Estudio bíblico: Las plagas de Egipto - Exodo 7:8-11:3

Serie:   El libro de Éxodo   

Autor: Ernestro Trenchard y Antonio Ruiz
Email: antonio_ruiz_gil@hotmail.com
España
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Las plagas de Egipto (Exodo 7:8-11:3)

La señal de las serpientes (Ex 7:8-13)

Faraón y la señal (Ex 7:8-9). Al parecer, hemos de pensar que algo había ocurrido en el palacio de Egipto desde que el monarca había despedido a Moisés y Aarón de forma despectiva, mandándoles que volviesen a sus trabajos de esclavos, dejando la pretensión de asumir el papel de embajadores de una divinidad. Faraón había de recibir a los siervos de Dios de nuevo, y se anticipó la posibilidad que él mismo pidiera "señal", como credencial de la autoridad de los embajadores. Ya encontramos la posibilidad de que Moisés aun encontrara a antiguos compañeros entre los altos oficiales de Egipto, y es posible que, por medio de ellos, se había gestionado otra entrevista. En efecto, parece ser que Faraón admitió a Moisés y Aarón de nuevo, pidiendo la señal, algo muy normal para la mentalidad de aquellos tiempos. La señal estaba a mano (la de la "serpiente") que Dios había entregado a Moisés en el desierto.
El simbolismo de la serpiente en Egipto. La señal adquiere mayor significado si recordamos que el faraón llevaba sobre su frente un precioso modelo en oro de la serpiente-urea (alusión a la cobra como emblema de la diosa Udjo adorada en el bajo Egipto) símbolo de la fuerza que le daba victoria sobre los enemigos. Este concepto egipcio se distingue netamente del hebreo que, desde el principio, consideraba la serpiente como símbolo del mal, encamado en Satanás, quien por fin sería derrotado por el poder divino. Una vara, convertida en serpiente, ya "dejaba en mal lugar" a la autoridad del monarca, expresada por tal símbolo, y cuando las serpientes de los magos fueron tragadas por la de Aarón, desapareciendo del todo, quedó la vara profética como señal de un poder mayor que el de Egipto.
La señal se lleva a cabo (Ex 7:10-12). No hemos de buscar "ilusiones ópticas" ni "causas naturales" aquí. Dios hizo la señal a través de Aarón al echar éste la vara en tierra. Los "sabios y hechiceros" lograron una cosa análoga (véase el párrafo siguiente), pero su breve triunfo se trocó en humillación al ver cómo la serpiente de Aarón tragaba las suyas, convirtiéndose luego en vara. La vara, ya símbolo de la misión que los hermanos habían de cumplir, adquirió además el significado de un poder superior a la que se representaba por "la serpiente" de Egipto.
La obra de los sabios y hechiceros (Ex 7:12). Al principio Faraón quiso utilizar como aliado la magia de Egipto, al enfrentarse con el misterioso poder del Dios de los hebreos, y por ello surgen interrogantes sobre la naturaleza de este poder: ¿Se trata de las maniobras de unos hábiles malabaristas o prestidigitadores que habían aprendido el secreto de crear ilusiones ópticas? ¿O eran científicos antes del tiempo, iniciados en algunas de las maravillas que hoy en día se producen por sabias combinaciones de las fuerzas naturales del universo? ¿O se trata de la utilización de poderes satánicos? ¿O hemos de pensar en una mezcla de todos estos elementos? Lo cierto es que los egipcios, gente de mentalidad práctica y pragmática, trataban la ciencia de sus "sabios y hechiceros" con absoluta seriedad, y había "escuelas" para la formación de estos hombres, que llegaban a ser consejeros de reyes. Más importante aún, la Biblia misma toma en serio las pretensiones de la magia, y prohibe a los fieles intentar aprovecharse de fuerzas que salen de los cauces naturales de la creación sin corresponder al poder sobrenatural de Dios. Quizá debiéramos notar aquí que los términos que la versión RV-60 traduce por "sabios" y "hechiceros" son distintos. El primero señala a los sabios que produjeron la literatura de la sabiduría (la "sapiencial") que mencionamos en la Introducción, que no se mezclaban necesariamente con "artes mágicas", bien que la frontera entre las dos actividades resultaba ser más bien borrosa. Los "hechiceros" pretendían utilizar poderes ocultos. Abundaban talismanes y amuletos dotados de supuestas influencias para el bien y el mal, siendo muchos de ellos fórmulas mágicas escritas, ya que todos los orientales concedían potencia a "la palabra" si se pronunciaba a su debido tiempo y según el ritual prescrito. Es evidente que resulta muy difícil trazar una línea clara entre prácticas meramente supersticiosas, juegos de prestidigitación, conocimientos legítimos de la naturaleza y las operaciones de poderes ocultos (en último término satánicos) que no se sujetaban a la voluntad de Dios. Hace algunos años los comentaristas optaban casi universalmente por las explicaciones "naturales", pero existe más humildad entre algunos hoy en día, y el creyente que reconoce la autoridad de las Escrituras no puede dejar de lado el tema como algo completamente desfasado por los conocimientos científicos de nuestros tiempos. El prestigioso Nuevo diccionario bíblico (Buenos Aires: Ediciones Certeza, pp. 843-847) contiene un extenso artículo sobre "Magia y brujería", sobre el fondo oriental, y sorprende lo intrincado del tema. Hay costumbres y prácticas entre tribus primitivas que no son susceptibles, hasta la fecha, de explicaciones meramente naturales. Por ejemplo, en distintos lugares hay grupos de personas, unidas por motivos religiosos o tribales, que pueden caminar descalzas sobre piedras candentes, sin sufrir quemaduras, siendo muy difícil el subterfugio en estos casos. Puede ser que las serpientes de los hechiceros fuesen "serpientes encantadas" que tomaban forma de varas, pues hay evidencias de la práctica de este truco hasta tiempos modernos. En cambio, no ha de extrañar al estudiante humilde de las Escrituras que los magos pudiesen movilizar auxilios satánicos en su intento de obstaculizar la obra de Dios, que es evidentemente lo que creía el escritor sagrado. Sin embargo, el incidente señala los límites de este poder, que por fin siempre habrá de someterse al de Dios.
El corazón de Faraón (Ex 7:13). El "corazón" de Faraón corresponde al centro de su personalidad, siendo sede de sus deseos y decisiones. Es posible traducir "se endureció" por "fue duro", o insensible. A pesar de ver el símbolo de la flaqueza de la "serpiente" suya, aún se creía capaz de movilizar fuerzas suficientes como para resistir las demandas de Jehová de Israel, y la lucha, ya trabada, sigue su curso.

