Estudio bíblico: Eliseo y la sunamita - 2 Reyes 4:8-17

Serie:   Eliseo   

Autor: Wolfgang Bühne
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Alemania
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Eliseo y la sunamita (2 Reyes 4:8-17)

(2 R 4:8-17) "Aconteció también que un día pasaba Eliseo por Sunem; y había allí una mujer importante, que le invitaba insistentemente a que comiese; y cuando él pasaba por allí, venía a la casa de ella a comer. Y ella dijo a su marido: He aquí ahora, yo entiendo que éste que siempre pasa por nuestra casa, es varón santo de Dios. Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él. Y aconteció que un día vino él por allí, y se quedó en aquel aposento, y allí durmió. Entonces dijo a Giezi su criado: Llama a esta sunamita. Y cuando la llamó, vino ella delante de él. Dijo él entonces a Giezi: Dile: He aquí tú has estado solícita por nosotros con todo este esmero; ¿qué quieres que haga por ti? ¿Necesitas que hable por ti al rey, o al general del ejército? Y ella respondió: Yo habito en medio de mi pueblo. Y él dijo: ¿Qué, pues, haremos por ella? Y Giezi respondió: He aquí que ella no tiene hijo, y su marido es viejo. Dijo entonces: Llámala. Y él la llamó, y ella se paró a la puerta. Y él le dijo: El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo. Y ella dijo: No, señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva. Mas la mujer concibió, y dio a luz un hijo el año siguiente, en el tiempo que Eliseo le había dicho."
En el último capítulo reflexionamos sobre la calamidad de una pobre viuda y sus dos hijos. En la escena que sigue, la Palabra de Dios nos presenta a una mujer casada, bastante acomodada, sin problemas económicos, pero, en contraste con la "viuda pobre", estaba muy afligida por no tener hijos, por no tener descendencia.
Además tenía otro problema: Mientras que la "viuda pobre" estuvo casada con un hombre que en vida fue un hombre temeroso de Dios y uno de los hijos de los profetas de Eliseo, aunque le había dejado una pesada carga de deudas, el marido de la sunamita, por el contrario, vemos que tenía una carácter espiritualmente muy diferente del de su activa mujer. Al menos es la impresión que sacamos de lo poco que se nos cuenta de él en este capítulo. Parece que estaba aletargado espiritualmente, y que era tradicional y poco sociable. No nos transmite la impresión de que fuera un esposo amante o un padre cuidadoso. Por el contrario, parece que el éxito material le interesaba más que el bienestar de su familia y o de su prójimo. Es interesante observar cómo la Biblia en muchos lugares nos da lecciones espirituales por los contrastes narrados, mostrándonos deficiencias actuales en nuestras propias vidas.

Deseos no cumplidos

Es probable que la sunamita se hubiese imaginado su matrimonio de una manera muy diferente. El hecho de que no tuvo hijos podría haberle llevado a permitir la envidia y la amargura en su corazón, o a nutrir sentimientos de depresión. Pero esta mujer no parece que permitió que eso le llegara a ocurrir. Todo lo contrario, es un ejemplo positivo del que podemos aprender cómo vivir con deseos no cumplidos. Inmediatamente veremos que se ocupaba de los problemas y las necesidades de los demás.
Una enfermedad, la pérdida del puesto de trabajo, estar soltero, no tener hijos y otras muchas circunstancias más pueden amargarnos o paralizarnos si no vemos en ellas la mano de Dios. Las mismas deficiencias, sin embargo, pueden activarnos y motivarnos a ser una ayuda y una bendición para otras personas, si estas limitaciones las recibimos y aceptamos de la mano de Dios.
¡De cuánta bendición son las hermanas solteras que invierten su tiempo libre, sus fuerzas, su amor y también sus pertenencias para servir a otros, honrando y glorificando con ello a Dios mismo! ¡De cuánto valor y bendición es el servicio de las viudas, como por ejemplo lo fue Ana "sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones" (Lc 2:37).
Ana Carey, la hermana del misionero Guillermo Carey, estuvo 50 años en cama, de los cuales 30 no pudo ni hablar. Solo podía mover su brazo derecho, "pero su cara resplandecía y ella era la alegría y milagro para todos los que la conocían". Su hermano dijo de ella que era "el sumo sacerdote de la misión, ya que su intercesión subía a Dios constantemente como el incienso".
La sunamita adinerada no se hundió en la autocompasión, sino que aprovechó sus posibilidades practicando la hospitalidad y "obligando" a Eliseo a comer en su casa. Es interesante que relacionado con la hospitalidad, la Biblia a menudo utiliza la palabra "obligar" o "forzar" (Lc 14:23) (Lc 24:29) (Hch 16:15). Evidentemente se requiere cierta testarudez e insistencia para invitar y convidar a huéspedes en general. Y Eliseo fue un huésped agradecido y bien visto allí: "cuando él pasaba por allí, venía a la casa de ella a comer" (versículo 8).

