Estudio bíblico: Primeras experiencias en el desierto - Exodo 15:22-16:34

Serie:   El libro de Éxodo   

Autor: Ernestro Trenchard y Antonio Ruiz
Email: antonio_ruiz_gil@hotmail.com
España
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Primeras experiencias en el desierto (Exodo 15:22-16:34)

Israel en la Península de Sinaí - Condiciones geográficas y climatológicas

1. Lo que era el "desierto"
Después del cruce triunfal del mar Rojo, Israel había de pasar cuarenta años "en el desierto". Durante este extendido período, una generación había de morir, criándose otra en las condiciones de una vida nómada, que suponía frecuentes viajes por medio de tierras generalmente inhóspitas, un factor que no podía por menos que dejar una huella profunda en la psicología del pueblo. El "desierto" había de ser "el aula" donde la nueva nación había de aprender sus primeras lecciones, fuese por medio de los mensajes proféticos de Moisés, fuese por el impacto de un sistema nuevo —perfeccionado— de leyes, fuese por las repetidas experiencias de sus propios fracasos, que motivaron distintas manifestaciones de los juicios o de la gracia de Dios. Hemos de volver sobre estos aspectos de la formación de Israel, pero antes es preciso que estudiemos las condiciones externas de la península de Sinaí, ya que éstas condicionaron muchas de las experiencias del pueblo.
Hay varios vocablos hebreos que se traducen por "desierto" cuyo significado varía desde la noción popular que persiste hoy de vastas extensiones de arena seca y de rocas áridas, hasta el sentido de tierras aptas para el pastoreo de rebaños y ganado. En el segundo caso el "desierto" recibe el refrigerio de ciertas lluvias en invierno, disponiendo a veces de aguas subterráneas que pueden ser aprovechadas por medio de pozos. No sólo eso, sino que pueden existir fuentes naturales que hacen posible el cultivo de la tierra en ciertos oasis. Tales fuentes pueden originar arroyos que llevan cierto caudal de agua hasta la próxima temporada de lluvias. Estas son las torrenteras, o "uadis", tan típicas de las tierras bíblicas. Si pensamos en este segundo concepto de "desierto", comprenderemos que se prestaba al pastoreo, ya que nunca faltaba hierba en algunos rincones favorecidos, y en ciertas regiones se hallaban árboles resistentes al calor como la acacia y la encina, además de las palmeras de los oasis. En la península de Sinaí se hallaban desiertos áridos y también extensiones importantes de terrenos aptos para el pastoreo. Aparte de la guía de la nube y las provisiones especiales que Dios otorgaba a su pueblo, habría sido imposible que tantas personas fuesen sostenidas en la península durante cuarenta años.
Al mismo tiempo, tenemos que quitar de la mente la idea de que Israel se hallaba todo el tiempo en medio de arenales, o entre montañas y rocas completamente áridas. Se trataba de atravesar las regiones totalmente desérticas, para llegar a oasis fértiles, o a valles donde el ganado podía hallar pastos suficientes. En fin, la península se prestaba a la vida nómada de un pueblo reducido de pastores y ganaderos, pero tan gran número de peregrinos habían de "vivir por fe" ya que sus necesidades rebasaban con mucho las posibilidades de los recursos naturales de la península. El milagro constante del maná y la provisión especial de agua en ciertos momentos cubre este margen, y, a la vez, daba reiteradas lecciones de la omnipotencia y gracia de Jehová, Dios de Israel.
2. La topografía de la península.
Dos extensiones del mar Rojo, llamadas ahora el golfo de Suez (al occidente) y el golfo de Aqaba (al oriente) delimitan el triángulo de la península, que halla su base al norte, en parte en la costa del Mediterráneo, cerca de Egipto y luego en las tierras del Néguev más al este hasta terminarse en la depresión del valle de Arabá, que, en alguna época geológica, habrá sido la salida natural del mar Muerto. Esta base, de Egipto a la Arabá, tiene una longitud de 240 km, y desde el punto céntrico de esta base del triángulo hasta la punta de la península al sur hay 416 km. Una franja de terreno arenoso, de una anchura media de 24 km, se extiende desde el mar Mediterráneo hasta las estribaciones de la meseta interior. Desde el "río de Egipto", que señala la frontera antigua entre Egipto e Israel, hacia Canaán, el terreno adquiere el carácter semidesértico del Néguev. El desierto del Sur es el nombre dado a las tierras bajas que median entre lo que es ahora el canal de Suez y la meseta central, siendo ésta compuesta mayormente de altas tierras calíferas, quebradas por sierras y valles, con torrenteras.
A cierta distancia del punto sur de la península se halla la sierra granítica de Sinaí, cuyos picos más elevados alcanzan alturas de 2.000 a 2.500 metros. Entre esta imponente sierra y la meseta central se hallan terrenos quebrados de roca arenisca, con depósitos de cobre y turquesa, cuyas minas eran explotadas por los egipcios. Lo más probable es que —según una antiquísima tradición— Horeb, el monte sagrado, se hallara en la sierra de Sinaí, identificándose generalmente con Yebel Musa (monte de Moisés), al pie del cual se halla ahora el monasterio de Santa Catalina. Tal suposición coincide con las exigencias de la ruta más probable para la peregrinación desde Ramesés hasta Horeb, como también con la presencia de madianitas en la región.
Entre la meseta central y el mar Rojo (golfo de Suez) al oeste, se halla una estrecha franja litoral que los israelitas utilizaron para las primeras etapas de su viaje, hasta llegar al desierto de Sin. Entre el centro de la península y la punta norte del golfo de Aqaba se encuentra el extenso desierto de Parán, por cuyos parajes vagaban varios pueblos nómadas o seminómadas. Al norte de este región, y a las puertas ya del Néguev (área sur de Canaán), se halla Cades-barnea que, posteriormente al período histórico del libro de Éxodo, había de ser lugar decisivo en la vida del pueblo de Israel, y su base principal durante los treinta y ocho años "perdidos" (Números 13 y siguientes).
3. Rutas permanentes en la península
1. La ruta mejor conocida y utilizada enlazaba las ciudades del Bajo Egipto con Canaán, arrancando de Menfis, pasando por On (después Heliópolis) hasta llegar a la ciudad fronteriza y fortificada de Cilo. Desde allí seguía un curso paralelo a la costa para desembocar por fin en Rafia y en Gaza en el suroeste de Canaán, puntos de arranque para comunicaciones hacia el norte, abarcando las distintas ciudades cananeas y las rutas para Mesopotamia y las tierras del imperio de los hititas. Se llama en la Biblia "el camino de la tierra de los filisteos", no mediando más que 185 km. entre el delta oriental y Rafia. Los faraones del nuevo reino habían fortificado la ruta —en sí desierta— por medio de plazas de armas y de suministros al uso de sus ejércitos en marcha. Dios prohibió a los israelitas que pasaran por esta ruta normal y corta, ya que suponía la guerra antes de la debida formación y preparación del pueblo.
2. Más al sur se hallaba el "camino del desierto del Shur", que tuvo su punto de origen en Pitón y Sucot, rodeando el lago Timsa y pasando en dirección oriental hasta un punto no lejos de Cades-barnea cuando se orientaba hacia las ciudades de Neguev, como Beerseba, y luego a Hebrón y Jerusalén, para unirse luego a las rutas que utilizaran el valle del Jordán, o el "camino real" que pasaba por lo que es ahora Jordania hacia Siria.
3. La tercera ruta enlazaba Menfis con Arabia, cruzando el corazón de la península hasta desembocar en Ezión-geber, a la cabeza del golfo de Aqaba. Se emplea hasta hoy como ruta de los peregrinos musulmanes que hacen su obligada visita a la Meca en Arabia. Después de rodear la cabeza del golfo de Suez, se unía al camino que facilitaba la llegada de los egipcios a las referidas minas de cobre y de turquesas, con centro en Dopka, explotadas por los faraones desde tiempos antiquísimos. En el vecino Templo de Hator, en Serabit —el Khaden—, se hallan gran número de interesantes inscripciones, algunas en tipo alfabético (sinaítico) que constituyen importantes ejemplos de la primitiva escritura alfabética, en la que se ve la influencia de los signos fenicios, como las que se han descubierto en Biblos, sobre la evolución de los jeroglíficos egipcios.