La plaga del agua del Nilo convertida en "sangre" (Ex 7:14-25)

Las plagas en general. El incidente de las serpientes no pasaba de ser la señal de que obraba una potencia a la cual el rey debiera someterse, respetando el mandato de dejar salir el pueblo, sirviendo de credenciales para los embajadores. Rechazada la señal, empiezan las "plagas". Varias voces hebreas se traducen por "plaga", pero casi siempre dan la idea de un desastre, o una calamidad, o golpe dañino, que cae o sobre el cuerpo o en la esfera de la naturaleza. Todas estas plagas se relacionan con la vida normal de Egipto, y la ambientación de esta serie de calamidades es perfecta, ya que sólo habrían podido efectuarse en Egipto. No se ha de deducir, sin embargo, que sólo se trata de catástrofes normales que por una pura casualidad se produjeron en serie durante aquel año en la cuenca del Nilo. Es evidente que empiezan "cronometradas", según el programa de Dios, prediciéndose, en varios casos, tanto el momento de su incidencia como el de su retirada. En todas las plagas, directa o indirectamente, se manifiesta el poder del Dios Creador por encima de las imaginadas virtudes de las divinidades que presidían —según la teogonía egipcia— la suerte de este país eminentemente agrícola. Esto lo veremos al notar cada caso; no es necesario reiterar que el Nilo era el "dios" por excelencia, juntamente con el dios-sol.
El lugar del encuentro (Ex 7:14-20). De igual manera que la princesa del capítulo 2, este Faraón tenía la costumbre de pasearse por alguna ribera agradable del Nilo —probablemente uno de los ramales del Delta— y quizá también se bañaba. Conociendo los hábitos del monarca, no fue difícil forzar un encuentro en una de estas ocasiones, y el Señor manda a sus siervos que lo busquen, siendo muy apropiado el escenario para la iniciación de la serie de plagas, ya que la primera había de afectar el agua del Nilo. El mensaje de los embajadores no difiere en nada esencial de los anteriores (versículo 15), pero esta vez Dios anuncia el principio de la "guerra": si no hay sumisión de parte del rey, las aguas del río se convertirían en "sangre".
Dos facetas de la plaga (Ex 7:17-21). Moisés golpeó las aguas del Nilo en presencia de Faraón y sus siervos, o sea, sus nobles ministros y servidumbre, con el resultado de que se convirtieron en "sangre" (véase el párrafo siguiente). Aarón había de simbolizar la extensión del mal por extender la vara, señalando todas las regiones del país, con el efecto de que el agua de los arroyos (más bien, canales), estanques y depósitos se convirtiesen también en "sangre". Se trata del agua del Nilo, pues los estanques y canales formaban parte del intrincado sistema de riego que recibía las aguas de las inundaciones, conservándolas y utilizándolas hasta su renovación por la inundación sucesiva. Fue posible después hallar agua no contaminada cavando pozos cuya agua sería filtrada (Ex 7:24).
La naturaleza de la plaga. Desde luego, no hemos de pensar en un líquido de la composición química de la sangre que riega los cuerpos de hombres y de animales, sino de la presencia en el agua del Nilo de microorganismos dañinos que daban color sanguíneo al agua. Este fenómeno se produce dos veces al año en el Nilo: primeramente cuando suben las aguas en junio-julio, trayendo partículas de barro de las tierras de Etiopía. En este caso el agua no deja de ser potable ni mueren los peces. Al descender el agua a su nivel más bajo, en los meses de febrero a mayo, puede quedar colorada de nuevo el agua, tratándose esta vez de aguas estancadas, lo que aumenta mucho más el peligro de la proliferación de microbios dañinos que también producen aquel olor de corrupción que daba asco a los egipcios. El milagro consistía en reforzar notablemente este mal, ya conocido, pero en el momento señalado por los profetas, o, evidentemente, como consecuencia de una intervención divina. Por la referencia al estado de las cosechas en (Ex 9:31), sabemos que se trataba del fin del invierno (muy benigno en Egipto), de modo que hemos de pensar que la plaga se produjera en este período del año, pese a que algunos eruditos prefieren la hipótesis del agua colorada por el principio de la inundación. Las demás plagas parecen surgir, en su parte "natural", de esta época del estancamiento de las aguas a la que corresponden estas actividades microbianas. No se nota momento alguno en que esta plaga se quitara.
Faraón, los hechiceros y el pueblo (Ex 7:21-25). De nuevo Faraón apeló a sus hechiceros, quienes también realizaron la "señal", bien que en este caso no pudo consistir más que en procurar agua de pozos y llevar a cabo algo en escala muy pequeña, que sólo serviría para aumentar el mal. Además, fue algo que se prestaría fácilmente a un truco. Con todo, bastaba para que Faraón se obstinara en su negativa de dejar ir al pueblo creyendo aún que sus fuerzas habían de ser más potentes que las de Jehová. La versión Moderna traduce el versículo 23: "Y apartando Faraón el rostro, se volvió a su casa?". El bello panorama del Nilo, fuente de su riqueza y poderío, se había vuelto en algo peligroso y dañino que no quería contemplar; además, con el mismo ademán, volvió las espaldas a los siervos de Dios. En este caso se trata de "una plaga", o sea, de un golpe duro que afectaba la vida de todos los egipcios. Los peces en el río murieron, lo que supondría la ruina económica para miles de pescadores y disminuiría la alimentación de toda la población, tan amante del pescado. La gente tenía que cavar pozos con el fin de hallar agua potable, siendo evidente que Egipto había perdido mucho como resultado de la primera batalla. Hubo un intervalo de siete días antes de que Dios señalara las próximas operaciones.

