Estudio bíblico: El paso del río Jordán - Josué 3:1-5:12

Serie:   Josué   

Autor: David Gooding
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Reino Unido
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El paso del río Jordán (Josué 3:1-5:12)

Ahora tenemos por delante el primer objetivo del libro de Josué, que, como recordaremos, consistía en que el pueblo de Israel cruzara el río Jordán para entrar a poseer su herencia.

Un obstáculo de la naturaleza

Notamos enseguida que el obstáculo que tenían por delante no eran los enemigos cananeos, ni una ciudad amurallada, ni un ejército, sino el río Jordán, que en esa época del año estaba desbordado y lleno de maleza (Jos 3:15). Se trataba, por tanto, de un obstáculo puesto allí por la misma naturaleza.
Nosotros también, para entrar a poseer la herencia incontaminada, incorruptible e inmarcesible que tenemos reservada en el cielo, tendremos que atravesar igualmente un obstáculo puesto por la misma naturaleza: la muerte. Es evidente que vivimos en un universo moribundo que día a día va envejeciendo, lo mismo que nuestros cuerpos. Y salvo que podamos vencer el obstáculo de la muerte y la decadencia humana, es inútil hablar de una herencia incorruptible.
Pero la doctrina central del mensaje cristiano es que la muerte ha sido vencida por nuestro Señor Jesucristo. Cierto que él murió, tal como estaba anunciado en las Escrituras, y que fue enterrado, de la misma forma que probablemente nosotros lo seremos también un día. Pero esto es sólo la primera parte del evangelio, porque al tercer día resucitó de entre los muertos y de una forma tangible se apareció a una multitud de testigos, consiguiendo así que nuestra herencia sea una realidad. Veamos cómo lo describe el apóstol Pedro
(1 P 1:3-4) "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que, según su grande misericordia, nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros."

Una historia en tres partes

Ahora, al considerar cómo se venció este obstáculo, veremos que el relato de Josué se divide en tres partes:
1. En los primeros versículos del capítulo 3, encontramos algunas directrices que Dios dio a Josué y al pueblo antes de que comenzara la primera parte de esta historia, que abarca (Jos 3:9-17).
El énfasis en esta primera narración está en que, cuando la gente comenzó a avanzar hacia el río, se les ordenó que se quedaran detrás del arca, a cierta distancia, para que así pudiesen ver bien lo que estaba ocurriendo con el arca del pacto. Esto era muy significativo, porque implicaba que el mismo Dios del cielo estaba cruzando el río Jordán junto a ellos.
Es interesante notar que el versículo 17 concluye esta primera parte, indicándonos que el todo el pueblo terminó de cruzar el río:
(Jos 3:17) "Mas los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová, estuvieron en seco, firmes en medio de Jordán, hasta que todo el pueblo hubo acabado de pasar el Jordán; y todo Israel pasó en seco."
2. Después del final de la primera parte, bien podríamos pensar que la historia ya se ha terminado. Pero siguiendo el método narrativo de los historiadores hebreos, ahora vuelve al comienzo para relatar nuevamente la historia con un énfasis diferente. Es la sección que encontramos en (Jos 4:1-14), donde se incluye un detalle importante: Ciertos hombres tuvieron que tomar piedras del lecho del río Jordán y llevarlas a la otra orilla para que sirvieran como testimonio y memorial para las futuras generaciones (versículos 4-6).
Este segundo relato concluye en el (versículo 14) de esta manera:
(Jos 4:14) "En aquel día Jehová engrandeció a Josué a los ojos de todo Israel; y le temieron como habían temido a Moisés, todos los días de su vida."
3. Por último, hay una tercera narración en (Jos 4:15-24) en la que se añade una nota histórica diferente. Era necesario que las futuras generaciones relacionaran el paso del río Jordán con el hecho anterior del paso del Mar Rojo, de modo que pudieran ver la similitud entre los dos eventos; uno al principio de su liberación y otro al final.