La ruta seguida por Israel hasta Sinaí

Las dificultades en cuanto a la identificación de las paradas. El lector comprenderá que el lapso de casi dos milenios y medio ha hecho muy difícil la identificación exacta de los campamentos de Israel mencionados en Éxodo 15-19 y en la lista ordenada de Números 33, según los cuidadosos anales que llevaba Moisés. Cuando se trata de una ciudad los arqueólogos siempre dan con restos sólidos de mampostería, de monedas, de cerámica, etc., que les ayudan a llegar a conclusiones bien basadas, deduciéndose nombres, fechas, etc., pero no hay nada de esto en un campamento temporal cerca de algún oasis o en los valles de torrenteras. Los mismos israelitas daban nombres a distintos lugares con referencia a incidentes ocurridos allí, pero no quedaban allí después para perpetuar estos nombres como datos, pues, no tenemos más que los que nos da la historia bíblica y ciertas condiciones topográficas que pueden considerarse como permanentes. Aún así, fuentes pueden quedar cegadas por tormentas de arena, o, moradores posteriores habrán podido cambiar el curso de corrientes de agua. Con todo, la ruta tradicional, que sigue paralela a la costa del golfo de Suez hasta llegar a las cercanías de Dopka, es con mucho lo más probable, y las razones aducidas para pensar en otras carecen de base sólida.
Mara y Elim. Moisés y sus huestes se hallaban al principio en la referida ruta que llevaba al sur sudeste hacia la región minera de Dopka, y, tras tres días de viaje, se hallaron en un punto que el texto bíblico llama "Mara", pero con referencia probable al incidente que ocurrió allí, bien que la mala calidad de las aguas podía haber determinado el nombre anteriormente. Hay tales fuentes en Aín Azara, —aín = fuente en arábigo— pero algunos han pensado que los israelitas no habrían podido llegar tan lejos en tres días de marcha, con un avance medio de como 20 km. al día. Otra posibilidad es "Aín Musa", más cerca de la travesía del mar de las Cañas. No hay nota de tiempo en cuanto al viaje de Mara a Elim, y este corresponde casi seguramente al área de Uadi Gharandel, donde hay todo un complejo de fuentes y corrientes de agua, que hace posible el cultivo del área, sin que falte arbolado. Hoy en día no se ven "setenta palmeras", pero es un lugar donde podía haber habido tantas y más.
Elim a Sinaí. Para poder seguir esta etapa de la ruta, tenemos que recurrir al itinerario de Números 33:10-15, por el que sabemos que hubo otro campamento "junto al mar de las Cañas", o sea, en la costa de lo que es ahora el golfo de Suez. Desde aquel punto, cuya ubicación exacta es imposible de determinar, los israelitas se adentraron en la península por las sierras del desierto de Sin, aproximadamente en dirección este hasta llegar a Dopka (o Dofa), centro de la región minera. Sería interesante saber cómo Moisés ordenaría las relaciones con los jefes egipcios que dirigían las operaciones mineras allí (sin duda con la ayuda de esclavos de otras nacionalidades) pero no hay mención de oposición ni menos aún de lucha. Si había llegado allí ya —algo muy probable— la dramática noticia de la destrucción del ejército egipcio, los encargados egipcios de obras tendrían pocos deseos de poner obstáculos en el camino de las huestes victoriosas de Israel. Entre Dopka y Refidim no hay mención de otro campamento en Alús, orientándose la ruta ya hacia Sinaí, en dirección sureste.
El carácter montañoso de este territorio ofrecería considerables dificultades a la marcha de un ejército, y muchísimas más a la de todo un pueblo, con las mujeres, niños, ganado e impedimenta. La región en general se denomina el desierto de Sin, y antes de llegar a Refidim (con los picos de la sierra de Sinaí ya a la vista) se produjo la murmuración que fue zanjada por la provisión de codornices —algo excepcional— y del maná como provisión permanente para el pueblo peregrino. Refidim es el escenario de la murmuración que dio lugar al milagro del "agua de la roca", y sin más incidentes mencionados en los anales, llegó el pueblo a las amplias explanadas al pie de la sierra de Sinaí. Allí erigieron sus tiendas en ordenadas filas, preparando "el hogar" que habían de ocupar durante un año, quizá el año más importante de la vida del pueblo, ya que allí los israelitas habían de recibir el Decálogo y demás ordenanzas que regularan su vida nacional, y allí habían de entrar en solemne pacto con Jehová su Dios.
Como complemento obligado de todo ello habían de ver establecido en aquellas llanuras aisladas el sistema levítico, centrándose en el tabernáculo, que sólo hacía posible la manifestación de la presencia de Dios entre ellos por simbolizar la obra de la cruz.