La plaga de la proliferación de las ranas (Ex 8:1-15)

Una repetición de la conminación (Ex 8:1-4). Siete días no habían bastado para convencer a Faraón de que había perdido una importante batalla al resistir a Jehová, con efectos desastrosos para su país. A él mismo no le faltaría agua buena sacada de los pozos, y no tenía el corazón de "padre" para con su pueblo, típico del buen "faraón". Moisés —Aarón no se menciona en este caso— anunció claramente la naturaleza de la segunda plaga, sin que el historiador note respuesta alguna de parte de Faraón. Podemos imaginar un gesto despectivo de despedida que precipitaría la próxima acción de la guerra.
La naturaleza de la plaga (Ex 8:5-6). Las ranas proliferan rápidamente en charcos que se están secando, ya que los huevos, dejados por el desove, se incuban por el calor del sol, como saben bien quienes han escuchado el coro de múltiples ranas en los arroyos medio secos de España en agosto. Ya hemos visto que los estanques y acequias retenían lo que sobraba del agua de la última inundación en esta época, pero la multiplicación del animal, normal en tal época, fue aumentada milagrosamente hasta llenarse la tierra de ranas, que se metían hasta en las alcobas, los hornos, las artesas, etc. Para los egipcios fue un castigo doble. Por una parte era gente limpia, amante de la higiene, así que el asco producido sería intenso. Al mismo tiempo, por la locura de su sistema idolátrico, daban honores divinos a la rana como símbolo del principio vital y de la multiplicación de la vida, y una de las manifestaciones de la diosa Hator fue representada por la cabeza de una rana. Como consecuencia, una faceta importante de su culto nacional se había convertido en asco, viéndose cómo Dios ejecutaba sus juicios sobre todos los dioses de Egipto (Ex 12:12).
Vuelven a aparecer los hechiceros (Ex 8:7). Faraón aún quería convencerse de que el poder de Jehová no fuese más que una manifestación de ciertas facultades comunes a otras divinidades, o parecidas a otras fuentes mágicas de energías sobrenaturales. Si los hechiceros pudieron hacerse con el desove de ranas, no les sería difícil hacer ver que ellos también podían producir muchas ranas. No es probable que tuviesen el secreto de la vida, algo que se destaca en la plaga siguiente.
Las reacciones de Faraón (Ex 8:8-12). No fue posible al mismo Faraón escapar de las consecuencias de la plaga de ranas, que pese al "consuelo" que pudieron darle sus magos se vio obligado a llamar a los profetas, pidiendo su intercesión en términos bastante humildes. El rey no niega que la plaga sea obra de la mano de Dios, y sabe que sólo Jehová es capaz de librarle de algo ya insoportable. Al pedir la intercesión de Moisés, da promesa formal de dejar ir al pueblo "para que ofrezca sacrificios a Jehová" (versículo 8).
El programa de Dios (Ex 8:9-13). El elemento milagroso se pone de relieve por medio del cumplimiento del programa, ya que el Dios de Israel determina todos los momentos de la acción. Moisés no desecha la súplica de Faraón, pero insiste en que el monarca mismo señale la hora de la desaparición de las ranas, y muchos testigos habrán oído la contestación: "Mañana", comprometiéndose Moisés a que la plaga había de terminar precisamente entonces, "para que conozcas que no hay como Jehová nuestro Dios" (versículos 10 y 11).
La intercesión de Moisés (Ex 8:12-14). Moisés, ayudado por las manifestaciones del poder de Dios y sumiso por fin a sus disciplinas, va adquiriendo la estatura espiritual que Dios quiere conferirle. Ya no duda, ni argumenta, sino que obra con plena fe en que Dios ha de cumplir lo prometido, y por medio del siervo elegido para la realización de la obra. Empezó su notable obra de intercesión, que había de convertirse en rasgo típico de su ministerio: "... y clamó Moisés a Jehová tocante a las ranas ... e hizo Jehová conforme a la palabra de Moisés..." (Ex 8:12-13). El fin de la plaga trajo sus problemas a Egipto, pues las masas muertas no sólo "apestaban la tierra", sino que ofrecían un criadero abonado para la multiplicación de toda suerte de microbios, peligro más que se añadió al de la putrefacción de las rojas aguas estancadas de tantos estanques y acequias.
El endurecimiento de Faraón (Ex 8:15). Faraón había tenido experiencia ya de la misericordia de Jehová, quien había admitido la intercesión que Moisés había elevado a petición del rey, pero "se mostrará piedad al malvado y no aprenderá justicia..." (Is 26:10) y este hombre terco y obstinado aún creía que podría salir de la crisis por sus propias fuerzas.

La plaga de los mosquitos (Ex 8:16-19)

La naturaleza de la plaga (Ex 8:16-17). Los eruditos no pueden determinar con exactitud cuál insecto corresponde al vocablo kinnim, pero siendo algo que afectaba tanto a animales como a hombres, no es probable que se trate de piojos. Casi seguramente hemos de pensar en nubes de mosquitos, cuya proliferación se favorecería notablemente por las condiciones producidas por las dos primeras plagas. Sus peligrosas picaduras causarían horribles molestias a hombres y animales. El simbolismo que se empleó fue el polvo, golpeado por Aarón; en la tierra suelta se incubaba la fraza que contenía los huevos de los mosquitos. La excesiva proliferación, sin embargo, no obedece a causas naturales, sino a la palabra del Creador. Recordemos que la alimentación de los cinco mil hombres fue milagro de creación; sin embargo, el Señor quiso valerse de los cinco panes y los pocos peces —merienda de un muchacho— como punto de partida para el milagro creador.
El fracaso de los hechiceros (Ex 8:18-19). Esta vez los hechiceros fracasaron aun en sus débiles remedos de las grandes obras que Dios iba realizando por medio de sus siervos, llegando a exclamar: "¡Dedo de Dios es éste!". Sin duda, se quedaron impresionados por la creación de formas de vida en tal abundancia, sabiendo que habían llegado al fin de su propio "repertorio", reconociendo la presencia y el poder del Dios Creador. Por lo menos eran más honrados que aquellos fariseos que no querían reconocer "el dedo de Dios" aun cuando el Señor echaba fuera demonios, demostrando la derrota de Satanás (Lc 11:14-23).
Faraón sigue en rebeldía (Ex 8:19). No hay noticia del levantamiento de esta plaga, ya que no hubo ni un simulacro de arrepentimiento de parte de Faraón. Suponemos que sus efectos se confundirían con los de la próxima plaga de las moscas.

