Estudio bíblico: Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará - Juan 15:2

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
Resultado:
Votos: 4
Visitas: 16244

"Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará" (Juan 15:2)

Introducción

Aunque no hay duda de que en esta alegoría hay importantes lecciones acerca de nuestra relación personal con el Señor, no debemos perder de vista que el enfoque principal sigue siendo el objetivo misionero.
Según lo que hemos considerado hasta ahora, Cristo es la vid verdadera, pero él estaba a punto de partir al cielo, y por lo tanto, él mismo no iba a ser quien se encargaría de seguir extendiendo su reino sobre esta tierra, al menos no directamente; esto lo haría a través de sus discípulos. Ellos serían los pámpanos o ramas por medio de las cuales expresaría toda la vida que hay en él al mundo. Ellos llevarían al resto de los hombres el mensaje del Evangelio en el que quedan expresados el amor y el deseo divino de salvar al mundo. Serían los discípulos quienes con su testimonio harían comprensible la bondad de Dios a los hombres.
Sin lugar a dudas, ésta es una enorme responsabilidad para todos los creyentes. Todo lo que Cristo había logrado con su vida y muerte son ahora encomendados a los creyentes para ser entregados convenientemente al mundo. ¡Qué gran responsabilidad ha dejado en nuestras manos! ¿Somos conscientes de ello?
Mirando hacia el pasado, debemos concluir con los profetas que Israel había fracasado en esta misión de llevar con dignidad el nombre de Dios a todos los pueblos a su alrededor. Veamos cómo lo expresó el profeta Oseas:
(Os 10:1) "Israel es una frondosa viña, que da abundante fruto para sí mismo; conforme a la abundancia de su fruto multiplicó también los altares, conforme a la bondad de su tierra aumentaron sus ídolos."
Ellos sí habían dado fruto, pero era fruto para ellos mismos, no para Dios. Podríamos decir que era un mal fruto, lo que equivalía a no dar fruto.
Y ahora el Señor hace esta declaración tan radical: "todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará".

"Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará"

