Estudio bíblico: La última plaga y la Pascua - Exodo 11:4-12:36

Serie:   El libro de Éxodo   

Autor: Ernestro Trenchard y Antonio Ruiz
Email: antonio_ruiz_gil@hotmail.com
España
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La última plaga y la Pascua (Ex 11:4-12:36)

Consideraciones generales

La construcción literaria de la sección "Historia, mandamientos y ordenanzas". Es preciso olvidarnos de las normas para la construcción literaria de obras históricas en nuestros días, recordando en primer término que Moisés —con o sin redactores posteriores— no tenía por qué someterse a tales normas, aun si se hubiesen conocido en su día. Éxodo es un escrito sui generis, que constituye una parte esencial de la revelación escrita que Dios, en su gracia, se ha dignado concedernos, y resulta anticientífico esperar del propósito del escrito, y de los conceptos de la época, las mismas ideas sobre el análisis y síntesis que prevalecen en el apogeo del género histórico de nuestra civilización occidental. Ya hemos tenido ocasión de notar que Wellhausen y sus discípulos habrían podido ahorrarse miles de arduos trabajos de investigación literaria si hubiesen empezado a teorizar algunos años más tarde, cuando la arqueología había de demostrar que los escritos compuestos, o heterogéneos, eran normales en el segundo milenio a.C., aun tratándose del mismo autor y de una redacción realizada dentro de estrechos límites de tiempo. De hecho, los capítulos que hemos de estudiar constituyen un mosaico histórico, literario y legal, y no tienen por qué ser otra cosa que lo que son.
Nos será muy fácil seguir el hilo histórico, que enlaza la última plaga (la muerte de los primogénitos), la celebración de la primera Pascua, la salida de Israel de Egipto y la travesía del mar Rojo. Pero el propósito del importante escrito no se limita a darnos información sobre estos pasos históricos, por trascendentes que sean, sino a señalar su relación con la formación del pueblo de Israel, que a su vez debe mucho a ordenanzas que hallan sus raíces en este momento histórico. Tales ordenanzas habían de influir profundamente en el pensamiento y testimonio del pueblo a través de los siglos. La historia, pues, se interrumpe por medio de incisos que proyectan la bendita sombra del "acontecimiento" sobre la vida futura del pueblo redimido, pensándose en su futura residencia en la tierra que les había sido prometida. Este sentido pedagógico, que une estrechamente lecciones e ilustraciones con el hecho histórico fundamental que las sustenta, debiera ser muy aceptable a los especialistas de hoy que reconocen el limitado valor educativo de extensos "sermones" o "conferencias" sin el apoyo mutuo de "hecho" y "enseñanza".
A los efectos de nuestro estudio, las alternaciones de género sólo suponen la necesidad de un estudio cuidadoso que sepa distinguir las transiciones de los hechos históricos inmediatos a mandatos sobre instituciones futuras, con referencia especial a la Pascua —como observancia nacional— y la dedicación de los primogénitos.

La muerte de los primogénitos y la Pascua

La última plaga. Como veremos al examinar el texto, el anuncio de la muerte de los primogénitos surge indefectiblemente de la reincidencia de Faraón en su rebeldía. Se atrevió a amenazar a los siervos de Dios con la muerte, precisamente cuando él y todos los suyos se hallaban a la sombra de la muerte. Había comprobado repetidamente cómo Dios, a quien no quería reconocer, había movilizado sus fuerzas, aprovechando siempre aquello que tocaba de cerca a la vida de Egipto para destruir los recursos materiales del reino, y aún rehusaba doblegar la rodilla. La última plaga había de enfatizar el hecho de que la vida de todos los egipcios se hallaba en la mano de su Creador, y si la muerte cayó sobre los primogénitos es porque éstos representaban toda la fuerza primordial de la raza egipcia. La terca oposición de Faraón a los decretos divinos había colocado a todo su pueblo bajo sentencia de muerte, en vivo contraste con la actitud del Faraón hikso de una época anterior, quien había aceptado la Palabra de Dios por boca de José para la salvación de su pueblo de la muerte por el hambre (Gn 41).
La Pascua. El conocido término se deriva del verbo hebreo "pesah", que equivale a la acción de "pasar por encima" en el sentido de "perdonar". En la primera Pascua, que salvó a los primogénitos israelitas, Dios no hizo una distinción automática entre su pueblo y el egipcio. Los israelitas habían de salvarse por un acto de obediencia y de fe que aceptara sin cuestiones ni dudas una palabra que Dios les dio por boca de Moisés. Hasta aquel momento no habían tenido que hacer más que presenciar la destrucción del país enemigo, pero ahora se hallan en el umbral de la inauguración de su propia historia, como pueblo redimido, y se han de incorporar conscientemente en el plan de la redención por medio de un rito simbólico que permanecería como señal perpetua tanto de los juicios de Dios como de la gracia divina.
No habían faltado "gráficos" anteriores, fundados sobre el rito del sacrificio, durante el período patriarcal; pero ahora se había de "concentrar" y desarrollar el simbolismo de la sangre derramada en el momento de la redención de todo el pueblo. El sacrificio del cordero pascual, cuya sangre, de forma tan evidente había de alejar la muerte de la casa de cada familia abriendo camino para un nuevo tipo de vida, encerraba lecciones fundamentales, tanto para los israelitas residentes en Gosén, como para todas las generaciones futuras. En la noche de la Pascua el animal que sustituía al primogénito podía ser escogido de entre las ovejas o las cabras, pero el paso de los siglos enfocó la luz de la revelación sobre el "cordero de Dios que lleva y quita el pecado del mundo".