Las etapas de la vida de Israel en el desierto

Del mar Rojo hasta Sinaí (Ex 15:22-18:27) (Nm 33:5-15). Esta etapa es el tema de este capítulo y a través de ella los israelitas tuvieron que aprender sus primeras lecciones del desierto.
En las llanuras delante de Sinaí (Ex 19:1-40:38), el libro de Levítico y (Nm 1:1-10:11). Israel permaneció en las llanuras situadas delante de la sierra de Sinaí alrededor de un año que ya hemos señalado como, quizá, el más importante en la vida nacional de Israel, ya que allí recibieron las leyes y ordenanzas que determinaron su constitución social y su testimonio espiritual. El tema del pacto confirmado allí necesitará cuidadoso estudio, pero sin duda desempeña un papel determinante, no sólo en la vida de Israel, sino en el desarrollo del plan de la redención en su totalidad. Delante de Sinaí, también, fue levantado el tabernáculo, siendo apartada la tribu de Leví para el culto en general, y, de entre ella, la familia de Aarón como sacerdotes para ofrecer los sacrificios. Este sistema no es un mero apéndice al Decálogo, sino la base sobre la cual descansa la estructura legal y la fuente de donde deriva su valor el pacto. Cuando Israel abandonó su campamento delante de Sinaí, había sido constituido en nación, con los rasgos esenciales que han permanecido a través de los siglos. El pueblo podría ser infiel a su carácter y misión, pero no había dudas en cuanto a éstos.
El viaje desde Sinaí a Cades-barnea (Nm 10:12-12:16). Reconocemos, desde luego, la obra providencial de Dios en todas las etapas de las peregrinaciones de Israel, incluso durante los "años perdidos" que mediaron entre Cades-barnea y el principio del viaje que lo llevaría a la frontera del este de Canaán. Sin embargo, hemos de notar que "el plan original" —tal como le parecería a Moisés y a los líderes— fue el de avanzar desde Sinaí hasta la base en Cades-barnea, y desde allí preparar la conquista de Canaán desde el sur, ocupando primeramente el Néguev, región amada por los patriarcas, para luego atacar las ciudades del sur. Este plan fracasó por el gran pecado de Israel al "aborrecer la tierra deseable" (Sal 106:24), después de escuchar el informe desfavorable de diez de los exploradores enviados desde Cades-barnea. Aun dentro de este estudio del éxodo sería conveniente leer con cuidado Números 13 y 14 para comprender esta crisis, que determinó treinta y ocho años de vida nómada, durante los cuales Israel no se dirigía a ninguna parte sino que esperaba la muerte de toda aquella generación rebelde. Desde luego, la próxima generación de israelitas —de veinte años y menos— se formó en condiciones de libertad, y tendría una mentalidad y preparación muy diferentes a la de la multitud de ex esclavos que salieron de Egipto, y quizá la formación de esta nueva promoción fue necesaria con miras a la conquista de Canaán. En el itinerario de Números 33 no hay mención de Cades-barnea, pero suponemos que no estaría lejos de Hazerot. Se halla en el desierto de Zin, al sur del Néguev, e Israel volvía varias veces a sus valles y fuentes durante los referidos treinta y ocho años.
Los años perdidos (Nm 14:45-20:14). Ya hemos notado el carácter de estos años, que terminan cuando Moisés pide al rey de Edom que deje a Israel pasar por sus dominios en camino al territorio donde Moab linda con el río Jordán, antes de entrar éste en el mar Muerto. Cuando el rey edomita rehusó la petición, se inició la última etapa de las peregrinaciones antes de llegar a Canaán.
La ruta alrededor de Edom y la conquista de Transjordania (Nm 20:22-22:1). El capítulo 21 de Números señala la salida de Israel de la Península de Sinaí para iniciar su largo y penoso viaje por tierras lindantes con Arabia al este del valle de Arabá y el mar Muerto hasta topar con la resistencia de los reyes amorreos; Sehón primero y Og de Basán después, cuyos territorios se extendieron desde las fronteras de Moab hasta el norte, al este del Jordán. Edom y Moab fueron protegidos por antiguas promesas, pero en el caso de los reyes amorreos no existían enlaces raciales, y sus reinos fueron conquistados para ser ocupados luego por Rubén, Gad y media tribu de Manasés.
La estancia prolongada en las llanuras de Moab (Nm 22:1) (Dt 34:12). Moab estaba a salvo porque el pueblo había descendido de Lot, pero esto no impidió la ocupación por Israel de las llanuras situadas frente a Jericó, en la ribera izquierda del Jordán, como base de la cual se preparó la invasión de Canaán. El conocido incidente de Balaam, quien intentó maldecir al pueblo, ilustra gráficamente las condiciones de aquel período último de vida desértica, o semidesértica, anterior a la conquista. Los últimos discursos de Moisés (el libro de Deuteronomio, etc.) se pronunciaron en las llanuras de Moab. En el pico llamado Pisga, de las serranías de Moab, tuvo la visión de la tierra antes de morir en un valle cercano.