(Jn 15:2) "Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto."
1. ¿En quién estaba pensando Jesús al hablar de los sarmientos estériles?
Según lo que hemos considerado hasta ahora, Israel se encontraba en una posición muy delicada. Pocas horas después de que Jesús dijera estas palabras, ellos iban a cometer el peor crimen de la humanidad: matar al mismo Hijo de Dios, su Mesías prometido.
Con esta actitud estaban dejando claro que no estaban "en Cristo". Por lo tanto, cuando el Señor habló de pámpanos infructuosos, en primer lugar estaba pensando en la nación de Israel. Tal como los profetas habían denunciado, ellos eran los pámpanos estériles y secos.
Pero esto no agota el significado de lo que Cristo estaba diciendo. Se puede incluir también aquí a todos aquellos que llamándose cristianos no dan fruto para el Señor. En este punto muchos piensan inmediatamente en Judas el traidor, y aunque es evidente que él estaría dentro del grupo de las ramas estériles, no debemos pensar que sólo ese tipo de apóstatas están incluidos aquí. El Señor se refirió expresamente a todo aquel que "no lleva fruto", y esto incluye a cualquier pretendido cristiano que por su forma de vida no demuestra que lo es.
2. "En Cristo"
Lo que el Señor dijo nos lleva a la conclusión de que en la vid hay dos tipos de ramas: las que dan fruto y las estériles. De esto se desprende que así como hay cristianos verdaderos, los hay también falsos.
Por lo tanto, está claro que hay personas que afirman estar en contacto espiritual con Cristo, pero en realidad no lo están. Esto era un hecho que el Señor había denunciado en varias ocasiones a lo largo de este evangelio.
Lo importante es que la persona esté realmente "en él". Pero, ¿qué significa estar "en él"?
Jesús ya había enfatizado esta clase de relación. Se había referido a ella comparándola con la relación que él tenía con su Padre (Jn 14:10-11); la que habría entre el Espíritu Santo y los discípulos (Jn 14:17); y entre él, el Padre y los discípulos (Jn 14:20,23). De todos estos comentarios previos, llegamos a la conclusión de que estar en él implica permanecer en una unión vital con él. Sería el equivalente al concepto paulino de "estar en Cristo", que en ocasiones el apóstol ilustra con la relación que hay entre la Cabeza y el cuerpo (Col 1:18), el Esposo y la esposa (Ef 5:22-33), la Piedra angular y el templo (Ef 2:19-22). Y ahora, en la alegoría de la vid y los pámpanos, también encontramos esa misma unión vital, porque la rica sabia del tronco fluye hacia los pámpanos para transmitirles su vida.
Todo esto implicaba un importante cambio para la mentalidad judía, porque para ellos, llegar a formar parte de Israel se lograba por medio del nacimiento en una familia judía y el rito de la circuncisión, lo que les impedía ver la necesidad de estar en Cristo. Claro está que esto se debía a que no habían prestado la debida atención a lo que la Palabra de Dios decía. Pablo les hizo notar que la bendición no venía por ser descendientes de Abraham, sino por ser sus descendientes a través del hijo prometido. Por supuesto, este hijo fue Isaac, pero no dejaba de ser un pobre anticipo de Cristo, tal como el apóstol Pablo explica: "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo" (Ga 3:16).
3. Permanencia y fruto
Ya hemos visto que hay pámpanos que parecen ligados a la vid, y que sin embargo, no producen ningún fruto; igual que hay personas que parecen ser miembros del cuerpo de Cristo, y no obstante, en el día final tal vez resulte que su unión con Cristo no era vital. Se trataría en ese caso de personas unidas al Salvador sólo mediante el hilo de una profesión externa.
Pero aunque es cierto que será el Señor quien en última instancia saque a la luz la realidad de una verdadera conversión, de todos modos, en el día de hoy, ya es posible anticipar lo que ocurrirá finalmente observando el fruto de cada persona.
(2 Ti 2:19) "Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo."
La realidad de la existencia de este tipo de creyentes es bien conocida a través de toda la Biblia. Aquí mismo, en el evangelio de Juan, hemos visto el caso de personas que decían creer en Cristo, pero que llegado el momento de la prueba, no permanecieron en él, y por lo tanto, no llegaron a dar fruto.
Por ejemplo, cuando comenzó la última cena en el aposento alto, el Señor lavó los pies de los discípulos y dijo algo a lo que debemos prestar atención: "vosotros limpios estáis, aunque no todos" (Jn 13:10-11). Como ya sabemos, se estaba refiriendo a Judas, uno de los apóstoles. Él nunca había sido un auténtico creyente (Jn 6:70-71), por lo tanto, no estaba siendo limpiado, sino que estaba experimentando un proceso muy diferente; el de ser quitado. Podemos ver entonces que no era un pámpano auténtico porque no permaneció en la vid y no dio fruto.
El mismo principio lo encontramos en la parábola del sembrador que contó el Señor. Allí vemos que algunas semillas comenzaron a crecer por algún tiempo, pero finalmente no llegaron a dar fruto. Son esas personas que "creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan". En contraste, los creyentes son aquellos "que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia" (Lc 8:13-15). Y fijémonos nuevamente en la clave de lo que el Señor estaba diciendo, para así poder llegar a entender correctamente su enseñanza acerca de la vid y los pámpanos: lo importante no consisten en "estar", sino en "permanecer y dar fruto".
Veamos otro pasaje en este evangelio donde se aprecia el mismo principio. En (Jn 8:30-45) encontramos a un grupo de judíos que dijeron creer en Cristo, pero fijémonos en las palabras del Señor: "Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos". La prueba exigida por el Señor era la permanencia en él, algo que ellos no hicieron, porque antes de acabar el pasaje, estaban insultando al Señor y buscando la forma de matarle. Así que, aunque parecían creer en Cristo, él les dijo que en realidad eran hijos de su padre el diablo. La razón es que sus frutos provenían de él y no de Dios: "Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira".
También Santiago dijo que alguien puede reivindicar ser creyente, pero que sus obras demuestren que su fe está muerta.
(Stg 2:14-26) "Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma."
Por lo tanto, se puede decir que hay personas unidas a Jesús, pero que en realidad están muertas, porque no son auténticos creyentes. Pueden tener muchas hojas, pero carecen del auténtico fruto, y pronto dejarán de permanecer en la vid.
Puede que a nuestros ojos nos parezca que mantienen una buena apariencia; con pámpanos con abundantes hojas, pero no olvidemos que lo que el Señor busca son los frutos, y estos sólo se producen cuando hay permanencia.
4. La importancia del fruto
Ya hemos dicho que el fruto es la marca infalible del verdadero cristiano, y de hecho, es la única razón de la existencia del pámpano, por eso, si el labrador no encuentra fruto en él, lo quitará. En el cielo no hay lugar para creyentes meramente nominales. El apóstol Pablo explicó que fuimos salvados "a fin de que llevemos fruto para Dios" (Ro 7:4).
Este fruto no es algo que el pámpano lleva para sí mismo, sino para el dueño de la vid. Como muy bien expresó Jotam en la antigüedad, el fruto de la vid debe alegrar el corazón de Dios:
(Jue 9:13) "Y la vid les respondió: ¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?"
Todos los cristianos somos imperfectos y llenos de infinidad de defectos de todo tipo, pero aun así, cualquier verdadero cristiano produce algún tipo de fruto verdadero. En la parábola del sembrador, el Señor concluyó con la semilla que cayó en buena tierra, y comentó sobre ella: "el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno" (Mt 13:23). El Señor admitió que algunos de ellos dieron más fruto que otros, pero en todos los casos hubo fruto.
La lógica del argumento del Señor es indiscutible: de la misma manera que en una vid buscamos uvas, en un creyente buscamos frutos cristianos. Un cristiano sin fruto es una contradicción.
Por lo tanto, ¿qué tipo de ramas están conectadas a Cristo sin poseer una vida salvadora? A raíz de los ejemplos bíblicos anteriores, debemos pensar en cristianos nominales, aquellos que tal vez asisten a la iglesia y que incluso se involucran en muchas obras sociales. Pueden ser personas que han calentado el mismo asiento de la iglesia durante años, sin que los sermones y testimonios hayan llegado a producir vida espiritual en ellos. Personas que han recibido el rito del bautismo, son miembros en la lista de la iglesia y forman parte de una familia piadosa, pero que nunca han nacido de nuevo. Seguramente el evangelista Juan también estaba pensando en algunos en su época que abandonaban las iglesias después de un tiempo en ellas (1 Jn 2:18-19).