Los primogénitos. No sólo se celebra un rito que ilustra maravillosamente la salvación por la muerte del "sustituto", sino que se establece el derecho del Redentor sobre las vidas rescatadas, en este caso las de los primogénitos. Algunos de los paréntesis han de enfatizar este aspecto de la obra de Dios, que más tarde dará lugar a la separación de la tribu de Leví, que sustituirá a los primogénitos redimidos como siervos dedicados expresamente al culto del pueblo. Pero todo surge de este momento cuando Dios, por los medios que él señala, "pasó por alto" las casas señaladas con la sangre, al atravesar la tierra de Egipto en misión de justicia (Ex 12:11-13). A veces las expresiones señalan a Dios mismo como ejecutor de la obra de juicio, y en otros lugares es el "destructor" (podemos entender la pestilencia como medio natural) que no entra en las casas protegidas porque allí Dios había pasado por medio de la sangre. Se trata sólo de reconocer al agente más próximo y al último.
La "redención", que se enfatiza en (Ex 13:15), quiere decir "librar mediante el pago del precio de rescate", de modo que Dios establece su derecho sobre todos los primogénitos, tanto de los hombres como de las bestias, porque él los ha salvado por un acto de sustitución que refleja el propósito eterno de la operación de la gracia divina por medio del Hijo (2 Ti 1:9-10).
Pan sin levadura. Los acontecimientos del éxodo llegaron a ser muy precipitados. El festín, en el cual todos los miembros de la familia comían del cordero asado dentro de casas protegidas por la sangre, se diferenciaba de otras ocasiones solemnes por cuanto los participantes habían de estar vestidos y ceñidos, listos para poder emprender el viaje inmediatamente, comiendo de prisa (Ex 12:11). La falta de levadura se achaca en este caso a este apresuramiento y a la falta de tiempo para la debida preparación de provisiones (Ex 12:34,39); sin embargo, al pasar a las instrucciones para la ordenanza perpetua fundada sobre este festín, se enfatiza mucho la necesidad de evitar el uso y la presencia de toda levadura durante los siete días de las celebraciones especiales, hasta tal punto que la Pascua se llama, alternativamente, "el día (o fiesta) de los ázimos", o sea, de "panes sin levadura". Los hebreos no dudaban en comprender que la "levadura" se había constituido en símbolo del pecado, que obra insidiosamente en "la masa" del pueblo de Dios, como el leudo en la masa del pan. Fue tan familiar la figura que el apóstol Pablo también lo aplicó a la limpieza necesaria de la "familia espiritual" dentro de la iglesia local (1 Co 5:6-8).

El éxodo

El acontecimiento en sí. La salida de Israel es de tanta importancia que presta su nombre a todo el libro, pese a que el mismo escrito contiene también material tan importante como lo es la promulgación de la ley, la consagración del pacto entre Jehová y su pueblo, y el establecimiento del tabernáculo como centro del culto levítico. Éxodo viene del título del libro en griego en la LXX, y quiere decir "el camino fuera"; los hebreos empleaban las primeras palabras del texto para designar el libro, pero el hecho en sí se considera siempre como el principio de su vida nacional, y los profetas, salmistas e historiadores de Israel, vuelven una y otra vez al tema como ilustración suprema de la gracia y del poder de Dios al sacar a su pueblo de la servidumbre de Egipto, iniciando una vida nacional sujeta sólo a la voluntad de Jehová su Dios.
Al darse cuenta de la muerte de los primogénitos se levantó un grito de angustia en Egipto, pues ni una casa se hallaba libre de esta señal de los juicios del Dios de Israel, aparte de las que llevaban la señal de la sangre.
Ya nadie quería que el pueblo de esclavos quedase más en la tierra, y, figurativamente, como Dios ya había anunciado, "empujaron" a los israelitas hacia la frontera, entregándoles todo lo que pidieron. Ha llegado el momento, tantas veces profetizado y por tanto tiempo esperado. Después de 430 años de estancia en Egipto los descendientes de Abraham salen hacia su tierra de promisión.
Obstáculos y victoria. Suponemos que Moisés —tan hábil administrador— habría preparado al pueblo para el momento en que habían de dejar sus casas en Gosén y convertirse en pueblo nómada. ¡Pensemos en las tiendas de campaña que se necesitarían como viviendas para acomodar a todo un pueblo numeroso! Entre ganaderos no faltaría la materia prima, las pieles de cabra. El silencio del texto sobre estos detalles prácticos no excluye que supongamos una debida preparación anterior para el traslado del ganado y de las personas, pensando en las necesidades de familias con niños pequeños y el probable nacimiento de otros. No había oposición de ninguna clase, y todo coadyuvaba para una salida rápida. Lo que no se había preparado, aparte de la masa sin levadura, era la comida, que tendría que esperar el primer campamento. Pero las tiendas y algunos enseres esenciales podían ser transportados en carros y animales de carga, pues nada nos hace pensar en una salida tumultuosa y sin orden alguno.
La multitud mezclada (Ex 12:38). El prestigio de Israel había subido hasta un punto culminante a causa de las plagas y sus resultados, de modo que salió también "una multitud de toda clase de gentes, además de los rebaños de ovejas y muchísimo ganado". Quizá muchos de estos extraños serían semitas, ansiosos de volver a sus tierras. Más tarde esta "mezcla" habría de traer sus malas consecuencias, pues entre ellos solían empezar las murmuraciones; por lo pronto, sin embargo, muestra el alcance del triunfo en este momento de liberación y de victoria.