Del mar hasta Elim (Ex 15:22-27)

La primera experiencia del desierto (Ex 15:22). El versículo 22 puede traducirse como sigue: "Entonces Moisés llevó a Israel adelante desde el mar Rojo y se adentraron en el desierto de Shur", lo que señala una tremenda transición en la vida del pueblo. Tras el cántico de triunfo que celebró la destrucción del ejército egipcio, vino un período de penosas jornadas por tierras inhóspitas. Procuremos ponernos en el lugar de una familia hebrea, acostumbrada a la relativa comodidad de su hogar en la tierra de Gosén, nunca muy lejos de un ramal del Nilo, para que formemos una idea clara de los graves problemas y molestias que habían de soportar necesariamente al armar y desarmar su tienda de campaña, prosiguiendo la marcha día tras día, solucionando —sin experiencia previa— los problemas de comer, beber, dormir y cuidar de criaturas pequeñas y de ganado en condiciones nuevas y penosas. Es verdad que Dios les prestaba ayuda especial, dándoles sombra por medio de la nube durante el día e iluminando el campamento de noche, además de conservarles la ropa y salvarles de hinchazón de pie (Dt 8:4). Sin embargo, la condición humana, aparte momentos de entusiasmo y euforia, se adapta mal a molestias y peligros, de modo que en las tres primeras jornadas empieza a producir el desánimo general que estalla en murmuraciones en Mara. Al final de su carrera Moisés exhortó a la nueva generación que se acordase "de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón..." (Dt 8:2) (Salmos 78, 105 y 106). Israel se hallaba en la "escuela de Dios" con el fin de aprender lecciones que lo constituyesen en "pueblo peculiar", instrumento para cumplir la misión ya señalada desde el llamamiento de Abraham.
La experiencia de Mara (Ex 15:23-25). Sin duda los israelitas llevaban suministros de agua consigo, que renovaban en las fuentes del camino, pero tres largas jornadas habían agotado lo que podían llevar en los carros y sobre los hombros. ¡Cómo desearían llegar a Mara, donde había posibilidad de hallar fuentes! ¡Cuán grande sería su desengaño y dolor al hallar que las aguas eran tan salobres que no les fue posible apagar la sed! La sed ardiente es un sufrimiento terrible, y produce un deseo de beber que parece irresistible. En la parte humana entendemos bien el grito del pueblo: "¿Qué hemos de beber?". Lo triste es que los israelitas no expusieron su gran necesidad delante del Señor, que les había mostrado tantas maravillas, sino que "murmuraron contra Moisés", lo que equivalía —como Moisés había de recordarle tantas veces— a murmurar contra Jehová.
Moisés inició su gran obra de intercesor a favor de Israel, que había de mantener hasta el fin de su vida. "Moisés clamó a Jehová" y recibió su contestación, pero, ¡cuánto mejor habría sido si todo el pueblo se hubiera colocado humildemente en la presencia de Dios suplicando el "socorro oportuno"! Jehová mostró a su siervo un árbol, que, echado en las aguas de las fuentes salobres, las endulzaron. Es natural buscar simbolismos en este incidente, pero primeramente hemos de comprender que se trata de un acto real. Se dice que existen árboles en el mundo con esta virtud, sin que se hallen ahora en la península de Sinaí pero eso no excluye la posibilidad de que hubiera tal árbol en Mara entonces, y, de todas las formas, la "virtud" procede del Señor, sea como propiedad "natural" del árbol, sea como un remedio específico que él proveyó entonces. El Señor señaló el árbol y Moisés obedeció al instante. He aquí las dos condiciones fundamentales para cambiar "lo amargo" en "dulce": la manifestación de la provisión de Dios, complementada por la sumisión en fe del siervo que la percibe y la utiliza.
Desde los "padres de la Iglesia" hasta siervos del Señor de nuestros días, se ha visto en el "árbol" un símbolo de la cruz, y aún tratando las alegorizaciones con reserva, es permisible meditar en el hecho de la provisión de la obra de la cruz como remedio infalible que vuelve la amargura del pecado en las abundantes bendiciones de la salvación en el caso de creyentes fieles que lo reciben y lo aplican.
Las ordenanzas de Mara (Ex 15:25-26). La experiencia de Mara dio lugar a que Dios siguiera "probando" a su pueblo, y hemos de pensar en todo un proceso educativo y formativo. El código fundamental, con los preceptos subsidiarios, habían de ser entregados en el monte de Sinaí, pero un pueblo numeroso, que supone una vida social compleja, no puede convivir pacíficamente, ni siquiera durante unos meses, sin leyes y normas de conducta. Israel habría participado en la "ley común" de los pueblos semitas, de la cual el código de Hamurabi es un buen ejemplo. Sin embargo, fue preciso añadir algo más a la antigua "ley de sentencias" en las nuevas condiciones de la vida en el desierto, ya como pueblo libre. De allí los "estatutos y ordenanzas" que Dios dio a Israel en Mara, que serían confirmados después en el Sinaí. Al estudiar el capítulo 18 veremos a Moisés juzgando al pueblo según este conjunto de preceptos provisionales. No faltaban buenas leyes, pero quedaba el interrogante: ¿Habría espíritu de obediencia frente a estas leyes?
La bendición condicionada de Mara (Ex 15:26). Frente a cada nueva manifestación de la voluntad de Dios, el pueblo, como "hijo obediente", debiera haber prestado oído a lo que escuchaban, para guardarlo y ponerlo por obra. Es un principio general que se reitera una y otra vez. Por añadidura, después de "sanar" las aguas en Mara, el Señor prometió una bendición especial a los obedientes: serían guardados de las enfermedades típicas de Egipto. Por supuesto entran en juego leyes causales en esta promesa —leyes de causa y efectos— puesto que una vida ordenada según los preceptos divinos suele ser mucho más sana que la de los rebeldes y viciosos. Sin embargo, la promesa pasa más allá de los buenos resultados higiénicos de una vida moderada y piadosa pues Jehová proclama: "Yo soy Jehová tu sanador". Se trata de que Dios vigila y cuida a su pueblo, que necesita fuerzas físicas para cumplir su misión. Gracias a las sabias ordenanzas de la ley mosaica, los israelitas se han conocido como pueblo de buenas costumbres y de constitución robusta, bien que han perdido estos rasgos en tiempos de rebelión, que siempre traen su secuela de decadencia.
Las fuentes y palmeras de Elim (Ex 15:27). Ya hemos notado que, con toda probabilidad, Elim corresponde al área que ahora se llama "Uadi Gharandel", que aún goza de la fertilidad que surge de su complejo de fuentes y de uadis. ¡Qué gusto tendrían las cansadas familias al acampar junto a las aguas, después de las jornadas a través de secos arenales! No se narra incidente alguno en cuanto a Elim. Es sencillamente lugar de descanso y de refrigerio, y por eso mismo el nombre de "Elim" siempre ha recordado al pueblo de Dios que él sabe que los suyos necesitan tiempos de alivio de las tensiones, para los cuales los lleva, a veces, como buen pastor, a descansar "junto a aguas de reposo".

