Estudio bíblico: Yo soy la vid verdadera - Juan 15:1

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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"Yo soy la vid verdadera" (Juan 15:1)

Introducción

Durante toda la noche en el aposento alto el Señor había estado consolando e impartiendo ánimo a sus discípulos ante la inminencia de su partida. Al salir de allí (Jn 14:31), y mientras caminaban por las calles hostiles de Jerusalén hacia el torrente del Cedrón (Jn 18:1), el Señor prosigue con su enseñanza, pero ahora enfoca sus esfuerzos en prepararles para la misión que ellos tendrían frente al mundo después de su ascensión al cielo.
Debemos entender que las palabras que aquí estudiamos fueron dichas en los momentos más difíciles del ministerio terrenal del Señor. Recordemos que hacía un momento él había anunciado la venida del príncipe de este mundo (Jn 14:30), y de hecho, ya podía sentir en lo profundo de su corazón las fuertes embestidas del maligno, aun así, todavía había muchas cosas que debía decirles a sus discípulos, y él se esforzaba por seguir enseñándoles.
Quedaban asuntos de mucha importancia por aclarar. Podemos pensar, por ejemplo, en qué pasaría con la nación de Israel y sus líderes religiosos después de la crucifixión del Señor. El hecho de que ellos mataran a su propio Mesías los colocaba en una posición muy delicada. ¿Seguiría Dios tratando con ellos como lo había hecho hasta ese momento? ¿Sustituiría a Israel por otro pueblo? Sin lugar a dudas ésta era una cuestión vital, y será la primera que el Señor abordará en este pasaje.
En relación a esto veremos que iban a tener lugar importantes cambios. Ante el fracaso de Israel en reconocer a su Mesías, y por lo tanto, en darlo a conocer al mundo, el Señor introduce a una nueva comunidad en el mundo a través de quienes se va a manifestar a partir de ese momento. Veremos también que este nuevo pueblo no se establecerá debido a su relación con una raza, sino que dependerá enteramente de su conexión y permanencia en Cristo.
Por lo tanto, a lo largo de este capítulo encontraremos nuevamente un importante énfasis en la necesidad de "permanecer en Jesús", que ahora se relacionará con el hecho de dar fruto. Con la alegoría de la vid y los pámpanos se nos quiere hacer reflexionar sobre la importancia de la fecundidad como la meta de la vida cristiana. Ahora bien, en el contexto de este pasaje, debemos entender que el fruto se relaciona con la misión de la iglesia frente al mundo. Podríamos decir que la gracia de Dios que está en Cristo, ilustrada aquí por la vid, es dada a conocer al mundo a través del fruto que se encuentra en los pámpanos. Se nos presenta, por lo tanto, la enorme responsabilidad que cada creyente tiene de estar permanentemente unido a Cristo, a fin de ser un canal efectivo que pueda llevar su fruto al mundo.
En relación a todo esto veremos que el Señor sólo contempla dos opciones: permanecer en él y llevar fruto para su gloria, o ser separados de él para ser consumidos en el fuego. No hay duda de que la radicalidad de esta enseñanza del Señor tiene como objetivo despertarnos para que entendamos la seriedad de lo que nos está comunicando. El nuevo pueblo de Cristo debe continuar expandiendo su fruto hasta alcanzar a la humanidad entera.
Y también, en cuanto a la misión de dar testimonio público ante el mundo, veremos en este capítulo que el Señor no les ocultará la fuerte oposición que encontrarían, pero junto a ello les mostrará los increíbles recursos con los que les iba a capacitar. Por supuesto, el más importante sería la comunión íntima y permanente con él, pero también les hablará nuevamente de la oración o el ministerio del Espíritu Santo. Finalmente comprobaremos que la provisión que el Señor ha puesto a nuestra disposición, es más que suficiente para llevar a cabo una misión de esta magnitud.