La naturaleza del fruto

El fruto viene determinado por la naturaleza y calidad del árbol. Por ejemplo, un peral no dará manzanas, y un mal árbol no dará buena fruta. Hay una relación íntima entre el árbol y su fruto, y eso es lo que ocurre también en el caso de la vid.
Si Cristo es la vid verdadera, debemos esperar frutos que en alguna medida expresen lo que él es. Por supuesto, no se nos habla aquí de frutas literales, sino de un carácter como el de Cristo. El apóstol Pablo se refirió a ello como "el fruto del Espíritu Santo" y definió en qué consistía:
(Ga 5:22-23) "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley."
Aquí conviene hacer una aclaración. Muchos creyentes prestan mucha atención a los dones del Espíritu Santo, como por ejemplo, evangelista, apóstol, maestro, profeta... pero debemos subrayar que mucho más importante que los dones del Espíritu con los que un creyente haya sido capacitado, está el fruto del Espíritu, que tiene que ver directamente con el carácter del creyente que se va formando a la imagen de Cristo. No nos cansamos de repetir que el interés del Señor no se centra tanto en lo que él quiere hacer a través de nosotros, sino en lo que desea hacer en nosotros. Probablemente no seremos llamados a hacer fantásticas señales de poder, pero sí a que el poder de Dios se manifieste en una vida controlada por el Señor donde todos nuestros motivos, deseos, actitudes, disposiciones se rindan completamente a él bajo la influencia de su Espíritu Santo.
Al fin y al cabo, lo que Dios está buscando es formar la imagen de su Hijo en nosotros (Ro 8:29). Quiere que las virtudes de Cristo se vean en nosotros para gloria de su Padre, pero también para que el mundo incrédulo pueda considerar la belleza y grandeza de nuestro Dios, y le entreguen su corazón. Tal como dijo el Señor:
(Mt 5:16) "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos."
Allí donde Israel fracasó en dar testimonio de su Dios, nosotros debemos mostrar nuestra devoción a él por medio de la obediencia a sus mandamientos.
Por último, en este punto, deberíamos advertir del peligro de identificar el fruto con el éxito. Volvemos a insistir en que una persona puede tener un ministerio de éxito desde la perspectiva del mundo porque atrae a muchas personas o maneja un presupuesto muy alto, pero ese no es el tipo de fruto que busca el Señor. Tristemente, con demasiada frecuencia, aparecen en las noticias los líderes de esos exitosos ministerios acusados de inmoralidad sexual, fraude económico u otras cosas. Muchos son atraídos por los grandes números, pero insistimos en que lo que Dios busca es un carácter que se parezca al de Cristo. Y con frecuencia observará que cuanto más se parezca a Cristo menos personas estarán a su lado. Esto era lo que ocurría siempre en el Antiguo Testamento con los falsos profetas y los verdaderos.
Aquí le dejamos algunos textos bíblicos donde puede profundizar más en la naturaleza del fruto que Dios desea de los creyentes: (Mt 3:8-10) (Ro 1:11-13) (Ro 6:22) (Ro 15:25-29) (2 Co 2:14) (Ef 2:10) (Ef 5:9) (Fil 1:9-11) (He 12:11) (He 13:15).

