Estudio bíblico: Protección y descanso - Salmo 127:1-2

Serie:   Los Salmos   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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Protección y descanso (Salmo 127:1-2)

Introducción

El Salmo comenzó invitándonos a reflexionar sobre el hecho de que a menos que Dios esté en el centro de la vida tanto personal como nacional, todo esfuerzo humano será en vano.
La segunda preocupación que ahora trata el salmista tiene que ver con la protección de la ciudad: "Si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia". Se aborda aquí la necesidad básica que los seres humanos tienen de seguridad. En algunas culturas roza con lo obsesivo el hacer seguros para cada cosa o circunstancia de la vida (seguros de hogar, salud, viajes, vehículos, decesos, vida, responsabilidad civil...). Y una vez que pensamos que tenemos todo asegurado, es fácil perder de vista que necesitamos a Dios. El salmista viene a nuestro encuentro para recordarnos que todas esas precauciones son inútiles a menos que el Señor "no guardare la ciudad".
Luego trata también acerca del descanso frente a la ansiedad que fácilmente nos invade en esta vida.
(Sal 127:1-2) "Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño."

La protección frente a los enemigos

Si al comienzo del versículo trata acerca de la edificación de la casa, ahora el ámbito crece a la ciudad. Hay cierta expansión; primero son unas pocas personas, luego son muchas.
En el antiguo Israel las ciudades estaban amuralladas para defenderse de los ataques enemigos. En tiempos de conflicto una ciudad podía gastar mucha energía en protegerse. Hoy en día los gobiernos buscan tener países fuertes desde una perspectiva militar, y para ello gastan increíbles cantidades de dinero para armar sus ejércitos, y si eso no fuera suficiente, establecen alianzas con otros países en la confianza de que los ciudadanos viviremos más seguros frente a posibles amenazas exteriores, aunque lo cierto es que cuanto más armamento acumulamos, mayor es la sensación de inseguridad que tenemos.
Por otra parte, desde una perspectiva espiritual, hay también aquí un hecho que no podemos ignorar: el creyente vive en un medio hostil. Hay enemigos que buscan destruir y arruinar las cosas que hacemos. En el estudio anterior vimos lo duro que es el trabajo que hay que realizar para construir una casa, pero ahora vemos que también hay que esforzarse mucho para conservar lo que se ha construido. Tal como advirtió el Señor: "la polilla y el orín corrompen, y ladrones minan y hurtan" (Mt 6:19); "El ladrón viene para hurtar y matar y destruir" (Jn 10:10).
El apóstol Pablo habló de la guerra espiritual en la que todos los creyentes están inmersos, presentándose las principales amenazas en el ámbito de las ideas.
(2 Co 10:3-5) "Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo."
No se trata aquí de locos endemoniados dando gritos, sino de gente inteligente que usan toda su capacitad intelectual para combatir y ridiculizar la verdad revelada de Dios.
En el escudo de la ciudad de Edimburgo, capital de Escocia, aparece escrito en una cinta blanca situada en su parte superior la frase: "Nisi Dominus Frustra" ("sin el Señor hay frustración"), que es una contracción del versículo que ahora estamos estudiando. Sería bueno que todas las ciudades y países tuvieran presente este hecho, pero más importante sería que cada uno de sus ciudadanos vivieran de acuerdo a este principio.
Esto nos recuerda que debemos estar en guardia y atentos a los peligros mientras ponemos nuestra confianza en el Señor. En todo caso, es cierto que hay muchos enemigos que ni siquiera somos capaces de ver o siquiera imaginar que están a nuestro alrededor, pero cuando confiamos en el Señor, él nos guarda y protege también de ellos.