Una iniciativa muy bendecida

Es interesante observar también que la amistad con Eliseo hizo que esta mujer lograra convencer a su marido para hacer un pequeño aposento en su casa y así ofrecer a este hombre de Dios la posibilidad de pasar la noche allí.
Ella le cuenta a su marido sus planes, y al hacerlo, muestra una gran sabiduría acerca de cómo tratar con un marido pasivo. "Hagamos", le dice, y así motiva a su marido aparentemente apático. Seguramente le habría enojado si, por el contrario, le hubiese presentado la cosa ya terminada. Tampoco le crispó los nervios reprochándole o exigiéndole cosas.
Al decir: "He aquí ahora, yo entiendo que éste es varón santo de Dios", le hace ver algunos de los rasgos del carácter de Eliseo de los que él seguramente no se había apercibido. Su interés, al parecer, se concentraba en optimizar su agricultura.
Esta mujer actuó con sabiduría, y de ella podemos aprender cómo ser una ayuda para un marido algo desinteresado espiritualmente, y cómo hacerle ver la gloria y grandeza de nuestro Señor y Salvador.

Un "varón santo de Dios"

La sunamita no describe a Eliseo como un buen predicador, un excelente maestro o un profeta ungido, sino expresamente como un "varón santo de Dios". ¿Qué había podido observar en él durante las comidas ocasionales, cuando Eliseo y su criado eran sus huéspedes? ¿Hacía largas oraciones con fervor fingido? ¿Daba algún mensaje o un profundo pensamiento después de la comida? ¿Reinaba un ambiente sagrado pero frío, en el cual uno apenas osaba sonarse la nariz?
Sólo podemos leer entre líneas, no sabemos de cierto cómo fue. Pero por la forma en que la Biblia describe a Eliseo en su conducta en público, reconocemos algo de la bondad de Dios y de su amor para con los hombres (Tit 3:4). Y estas características precisamente son las que deberían distinguir a los hombres y mujeres de Dios de nuestros días: bondad, buenos modales, amabilidad, agradecimiento, reserva a la hora de hablar, atención a la hora de escuchar, modestia, abnegación.
Siempre me acuerdo de la excelente cita de Heinrich Kemner: "La santidad, que sea natural, y la naturalidad que sea santa".
La vida de Harold St. John (1876-1957) muestra muchos ejemplos alentadores de una "santa naturalidad": "¿Puedo permitirme dirigirle a usted la palabra sin ser presentada a usted, viendo que ambos somos británicos en un país extranjero?" le preguntó cierto día una dama que residía en el mismo hotel. "Cómo no, señora", le respondió. "Me gustaría preguntarle algo personal", dijo ella entonces, "¿puede revelarme el secreto de su serenidad? Llevo ya dos días observándole y veo que usted vive en otro mundo". Esta pregunta originó una conversación al cabo de la cual la dama recibió al Señor Jesús como su Señor y Salvador.
¡Qué valiosos y atrayentes son en nuestros días los creyentes semejantes a este hombre de Dios, que por su forma de ser diferente, en sentido positivo, despertó un interés por nuestro Señor Jesucristo en personas ajenas al cristianismo! ¡Y qué pocos quedan ya de esta clase de creyentes!