"Lo quitará"

La cuestión es realmente seria, porque cualquiera que pretenda ser cristiano pero no produzca frutos, será quitado finalmente de la vid. Recordemos las solemnes palabras de Juan el Bautista a los judíos que se acercaron a él para ser bautizados:
(Mt 3:7-10) "Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego."
Seguramente no hemos escuchado a ningún otro predicador dirigirse a su auditorio con estos términos: "generación de víboras". Por supuesto, algo así heriría profundamente a los delicados oídos modernos, pero Juan era un hombre rudo del desierto que llamaba a las cosas por su nombre, y viendo el grave peligro en que aquellos fariseos y saduceos se encontraban, les avisó de la manera más solemne posible. Y nos imaginamos que logró captar su atención. ¿Cuál era el peligro? Creer que estar unido a una religión, o descender de un padre creyente, esto ya les otorgaba el derecho a entrar en el reino de los cielos.
¿Qué dijo Juan el Bautista que haría Dios con aquellos que no produzcan frutos dignos de arrepentimiento? Pues básicamente lo mismo que el Señor dijo en el pasaje que estamos estudiando: "Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego". Es verdad que el profeta se refirió a aquellos que "no dan buen fruto", mientras que el Señor habló de los que "no dan fruto", pero al final es lo mismo: todo aquel que no da buen fruto no está realmente conectado de manera vital a la vid verdadera, y será quitado de ella.
Ahora bien, algunos han hecho notar que el verbo "quitar" también puede ser traducido como "levantar". Quienes se inclinan por esta segunda posibilidad hacen notar que en ocasiones, cuando los pámpanos crecen por el suelo, esto hace que sean salpicados por el barro y que la producción de fruto sea comprometida, así que, en esos caso, el labrador coloca debajo del pámpano unas cuantas piedras para que esté mejor expuesto al sol y al aire, y de ese modo el fruto se desarrolle adecuadamente.
Según esta interpretación, cuando Dios ve que un miembro del cuerpo de Cristo no lleva nada de fruto, levanta el pámpano, sacándolo de cualquier circunstancia contaminante y lo apoya para que lleve fruto. Argumentan también que sería un jardinero muy impaciente aquel que inmediatamente cortara un pámpano sin haberle dado la oportunidad de desarrollarse adecuadamente.
Por supuesto, no hay ninguna duda sobre la paciencia de Dios. Esto queda evidenciado en muchas partes de las Escrituras. Por ejemplo, cuando el Señor contó la parábola de la higuera estéril, el dueño observó: "He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?", a lo que el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después" (Lc 13:6-9).
El Señor tiene toda la paciencia necesaria, pero finalmente, aquellos pámpanos que no dan fruto los quitará. Eso es lo que haría también cualquier buen labrador.
¿Por qué es necesario quitarlos? Veamos el razonamiento del Señor:
(Mt 7:17-20) "Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis."
Según esto, para saber la calidad de un árbol hay que mirar su fruto. Si aplicamos este razonamiento a la vid, cuando encontramos numerosos pámpanos que no llevan fruto o producen uvas silvestres, las personas pensarán inmediatamente que esa vid no es buena, lo que sería un testimonio muy negativo acerca de Cristo. Por eso, al cortar las ramas muertas, es una forma vívida de decir que no le pertenecen, puesto que no hay ninguna conexión vital con la vid.
Esto es fácil de entender. Pensemos, por ejemplo, en una iglesia donde los miembros tienen una moral relajada en los asuntos familiares, laborales o espirituales; indudablemente, las personas de la calle cuestionarán ese tipo de cristianismo, pero al mismo tiempo, cuestionarán también a nuestro Señor. ¡Qué triste sería que las personas hablaran mal del Señor por nuestra causa (Ro 2:24)! Las ramas infructuosas cuestionan la calidad de la vid, y esto es realmente serio.
Permítannos una reflexión al respecto. Algunas veces los pastores de las iglesias evangélicas saben que para conseguir congregaciones muy numerosas deben rebajar los niveles de compromiso de sus miembros, porque de otro modo, las personas se irán de allí y nunca dejarán de ser grupos pequeños. Por esa razón, muchas veces se evita aplicar cualquier tipo de disciplina o corrección, porque esto molestaría a los miembros, que rápidamente buscarán otra iglesia más permisiva. Pero actuando de esta manera se corre el grave peligro de presentar un carácter distorsionado de Cristo, que por supuesto, no le honrará, ni servirá para cumplir nuestra misión frente al mundo. Y finalmente, de nada sirve un número muy grande de miembros en la iglesia si el testimonio es malo. Lejos de ser una ventaja, nos aparta de la meta divina.