El problema de los números grandes (Ex 12:37). El número de hombres según el texto masotérico llegó a 600.000 además de mujeres y niños, lo que supone un número total de personas de dos o tres millones. Se ha discutido mucho este problema de los números que se dan aquí, y en los primeros capítulos de Números, (el problema se extiende a otros números del Antiguo Testamento) pues se trata de cifras elevadísimas para las circunstancias que se describen. En otros importantes manuscritos los números varían, ya que se empleaban letras por números, lo que facilitaba errores de copistas. Pensemos en las posibilidades de la tierra de Gosén, que, aun siendo fértil, no podría acomodar y sostener a dos o tres millones de personas en sus exiguos límites. Vastas ciudades, de millones de habitantes, pertenecen más bien a períodos recientes, después del desarrollo de la industrialización, siendo mucho menos densa la población en áreas agrícolas y en otras que dependen de la pesca o de la caza. Según (Ex 2:15-20), parece ser que dos comadronas podían atender a todas las madres de Israel, y aun siendo posible que tuviesen ayudantes, sus servicios serían totalmente inadecuados para una comunidad de millones de personas. En otra ocasión, antes de aceptar el consejo de su suegro Jetro sobre la organización de los procesos legales en el pueblo (Ex 18), pudo hallar lugar para acampar en la llanura delante del monte de Sinaí, que admitiría miles de personas viviendo en tiendas, pero no millones. La estadística descubierta en los monumentos arqueológicos de los ejércitos de poderosos imperios, como el asirio en sus épocas de mayor poderío, nunca dan cifras más elevadas que los 186.000 soldados de Senaquerib que murieron en Judea (Is 37:36), de modo que una compañía de 600.000 adultos, capaces para la guerra, superaría por mucho cualquier ejército conocido en la antigüedad. Con todo, la fuerza de Israel fue muy considerable, puesto que los faraones calcularon que el pueblo llegaría a ser más numeroso y fuerte que el propio pueblo egipcio (Ex 1:9), y, sin aumento de número —porque los rebeldes murieron en el desierto— fueron capaces de emprender la conquista de Canaán cuarenta años más tarde. Pero tres millones constituirían un pueblo mayor que todos los habitantes de Canaán juntos en aquel entonces, mientras que varios textos nos indican que los pueblos cananeos eran mayores que Israel. Siempre hemos de contar con el cuidado milagroso del Señor al sostener a tanta gente en el desierto, pero es preciso recordar también que normalmente no hallarían medios de vida más de unas cuarenta mil personas en toda la península de Sinaí. Algunos eruditos, sin ánimo alguno de evadir lo sobrenatural de la obra de Dios en el caso de Israel, han pensado que la palabra traducida por "mil" podría significar algo como "familia", o "capitán de grupo" (hay base etimológica para el supuesto), lo que reduciría los números a algo manejable. La travesía del mar Rojo se efectuó en una sola noche, al paso lento de mujeres y niños, y bien que el camino abierto podía haber sido muy ancho, con todo, es difícil imaginar que millones de personas pudiesen haber realizado tal caminata en tan pocas horas. Queda abierto el problema, y el lector comprenderá que los eruditos conservadores no intentan minar la fe en las verdades bíblicas, sino que se preocupan de estudiar los distintos factores relacionados con la transmisión del texto procurando comprender el sentido exacto del original.
El último acto de rebeldía de Faraón. Faraón había ordenado la salida de Israel pero después recibió informes detallados sobre el hecho, y pese al dolor de su propia pérdida —la muerte de su primogénito— se alzó de nuevo su espíritu de orgullosa rebeldía. ¿Había él de abdicar por fin como rey y dios de Egipto frente a aquel Jehová, Dios de Israel? Por el momento las plagas habían destrozado la potencia económica del país, pero el "dios Nilo" pronto devolvería la fertilidad y la abundancia a su suelo. Y ¿qué podría hacer una multitud inerme, frenada por mujeres, niños, ganados y enseres, frente a la fuerza compacta y eficiente de un ejército disciplinado? A la luz de la experiencia, tan reciente, la locura de volver a desafiar a Jehová fue grande, pero el orgullo y el despecho pronto hallaron "razones" para creer aún en la potencia del "brazo de la carne".
De nuevo entra en juego el factor de los planes de Dios. La nueva nación necesitaba años de tranquilidad antes de estar en situación de defenderse por sus medios, y no convenía que fuese flanqueada por un ejército poderoso y móvil. No había de haber más plagas, pero fue preciso destrozar, no sólo la potencia económica de Egipto, sino también su predominio militar. Por ello los propósitos soberanos de Dios se cumplen una vez más por medio de la rebeldía y soberbia de Faraón, hasta verse los cadáveres de los soldados egipcios extendidos por las riberas del mar Rojo. El cántico de Moisés expresa el gozo de una liberación total, obrada por la gracia y el poder de Jehová. El éxodo había llegado a ser un hecho consumado, e Israel se hallaba totalmente libre de la opresión egipcia. Había de enfrentarse con muchos problemas y pruebas en el desierto, pero por muchos años no había de ser molestado por el "brazo" de Egipto que Jehová había paralizado.

La víspera de la pascua (Ex 11:1-10)

El último aviso a Faraón (Ex 11:4-8). Entre las fútiles amenazas de Faraón en contra de Moisés (Ex 10:28) y esta última embajada de Moisés frente al monarca, media una comunicación de Jehová a su siervo (Ex 11:1-3) que tratamos al final de la última lección, y que, aparentemente, se dio sin necesidad de interrumpir la entrevista en el palacio, en el curso de la cual Moisés declaró, con todo detalle, el alcance de la inminente visitación judicial sobre el rey rebelde y su desgraciado pueblo.
