la Ascensión del Señor.
4. ¿Qué podemos aprender sobre la misión especial de los doce por una consideración de (Hch 1:15-26)?
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
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