Además, había otro propósito , que se recoge al final de la narración:
(Jos 4:24) "Para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días."
Pues bien, entendido que esta es una historia narrada en tres episodios, quisiera hacer una última reflexión. Para ello permitidme una ilustración:
Encontramos a una mujer hablando con su amiga sobre el cumpleaños de su hija. Le está contando que fue a la ciudad para comprar un regalo y que entró en una tienda donde le atendió una señorita muy simpática que se apellidaba Smith, la cual resultó ser nieta de una antigua conocida suya. Que la dependienta le explicó lo que sus padres le habían comprado a ella para su cumpleaños y que, como le pareció muy buena idea, compró lo mismo para su hija... En este punto podríamos pensar que ya ha terminado la historia del regalo, pero entonces la mujer comienza de nuevo a relatar que, antes de comprar el regalo, la señorita que le atendía le enseñó un magnífico adorno de plata, exactamente igual al que tenía su vecina de enfrente, pero que no quiso comprarlo porque le parecía más bien un regalo para hombre, y que por eso compró otra cosa... Y aunque parezca que la historia ha terminado por fin, la mujer empieza a hablarle a su amiga de que el regalo que compró tenía una etiqueta que explicaba las instrucciones para limpiarlo cuando se ensuciaba...
En realidad se trata de una sola historia, pero se ha contado en tres partes diferentes. ¿Y por qué me he detenido a explicar esto? Porque algunos críticos muy "inteligentes", cuando llegan a esta historia que Josué nos cuenta en tres partes, automáticamente ven en ello una clara evidencia de que el autor usó tres fuentes distintas de información, y en seguida se lanzan a la búsqueda de contradicciones entre las diferentes narraciones, para finalmente concluir que cada una de las partes se debe a un autor distinto. Pero eso no tiene sentido. A veces pienso que sería muy recomendable para esos eruditos, profesores de universidad, que se mezclaran un poco más con la gente corriente y vieran la forma en que cuentan sus historias.
1. Primera historia: "Semejante a sus hermanos"
Vamos a considerar por unos momentos la primera parte de esta historia. En primer lugar, se nos pide que nos coloquemos detrás, a cierta distancia, para poder ver cómo el Dios de todo el universo, que se manifestaba por medio de aquella arca, bajaba hasta el río Jordán. Y que, junto con los israelitas, nos maravillemos de aquel espectáculo. Nos podemos imaginar cómo a aquellos israelitas se les pondría el vello de punta cuando vieran el arca de Dios acercarse al Jordán y los pies de los sacerdotes comenzaran a entrar en el agua. Y sería bueno que nosotros también, después de tantos siglos, fuéramos capaces de asombrarnos ante la grandeza de lo que estaba pasando: Que Dios mismo había descendido del cielo para llevar a su pueblo a tomar posesión de la tierra prometida.
Porque no olvidemos que, si Dios hubiera querido, podría haber descendido del cielo a cualquiera de las dos orillas del río Jordán; eso para él no habría sido un problema. Podemos preguntarnos entonces: ¿Por qué Dios lo hizo así? ¿Qué necesidad había de cruzar el Jordán? Y la respuesta es sencilla: Él había bajado para conducir a Israel a través del Jordán hasta su herencia y, por lo tanto, era necesario que él mismo pasara con ellos.
La historia nos cuenta que cuando los pies de los sacerdotes que llevaban el arca pisaron el agua, el río vio a su Creador y, reconociéndole, se dividió en dos partes. Luego, los sacerdotes bajaron hasta el lecho del río y el Dios de toda la tierra estuvo allí parado hasta que todo el pueblo de Israel hubo pasado.
Esta historia llega a ser para nosotros un prototipo de lo que es la esencia del evangelio. La epístola a los Hebreos nos dice que para llevar muchos hijos a la gloria, Dios tuvo que hacerlo de la forma que convenía, según explica:
(He 2:10) "Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos."