El aviso fue clarísimo y detallado (Ex 11:4-6). La muerte de los primogénitos no fue un golpe que Jehová asestara en secreto y a oscuras contra el pueblo de Egipto para facilitar la salida de su pueblo "por sorpresa". Al contrario, la naturaleza de la plaga fue descrita en tales términos delante de Faraón y sus ministros que constituyó en verdadero "llamamiento" al arrepentimiento. Como Juan el Bautista en su día, Moisés advirtió a los rebeldes que huyesen de la ira venidera. El hecho de que no llegara recado alguno del palacio a Moisés durante los días de espera muestra hasta dónde había llegado la terca resistencia del orgullo humano en contra de la revelación de Dios. No sabemos si algunos cabezas de familia no descendientes de Abraham podrían haberse aprovechado de la provisión de la sangre, pero el ambiente del palacio fue de persistente oposición a la voluntad de Dios. Notemos las frases de este último mensaje de Moisés al rey: 1) "A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto". No se señala qué noche, pues los israelitas han de ser avisados y el cordero preparado, lo que dejó tiempo suficiente para la recapacitación y el arrepentimiento; pero había de ser cualquier noche que Jehová determinara, como Juez y Soberano de todos, para la visitación, fuese lo que fuese el instrumento que utilizara. La medianoche no sólo añade un elemento psicológico de terror sino que sirve como símbolo de la negrura del pecado y de la inevitabilidad del juicio. 2) "Morirá todo primogénito en tierra de Egipto", y no se excluye a nadie, ni al primer nacido del rey mismo, ni al de las esclavas, ni al de las bestias. El concepto de "primogenitura" es tan importante que lo trataremos en párrafo aparte. 3) "Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto cual nunca hubo". Los monumentos de los egipcios ilustran las "lamentaciones" que exteriorizaban su dolor al perder seres queridos, y ya hemos visto la forma en que querían conservar el cadáver, con símbolos del tipo de vida que concebían como una continuación de ésta en la ultratumba. Los orientales no pensaban que la reserva y el control de las emociones fuesen virtudes, de modo que daban rienda suelta a su dolor, desnudándose, hiriendo sus pechos y lamentando a voz en grito. El hecho de morirse el primogénito en todas las casas motivó un "gran clamor", único en la historia de Egipto.
Los primogénitos. El primogénito sería el primer nacido del padre por su esposa legítima. En Israel recibía dos partes de la herencia, dividida entre los hijos, y, en la ausencia del padre, actuaba como cabeza de familia. Los egipcios mantenían normas semejantes, y el primogénito de Faraón sería el heredero, el príncipe real. Como ya hemos indicado, representaban los primogénitos no sólo los mayores valores de la nación, sino también la gloria y autoridad de la generación sucesiva. "La sierva detrás del molino" representaba el otro extremo de la sociedad, y la tarea de hacer girar la piedra de los pequeños molinos que se hallaban en cada casa correspondía a la esclava de menos categoría. Pero no por eso dejaba de ser madre, y su corazón quedaría destrozado al ver morir a su primer nacido, igual que el de Faraón y su esposa. A primera vista parece que no tendría mucha importancia la muerte de los primogénitos de los animales. Recordando, sin embargo, el cuadro que presentamos del sistema idolátrico egipcio en el primer capítulo, comprendemos que el hecho fue muy significativo, puesto que muchos de estos "primogénitos" servirían como símbolos de los dioses. Estas muertes vienen a confirmar el propósito de Jehová: "Ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto" (Ex 12:22). ¡No fue poca cosa ver morir la flor y nata del panteón de los dioses nacionales! Los sacerdotes se verían en apuros para explicar tan extraño caso.
Israel en la víspera de la última plaga (Ex 11:7-8). La protección divina de que gozaban los israelitas, con el favor que ya disfrutaban entre todos los egipcios, se describe en el lenguaje dramático del versículo 7: "Contra los hijos de Israel, desde el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá la lengua". Los perros del oriente se consideraban como animales de poca importancia, sin gobierno, y de "malas pulgas", que hacían el daño posible a todos. De modo que si aun éstos respetaban a los israelitas, se evidenciaba que nada ni nadie podía hacerles mal. Moisés, con gesto dramático, señaló a los ministros que rodeaban el monarca, profetizando que habían de inclinarse, no ya al Faraón, cuyo prestigio andaría por el suelo, sino al portavoz de Dios, quien se expresó en los tonos enérgicos que correspondían a la solemnidad del momento y a la autoridad del embajador del Dios de Israel. Moisés profetiza que, en un día próximo ya, no se tratará de resistir la demanda de Dios, sino de rogar a los líderes de la nación que lleven a Israel fuera cuanto antes. Terminada su última embajada, Moisés salió de delante de Faraón, ya sin las reverencias de rigor según la etiqueta palatina, sino "muy enojado" al comprobar el rechazo del último aviso de juicio, que también constituía una oferta de misericordia de parte de Dios.
El resumen de la situación en víspera de la última visitación (Ex 11:9-10). 0 Moisés mismo o un redactor posterior resume la situación en este momento crítico, antes de pasar a la institución de la Pascua. El endurecimiento de Faraón, aun antes de la certeza (si hubiese meditado bien el aviso) de perder su primogénito, es parte del plan de Dios, no sólo para la multiplicación de sus maravillas en Egipto, sino también para la protección del pueblo en el desierto. Egipto ha de ser debilitado mucho más aún, perdiendo hasta su ejército, y el "brazo de Jehová" ha de ser conocido por su "fuerza" en todas las naciones circundantes.