La plaga de las moscas (Ex 8:20-32)

El reto de Jehová (Ex 8:20-23). Hay silencio diplomático en el palacio, pero eso no impide que el Rey de reyes haga resonar su voz. Moisés no tuvo acceso a la corte en esta ocasión, pero pudo planear el encuentro con Faraón a la orilla del río. La reiteración del mandato de liberación para Israel se acompaña por el solemne anuncio de la próxima plaga, la de las moscas. Se trata de "toda clase de mosca", que incluiría especies portadoras de microbios, que a su vez serían el medio para provocar enfermedades tanto en los hombres como en las bestias. Las moscas abundan en Egipto en tal época del año, pero "lo normal" se convirtió en un ataque masivo que afectaba a todos.
La separación de la tierra de Gosén (Ex 8:22-23). No hay indicio de que los mismos israelitas fuesen libres de los sufrimientos producidos por las tres primeras plagas, pero desde la cuarta la mano de Dios se manifiesta no sólo por su control del tiempo sino también del lugar, ya que Dios "puso aparte" la tierra de Gosén, donde habitaba su pueblo, concediéndole "redención" según el hermoso vocablo del versículo 23. Antes Faraón había pedido liberación de las ranas para "mañana"; en este caso Dios anticipa el momento anunciando otro juicio para "mañana" (versículo 23).
Faraón intenta componendas (Ex 8:24-28). Faraón tuvo que humillarse hasta el punto de hacer llamar a los profetas, pera sólo para ofrecer soluciones parciales que los embajadores no pudieron aceptar: "Andad, ofreced sacrificios a vuestro Dios en la tierra". Algo había de hacer, pero el orgulloso monarca no quiso dejar salir al pueblo, que es lo que se había pedido desde el principio. La contestación de Moisés pone de manifiesto lo absurdo de la proposición, pues sacrificios de tipo animal en la tierra quebrantarían muchos de los tabúes religiosos de los egipcios, como ya hemos notado, dando lugar a protestas y alborotos. Recuerde el lector la explicación de la palabra "abominación" en estos contextos. Nada menos de tres días de viaje al desierto serviría para el debido cumplimiento del mandato del Señor (versículo 27). La promesa de Faraón no pareció tan firme como la anterior de (Ex 8:9), ya que no quería que el pueblo se alejase mucho, pero frente a la petición "orad por mí", Moisés la aceptó. Dios había de disponer del resultado según su voluntad, y las épocas de alivio que seguían las intercesiones de Moisés se revestían de mucha importancia como revelaciones de la gracia de Dios.
La intercesión renovada (Ex 8:29-32). Por segunda vez Moisés oró a Jehová a favor de sus enemigos, pero no sin antes advertir a Faraón de los peligros de más demoras (versículo 29). De nuevo "Jehová hizo conforme a la palabra de Moisés" y una vez más se vio el efecto inmediato de la intercesión, ya que todas las moscas fueron quitadas y, por supuesto, los mosquitos también. El país respiraba de nuevo, pero Faraón aún no había aprendido la lección de la necesidad de someterse a Dios.

La muerte del ganado en el campo (Ex 9:1-7)

La naturaleza de la plaga (Ex 9:1-3). Faraón, viéndose libre de las plagas de los mosquitos y las moscas, volvió a su complacencia nacida de su orgullo. "No he de rebajarme ante esta nación de esclavos y su dios" —decía en efecto. "El poder de Egipto queda incólume, a pesar de las molestias, y yo no he de dejar ir a estos esclavos cuyo trabajo me es tan útil". La renovada conminación se dio, por boca de Moisés, con toda solemnidad en el nombre de "Jehová, el Dios de los hebreos". El nuevo "ataque" contra la fortaleza de Egipto afectaría no sólo a las personas, sino a su apreciada propiedad. Había de morir el ganado que se hallara "en el campo", con mención de caballos, asnos, camellos, vacas y ovejas. Los caballos habían sido introducidos en Egipto por las dinastías hiksos, utilizándose sobre todo en el ejército. En siglos posteriores los caballos de Egipto llegaron a ser famosos, fuente de riqueza para el país. Se ven pocos dibujos de camellos en los monumentos egipcios, pero sin duda se empleaban ya para transportar cargas a larga distancia en época del éxodo. Es importante notar que esta plaga sólo cayó sobre el ganado "en el campo"; los animales se recogían durante las altas inundaciones y sólo pastaban en el campo después de bajarse las aguas. Siempre habría un número considerable de cabezas recogidas, y éstas no fueron afectadas por esta enfermedad. Por eso, aún quedaba ganado que podría sufrir los efectos del granizo de la séptima plaga. Se ha pensado en la posibilidad de que la enfermedad fuese el ántrax, contraído en el campo, precisamente a causa de los agentes microbianos fomentados por la putrefacción de las ranas.
Se salva el ganado de los israelitas (Ex 9:4-7). Esta "separación" fue muy necesaria, ya que los israelitas, siempre pastores y ganaderos, habían de convertirse por cuarenta años en pueblo nómada, hasta llegar a Canaán, y durante tan extendido período su ocupación se limitaría estrictamente al pastoreo y a la ganadería. Faraón tuvo la curiosidad de comprobar la verdad del salvamento del ganado de Israel, hallando, en efecto, que en contraste con el de los egipcios (de ellos murieron todos aquellos que no estaban recogidos) ni un solo animal había muerto en Gosén. Dios había hablado muy claramente de su intención de proteger y bendecir a los suyos, pero el corazón de Faraón quedó duro como una piedra. Sin embargo, una batalla más se había perdido por Faraón, Egipto y sus "dioses".
"Mañana" (Ex 9:5). De nuevo Jehová fija el momento del desastre, y suena otro fatídico "mañana" de juicio. El cumplimiento exacto del programa refuerza mucho la revelación "del nombre de Jehová". Quizá es permisible vislumbrar también otro rayo de gracia, ya que el juicio fue anunciado para el ganado en el campo, lo que dio lugar a que los egipcios —si quisieran prestar atención a la Palabra de Yahweh— recogiesen a tiempo sus animales evitando el desastre (Ex 9:20-21).