El camino hacia la gloria implicaba muchos sufrimientos, así que, para poder llevar allí a muchos hijos, era necesario un Salvador bien cualificado. Porque Dios, una vez que nos ha perdonado, no nos deja solos para que cada uno busque el camino al cielo por su cuenta. Ni tampoco correspondería con su carácter enviar al arcángel Miguel para que nos guiara, puesto que él no sabía nada del camino de sufrimiento que eso implicaba. Así que, la única manera conveniente y que se ajustaba al carácter de Dios, fue la provisión de un capitán, un pionero de la salvación que tuviera las cualidades necesarias porque él mismo hubiera sido perfeccionado por aflicciones. Ese no podía ser otro que nuestro bendito Señor Jesucristo.
Más adelante el autor de la epístola hace una declaración sorprendente (He 2:17): "Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos". Es evidente que Dios no tenía ninguna obligación de salvarnos y que, cuando decidió hacerlo, fue únicamente por su propia gracia y voluntad. Sin embargo, este versículo señala que, una vez que tomó esa decisión, fue absolutamente necesario que él llegara a ser "en todo semejante a sus hermanos"... Y sabemos que él no se echó atrás viendo lo que implicaba su deseo de salvarnos. ¿No es esta una declaración maravillosa? ¡Que nuestro Señor Jesucristo, que es Dios, tenga necesidad de hacer algo!
Encontramos esas implicaciones en:
(He 2:14) "Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo."
Debemos valorar estas historias antiguas del libro de Josué porque nos ayudan a visualizar en nuestra imaginación lo que de otra manera sería sólo una doctrina abstracta. Podemos sentir la tensión que se produciría cuando miraban cómo el arca del Dios del universo bajaba al río Jordán y cómo permaneció en su lecho hasta que todo el pueblo de Israel acabó de pasar. Y en una dimensión inmensamente superior, Cristo descendió a la muerte por nosotros para allí quebrantar al que tenía el imperio de la muerte y, así, librarnos de ella eternamente.
2. Segunda historia: "en memoria"
Como ya hemos dicho, esta segunda historia (Jos 4:1-14) enfatiza el hecho de que doce hombres tenían que sacar doce piedras del lecho del río Jordán, del mismo lugar donde el arca del pacto había estado parada, llevarlas al lado occidental del río y erigirlas allí como un memorial:
(Jos 4:4-7) "Entonces Josué llamó a los doce hombres a los cuales él había designado de entre los hijos de Israel, uno de cada tribu. Y les dijo Josué: Pasad delante del arca de Jehová vuestro Dios a la mitad del Jordán, y cada uno de vosotros tome una piedra sobre su hombro, conforme al número de las tribus de los hijos de Israel, para que esto sea señal entre vosotros; y cuando vuestros hijos preguntaren a sus padres mañana, diciendo: ¿Qué significan estas piedras? Les responderéis: Que las aguas del Jordán fueron divididas delante del arca del pacto de Jehová; cuando ella pasó el Jordán, las aguas del Jordán se dividieron; y estas piedras servirán de monumento conmemorativo a los hijos de Israel para siempre."
El paso del río Jordán fue un episodio histórico que no tendría que volverse a repetir, pero que, sin embargo, no debía olvidarse. De ahí que a las siguientes generaciones se les debía enseñar lo que pasó con el fin de que tuvieran siempre fresco en la memoria que su entrada en la tierra prometida fue por medio de una intervención milagrosa de Dios. Esto era muy importante, porque si en algún momento llegaran a olvidarlo, podrían perder también la motivación para vivir santamente dentro del país o llegarían a creer que por sus propias fuerzas y su sagacidad habían logrado entrar en la tierra prometida y que, por lo tanto, no había una diferencia esencial entre ellos y los cananeos de alrededor. Para evitar eso, los hijos de Israel debían levantar un monumento conmemorativo que sirviera para instruirles sobre lo que realmente había pasado y la deuda que tenían con Dios por todo ello.