La muerte de los primogénitos y la pascua (Ex 12:1-36)

El cambio en el calendario (Ex 12:1-2). No es posible tener conocimientos exactos sobre el tipo de calendario que los hebreos utilizaban antes del mandato que dio Dios a Moisés según Éxodo 12:1. En líneas generales, seguiría la marcha de las estaciones del año, que determinaban las diferentes fases de las ocupaciones agrícolas. Desde este punto de vista el año podía empezar igual en otoño, al finalizar la recolección de las cosechas e iniciarse las operaciones de laboreo, como en la primavera, cuando la nueva vida promete los primeros frutos de la tierra. Según el nuevo calendario, Dios determinó que el año religioso empezara en el mes de Abib (Ex 23:15), que se llama Nisán en tiempos del Nuevo Testamento, y que corresponde a nuestros meses marzo/abril. Pero Yahweh ordena el cambio, no por considerar que la primavera fuese más apta para señalar el principio del año, sino para que los israelitas se acordasen siempre de que su vida nacional empezó con la primera Pascua, que fue celebrada en el mes de Abib. Sin duda, el nuevo año se dividía en meses lunares, siendo determinado el día "de la nueva luna" por el momento en que la delgada línea de la luna creciente podía distinguirse al ponerse el sol. Había doce meses, normalmente, de veintinueve a treinta días cada uno, pero fue necesario añadir otro mes después de cierto ciclo de años, según normas que no podemos determinar con exactitud ahora. La variación en las fechas de nuestra "Semana Santa" se remontan a estas condiciones del "año lunar" de los judíos, ya que corresponde a las fluctuaciones en la fecha de la Pascua.
La Pascua fue una fiesta familiar (Ex 12:3-4). La estrecha relación entre la muerte de los primogénitos y la celebración de la comida pascual determinó, en sus orígenes, que ésta fuese una fiesta familiar. En el caso de una familia pequeña pudo haber un arreglo entre dos pensando en los comensales necesarios para aprovechar el cordero asado. Nunca se perdió del todo este aspecto familiar de la Pascua, pero naturalmente el establecimiento de Israel en la tierra, con la construcción posterior del templo, tendía a enfatizar el significado religioso de una fiesta de importancia fundamental para la vida de la nación. En los tiempos del Señor los corderos habían de sacrificarse en el templo, comiéndose luego en grupos con carácter más o menos familiar, como el del Señor y sus discípulos. Cuando Moisés reitera la ordenanza de la Pascua al final de los cuarenta años en el desierto, (Dt 16:1-8) subraya la necesidad de sacrificar la víctima en el lugar que Dios señalara como santuario, que, por fin, llegó a ser Jerusalén, pero los demás detalles concuerdan en lo esencial. Finalmente, al ser destruido el templo por las tropas de Tito, emperador romano, en el año 70 d.C., la relación entre "santuario" y "Pascua" fue rota por necesidad, y hoy en día los judíos celebran la fiesta en familia pero —muy significativamente— sin cordero.
La víctima y su inmolación (Ex 12:5-6). Los cabezas de familia podían escoger la víctima entre ovejas o cabras, y, en las instrucciones de (Dt 16:1-8) parece ser que se admitía la utilización de otro animal limpio. Con todo, el énfasis recae una y otra vez sobre el cordero, y con el paso del tiempo tanto la práctica como el simbolismo se limitaban a este animal como víctima típica del sacrificio. Es importante que nos fijemos en todos los detalles del mandamiento del Señor, subrayando los siguientes: 1) no fue un corderito lechal, sino un animal de un año, lo cual habla de madurez y valor. 2) Había de ser sin defecto, después de la prueba de los tres días de espera entre el día diez y el día catorce. Hubo amplia oportunidad para la observación del animal con el fin de que no hubiese equivocación alguna en esta parte, tan importante para el simbolismo que señalaba hacia su cumplimiento en "Cristo, como ... cordero sin mancha y sin contaminación" (1 P 1:19). 3) La inmolación había de efectuarse por las cabezas de familia de toda la congregación "entre las dos tardes", que probablemente indica el intervalo entre el principio de la caída de la tarde a las quince horas (según nuestro modo de calcular) y la puesta de sol. (Dt 16:6) habla "de la puesta de sol, la hora que saliste de Egipto". El Cordero de Dios entregó su Espíritu a la hora novena, o sea, a las tres de la tarde, recibiendo la lanzada del soldado romano y siendo sepultado durante el mismo intervalo entre la caída de la tarde y la puesta del sol. No había intervención sacerdotal —algo desconocido aún— y el cabeza de la familia seguía en su papel de "jefe-sacerdote" frente a los suyos. 4) Se enfatiza que toda la congregación había de cumplir el mandato, y ya hemos indicado que, en este caso, recae por primera vez la responsabilidad de obediencia y de fe sobre todo el pueblo de Israel. Es un aspecto esencial de su redención.
La aplicación de la sangre (Ex 12:7). El cabeza de familia había de cuidarse de recoger la sangre en un vaso conveniente, y después, usando un manojo de hisopo según (Ex 12:22), había de aplicar algo del líquido en los dos postes y en el dintel de su casa familiar. Es probable que el hisopo se usara sencillamente como una brocha natural, ya que era planta común —"el hisopo que nace en la pared" (1 R 4:33)— cuyo tamaño y apretadas hojitas se prestaban a este servicio. La modestia del medio subraya que todo el valor se halla en el valor simbólico de la sangre. Lo importante es que comprendamos que la inmolación del cordero en sí, con el derramamiento de la sangre, no habría salvado la vida del primogénito, puesto que el hecho consumado había de manifestarse claramente en la puerta de la casa donde el destructor habría podido entrar para cumplir su misión de juicio. Todos los primogénitos se hallaban bajo sentencia de muerte, y fue necesario exhibir el hecho de que otra vida había sido sacrificada en lugar de la suya. No podemos fundar la doctrina de la obra vicaria de la cruz sobre este incidente, pero sin duda halla aquí una gráfica ilustración que ayuda a determinar mucha de la terminología posterior de la soteriología en este aspecto fundamental del plan de redención.