La plaga de las úlceras (Ex 9:8-12)

La plaga afectó directamente a los cuerpos de los egipcios (Ex 9:8-11). Lo que la versión RV-60 llama úlceras, la versión Moderna denomina "tumores apostemados", creyendo el Nuevo diccionario bíblico (p. 1098) que se trata de ántrax de la piel acompañado de úlceras, que salen sobre todo en las manos y en los pies. El agente portador del microbio sería la mosca stomoxys calcitrans, que se habría criado en abundancia al pudrirse las ranas. Se nota en el versículo 11 que los hechiceros no podían estar delante de Moisés por causa de esta enfermedad, lo que confirma la hipótesis de un mal que afectaba los pies.
Una señal dramática (Ex 9:8-10). Los hornos de entonces (y durante muchísimos siglos) eran pequeñas construcciones de ladrillo o de piedra, en forma de cúpula, con una entrada practicada en un lado. Se quemaba material ligero y combustible dentro para que el recinto se recalentara. Después de quitar las cenizas, se metía la masa del pan (o el alimento que se había de cocer o asar) cerrando la entrada. Abundaban tales hornos cerca de las casas, y sería facilísimo hallar puñados de ceniza. En el orden natural no hay relación directa entre la ceniza, que se esparciría ampliamente por medio del viento, y el sarpullido; señalaba la intervención de Dios, quien, aun utilizando medios "naturales", ordenaba todo según su programa prefijado de juicios sobre los rebeldes.
Los hechiceros y Faraón (Ex 9:11-12). Los hechiceros habían confesado su derrota al ver la plaga de los mosquitos, pero su humillación llega a tal extremo en este caso a causa del "poder" que obraba por medio de los embajadores de Jehová, que no podían ni hacer acto de presencia en la corte, y mucho menos contrarrestar la acción del "enemigo". Sin embargo, afectado él mismo quizá por el sarpullido, Faraón aún resiste la voluntad de Dios cuya autoridad no quiere reconocer, pese al cúmulo de pruebas que abundaba en su favor.

La plaga del granizo (Ex 9:13-35)