El "pequeño aposento"

La preparación de este "pequeño aposento" nos muestra otro detalle de su fe sabia y práctica. A pesar de que ella era rica, lo amuebló de forma sencilla, para que se ajustara a un profeta: era "pequeño", "con paredes de ladrillos" (eso es como climatizado), y amueblado muy modestamente: cama, mesa, silla y candelero. Había allí todo lo que un profeta necesitaba: una ocasión para descansar y todo lo que se necesita para leer y escribir. Si hubiese puesto allí más cosas, hubiese sido un impedimento y una tentación para el hombre de Dios a hacerse perezoso.
Hamilton Smith escribe en su comentario: "Le hospeda con arreglo a sus necesidades y a su gusto, sin pensar en ensalzarse a sí misma delante de él exponiendo allí su riqueza. En el pequeño aposento no había nada para satisfacer los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida (1 Jn 2:15-16); pero había allí todo lo necesario correspondiente a un extranjero celestial".
Adaptando esto a nuestro tiempo, habría que decir que amueblarlo de forma acogedora con una cómoda butaca, televisión, nevera y máquina de café, lo único que harían sería distraer a un obrero de Dios para quitarle de prepararse y tomar fuerzas para sus importantes cometidos mediante la oración y el estudio de la Biblia en tranquilidad y soledad. Más de un obrero se ha corrompido por el lujo excesivo y la prosperidad, quedando paralizada la fuerza para el ministerio.

Ojo, oído, boca

En los versículos que siguen aparece por primera vez Giezi, el criado de Eliseo, cuyo triste desarrollo consideraremos más adelante. En esta historia le encontramos en una unión bendecida con el profeta. Compartían la vida juntos y Giezi tenía la magnífica oportunidad de aprender del ejemplo y de las experiencias del hombre de Dios.
Lo primero que Giezi aprende en esta historia es la atención, la tierna sensibilidad y el agradecimiento de Eliseo con respecto a su anfitriona. Este "varón santo de Dios" no sólo tenía los ojos abiertos frente al cuidado y el esmero con el que la sunamita acogía a sus huéspedes, sino que fue capaz de expresar verbalmente su gratitud, lo cual es algo poco común, especialmente en los hombres: "He aquí tú has estado solícita por nosotros con todo este esmero". Aquí reconocemos algo de la "santa naturalidad" de este profeta, que no pensaba que tenía una dignidad superior a la de los demás, sino que era capaz de expresar un sincero elogio por lo que otros hacían por él. No vio como algo normal el trabajo que se tomó la sunamita para servirle, así que intentó honrarla con estas calurosas palabras y quiso darle una alegría.
¡Cuánto me cuesta a mí, como marido, no sólo el hecho de ver el servicio abnegado de mi mujer, sino también el expresar con palabras claras mi aprecio y agradecimiento! Bastan pocas palabras sinceras y aprobatorias de parte de nosotros, los hombres — también frente a las hermanas de la iglesia — para tener un efecto enormemente alentador y estimulante.

La bendición de la comunión espiritual

Por aquel entonces Eliseo tenía buenas relaciones con la corte del rey. Allí le estaban agradecidos, y seguramente hubiese podido conseguir algo en favor de la sunamita para obtener ventajas u otras posibilidades para ella. De ahí su oferta amable, por la que quizás también quería probar su actitud: "¿Necesitas que hable por ti al rey, o al general del ejército?". La breve respuesta, tan llena de contenido, tuvo que haber alegrado al profeta: "Yo habito en medio de mi pueblo". No tenía deseos materiales, ni le daba importancia a las relaciones honradas con personajes prominentes. La comunión con el pueblo de Dios, el estar rodeado de aquellos que amaban al Señor y le servían, eso era todo lo que ella necesitaba. Ella quería dar, no quería sacar provecho para sí misma.
Esta actitud era justamente la de Eliseo. Dos personas con la misma forma de pensar; eso tuvo que ser de mucha alegría y aliento para Eliseo.
Pero esta respuesta es también asombrosa al reflexionar en la situación en la que se encontraba el pueblo de Dios entonces: hambrunas, idolatría, infertilidad, pobreza, líderes corruptos, poco temor de Dios; esto era lo que caracterizaba al pueblo de Dios en el tiempo de Eliseo.
Pensando en nuestra propia situación, podríamos poner muchas pegas y mostrar que buscar y cuidar la comunión con los hermanos no aprovecha para nada. Porque en todas partes hay huellas de mundanalidad, indiferencia, decadencia, o incluso apostasía de los principios y fundamentos bíblicos. Son muchos los creyentes que están tan decepcionados de las iglesias evangélicas que prefieren no hacerse miembro de ninguna y reunirse mejor en sus cuatro paredes para escuchar por televisor a algún predicador. Otros intentan sobrevivir espiritualmente escuchando "sermones-conservas" o sea CDs con mensajes pasados.
Gerhard Tersteegen escribió una vez una verdad muy notable: "Los enfermos de Dios son mejores que los sanos del mundo". Con ello no quiso expresar que los creyentes siempre tienen que tener un carácter mejor que los no creyentes, lo que quiso era animar a no menospreciar, o incluso despreciar, la comunión con los "santos" algo raros, extraños o torcidos.
La presencia de Eliseo y de los hijos de los profetas en aquel entonces fue motivo y esperanza para quedarse en el país y ponerse del lado del pueblo de Dios. Y gracias a Dios, en nuestros días todavía hay la posibilidad de reunirse con creyentes que se juntan en el nombre del Señor, aman su Palabra (Mt 18:20), "e invocan al Señor de puro corazón" (2 Ti 2:22).