La comida sagrada (Ex 12:8-11). Al ponerse el sol la familia ha de hallarse recogida dentro de las puertas señaladas por la sangre de redención. Pero las horas no han de pasarse en espera ansiosa, hasta saber si de verdad el ángel destructor había "pasado por encima" de la casa dejando al hijo mayor con vida. La víctima que proveyó el medio de protección ha de ser también la sustancia de la comida sagrada, con la conocidísima connotación de "comunión", o de "participación" cuando se juntan varias personas para comer las mismas viandas, llegando esta "participación" a todo cuanto significaba el sacrificio de la víctima. De este hecho surgieron las maravillosas formulaciones de la doctrina de la participación ahora proclamada por medio de la Santa Cena, que Pablo entregó no sólo a los corintios sino a la Iglesia toda (1 Co 10:16-17). Lo que se come llega a ser parte vital de la constitución física del comensal, y así la comunión de la Cena representa nuestra participación esencial y real en todo el significado del sacrificio de la cruz.
El asar la víctima entera (sin duda después de la limpieza de los intestinos según la interpretación de los rabinos de Israel) habla del "juicio de fuego" que soporta la víctima. Juan discierne un significado profundo en el hecho de que "hueso de él no quebrantarás" (Ex 12:46) con (Jn 19:36), que quizá señala la entrega total de la víctima sin quebranto o separación en cuanto a su persona divina y humana. Por otra parte, el comer en conjunto la carne de la víctima anticipa la institución futura del sacrificio "de paces". En fin, el simbolismo de esta primera Pascua es tan rico en matices, que requeriríamos todo un libro para trazar su desarrollo a través de las Escrituras, y aquí sólo podemos indicar la presencia de muchos "conceptos en embrión" que el estudiante cuidadoso verá desarrollarse en sus estudios complementarios de la revelación escrita. De los panes sin levadura ya hemos hablado algo, y el lector recordará que la ausencia total de todo leudo es un rasgo definitivo de la Pascua.
"Hierbas amargas" puede traducirse literalmente por la frase "con amarguras", pero sin duda se trata de un aderezo de hierbas de sabor agrio. No se presenta como cosa desconocida, y no es preciso pensar que tales hierbas estropean el festín aun tratándose del paladar de cada uno. Sin embargo, el detalle parece representar la parte humana del reconocimiento del pecado de parte de los comensales que merecieron el juicio, ya que el arrepentimiento del hombre había de aprestarse a recibir la manifestación de la gracia de Dios.
El cuerpo asado de la víctima se comía por todos, pero no había de "ver corrupción", y por eso todo resto que sobrara había de ser quemado a fuego (versículo 10). No es necesario subrayar el simbolismo que tan claramente señala lo sagrado de la víctima; el hecho de la entrega total fue seguida por la victoria de la resurrección (Hch 2:26-31).
El versículo 11 señala condiciones propias para la primera celebración de la Pascua, ya que, en cualquier momento, después del paso del destructor, los israelitas podrían oír el llamamiento de emprender la marcha. El ceñirse hace referencia a la vestimenta larga y suelta de los israelitas, que necesitaba recogerse por medio de una faja antes de emprender trabajos o marchas. Los orientales no solían llevar sandalias en casa, pero en esta ocasión los hebreos han de estar calzados. Igual explicación tiene el bordón en la mano, y la prisa, pues escaseaba el tiempo si todo lo ordenado había de quedar cumplido antes de la salida. La celebración de la ordenanza futura y anual se hacía de otra manera, prolongándose las distintas etapas del festín y la "sobremesa".
"Es la Pascua de Jehová" (Ex 12:11-13). Esta parte de la comunicación enfatiza el significado esencial de la "Pascua", que, como ya hemos visto, es un término derivado de "pesah", o "pasar por encima". En este caso es Jehová mismo quien obra, pero esta terminología no excluye la utilización de agentes secundarios como "el ángel destructor", o, considerando esta visitación como la ultima plaga, la "pestilencia", que podría tener su relación en el orden natural con la proliferación de peligrosos microbios y virus como resultado obligado de las plagas anteriores. Así solían morir centenares de miles de personas en las plagas bubónicas de la Edad Media. Pero el diagnóstico facultativo, se llama "plaga de mortandad" en (Ex 12:13) no afecta en nada la declaración "pues yo pasaré ... por toda la tierra de Egipto ... yo heriré a todo primogénito ... y veré la sangre y pasaré de vosotros". Recordemos el hecho fundamental de que "el Cordero ... fue inmolado desde el principio del mundo" (Ap 13:8) (1 P 1:19-20), de modo que el derramamiento de la sangre y su aplicación a las puertas de las casas hebreas refleja algo determinado en el consejo divino antes de cometerse el primer pecado. La sangre de un animal no provee base alguna para la liberación de la muerte como paga del pecado, pero pudo ser señal de la vida de valor infinito del Cordero "eterno", predestinado para su obra redentora desde antes de los siglos y manifestado históricamente en el Calvario. He aquí la "sangre" que Dios "ve" y acepta como propiciación por el pecado. No se trata de supersticiones, ni de tabúes, sino del reflejo simbólico de una obra basada en la misma naturaleza de Dios —el Dios de amor y de justicia— por la que él mismo provee, en su Hijo, lo que su justicia requiere.
La comunicación divina sobre la ordenanza de la Pascua (Ex 12:14-20). Dios establece la ordenanza de la Pascua. Al introducir este capítulo al lector, le recordamos que el hilo histórico se había de interrumpir en varios lugares por reglamentos sobre instituciones permanentes, elementos esenciales para la vida religiosa posterior del pueblo de Israel. No podemos saber si los detalles de este pasaje fueron dados juntamente con los mandatos sobre la Pascua primigenia, o si se trata de la introducción aquí de reglamentos posteriores. Ya hemos notado que las ideas de entonces sobre la redacción de documentos no exigían la separación de distintos "géneros", sino que admitían el tipo mosaico literario que estamos estudiando. Lo importante es que la Pascua original había de ser punto de partida para una ordenanza que recordara perpetuamente el gran hecho de la redención por la sangre y la salida del pueblo a la libertad del desierto. Desde este punto de vista corresponde a lo que ha venido a ser la Santa Cena (o el "partimiento del pan") en la Iglesia, ya que el festín recuerda la muerte expiatoria de Cristo y la comunión de su pueblo redimido, que participa espiritualmente en el pleno significado del hecho. Sin embargo, hemos de señalar una diferencia importante, ya que la Pascua no sólo recordaba la redención pasada, en sentido nacional, sino que por la misma repetición del derramamiento de la sangre anticipaba "algo" que aún se esperaba y que había de elevar el concepto de "sacrificio de sustitución" a su máxima expresión (He 10:1-18).