Esto nos predica a nosotros, en esta dispensación, una lección muy obvia: Cuando los pies de nuestro Señor Jesucristo se acercaban al Calvario fue cuando él tomó pan y vino y mandó a sus discípulos (y a todas las sucesivas generaciones de creyentes) que usáramos esos símbolos para recordar siempre cómo fuimos introducidos en nuestra herencia espiritual presente y sobre qué base entraremos un día en nuestra herencia espiritual futura reservada en el cielo. ¡Y ay de nosotros si nos olvidáramos de esto!
Pero sobre este asunto, ha habido dos tendencias en la historia de la iglesia: Durante muchos siglos, cierto sector del cristianismo convirtió la Cena del Señor en un sacrificio, contradiciendo así la clara enseñanza de la Escritura de que el sacrificio de Cristo se hizo una vez para siempre y que ahora ya no hay lugar para más sacrificios. Podemos leerlo en (He 10:10-18). Observemos allí la lógica del argumento: Si nuestros pecados han sido perdonados completamente, entonces ya no hay necesidad de más ofrendas por el pecado.
Detengámonos un momento en ese pasaje de Hebreos 10 para prestar atención a la palabra "ofrenda" que aparece en el versículo 18 y que traduce "prosfora". Este sustantivo tiene dos posibles significados: Puede referirse a la cosa ofrecida o al proceso de ofrecer algo. ¿Con cuál de los dos significados se usa aquí?
Si entendemos que se trata de la cosa ofrecida, entonces este versículo significaría que Cristo ha presentado una ofrenda a nuestro favor por medio de su sacrificio en la cruz, haciendo innecesarias por tanto otras ofrendas. Esta es la interpretación que aceptan quienes creen que efectivamente no es necesario un sacrificio distinto, pero que pueden seguir ofreciendo el mismo sacrificio de Cristo cuantas veces lo deseen.
Pero al analizar el contexto, resulta evidente que este versículo no se está refiriendo a la cosa ofrecida, sino al proceso de ofrecer. Veamos el hilo del argumento: Desde el versículo 11 en adelante está explicando cómo los sacerdotes del judaísmo tenían que estar de pie día tras día ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios. Los sacrificios eran los mismos, pero el proceso de ofrendar se repetía sin cesar. Pero, ahora, el Señor Jesucristo ha ofrecido un solo sacrificio por los pecados y se ha sentado, lo cual significa que el proceso de ofrendar se ha terminado. Además el Espíritu Santo da testimonio del mismo hecho al recordarnos los términos del nuevo pacto, que establece que el Señor nunca más se acordará de nuestros pecados y transgresiones, pues donde hay perdón de pecados no es necesario continuar presentando ofrendas.
Esto es algo parecido al pago de una hipoteca. Cada mes durante el tiempo establecido hay que pagar el recibo correspondiente. Ahora bien, una vez que se paga el último recibo, nadie va al banco al mes siguiente a hacer un nuevo ingreso "por si acaso". Lamentablemente, hay muchas personas que tratan el sacrificio de Cristo de esta manera, porque creen que les va a servir de ayuda si lo ofrecen una y otra vez. Afortunadamente, el pasaje de Hebreos 10 descarta por completo esa falsa idea.
Ahora bien, en el otro extremo, hay otra tendencia dentro de la cristiandad que hay que vigilar. Como reacción en contra del sacramentalismo, muchos han relegado la Cena del Señor a un lugar insignificante dentro de sus servicios religiosos.
Recuerdo bien a un hombre que tenía un entusiasmo maravilloso por la Palabra de Dios y que fue muy usado en su país para animar a sus contemporáneos a tener más interés en el estudio de las Escrituras. Un día me explicó que la tendencia que tenían los obispos de enfatizar lo que ellos llamaban la eucaristía no tenía ningún sentido y argumentaba que también a un mono se le podía enseñar a repetir esos rituales. Sin embargo, aunque su énfasis en la Palabra era muy bueno, su actitud frente a la Cena del Señor había llegado a un punto peligroso de menosprecio. No debemos olvidar que es un mandamiento expreso del Señor que usemos a menudo el pan y el vino para recordar intencionadamente su sacrificio por nosotros en el Calvario y que lo hagamos consecuentemente.