"Yo soy la vid verdadera"

(Jn 15:1) "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador."
El Señor usaba con frecuencia las cosas que tenía delante para ilustrar o explicar verdades espirituales, por esa razón muchos expositores se han preguntado qué pudo haber ocasionado que el Señor usara aquí una vid para su exposición. Se ha conjeturado que en el camino hacia el valle del Cedrón se veían las vides a la luz de la luna. Otros creen que el Señor y los discípulos pasaron por el templo donde la puerta del Lugar Santo estaba decorada por una gran vid dorada (Josefo: Guerras 5.210-212). Por supuesto, el Señor no necesitaba tener un objeto material ante sus ojos que inspirara sus ilustraciones, y puesto que Juan guarda silencio sobre esto, podemos dejarlo a un lado y pensar que él se estaba refiriendo principalmente a un hecho bien conocido en el Antiguo Testamento: La vid como un símbolo de la nación de Israel (Sal 80:8-9) (Is 5:1-7) (Is 27:2-6) (Jer 2:21) (Jer 12:10-13) (Ez 15:1-8) (Ez 19:10-14) (Os 10:1). Tal era así que en la época de los Macabeos la vid era el emblema que aparecía en sus monedas.
1. Israel la vid de Dios
Para comprender bien lo que el Señor quería decirles es importante que nos remontemos al Antiguo Testamento. Sería conveniente, por ejemplo, leer lo que escribió el profeta Isaías:
(Is 5:1-7) "Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres? Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella. Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor."
Israel es representado aquí como una viña con numerosas vides, que a pesar de todos los cuidados de Dios, en lugar de dar uvas, había dado uvas silvestres.
Con esta poesías el profeta se estaba refiriendo a la historia de Israel. En el pasado Dios había librado a la nación de su esclavitud en Egipto (Sal 80:8-9), los había conducido por el desierto, alimentándolos, protegiéndolos de sus enemigos, y les había dado leyes por medio de las cuales serían un pueblo muy superior a todos los demás (Dt 4:5-8). Luego les dio la tierra de Canaán, y allí siguió alimentándolos con asombrosas bendiciones. Con el tiempo les permitió construir un templo donde Dios mismo moraría en medio de ellos, como antes lo había hecho con el tabernáculo.
A cambio de toda esta inversión, Dios esperaba recoger una abundante cosecha de uvas excelentes, es decir, esperaba que Israel fuera una luz en medio de los otros pueblos que los iluminara, a fin de que abandonaran sus sucias prácticas inmorales y su absurda idolatría, y se volvieran al Dios de Israel para adorarlo.
La idea era que las naciones gentiles, cansadas y sedientas de sus religiones paganas, lograran apreciar la belleza del Dios de Israel y se volvieran a él, como un caminante del desierto que extenuado se encuentra con una vid que le ofrece uvas deliciosas y jugosas.
Pero este plan de Dios no funcionó, y como más adelante dirá Isaías: "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino" (Is 53:6). A pesar de que hubo algunos israelitas fieles al Señor, no hay duda de que Israel, en su conjunto, resultó ser una gran decepción. Escuchemos nuevamente las palabras del profeta: "¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres? ... Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor".
Ellos habían abandonado la hermosa ley de Dios y se habían vuelto a las prácticas deplorables de los pueblos cananeos. Y aunque Dios les envió profetas que los exhortaron constantemente a volverse al Señor, ellos los ignoraron reiteradamente. Aun así, estos profetas dejaron constancia en las páginas de las Escrituras de sus denuncias por la mentira y corrupción que caracterizaban sus negocios; porque explotaban y oprimían a los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros; y por la infidelidad y el infanticidio que caracterizaba su vida familiar.
¿Qué pensarían de su Dios las naciones que a su alrededor les observaban? El carácter de Dios había quedado desfigurado por su comportamiento, de tal manera que el apóstol Pablo llegó a hacer una acusación contra Israel que se revestía de mucha gravedad:
(Ro 2:24) "Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros."
Todo esto era extremadamente grave, pero aún hicieron algo infinitamente peor: crucificaron al mismo Hijo de Dios cuando vino a este mundo. El cielo y la tierra contemplaron el mayor acto de maldad imaginable. Como Pedro acusó directamente a los líderes de la nación judía de aquel tiempo:
(Hch 3:13-15) "El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos."
Israel se había convertido hacía mucho tiempo en un "sarmiento de vid extraña" (Jer 2:21). Y aunque Dios había manifestado mucha misericordia y paciencia con ellos, el asesinato de su propio Hijo llevó su rebelión y maldad a un punto que provocó la más firme indignación por parte de Dios. Recordemos nuevamente las palabras de Isaías: "Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella" (Is 5:5-6).