¿Qué implica ser quitado?

Creemos que tanto en el caso de la vid y los pámpanos infructuosos, como en la parábola de la higuera estéril, el Señor estaba tratando claramente con la nación judía. Por lo tanto, debemos preguntarnos que significó para ellos que fueran "quitados".
En primer lugar, dejarían de ser el medio por el cual Dios seguiría dándose a conocer a las naciones, por lo tanto, perderían ese increíble privilegio del que habían disfrutado inconsecuentemente durante muchos siglos. Su perseverante rechazo de su Mesías finalmente provocaría lo que el Señor nos dice más adelante en este pasaje: "el que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden" (Jn 15:6).
Otros han argumentado que también puede referirse a la excomunión de la iglesia. Por ejemplo, ante un caso de inmoralidad en la iglesia en Corinto, el apóstol Pablo exhorta a que sea "quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción" (1 Co 5:2).
En cuanto a esta interpretación, debemos decir que, aunque la disciplina en la iglesia es bíblica y totalmente necesaria cada vez que hay pecado, no obstante, debe notarse que en este caso sería el mismo Labrador quien quitaría al pámpano improductivo de la vid, es decir, no sería la iglesia, ni ningún hombre quien realizará tal proceso, sino Dios mismo.
Esto ha llevado a otros a pensar que aquí el Señor se refiere a una disciplina directa de parte de Dios que interviene por medio de la enfermedad o la muerte sobre aquellos creyentes descuidados y no arrepentidos (1 Co 11:29-30).
Por supuesto, Dios puede hacer esto, y de hecho lo hace cada vez que él lo considera conveniente. Por ejemplo, Dios quitó por medio de la muerte a Ananías y Safira por mentir, pero no tenemos constancia de que haga siempre eso con cada creyente que en algún momento no dice la verdad. Además, es necesario notar nuevamente que el Señor se estaba refiriendo a personas que no daban ningún fruto, no a creyentes carnales, que si bien manifiestan actitudes propias de su vieja naturaleza, también presentan algún tipo de fruto, aunque sea pobremente. A este tipo de pámpanos se va a referir a continuación.
En todo caso, aunque resulta duro admitirlo, el lenguaje usado por el Señor aquí recuerda claramente al que empleó en otras ocasiones para referirse a la condenación eterna en el infierno.

Comentarios

República Dominicana
  Ana Silvia  (República Dominicana)  (24/09/2022)
Muy importante para uno empaparse de la palabra, muy contenta de encontrar este estudio.
Copyright © 2001-2024 (https://www.escuelabiblica.com). Todos los derechos reservados
CONDICIONES DE USO