Una aclaración necesaria

En algunos momentos los creyentes llegan a dudar del valor de esta afirmación y se preguntan: ¿Realmente está Dios velando sobre lo que nos ocurre? En medio de las luchas de la vida por las que atravesamos, puede parecer que Dios está ausente; que ni ve lo que nos pasa, ni escucha lo que le decimos, como si estuviera dormido. Pero lo cierto es que esto no ocurre, y si llegara a suceder, nuestro Dios dormido sería más fiable que cualquier guardián humano en vela. Esto fue lo que comprobaron los atemorizados discípulos cuando navegando sobre las aguas agitadas del mar de Galilea vieron a su Señor durmiendo, pero llegado el momento oportuno, él despertó y calmó los vientos y el mar (Mt 8:23-27).
Aun así, cuando muchos creyentes leen las afirmaciones de este salmo, o las de otros muchos similares, tienen la sensación de que hay aquí cierta exageración que no parece corresponderse con lo que viven diariamente. El autor de Hebreos hizo una observación similar cuando comentaba el Salmo 8. El salmista reflexionaba sobre qué es el hombre, llegando a hacer afirmaciones como: "le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies", pero el autor de Hebreos se da cuenta de que esto no era así, y dice: "Pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas" (He 2:6-8).
Esto nos lleva a pensar en la literatura sapiencial del Antiguo Testamento, entre la que estaría incluida el salmo 127. Dentro de esa literatura encontramos dos tipos principales de libros; por un lado estaría Proverbios, que busca contestar la pregunta: "¿Cómo funciona la vida?", analizando para ello los principios que Dios ha ordenado y la bendición resultante de cumplirlos, pero por otro lado hay un segundo grupo de libros, entre los que se encontrarían Job y Eclesiastés, que abordan cuestiones filosóficas más profundas, preguntándose una y otra vez: "¿Por qué la vida no siempre funciona como debería?".
Por lo tanto, cuando estudiamos Salmos como el 127, debemos recordar que no debemos buscar aquí una norma universal. Por ejemplo, hay desgracias que ocurren a los creyentes que han puesto su confianza en Dios. En esos casos decimos como el autor de Hebreos: "Pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas". Aun así, él no dudaba de la realidad de estas promesas, simplemente veía que su cumplimiento debía esperar a su desarrollo pleno en la eternidad.
Y en otras ocasiones sabemos que Dios permite que estos principios no se cumplan porque tiene el propósito de probar nuestra fe a fin de que madure y se fortalezca (Ro 8:28), o también porque desea traer para nosotros u otros algún tipo de bendición especial (Gn 45:5-7).

Descanso frente a la ansiedad

La respuesta del hombre que no confía en Dios frente a las necesidades expresadas en el primer versículo suele ser el trabajo frenético a fin de asegurar todas sus variadas necesidades. Esto lleva a una fatiga ansiosa a la que nosotros describimos como "estrés", una tensión física o emocional que en muchos casos proviene de la forma en la que enfocamos las diferentes situaciones que se producen en nuestras vidas. Este estado puede conducirnos a la frustración, el nerviosismo o la ira, para finalmente terminar por dañar nuestra salud física.
La receta para combatir el estrés que el mundo ofrece se relaciona normalmente con hacer ejercicios respiratorios de relajación, dar paseos por la naturaleza, evitar las situaciones que nos causen estrés, tener ataques de risa... y no negamos que en algunos casos estas cosas puedan ayudar a aliviar los síntomas, pero la Palabra de Dios enfoca el asunto de una manera muy diferente. Veamos lo que dijo el Señor Jesucristo al respecto:
(Lc 12:22-31) "Dijo luego a sus discípulos: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis. La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido. Considerad los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni granero, y Dios los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las aves? ¿Y quién de vosotros podrá con afanarse añadir a su estatura un codo? Pues si no podéis ni aun lo que es menos, ¿por qué os afanáis por lo demás? Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas."