Los siete días de panes sin levadura (Ex 12:14-20). Es fácil discernir la relación esencial entre la primera comida sagrada, en la que por primera vez los israelitas comían el cordero asado, y los requerimientos de la ordenanza anual correspondiendo al mes de Abib. Lo que es nuevo es la insistencia en una semana de celebraciones que se inicia y termina con solemnes evocaciones, caracterizándose todo el período por la ausencia de levadura. Las sagradas convocaciones son "sábados" de descanso. La semana de ázimos señala el principio del año religioso, del cual tendremos más que decir al examinar los capítulos 21 y 23 de este libro, siendo el día después del primer sábado la fiesta de "primicias". Pensando en el simbolismo constante del "leudo", como figura del pecado, percibimos algo más que un festín primaveral y la celebración del principio de la vida nacional de Israel, pues el pueblo ha de estar libre de pecado, algo que anticipa las vertientes morales y espirituales de la redención.
El que no se identificara con estas normas, que determinan las relaciones entre Jehová y su pueblo, sería "cortado de Israel" por tal muestra de inconformismo y de rebeldía (versículos 15 y 19), que como mínimo supone la excomunión, y en ciertos casos, por lo menos, el cumplimiento de la sentencia de muerte (Nm 15:32-36). Hallamos en germen aquí muchos principios que trataremos más detalladamente al estudiar la ley, los preceptos y el pacto.
Los participantes en la fiesta (Ex 12:19). Esta fiesta fundamental fue provista para los israelitas, pero tendremos ocasión de ver que el término abarcaba más que los descendientes de Jacob por generación natural. Los esclavos serían circuncidados y pasarían a ser miembros de la comunidad, como también los extranjeros residentes en el país —con miras al futuro— siempre que los varones aceptasen la circuncisión. Los descendientes de estos "nuevos israelitas" se incorporaban rápidamente a la vida del pueblo en todos sus aspectos, y el casamiento entre los antiguos y los nuevos pronto borraría toda distinción. Israel nunca fue una comunidad cerrada herméticamente contra todos los "gentiles", sino abierta a quienes cumpliesen las condiciones señaladas.
La comunicación de Moisés a los ancianos (Ex 12:21-28). La forma de la comunicación. Se ha notado anteriormente que los orientales hallaban natural que los miembros distinguidos de sus familias, clanes y tribus, llegados a cierta edad y madurez de criterio, actuasen como guías y gobernantes de la comunidad, algo que no desaparecería totalmente ni aun bajo sistemas autocráticos. No ha de extrañarnos, pues, que hubiese un buen número de ancianos que podían ostentar la representatividad del pueblo, tomando las medidas necesarias para el cumplimiento de las órdenes recibidas de parte de Dios por medio de Moisés.
Se notan dos vertientes en la comunicación: la primera, que determina el acto inmediato, o sea, la celebración de la primera Pascua para el salvamento de los primogénitos; y la segunda que indica, muy brevemente, la ordenanza perpetua. No hemos de esperar que todos los detalles de la comunicación se hallen en estos versículos, pues no necesitan repetir todo lo que ya se ha presentado en la comunicación de Dios a Moisés.
Los versículos 21 y 22 exponen los aspectos más esenciales de la inmolación del cordero y de la aplicación de la sangre. Sin duda los ancianos recibieron también instrucciones sobre la edad de la víctima, la necesidad de guardarla desde el día 10 hasta el 14, etc. Lo que Moisés enfatiza en el versículo 22 es que ninguno salga por las puertas de las casas hasta por la mañana. La protección se otorgaba a quienes cumplían las condiciones no ofreciéndose nada a la persona voluntariosa o rebelde.
El paso del heridor (Ex 12:23). Ya hemos visto la relación entre la "herida" de Jehová como "primera causa", y la de su mensajero como agente mediador, que no excluye la "plaga de mortandad". Aquí se describe la intervención directa de Jehová, como protector del primogénito, en las casas debidamente señaladas por la sangre.
La pregunta de los hijos (Ex 12:24-27). Moisés pasa a hablar de la ordenanza perpetua, y supone que los hijos de las familias, ya en la tierra, y que no habrían tenido experiencia directa del éxodo, harían preguntas sobre el sentido del acto ritual: "¿Qué es este rito vuestro?". Pasando los siglos la conversación llegaría a ser estereotipada, como una parte esencial de la celebración de la Pascua. Muy importante es la contestación: "Es la víctima (sacrificio) de la Pascua de Jehová". Algunos eruditos han querido negar el elemento de "sacrificio" en la celebración de la Pascua, pero esta conversación dirige la mirada de los hijos precisamente a este aspecto primordial del acto. Todo lo demás caería al suelo si no fuese por la presencia de la víctima simbólica que murió por otros.
La obediencia de los israelitas (Ex 12:28). En épocas posteriores los israelitas habrían de mostrar un espíritu marcadamente individualista y rebelde, pero en esta ocasión, al oír el mandato de Dios por medio de Moisés, se hallaban bajo la impresión de la tremenda serie de plagas, dándose perfecta cuenta de la importancia y solemnidad de la crisis que ya veían como inminente. "Fueron e hicieron puntualmente así como Jehová había mandado", lo cual indica no sólo "puntualidad" cronológica, sino el cumplimiento exacto de lo ordenado. Podemos suponer, por lo tanto, que ningún israelita perdió a su hijo primogénito aquella noche, aun reiterando que la "redención" no habría de ser "automática", sino condicionada a la obediencia.