La provisión del maná (Ex 16:1-36)

En el desierto de Sin (Ex 16:1). Hemos trazado el itinerario de Israel con bastante detalle en párrafos anteriores, y sólo necesitamos recordar al lector que los israelitas se encuentran ya en el desierto de Sin —distíngase de "Zin"— que se situaba entre la costa del mar —el golfo de Suez— y Sinaí. Se trata de la época cuando el pueblo se dirige a través de la región minera —cerca de ella— hacia Sinaí. Ya había llevado mes y medio de caminatas y campamentos.
La murmuración y sus consecuencias (Ex 16:2-12). Murmuraciones de carácter grave (Ex 16:2-3). Las narraciones de los libros del Éxodo y de Números nos acostumbran a las repetidas murmuraciones de los israelitas. Según parece, Dios no hizo provisión automática para problemas como el de las aguas amargas en Mara, o la falta de pan en el desierto de Sin, o de la escasez de agua en Refidim. Estas necesidades, que surgían de las condiciones de vida en el desierto, ofrecían oportunidades a los israelitas para demostrar si habían aprendido la lección principal. Ya que Dios les había salvado milagrosamente de Egipto, no le faltaba ni el deseo ni el poder para suplir cualquier necesidad que surgiera. Dios "les probaba", y por desgracia, una y otra vez fallaban bajo la prueba, murmurando en lugar de orar; y llegada la crisis, dirigían sus quejas contra Moisés sin mirar a Dios. Pero la providencia de Dios sacaba bien del mal al multiplicar las intervenciones de juicio y de gracia por medio de su siervo. El corazón del pueblo, ante la prueba, se revelaba como olvidadizo, ingrato e incrédulo, pero siguen las lecciones, y es sobre este telón de fondo que Dios revela su corazón.
Los rasgos realmente feos de esta murmuración en el desierto de Sin se revelan al leer el versículo 3. No es sólo que el pueblo pide sostén material (cosa lógica y necesaria) sino que sus deseos vuelven a Egipto, recordando, no la amarga servidumbre y la falta de libertad, sino sólo las ollas de carne y la abundancia de pan. "¡Mejor habría sido morir allí —exclaman en efecto— que no emprender esta pavorosa aventura de caminar por un desierto a un país que se aleja cada vez más!". Todo ello muestra un espíritu diametralmente opuesto a los designios de Dios, tantas veces revelados al pueblo desde los días de Abraham. Sin embargo, al leer esta cadena de incidentes desagradables, hemos de recordar la analogía del propósito de la multiplicación de las plagas. La verdad en cuanto a Dios no puede aprenderse sino por una reiteración de lecciones e ilustraciones, que habían de servir luego para la orientación de incontables generaciones de creyentes, siendo válidas, por lo que Pablo escribió (1 Co 10:1-14).
El anuncio de la provisión (Ex 16:4-5). En este anuncio no hay reprensión, sino sólo el reconocimiento de la necesidad de complementar los recursos de los israelitas por medio del "pan del cielo", o sea, del maná. El pecado del pueblo motiva una manifestación extraordinaria, milagrosa y constante de la provisión de Dios. Más adelante vuelve a surgir el tema del "maná", pero aquí sólo se dan las buenas nuevas: "He aquí yo os haré llover pan del cielo". No hay exclamaciones ni dramatismos, ya que Dios pasa en seguida a indicar la necesidad de que cada uno recoja su porción del pan que él ha de hacer "llover" sobre el campo. Todo ha de ser parte de la disciplina y formación del pueblo, "para que yo lo pruebe si anda en mi ley o no". Hasta el detalle de recoger una porción doble antes de los sábados se anuncia en seguida, como preparación para el anuncio de la institución del sábado después.
El mensaje se da al pueblo (Ex 16:6-12). Moisés insistió en que las quejas dirigidas contra él y su hermano vinieron a ser manifestaciones de rebeldía frente a Dios, ya que ellos se habían limitado a obrar en el nombre de Jehová (versículos 7 y 8). El mensaje amplía el anuncio divino —tal como se ha redactado aquí— ya que encierra la promesa de carne además de pan. Esta provisión de carne —algo aparentemente tan imposible en el desierto— había de provenir del vuelo de una bandada de codornices, quizá traída por un fuerte viento occidental, que se posaran sobre el campamento, y respondió a las quejas de quienes recordaban "las ollas de carne de Egipto".
Lo más importante del mensaje se encierra en las frases: "veréis la gloria de Jehová ... acercaos a la presencia de Jehová! ... he aquí, la gloria de Jehová apareció en la nube". El pueblo había de comprender la relación directa que existía entre la provisión de pan y la presencia, gloria, poder y gracia de Jehová. Habían de hallarse delante de Dios, pese a su mala costumbre de quejarse contra sus líderes.