El problema de establecer prioridades incorrectas

El Señor exhortó a sus discípulos a establecer correctamente sus prioridades: "buscad primeramente el reino de Dios y su justicia" (Lc 12:31) (Mt 6:33). Cuando hemos establecido correctamente nuestras prioridades, entonces todo lo demás es más sencillo.
Ahora bien, empecemos por preguntarnos qué significa "buscar primero el reino de Dios".
En el contexto del Salmo que estamos estudiando podría incluir la edificación de una casa para Dios o la formación de una familia para él. Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, implica también que la voluntad de Dios se desarrolle plenamente en nuestras vidas, que otros lleguen a formar parte de ese reino porque han rendido su corazón al Rey; y en su manifestación suprema, que Cristo venga otra vez a este mundo para establecer su Reino visible.
Esto implica que nosotros mismos nos someteremos al gobierno de Cristo en el hogar, matrimonio, familia, trabajo, negocios, sociedad?
Buscaremos compartir el evangelio con nuestros parientes, compañeros, vecinos y amigos?
Oraremos pidiendo que "Venga tu reino" (Mt 6:10). Buscaremos el honor que se debe a Cristo.
Lo que el Señor explicó se basa en el hecho de que todos los seres humanos "buscan" o se "afanan" por encontrar algo que dé sentido a su vida, algo a lo que entregar sus mentes y corazones. Y una vez más, el Señor Jesucristo presenta ante nosotros dos posibles opciones:
Preocuparnos por nuestra propia seguridad: alimento, bebida y vestido. Esta es la obsesión de "los gentiles" que no conocen a Dios.
Preocuparnos del Reino de Dios; su justicia, expansión y triunfo en el mundo.
No hay duda de que el mundo ha optado por la primera de las dos opciones. Sólo hace falta echar un vistazo a los anuncios publicitaros para comprobar que la sociedad moderna está obsesionada por el bienestar del cuerpo: cómo alimentarlo, vestirlo, abrigarlo, enfriarlo, refrescarlo, perfumarlo, relajarlo, divertirlo, emperifollarlo, exhibirlo, satisfacerlo? además de que esté sano.
Estar constantemente persiguiendo esta meta produce en nosotros preocupación y ansiedad.
La primera razón es porque el materialismo nunca logra satisfacer plenamente al hombre, por lo tanto, siempre seguirá buscando sin resultados. Este es el engaño del consumismo: nos hace creer que la felicidad viene por lo que poseemos, pero nadie lo ha conseguido realmente de esa manera.
Y en segundo lugar, para conseguir esa meta estamos solos, nadie nos va a ayudar. Nosotros somos los encargados de conseguir y cuidar cada cosa que llegamos a poseer.
Por el contrario, si hacemos del Reino de Dios nuestra meta principal, entonces nuestro Padre celestial, que sabe de qué cosas tenemos necesidad, cuidará de nosotros para que obtengamos todo lo que necesitamos.
El Señor pone como ejemplo las flores. Estas duran un tiempo muy corto, sin embargo, Dios se esmera mucho en adornarlas. Su corta duración nos podría hacer pensar que no merece la pena gastar mucho esfuerzo en ellas, pero Dios lo hace. ¿Y no hará Dios provisión del vestido que sus hijos necesiten?