Israel le había fallado a Dios en su papel de ser "luz a las naciones" (Is 49:6), y este fracaso alcanzó su punto más bajo cuando rechazaron y crucificaron al Mesías. Fue esta constante falta de fruto lo que los colocó bajo el juicio divino.
Ahora bien, ¿cuál sería la respuesta de Dios? ¿Descartaría a Israel y buscaría otro pueblo?
En primer lugar hay que decir que Dios juzgó a Israel por su pecado, y todavía siguen estando bajo su juicio, porque como nación siempre han justificado la crucifixión de Jesús y nunca se han arrepentido por ello.
Ahora bien, Dios no iba a abandonar su proyecto de "cultivar uvas". De hecho, estaba poniendo en marcha en estos momentos una producción de uvas mucho mayor, de más calidad y que llegaría a todas las partes del mundo.
¿Cómo lo haría? ¿Descartaría a Israel a favor de la Iglesia? Parece que esto no tendría mucho sentido. Si Israel había fracasado, ¿por qué la Iglesia lo habría de hacer mejor? Pensemos por ejemplo en la mezcla de religión y política que se conoce con el nombre de "cristiandad"; cuando observamos su historia, vemos que con frecuencia ha alcanzado grados de corrupción moral, crueldad y opresión desconocidos en la historia de Israel.
Y aquí viene la razón por la que este pasaje que estudiamos es realmente importante. Lo que Cristo está diciendo es que la respuesta al fracaso de Israel no sería la formación de otro pueblo que sustituyera a Israel en las mismas condiciones, sino que él mismo sería "la Vid de Dios" en este mundo.
2. Cristo la vid verdadera
A diferencia de Israel, Cristo expresa de manera perfecta el carácter del Padre, de tal manera que sólo él pudo hacer esta afirmación: "Yo soy la vid verdadera".
Pero, ¿qué lugar ocupan los creyentes en todo esto? Como más adelante se explicará, nosotros somos incorporados como los pámpanos, que conectados a la Vid, llevamos fruto para la gloria de Dios. Se podría decir que Cristo extiende sus brazos para ofrecer este fruto por medio de su iglesia, pero sólo él es la vid verdadera. De este modo, nosotros, como pámpanos, tenemos el deber de dar a conocer a través de nuestros frutos, toda la vida, gracia, bondad y poder que hay en la Vid, esto es, en Cristo. En este punto debemos subrayar el hecho ya mencionado de que esta rica vida espiritual no está en las ramas, sino en el tronco, es decir, no está en la iglesia, sino en Cristo.
Por supuesto, los israelitas también pueden ser incluidos en este proyecto (todos los apóstoles lo eran), pero deben plantearse seriamente si están arraigados en Cristo, o si por el contrario, se engañan a sí mismos pensando que por formar parte de Israel ya son el pueblo de Dios y van a recibir automáticamente la bendición de Dios.
Estas palabras del Señor estaban introduciendo un cambio importante que tendría serias repercusiones en el futuro. Todos recordamos las tensiones en el primer siglo cuando los apóstoles predicaban el evangelio. Ellos llamaban a las personas a estar "en Cristo", mientras que los judíos, incluso muchos de los que se llamaban cristianos, insistían en que los nuevos cristianos debían ser incorporados a Israel por medio de la circuncisión y la observación de la Ley. Pero los apóstoles defendieron con valentía la enseñanza del Señor: los creyentes deben estar en Cristo, puesto que Israel ha fracasado y temporalmente ha sido desechado. Debido a su apostaría se había convertido en una vid vacía y estaba descalificada como canal de las bendiciones divinas. Ahora estas bendiciones sólo pueden venir por medio de Jesucristo, la vid verdadera.
Por lo tanto, Cristo es la verdadera fuente de vida espiritual en contraste con la decadente nación de Israel. Cristo es en todos los sentidos auténtico, confiable, perdurable, de tal manera que cualquiera que se acerque a él quedará plenamente satisfecho. En este sentido podemos afirmar que Cristo es la verdadera vid porque produce fruto auténtico, y eso es lo que los pámpanos debemos mostrar.
Del mismo modo que Cristo es la "luz verdadera" (Jn 1:9), en el sentido en que él es la revelación final y completa de Dios, o es el "pan verdadero" que descendió del cielo (Jn 6:32), porque sólo él puede ser el sustento definitivo del hombre, de ese mismo modo Cristo es la "vid verdadera". Podía haber otras luces, como Juan el Bautista (Jn 5:35), u otros alimentos, como el maná en el desierto, pero todo eso eran manifestaciones parciales y temporales que apuntaban a su cumplimiento definitivo en Cristo. No olvidemos que Jesús inicia su afirmación con el último de sus siete "Yo soy", que en este evangelio es una expresión que enfatiza su ser eterno.
Este razonamiento nos ha venido acompañando desde el principio del evangelio. Ya vimos que Cristo es el verdadero templo de Dios (Jn 2:19-22), y también hemos considerado que él es el cumplimiento de las distintas fiestas judías. Ahora se da un paso más hacia delante para decirnos que Cristo sustituye a Israel como la vid verdadera.
Y, por supuesto, Cristo es también la vid verdadera en contraste con cualquier religión, aunque ésta sea de carácter cristiano. La pregunta fundamental que cada uno debe hacerse finalmente es si está en Cristo o en una religión.