La importancia de este juicio. La extensión de la narración de esta plaga y de sus resultados nos da una idea de su importancia en esta impresionante serie de los juicios de Dios en Egipto. Quizá su dramático detalle surge del hecho de que los hebreos, comprendiendo que Dios obraba directamente por medio de lo que se llama "la naturaleza", oían la voz de Jehová en los truenos, diciendo el salmista en lenguaje poético: "Voz de Jehová sobre las aguas; truena el Dios de gloria" (Sal 29:3) (Sal 18:13) (Job 37:4-5) (1 S 2:10) (1 S 7:10). Bien sabemos nosotros cómo impresiona un trueno fuerte por encima de nuestras cabezas, y Faraón, pese a su soberbia, llegó a encogerse frente a la "artillería del cielo", cuyos estallidos seguían de cerca los relámpagos que casi sin intervalo parecían lamer la tierra. Había algo impresionante y sobrecogedor que subrayaba el daño hecho por el granizo, cuyo tamaño lo convertía en balas destructoras por toda la tierra de Egipto. ¡Cuán grande era el Dios de Israel! La impresión que recibió Faraón se refleja bien en el sentido literal de sus palabras, tal como se recoge en el versículo 28 de la versión Moderna: "Suplicad a Jehová; porque ya ha habido lo bastante de grandes truenos y granizo". Por el momento el monarca se hallaba amedrentado. En cuanto al daño hecho por el granizo, tenemos evidencia hoy en día de los perjuicios que puede causar cuando acompaña tormenta, precipitándose sobre árboles y cosechas granos que pueden llegar al tamaño de huevos de perdiz. Si podemos imaginar un azote tal, muy prolongado y aplicado en su forma máxima, comprenderemos que esta batalla fue de inusitada severidad, y por sí sola debiera haber terminado la rendición de los orgullosos egipcios.
La conminación de Jehová (Ex 9:13-18). "Yo enviaré esta vez todas mis plagas sobre tu corazón", anunció el Señor a Faraón por boca de su embajador. Las visitaciones futuras habían de constituir un fuerte martilleo sobre aquel corazón empedernido que aun así había de endurecerse más, pese a manifestaciones pasajeras de arrepentimiento. Ya hemos tenido ocasión de señalar el sentido exacto de los versículos 15 y 16: "Habría yo podido extender mi mano ya sobre ti y tu pueblo, mediante la pestilencia, quitándoos de la tierra; pero por este propósito te he mantenido con vida, para mostrarte mi poder, con el fin de que mi nombre sea anunciado a través de toda la tierra". Es decir, Dios aprovechaba la dureza del corazón del monarca para "enseñar lecciones" de dramática claridad que no habrían podido aprenderse por medio de una visitación —una pestilencia que hubiese matado a todos los egipcios— que habría librado a los israelitas en seguida. Pero queda la culpabilidad de Faraón, a quien dice el Señor literalmente: "Todavía te estás ensalzando en contra de mi pueblo para no dejarles ir" (versículo 17). De nuevo el momento en el programa de juicios se fija anticipadamente con el fin de resaltar la acción directa de Dios: "Mañana, a estas horas, haré llover granizo..." y había de ser en grado tal que jamás se había visto antes en el mundo.
El rasgo de gracia (Ex 9:19-21). Hay personas que pretenden distinguir entre el Dios Jehová, justiciero pero cruel y violento del Antiguo Testamento, y Jesucristo "manso y humilde de corazón" del Nuevo Testamento. Tales personas leen las Escrituras muy superficialmente, pues algunas de las palabras más severas de la Biblia se hallan en la boca del Señor Jesucristo frente a los hipócritas endurecidos, mientras que se hallan abundantes muestras de la gracia de Dios en el Antiguo Testamento, quien nunca rechaza a nadie que admita su misericordia. En este caso Dios tuvo compasión, no sólo de su pueblo Israel, sino también de cualquier habitante de Egipto que hubiera aprendido siquiera las primerísimas lecciones de las largas disciplinas ya manifestadas. Dirigiéndose al mismo Faraón por boca de Moisés, le advierte: "Envía, pues, a recoger tu ganado, y todo lo que tienes en el campo?.". Hubo tiempo y aviso suficiente para que todos, desde Faraón hasta el más humilde ganadero, hubiesen salvado sus animales de la muerte al admitir la veracidad de la Palabra del Señor. La advertencia —un rasgo de gracia— mostró que el pueblo egipcio ya se había dividido en dos sectores: quienes temblaban ante la Palabra de Jehová, y quienes, siguiendo el mal ejemplo de su rey, persistían en su soberbia y rebelión. Hubo protección y bendición para cualquiera que "pusiera en su corazón la Palabra de Jehová" (versículo 21).
Una nota cronológica (Ex 9:22-26,31-32). Cuando Moisés extendió la simbólica vara hacia el cielo, la tormenta estalló, precisamente en el momento señalado, y lo predicho en la conminación dirigida a Faraón se cumplió en circunstancias que llenaron todos los corazones de miedo y de temblor sin que cayera el granizo destructor en la tierra de Gosén. El ganado y la servidumbre de los rebeldes pereció, salvándose los temerosos de Dios. La vegetación no pudo salvarse en ningún caso fuera de Gosén (versículo 25). Los versículos 31 y 32 sirven de indicio para determinar la época del año de las plagas, porque el lino estaba en caña y la cebada ya espigada. En cambio no fue afectado ni el trigo ni el centeno, quizá una planta parecida a nuestro centeno, ya que brotan más tardíamente. El calendario agrícola no sería idéntico al de España, por ejemplo, porque tanto dependía del riego del Nilo y los meses de la inundación; pero, como país mediterráneo, sería bastante parecido, y la cebada espigada correspondía seguramente a fechas anteriores a las de España hoy día, o sea a febrero-marzo.
La confesión de Faraón (Ex 9:27-35). Ya hemos notado la impresión que la horrorosa tormenta produjo en Faraón. ¿Dónde se hallaban todas las divinidades egipcias que operaban en la atmósfera y en los cielos? Ninguna de ellas se presentó para proteger al rey o a su país. Tronaba el Rey de gloria, en acentos de juicio, y no se oía más voz que la suya. Como en el caso de las plagas de las ranas y de las moscas, Faraón envió a llamar a los embajadores de Jehová, comprendiendo bien en aquel momento que sólo la autoridad del Dios de los hebreos podría librarle de su insuperable temor. La confesión del versículo 27 admite la justicia de Dios y la impiedad de él mismo y de su pueblo. Lo que rebaja el valor de la confesión aparentemente completa por otra parte, es la inclusión de "esta vez" (versículo 27), que le salva el amor propio y le deja una puerta de escape para "otra vez". Pero la rebelión no sólo se había manifestado "aquella vez", sino que había sido rasgo persistente de la actitud de Faraón desde la primera presentación de Moisés y de Aarón a su presencia hasta entonces. Moisés comprendió bien la imperfección de la confesión, y que el arrepentimiento fingido había de convertirse otra vez en obstinación (Ex 8:30), pero no rehusó interceder por Faraón y por su pueblo, ya que el nombre de Jehová, como ya hemos observado, se revelaba tanto por las intermisiones del juicio a las horas señaladas como por su repetición frente a los desafíos del rey. Salió Moisés de la ciudad —Tanis, probablemente— y en medio del estruendo de la tormenta alzó sus manos intercesoras hacia el cielo. Cesaron instantáneamente los truenos, los relámpagos y las fuertes lluvias que se mencionan en el versículo 33, pero la repentina tranquilidad sólo sugirió al "corazón" de Faraón la posibilidad de seguir la guerra, sin rendirse a Jehová, cuya voz acababa de oír tan de cerca.

La plaga de las langostas (Ex 10:1-20)