La muerte de los primogénitos (Ex 12:29-36). El golpe cae sobre los primogénitos (Ex 12:28,30). El solemne aviso había precedido al juicio, del cual Faraón habría podido salvarse si hubiese querido reconocer los derechos del Dios soberano tan claramente revelados y demostrados a través de las plagas. La obediencia de los israelitas contrasta vivamente con la obstinada rebelión del monarca y de los suyos. Cuando murió el ejército de Senaquerib nadie se dio cuenta del hecho hasta por la mañana (2 R 19:35), pero la "plaga de mortandad" de Egipto afectó de tal forma a los hijos mayores que los padres y familiares se dieron cabal cuenta del desenlace fatal.
La fórmula del versículo 29 es una variante de la de (Ex 11:5), y subraya dramáticamente que ninguna familia se libraría del golpe —aparte de los obedientes que aplicaban la sangre del cordero— ni la del rey ni la del prisionero más degradado. El clamor fue universal, y el grito de dolor cobró acentos de inusitada angustia y terror a causa de las impresiones ya producidas por la incidencia de las plagas, culminando en la terrible tormenta y la densa oscuridad.
Normalmente en cualquier comunidad hay casas sin un hijo mayor, primer vástago de un matrimonio legítimo, pero quizá el Señor ordenó las circunstancias de Egipto de tal forma que se cumplieran literalmente las últimas palabras del versículo 30: "No había casa donde no hubiese un muerto", al efecto de subrayar la "sentencia universal de muerte" que tuvo su trágica ilustración en la muerte de todos los primeros nacidos.
La reacción de Faraón y de los egipcios (Ex 12:31-33). Moisés había dicho a Faraón: "Bien has dicho; no veré más tu rostro" (Ex 10:29), que supone una contradicción aparente con la declaración del versículo 31 aquí: "E hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo: Salid de en medio de mi pueblo?". La contradicción es más aparente que real, ya que el versículo 29 hace referencia a una embajada oficial que es lo que quiere decir la fórmula "ver el rostro de Faraón". En la espantosa noche de la muerte de los primogénitos no había lugar para "embajadas". Faraón, preso del dolor y del pánico, se hallaba en (o cerca) de la alcoba del muerto, y su patético recado a Moisés y a Aarón se habrá dado o de lejos o por medio de una tercera persona.
Ya no pone condiciones y no regatea, sino admite todo lo que Moisés había pedido: "Id, servid a Jehová, como habéis dicho". Aún pide la bendición de los siervos del Señor en aquel momento de postración y de humildad, bien que su reincidencia posterior quita el valor que podría haber tenido la humilde súplica: "¡Bendecidme también a mí!". Por el momento se rinde y abre la puerta para el éxodo de par en par en la parte que le corresponde como autoridad real de Egipto. Los egipcios en general se daban cuenta de su peligro. El intento de retener a los israelitas, en contra de la voluntad de su Dios, había resultado en una larga serie de tragedias, culminando en el luto universal producido por el fallecimiento de los hijos mayores de las familias. ¿Qué más les esperaba si persistían en oponerse a la voluntad de Dios tan potente? ¡Sólo la muerte de todos! Así la confesión "todos somos muertos" no es tanto una exclamación hiperbólica que surgiera de la angustia de aquel momento trágico, sino una deducción muy lógica de lo que había sucedido. ¡O nos sometemos, o la muerte llegará a todos nosotros! Por eso, sabiendo del decreto real que hizo posible la salida de Israel, coadyuvaron en todo con el fin de acelerar la marcha de los israelitas, "dándose prisa a echarlos de la tierra".
La salida apresurada de los israelitas (Ex 12:34-36). Hemos de suponer el fin de la comida pascual en cada una de las casas, y la quema de los restos de la víctima. Hay muchos detalles que quisiéramos saber, meditando un poco en lo que supondría para las amas de casa dejar sus habitaciones, con sus muebles familiares, que no por ser sencillos serían menos apreciados. Un pueblo acostumbrado a vivir en habitaciones rurales había de convertirse en pueblo nómada, viviendo en tiendas de campaña, en el espacio de sólo unas horas. ¡Cuántos trastornos y problemas para tanta gente! Más tarde se enfatiza que Jehová "velaba" sobre todo lo acaecido en aquella noche, y hemos de preconizar una gracia especial que fue concedida a todos, dentro del orden providencial divino. La "mano de Jehová" ordenó miles de pequeños factores, impidiendo que la salida precipitada degenerase en un caos que estorbara todo movimiento eficaz. Las pequeñas artesas y los molinos de mano constituían los medios básicos para preparar el pan cotidiano y no podían faltar. Lo que luego había de ser prohibición estricta —el uso de levadura durante la fiesta de la Pascua— fue algo aparentemente accidental en la Pascua histórica, que se menciona más bien para ilustrar las prisas de aquellas horas criticas. Las artesas se llevaban a hombros, con la masa dentro sin leudar, porque no había tiempo para hacer más. Dentro de este ambiente, preparado por el mismo Señor, los egipcios no veían nada extraño en recompensar a los israelitas por sus pérdidas y trabajos entregándoles cantidades de alhajas, de metales preciosos, además de vestidos. El descubrimiento del tesoro acumulado en la tumba de Tutankamón puso al descubierto el grado del desarrollo del arte de orfebrería entre los egipcios, y los israelitas se aprovecharon de tan ricos tesoros al salir de la "tierra de servidumbre". Los "despojados" durante siglos pudieron "despojar" a sus antiguos amos al pasar a una vida nacional de libertad.
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