La provisión de carne y de pan (Ex 16:13-21)

Carne por la tarde (Ex 16:13). Las codornices son aves migratorias que a veces son desviadas de su ruta por los vientos y caen en bandadas cerca de las costas del golfo de Suez. Por la tarde —al tiempo ya indicado por el Señor (versículo 12)— las aves cayeron sobre el campamento, ofreciendo abundante y fácil provisión de delicada carne para aquellos que recordaban las "hollas de carne" de Egipto. En otra ocasión, cuando el pueblo expresó su fastidio frente a la monotonía de su dieta de maná, Dios volvió a enviarles carne por el mismo medio, pero en circunstancias más trágicas, ya que la provisión se tornó en juicio (Nm 11:4-9,31-35). Quizá el pueblo recibió esta ayuda en otras ocasiones también, pero fue ocasional, una especie de "lujo" que variaba su comida normal, el maná.
El maná y su naturaleza (Ex 16:13-14). A la mañana siguiente empezó la "lluvia" de maná que persistió hasta que los israelitas hubiesen llegado a las fronteras de Canaán, a tierras cultivadas. Primeramente caía el rocío y luego, sobre el rocío, "una cosa menuda", que a primera vista parecía escarcha. Al ser examinado, sin embargo, resultaba ser más parecido a una "semilla de culantro", redonda y blanca. Su gusto era como "aguas de miel". Había de ser recogido por la mañana, ya que no aguantaba el calor del sol. Tenía bastante sustancia como para ser molido, ya que las amas de casa experimentaban diversas formas de preparar este "pan del cielo", variando así el "menú" de todos los días.
Exploradores hay que han hecho varios intentos de identificar el "maná", pero, pese al estudio de algunos fenómenos naturales algo parecidos al maná, en escala pequeña, nunca se ha hallado una sustancia natural en la península de Sinaí —o en tierras vecinas— que verdaderamente corresponde en todo a la descripción bíblica. De todas formas, la naturaleza milagrosa de la provisión es evidente por su abundancia, como también por la falta de la "lluvia" en el día del sábado. Cuando los judíos querían honrar el nombre de Moisés, por relacionarlo con el don del maná, el Señor Jesucristo les recordó que aquél "pan del cielo" fue don de su Padre igual que el Pan verdadero, que era él mismo (Jn 6:31-34). Reconozcamos el hecho milagroso, una provisión necesaria para el sostén de Israel en el desierto, que vino a ser una prueba constante del cuidado de Dios frente a todas las necesidades de su pueblo. Ellos llegaron a cansarse del maná —de la manera en que el hombre natural se aburre por fin al usar de todos los dones de Dios— pero queda como ejemplo señalado de su gracia abundante.
El nombre de "maná" (Ex 16:15). No todos los eruditos están convencidos de que el nombre de "maná" pueda derivarse con pureza gramatical de la pregunta de los israelitas: "¿Qué es esto?" (hebreo: manhu) pero encaja perfectamente dentro de la costumbre de los hebreos de dar nombres alusivos —a veces con juego de palabras— para celebrar la importancia de ciertas personas, lugares o acontecimientos. Es tan natural la pregunta, al ver de cerca este nuevo fenómeno, siendo su origen tan misterioso que no dudamos en enlazarla con el nombre "maná", que luego recordó el asombro de los receptores de este don del cielo. Muy importante es la respuesta que Moisés dio al pueblo: "Es el pan que Jehová os da para comer" (versículo 15). En contestación a la pregunta idéntica acerca de la Pascua, la contestación fue: "Es la víctima (sacrificio) de la pascua de Jehová" (Ex 12:27), ya que el cordero simbolizaba el sacrificio de Cristo, hecho una sola vez. Pero la vida que brota de la obra de expiación realizada por Cristo ha de ser sostenida, y aquí la misma pregunta recibe la respuesta: "Es el pan que Jehová os da para comer". No podemos entrar aquí en los detalles de la explicación que el Maestro dio del simbolismo del maná en (Jn 6:26-59), aplicado a su propia persona como "Pan de vida", pero aconsejamos mucho al lector que vuelva a meditar las discusiones del referido pasaje, varias de cuyas expresiones se iluminan por la experiencia de los israelitas al recibir su "pan del cielo".
Recogiendo el maná (Ex 16:16-21). Dios dispensa las provisiones de su gracia, que surgen de los recursos infinitos de su ser, por el solo impulso de su amor, sea en los siglos preparatorios —al advenimiento del Dios-hombre— sea después de la plenitud ya manifestada en Cristo. Pero si el hombre ha de beneficiarse de la gracia es preciso que reciba la provisión con sumisión y fe. De ello los versículos 16 al 21 proveen una bella ilustración. El misterioso maná yacía sobre el rocío de los terrenos alrededor del campamento, y contenía todo lo necesario para sostener la vida material de los israelitas. Sin embargo, para que llegara a alimentar a hombres, mujeres y niños, fue necesario cumplir el mandato: "Recoged de él cada uno según lo que pudiere comer". El mandato total enfatizó mucho la medida justa de lo que cada uno pudiera aprovechar durante el día, siendo el "gomer" una medida para granos o harinas, que corresponde a 3,7 litros (0,98 galones) si se tratase de un líquido. El versículo 18 parece indicar que había un ajuste milagroso de las cantidades, con el fin de impedir que los codiciosos acumularan mucho, o que los débiles quedaran con menos de los suficiente.
De todas formas se había de eliminar todo intento de acopiar el maná con el fin de ahorrar el trabajo diario de salir al campo, de agacharse al suelo y recoger lo que necesitaba cada uno (versículos 19-21). Quienes querían evadir tanto las condiciones impuestas, como el trabajo diario, veían con disgusto que si demoraban su tarea matutina buscarían en vano su comida, pues se derretía al avanzarse el día; además, lo reservado del día anterior se corrompía, criando gusanos.
Los israelitas habían de aprender a depender diariamente de Dios, sin intentar evadir la necesidad de su propia participación diaria, que surgía de la obediencia, humildad y fe. Tampoco se excusaba la responsabilidad de cada persona, bien que, en cada tienda, el ama de casa podría tomar las medidas culinarias que fuesen del caso para el bien de toda la familia. Esta faceta del milagro del maná corresponde a las expresiones de Juan 6 que enfatizan la fe —simbólicamente el "comer"— en el "pan de vida" que daba "vida eterna", y participación en la resurrección en el día postrero.