La severidad de la plaga. Los orientales temen la langosta, considerando una invasión por estos insectos como algo peor que la incursión de ejércitos enemigos. La plaga que se describió en el libro de Joel llegó a ser figura de los horrores del "día de Jehová". Todos los testimonios concuerdan en que una nube de langostas, después de posarse en los campos, hace desaparecer en muy poco tiempo no sólo toda cosa verde sino hasta la corteza de los árboles. No sabemos el intervalo exacto entre la destrucción causada por el granizo y esta nueva visitación, pero el calor de Egipto, después de las abundantes lluvias de la tormenta, haría crecer toda vegetación muy rápidamente; así que no hallamos contradicción aquí. Ya había brotes de verde por toda la tierra, y algo habría podido salvarse de las cosechas tardías si Faraón hubiese permanecido fiel a la confesión hecha durante la tormenta.
La intervención del Señor (Ex 10:1-6). Se subraya cada vez más la solemnidad de las advertencias divinas: "¿Hasta cuándo no querrás humillarte delante de mí?". Se trataba precisamente de eso, pues Faraón quería ensalzarse delante del pueblo, como su señor y "dios", mientras que Jehová había hecho ver repetidamente que él solo era Dios de toda la tierra, hecho que Faraón aún rehusaba reconocer sinceramente. Moisés, frente al rey y su corte, percibe claramente que la soberbia oposición persiste todavía, de modo que pasa en seguida a una descripción detallada del próximo azote, consecuencia de la terquedad de ellos, y después: "Se volvió y salió de delante de Faraón" (Ex 10:4,6). Una vez más había sonado el momento: "¡Mañana!" pero aún les quedaba lugar para arrepentirse de su locura.
Otra proposición de componendas (Ex 10:7-11). Los ministros del rey quedaron impresionados frente a la nueva amenaza, pues comprendían de sobra la gravedad del azote de una plaga de langostas, y sabían bien que los avisos de Moisés se habían de cumplir al pie de la letra. Hacen eco de la pregunta de Moisés —"¿Hasta cuándo?"— señalando a Faraón la devastación del país (versículo 7). De mala gana el rey envía gente en busca de los embajadores del Señor, pero sólo para hacer proposiciones que sirvan de pretexto para no "humillarse" delante de Jehová. "¿Quiénes han de ir a esta fiesta religiosa?". Moisés subraya que se trata de la nación como tal en todas sus partes. Con una pretensión irónica de no poder exponer a niños a los peligros del desierto, rehusa la petición, indicando, en efecto, que ni Jehová podría librarles si él hiciera la locura de dejarles ir al desierto. Claro está, si se hubiesen ido los varones adultos solamente, los jóvenes, mujeres y niños habrían quedado como rehenes en las manos de Faraón, y sin la protección natural de los padres y maridos. Lejos de la sumisión necesaria, se produjo una manifestación de despecho que no se había dado desde la primera entrevista: "Y los echaron de la presencia de Faraón" (versículo 11).
Otra falsa confesión de parte de Faraón (Ex 10:12-20). Al mandato de Dios Moisés extendió la vara, señalando todos los confines de la tierra de Egipto. Se levantó un fuerte viento del oriente todo el día y la noche siguiente para traer al "ejército invasor" sobre todo el país en el momento determinado. No sólo devoraron los insectos toda sustancia vegetal a su alcance, sino que se metieron en las casas, cubriendo muebles y personas con su asquerosa presencia. Viajeros que han estado en sitios invadidos por langostas han declarado que les era imposible comer sin que entrasen langostas por la boca con la comida. El rey, que había echado a los siervos de Dios el día anterior, "se apresuró a llamar a Moisés y a Aarón", profiriendo palabras que, en boca de otro hombre, habrían sido señal de una humillación profunda: "He pecado contra Jehová vuestro Dios y contra vosotros". Quizá pensaba en el ultraje de la "despedida" del día anterior, creyendo que sería prudente ponerse a bien con estos hombres, quienes eran los únicos —como siervos de Dios— capaces de aliviar la situación angustiosa del país. Pero el arrepentimiento no consiste sólo en confesar el mal, sino en abandonarlo, y allí en el fondo de su corazón Faraón no tenía intención alguna de dejar sus soberbias pretensiones para someterse a la voluntad de Dios. Se vio afligido por una "plaga mortal" (versículo 17) y pide la intercesión de Moisés y de Aarón de la manera en que habría adquirido un amuleto de un mago si le hubiera servido para lo mismo. De todas formas, como se ha visto al quitarse otros juicios, todo coadyuvaba para que se diera a conocer el NOMBRE DE JEHOVÁ, quien controlaba vientos y mareas como Creador de ellos. Moisés, el intercesor, "oró a Jehová", con el resultado de que se levantara el viento opuesto del occidente que llevó las nubes de insectos al mar Rojo, sin dejar ni uno en Egipto. Las langostas necesitan la ayuda de vientos en sus vuelos. El país respiraba una vez más, pese al aspecto desolador de los campos, y "Jehová endureció el corazón de Faraón", quien tampoco esta vez quiso soltar a los hijos de Israel. Faraón había pecado bastante ya para condenarse a sí mismo e infligir daños sin cuento sobre su país, pero el Señor "endureció al endurecido", llevándole a obrar en contra de los más elementales postulados de la prudencia con el fin de terminar la obra en sus dos vertientes: de liberación completa de su pueblo, y de la manifestación plena de su nombre.

El juicio de las tinieblas (Ex 10:21-11:3)