En una ocasión estaba predicando sobre Primera de Corintios en una iglesia que tenía la costumbre de celebrar la Cena del Señor cada domingo. Cuando llegué al capítulo 11 y estaba comentando las palabras del Señor: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre", se apoderó de mí cierta malicia y les dije: Algunos de vosotros lleváis más de 40 años tomando cada domingo esta copa de mano del Señor, así que supongo que fácilmente podríais citarme de memoria los términos del "nuevo pacto". En ese momento, muchos empezaron a bajar la cabeza y a recostarse hacia atrás en sus asientos. Ahora, si nosotros queremos tomar en serio la Cena del Señor, será necesario que conozcamos los términos del "nuevo pacto".
Otra vez fui invitado por un hombre joven a pasar una semana con su iglesia. En aquel momento estaban leyendo y analizando el Nuevo Testamento para descubrir cómo debería funcionar una iglesia local. Cuando llegó el domingo, celebraron la Cena del Señor y, después de un espacio de tiempo, hubo otro culto que yo entendí que era evangelístico y en el que tuve que predicar. Por la tarde, de camino a otro lugar, los hermanos estaban inquietos por saber qué me habían parecido sus cultos. Yo les dije que me había gozado mucho entre ellos y que estaba especialmente contento de haber visto la cantidad de gente inconversa que habían logrado reunir en la segunda sesión, porque casi había el doble que en la primera. Pero cuál no fue mi sorpresa cuando me dijeron que no eran inconversos, sino miembros de la iglesia. Entonces yo pregunté por qué no habían asistido a la Cena del Señor, a lo que me contestaron: "Bueno, ya sabe, uno no puede obligar a la gente a que venga a la Cena del Señor". Mi respuesta fue que evidentemente nosotros no podemos, pero el Señor sí que lo manda, y no como algo opcional.
En el día de Pentecostés, cuando Pedro predicó la Palabra con el poder del Espíritu Santo descendido del cielo, y la gente, compungida de corazón preguntó: "Varones hermanos ¿qué haremos?", Pedro contestó que se tenían que arrepentir y bautizar. Ahora imaginemos que en ese momento se acerca un joven y le dice a Pedro privadamente: "Yo sí que creo en el Señor Jesucristo, pero no me puedo bautizar porque mi padre es miembro del Sanedrín y esto sería socialmente inaceptable. Supongo que no es imprescindible que yo me bautice, ¿verdad?". Me pregunto qué habría contestado el apóstol Pedro, aunque me imagino que le habría recordado a ese joven que, como judío, él también fue cómplice de la muerte del Señor Jesucristo y que si ahora decía que se había arrepentido, debía saber que Dios iba a aceptar meras palabras, sino que Él requería acciones que avalasen esas palabras, o sea, obras dignas de arrepentimiento. Y que la primera debía ser el bautismo, por el que públicamente se desasociara de los que condenaron a muerte al Mesías.
Seguidamente al discurso de Pedro, Lucas añade (Hch 2:41-42) que los que recibieron la Palabra fueron bautizados y perseveraban en la doctrina de los apóstoles y en el partimiento del pan. Así que, si yo digo que he aceptado el señorío de Cristo en mi vida, y él me manda que le recuerde mediante el pan y la copa, a mí no me queda otra opción en este asunto.
Además, debemos recordar que los términos del nuevo pacto establecen que él escribirá sus leyes en nuestros corazones (Jer 31:31-34) (He 8:8-12). Así que, cuando tomamos la copa del nuevo pacto de manos del Señor, le estamos diciendo que estamos agradecidos por el perdón de nuestros pecados, pero también que deseamos que él siga escribiendo sus leyes en nuestro corazón. Y todo esto requiere que tengamos una postura fiel al nuevo pacto. Por eso no puedo ocultar mi preocupación por que en algunas partes del mundo, cristianos que en otro tiempo concedían a la Cena del Señor un lugar destacado en sus cultos, tienden en el día de hoy a relegarla a un pequeño espacio de 10 minutos en medio de una reunión de hora y media que se dedica a otras cosas.