La institución del sábado (Ex 16:22-30)

El maná y el sábado (Ex 16:22-24). Como mandamiento, el guardar el sábado había de destacarse en el cuarto precepto del Decálogo (Ex 20:8-11). Es interesante observar, sin embargo, que su institución —por lo menos como parte integrante de la vida de Israel— surge del don del maná, y se presenta, no como una obligación legal, sino como una vertiente más de la gracia de Dios que obra para el bien de su pueblo. No sabemos cómo fue que el pueblo común había comprendido la necesidad de recoger una ración doble del maná la víspera del sábado y no los príncipes (versículo 22), pero es posible que éstos, habiendo presenciado de cerca el enojo de Moisés contra los desobedientes que querían hacer acopios del maná, deseaban asegurarse bien en cuanto al caso excepcional (versículos 22 y 23).
Efectivamente, Dios había ordenado el recogimiento de una cantidad doble el día sexto para evitar el trabajo de ir a buscar el maná en el campo en el día del sábado, viéndose, en este caso, que el contenido del "gomer" adicional se conservaba bien, sin corromperse. Este sencillo hecho subraya la naturaleza milagrosa de esta provisión, pues resulta completamente inútil buscar explicaciones naturales para tal fenómeno. Las prescripciones sobre el sábado, que pertenecían al cuerpo provisional de leyes que regía hasta la promulgación de la ley en el Sinaí (Ex 16:28), surgieron de la aclaración que Moisés dio sobre la "doble porción" de maná en la víspera del día sagrado.
Algunas características del sábado (Ex 16:23-30). De nuevo nos sale al paso un tema que, para su debida presentación, requería varias páginas de referencias y de estudio, y que algunos entienden mal hasta el día de hoy. La palabra "sábado" representa el "sabbat" del hebreo, que se deriva del verbo "sabat", con el significado de "cesar" o "desistir" de un trabajo o empeño. Como vocablo no se halla en el libro de Génesis, pero sí el hecho fundamental de que Dios "acabó en el séptimo día la obra (de creación) que hizo; y reposó el día séptimo...; y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó..." (Gn 2:2-3). Los "días" serían períodos de tiempo, y Dios no necesitaba "descansar", pero estableció el principio básico, para el bien del hombre y la gloria suya, del ritmo de trabajo y de descanso, escogiendo el ciclo de seis días de trabajo seguido por uno de reposo. No sabemos hasta qué punto los patriarcas entendían esta institución o la guardaban, pero la manera de introducir el tema en nuestro pasaje parece indicar algún conocimiento anterior de tal día, pero sin que se hubiese establecido como una institución nacional. Si juntáramos las distintas referencias al sábado en el Pentateuco, observaríamos varias vertientes, algunas de las cuales enfatizan la importancia del día como tiempo consagrado al Señor; otras el ejemplo de la creación ya citado; otras el bien que hace al hombre este descanso y cambio de rutina.
Hay otras que lo relacionan con Israel como recordatorio de su redención de Egipto y del pacto que existía entre el pueblo y su Dios (Ex 20:8-11) (Ex 31:16-17) (Dt 5:12) (Lv 19:3,30). Que un miembro de la comunidad de Israel dejara deliberadamente de guardar el sábado suponía una actitud de rebeldía consciente, merecedora de la pena de muerte en tiempos cuando existía autoridad suficiente para ello (Nm 15:33-36). Los choques que se producían entre el Señor y los fariseos en días del sábado no indican que Jesús dejara de cumplir el mandamiento —en su calidad de hombre nacido bajo la ley— sino que los formalistas habían cambiado su esencia, sin comprender que "el sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado", y que él, como Dios Creador, hecho Hombre, era "Señor del sábado" (Mr 2:27-28). Por lo tanto era legítimo hacer bien en tal día, pero no vulnerar su sentido íntimo por meros intereses particulares y egoístas. El "primer día de la semana" reemplaza el sábado en el régimen cristiano, enfatizando más el principio de una nueva creación que no el descanso tras la primera. No es bíblico el intento de aplicar todo lo que se mandaba a los israelitas sobre el sábado a este "primer día de la semana", pero quedan los principios fundamentales de la necesidad de dedicar tiempo conscientemente al Señor —como señal de que todo es suyo— y del bien que hace al hombre dejar sus ocupaciones normales un día cada siete. Como precepto legal Pablo no lo rechaza tajantemente (Col 2:16) (Ga 4:10) (Ro 14:5-6).
Moisés, al explicar lo relativo a la recolección del maná, enfatiza que el sábado es don de Dios para el bien de su pueblo, y que éste ha de aprovecharlo dedicándose al descanso: "Mirad que Jehová os dio (mejor "os ha dado") el día de reposo. Estése pues cada uno en su lugar..." (versículo 29). La referencia a la obediencia del pueblo en (Ex 16:21) parece indicar una nueva costumbre que surgió del precepto, ya explicado con toda claridad.