"Y mi Padre es el labrador"

El Padre y el Hijo nunca son entidades separadas, y aquí, una vez más, vemos que actúan de forma unida y conjunta.
Creemos que la observación que hacen los arrianos de que la vid y el labrador tienen naturalezas diferentes, y que por lo tanto ambos no son iguales, nos parece que es llevar esta alegoría mucho más allá de su propósito original. Aunque tampoco tendríamos ningún problema en admitir que Cristo asumió la naturaleza humana en la encarnación (Jn 1:14), y en este sentido, como ya hemos hecho notar en otras ocasiones, el Hijo era diferente al Padre, pero sólo desde esta perspectiva.
Notamos también que en otras ocasiones en los evangelios, Dios es presentado como el propietario o dueño de la viña, pero aquí aparece como el "labrador". Este término traduce un vocablo griego compuesto de "tierra" y "obra", dando la idea de uno que trabaja la tierra. Esto nos muestra que el Padre no sólo es el dueño de la viña, sino que también se preocupa directamente de ella para que cada año dé más y mejor fruto. A continuación el Señor nos explicará cómo la hace.
Pero por el momento debemos quedarnos con la idea de que el Padre está profundamente interesado en nuestra prosperidad espiritual a fin de que seamos cada vez más fructíferos. Él siempre está vigilante a nuestras necesidades y comprometido con ellas. Sabe cuándo tiene que podar, cómo tiene que preparar la tierra, qué separada tiene que estar una vid de la otra. Es verdad que la vid es una planta que requiere mucha atención si se quiere obtener un fruto de calidad, pero el labrador sabe lo que debe hacer, y aquí está la garantía de nuestro crecimiento y rendimiento. Podemos confiar en que él sabe cuándo y cómo debe tratarnos en cada momento. Recordemos las palabras del profeta:
(Is 27:2-3) "En aquel día cantad acerca de la viña del vino rojo. Yo Jehová la guardo, cada momento la regaré; la guardaré de noche y de día, para que nadie la dañe."
Por otro lado, encontramos aquí otro cambio importante. En la parábola de los labradores malvados de (Mt 21:33-46), vemos que allí los labradores eran los líderes espirituales del judaísmo, y que ellos fueron los instigadores de la muerte del propietario de la viña. Ellos fueron en gran medida los causantes del fracaso del pueblo, pero ahora el Señor dice que ellos ya no iban a continuar en esa tarea, sino que su Padre es ahora el Labrador.

Comentarios

Chile
  Juan Francisco Gonzalez Vasquez  (Chile)  (25/01/2023)
Al leer la Santa Escritura me regocijo en ella y pienso en el Señor Jesucristo que me fortalece, bendito es El amén.
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