Y volviendo a nuestra historia de Josué, vemos que ellos también tenían que usar las piedras que habían sacado del Jordán como un memorial para generaciones sucesivas.
Otro detalle interesante que encontramos en esta segunda historia se encuentra en:
(Jos 4:14) "En aquel día Jehová engrandeció a Josué a los ojos de todo Israel; y le temieron, como habían temido a Moisés, todos los días de su vida."
Era vital para el éxito de la campaña que tenían por delante, que los israelitas respetaran a Josué y le tuvieran confianza y amor para serle leales y obedientes. Esa actitud vino como resultado del paso del Jordán. Es decir, que el Señor, por medio de ese evento, se puede decir que glorificó a Josué. De la misma manera, la muerte del Señor Jesucristo y su resurrección le han glorificado y magnificado a nuestros ojos. No debemos olvidar ni restar importancia a estas cosas, porque hacerlo sería peligroso para el pueblo de Dios.
Por último, en esta segunda historia encontramos que Josué levantó doce piedras en medio del Jordán en el lugar en donde estuvieron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca (Jos 4:9).
3. Tercera historia: el paso del río Jordán y el mar Rojo
Llegamos ahora al tercer relato de la historia. Cuando todo el pueblo de Israel terminó de cruzar el Jordán, las aguas volvieron nuevamente a su cauce. Entonces Dios mandó a los israelitas que enseñaran a sus hijos la similitud entre el paso del río Jordán y el del Mar Rojo.
Este detalle es interesante porque la historia de la salvación del pueblo de Israel estaba enmarcada entre estos dos incidentes, uno al comienzo (cuando salieron de la esclavitud de Egipto y fueron liberados del poder de Faraón) y otro al final, cuando entraron en su herencia. Los dos momentos son necesarios para completar el cuadro: Salir de la esclavitud y entrar en la herencia.
Esta doble faceta nos recuerda el bautismo. El Nuevo Testamento nos dice (1 Co 10:2) que los israelitas fueron bautizados por Moisés en la nube y en las aguas del mar Rojo, siendo así liberados del poder de faraón. Esta es la parte negativa de nuestra salvación; somos salvos de la ira de Dios, del poder del diablo, redimidos de la maldición de la ley por medio de la fe en Cristo. Pero el bautismo es también símbolo de la resurrección, del nacimiento a una nueva vida, de la misma forma que el paso del río Jordán subrayaba el hecho maravilloso de que, al salir a la otra orilla, entraban en su herencia, en su nueva vida.
Muchos pensadores cristianos han usado el paso del río Jordán como un símbolo de nuestra muerte física y nuestra entrada en la herencia celestial. Está bien tomarlo así y recordar que en esos momentos la presencia del Señor estará con nosotros hasta que hayamos pasado felizmente al otro lado. Pero creo que aquí tenemos algo más que eso, y que, igual que nos enseña nuestro propio bautismo, el paso del Jordán alude a una resurrección simbólica para andar en nueva vida aquí en la tierra y poder entrar ya a las grandes realidades de nuestra hermosa herencia espiritual.

La circuncisión (Jos 5:1-12)

1. El orden de los acontecimientos
Aquí leemos que Josué circuncidó al pueblo en las llanuras de Jericó porque durante los cuarenta años que habían estado en el desierto no se había realizado esa práctica. Así que circuncidarse fue una de las primeras cosas que hicieron al entrar en la herencia.
El apóstol Pablo trata también este tema en su epístola a los Romanos y analiza la relación que hubo entre la circuncisión y la justificación por la fe en el caso de Abraham:
(Ro 4:9-10) "¿Es, pues, esta bienaventuranza solamente para los de la circuncisión, o también para los de la incircuncisión? Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia. ¿Cómo, pues, le fue contada? ¿Estando en la circuncisión, o en la incircuncisión? No en la circuncisión, sino en la incircuncisión."