Un resumen del tema del maná (Ex 16:31)

Una nota sobre el maná (Ex 16:31). Antes de pasar a un tema nuevo relacionado con el viaje del mar Rojo hasta el Sinaí, el escritor quiere redondear el del maná. Los versículos 31 al 36, o en su totalidad, o en parte, representan una redacción posterior, como es evidente por la referencia al período total de la caída del maná (Ex 16:35). También la referencia a "la casa de Israel" parece señalar una época cuando la totalidad del pueblo recuerda la misericordia de Dios, y, notando de nuevo las características del don de Dios, vuelve a enfatizar su nombre, maná, que expresó la extrañeza de una generación anterior ante un fenómeno nuevo.
El vaso conmemorativo (Ex 16:32-34). Esta nota recuerda un momento posterior a la construcción del tabernáculo y a la consagración de Aarón como sumo sacerdote. El mandato que Moisés dio en aquella ocasión a su hermano anticipaba la vida de Israel en su tierra, cuando sería muy fácil que generaciones futuras dejasen caer en el olvido las maravillas de la gracia divina durante el período formativo del pueblo en el desierto. Más adelante veremos que el arca del pacto constituía el corazón del tabernáculo, siendo, en cierto sentido, el "trono de Dios" en medio de su pueblo. Dentro de ella se habían de colocar las tablas de la ley, como otra señal de una obra divina que no había de olvidarse nunca, y la vara de Aarón que reverdeció. Como recuerdo del maná Aarón había de tomar una vasija conveniente —en (He 9:4) se llama "una urna de oro"—, pero quizá tal receptáculo corresponde al lujo del templo de Salomón, colocando en ella un gomer del pan del cielo. "Ponlo delante de Jehová" parece indicar que, al principio, se colocara delante del arca, y no dentro; en cualquier caso el propósito es igual: "para que sea guardado para vuestros descendientes".
Los israelitas, como tales, no tenían acceso al lugar santísimo, pero, por el testimonio de los sacerdotes, sabrían que aún quedaba allí la "comida de un día" de sus antepasados en el desierto, que de tal modo habían sido sostenidos por la mano bondadosa de su Padre. Tales objetos se vuelven fácilmente en talismanes, rodeados por una reverencia supersticiosa —del modo en que los "cristianos" han trocado la comida de recordación de la Cena del Señor en "sacrificio" del "verdadero cuerpo del Señor"— pero los abusos humanos no anulan el significado profundo de los símbolos que nos ayudan a reanimar nuestra comprensión de la persona de Cristo y de su obra.
El cese del don del maná (Ex 16:35-36). La lluvia diaria de maná sólo cesó cuando Josué había llevado al pueblo a través del Jordán, situándolo en Gilgal, dentro de las fronteras de Canaán (Jos 5:12), donde podía comer ya de los frutos de la tierra. El versículo 35 no especifica claramente este momento y lugar, sino sólo indica la maravilla de que el "pan del cielo" hubiese estado a la disposición de Israel a través de tantas jornadas hasta que llegase a tierras habitables. De hecho, Israel ya había ocupado terrenos relativamente fértiles al este del Jordán antes de llegar a Gilgal, pero sólo se trata aquí de señalar, en términos generales, la duración de la provisión divina, de la cual Israel había de guardar eterna memoria.
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