¿No era plenamente feliz?

Parece que después de la notable respuesta de la sunamita ella se despidió de Eliseo, porque vemos que los dos hombres se quedaron solos. Eliseo, que quería de alguna manera gratificar a la sunamita, con humildad le pidió consejo a su criado Giezi: "¿Qué, pues, haremos por ella?". Aparentemente Giezi sabía de una aflicción oculta en la vida de esta mujer, pues le contestó a Eliseo: "He aquí que ella no tiene hijo, y su marido es viejo".
Entonces Eliseo hace llamar a la mujer, que con modestia se queda delante de la puerta sin entrar, y le da una promesa que seguramente desencadenó una tormenta en los sentimientos de la sunamita: "El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo".
Su respuesta espontánea e incrédula: "No, señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva", muestra que Eliseo había tocado una herida en su vida: la esperanza no cumplida, y probablemente enterrada, de tener un hijo. Probablemente había desechado con los años este deseo de ser fértil, o lo había entregado en manos de Dios. Y ahora precisamente, cuando ya no había esperanza, humanamente hablando, de ser madre, Eliseo hurga en esa herida secreta.
Dios cumple su promesa. Dios no cumple todos nuestros deseos, pero sí todas sus promesas. Esto lo vieron Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Raquel, Ana, y otras muchas mujeres, aún cuando Dios dejó pasar a menudo años hasta cumplir su promesa.
"Mas la mujer concibió, y dio a luz un hijo el año siguiente, en el tiempo que Eliseo le había dicho". Dios no despierta un anhelo por medio de su Espíritu, sin tener la intención de satisfacerlo al final. Esta convicción de Jakob Kroeker debería animar y alentar a todo lector que esté sufriendo por no tener una vida espiritual fructífera.

Comentarios

Nicaragua
  Santiago Gaytán  (Nicaragua)  (30/12/2023)
La actitud de esta mujer es impresionante, ejemplo tanto para las mujeres como para nosotros, hay mucho que decir de ella.
Estados Unidos
  Elizabeth Ramos  (Estados Unidos)  (25/08/2023)
Dios les bendiga yo quisiera comentar acerca de esta historia bíblica yo creo que el esposo de esta mujer no se menciona mucho por que la historia es basada a la mujer por la fe que usó cuando su hijo murió, porque se ve que el la apoyo cuando ella le pidió hacer la habitación y cuando ella fue a buscar al profeta y ella no estaba amargada por no tener hijos, ella habitaba junto con su pueblo.
Ecuador
  Wendy Alvarez  (Ecuador)  (13/06/2023)
Excelente reflexión, Dios prospere su ministerio.
Colombia
  Nelys  (Colombia)  (26/04/2023)
Bendiciones! necesito leer sus estudio para enriquecerme espiritualmente .
Argentina
  Claudia Daniela Doufour  (Argentina)  (31/03/2023)
Muy bendecida fue mi vida con su estudio sobre este capítulo.
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