La causa de las tinieblas (Ex 10:21-23). Dios trae sobre Egipto la novena plaga —que precede a la última, la temible consumación de todas las demás— sin previo anuncio. Moisés había de extender su mano hacia el cielo, como señal de que Dios había preparado un khanisin, o temporal de arena y polvo, algo muy conocido y temido en áreas desérticas o en tierras vecinas a ellas. El año avanzaba y el barro dejado por la inundación se había secado. Según su dirección y fuerza de los vientos traían también su cuota de arena de Arabia y de la península de Sinaí. Durante los khamsin es muy difícil respirar, y los indígenas envuelven sus cabezas en paños de algodón o lino procurando filtrar el aire para poder obtener el oxígeno suficiente. Las nubes de polvo se interponen entre el sol y la tierra volviendo el día en noche. Como es de suponer, este fenómeno natural adquirió sus máximas proporciones como un juicio más que Dios envió sobre el "enemigo" que rehusó aceptar sus condiciones. Sólo en Gosén había luz, ya que la mano del Señor ordenó las corrientes de aire con el efecto de aligerar, por lo menos, el espesor de las nubes de polvo, dejando pasar luz solar. "Luz en sus habitaciones" se traduce más exactamente por "luz donde habitaban los israelitas" (versículo 23). En lo demás del país las tinieblas, ocasionadas por las nubes espesísimas de polvo y arena, parecían "mantas de oscuridad" que envolvían a la gente, empleándose la frase gráfica "tanto que cualquiera las palpe". Nadie veía a su compañero o compañera más próximo, y todo movimiento fue limitado. Así, con corazones encogidos, esperaban los egipcios el juicio que había de poner fin a una serie tan notable de azotes; intervenciones bélicas del Dios de los ejércitos para vencer la obstinada resistencia de Faraón, instrumento de Satanás al querer estorbar el adelanto del plan de la redención. Según la obra providencial de Dios, el mismo pecado, al prolongar los juicios, destrozó el poder de Egipto, garantizando la seguridad de Israel en el desierto.
Sugerencias y amenazas (Ex 10:24-29). No sería empresa fácil buscar a los siervos de Dios y colocarles delante de Faraón, y la conversación se llevaría a cabo a oscuras, aunque es posible pensar que los medios de que disponía el rey habrían podido procurarle alguna protección contra el polvo y algún medio de iluminación. El monarca quiere escapar de su dilema por medio de un "si" condicionado, cuando lo que hacía falta era la sumisión de su corazón al Señor. "Os dejaré ir —dice en efecto— pero habéis de dejar vuestro ganado en Egipto" (Ex 10:24). Así guardaría en su mano la riqueza y los medios del sostén de Israel, lo que, según su limitada lógica, les impediría de ir muy lejos o de intentar la evasión total. Ya tenía que saber que eso no era la voluntad de Dios, ni lo que exigían los términos de la embajada de Moisés y de Aarón. Los animales eran elemento preciso para los sacrificios, y ya estaba claro que el pueblo de Jehová había de estar libre para servir a Jehová en condiciones que él solo determinaría (versículos 25 y 26). Esta vez el despechado rey se atrevió a lanzar una amenaza de muerte en contra de Moisés si intentaba renovar su embajada, olvidando, evidentemente, que había recibido prueba tras prueba de que la vida suya, con la de todos sus súbditos, dependía enteramente de la voluntad de Dios. No discernimos en este rey las señales de una autoridad basada en un trono estable y un carácter fuerte, sino más bien las fluctuaciones de un ser débil, incapaz de formar un criterio prudente y firme; las amenazas salen de un corazón miedoso, donde el despecho no permite una acción firme y la bravata ha de suplir al verdadero valor. ¡Qué mal momento para hablar de la muerte cuando su primogénito ya estaba sentenciado! Y en este sentido recoge Moisés la amenaza. Había llegado el fin, pues Dios llevaba sus propósitos a su consumación (versículo 29).
El anuncio preliminar a Moisés sobre la última plaga (Ex 11:1-3). La muerte de los primogénitos en Egipto se enlaza tan íntimamente con la Pascua y el éxodo, que ha de comentarse en relación con estas dos facetas de la victoria final. Estos versículos nos sirven de eslabón entre los capítulos 3 y 4 de esta obra. No se describe la naturaleza del último azote aquí, pero Dios asegura a su siervo que será de tal gravedad que el mismo faraón recalcitrante estará deseoso de echar a los israelitas de su tierra. Como llegaba el momento de la salida, los israelitas, tanto varones como mujeres, habían de pedir artículos de valor a sus vecinos egipcios, quienes ya miraban con otros ojos a los "esclavos" de antes, viendo en ellos, sin duda, los hijos predilectos de las divinidades, o de su propio Dios, cuyas obras habían dejado en muy mal lugar a los dioses nacionales. El procedimiento de pedir artículos de valor —no es pedir prestado— nos parece extraño, pero formó parte de la comisión original que Moisés había recibido, en el desierto, y se explica tanto por costumbres diferentes como por la necesidad de que Israel no saliera empobrecido de una estancia en Egipto de cuatro siglos. Muchas de aquellas alhajas habían de ser utilizadas después en la construcción del tabernáculo. El pueblo egipcio en general había aprendido lecciones por medio de la serie de juicios que Faraón no había querido admitir. Moisés había traído sus "batallones" como un gran general que ordena sus fuerzas estratégicamente; en su palabra, las grandes devastaciones se habían producido o se habían quitado. Por todo ello el despreciado jefe de una nación de esclavos había llegado a ser tenido por "gran varón en la tierra de Egipto, a los ojos de los ministros de Faraón y a los ojos del pueblo" (versículo 3).
La verosimilitud de las plagas. Pese al carácter extraordinario y sobrenatural de la serie de juicios que hemos venido estudiando, el lector habrá notado que todo concuerda exactamente con las condiciones de la vida egipcia. Hay detalles verosímiles que nadie se habría preocupado por inventar, y se percibe una y otra vez la evidencia de la obra de un testigo ocular de los acontecimientos. Sería muy difícil —y aun imposible— que redactores de tiempos muy posteriores, después de cambios radicales en la vida de Egipto, hubiesen podido perfilar esta historia coherente en la que se percibe un desarrollo ordenado de los acontecimientos sobre la base de unos fragmentos literarios y unas leyendas orales, conservadas por casualidad en algunos de los santuarios de Israel. Resulta más fácil ser fiel que incrédulo ante este maravilloso documento del Éxodo. Dios estaba obrando, y nos hallamos ante una de las intervenciones divinas más significativas en la historia de la raza. Si excluimos todo elemento llamado "sobrenatural" por sistema, tendremos que buscar otras "explicaciones" del hecho histórico y literario, pues nadie puede dudar de la realidad del éxodo, como nadie puede negar el hecho de la cruz y de la formación de la Iglesia. Las explicaciones suelen poner a prueba la credulidad mucho más que el reconocimiento de que Dios no ha dejado el gobierno de su mundo, y cuando llega el "debido tiempo" obra para adelantar sus planes, sin someter sus acciones al limitadísimo criterio de los "sabios" según este mundo. A la vez, no se hace violencia a las facultades que Dios nos ha dado. Nada aquí nos exige que nos rindamos ante lo absurdo; la razón puede operar perfectamente, pero guiada por la revelación divina, cuya luz es indispensable para la orientación de hombres cuyas potencias intelectuales y afectivas han sido violentadas por el pecado.

Temas para meditar

1. Describa la primera entrevista de Moisés y Aarón con Faraón, con sus resultados inmediatos. Comente sobre el hecho que a veces leemos que Faraón "endureció su corazón", y a veces que "Dios endureció el corazón" del monarca.
2. Distinga entre una "señal" y una "plaga". Indique cómo las "plagas" se relacionan con la vida normal de Egipto, o con desgracias que se conocían en su historia. ¿Cómo se coordina la parte "natural" de cada plaga con el elemento milagroso que subraya la obra de Dios?
3. Tanto al ser llamado como en (Ex 6:30), Moisés quiere excusarse de acudir a Faraón, alegando que es "torpe de labios". Al final le vemos actuando con plena fe y autoridad, como embajador del Señor. Discurra sobre esta época de la vida y ministerio de Moisés, notando el desarrollo en su carácter y señalando especialmente su obra de intercesor.
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