Consumismo y ansiedad

La ansiedad es una consecuencia inevitable del estilo de vida que hemos elegido llevar: la sociedad vive atrapada en un consumismo frenético.
No hay duda de que se compra mucho más de lo indispensable, incluso aunque el nivel de ingresos del consumidor no se lo permita, pero para ello el sistema le ofrecerá algún tipo de financiación. Por otro lado, la publicidad con la que somos bombardeados constantemente se encarga de crearnos necesidades artificiales de productos que realmente no nos hacen falta. No hay duda de que el consumismo depende más del deseo que de la necesidad. Se nos engaña haciéndonos pensar que la adquisición de determinados productos nos proporcionará felicidad y prestigio social.
Tal es el efecto que la publicidad genera en nuestras sociedades que en muchos lugares, cuando una persona quiere ir a dar un paseo, se va a un gran centro comercial. Y cualquier día especial al cabo del año se centra en el consumo: Navidad, San Valentín, día del padre o de la madre, Black Friday...
Así que el consumidor se afana por adquirir los últimos modelos de celulares, nuevas consolas de videojuegos, ropa de moda, vehículos, electrodomésticos, juguetes, viajes, espectáculos? Todo esto bajo la falsa premisa de que tener todos estos productos nos proporcionará la felicidad y el bienestar personal. Y esto es así porque en nuestra sociedad se ha impuesto la idea de que la identidad de las personas se forma en función de lo que consumen. Tener o no tener un determinado producto, o que sea de una marca u otra, establece la diferencia entre los seres humanos de nuestro siglo, así que, en todos los países las personas se afanan por tener las mismas cosas; todos compran las mismas marcas de ropa, escuchan las mismas canciones, utilizan los mismos teléfonos móviles, ven las mismas películas...
Además, hoy, en Occidente, todas las cosas que son elementales para la vida humana se convierten en lujos: una boda, un entierro, una comida en un restaurante, vestirse...
En muchas ocasiones los padres viven bajo la tiranía del consumismo y enseñan a sus hijos esos mismos valores. Incluso, en ocasiones, los mismos padres cristianos parecen más preocupados porque sus hijos tengan ropa de marca, el último modelo de celular o una buena formación académica, que en adquirir valores cristianos. Y para conseguir que sus hijos puedan tener ese estilo de vida, los padres trabajan sin descanso, tal como describe el salmista. Quizá algunos se sientan buenos padres por hacer sacrificios de ese tipo, pero lo cierto es que siempre están demasiado cansados para poder ocuparse de otras responsabilidades dentro del hogar o de la iglesia, lo que no los hace ni buenos padres ni buenos creyentes.
Transmitir este modelo a nuestros hijos es realmente grave. Vivir no es consumir. Y lo peor de este fenómeno es que reduce la vida humana a sus aspectos físicos, dejando a un lado todo aspecto espiritual. El hombre es un consumidor de cosas, no una persona con necesidades espirituales. Creen que el cuerpo físico y la vida aquí abajo es la única que hay, y por lo tanto, hay que dedicarse a los placeres del tiempo presente: "comamos y bebamos, porque mañana moriremos" (1 Co 15:32).
Asumir este estilo de vida es muy caro e implica grandes sacrificios y riesgos que terminan por generar mucha ansiedad a los seres humanos. En muchas ocasiones, para poder seguir el ritmo de consumo que la sociedad impone, las familias se endeudan constantemente. Esto hace necesario ampliar el horario laboral y que ambos cónyuges tengan que trabajar. Finalmente el coste resulta muy elevado para la vida familiar. Deberíamos tener siempre presentes las sabias palabras del apóstol Pablo:
(1 Ti 6:7-10) "Nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores."
Estar inmersos en el consumismo materialista obliga a los matrimonios a jornadas laborales interminables, con la consecuente falta del descanso necesario. Entonces el carácter se avinagra, no se disfruta de las ocasiones en que se puede estar con la familia, la vida espiritual se oxida... muchos quedan esclavizados en horarios laborales imposibles. En esos casos habría que reflexionar sobre lo que dice Eclesiastés:
(Ec 4:6) "Más vale un puño lleno con descanso, que ambos puños llenos con trabajo y aflicción de espíritu."
Está claro que en todos los casos descritos anteriormente el problema es que hay un proyecto de vida equivocado. Los planes que se emprenden son nuestros planes, no los del Señor. Estas equivocaciones tienen un alto coste para nosotros, nuestras familias y nuestras iglesias. Es necesario que elijamos bien aquellas cosas en las que nos comprometemos, para que estén perfectamente alineadas con la voluntad de Dios.