En otras palabras, Pablo está subrayando lo significativo del hecho de que Abraham fuera justificado por la fe antes de ser circuncidado. Esto queda demostrado históricamente porque encontramos el relato de su justificación en el capítulo 15 de Génesis y el de su circuncisión 14 años después, en el capítulo 17. Es interesante cómo Pablo ve la autoridad de la Escritura en el orden en que se colocan estos dos acontecimientos.
En relación con esto nos surge una pregunta: Si Abraham fue justificado por la fe sin haber sido circuncidado, entonces ¿qué razón de ser tenía la circuncisión? Y Pablo contesta que la circuncisión no contribuye en nada para la salvación, sino que sólo sirve de señal, de sello visible de que había sido justificado:
(Ro 4:11) "Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia."
Al volver al libro de Josué, podemos hacernos la misma pregunta: ¿Cuándo fue circuncidado el pueblo, antes o después de entrar en la herencia prometida? Si Dios hubiera mandado la circuncisión antes de cruzar el Jordán, muchos teólogos habrían dicho que ésta era necesaria para poder entrar en la herencia, pero el plan de Dios era otro; el pueblo fue circuncidado cuando ya estaban dentro de la tierra prometida.
Este mismo asunto se desarrolla en Gálatas. Allí no sólo se trata el asunto de sobre qué base somos justificados, sino también en qué condiciones entramos en nuestra herencia. Pablo cita el capítulo 15 de Génesis para mostrar que Abraham fue justificado por la fe, y que después Dios hizo un pacto con él y su descendencia por el que les daría la tierra prometida, y que la circuncisión tampoco fue una condición para que recibieran la herencia.
2. Los efectos de la circuncisión
Los efectos que produjo la circuncisión se describen en:
(Jos 5:9) "Y Jehová dijo a Josué: Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto; por lo cual el nombre de aquel lugar fue llamado Gilgal, hasta hoy."
Es cierto que ha habido muchas interpretaciones sobre este pasaje y con toda humildad yo quiero exponer la mía. Creo que para entender la expresión "el oprobio de Egipto" hemos de verla a la luz del contexto de:
(Ex 32:11-12) "Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo."
Nos encontramos a Moisés argumentando con Dios sobre las implicaciones que tendría el hecho de destruir a su pueblo en el desierto. Eso, argumenta Moisés, daría lugar a que los egipcios dudaran de su poder para darles la tierra prometida y quedara en entredicho la credibilidad del Dios al que adoraba Israel.
De modo que cuando Josué introdujo al pueblo en la tierra prometida estaba demostrando que el Dios de Israel era un Dios viviente que había cumplido su promesa de llevarlos a su herencia, y también que el pueblo de Israel era una nación especial, escogida por Dios. Así que, el someterse a la circuncisión llegaba a ser como un emblema, una señal de que Dios los había vindicado y había evitado el oprobio y la afrenta de parte de los pueblos vecinos.
A mi juicio esto se confirma porque, después de que Josué circuncidara al pueblo, éste celebró la pascua (Jos 5:10-11). Tuvo que ser un momento muy especial, al recordar la pascua que habían celebrado cuarenta años antes cuando fueron rescatados de la ira de Dios en Egipto. Ahora tenía un nuevo sentido de triunfo, porque el mismo Dios que los había sacado de allí, también los había podido introducir en la tierra de su herencia.
E inmediatamente después de esto, comenzaron a comer del fruto de la tierra y el maná cesó. Por supuesto, aún tendrían que pasar años hasta que pudieran disfrutar de todo el fruto que rindiera aquella tierra, pero desde el momento en que habían cruzado el río Jordán y entrado en la tierra, ya podían gozar de las bendiciones de la herencia; de la misma manera que un recién convertido puede comenzar a disfrutar de las bendiciones en Cristo desde el primer momento de su nueva vida en él.
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