Calma en medio de la tormenta

Cuando el Señor afirma que el cristiano puede ser libre de la ansiedad, no quiere decir con ello que no vaya a atravesar por problemas. Cristo no nos promete que seremos inmunes a toda desgracia. Notemos bien lo que él dijo: "no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán" (Mt 6:34).
Pero mientras que muchos hombres y mujeres viven sin poderse librar del presentimiento de que algo malo les puede suceder en cualquier momento, y que su estabilidad se venga abajo, el creyente vive día por día en la confianza de que cuando andamos en los caminos de Dios, entonces estamos dentro de la órbita de su cuidado, "y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Ro 8:28).
Lo que nos quiere decir es que la auténtica paz no proviene de la ausencia de problemas, sino de colocar a Dios en el primer lugar en nuestras vidas. Sólo la confianza en él nos puede proporcionar descanso genuino.
Pensemos por ejemplo en la situación de los israelitas que cantaban este salmo mientras iban a Jerusalén a una de las fiestas solemnes. Durante esos días miles de israelitas dejarían sus casas y haciendas solas. Sin lugar a dudas, se requería de ellos un auténtico acto de fe y confianza en que Dios cuidaría todas sus cosas en su ausencia, tal como él mismo había prometido:
(Ex 34:23-24) "Tres veces en el año se presentará todo varón tuyo delante de Jehová el Señor, Dios de Israel. Porque yo arrojaré a las naciones de tu presencia, y ensancharé tu territorio; y ninguno codiciará tu tierra, cuando subas para presentarte delante de Jehová tu Dios tres veces en el año."
La fe en la Palabra de Dios trae descanso al corazón del hombre, mientras que por el contrario, muchas personas que viven sin fe bajo la cultura de este mundo, son descritas perfectamente por este versículo: Se levantan de madrugada y se van tarde a dormir, comen su pan con dolores y tienen problemas de insomnio.

Un problema de confianza

Este tipo de vida ansiosa excluye cualquier tipo de confianza en Dios. Todo depende del esfuerzo humano. Por eso el salmista condena al adicto al trabajo, que actúa bajo la falsa suposición de que todo depende de él, y por eso consume hasta el último gramo de sus energías. Esto puede ocurrir en el ámbito secular, pero también en la obra del Señor: actuar como si Dios no tuviera nada que ver en el asunto y todo dependiera de nuestros esfuerzos. Esto es una terrible equivocación, porque no hay nadie más interesado en su obra que Dios mismo. Pensar lo contrario resulta insultante, y claro está, terminará en nuestra propia frustración, porque nunca lograremos aquello que sólo Dios puede conseguir.
Notemos que el salmista no combate el trabajo, sino la ansiedad y el afán que son producto de una falta de confianza en Dios. Estas son personas que se preocupan tanto por las cosas materiales que no pueden gozar de un sueño tranquilo, algo que nos les ocurre a los que descansan confiando en Dios. Para estos últimos tenemos la promesa: "A su amado dará Dios el sueño".

La alternativa divina

La alternativa que propone la Palabra no es la pasividad, sino un compromiso vigoroso en todas las actividades de la vida, pero poniendo primero la fe en Dios y viviendo de acuerdo con sus principios, entonces nuestro arduo trabajo no estará acompañado de la ansiedad, sino de un reposado sueño. Una vez que hemos hecho lo mejor que podemos, dejamos el resultado en manos de Dios. ¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Permanecer constantemente despiertos y activos intentando solucionar cualquier eventualidad que pueda surgir? Esto es lo que hacen muchos, hasta el punto de llegar a la extenuación y poner en peligro hasta sus propias vidas. Y la realidad es que finalmente no consiguen nada.
El creyente trabaja para Dios y bajo su dirección, ejerce una actividad moderada y racional, esforzándose en ella para conseguir la excelencia, y también dedica el tiempo necesario al descanso. Esto lo puede hacer porque confía en un Dios Todopoderoso que cuida de él y de sus cosas mientras duerme. Esta combinación es la que produce finalmente vidas saludables y buenos trabajadores.
Y no hay duda de que Dios actúa mientras el hombre duerme. Por ejemplo, se dice que el labrador, una vez que ha sembrado la semilla se va a dormir, pero la semilla brota y crece sin que él sepa cómo, porque Dios le da el crecimiento (Mr 4:26-29). Y muchas otras cosas hace Dios mientras nosotros dormimos y somos inconscientes de ellas. Habla a los corazones rebeldes, dirige las naciones, trae juicios sobre este mundo, prepara la Venida del gran advenimiento Salvador? Sí que podemos descansar en un Dios así.
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